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¡Cuidémonos!
Moderadora
Karikai

Traducción
Mona
4

Corrección
Karikai

Diseño
Dabria Rose
Kathleen
Palabras que describen a Nash Ryan:
Solitario.
Impredecible.
Malvadamente caliente.
Implacable.
Probablemente no es el tipo de hombre al que alguien debería confiar un bebé.
Definitivamente no es el tipo de hombre al que una mujer debería confiar su
corazón.
Cuando Nash volvió a la ciudad para cuidar de su hermanito creí saber exactamente 5
quién era.
No sería la primera vez que me equivocaba.
Yo también pensaba que había terminado de entregar mi corazón hasta que él me
demostró lo contrario.
Pero no tenemos ninguna oportunidad porque todo está listo para deshacerse.
Y los secretos que he guardado serán nuestra perdición.

Nash
No es la primera vez que conozco la tragedia.
Quizá por eso siempre he elegido estar solo.
Pero mi vida de soledad termina ahora porque un terrible giro del destino me ha
hecho el tutor de mi hermano de cuatro meses.
De repente tengo un niño que criar y un negocio familiar que salvar.
No hay tiempo para nada más.
Por eso Kathleen Doyle y yo llegamos a este acuerdo.
Antes era una chica nerd y delgada que me seguía a todas partes, ahora es una
madre soltera con el cabello flameante, un cuerpo de infarto y demasiadas
responsabilidades.
Nos dijimos que sólo era sexo.
Nos dijimos que no había condiciones ni expectativas.
Mentimos.
Y las consecuencias nos costarán.
Pero no voy a entregar esta nueva familia sin una batalla.
Porque en esta vida puede que sólo tengamos una oportunidad de tenerlo todo.

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Importante ..................................................................................................................................... 3
Créditos.......................................................................................................................................... 4
Sinopsis ........................................................................................................................................... 5
Capítulo Uno ................................................................................................................................. 9
Capítulo Dos................................................................................................................................ 12
Capítulo Tres .............................................................................................................................. 17
Capítulo Cuatro ......................................................................................................................... 26
Capitulo Cinco ............................................................................................................................ 34
Capítulo Seis................................................................................................................................ 37
Capítulo Siete ............................................................................................................................. 50 7
Capítulo Ocho ............................................................................................................................ 59
Capítulo Nueve ........................................................................................................................... 66
Capítulo Diez............................................................................................................................... 72
Capítulo Once ............................................................................................................................. 79
Capítulo Doce ............................................................................................................................. 86
Capítulo Trece ............................................................................................................................ 98
Capítulo Catorce ..................................................................................................................... 105
Capítulo Quince........................................................................................................................ 113
Capítulo Dieciséis ..................................................................................................................... 122
Capítulo Diecisiete................................................................................................................... 129
Capítulo Dieciocho .................................................................................................................. 137
Capítulo Diecinueve ................................................................................................................. 142
Capítulo Veinte ........................................................................................................................ 148
Capítulo Veintiuno .................................................................................................................. 154
Capítulo Veintidós ................................................................................................................... 161
Capítulo Veintitrés ................................................................................................................. 165
Capítulo Veinticuatro ............................................................................................................ 169
Capítulo Veinticinco ............................................................................................................... 177
Capítulo Veintiséis ................................................................................................................... 182
Capítulo Veintisiete................................................................................................................. 188
Epílogo ........................................................................................................................................ 194
Acerca de la Autora ............................................................................................................... 199

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Nash
El teléfono empezó a vibrar en mi bolsillo trasero en el mismo instante en que
introducía la llave en la cerradura. Lo ignoré y abrí la puerta de mi apartamento.
El viaje de Portland a casa había sido largo y la adrenalina estaba
desapareciendo. La sangre seca se había endurecido sobre la piel rota de mis
nudillos derechos. Los cortes escocían cuando mi excitable pastor alemán lamía la
herida con un quejido compasivo. Mientras tanto, mi teléfono emitió una nueva
llamada de atención y luego enmudeció.
—Tranquila, chica —dije, dándole una palmadita a la perra y dirigiéndome al 9
fregadero de la cocina.
Hice una mueca de dolor y flexioné la mano bajo el chorro de agua fría. Había
un antiséptico en el armario de la izquierda. Quité el tapón del frasco con los dientes
y me lo eché en los nudillos partidos, siseando una maldición cuando me palpitó como
un hijo de puta. La inflamación probablemente duraría varios días y sería un incordio
cuando los cortes se curaran.
Y, sin embargo, no me arrepentía de nada.
Unos cuantos rasguños superficiales eran un precio aceptable por darle una
lección a un imbécil abusivo. Al recordar el gemido de dolor del tipo cuando mi puño
le golpeó la mandíbula, sonreí.
No, no me arrepentía de nada sobre esta noche.
Todavía estaba tratando de curarme la mano herida cuando oí que mi teléfono
emitía un aviso de buzón de voz. Mi mirada se posó en el reloj digital del microondas.
Eran las dos y media. No había motivo para una llamada a esta hora. Vivía solo, no
tenía novia y apenas hablaba con mis vecinos. La única razón por la que había
conducido hasta Portland esta noche fue porque un viejo amigo de la universidad
tenía una escala de seis horas en la ciudad y pensé que incluso un cabrón antisocial
como yo podía soportar pisar un bar una vez por temporada.
Después de llevar a mi amigo de vuelta al aeropuerto, volví al bar donde
habíamos estado pasando el rato. Tenía una razón, una que la mayoría de la gente no
aprobaría. Quería ver si el hijo de puta que había hecho llorar a su cita seguía por allí.
Y lo estaba. Era un bastardo de barriga blanda que seguía bebiendo chupitos a pesar
de que no era de los que aguantan bien el alcohol. Cuando salió tambaleándose un
rato después, lo seguí. Se detuvo a mear en un sombrío rincón del estacionamiento y
ni siquiera tuvo tiempo de soltar su polla antes de que yo chocara con él.
Probablemente lo tomó como un atraco cotidiano hasta el final, cuando me acerqué
lo suficiente como para oler su aliento agrio y el hedor rancio de su miedo y siseé:
—No vuelvas a hacerle daño a una mujer, carajo.
Sabría lo que significaban esas palabras. Recordaría la forma en que retorció
el brazo de la chica por detrás de la espalda y le susurró algo al oído mientras su cara
se retorcía de dolor antes de que consiguiera zafarse de su agarre. Al menos ella tuvo
el suficiente sentido común como para huir de él y el hijo de puta debió pensar que
ahí acababa todo, sin adivinar qué clase de hombre lo estaba observando desde el
otro lado de la barra.
Después de golpear al imbécil contra la pared por última vez, desaparecí,
despreocupado por la policía. No había testigos a la vista. Además, había aparcado a
dos manzanas y llevaba la gorra de béisbol demasiado baja para que las cámaras me
vieran la cara.
No había planeado esto, no había salido esta noche con la intención de atrapar
a algún imbécil en el acto de ejercer su testosterona sobre una mujer sólo porque
podía. Nunca planeaba estas cosas.
Pero cuando los encontraba reaccionaba. Tenía que hacerlo. Porque conocía la 10
terrible verdad. Con demasiada frecuencia en esta vida la justicia no llegaba a tiempo
para salvar a quienes más la necesitaban. Esa era la idea que me quitaba el sueño: si
yo no intervenía, nadie lo haría.
Roxie empujó su plato de comida y volvió a lloriquear, así que le di un poco de
agua y un puñado de galletas. Masticó feliz mientras yo abría la puerta corredera de
cristal del patio y contemplaba la playa. Podía oír en la oscuridad las olas del Pacífico
Norte rompiendo contra las rocas. Antes el tiempo había estado tranquilo, pero ahora
el viento era feroz y el aire de mayo más frío de lo habitual. Todo en este entorno me
gustaba: el frío, la falta de sol, las tormentas que llegaban del océano helado y
golpeaban la costa. Llevaba dos años viviendo en este apartamento y tenía todo lo
que necesitaba. Podía trabajar desde casa y el alquiler era razonable. A algunos les
parecería una vida mediocre, pero la verdad es que no me sentía solo en absoluto.
No echaba de menos a la gente, la verdad es que no.
Diablos, siempre puedo hablar con mi perra si me desespero.
Esta noche, mi amigo había sacudido la cabeza con su Crown y Cola y me había
preguntado si me estaba divirtiendo últimamente. Yo sabía a qué se refería y no le di
importancia porque no me gustaba dar explicaciones y porque, de todos modos, no
era un gran amigo.
Si quería encontrar algo bonito que me hiciera compañía, sabía dónde
encontrarlo. Había una bulliciosa ciudad universitaria a menos de treinta kilómetros.
Sin embargo, no lo hacía, no rondaba por los bares en busca de universitarias
dispuestas porque ya no era el imbécil de ligue ocasional que había sido antes. No
tenía nada permanente que ofrecer a nadie. Mi soledad estaba demasiado arraigada.
Nada ni nadie me haría cambiar de opinión sobre este exilio autoimpuesto.
Como si se opusiera a mis pensamientos sobre la soledad y el exilio, el teléfono
de mi bolsillo trasero volvió a enloquecer. Cerré la puerta corredera de cristal y
saqué el objeto que vibraba. El número que aparecía en la pantalla era desconocido.
Un número de Arizona.
—¿Hola? —Dije mientras los primeros sentimientos instintivos de inquietud
burbujeaban en mis entrañas.
—¿Nash? —ahogó una voz. Había sollozos—. Nash, soy Jane.
Jane. Técnicamente tía Jane. La hermana pequeña de mi padre iba a la deriva
por la vida en una plácida bruma artística mientras se envolvía en el vestuario de
Stevie Nicks1. Manteníamos el contacto por correo electrónico, pero no recordaba la
última vez que había hablado con ella. Puede que fuera la última vez que volví a Hawk
Valley. Hace cuatro años. No, cinco años.
Y ahora, por alguna razón, Jane había buscado mi número de teléfono para
llamarme en mitad de la noche. Y estaba llorando.
—¿Qué pasa? —pregunté y surgió una sensación de pavor al recordar algo que
tendía a olvidar estos días, que había gente en el mundo que me importaba.
Entre sollozos y palabras entrecortadas me lo contó todo.
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Escuché pero no comprendí, no inmediatamente.
Debería haber previsto que las cosas más terribles suceden cuando menos las
ves venir. El destino era un hijo de puta cruel y debería haber estado preparado para
otro golpe. No estaba preparado para esa agonía la primera vez que ese bastardo
llamado, destino, había diezmado mi vida.
Ahora tampoco estaba preparado.
No estaba preparado para nada.

