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CARRERA DE PSICOLOGÍA
ASIGNATURA DE PSICOLOGÍA SOCIAL
TEMA 1: ACTITUDES
Las actitudes son una parte fundamental de nuestra experiencia humana y desempeñan un papel
central en la psicología social. En su forma más básica, las actitudes se refieren a las
evaluaciones favorables o desfavorables, las opiniones y los sentimientos que tenemos hacia
personas, objetos, ideas o situaciones. Son una manifestación de nuestra predisposición a
responder de cierta manera ante estímulos específicos.
Las actitudes son relevantes en múltiples aspectos de nuestras vidas, ya que influyen en
nuestras percepciones, emociones y comportamientos. Por ejemplo, una actitud positiva hacia
una causa social puede motivarnos a participar activamente en ella, mientras que una actitud
negativa hacia una determinada comida puede llevarnos a evitarla.
Es importante destacar que las actitudes no son estáticas, sino que se forman y cambian a lo
largo del tiempo. Están influenciadas por una variedad de factores, como nuestras experiencias
personales, la influencia de los grupos de referencia, el aprendizaje social y las normas
culturales. Además, nuestras actitudes pueden ser conscientes o inconscientes, y pueden tener
diferentes niveles de intensidad y estabilidad.
Aunque a veces puede existir una discrepancia entre las actitudes y los comportamientos,
investigaciones en psicología social han demostrado que las actitudes suelen ser buenos
predictores de las acciones que llevamos a cabo. Sin embargo, también es importante reconocer
que hay factores situacionales y individuales que pueden intervenir en la relación entre
actitudes y comportamiento.
A lo largo de este documento, nos adentraremos en el fascinante mundo de las actitudes, con el
objetivo de proporcionar a los estudiantes universitarios una comprensión sólida de este tema
fundamental en psicología social. Al hacerlo, se espera que desarrollen una conciencia más
profunda sobre cómo las actitudes influyen en nuestra vida diaria y en nuestras interacciones
con el mundo que nos rodea.
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El concepto de actitud de encuentra presente desde los orígenes de la psicología según
Lameiras (1997), en los estudios de Darwin se incluía la actitud como una postura enfatizando
el aspecto físico, decía que la actitud era el reflejo de un estudio de equilibrio basado en la
coordinación psicomotriz. Esta perspectiva establece la actitud como un estado de preparación
del cuerpo para la acción, es decir, se encuentra preparado para la acción gracias a la actitud.
La primera aparición del término actitud en el sentido utilizado por la psicología incorpora el
carácter mental la inclusión de términos como: actitud de la mente. La concepción de la actitud
en el sentido conductual va influyendo en los teóricos, haciendo que prevalezca la idea de que
la conducta se deriva de la actitud. Para Allport (1935) la actitud es un estado de disposición
mental organizado a partir de la experiencia que ejerce una influencia directa sobre la conducta
respecto a todos los objetos y situaciones con los que se relacionan. La actitud dispone pero no
necesariamente implica motivación y explica la selectividad de las percepciones y respuestas en
relación con el objeto.
La otra perspectiva centra su atención en los aspectos lógico-racionales de las actitudes, cuya
formación, consolidación y cambio vendrían definidos por el análisis detallado de la
información, (Fishbein y Ajzen, 1972).
Concepto de Actitud
De lo visto anteriormente podemos deducir que los teóricos interesados en el tema han dado su
propia definición de actitud. Algunas de las más significativas podrían ser las siguientes:
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Thurstone (1929): Suma de las inclinaciones, sentimientos, prejuicios, sesgos, ideas
preconcebidas, miedos, amenazas y convicciones acerca de un determinado asunto.
Triandis (1971): Idea cargada de emotividad que predispone a una clase de acciones ante una
clase particular de situaciones sociales.
Sherif (1974): Conjunto de categorías del individuo para valorar el campo del estímulo por él
establecido durante el aprendizaje de este campo en interacción con otras personas.
Morales (1994): Evaluaciones generales que las personas tienen sobre sí mismas, de objetos y
de otras cuestiones.
Eagly y Chaiken (1993): Tendencia psicológica que se expresa a través de la valoración de una
entidad particular con algún grado de aprobación o desaprobación.
Como se puede observar, las definiciones expuestas reflejan la evolución sufrida por el
concepto de actitud, tal y como ya puso de relieve en el apartado anterior, reflejando el cambio
teórico desde posiciones basadas en las teorías más clásicas del aprendizaje hacia
conceptualizaciones de carácter cognitivo.
Agrupando los elementos comunes se podría extraer las características principales que definen
el concepto de actitud (Sánchez y Meza, 1998; Eiser, 1989).