1 Stevie Nicks: Es una cantante y compositora estadounidense, conocida tanto por su

trabajo con Fleetwood Mac como por su extensa carrera solista. Es una de las pocas artistas de
rock que ha mantenido una larga carrera en solitario formando parte al mismo tiempo de una
banda exitosa
Kathleen
La amenaza siempre estaba ahí en las estaciones secas. Algún campista
despistado podía encender un cigarrillo en la espesura o ignorar las advertencias de
la hoguera para asar perritos calientes porque siempre hay algún imbécil que cree
que las normas no se aplican a él. Y así, diez mil acres de verdes pinos ponderosa se
convertían en humo. Las montañas estaban salpicadas de pintorescos pueblos y
cabañas por todas partes, así que había mucho en juego cuando sonaba la alarma. Los
equipos de bomberos se ponían en marcha de inmediato para evacuar las zonas
amenazadas y trabajaban sin descanso hasta contener el peligro.
A veces no era suficiente.
A veces, la combinación de viento y llamas desbarataba los mejores esfuerzos 12
que podían hacer los hombres.
—¿Kat?
La voz en la puerta de la cocina era estridente. Siguieron tres golpes secos en
la madera.
—¡Kat, soy yo!
Mis articulaciones agarrotadas se quejaron cuando me separé de la dura silla
de madera en la que me había hundido cuando el cielo aún estaba oscuro. Intenté
cruzar la habitación antes de que mi mamá volviera a golpear la puerta y despertara
a todo el mundo. No era famosa por su paciencia.
—Por favor, guarda silencio —siseé cuando abrí la puerta.
Mi mamá parpadeó a la luz del sol de media mañana.
—Tienes un aspecto horrible —me dijo. En su lista de virtudes nunca había
incluido el tacto.
—Lo siento, no di prioridad a mi rutina de belleza esta mañana. —Abrí más la
puerta para que pudiera pasar el umbral. Traía consigo el olor acre del humo, pero
no se podía evitar. Cuando había un incendio en las montañas cercanas, la neblina y
el hedor se extendían inevitablemente por Hawk Valley.
Mi mamá se dirigió a la cafetera, suspiró cuando la encontró vacía y empezó a
llenar ruidosamente la jarra del grifo.
—Hay camiones de noticias y equipos de bomberos por todas partes —dijo en
un tono que daba a entender que su presencia le estaba arruinando el día—. Esta
mañana ni siquiera pude tomar café. Había diez personas en la fila de Ed's.
—Qué fastidio —murmuré, pensando en todas las personas a las que les
encantaría contar una espera de diez minutos para el café como su mayor problema
esta mañana.
—Sí, lo fue —dijo, sin captar mi sarcasmo.
La cafetera silbó al calentarse. Me froté los ojos, empezando a sentir los efectos
físicos de los horrores de la noche anterior. Mentalmente aún no podía hacerlo, no
podía asimilar los tormentos emocionales que se avecinaban. No había final en el
horizonte. Habría llantos, funerales y, con el tiempo, la desesperación se disiparía,
pero no habría final. Sólo una nueva y triste realidad. Y un niño huérfano.
—Kathleen, ¿estás bien? —Mi mamá sonaba preocupada ahora. Realmente no
era cruel. Es sólo que a veces su indicador de sensibilidad se atascaba.
Me limpié una lágrima que rodaba por mi mejilla.
—No puedo creer que todo esto sea real —dije.
Asintió con la cabeza y, por primera vez, una expresión de dolor pasó por su
rostro. Después de todo, Heather había sido su sobrina. Había sido mi prima.
—Lo sé —dijo—. Nunca pensé que vería el día en que estaría un poco
agradecida de que el cáncer se llevara a mi hermana a una edad temprana. Pero
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tengo que decir que me alegro de que no viviera para ver la muerte de su única hija.
Alargué la mano para tomar una taza de cerámica del armario que había sobre
el fregadero. Mis dedos pasaron por alto la caprichosa colección de tazas de colores
pastel y se cerraron en torno a una taza de recuerdo que mostraba una hilera de
frondosos pinos verdes bajo las palabras Hawk Valley Happiness en letra roja. En la
tienda de la avenida Garner que mi prima Heather regentaba con su marido, Chris,
se vendían docenas iguales. Las había diseñado ella misma.
Después de servirle una taza de café a mi mamá, me llené una para mí. Las dos
tomábamos el café solo, una de las pocas cosas que teníamos en común. Sorbimos de
nuestras tazas en un triste silencio mientras yo pensaba en lo diferente que había
parecido el mundo doce horas atrás.
Los vientos habían sido muy fuertes la noche anterior, agitados por alguna
colisión meteorológica que probablemente habría tenido sentido para mí en mis días
de estudiante. Mi única preocupación era que el ruido no dejara dormir a Emma y al
bebé. Por suerte, mi hija de tres años y medio no había heredado mis inquietos
hábitos de sueño, pero el bebé era otra historia. Sólo tenía cuatro meses y era la
primera noche que pasaba lejos de sus padres. Se quejaba mientras el viento
golpeaba las paredes exteriores y silbaba por las pequeñas grietas que encontraba.
Lo acuné durante una hora antes de que se calmara, pero no me importó en absoluto.
Era agradable volver a sentir el cálido peso de un bebé. Ahora que Emma había
superado la agonía de la primera infancia, a menudo se negaba a que la abrazaran.
Cuando Heather me preguntó si podía cuidar de Colin durante la noche para
que ella y Chris pudieran disfrutar de un romántico aniversario en su cabaña de las
montañas, no dudé en aceptar. Estuvo a punto de cambiar de opinión y llevárselo con
ella, pero Chris se rió, la llamó mamá osa y los dos se fueron solos de viaje de
aniversario.
Colin por fin estaba dormido cuando lo acomodé en la cuna portátil de la
habitación de Emma y fue entonces cuando oí la primera de las sirenas. Podían ser de
cualquier cosa. Un accidente de auto. Una línea eléctrica caída. No les di importancia.
Justo cuando estaba a punto de salir de la habitación, Colin soltó un grito agudo y me
quedé un momento en la puerta para ver si se despertaba, pero simplemente se
movió y volvió a dormirse.
Horas después me despertó una llamada histérica de Jane, la hermana de
Chris. Era la novia desde hacía mucho tiempo del jefe de bomberos local, así que
había sido la primera en enterarse. El fuego se había propagado con rapidez y sin
piedad, arrasando hectáreas enteras en cuestión de instantes antes de que una
repentina ráfaga de lluvia aplacara su furia, sin extinguirlo por completo pero dando
a los equipos la oportunidad de contraatacar. Los primeros en llegar al lugar de los
hechos tuvieron que revisar la media docena de cabañas que habían sido devoradas.
Sólo una estaba ocupada. Aún faltaba la identificación formal de los cadáveres, pero
todos sabían que aquella cabaña había pertenecido a la familia Ryan durante
generaciones. Y Jane confirmó a las autoridades que su hermano y su esposa habían
conducido hasta allí ayer por la tarde. 14
Ahora no podía dejar de pensar en aquel grito estridente y solitario de Colin.
Me preguntaba si ese fue el momento en que sus padres se vieron rodeados por el
fuego. Y me pregunté si se había producido uno de los trágicos misterios del
universo, si su mente infantil sabía de algún modo lo que había ocurrido a kilómetros
de distancia, en las montañas.
—¿Mami? —Emma entró en la cocina como un ángel soñoliento en su camisón
azul pálido.
—Hola, cariño —le dije tendiéndole la mano.
Se quedó donde estaba, mirándome solemnemente. Era lo bastante mayor
como para tener recuerdos permanentes de la noche anterior y de haber sido
despertada por el sonido de adultas sollozando.
—Estás llorando —dijo.
—Ven aquí, mi niña bonita —dijo mi mamá y se agachó con los brazos abiertos.
Emma me miró una vez y se dirigió a su abuela.
Emma se dejó subir al regazo de mi mamá. Bostezó y dijo:
—Colin está haciendo ruidos.
—¿Está despierto? —pregunté.
Asintió.
—Está haciendo ruidos.
Había pensado que le oiría si lloraba. Dejé mi taza de café.
—Iré a ver.
Desde la cuna Colin emitía gorgoteos irregulares, pero en cuanto me vio estalló
en un llanto desgarrador. Lo levanté mientras le decía palabras tranquilizadoras y
deseaba que mi corazón no se rompiera en mil pedazos al pensar en lo mucho que
había perdido este dulce bebé.
—Alguien tiene un pañal apestoso —dije con alegría forzada y le hice
cosquillas después de acostarlo en el cambiador. Me sonrió.
Cuando volví a la cocina encontré a mi mamá dándole de comer a Emma un
plato de galletas de chocolate, pero supuse que esta mañana podría abstenerme de
discutir sobre las virtudes de un desayuno sano.
Tomé un biberón de la nevera, preparado por Heather, y me senté en una silla
con el bebé. Se aferró con entusiasmo al biberón y me miró con unos ojos azules muy
abiertos que me recordaron a otra persona. Heather tenía los ojos marrones. Los ojos
azules venían del lado de la familia de Chris y parecía que Colin iba a heredarlos.
—¿Cuánto tiempo vas a poder hacer esto? —preguntó mi mamá.
—¿Hacer qué?
—Cuidar de ese bebé. Ya estás al límite entre tu trabajo, la escuela y el cuidado
de tu hija.
15
Apreté los dientes.
—¿Te estás ofreciendo a ayudar?
Evitó la pregunta.
—Los padres de Chris están muertos, al igual que la madre de Heather. Su
padre está vivo, pero créeme, no va a echar una mano. Y no me hagas hablar del
desastre de hermana de Chris. Jane ni siquiera puede cuidar de sí misma.
Emma nos miraba con los ojos muy abiertos mientras masticaba sus galletas,
así que no le respondí que no era el momento de calumniar a gente que estaba
destrozada.
—Sólo pienso en ti —resopló mi mamá cuando no respondí.
—Entonces ayúdame pasándome mi teléfono —le dije—. Está justo ahí en el
mostrador.
En algún momento, mientras dormía la siesta en la silla de la cocina, Jane me
había enviado un mensaje de texto. Enarqué las cejas por el mensaje, aunque la
noticia no debería haberme sorprendido. Por supuesto que vendría. Chris había sido
su padre y, aunque sabía que no se llevaban muy bien, imaginaba que la noticia debía
ser un shock terrible.
—Nash está en camino —dije.
—¿Quién? —preguntó mi mamá.
Suspiré.
—Nash Ryan. El hijo de Chris. Te acuerdas de él, ¿verdad?
Arrugó la cara.
—Sí, vagamente.
—Viene directamente desde Oregón. Jane cree que estará aquí a última hora
de esta noche.
Se encogió de hombros.
—Yo tampoco contaría con su ayuda si eso es lo que estás pensando.
En realidad estaba pensando en Colin. Pensaba en que tenía un hermano al que
nunca había conocido y que ese hermano era ahora su pariente vivo más cercano.
Colin agitó un pequeño puño en el aire cuando terminó su biberón, lo apoyé
en mi hombro para que eructara.
No tenía ni idea de qué esperar del regreso de Nash Ryan. Hubo un tiempo en
que su nombre provocaba todo tipo de sentimientos volátiles en mi interior. Durante
unos confusos años de adolescencia había creído estar enamorada de él, antes de
comprender que el amor no significa seguir todos los movimientos de un chico
mientras te consume una lujuria obsesiva. No fue nada, sólo un patético
enamoramiento en el que apenas había pensado en años. Sólo esperaba, por el bien
del pequeño que tenía en mis brazos, que Nash se interesara por él. Colin necesitaría
todo el amor posible.
16
Más que nada, esperaba que Nash se hubiera convertido en un hombre mejor
de lo que insinuaban los rumores.
Nash
El crepúsculo volvía a asentarse cuando crucé la frontera con Arizona. Roxie
levantó la cabeza y miró por la ventanilla mientras atravesábamos el árido paisaje
lunar del desierto de Mohave.
—Creo que nos toca un descanso —dije y me detuve en la arena a un kilómetro
y medio de la carretera.
Mi perra estaba muy bien adiestrada, pero la llevé con correa mientras hacía
sus necesidades. La luna llena empezaba a asomar por el horizonte y los colores del
cielo combinados con la inmensidad del desierto hacían que la escena pareciera
sacada de una película de Star Wars. Cuando era niño había estado por aquí una vez,
con mi padre. Íbamos al lago Havasu. Recuerdo que me fascinaron los espacios 17
abiertos sin árboles, llenos de arena y desolación, tan diferentes del verdor de Hawk
Valley, incluso diferentes de la expansión urbana de estuco salpicada de cactus de
Phoenix. Parecía imposible que siguiéramos en el mismo estado. Esto es lo que la
gente piensa cuando habla de Arizona, este desierto desolado. Pero no todo era así.
Roxie bebió a lengüetazos el agua que le di cuando volvimos a la camioneta.
Yo también bebí una botella de agua y contemplé las estrellas que empezaban a
aparecer. A mi padre le gustaba mucho la astronomía. Había tomado algunas clases
en la universidad local, pero abandonó sus estudios cuando llegué yo y supo que
trabajaría para siempre en la pequeña tienda familiar de Hawk Valley, donde un título
de astronomía era tan útil como los pezones en un hombre. Pero nunca había perdido
su amor por el cielo, y a menudo conducía hasta el gran observatorio de Flagstaff.
—Eso es lo que pasa con las estrellas, Nash. Las veas o no, siempre están ahí
arriba. No hay muchas constantes así en este mundo.
Aplasté la botella de agua vacía y la metí en la guantera para que Roxie no la
masticara. Después de la llamada de Jane, me había puesto a hacer las maletas a toda
prisa para ponerme en camino. Eso me impidió pensar. Lo último que quería era
pensar demasiado. Conducir tenía sentido porque no tenía dónde dejar al perro y, de
todos modos, no había vuelos directos al pequeño aeropuerto regional a sesenta
kilómetros de Hawk Valley. Si volaba, tendría que llegar a Portland, esperar a que
saliera un vuelo a Phoenix y alquilar un auto para conducir dos horas hasta la ciudad.
O podía hacer lo que me diera la gana y conducir directamente, evitándome todas
esas molestias.
En cuanto al alojamiento, ya lo decidiría cuando llegara. No sabía cuántos días
me quedaría. Estaría allí al menos hasta los funerales y hasta que supiera que se
ocuparían del bebé.
Una vez en la carretera, descubrí que no podía escapar de mis pensamientos
por mucho que lo intentara. Los kilómetros vacíos me daban demasiado tiempo para
pensar. Y demasiados malditos recuerdos en los que pensar.
La última vez que había hablado con mi padre fue hace cuatro meses, el día que
nació mi hermano Colin. No hablamos durante mucho tiempo y no habíamos vuelto a
hablar desde entonces. Me mandaba fotos a menudo: fotos del bebé, fotos de Heather
y el bebé, fotos de los tres juntos como una pequeña familia feliz y perfecta. Quizá
pensó que todas esas fotos me animarían a viajar hasta allí y conocer a mi hermanito.
Lo pensé. Pero Chris Ryan y yo siempre habíamos sido como el agua y el aceite. Creía
que le estaba haciendo un favor a su familia manteniéndome alejado por el momento.
Sabía cómo irían las cosas si viajaba a Hawk Valley. Inevitablemente, mi padre
y yo nos lanzaríamos a alguna discusión insignificante o continuaríamos con viejas
pautas competitivas. Heather se sentiría incómoda por su papel en la discordia entre
nosotros, aunque mi padre y yo habíamos estado enfrentados mucho antes de que
ella llegara. Además, el bebé era demasiado pequeño para saber quién demonios
era yo. 18
Así que en lugar de visitarlo y crear problemas, le envié una tarjeta de regalo
de quinientos dólares y otra tarjeta cursi sobre la felicidad, las bendiciones y esas
cosas.
De todos modos, estaba seguro de que no tenía nada que ofrecer a un hermano
a estas alturas. Nos llevábamos veinticinco años de diferencia, por el amor de Dios.
Por todas partes veía hombres de mi edad que se estaban convirtiendo en padres. Mi
propio padre tenía un hijo en la guardería cuando tenía mi edad. Él y mi madre eran
prácticamente niños cuando se conocieron en una fiesta en Phoenix y mi padre
empezó a conducir hasta allí todos los fines de semana para verla. Seguro que no
planearon nada para mí. Ni siquiera podían pedir legalmente una copa cuando nací.
Tampoco estuvieron juntos por mucho tiempo. No recordaba a Chris Ryan como un
padre afectuoso. Podía ser duro, inflexible. A veces decía cosas que me costaba
perdonarle. Era cierto que se había suavizado en los últimos años, pero para entonces
la distancia entre nosotros era demasiado grande. Sabía que veía a Colin como su
segunda oportunidad, la oportunidad de empezar de nuevo y criar a un hijo como es
debido. No quería interferir en ello.
Sin embargo, en algún lugar de mi mente pensaba que llegaría el día en que
tendríamos otra oportunidad. Algún día quizá él y yo podríamos sentarnos en el
chirriante porche delantero de su vieja casa con un par de cervezas y mantener una
conversación como hacían padres e hijos en todos los lugares y tiempos.
Algún día.
Era una puta píldora demasiado amarga para tragar en este momento. Todavía
no podía tragármela.
Hacía tiempo que había oscurecido cuando por fin llegué a los límites de la
ciudad de Hawk Valley. El lugar tenía prácticamente el mismo aspecto que la última
vez que lo había visto. Hawk Valley era una ciudad estancada en el tiempo, que
mantenía un encanto pintoresco y polvoriento mientras intentaba mantener a flote sus
pequeños negocios. Los ciclos de auge y caída del mercado inmobiliario de Phoenix
no se extendían tan al norte, y los compradores de casas de vacaciones tendían a
evitar el lugar y a elegir cabañas de montaña en su lugar. Había una pequeña
universidad a las afueras de la ciudad, pero en general Hawk Valley era más bien un
lugar de paso que dependía de los marginados de la industria turística que gastaban
sus pocos billetes en las tiendas de recuerdos de la avenida Garner o comían algo
rápido en los cafés locales. La gente que vivía allí se las arreglaba y se aferraba a lo
que tenían.
Un acuerdo de custodia compartida significaba que pasaba aquí los veranos y
las vacaciones cuando era niño. El verano que cumplí catorce años me convertí en
residente permanente. No fue por elección. Fue porque la peor pesadilla posible se
había hecho realidad. Pero eso era lo último en lo que quería pensar. La situación
actual ya era lo bastante terrible como para no pensar en el pasado.
Las noticias estaban en toda la radio local. Incendio forestal en las montañas
Hawk. Dos vidas perdidas. Las llamas están contenidas al cien por ciento. Todavía no 19
había información sobre cómo se habían originado las llamas, pero con los fuertes
vientos y las condiciones secas no habría hecho falta mucho. El hecho de que el cielo
se abriera justo cuando el fuego rugía fuera de control fue un golpe de suerte para los
equipos de emergencia. Pero no fue lo bastante pronto para mi padre y su mujer.
Jane estaba demasiado angustiada anoche para dar muchos detalles. Mientras
estaba detenido en un semáforo de la avenida Garner intenté llamarla para hacerle
saber que estaba aquí. Estaba preocupado por ella. Mi tía era un alma frágil.
Probablemente no estaba llevando muy bien la muerte de su hermano mayor.
—¿Hola?
—Jane. Soy Nash. Acabo de llegar a la ciudad.
—Nash. Oh, Dios, todo esto es tan horrible y no puedo decir cuánto lo siento.
Jane está durmiendo en mi habitación. Me pidió que contestara si llamabas.
Estaba confundido.
—¿Quién eres?
—Oh, lo siento. Soy Kat Doyle.
La naturalidad con la que la mujer dijo su nombre me hizo pensar que debía
significar algo para mí. Busqué en mi memoria, pero después de veinte horas de viaje
todas las conexiones se habían roto.
—Me dirijo a casa de mi papá —dije, aunque no sabía qué esperaba encontrar
allí. Se me quebró la voz al pronunciar la palabra papá. Cuando lo dije en voz alta no
pude evitar la verdad de que ya no tenía uno. Chris Ryan, el hombre que me enseñó
a atrapar una pelota y a clavar un clavo, había muerto. Claro que tenía sus defectos.
Como todo el mundo.
—¿Por qué no vienes a mi casa? —dijo Kat Doyle—. Sé que hay muchas cosas
de las que ocuparse pero no todo tiene que hacerse esta noche. Jane necesitaba
descansar, pero querrá hablar contigo. Y Colin está aquí. Seguro que quieres ver
cómo está.
Digerí esta información y le pedí a Kat Doyle su dirección. No podía ni empezar
a enumerar todas las cosas que había que solucionar. Jane no estaría en condiciones
de ocuparse de los preparativos del funeral. No había nadie en nuestra familia que
tomara las riendas y sabía que Heather tampoco tenía mucha familia cercana. Pero
todo eso podía esperar unas horas más. La mujer que contestó al teléfono de mi tía
tenía razón. Quería asegurarme de que mi hermano estaba bien.
Kat Doyle vivía en un dúplex entre las viejas casas donde alguna compañía
minera había construido viviendas para sus empleados hacía unos ochenta años. Las
minas que se encontraban a quince kilómetros de la ciudad habían estado cerradas
desde la administración Regan y, a primera vista, la mayoría de estas casas sobrantes
parecían proyectos de primera para uno de esos programas de renovación de casas
para imbéciles.
La mujer que abrió la puerta tenía una larga melena rojiza que le llegaba hasta
la cintura, una cara vagamente familiar y un cuerpo que ni siquiera su camiseta sin
forma y sus pantalones de franela de su pijama podían ocultar. Por supuesto, me sentí 20
como un imbécil por fijarme en su cuerpo en esas circunstancias, pero hay cosas que
están muy arraigadas.
—Nash —dijo y sus ojos verdes estaban llenos de calidez y simpatía.
—¿Kat? —Adiviné.
Asintió.
—Quizá recuerdes que yo vivía tres casas más abajo que tú. Aunque era unos
años más joven.
Algo me hizo clic. Recordé a una chica delgada con una gorra de cabellera
pelirroja cortada a lo chico que siempre llevaba camisetas de bandas de rock clásicas
que le quedaban demasiado grandes. Kathleen Doyle no era conocida por su aspecto
ni por sus elecciones de vestuario, sino porque era una leyenda local, una maldita
genio que ganó todos los premios académicos jamás inventados por el Distrito
Escolar Unificado de Hawk Valley y que, en general, avergonzaba a todos los demás.
También solía seguirme a todas partes aunque yo nunca la reconociera.
—Kathleen —dije—. Ahora te recuerdo.
Una sonrisa de satisfacción se dibujó en sus labios y se desvaneció con la
misma rapidez. Sus ojos se llenaron de lágrimas repentinas.
—Heather era mi prima —dijo—. Lo siento mucho, Nash. Aún estamos
conmocionados.
Frente a la puerta de Kathleen podía oler el humo en el aire. Estaba por todas
partes. Nunca más podría encender una hoguera sin ganas de vomitar.
Roxie sacó la cabeza por la ventanilla de la camioneta y ladró una vez, solo para
recordarme que seguía allí.
—Tranquila —le ordené y gimió una vez, pero se sentó en el asiento.
—¿Trajiste a tu perro? —preguntó Kathleen. Parecía desconcertada.
—Sí. Iba a conducir de todos modos y no sabía cuándo volvería a Oregón.
Pareció meditarlo y me dirigió una larga mirada de valoración que no supe
interpretar.
—Entra —dijo y retrocedió para que yo pudiera despejar la puerta—. Oh
espera, ¿qué pasa con tu perro?
Chasqueé los dedos en dirección al camión.
—Roxie, quédate. —Me volví hacia Kathleen—. No te preocupes por ella. Está
bien entrenada y la ventana está abierta. Estará bien.
La cocina de Kathleen Doyle parecía una cápsula del tiempo de 1983. Sin
embargo, salvo algunos platos en el fregadero, todo estaba ordenado y limpio.
—¿Café? —me ofreció.
—No, gracias. No me gusta la cafeína. 21
Se sirvió una taza de todos modos, probablemente para sí misma.
—Soy demasiado fanática —dijo—. No sé cómo pasaría el día sin él. —Dejó la
cafetera en el suelo—. ¿Quieres que despierte a Jane? Está dormida en mi habitación.
Se tomó un sedante potente para calmarse y Kevin, su novio, Kevin Reston, no quería
que estuviera sola mientras él iba a ocuparse de asuntos del cuerpo de bomberos.
Kathleen hizo una pausa para dar un sorbo a su café. Se apoyó en la encimera
de la cocina, descalza y en pijama, me observó. Una vez más, tuve la sensación de
que sus agudos ojos verdes realizaban una rápida evaluación.
Me apoyé en la pared más cercana y la miré fijamente. Ahora que estaba aquí,
en Hawk Valley, empezaba a asimilar la realidad. Mi padre y su mujer habían muerto.
Mi hermano pequeño era huérfano. Aún no había llorado, pero aquella chica me
miraba con una tristeza que indicaba que comprendía cuánto lo deseaba. El fuego
había sido un acto feroz de la naturaleza, así que no había culpa que atribuir, pero yo
quería gritar y romper algo con las manos de todos modos. Y aunque todavía no había
derramado ni una lágrima, podría tirarme al suelo y llorar hasta que volviera a salir
el sol. Pero no iba a hacer nada de eso en la cocina de Kathleen Doyle.
—¿Seguro que no te vendría bien un café? —preguntó—. ¿O quizás un
tentempié? Podría preparar algo si tienes hambre.
—Estoy bien —dije.
Pero, de hecho, el cansancio me estaba venciendo. No había dormido la noche
anterior y luego pasé veinte agotadoras horas en la carretera pensando en el
arrepentimiento, la ira, la pérdida, y en la vez que mi ratón mascota murió cuando yo
tenía cinco años y mi padre creó un ataúd de caja de puros para él antes de cavar un
hoyo y asistir a un funeral muy sincero en el patio trasero.
—¿Quieres verlo? —preguntó Kathleen.
—¿Verlo?
La idea me horrorizaba. Llevaba todo el día apartando de mi mente ecos
imaginarios de los últimos gritos y visiones de cuerpos carbonizados. Era lógico que
los restos ya hubieran sido recuperados y llevados a la ciudad. Nunca me había
molestado ver sangre, ni siquiera cuando era la mía. Pero sabía que me derrumbaría
si miraba lo que quedaba de mi padre.
—Está dormido en su cuna —dijo Kathleen—. Pero puedes echar un vistazo ahí
dentro.
Respiré aliviado.
—Te refieres a Colin.
—Sí. —Inclinó la cabeza—. Por supuesto que me refiero a Colin.
Kathleen dejó su taza y me hizo un gesto para que la siguiera. La cocina estaba
junto al salón y un corto pasillo daba a dos dormitorios. Kat me condujo al más
pequeño y parpadeé, intentando adaptar mis cansados ojos a la escasa luz. Había una 22
cama pequeña ocupada por una niña. No tenía ni idea de qué edad tenía, pero sabía
que era una niña. Kathleen tocó la cara dormida de la niña y luego se dirigió a la
pequeña cuna del rincón.
Dormía boca arriba, con los puños cerrados sobre la cabeza. No habíamos
encendido ninguna luz, pero algo en nuestra presencia pareció molestarlo, porque
arrugó la cara y soltó un gemido agudo que parecía el de un animalito adolorido.
Luego se le relajó la cara y respiró tranquilamente en un sueño apacible.
No sabía una mierda de bebés.
Sin embargo, mientras permanecía en una habitación oscura junto a Kathleen
Doyle mirando a la pequeña criatura que era mi hermano, se me ocurrió que era la
cosa más asombrosa que jamás había visto. Algo feroz y extraño se retorcía en mi
pecho mientras lo observaba y me encontré deseando haberlo visitado nada más al
nacer. Mi padre pensó que lo haría. Me lo había pedido, incluso se había ofrecido a
pagarme el boleto de avión, aunque sabía que no necesitaba el dinero. Sólo
necesitaba olvidar viejos rencores. Y ahora que por fin estaba aquí, era demasiado
tarde.
—Puedes cargarlo —susurró Kathleen.
Alargué la mano para tocar la mejilla del bebé, pero me aparté antes de llegar.
—Déjalo dormir —le dije.
Kathleen envolvió el cuerpo de Colin con la fina manta de algodón y yo eché
un último vistazo antes de seguirla fuera de la habitación. Cerró suavemente la puerta
del dormitorio y se sentó en el sofá del salón. Como no había otro sitio, me senté a su
lado.
—Es un buen bebé —dijo y noté que sus ojos volvían a estar llorosos—. Heather
y Chris lo adoraban. Heather estaba muy feliz de ser madre por fin. Llevaban
intentando tener un bebé desde que se casaron.
Tosí una vez y me moví.
—No, no lo sabía. —Mi padre y yo no hablábamos de esas cosas, cuando
hablábamos. Había razones. Algunas tenían que ver con Heather. El resto tenía que
ver con él y conmigo.
Kathleen suspiró y recostó la cabeza en el sofá.
—Jane ha recibido hoy una llamada de la funeraria Brach de la calle Hart. Están
dispuestos a encargarse de los preparativos por muy poco dinero. Mañana tiene que
ir a reunirse con ellos.
—Me ocuparé de ello —dije. Me estaba empezando a doler la cabeza. Me
pellizqué el entrecejo.
—¿Necesitas una aspirina?
—Sí, por favor.
Kathleen sacó un par de pastillas y un poco de agua. Ignoré el agua y me tragué
las pastillas en seco. 23
Volvió a sentarse y señaló mi mano vendada.
—¿Qué te pasó?
Me había olvidado por completo del hombre del callejón. Parecía como si
aquel incidente hubiera ocurrido hace tres años en lugar de anoche.
—Me raspé los nudillos con el cemento cambiando una rueda pinchada —dije.
Era un mentiroso de mierda. No me resultaba fácil.
No me creyó. Me di cuenta. Había algo en el cambio de sus ojos que indicaba
que sabía que yo era un mentiroso. Pero fue lo suficientemente educada como para
cambiar de tema.
—¿Cuánto tiempo ha pasado, Nash? —preguntó—. ¿Cuánto hace que no
regresabas? ¿Unos cinco años?
—Algo así —dije, preguntándome cuánto sabía ella de la última pelea que
habíamos tenido mi padre y yo. Fue hace cinco años y nuestras conversaciones desde
entonces habían sido cuidadosamente benignas. Pero recordaba muy bien aquella
noche. Se habían dicho cosas terribles.
—Adelante. Cásate con ella. No me importa una mierda. Hemos terminado.
Peleas así pueden limpiar o pueden arruinar. Normalmente lo segundo.
Me pregunté cuánto sabía la mujer que estaba sentada a mi lado en el sofá. Era
prima de Heather, al fin y al cabo, y si Heather le había confiado su bebé a Kathleen,
quizá también le hubiera confiado sus secretos. Cuando nuestros ojos se encontraron,
algo que vi en los suyos me dijo que sabía mucho.
—Nash, me pareció oír tu voz.
Levanté la vista y vi que Jane se había unido a nosotros. Tenía los ojos
desorbitados y la cara hinchada y parecía que se estaba agarrando a la pared del
salón de Kathleen para apoyarse. Me levanté del sofá y abracé su delgado cuerpo
mientras empezaba a llorar.
Era tarde y nadie estaba en condiciones de hablar de nada serio, y menos Jane.
Kathleen me ofreció a mí y a mi perra de cuarenta kilos quedarnos en su pequeño
apartamento, pero lo rechacé. Sin embargo, acepté encantado la oferta de que Colin
se quedara aquí de momento. Había decidido buscar un hotel que aceptara mascotas
en algún lugar de la interestatal, pero Kathleen me dio la llave de la casa de mi padre
y me sugirió que me quedara allí. Era evidente que Kathleen se había hecho cargo
temporalmente de la situación, pero no estaba en condiciones de discutir.
—Acaban de terminar la reforma —dijo—. Y hay muchas habitaciones.
—Lo sé —le dije. Después de todo, yo viví en la maldita casa. Durante años fue
un adefesio victoriano que mi abuelo nunca llegó a restaurar antes de morir en un
campo de golf de Scottsdale. Luego fue un proyecto constante de mi padre, siempre
lleno de materiales de construcción y habitaciones a medio terminar. Parecía que por
fin había terminado el trabajo.
Jane no estaba lo bastante despierta para conducir, pero insistió en volver a
24
casa, así que me ofrecí a llevarla.
—Qué perra más bonito —dijo al ser presentada a Roxie, que estaba feliz por
la atención de una nueva persona mientras jadeaba en el asiento entre nosotros.
Jane vivía con su novio en una encantadora casa a tres manzanas del centro de
la ciudad. Parecía un poco ida mientras seguía acariciando a Roxie, pero era
comprensible. Las últimas veinticuatro horas habían sido un infierno para ella. Jane
era una adolescente cuando yo nací y, aunque ahora tenía más de treinta años,
conservaba la frágil vulnerabilidad de una niña. Esperaba que la muerte de su único
y querido hermano no fuera el catalizador que la llevara al límite. Por lo que yo sabía,
había estado bien estos últimos años.
El novio de Jane salió a recibirnos cuando la llevé. Kevin Reston aún llevaba el
uniforme de los bomberos de Hawk Valley y su larga cara estaba dibujada por el
cansancio, pero me estrechó la mano y me dio torpemente el pésame antes de
acompañar a mi tía al interior.
Miré hasta que cerraron la puerta e hice lo único que me quedaba por hacer.
Me fui a casa.
La casa estaba a oscuras. Cuando salí al porche, pateé accidentalmente un
objeto. Era blando y pronto me di cuenta de que había más como él. Flores. Las habían
colocado por todo el porche. También pude distinguir una cartulina muy grande que
habían colocado junto a la puerta. Las torpes letras dibujadas a mano decían:
Chris y Heather. Los querremos siempre.
La efusión fue conmovedora y no inesperada. Hawk Valley se enorgullecía de
su ambiente de pueblo pequeño y mi familia era muy conocida aquí. La trágica muerte
de dos pilares de la comunidad habría dejado a todo el mundo conmocionado.
Roxie olisqueó las flores mientras yo tanteaba la llave de la puerta principal
que me había dado Kathleen. Las bisagras crujieron cuando empujé la puerta.
Inmediatamente me sentí transportado a mi infancia mientras respiraba el olor a
madera vieja y un vago moho que nunca se disipaba del todo. Era el olor de los años,
de la vida y de las generaciones. Pero ahora mismo sólo lo consideraba el olor de la
tristeza.
Encendí la luz cerca de la puerta y lo primero que noté fue que el lugar tenía
un aspecto muy diferente al de hace cinco años. Los cimientos seguían siendo los
mismos, pero ahora estaban adornados con muebles antiguos y detalles de buen
gusto. La pintura era mucho más brillante, la iluminación se había mejorado y por
todas partes colgaban cuadros en paredes antes desnudas.
Me detuve a la altura de una foto tamaño póster de los tres: mi padre, Heather
y el bebé. Debió ser tomada justo después de nacer Colin. Me habían enviado
algunas fotos de él con el mismo traje azul de marinero, pero esas fotos eran solo de
él. Nunca había visto esta de los tres.
Roxie se arrastró con la nariz pegada al suelo, olfateando cada rincón. Tenía la
cola abajo, como si supiera que era un momento triste. Al cabo de unos minutos, se
acomodó en una alfombra trenzada mientras yo no podía apartar la vista de la imagen
de una familia feliz destrozada. La pareja sonriente con su bebé no tenía ni idea de lo 25
que les deparaba el destino.
Había más canas en el cabello de mi padre de las que yo recordaba. Tenía
líneas más profundas alrededor de los ojos. Y Heather estaba preciosa, con el cabello
color miel recogido en un moño suelto. El brazo de mi padre la rodeaba
protectoramente por el hombro mientras acunaba al hijo que no tendría recuerdos de
ellos. Para Colin, Heather y Chris Ryan solo serían personas en fotos e historias.
No podía hacerme a la idea. Nada de esto era jodidamente justo. Después de
que mataran a mi madre no había hecho más que llorar en los días siguientes. Esta
vez aún no había derramado ni una lágrima.
Pero entonces, mientras me hundía lentamente en el suelo de la casa vacía de
mi padre, finalmente me derrumbé y sollocé hasta que me dolió el pecho.
Kathleen
Las previsiones no anunciaban lluvia para hoy, pero el cielo se abrió y la
multitud empezó a alejarse de la ceremonia. Había muchas caras desconocidas, gente
de fuera de la ciudad. Tal vez fueran curiosos mórbidos. El incendio y su trágico
desenlace habían estado en todas las noticias.
—El matrimonio era propietario de una tienda de recuerdos en la pintoresca
localidad de Hawk Valley. Dejan un hijo pequeño. Ahora volvemos contigo, George,
para el informe de tráfico.
Un camión de noticias de una de las emisoras de Phoenix rondaba por el
estacionamiento. Me pregunté si llevaría a la misma reportera que se había
encontrado con Nash esta mañana. La había mandado a la mierda antes de que 26
terminara la frase.
Cuando los dolientes que habían rodeado el lugar del entierro empezaron a
retroceder y a mirar hacia el cielo amenazador, Nash permaneció en su sitio con la
cabeza agachada y las grandes manos colgando a los lados.
El pastor dio por concluida la ceremonia y tocó a Nash en el hombro antes de
seguir a la multitud. Pareció decir algo, pero yo estaba demasiado lejos y, de todos
modos, no pareció importar. Nash le ignoró.
Mi talón izquierdo se tambaleó en la hierba resbaladiza mientras me dirigía
hacia Nash. Evité mirar los dos ataúdes cubiertos de flores brillantes. No quería
pensar en lo que contenían.
Nash no levantó la vista cuando me acerqué y no pude verle la cara.
—Nash —dije mientras la lluvia se intensificaba—. ¿Estás bien?
Ahora levantó la vista. Un fuerte trueno en lo alto marcó el momento. La
expresión de sus ojos azules era tan angustiosa que estuve tentado de acercarme a él.
Pero Nash Ryan no era el tipo de hombre que apoya la cabeza en el hombro de nadie
y llora.
—Se acabó —dijo y pareció sorprendido. Me pregunté si había estado
escuchando la misa o si estaba demasiado ensimismado en sus sombríos
pensamientos. No era el primer funeral al que asistía, ni la primera vez que se
llevaban a un ser querido de una forma brutal.
—Sí —dije—. Se acabó.
Era cierto. Al menos esta parte había terminado. Por suerte, las autoridades
habían entregado los cadáveres rápidamente y el funeral pudo celebrarse sólo cuatro
días después del incendio. Mucha gente del pueblo se había ofrecido a ayudar, pero
Nash insistió en encargarse personalmente de los preparativos. Quizá le gustaba
tener la mente ocupada.
Quizá por eso había estado demasiado ocupado para pasar tiempo con Colin.
A corto plazo no faltaban personas dispuestas a llenar el vacío y cuidar del
bebé, pero tarde o temprano había que tomar una decisión crítica. Yo sabía lo que
Heather y Chris habían querido. Mi primo me había hablado de la visita a Steve Brown
hacía unos meses. Probablemente el abogado estaba esperando hasta después del
funeral para compartir el contenido del testamento.
La gente se preguntaba y cuchicheaba entre sí.
—¿Qué pasará con el bebé? ¿Qué será de él? —Yo guardé silencio porque no
tenía derecho a hablar, sobre todo cuando el propio Nash aún no había sido
informado del papel que su padre pretendía que desempeñara.
La observación de Nash adquirió de pronto un significado más profundo. Sí, el
funeral había terminado. Pero ahora tendría que averiguar qué venía después.
Nash caminaba silenciosamente a mi lado mientras seguíamos al mar de figuras 27
vestidas de negro que se dirigían al estacionamiento. Aunque llovía a cántaros, no
nos dimos prisa. Me sujeté el bolso por encima de la cabeza para que me sirviera de
paraguas inadecuado mientras los truenos retumbaban en lo alto. Nash no parecía
darse cuenta de que se estaba empapando hasta los huesos.
Nos habíamos visto muchas veces desde que volvió a la ciudad, pero no
habíamos estado a solas ni habíamos tenido una conversación personal. El ambiente
entre nosotros no era incómodo exactamente, pero tampoco confortable. Por lo que
había visto de Nash hasta ahora, no se desvivía por los buenos modales.
—¿Tu auto? —dijo, señalando mi montón de viejos huesos de Ford que
probablemente estaba a un viaje de la tienda de comestibles de la muerte súbita.
—Sí. —Abrí la puerta del conductor—. ¿Nos vemos en casa de Nancy? —Le
pregunté.
Nancy Reston, a menudo conocida como, Santa Nancy, había sido alcaldesa de
Hawk Valley durante dos décadas y se jubiló el pasado otoño porque le encantaban
los niños y quería dirigir una guardería. Se había ofrecido cómo voluntaria para
organizar una reunión en su casa después del funeral para que la familia no tuviera
que molestarse con esos planes. La propia Nancy se había perdido el funeral porque
estaba cuidando a Colin y Emma.
Nash no contestó y miraba a lo lejos, así que pensé que no había oído la
pregunta.
—Habrá comida —dije, sintiendo que necesitaba llenar el silencio con
palabras. Incluso palabras estúpidas—. Nancy contrató un catering. Fue muy amable
de su parte tomarse la molestia.
Nash no dijo nada. Podría haber sido una estatua. Una escultura de mandíbula
cuadrada, absurdamente hermosa, permanentemente posada junto al capó de mi
auto.
Me aclaré la garganta.
—Quería preguntarte qué quieres hacer esta noche. Nancy tuvo a Colin anoche
pero no sé si está para cubrir dos noches seguidas. Puedo llevarlo esta noche si
quieres...
Mi voz se entrecortó porque por fin me di cuenta de lo que había estado
mirando. Desde aquí, las Hawk Mountains no eran más que sombras rasgadas. El olor
a humo hacía tiempo que había desaparecido y desde lejos no se veía ningún indicio
de qué clase de desastre se había producido allí arriba. Había que acercarse mucho
más para ver las cicatrices dejadas por el fuego.
La pena me inundaba. Había sido una compañera constante últimamente, pero
de vez en cuando el dolor se agudizaba hasta convertirse en un dolor paralizante.
Heather era nueve años mayor que yo, así que no habíamos estado muy unidas
mientras crecíamos. En mi estrecha opinión, mi alegre prima rubia era algo engreída
y superficial. Pero cuando volví a Hawk Valley hace cuatro años como una
universitaria embarazada que acababa de salir de una relación tóxica y no se sentía
28
con fuerzas para responder a preguntas sobre nada, Heather se pegó a mi lado y se
convirtió en mi mayor defensora. Me ayudó a encontrar trabajo. Estuvo en el hospital
sujetándome de la mano cuando nació Emma. Y cuando vio un esperado signo
positivo en un test de embarazo de farmacia, fui la primera a la que llamó para darme
la noticia.
Las lágrimas que había logrado contener durante todo el funeral amenazaban
ahora con engullirme.
—Oh, Dios —gemí y me encontré apoyada en el auto mojado.
De repente, me rodearon unos brazos fuertes que me levantaron de mi posición
desplomada y me empujaron contra un pecho ancho. Le rodeé los hombros con los
brazos y respiré el aroma a pino de su loción para después del afeitado. Nash no dijo
nada mientras me abrazaba y eso estuvo bien. Sólo duró un instante y en ese momento
sólo éramos dos personas angustiadas aferradas la una a la otra en el estacionamiento
de un cementerio mientras caía una lluvia fría. No recordaba la última vez que me
había abrazado a alguien y con gusto me habría aferrado a él mucho más tiempo. Pero
Nash me soltó y se apartó.
—Hasta luego —dijo antes de dirigirse a su camioneta.
No tenía una idea clara de si planeaba presentarse en casa de Nancy o si me
necesitaba para cuidar de Colin esta noche. Sin embargo, no me apetecía perseguirlo
en busca de respuestas, así que suspiré y me metí en mi propio auto. Me quité la
chaqueta mojada, aliviada de que la blusa que llevaba debajo estuviera casi seca,
antes de emprender el corto trayecto hasta la casa de Nancy Reston.
La casa estaba en la parte más antigua de la ciudad, a sólo dos calles de dónde
Nash y yo habíamos crecido. Hacía años que mi madre había vendido su antigua casa
en aquel barrio y se había mudado a un piso bastante nuevo al otro lado de la ciudad.
En cuanto a la preciosa casa victoriana que Chris Ryan se había pasado años
restaurando, suponía que ahora pertenecía a Nash. Bueno, a Nash y a Colin.
Nancy sólo había invitado a los amigos y familiares de Chris y Heather para que
no hubiera un número obsceno de personas con las que lidiar. La ex alcaldesa de
cabello plateado me recibió en la puerta con un cálido abrazo y me tendió una toalla
rosa bordada para que pudiera hacer algo con mi cabello húmedo. Todavía estaba en
el vestíbulo secándome el cabello desordenado con la toalla cuando el pequeño
huracán que era mi hija pasó a toda velocidad a mi lado.
—Hola, señorita —dije, intentando recoger a la risueña niña en brazos.
A Emma no le gustaba que la contuvieran. Se escabulló.
—Mira lo que me ha regalado la abuela —anunció, mostrando triunfante un
billete de cinco dólares.
La última vez que mi madre le dio dinero a Emma, mi hija había decorado la
cara de Abraham Lincoln con crayón rojo brillante y luego había envuelto el billete
alrededor de una bola de arcilla. La lección debería haber sido evitar ofrecer papel
moneda a una niña de tres años, pero mi madre a veces aprendía despacio.
—¿Y dónde está la abuela? —le pregunté. 29