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Predisposición o tendencia a responder de un modo determinado (componente
conductual). Resulta, de todo lo visto hasta ahora, el componente más definitorio e
importante del concepto actitudinal. Si bien no se ha establecido aun una relación
directa entre actitud y conducta, lo habitual es que una actitud, ya sea positiva o
negativa, implique la realización de un comportamiento congruente con dicha actitud.
Predisposición favorable o desfavorable hacia el objeto actitudinal (componente
afectivo-emocional). La actitud va siempre acompañada de una carga afectiva.
Carácter estable y permanente. La estabilidad identifica las actitudes como un conjunto
sólido de creencias y comportamientos.
Aprendidas por el sujeto, que le impulsan a una acción determinada en una situación
determinada. Dicho aprendizaje se produce, fundamentalmente, a través del proceso de
socialización del sujeto.
Dinamizadora del conocimiento en cuanto que la persona tiende a buscar el
conocimiento sobre aquellos hechos, sucesos, personas, etc. que provocan actitudes
positivas; y a desdeñar o no entender aquello hacia lo que se tienen actitudes negativas.
Transferibles, en el sentido de que se pueden generalizar o trasladar en función de
personas, situaciones y hechos concretos.
Según Rodríguez (1989) en la mayoría de las definiciones del concepto de actitud existe un
elemento predominante que es la favorabilidad o desfavorabilidad, diferenciándose en cada uno
de los elementos de la definición adoptada en la misma, de todos los intentos efectuados por
alcanzar una definición consensuada de este concepto, es posible que la más asumida dentro de
la investigación sea la ofrecida por Fishbein y Ajzen (1975), definición que establece la actitud
como aprendida, consistente, predisponente a la acción y evaluativa.
Sin embargo, pese a su amplia aceptación no consigue unir las distintas posiciones de los
teóricos actitudinales, debido en primer lugar a la utilización del término “consistente” en la
definición es ambiguo debido a que es posible diferenciar varios tipos de consistencia. En
segundo lugar considerar la actitud como una ”predisposición” implica el reconocimiento de
una variable latente que guía la conducta y finalmente se cuestiona la consideración de la
actitud como aprendida ya que parece posible cierto origen biológico, sin embargo, pese a las
críticas recibidas la definición de Fishbein ha impactado fuertemente en los investigadores.
En resumen, aunque no parece haber un acuerdo definitivo sobre el concepto hay unos factores
claves que pueden estar presentes cuando se habla de actitudes estos aparecen en el esquema 2
son la predisposición, la fuerza con la que se manifiestan que varía de mayor a menor
intensidad, seguida de la aceptación y rechazo y por último el objeto al que se encamina la
actitud que son personas, objetos o situaciones.
Modelos actitudinales
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operativizaciones de las actitudes; de ellos en este estudio se destacan dos modelos principales,
el jerárquico y el de cadena causal.
Componente cognitivo: La existencia de una actitud hacia un objeto determinado requiere que
exista una representación cognitiva que se mantienen de dicho objeto. El componente cognitivo
de la actitud queda conformado por el conocimiento, los pensamientos que se tienen en relación
al objeto actitudinal. La representación cognitiva que el individuo se hace del objeto en
cuestión es necesaria para que exista el componente de carga afectiva, ya sea en sentido
favorable o de rechazo. Puede ocurrir que la persona tenga una representación vaga o equívoca
del objeto actitudinal. En el primer caso se tienen una carga afectiva de poca intensidad
mientras que el hecho de poseer una creencia errónea del objeto de actitud no influye en la
intensidad del afecto; éste será coherente con la representación cognitiva (corresponda o no a la
realidad) que el sujeto tiene del objeto.
Sin embargo, el modelo no consigue la aprobación de todos los teóricos actitudinales. Zanna y
Rempel (1988), por ejemplo, critican la presunción del modelo acerca de la existencia de una
relación positiva entre actitud y conducta, aspecto que no es compartido por todos los teóricos
actitudinales, ni dicha relación es positiva en todas las ocasiones. Devine (1995), aplicándolo al
prejuicio, constata la posibilidad de que existan estereotipos negativos sin prejuicio y
discriminación sin actitud negativa.
La intención conductual, según Fishbein y Ajzen, está referida a la disposición de las personas
para realizar cierto tipo de comportamiento relevante para la actitud, es decir, a comportarse de
una determinada manera respecto a determinados objetos actitudinales; retoman el concepto de
Triandis (1964) y lo incorporan al modelo como antecedente inmediato de la conducta, y
diferenciado de la actitud.