Emma señaló.
—Ahí dentro. —Arrugó la cara y mi corazón dio un vuelco porque por un
segundo se pareció exactamente a su padre. Ya debería estar acostumbrada al
parecido, pero de alguna manera me tomó desprevenida.
Emma se resistió cuando la sujeté de la mano, pero no podía dejar que
recorriera la casa metiéndose en todo tipo de líos. Nancy estaba muy ocupada con los
invitados que llegaban.
Mi madre me hizo un gesto con la cabeza desde su lugar junto al ventanal, al
lado del tío Ben, el miembro vivo más anciano de mi familia. Sus finas manos
temblaban y su rostro estaba confuso mientras mi madre le hablaba al oído entre
bocados de pastel de limón.
Emma dejó de intentar zafarse de mi agarre cuando la dirigí a la mesa de los
refrescos y apilé fruta en un plato. A Emma le encantaban las fresas como a otros niños
el chocolate.
Jane estaba sentada en un pequeño sofá con un Colin dormido en brazos. Su
postura era bastante rígida y no apartaba los ojos del bebé. Jane no solía ofrecerse
cómo voluntaria para tomar en brazos a su sobrino y nunca se ofrecía a hacer de
niñera. Al principio me pareció que Jane casi tenía miedo del niño, pero después de
observarla durante los últimos días no creí que fuera eso. Jane no tenía miedo del
bebé. Tenía miedo de sí misma, quizá de su capacidad para sostenerlo
adecuadamente. Heather describió una vez a Jane como, dolorosamente frágil, y era
una descripción acertada. Conocía los rumores sobre su historia. Las crisis nerviosas.
Supuestamente había sido estable durante bastante tiempo, pero desde el incendio
parecía retraerse más. Heather y Chris habían llegado a su decisión por una razón.
Jane nunca estaría a la altura para cuidar de Colin.
Acomodé a Emma en una silla cercana con su plato de fresas y yo me instalé en
el sofá de cretona junto a Jane.
—¿Quieres que me lo lleve?
Su gesto de alivio fue inmediato.
—Sí, gracias.
Colin se despertó cuando lo metí en mis brazos.
—Hola, hombrecito —le dije y sonrió. Lo coloqué en posición vertical,
preguntándome si había llegado la hora del biberón, pero por el momento pareció
contentarse con apoyar la cabeza en mi hombro e intentar agarrar mi grueso collar
de turquesas.
—Te quiere —dijo Jane, un poco melancólica.
No señalé que Colin era un bebé y no sabía querer a nadie. Los bebés
necesitaban cosas. Comodidad, comida, pañales limpios, afecto. Aún no tenían nada
que ofrecer a cambio.
Kevin Reston apareció con un grueso suéter de punto. Lo colocó 30
cuidadosamente sobre los hombros de Jane.
—¿Estás bien, cariño? —le preguntó con tanta ternura que se me agarrotó un
poco el corazón. Jane no había tenido suerte en muchos aspectos de su vida, pero
había tenido la suerte de encontrar el amor. Muchos de nosotros buscaríamos
eternamente y sólo encontraríamos pálidas imitaciones de lo real.
—Estoy bien —dijo Jane, aunque cualquiera que la mirara tendría alguna duda.
Tenía ojeras y su pequeño cuerpo parecía más delgado que nunca. Dudaba que
estuviera durmiendo mucho. O comiendo.
—¿Mamá? —preguntó Emma—. ¿Podemos ir a casa ahora?
—Todavía no, cariño.
—Quiero acariciar a Bruno.
—Lo encerraron en el dormitorio de atrás —dijo Kevin, refiriéndose al astuto
terrier de su madre. Sonrió a Emma—. Si no, estaría saltando sobre todos y robando
toda la comida.
Emma lo pensó y luego cambió de táctica.
—Quiero ir al patio trasero.
—Está lloviendo, Ems —le dije.
Se cruzó de brazos y parecía triste. Los días transcurridos desde el incendio
habían sido confusos para ella.
Kevin se aclaró la garganta.
—En realidad, estaba afuera y parece que la lluvia está disminuyendo. —Le
guiñó un ojo a Emma—. ¿Qué me dices? ¿Qué tal si rescatamos a Bruno y lo dejamos
correr por el patio trasero? —Kevin me miró—. Si a tu madre le parece bien.
—Eso está más que bien —dije—. Gracias, Kevin.
Kevin intentó que Jane los acompañara al patio trasero, pero negó con la cabeza
y se ciñó mejor el suéter alrededor del cuerpo.
Después de que Emma se alejara, siguiendo al jefe de bomberos de Hawk
Valley, Jane giró el cuello.
—¿Dónde está Nash?
Estaba a punto de admitir que ni siquiera estaba segura de que fuera a venir
cuando sonó el timbre. Nash entró con un aspecto algo menos empapado que en el
cementerio. Tenía que admitir que llevaba bien el aspecto desaliñado.
—Ahí está —dijo Jane y una leve sonrisa curvó sus labios.
Nash eludió el intento de Nancy de secarlo con una toalla y se quedó
torpemente en la puerta del salón, observando la silenciosa reunión. Su mirada se
posó en Colin, que seguía felizmente instalado en mi hombro izquierdo. Ojalá tuviera
una ventana en la cabeza de Nash Ryan para ver lo que estaba pensando.
31
—Y Steve Brown está aquí —notó Jane y había sorpresa en su voz. El abogado
era el tipo de hombre que se mantenía en las esquinas de cualquier habitación y era
fácil pasar desapercibido—. Me pregunto por qué.
—Steve y Chris eran buenos amigos —le dije suavemente, pensando que ya
debería saberlo—. Fueron juntos al instituto.
Steve Brown se acercó a Nash. Tenía el aspecto de un abogado arquetípico;
ligeramente calvo, con algo de sobrepeso y perpetuamente serio. Llevaba ejerciendo
en el piso superior de un edificio de ladrillo de la avenida Garner desde que yo tenía
uso de razón y en su solemne cabeza con gafas llevaba los secretos legales de muchos
de los residentes más antiguos de Hawk Valley.
—Oh —Jane asintió—. Cierto. Lo había olvidado.
Entre los suaves murmullos de Steve distinguí las palabras:
—Mañana —y— Mi oficina.
Nash parecía irritado.
—Hablemos ya —dijo, un poco más alto de lo necesario.
Obviamente, a Steve no le gustó la idea, pero suspiró y sacó a Nash de la
habitación, presumiblemente a un lugar más privado.
—¿A qué viene eso? —se preguntó Jane.
—No estoy segura —dije.
Por supuesto que no era cierto. Sabía exactamente por qué el amigo y abogado
de Chris se había sentido obligado a acorralar a Nash sólo una hora después del
funeral de su padre. No sólo había que ocuparse de la tienda, la casa y la propiedad.
Esas cosas podían esperar. Pero un hijo no podía.
Colin gorgoteó junto a mi oído y le froté la pequeña espalda, sintiendo una
oleada de feroz emoción maternal. No era mi hijo, pero lo amaba. Lucharía por
protegerlo.
En mi cabeza empecé a catalogar todo lo que sabía sobre Nash Ryan.
Solitario.
Impredecible.
Independiente.
Malvadamente caliente.
Implacable.
No parecía una buena receta para un padre. Siempre había habido una relación
tumultuosa entre Nash y Chris. Aun así, Chris habría optado por creer lo mejor de su
hijo mayor. A pesar de todo lo que había oído sobre Nash Ryan, Chris y Heather
debían tener sus razones para suponer que sería el mejor tutor.
Mi opinión seguía en el aire. Hasta ahora Nash no me había inspirado mucha
confianza en lo que respecta a Colin. 32

Después de todo, Jane optó por salir al patio. Colin empezó a quejarse al cabo
de unos minutos, así que decidí buscarle un biberón. Nancy probablemente tenía uno
listo en la nevera.
Había una acogedora mecedora en la cocina, así que tomé asiento y dejé que
Colin se aferrara con avidez al biberón. La ventana que tenía delante ofrecía una
bonita vista del patio trasero. Emma parecía estar pasándoselo como nunca,
correteando por el verde césped de Nancy con el hiperactivo terrier persiguiéndola,
con la esponjosa cola barriéndola de un lado a otro con entusiasmo. Jane también
estaba allí ahora y Kevin la rodeó con un brazo protector mientras yo miraba. Emma
lanzó una pequeña pelota roja al aire y chilló de alegría cuando el perro saltó y la
atrapó. Sonreí. Me sentó bien sonreír después de tantos días tristes seguidos.
Una sombra en la puerta me hizo volver la cabeza y dejé de sonreír. Nash
estaba allí, sorprendido y más que pálido. Miró a Colin, que chupaba alegremente el
biberón sin darse cuenta de que lo examinaban.
—¿Quieres agarrarlo? —le pregunté. Esperaba que Nash se negara. No me
equivoqué.
—Ahora no —dijo.
—¿Y cuándo? —La pregunta fue cortante. No era mi intención que lo fuera. Pero
ni una sola vez había visto a Nash sostener al bebé.
Respondió a la pregunta con una propia.
—¿Dónde está Jane?
Señalé la ventana.
—Atrás.
Nash bajó la cabeza y se dirigió hacia la puerta trasera.
—Te lo dijo, ¿verdad? —Solté—. Steve te contó lo del testamento.
Nash me miró.
—¿Lo sabías?
—Sí. —Intenté leer su expresión—. ¿Qué vas a hacer?
Pero Nash Ryan ya había demostrado que no respondía a preguntas que no le
apetecía contestar.
Quizá aún no conocía las respuestas.
Salió de la cocina y observé a través de la ventana cómo hablaba con su tía.
Una vez se pasó una mano por el cabello oscuro y miró hacia la ventana. Nuestras
miradas se cruzaron y un escalofrío de inquietud recorrió mi espina dorsal.
Todo el tiempo me había preguntado, y temido, cuál sería la reacción de Nash
cuando supiera que había sido nombrado tutor único de su hermanito.
Por la expresión de su cara, parecía que no llevaba nada bien la noticia.
33
Nash
—¿Yo? —solté con incredulidad—. Tienes que estar bromeando.
Steve Brown, abogado y amigo de mi padre desde hacía mucho tiempo, enarcó
una ceja, pero me confirmó con tacto que no, que no tenía por costumbre bromear
sobre los acuerdos de custodia de los hijos. De hecho, mi padre y Heather me habían
nombrado tutor único de mi hermano de cuatro meses.
—También eres el albacea de la herencia —explicó Steve—. Los bienes más
importantes son la casa y la tienda, la mitad de los cuales están ligados en un
fideicomiso para Colin, pero tú estarás facultado para tomar todas las decisiones
financieras y…. Nash?
34
Lo había dejado para que balbuceara sobre fideicomisos y otras estupideces
por su cuenta y busqué a uno de los pocos parientes que me quedaban para que me
explicara algunas cosas.
—Pareces infeliz —dijo Jane en el patio trasero de la casa de Nancy Reston
después de que le contara la conversación con Steve Brown.
Kevin Reston mantuvo el brazo alrededor de mi tía y me lanzó una mirada
recelosa. No podía culpar al tipo. Me recordaba como el adolescente imbécil que
había sido cuando se ofreció voluntario para ayudar a entrenar al equipo de fútbol del
instituto Hawk Valley.
—Me tomó desprevenido —dije, al darme cuenta de que no éramos los únicos
en el patio trasero. Un perro y una niña estaban pisoteando las flores de Nancy. Había
visto a la niña lo suficiente en los últimos días como para reconocerla como la hija de
Kathleen.
Intenté ordenar mis pensamientos.
—Esto es mucho para asimilar.
Eso tenía que ser el eufemismo del milenio. La relación entre mi padre y yo era
complicada. Siempre supuse que no me tenía en alta estima. Me lo había dicho
suficientes veces. Entonces, ¿por qué demonios me nombraría tutor de Colin? Tenía
que haber otras opciones.
Mis abuelos no. Llevaban muertos años. La madre de Heather se había ido.
Cáncer o algo así. El vago de su padre seguía vivo, pero había oído que vivía en Idaho
y murmuró, zorra estúpida, cuando lo llamaron para darle la noticia de que su única
hija había muerto. Ni siquiera vino al funeral.
Y no Jane. Ella habría sido la elección lógica. Si al menos fuera estable. Mi tía
era una buena señora, pero cuando yo estaba en el instituto se paseó desnuda por el
restaurante Chicken Delight de la cercana Boland mientras gritaba:
—¡Paren la carnicería! ¡Salven a los pollos! —Jane no era una cuidadora. Jane
era alguien a quien la gente cuidaba.
Sin embargo, seguía sin entender cómo había aterrizado en la parte superior
de la lista. Chris y Heather Ryan habían vivido en Hawk Valley toda su vida. No podían
caminar hasta el buzón sin tropezar con media docena de amigos. Al menos algunos
de ellos debían ser gente estable, con trabajo e instintos paternales.
Kathleen, por ejemplo.
Cuando la encontré en la cocina hacía unos minutos, parecía un anuncio de
maternidad, tranquila, el tipo de mujer que podría aparecer en un anuncio de
zanahorias orgánicas veganas o algo así.
—Ahora podrás quedarte aquí en la ciudad —dijo Jane y vi que la idea la hacía
feliz. Dio por sentado que yo aprovecharía la oportunidad de abandonar mi antigua
vida y convertirme en padre al instante.
Mierda.
35
Me pasé una mano por el cabello húmedo e intenté pensar. Nunca había
cambiado un maldito pañal.
Entonces levanté la vista y vi que Kathleen Doyle me miraba a través de la
ventana de la cocina. En sus brazos, mi hermanito seguía succionando alegremente
el contenido de su biberón. No sabía que era huérfano. No sabía que la infancia
tranquila y feliz que sus padres habían imaginado para él había desaparecido.
Yo era una persona egoísta. Algunos podrían llamarme peligroso. Pero mi
corazón no era tan frío como para no sentir nada por el pequeño ser humano que
ahora era mi responsabilidad. Mi padre y Heather sabían qué clase de hombre era.
Si habían dejado a Colin a mi cuidado fue porque no se les ocurrió una opción mejor.
Y, de todos modos, debieron de imaginarse que esto nunca llegaría a suceder. Sólo
me habían elegido por precaución.
—¿Nash? —Jane llamó porque me había dado la vuelta bruscamente y me dirigí
de nuevo a través de la puerta de la cocina.
Colin se había terminado el biberón y Kathleen le acariciaba la espalda. Se
sobresaltó cuando volví a irrumpir en la habitación. No estaba seguro de lo que
pensaba de mí y no me importaba demasiado. Ahora sólo tenía una prioridad y ella
no lo era.
—¿Puedo sostenerlo ahora? —pregunté.
Enarcó una ceja sorprendida y miró a Colin como si quisiera oír lo que tenía
que decir sobre la pregunta. Luego suspiró y se levantó de la mecedora.
—Por supuesto —dijo, llegando hasta mí en tres elegantes pasos.
Extendí la mano, pero ella se retiró y me dio una manta.
—Todavía estás mojado por la lluvia, así que ponte esto sobre el pecho. Y
espera, acerca los brazos al cuerpo. Estás sosteniendo a un bebé, no atrapando un
balón.
A Kathleen Doyle le gustaba dar órdenes, pero estaba dispuesto a aceptar un
poco de orientación. Si suponía que no sabía lo que hacía, tenía razón. Pero
aprendería. Aprendería todo lo que hubiera que saber.
Colin emitió un leve maullido de protesta cuando lo aparté de la cálida
comodidad de los brazos de Kathleen para que soportara mi incómodo modo de
acunarlo. Pensé que pesaría más. Me miró y se le formó una arruga entre las cejas,
como si le preocupara por qué lo habían entregado a un desconocido sin afeitar. Tenía
el cabello rubio y ondulado, como su madre. Tuve un repentino recuerdo de Heather
echándose hacia atrás y riéndose de algo. Fue por algo, que yo había dicho, aunque
no recordaba qué. No era un tipo gracioso.
Si los bebés eran capaces de dudar, definitivamente había duda en los ojos de
este chico. No había heredado esos ojos de Heather. Eran azul brillante, como los de
mi padre. Como los míos. Su boca se frunció de repente y pensé que iba a llorar.
—Está bien —dije—. Soy yo. Soy tu hermano mayor.
Intenté tocarle la mejilla, pero me agarró el dedo, enroscando la mano 36
alrededor de él con más fuerza de la que habría esperado.
—No te preocupes, Colin —dije con una confianza que no sentía—. No voy a
ninguna parte.
Esa era la verdad. Realmente no iba a ninguna parte. No podía llevarlo de
vuelta a un pequeño apartamento de un dormitorio junto al océano. La vida que había
llevado allí era solitaria y a veces temeraria, y se había acabado. Los padres de Colin
habían querido que creciera aquí y no había nadie más para hacer el trabajo.
Mi vida acababa de cambiar irrevocablemente y sentía la necesidad de
contárselo a alguien. Levanté la vista y descubrí los ojos de Kathleen Doyle
mirándome fijamente.
—Me quedaré aquí —le dije, como retándola a discutir conmigo.
No lo hizo.
Nash
Algo húmedo tocó mi oreja derecha.
Podría haberme dormido si no hubiera sido por la aguda descarga de ladridos
impacientes. Cuando intenté darme la vuelta, Roxie saltó sobre mi pecho.
—Dame un respiro —murmuré, sabiendo que tenía que ser muy temprano
porque seguía muerto de cansancio.
Roxie me golpeó con su pata.
—Guau.
La perra no era lo único que hacía ruido. El quejumbroso llanto de un bebé
llegó a mis oídos y, por un instante, me quedé confuso al saber por qué había efectos 37
de sonido de bebés llorando y resonando en mi apartamento.
Entonces recordé que no eran efectos de sonido.
La perra aplanó las orejas y gimió mientras miraba la puerta abierta del
dormitorio antes de saltar de la cama.
—Estoy despierto —gemí, parpadeando con fuerza para despejarme un poco.
Estaba en mi antiguo dormitorio, la única habitación de la casa de mi padre que no
había sido tocada por los proyectos de renovación. Los banderines deportivos y las
mujeres semidesnudas seguían decorando las paredes, congeladas en el tiempo
como la morada de un adolescente. La habitación estaba igual que la última vez que
viví aquí.
Lo único que había cambiado era absolutamente todo lo demás.
Roxie volvió a ladrar. La traducción era: Haz que ese maldito niño deje de llorar
o bien: ¿Por qué estás ahí sentado rascándote la polla en vez de correr a ocuparte del
bebé?
—Ya voy —gruñí, ahogando un bostezo.
La habitación de Colin estaba al otro lado del segundo piso, justo al lado de lo
que había sido el dormitorio de sus padres. Hasta ahora había evitado mirar allí.
Incluso la visión de la puerta cerrada me hacía sentir un poco enfermo.
Esperaba que hubieran muerto mientras dormían, que el humo del fuego los
hubiera alcanzado antes de que pudieran reaccionar. Pero me enteré de que no fue
así. Encontraron a mi padre y a su mujer junto a su camioneta. Al despertarse y
descubrir que el mundo estaba en llamas, mi padre debió de agarrar a Heather y salir
corriendo hacia el vehículo, con la esperanza de escapar. En ese último momento se
dieron cuenta de que ya era demasiado tarde. Sus manos seguían unidas cuando el
equipo de rescate los descubrió.
Me detuve en la puerta de la habitación de Colin. Cuando vivía aquí, la
pequeña habitación cuadrada con papel pintado de textura gris había servido para
guardar algunas existencias de la tienda de mi padre en la avenida Garner. Ahora era
una erupción de color con expresivos animales pintados en las paredes en medio de
alegres escenas llenas de globos, soles sonrientes y arco iris. Un osito de peluche me
observaba desde la mecedora de la esquina y un tigre de peluche dormía a los pies
de la cuna donde mi hermano se detenía para respirar antes de lanzar otro grito.
Roxie me dio un golpe en la mano como si quisiera empujarme. Me acerqué
lentamente a la cuna para no asustar al niño. Aún no me conocía. Sólo habían pasado
dos días desde el funeral de sus padres.
—Hola, amigo —dije, intentando sonar tranquilizador y seguro de mí mismo.
En lugar de eso, mi voz salió de mi garganta seca y sonó más como un gruñido.
Colin dejó de llorar, abrió los ojos para mirarme fijamente durante unos latidos
y luego estalló de nuevo, dando patadas con las piernas y agitando sus pequeños
puños con una impresionante furia de cuatro meses. Roxie se quejó desde la puerta.
38
Suspiré y metí las manos bajo el cuerpo retorcido del bebé mientras intentaba
aplastar una punzada de inquietud.
No había mucho que pudiera asustarme y tenía la costumbre de correr de
cabeza hacia los retos. A veces incluso perseguía los peores. Pero cada vez que me
enfrentaba a Colin, una nueva e inesperada sensación de miedo intentaba abrirse
camino, agudizada por un pensamiento muy hostil.
No tengo nada que hacer aquí.
Colin seguía retorciéndose y me di cuenta de que tenía que revisarle el pañal.
Efectivamente, estaba pesado y saturado. Lo tenía en el cambiador, intentando
averiguar por dónde tenía que ir el nuevo pañal, cuando soltó un graznido, seguido
de un chorro de pipí que me dio de lleno en el pecho.
—Buena puntería —murmuré, consiguiendo asegurarle el pañal al cuerpo
antes de limpiarme el pecho con un puño lleno de toallitas de bebé.
Una vez con el pañal limpio, Colin accedió a que le volviera a poner el enterizo
elástico. De alguna manera, lo hice mal porque acabé con un broche delantero que
no encajaba y que hacía que todo el conjunto pareciese desalineado. Pero bueno, el
niño estaba limpio y ya no lloraba, así que no iba a darle importancia. Lo llevé a la
cocina para recuperar uno de los últimos biberones que Kat Doyle había preparado.
Me había dado dos botes de leche en polvo y un montón de instrucciones muy
precisas que olvidé de inmediato porque no podía meterme mucha información en la
cabeza en unos pocos días. No era para tanto. Añadiría la preparación del biberón a
la larga lista de cosas que tendría que resolver.
Colin empezó a beber enérgicamente el biberón en la cuna de mi brazo
derecho mientras yo intentaba manejar la cafetera con una sola mano. Normalmente
evitaba la cafeína, pero esta parecía una buena mañana para hacer una excepción.
Me sorprendió ver que la hora del reloj situado encima de la estufa marcaba las 8:50
de la mañana. Mi sentido del tiempo se había confundido. Había supuesto que era
más temprano.
La cafetera vertió un último chorro de líquido en la taza que decía Hawk Valley
Happiness. Había media docena iguales en el armario. No me molesté en ponerle nata
ni azúcar, y tragué el contenido tan rápido como mi boca pudo soportar el calor.
Mientras tanto, Colin se terminaba el biberón y soltaba un gemido. Pensé que
aún tendría hambre, así que le ofrecí otro biberón. Parecía contento.
Cuando llamaron a la puerta de la cocina, casi se me cae la taza de Hawk Valley
Happiness. Roxie se levantó de un salto. Observó la sombra, ladró una vez y empezó
a mover la cola.
—¿Has olvidado que eres una perra guardiana? —pregunté, apartando la
cortina amarilla que cubría el panel de cristal.
Kathleen Doyle me saludó desde el otro lado y no supe si gemir de fastidio o
abrir la puerta de par en par con gratitud. En general, Kathleen estaba bien. Ya no
era la nerd flacucha que solía seguirme a todas partes, había crecido, tenía una hija y
era evidente que estaba de luto por la muerte de su prima. Además, adoraba a Colin 39
y parecía saberlo todo sobre los bebés, así que había sido de gran ayuda. Pero
también podía ser agotadora. Kathleen rebosaba energía y era extremadamente
competente y, en ese momento, tratar con ella me parecía una auténtica mierda. Aun
así, le abrí la puerta porque no se merecía ver mi lado más imbécil.
—Buenos días —dijo alegremente, preparándose para cruzar el umbral antes
de que la invitara a entrar. Venía acompañada de su hija, una niña con coletas castañas
y expresión molesta. No se parecía a Kathleen. Probablemente se parecía a su padre,
quienquiera que fuese. No había sido tan descortés como para preguntar.
Colin respondió al sonido de la voz de Kathleen, olvidando el biberón e
intentando lanzarse en su dirección. Kathleen arrulló y me lo arrancó de los brazos
sin preguntar. Roxie estaba encantada con sus repentinas visitantes, golpeando la
cola contra la estufa y lamiendo la cara de la niña.
—Me gusta este perro —anunció la chica, riéndose.
—Emma —le advirtió su madre—. Ten cuidado con acariciar perros que no
conoces.
Emma miró a su madre con el ceño fruncido.
—Pero le gusto.
—Ella —corregí, esbozando una sonrisa—. Se llama Roxie.
—¿Ves mami? Es una ella. Es bonita.
—Todavía debes tener cuidado.
Me volví hacia Kathleen.
—Tranquila, está bien. Roxie no le haría daño ni a una mosca.
Kathleen no me escuchó. Estaba demasiado ocupada preocupándose por
Colin.
—¿Tienes hambre, ángel? ¿Quieres más ba-ba?
¿Ba-ba?
Kathleen me arrebató el biberón y volvió a depositarla en la boca de Colin.
Tarareó y lo meció de un lado a otro. Debo admitir que al niño no parecía molestarle
tanta atención. La miraba con asombro infantil y se agarró a una mata de su rizado
cabello pelirrojo, agitándolo.
—¿Está recibiendo todo lo que necesita? —preguntó y finalmente miró hacia
mí. Lo que encontró la hizo parpadear, fruncir sus bonitos labios rojos y volver a mirar
al bebé.
Seguía con el torso desnudo y sólo llevaba un par de calzoncillos, pero no iba
a sudar corriendo escaleras arriba en busca de algo mejor. Kathleen había irrumpido
aquí sin avisar. Así que si quería fruncir el ceño, sonrojarse y fingir que intentaba no
mirar, esperaba que lo pasara en grande. Tomé otro sorbo de café.
—Está bien —le dije, un poco molesto de que se preguntara si estaba cuidando
de Colin.
40
Se fijó en su traje torcido.
—¿En serio?
—Claro. No la hemos pasado muy bien juntos, anoche invitamos a unas
strippers, esnifamos un poco de pegamento y estuvimos de fiesta hasta que salió el
sol.
—Mami, ¿qué es una stripper? —preguntó Emma.
Kathleen estaba molesta.
—Algo de lo que no vamos a hablar ahora.
—¿Por qué?
—Es culpa mía, Emma —dije, dejando la taza en la mesa—. Dije una mala
palabra. Lo siento.
La niña dejó de acariciar a Roxie y me miró con los ojos entrecerrados.
—¿Quién eres tú?
—Cariño, este es Nash Ryan —dijo Kathleen—. Ya lo conoces. Es el hermano
mayor de Colin.
La niña tenía dudas.
—No parece un hermano. Parece un padre.
Kathleen volvió a intentarlo.
—Es el hijo mayor del tío Chris. ¿Recuerdas?
—Oh, sí —dijo Emma y se le cayó la cara. La tragedia de Chris y Heather debía
de habérsele explicado de algún modo. Pero no se sabía cuánto entendía realmente
una niña pequeña sobre la muerte. Probablemente ni siquiera estaba en la guardería.
Yo era una adolescente cuando conocí la tragedia de verdad y aun así me sorprendió
su solemnidad.
Pero entonces Roxie volvió a lamer la cara de Emma. Emma se rió y el momento
oscuro pasó.
Kathleen se aclaró la garganta.
—Oye, Nash, ¿puedo preguntarte algo?
Bostecé.
—¿Qué? ¿Quieres café?
—No, gracias. —Señaló el biberón vacío en el mostrador—. ¿Acabas de darle
un biberón a Colin?
—Sí. —Me encogí de hombros—. Se acaba de despertar y parecía muy
hambriento.
—¿Así que esta es su segundo biberón?
—A menos que las reglas de la aritmética hayan cambiado.
—¿Y lo hiciste eructar? 41
—No. No parecía necesitarlo.
Kathleen exhaló demasiado fuerte y frunció un poco el ceño. Tuve la sensación
de que acababa de darle una respuesta equivocada.
Aún quedaba un poco de líquido en el biberón, pero Kathleen lo retiró de la
boca de Colin y empezó a pasármelo de nuevo.
—No pasa nada, cariño —dijo con voz dulce y aguda cuando Colin gruñó en
señal de protesta—. Tu hermano mayor sólo va a hacerte eructar.
A Kathleen le encantaba tomar a Colin en brazos, así que supuse que debía
haber alguna razón para que me lo devolviera tan bruscamente. No tuve tiempo de
pensar en ello porque durante el intento de entrega del bebé el dorso de mi mano
rozó accidentalmente el torneado pecho izquierdo de Kathleen. Mi descuidada polla
amenazó con despertarse y, de repente, me arrepentí de estar allí en calzoncillos.
Piensa en otra cosa, cualquier otra cosa. Hamburguesas. Mierda de perro.
—Eh, espera —dije, desviándome hacia el lavabo mientras Kathleen seguía
sosteniendo al bebé—. Tengo que lavarme las manos.
Esto era jodidamente ridículo. No era un adolescente cachondo babeando por
sentir una teta por primera vez. Que no hubiera tocado una en mucho tiempo no
significaba que estuviera a punto de perder el control.
—¿Nash? —Dijo Kathleen, sonando exasperada.
Béisbol. Muerte en la carretera. Pelusa de secadora. Cualquier cosa menos tetas.
¡¡¡CUALQUIER COSA MENOS TETAS!!!
—Sólo un segundo. —Me eché un chorro de jabón de manos en las palmas y
luché por dominar mis impulsos con pensamientos completamente libres de sexo que
no tenían nada que ver con tocar sin querer la teta de Kathleen Doyle durante medio
segundo. Necesitaba excitarme tanto como el que más, pero estaba claro que esta
chica no se iba a ofrecer de voluntaria para jugar a esconder el salami. De todos
modos, había otras prioridades además del sexo.
Durante los siguientes veinte segundos me convertí en el lavamanos más
aplicado del estado de Arizona. No enjuagué el jabón hasta estar seguro de que mi
polla se había calmado y no iba a salirse de mis calzoncillos.
—Ya estoy bien —dije, sacudiéndome el agua de las manos y volviéndome
hacia Kathleen.
Me miró divertida y me puso a mi hermano en brazos.
Colin seguía retorciéndose mientras yo intentaba acariciarle la espalda. Me di
cuenta de que Emma seguía en el suelo con Roxie. Acariciaba a la perra y susurraba
algo mientras Roxie la miraba embelesada. Kathleen fue a apoyarse en la pared del
fondo, mirándome con los brazos cruzados como si esperara que pasara algo.
Unos segundos más tarde me di cuenta de qué era ese, algo, cuando Colin
movió la cabeza, abrió la boca y escupió vómito de bebé blanco y viscoso sobre mi 42
hombro derecho.
—Mierda —dije.
—¡Iuuu! —Emma chilló.
Roxie ladró.
Colin se echó a llorar.
—No pasa nada, cariño —dijo Kathleen, y por un segundo, en medio de la
confusión, pensé que se dirigía a mí.
No lo hacía. Una vez más me arrebató a Colin mientras le murmuraba en ese
tono de voz dulce y azucarado que me daba ganas de poner los ojos en blanco o de
vomitar. Kathleen se llevó al bebé llorando escaleras arriba, dejándome cubierto de
vómito mientras su hija me miraba boquiabierta.
—Tienes que limpiar eso —me informó Emma y luego volvió a acariciar a
Roxie.
—Gracias, lo haré —murmuré.
Tomé un puñado de toallitas de papel para absorber la mayor parte del
desastre, pero eso no me libró de la pegajosidad. Además, ahora apestaba a leche
agria. Nunca se me había pasado por la cabeza que acabaría sirviendo de lienzo para
orina y vomito en la misma mañana.
Mientras tanto, oía a Kathleen arriba. Cantaba una canción infantil sobre
conejos en el bosque y Colin había dejado de llorar. Tiré las asquerosas toallas de
papel a la basura. Lo que más me apetecía era tomarme unos minutos para
despejarme en el vapor de una ducha caliente.
—Escucha —le dije a Emma—, ¿estarás bien aquí abajo unos minutos?
La niña me miró, parpadeó con sus grandes ojos marrones y luego apoyó la
cabeza en la baldosa de la cocina, junto a las patas de Roxie. Roxie le olisqueó el
cabello y le lamió la cara. Lo interpreté como que todo estaba bien, así que subí
corriendo las escaleras.
Cuando me asomé a la habitación de Colin, Kathleen estaba de espaldas a mí
mientras lo limpiaba en el cambiador. La falda azul floreada que llevaba era suelta y
larga y no ocultaba que tenía un trasero estupendo. Puede que sea un pedazo de
mierda por hacerlo, pero me quedé el tiempo suficiente para echar un buen vistazo a
la vista antes de retirarme, luego recogí una muda de ropa de una de mis maletas y
me retiré al baño del pasillo.
Las viejas tuberías gimieron cuando abrí la ducha, pero el agua estaba
felizmente caliente. Me sentí un poco mejor después de unos treinta segundos bajo el
chorro, pero seguía excitado de una forma que el agua no podía resolver. Durante la
última semana, mi vida había sido todo tristeza, preparativos de funerales, ansiedad
y arrepentimiento. Necesitaba otra cosa. Una liberación, algo breve y sórdido para
volver a centrar mis pensamientos. Mi polla se crispó y luego se endureció cuando mi
mano se cerró a su alrededor. Con todo lo que estaba ocurriendo en la casa, no era
el momento ideal para masturbarme pensando en un trasero cubierto de flores y unas 43
tetas firmes. Lo hice de todos modos. Nadie tenía por qué saberlo.
Cuando salí de la ducha y me puse algo de ropa, Kathleen se había llevado a
Colin abajo. La encontré en la cocina, echando en un cuenco unos cereales rosas de
aspecto espantoso. Colin estaba felizmente instalado en su sillita y colocado en el
centro de la amplia mesa de la cocina. Estaba limpio, llevaba otra ropa y le habían
peinado los mechones de cabello claro. Parecía contento dando manotazos a los
coloridos juguetes que colgaban de la sillita. Emma estaba sentada en un asiento
elevado junto a la mesa y Roxie tenía la cabeza en su regazo. Parecía que mi perra
había encontrado una nueva ama.
—Espero que esto esté bien —dijo Kathleen, sacando una cuchara de un cajón
cercano y poniendo el tazón de cereales delante de su hija—. Heather vigilaba a
Emma tan a menudo que tendía a tener cerca sus comidas favoritas.
Me encogí de hombros.
—Me parece bien.
Kathleen me miró de arriba abajo. No sabía qué estaba mirando. Ya no estaba
casi desnudo, así que no había nada que ver. Llevaba vaqueros y una camiseta verde
con las letras tan descoloridas que había olvidado lo que decían.
Pero por si la legendaria inteligencia de Kathleen incluía poderes psíquicos,
recogí una botella de limpiador multiusos y empecé a rociar la encimera de azulejos
para que no adivinara que acababa de masturbarme con un polvo imaginario en el
que ella había desempeñado un papel estelar.
—Parece que tu mano está curada —dijo señalando.
Me miré el dorso de la mano. Aún tenía algunos moretones y costras, pero ya
no era necesario llevar vendaje. Aun así, me acordé de que Kathleen no era tonta y
que debía elegir bien mis palabras.
—Sí —dije, manteniendo mi tono uniforme—. Seré más prudente en el futuro.
—Nash, puedes ser honesto conmigo si esto no está funcionando.
Dejé de rociar y la miré fijamente.
—¿Qué es lo que no funciona?
Miró a Colin y parecía triste.
—No pareces preparado para esto. Nunca esperaste ser el tutor, ¿verdad?
Puse la botella de limpiador un poco demasiado fuerte en la encimera. El ruido
resultante fue un poco fuerte. Roxie levantó la cabeza y me miró, sobresaltada.
Kathleen volvió a cruzarse de brazos. Emma siguió comiendo sus cereales.
Extendí las palmas de las manos sobre la encimera e intenté que la ira no se
reflejara en mi voz.
—No importa lo que esperaba. Heather y Chris no esperaban morir. Así son las
cosas. Y a pesar de lo que pareces pensar de mí, no voy a desentenderme de mis
responsabilidades. 44