Finalmente, la conducta es “un candidato todavía más improbable a formar parte de la actitud”
(Morales y Moya, 1996) ya que, en opinión de Fishbein y Ajzen, la actitud influye en la
intención y ésta en la conducta. El modelo propuesto por Fishbein y Ajzen, por tanto, separa las
creencias y la conducta del componente evaluativo, al que convierten en el único componente
actitudinal. La actitud está en función de las creencias y es descrita en términos de una
estructura multiatributo (ver esquema 3).
Sin embargo, el modelo de cadena causal no está exento de críticas. En el apartado “Críticas al
modelo de Fishbein y Ajzen” se analizan las objeciones que desde distintos ámbitos recibe el
modelo teórico propuesto por estos autores. Así, por ejemplo, distintos autores (Breckler, 1984)
demuestran que, si bien es posible vehicular la estructura actitudinal mediante una sola
respuesta afectiva, esto sólo resulta factible cuando las creencias salientes acerca del objeto
actitudinal son simples, su número pequeño y no existe contradicción entre unas y otras; en el
caso contrario, la respuesta evaluativa no alcanza a representar la estructura de la actitud. Zanna
y Rempel (1988) reprochan a Fishbein y Ajzen (1975) la asunción de la valoración únicamente
en cuanto a su carácter utilitario.
En opinión de Morales y Moya (1996), esta apreciación resulta correcta ya que, siguiendo el
procedimiento especificado por estos autores, la evaluación es el resultado de la suma de una
serie de productos, todos derivados de multiplicar cada propiedad del objeto por el valor que le
otorga la persona. En opinión de Zanna y Rempel (1988), se podría dar el caso de que un objeto
actitudinal sea evaluado de determinada manera (bueno o malo, agradable o desagradable, etc.)
y sin embargo la emoción asociada a dicha evaluación pueda ser fuerte, débil, o incluso no
existir, y ello no se considera en este tipo de modelo (Morales y Moya, 1996).
Eagly y Chaiken (1993) señalan que las actitudes, entendidas en el sentido de evaluaciones
generales, pueden ser producto de reacciones afectivas y conductuales a objetos de actitud, al
igual que a respuestas cognitivas, y se puede encontrar evidencias sobre la separabilidad de los
determinantes (costes y beneficios) cognitivos y (sentimientos positivos y negativos) afectivos
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de la actitud o la intención. Pese a las críticas recibidas, Ajzen (1989) considera que “la
mayoría de los datos aportados en la literatura son bastantes consistentes con el modelo en el
que un único factor informa de la mayor parte de la varianza en las respuestas actitudinales”.
La conclusión sobre los modelos que intentan estructurar el concepto de actitud es, como
vemos, la existencia de contradicción en la evidencia empírica. En opinión de Hewstone
(1992), la investigación de carácter práctico se inclina hacia la concepción unidimensional de la
estructura actitudinal, ya que resulta más sencilla la medición de dicho concepto (Dawes y
Smith, 1985). Y, siguiendo a Lameiras (1997), los resultados obtenidos de distintas
investigaciones revelan fuertes correlaciones entre los tres componentes, y poca evidencia para
la validez discriminante (Widaman, 1985). Consecuentemente, no hay diferencias importantes
en el poder predictivo de los componentes cognitivo, afectivo y conativo y por tanto el modelo
de cadena causal sería el más aceptado.
Intensidad de la actitud
Las actitudes fuertes se vieron asociadas a las creencias más accesibles, y cuando la fuerza de
una actitud fue evaluada por significados relativamente objetivos, resultó ser más resistente al
cambio (Ajzen, 2001).
Las actitudes más fuertes son las que mayor impacto ejercen en el comportamiento de los
individuos, el término intensidad implica la fuerza de la reacción emocional provocada por la
actitud (intensidad), la medida de la preocupación y afectación personal (importancia), la
cantidad de información que el sujeto posee acerca del objeto actitudinal (grado de
conocimiento) y hasta qué punto la actitud acude a la mente (accesibilidad); componentes que,
si bien juegan parte en la intensidad, aparecen relacionados unos con otros (Krosnick y col.,
1993).
La importancia: Es decir, “la medida en la que un individuo se preocupa por la actitud, cuanto
mayor sea así será la tendencia de los sujetos a utilizar dicha actitud en el procesamiento de la
información, la toma de decisiones y la realización de conductas (Kraus, 1995). Los factores
implicados en la determinación de la importancia de la actitud son tres: El interés propio, la
identificación social y la relevancia de valores.