Enarcó una ceja.


—No estaba insinuando eso. Es sólo que pareces estar luchando.
—Kathleen, dame un respiro. Hace dos días enterré a mi padre y a su mujer y
me enteré de que voy a criar a un niño durante los próximos dieciocho años. Todavía
estoy intentando asimilarlo. Mi vida ha dado un vuelco.
Dejó escapar un pequeño silbido, un sonido de disgusto.
—No se trata de clavarte en la cruz, Nash. Se trata de lo que es mejor para Colin.
—Y no me crees capaz de hacer lo que es mejor para Colin.
No era una pregunta. Estaba siendo muy clara.
Kathleen ladeó la cabeza.
—¿Crees que eres capaz de hacer lo que es mejor para Colin?
Mi temperamento estaba subiendo. Quizá tuviera algo que ver con su actitud
imperiosa. Tal vez tuviera algo que ver con el hecho de que se estaba centrando en
mis peores temores. La verdad era que no estaba seguro de poder ser todo lo que
Colin necesitaba. No sabía si era capaz de ser un buen padre, o incluso un tutor
satisfactorio.
O tal vez me molestaba el hecho de que Kathleen pareciera tan sexy como el
pecado incluso cuando me estaba volviendo loco.
—Lo que habría sido mejor para Colin —dije con voz tensa—, es que sus padres
nunca hubieran muerto, carajo.
Kathleen hizo una mueca.
—Por supuesto. Pero ésa no es la realidad.
—No, no es la realidad. La realidad es que Heather y Chris están muertos. La
realidad es que me eligieron como tutor de su hijo, que también resulta ser mi
hermano. —Exhalé y bajé la voz—. Así que eso es lo que voy a hacer. Ser su tutor.
No parecía convencida.
—¿Así de fácil? ¿No tienes un trabajo en Oregón?
—Soy diseñador independiente de páginas web. Puedo hacerlo en cualquier
sitio.
—¿Pero puedes recoger todo y mudarte sin avisar?
—Claro.
—Debe haber otras cosas que considerar.
—¿Cómo qué, Kathleen?
—Bueno, ¿no tienes una vida, Nash?
Estaba harto de sus preguntas.
—¿Tú tienes una vida, Kathleen?
Se estremeció. 45

—Tengo una vida —dijo en voz baja y alargó la mano para tocar la cabeza de
su hija.
Emma me miró y siguió comiendo sus cereales. Tuve la sensación de haber
tocado una fibra sensible. No era mi intención. Apreciaba todo lo que Kathleen había
hecho. Me alegraba que se preocupara por Colin. Y realmente no sabía cuál era su
situación personal. Kathleen Doyle había nacido brillante, una de esas personas de
las que se espera que salgan a conquistar el mundo. Pero aquí estaba, de vuelta en su
ciudad natal, viviendo en un dúplex destartalado, con una niña pequeña y sin anillo
en el dedo.
—En realidad no tenía mucha vida —dije y Kathleen me miró sorprendida—.
La verdad es que no. Vivía solo. No salía mucho. Existía. Así que no pierdo nada.
Todo eso era verdad. Pero no era toda la verdad. No me sentía obligado a
explicarle a Kathleen cada uno de mis pensamientos. No necesitaba saber que algo
seguía ardiendo dentro de mí, algo que se había encendido el día en que mi madre
fue asesinada por un hombre en quien confiaba. Algo que me impulsaba a
esconderme en las sombras y a aplicar pequeñas dosis de justicia cuando tenía la
oportunidad. Kathleen me parecía el tipo de persona que nunca soportaría la
violencia, ni siquiera cuando fuera necesaria. Si le hubiera confesado la verdadera
historia detrás de mis nudillos heridos, no lo entendería. Podría decidir causar un
problema.
Rodeé el mostrador y me acerqué a la mesa. Apreté un esponjoso cerdito rosa
que colgaba de la sillita de Colin. Emitió un chirrido estridente. Pateó las piernas y
sonrió. Le devolví la sonrisa.
—Estoy en esto a largo plazo —dije con voz suave, hablándole más a mi
hermano que a Kathleen.
—Lo siento —dijo Kathleen—. No quise...
—No lo hagas —dije bruscamente—. Olvidémoslo.
Asintió.
—De acuerdo.
Durante unos segundos no hubo más sonido que los crujidos de Emma.
Decidí que necesitaba otra taza de café, así que rellené la jarra.
—Parece que ibas de camino al trabajo —le dije. No tenía ni idea de a qué se
dedicaba Kathleen Doyle, ni me importaba especialmente, pero la conversación
necesitaba un nuevo rumbo.
—Ah, el trabajo —dijo Kathleen, acercando una silla de la cocina y tomando
asiento—. Quería hablarte de otra cosa. Y tomaré esa taza de café si todavía me la
ofreces.
Llené otra de las tazas de Hawk Valley Happiness y se la entregué. Sonrió al
verla, pero no supe por qué. Vi cómo se echaba los rizos rojos por encima de un
hombro y se llevaba la taza a los labios carnosos y sensuales. 46

—¿Qué es esto del trabajo? —pregunté para mantener mi mente en temas de


clasificación apta para todos.
—Sí. Quería hablar de la tienda, para ver qué tenías en mente. Ya lleva una
semana cerrada, lo cual es comprensible. Pero me preguntaba qué pensabas sobre
un plazo para la reapertura.
Había pensado muy poco en la tienda de mi padre en Garner Avenue. El lugar
había experimentado varias transformaciones a lo largo de los años. Cuando mi
abuelo compró el edificio era un bar en decadencia. Lo remodeló y abrió una
cafetería llamada Ryan's Place. Se tambaleo un buen número de años, pero entonces
mi padre se hizo cargo cuando yo era un niño pequeño. Llevar un restaurante era
complicado, con un escaso margen de beneficios, y Chris Ryan tenía otras ideas.
Pensó que Hawk Valley estaba al borde del renacimiento y que Garner Avenue se
convertiría en una especie de meca de la artesanía, que atraería a turistas y
compradores de arte como los lugares de Sedona y Scottsdale. Así que Ryan's Place
se convirtió en Hawk Mountains Gallery. Fue un error de cálculo. Una mísera galería
no era suficiente para atraer a los coleccionistas a la zona. Así que, una vez más, se
imponía un cambio y nació Hawk Valley Gifts. No era más que una tienda de souvenirs
corriente en la que se podía comprar todo tipo de tonterias baratas con el nombre
grabado en letras doradas, pero en la parte de atrás había una zona considerable en
la que los artistas locales vendían sus creaciones en consignación. Al menos así
estaban las cosas la última vez que estuve allí. No tenía ni idea de lo que estaba
pasando con la tienda estos días.
Kathleen esperó mi respuesta.
—Lo pensaré —dije, aunque la tienda no era una de mis preocupaciones.
—Podría quedar contigo esta tarde —se ofreció, mirando el reloj—. Tengo que
dejar a Emma en preescolar y luego tengo que reunirme con un par de clientes, pero
puedo sacar algo de tiempo sobre las dos.
No sabía por qué Kathleen se preocupaba tanto por la tienda. Parecía que tenía
más que suficiente para mantenerse ocupada.
—Quizá otro día —dije, mirando a Colin en su sillita. Seguía embelesado con
el cerdo colgante.
Kathleen no estaba contenta.
—Nash, realmente hay algunas cosas que merecen una discusión inmediata en
lo que respecta a la tienda.
—Bien. Pero hoy no. —Tenía otras cosas que resolver, como la crianza de un
niño. Y mi propio trabajo había quedado en suspenso. Había media docena de
proyectos inacabados en mi portátil y probablemente la simpatía de mis clientes tenía
un límite.
Kathleen frunció el ceño.
—También debes tener en cuenta a dos empleados.
No, ni siquiera se me había ocurrido. 47
—¿Eres uno de ellos? —le pregunté. Eso explicaría por qué insistía tanto,
aunque yo habría pensado que Kathleen y su mega cerebro podrían hacer algo
mucho mejor que trabajar en una tienda de regalos de un pequeño pueblo.
Negó con la cabeza.
—No. Bueno, más o menos. Quiero decir que yo no era uno de los empleados
a los que me refería. Pero llevo la contabilidad desde hace tres años, así que puedo
decirte todo lo que necesitas saber sobre el estado financiero de la tienda.
—¿Eres contadora?
Sacudió la cabeza.
—Más bien llevo los libros. Trabajo por mi cuenta y tengo como clientes a
varias pequeñas empresas de Hawk Valley. —Una sonrisa triste se dibujó en sus
labios—. Tengo que agradecérselo a Heather. Convenció a tu padre para que me
contratara cuando no tenía ni título ni experiencia y luego me recomendó por la
ciudad.
Kathleen rebuscó en un pequeño bolso marrón, sacó una tarjeta de
presentación y me la entregó.

KATHLEEN DOYLE
CONTABILIDAD SHOEBOX
Al servicio de las pequeñas empresas de todo el condado de Hawk.
Deja que me ocupe de tus necesidades.
Tuve que reprimir un bufido ante el último eslogan. Puede que me vaya al
infierno por pensarlo, pero estaría encantado de esbozar algunas formas en las que
ella podría, ocuparse, de mis necesidades.
—¿Te estás riendo? —preguntó Kathleen.
Me metí su tarjeta en el bolsillo trasero.
—No. Sólo tenía que aclararme la garganta.
Jugó con un largo rizo rojo y me miró.
—¿Así que a las dos te viene bien?
Tenía la sensación de que iba a presionarme hasta que aceptara. Además,
debía echar un vistazo a la tienda y considerar las opciones. El testamento de mi
padre me había dejado a cargo de todas las decisiones de gestión y la tienda era algo
de lo que tendría que ocuparme tarde o temprano.
—Haré que suceda —dije—. Sólo despejaré mi apretada agenda social.
Kathleen sonrió, una sonrisa de verdad, no melancólica. Podía ser mandona y
en ocasiones condescendiente, pero esta chica podía competir con el sol. Era
hermosa. 48

Emma se enfurruñó cuando su madre le dijo que era hora de irse.


—Quiero quedarme con Roxie.
—Es hora del preescolar, cariño. Recuerda que es un día especial. La clase va
a recibir un nuevo pez dorado.
Emma se cruzó de brazos y entonces vi su parecido con su madre.
—Pero quiero quedarme aquí.
—Oye —dije y la niña me miró como si se hubiera olvidado de que yo existía—
. Puedes volver a ver a Roxie cuando quieras. Lo digo en serio, Emma.
Y lo hacía. Sería un desalmado si no me conmoviera por una niña que quería a
mi perra.
Emma sonrió. Besó a la perra en la parte superior de la cabeza y sujetó la mano
extendida de Kathleen. Kathleen pronunció la palabra, gracias, y yo asentí.
—Por cierto —dijo Kathleen antes de cerrar la puerta de la cocina tras de sí—,
ese monovolumen blanco aparcado delante de casa era de Heather. Ya hay una silla
de auto en la parte de atrás y las llaves deberían estar en el gancho junto a la puerta
principal.
—De acuerdo.
—Si llevas a Colin a algún sitio tendrás que atarlo a una silla de auto.
¿En serio? No era especialista en bebés, pero por lo menos sabía eso.
—Gracias, Kathleen —dije, un poco sarcástico.
No se dio cuenta.
—¿Nos vemos a las dos?
—Allí estaré.
Esbozó otra sonrisa brillante y saludó a Colin con la mano.
—Adiós, chico guapo —dijo con una voz que parecía haber estado chupando
helio.
Una vez cerrada la puerta, la habitación se sintió terriblemente vacía. Roxie
gimoteó y me lanzó una mirada canina de desconcierto, probablemente
preguntándose qué había hecho para alejar a su nueva mejor amiga.
—Me olvidé de darte de comer esta mañana, ¿no? —Le pregunté.
La bolsa de comida para perros que había metido en el camión antes de salir
de Oregón estaba casi vacía. Vertí el resto en un plato y lo dejé en el suelo. Roxie
devoraba la comida y a mí me rugió el estómago. Había una pila de guisos en la
nevera, todos traídos por vecinos bienintencionados, pero nada sonaba bien ahora
mismo. Hoy tenía que hacer la compra. Tenía que hacer muchas cosas.
Colin pateó las piernas y agitó los brazos, golpeando al peludo cerdo rosa en
el proceso. 49
—Bueno pequeño amigo —dije, intentando sonar la mitad de alegre que
Kathleen y fracasando—, ¿qué hacemos primero?
El chico puso una cara rara, se puso rojo y expulsó un sonido inconfundible:
mierda húmeda golpeando un pañal.
—Culpa mía por preguntar —dije.
Mi hermano me sonrió.
Kathleen
Estar aquí me resultaba extraño, casi intrusivo. Nunca había estado en la tienda
cuando estaba vacía. Chris me había dado el código de la alarma y una llave justo
antes de que naciera Colin. Dijo que era por precaución, por si surgía algo mientras
él estaba ocupado en el hospital. Confiaba en sus empleados y uno de ellos llevaba
con él más de una década, pero quería otro refuerzo. Alguien cercano, alguien de
confianza.
—Alguien que es de la familia.
La última vez que estuve aquí fue hace poco más de una semana, cuando dejé
los informes financieros mensuales y entregué los cheques de las nóminas. Chris salió
del pequeño almacén y me saludó con una sonrisa. Me dio las gracias por haber
accedido a cuidar del bebé para que él y Heather pudieran disfrutar de una noche en 50
la cabaña de la montaña por su aniversario.
Sentí un escalofrío a pesar de que el lugar distaba mucho de ser frío. Las
cuidadas estanterías y los brillantes expositores proyectaban una especie de
sensación postapocalíptica en la penumbra, así que busqué un interruptor y encendí
suficientes luces para borrar las sombras de la tarde. El inventario era ecléctico,
desde llamativos souvenirs de carretera hasta obras de arte hechas a mano.
Al cabo de unos minutos volví a mirar el reloj. Nash llegaba tarde. Me pregunté
si aparecería. Una parte de mí esperaba que no. La tienda realmente requería algunas
decisiones de gestión inmediatas. No me lo había inventado. Pero tratar con Nash
Ryan podría no ser una tarea fácil. Todavía irradiaba rebeldía, los años no habían
hecho mucho por atenuar la rebeldía natural que una vez me fascinó.
Eso era otra cosa. Mi encaprichamiento de la adolescencia no se había
desvanecido del todo. Esta mañana me había sentido nerviosa bajo su mirada. Era
una sensación que me desagradaba, que me perseguía. No todo se debía a Nash.
Pensaba en mis propios errores, en haberme dado cuenta demasiado tarde de que
un hombre que me incomodaba era la elección equivocada.
En cuanto a Nash, sabía muy bien lo bien que se veía en la cocina, de pie en
calzoncillos, como un monumento de virilidad, desafiándome en silencio a que le
echara un vistazo. No pude evitar hacerlo. Además, tenía la sensación de que él era
muy consciente de ello.
Suspiré en la tienda vacía. Como de costumbre, estaba sobre analizando. Lo
más probable era que Nash no estuviera intentando llamar la atención de nadie, y
menos la mía. Estaba cansado y luchaba por seguir el ritmo de sus nuevas
responsabilidades. Yo fui la que irrumpió en su cocina sin llamar esta mañana.
Llevaba a Emma a preescolar y había tomado nota de que llamaría a Nash más
tarde, cuando me desvié hacia la zona más antigua de Hawk Valley. No podía dejar
de pensar en Colin. Tenía que asegurarme de que estaba bien después de que lo
hubieran dejado al cuidado de un hombre que, obviamente, no tenía ni idea de cómo
cuidar a un bebé. Un hombre que siempre había despreciado a su padre y nunca
había mostrado el menor interés por la existencia de Colin.
Eso no es justo, Kat.
Tamborileé con los dedos sobre los barrotes metálicos de un estante de
postales. Quizá no era justa. Heather había confiado en mí para contarme que la
relación entre Chris y Nash había sido tensa, complicada. Pero estaba dispuesta a
dejar de lado la imparcialidad cuando se trataba del interés superior de Colin. Si Nash
resultaba ser un tutor incompetente, yo estaba dispuesta a intervenir.
El timbre de la puerta me sacó de mis cavilaciones y Nash atravesó la puerta
de cristal, con la silla del auto en la mano.
—Está dormido —susurró Nash y miró a su alrededor en busca de un lugar
donde dejar al bebé.
Le hice una seña y lo conduje al despacho de Chris, en la parte de atrás. Nash
colocó suavemente el asiento del auto en medio del viejo escritorio de su padre. Se 51
detuvo y miró a su alrededor durante un segundo y me pregunté qué estaría
recordando. Debió haber estado en esta habitación miles de veces mientras crecía.
Pero cuando se volvió para seguirme de vuelta a la tienda, su rostro estaba impasible.
—¿El viaje en auto lo dejó inconsciente? —pregunté cuando estuvimos fuera
del alcance del oído.
Nash asintió y se apoyó en la caja. Recorrió la tienda con la mirada, pero no
parecía especialmente interesado en nada de lo que veía.
—Heather solía darle la vuelta a la manzana una y otra vez para adormecerlo —
le dije.
Nash se rascó la barbilla.
Me aclaré la garganta.
—Supongo que ha pasado mucho tiempo desde que viste la tienda.
Señaló la pared del fondo.
—Allí solía haber hileras de camisetas.
—No se vendían bien. La tienda aún tiene algunas, pero son de mayor calidad.
—¿Todas tienen las palabras Hawk Valley en ellas?
—Más o menos.
Se burló.
—No sé quién querría comprar esa basura, salvo la gente que ya vive en Hawk
Valley.
Discutí con él.
—Te sorprenderías. Hemos tenido más tráfico turístico por aquí en los últimos
años. El ayuntamiento acaba de votar la financiación de una campaña para cambiar el
eslogan de la ciudad a Descubre Hawk Valley: Puerta de Hawk Mountains. La población
de la zona de Phoenix sigue creciendo y la gente siempre busca escapadas de fin de
semana a algún lugar un poco más fresco.
Nash sonrió satisfecho.
—Suenas como un folleto de viajes.
—¿Y? Creo que Hawk Valley es un gran pueblo.
Enarcó una ceja.
—¿Así que por eso te quedaste aquí?
No, no fue por eso. Siempre había soñado con un futuro en la gran ciudad. Pero
las cosas no salieron así. Aun así, me sentí a la defensiva e irritada de que Nash
criticara mi ciudad natal. Había lugares mucho peores donde estar.
—Me gusta pensar que puedo apreciar lo que tengo enfrente —dije—, en lugar
de estar siempre a la caza de algo más.
Nash soltó una carcajada.
—Shh —le advertí—. Despertarás a Colin. —No sabía qué había dicho para 52
divertirlo—. ¿Te estás burlando de mí?
Nash me miró.
—No, Kathleen.
—Es la segunda vez hoy que te ríes en mi cara.
Frunció el ceño.
—¿Cuándo fue la primera?
—Cuando te di mi tarjeta de presentación.
—No recuerdo haberme reído.
—Era evidente por tu expresión que apenas te estabas conteniendo.
Dejó escapar un detestable silbido bajo.
—Maldita sea, ¿siempre has sido tan psíquica?
—Basta ya.
—No, en serio, podrías monetizar esa habilidad.
—Tu sarcasmo deja mucho que desear.
—Podrías alquilar un cuchitril en Garner Avenue, colgar cortinas de cuentas en
la puerta y cobrar veinte billetes a cada uno mientras miras dentro de una bola de
cristal y finges ver algo emocionante.
—¡Nash!
—Kathleen —dijo, burlándose de mi voz frustrada.
—Eres agotador —dije cansada.
—Y tú te pones nerviosa con facilidad —dijo y bostezó.
Tomé aire, tratando de mantener la calma y fracasando.
—Mira, mi plato está lleno. Soy empresaria, madre y estudiante. Pero he hecho
todo lo posible por ayudarte y no me gusta que me tomes cómo un chiste.
—Shhh. —Nash se llevó el dedo a los labios y miró hacia la puerta del
despacho—. ¿Ahora quién va a despertar al bebé?
Nash ya no se reía, pero estaba claro que se divertía. Me sorprendió lo poco
que lo conocía. Había sido un enigma incluso para su familia. Heather confesó que
esperaba que se calmara y aceptara los intentos de reconciliación de Chris. Pero eso
nunca ocurrió porque, evidentemente, Nash seguía siendo un cabrón testarudo. No
debería sorprenderme. El chico que iba por ahí con un chip del tamaño de un camión
en el hombro nunca había evolucionado. Sólo se había hecho más grande. Más fuerte.
Más guapo.
Al parecer, Nash se dio cuenta de que se había excedido. Suspiró y su
expresión se tornó casi compungida.
—No creo que seas un chiste, Kathleen. En absoluto. Te pido disculpas si di esa
53
impresión.
No estaba segura de que lo dijera en serio, pero estaba dispuesta a concederle
el beneficio de la duda.
—Disculpa aceptada. Y puedes llamarme Kat.
—Me quedo con Kathleen.
—Como quieras.
Nash volvió a mirar a su alrededor.
—Entonces, ¿qué estoy haciendo aquí?
Era una pregunta profunda.
—Sé que no es lo ideal pero Colin te necesita y...
—En la tienda, Kathleen. ¿Qué era tan urgente que necesitaba venir aquí hoy?
Tuve que acercarme al mostrador donde había dejado mi portátil. Nash me
observaba a menos de medio metro de distancia. Abrí la tapa y examiné los datos que
ya había memorizado.
—Los ingresos netos siguen en números rojos este año. Las ventas se
resintieron durante el invierno, cuando hubo muchas obras en la avenida Garner. Hay
un problema temporal de liquidez. Ocurre de vez en cuando y Chris solía prestar
dinero a la tienda con sus fondos personales, pero las reformas que él y Heather
hicieron en la casa fueron más costosas de lo esperado. No le sobró mucho. Para
agravar el problema, el banco cambió las condiciones de su línea de crédito. Hay
suficiente para pagar los servicios públicos y las nóminas, pero no para hacer nuevos
pedidos de inventario de temporada, y con la ajetreada temporada de verano a la
vuelta de la esquina es esencial solucionar el problema. Además, cada día que la
tienda permanece cerrada es un día sin ventas.
Nash miró hacia la puerta.
—No parece que nadie se esté abriendo camino para entrar aquí.
Entrecerré los ojos.
—El gran cartel que dice CERRADO podría tener algo que ver con eso.
—¿Así que la tienda está fallando?
—Yo no dije eso.
—Seguro que no pintaste un cuadro color rosa.
—Necesitas reabrir, Nash. Y tienes que resolver el problema de la línea de
crédito y pedir nuevo inventario antes de la fiebre del verano.
Suspiró.
—Por el amor de Dios, no sé nada de llevar una tienda de recuerdos.
—Por supuesto que sí. Este es el negocio de tu familia. Prácticamente te criaste
aquí.
—No, operaba la caja registradora a regañadientes durante el verano cuando 54
era adolescente. Nunca supe ni me importó cómo funcionaba el local.
Cierro la tapa de mi portátil.
—Bueno, es hora de que te importe, Nash.
No estaba de acuerdo. Volvió a mirar hacia la habitación donde dormía Colin.
—Tal vez sea hora de dejarla ir —dijo en voz baja.
Me quedé con la boca abierta.
—No puedes hacer eso.
Me miró con extrañeza.
—Es una tienda de recuerdos, no un tesoro nacional. El mundo estará bien sin
más tazas feas de cerámica.
Mis puños se cerraron.
—Este era el negocio de tu padre. Él habría querido que sobreviviera.
—Sí, probablemente quería sobrevivir él mismo. Pero como te recordé antes,
esa no es la realidad con la que estamos tratando.
—Nash —dije bruscamente, y luego mordí las siguientes palabras. Mi madre
siempre me había advertido de que ser mandona no era una cualidad agradable.
En realidad, sus palabras fueron:
—No seas tan perra —pero el sentimiento era el mismo. No podía obligar a
Nash a ver las cosas a mi manera. Él también tenía mucho que hacer.
—Es importante —dije en voz baja.
Enarcó una ceja, pero esperó cortésmente a que continuara.
—La tienda —continué—. Es difícil para los pequeños negocios mantenerse en
estos tiempos. Tu familia ha regentado este lugar de una forma u otra durante más de
cuarenta años. Significa algo para la gente de por aquí, y significará aún más para
ellos ahora que tu padre ya no está. —Observé la pared del fondo, donde colgaban
cuadros de artistas de la zona en silencio expectante, a la espera de un comprador—
. Todo el mundo quiere una razón para ser optimista.
—Un final feliz —dijo Nash, pero ahora no sonaba sarcástico. Sólo triste—. No
creo que sea posible en esta situación.
—Tal vez no un final feliz. Sólo uno menos trágico. Me dolería ver cerrar la
tienda. Y no me refiero sólo porque sería un escaparate vacío en la Avenida Garner.
Cada cuadro que ves en esa pared trasera es de un artista, incluida tu tía Jane.
Probablemente no haya un armario de cocina en la ciudad que no tenga una de esas
tazas Hawk Valley Happiness que diseñó Heather. Tu padre patrocinaba todos los
años a un equipo de la liga infantil local. Los dos empleados son una mujer mayor con
un marido discapacitado que lleva trabajando aquí más de diez años y un estudiante
universitario que estudia para ser profesor. Hay mucha gente, incluida yo, que estaría
encantada de ayudarte a mantener la tienda abierta si le das una oportunidad.
55
—Eso ha sido un bocado —dijo Nash cuando por fin dejé de hablar.
—¿Lo vas a pensar?
Sus ojos se posaron en un impresionante paisaje que representaba el pico más
alto de Hawk Mountains. Sabía que lo había pintado su tía y me preguntaba si
reconocería su estilo.
—Lo pensaré —aceptó.
Sonreí.
—Bien.
Nash asintió en mi dirección.
—Entonces, ¿cuál es tu trato?
—¿Mi trato?
—Llevas muchos sombreros. Eres contadora, madre, rescatas pequeñas
tiendas de pueblo y, a juzgar por tu interacción con Colin, también eres una experta
susurradora de bebés. ¿Y te he oído mencionar que también eres estudiante?
—Clases online, pero sí.
Nash me estudió.
—¿Hay algo que no puedas hacer, Kathleen Doyle?
—Relaciones.
¡¡¡UGH!!!
Nash rió entre dientes.
—Tomo nota.
Me encogí interiormente.
—Eso sonó patético.
Se encogió de hombros.
—Un poco.
Puse los ojos en blanco.
—Te juro que no estoy pidiendo lástima. Sólo quería decir que no tengo tiempo
ni ganas de lidiar con relaciones.
—No eres la única.
—Quizá algún día cambie mi perspectiva, pero por ahora estoy mejor sola.
Nash parecía interesado.
—¿Una mala experiencia?
Un escalofrío me recorrió.
—Sí.
—Eres honesta —dijo, asintiendo—. Eso me gusta. 56
No. Soy lo contrario de honesta.
—Debió haber sido el padre de Emma —Nash adivinó.
El tema del padre de Emma no era bueno. Algún día habría un ajuste de cuentas
por las cosas que había hecho, las mentiras que había dicho. Pero eso no ocurriría
hoy y, de todos modos, nada de eso era asunto de Nash Ryan.
—No he visto al padre de Emma desde que estaba embarazada —dije. Al
menos esa parte era técnicamente cierta. Hice ademán de mirar el reloj—. Hablando
de Emma, tengo que ir a recogerla.
Un grito repentino señaló el despertar de Colin. Mi primer instinto fue salir
corriendo al pasillo por él, pero Nash se me adelantó. Colin seguía llorando cuando
Nash regresó con la silla del auto.
—Espera, chico —dijo. Dejó al niño en el suelo y se encorvó, tanteando los
cierres del cinturón. Esperé unos segundos y me agaché para ayudarlo. En tres
segundos había liberado a Colin y lo tenía en mis brazos.
—Seguro que está mojado —dije acariciando el pequeño trasero de Colin—.
¿Dónde está la bolsa de pañales?
Nash parpadeó.
—Ahh...
—¿No trajiste pañales?
—No.
—¿No?
—No. No pensé que estaríamos afuera mucho tiempo.
—Nash, siempre tienes que traer la bolsa de los pañales. Te la devolví llena de
pañales limpios, ¿recuerdas?
Ahora estaba molesto.
—Lo olvidé, ¿de acuerdo? No estoy acostumbrado a llevar tantos accesorios.
—Bueno, tienes que acostumbrarte. Los bebés tienen muchas necesidades.
—Kathleen —dijo cansado y pensé que iba a decir algo desagradable, pero se
limitó a exhalar ruidosamente y dio un paso en dirección contraria mientras miraba
hacia otro lado. Colin seguía retorciéndose. Lo hice rebotar un poco los brazos para
distraerlo.
—Condujiste hasta aquí en la minivan, ¿verdad? —pregunté.
Me lanzó una mirada.
—¿Tiene sentido esa pregunta?
—Sí. Heather solía guardar algunos pañales de repuesto en la guantera.
—Es una buena idea.
La exasperación se apoderaba de mí. 57
—¿Puedes por favor ir a buscar uno?
Nash parecía cada vez más irritado, pero salió sin decir palabra. Volvió un
momento después con un pañal nuevo. Me lo puso delante de la cara y lo tomé.
—¿Quieres que lo cambie? —pregunté.
—¿Hay alguna forma de detenerte? —refunfuñó.
Hice caso omiso de la pregunta y me llevé al bebé alborotado al despacho,
donde lo dejé con ternura sobre la superficie del antiguo escritorio de su padre,
encima de una manta, y le cambié rápidamente el pañal. No fue hasta que terminé
cuando descubrí que, después de todo, no estaba mojado.
Nash estaba apoyado en la encimera con los brazos cruzados cuando regresé.
Observó en silencio cómo me quitaba el cabello de los puños regordetes de Colin y
volvía a instalarlo con cuidado en su sillita.
—Probablemente tenga hambre —dije.
—Probablemente —aceptó Nash y me quitó el asiento del auto.
—Podemos vernos mañana a la misma hora. Tenemos mucho más de qué
hablar si hay alguna posibilidad de que mantengas la tienda en funcionamiento.
Quiero enseñarte las finanzas. Y como tu padre cubría la caja tan a menudo tendrás
que contratar a otro empleado a menos que pienses estar aquí mucho tiempo.
—Para. —Nash sacudió la cabeza y por un segundo pareció
extraordinariamente cansado—. Suficiente por ahora, ¿de acuerdo?
Lo estaba haciendo otra vez. Ser prepotente, autoritaria, exigente.
Una perra.
Tragué saliva.
—De acuerdo, Nash. Me detendré.
Se detuvo junto a la puerta y me miró durante unos segundos en silencio. No
sabía lo que veía cuando me miraba. La residente inteligente que creía que iba a
arrasar en el mundo y ahora luchaba por llegar a fin de mes como madre soltera en
la pequeña ciudad de la que una vez juró que escaparía.
—Estaré en contacto —dijo Nash y luego se fue.
Recogí un pequeño objeto del mostrador y lo sostuve en la palma de la mano.
Era un duplicado de la llave de la tienda. Había olvidado dársela.