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2003). Los pasos según los cuales la conducta es influenciada automáticamente por la actitud,
se pueden describir de la siguiente forma: cuando el individuo se encuentra ante el objeto
actitudinal, la actitud es activada y actúa a modo de filtro a través del cual el sujeto percibe
dicho objeto; en caso de que la actitud activada sea positiva, resulta posible que el sujeto
reconozca, atienda y procese sobre todo las cualidades positivas que el objeto muestra en la
situación inmediata; si la actitud activada es negativa, la atención del sujeto se dirigirá hacia
las cualidades negativas de dicho objeto actitudinal, con lo cual “la accesibilidad de
valoraciones negativas versus positivas influencian el procesamiento que el sujeto hace de la
información” (Fazio 1989).
Grado de experiencia: cuanta más experiencia directa tienen los sujetos con el objeto, más
jerárquica y compleja debía ser la organización de su estructura actitudinal y menos podría
estar ilustrada dicha estructura por un simple factor afectivo (Stahlberg y Frey, 1992).
A partir de aquí, Schlegel y DiTecco (1982) afirman que para las actitudes no basadas en la
experiencia, la medida de la respuesta afectiva resume la estructura total de la actitud y la
predicción de la conducta puede basarse en los componentes afectivos; pero con actitudes
basadas en la experiencia, sin embargo, la predicción conductual deberá ser mejorada
introduciendo las creencias actitudinales (variables de la estructura cognitiva). Los resultados
obtenidos son apoyados por Fazio y Zanna (1981), quienes postulan que las actitudes
adquiridas mediante experiencia directa poseen mayor claridad (con lo cual pueden ser mejor
discriminadas) y una mayor estabilidad temporal, por lo que las personas se ven fuertemente
influenciadas por estas actitudes. Concluyen afirmando que “las actitudes basadas en
experiencia conductual con el objeto de actitud son más predictivas de la conducta que las
actitudes basadas en experiencia indirecta no conductual” (Fazio y Zanna, 1981).
En la misma línea, afirman que las actitudes que surgen de la experiencia directa con el objeto
actitudinal son más estables, resisten mejor los ataques y las críticas e inspiran mayor confianza
en la persona que las mantiene, siendo más probable su evocación ante la mera presencia del
objeto actitudinal y mayor su influencia sobre la conducta.
Cambio de actitudes
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Las actitudes no son estáticas y pueden cambiar a lo largo del tiempo debido a una variedad
de factores. El cambio de actitudes es un proceso complejo que implica la modificación de
las evaluaciones, creencias y sentimientos que tenemos hacia un objeto, persona o idea en
particular. Comprender cómo se produce el cambio de actitudes es crucial tanto a nivel
individual como social.
El estudio del cambio de actitudes no solo nos ayuda a comprender cómo las personas
pueden modificar sus propias actitudes, sino que también nos permite explorar cómo se
pueden abordar las actitudes negativas o perjudiciales en el contexto social. El cambio de
actitudes desempeña un papel crucial en diversas áreas, como la publicidad, la promoción
de comportamientos saludables, la reducción de prejuicios y estereotipos, y la resolución de
conflictos intergrupales.
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al cambio. Esto tiene implicaciones importantes tanto a nivel individual como en la
construcción de una sociedad más inclusiva y equitativa
Actitudes y comportamiento
Las actitudes y el comportamiento son dos aspectos interrelacionados de la psicología
social. Si bien las actitudes pueden proporcionar información sobre nuestras evaluaciones y
predisposiciones hacia personas, objetos o ideas, la relación entre las actitudes y el
comportamiento no siempre es directa y consistente. En este apartado, exploraremos la
consistencia entre actitudes y comportamiento, las barreras y facilitadores del cambio de
comportamiento basado en las actitudes, y el papel de las normas sociales en la relación
entre actitudes y comportamiento.
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Es importante tener en cuenta que la relación entre actitudes y comportamiento es compleja
y está influenciada por una variedad de factores individuales, situacionales y sociales.
Comprender esta relación nos permite analizar críticamente nuestras propias actitudes y
comportamientos, así como considerar estrategias para fomentar la consistencia y la
alineación entre ambos.
la relación entre actitudes y comportamiento puede ser compleja, existen estrategias que
pueden fomentar la consistencia y la alineación entre ambos. Algunas de estas estrategias
incluyen:
3. Apoyo social: Contar con el apoyo de personas que comparten nuestras actitudes y
creencias puede fortalecer nuestra capacidad para mantener consistencia entre
nuestras actitudes y nuestro comportamiento. El respaldo social puede ayudarnos a
resistir las presiones sociales contrarias y a mantenernos firmes en nuestras
convicciones, facilitando así el cambio de comportamiento coherente con nuestras
actitudes.
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estudio de las actitudes políticas, se pueden desarrollar estrategias para promover la
participación ciudadana, la toma de decisiones informadas y el compromiso cívico.
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