58
Nash
La noche anterior había sido dura, Colin no quería dormir más de una hora
seguida. Comía bien y seguía llenando los pañales, así que, según mis
investigaciones en Internet sobre los hábitos de los bebés, no había motivo de alarma.
Le revisé las encías porque había leído en alguna parte que a veces a los bebés les
empiezan a salir los dientes antes de tiempo, pero las encías parecían rosadas y no
estaban ni remotamente hinchadas.
Kathleen probablemente habría chasqueado los dedos y habría sabido al
instante cuál era el problema, pero llamar a Kathleen significaría que tendría que
hablar con Kathleen. Hablar con Kathleen significaba que me regañaría por la bolsa
de pañales olvidada y la mala etiqueta con los biberones. Después de nuestro 59
irritable encuentro en la tienda el otro día, pensé que necesitábamos algo de espacio.
Jane y Kevin nos visitaron a última hora de la tarde y me alegré de dejarles a
Colin unos minutos para poder darme el lujo de una ducha de diez minutos.
Pero una vez que mi tía y su novio se fueron, volví a quedarme solo,
desgastando el suelo de madera mientras paseaba a Colin de un lado a otro y
viceversa porque se ponía a llorar cada vez que lo dejaba en su cuna. No sabía cuánto
lloraba un bebé normal, pero parecía que este niño aspiraba a batir un récord
mundial. Al final se durmió una hora después de que se pusiera el sol y me habría
alegrado seguir su ejemplo si no tuviera un montón de trabajo.
Así que, en lugar de recuperar el sueño que tanto necesitaba, estaba en la mesa
de la cocina, frotándome los ojos entre retoques a la página web de una cadena de
asadores de Portland para la que había hecho proyectos en el pasado.
Roxie roncaba debajo de la mesa, pero se levantó de un salto cuando me puse
de pie. Apenas había avanzado en mi lista de tareas, pero el resto tendría que esperar.
Estiré las puntas de los dedos hacia el techo y oí cómo me crujían las articulaciones.
Había muchas tardes en las que me pasaba horas sentado en la cocina porque
mi padre tenía la norma de limpiar el plato antes de levantarse de la mesa. No me
gustaba visitar a mi padre. Mi mamá siempre consentía mis hábitos alimenticios
quisquillosos, preparando comidas especiales que se ajustaban a mis gustos. Fue una
historia diferente cuando llegué a Hawk Valley. Chris Ryan estaba desconcertado
ante un niño de ocho años que no comía carne roja y no tenía ningún interés en pescar
en el lago de la cabaña de la montaña. En uno de esos viajes tiré la caña y le dije que
debíamos dejar en paz a los peces porque estaban mejor donde estaban. Me miró
con frialdad y me advirtió que recogiera la caña y empezara a pescar como un niño
normal, o de lo contrario podría volver caminando a la maldita montaña.
—Tu problema es que tu madre te malcría. Esa chica nunca tuvo sentido común.
Siempre supe que mis padres no se gustaban. Debe haber sido duro, tratar de
criar a un hijo con una persona que no soportas. Pero mi mamá nunca me dijo una
mala palabra sobre Chris Ryan directamente. Nunca le dije que él no le devolvía el
favor.
Esa fue la última vez que mi padre y yo fuimos a pescar juntos. En un acto de
desafío, recogí la caña y me quedé allí hasta que pesqué el doble de peces que él.
Entonces, cuando me dio la espalda, tiré la nevera llena de peces muertos al agua
turbia del lago.
No me dirigió la palabra durante el resto del día.
La perra soltó un suave quejido y me arrancó de los viejos recuerdos.
—¿Necesitas salir? —Le pregunté y su cola se movió. Me llevaba mucha ventaja
cuando llegué a la puerta trasera.
La vi adentrarse en la oscuridad y me pregunté qué pensaría mi padre de que
un perro viviera en su casa. Siempre había sido muy quisquilloso con los animales de
60
compañía, al menos los que pesaban más de medio kilo, y sólo admitía pequeños
roedores que pudieran enjaularse y tuvieran una esperanza de vida limitada. La única
otra vez que había tenido un perro fue en casa de mi mamá, en Phoenix. Se llamaba
Capitán y era un enérgico border collie que seguía todos mis movimientos cuando
estaba en casa. Lo mataron la misma noche que a ella.
Roxie respondió a mi silbido y volvió corriendo al interior. La recompensé con
una palmadita en la cabeza.
—Buena chica.
La perra agitó la cola y derribó accidentalmente un jarrón de porcelana azul
que estaba sobre una mesa baja. Lo vi caer al suelo duro y romperse en varios
pedazos, haciendo una mueca de dolor por el ruido y esperando el inevitable grito
del piso de arriba. Cuando llegó, el sonido era agudo y penetrante, fuerte incluso
para él.
Me apresuré a subir las escaleras de tres en tres para llegar a la habitación de
Colin. No paraba de gritar cuando lo levanté, gritó más fuerte cuando lo abracé,
arqueaba la espalda y chillaba como una banshee cuando le revisaba el pañal. Nada
lo consolaba. El pañal estaba seco. No quería el biberón. No quería que lo sostuviera
en brazos. Incluso intenté ponerlo en la sillita del auto y darle una vuelta a la manzana,
pero eso no lo calmó en absoluto, así que me rendí y lo traje de vuelta a casa.
—¿Qué le pasa a mi amigo favorito? —Dije, intentando sonar ridículo como
Kathleen cuando hablaba con él, pero sólo gritó un poco más.
Intenté mecerlo en una silla del salón, pero tampoco quería. Sus gritos eran
implacables, estridentes. Sonaban llenos de dolor y me destripaban como ningún otro
sonido lo había hecho antes. Abracé el pequeño cuerpo de mi hermano y apreté los
labios contra su frente.
Estaba caliente. Demasiado caliente.
El pánico aumentó al instante. Estaba enfermo. Por eso había estado llorando
tanto, por eso no se le podía consolar. Debería haberlo sabido. Debería haberlo
pensado. Un padre se habría dado cuenta antes.
—Todo irá bien, Colin. Estarás bien. —Mi voz era artificial, alta y alegre.
Lo acuné en un brazo y encendí mí portátil con el otro. Busqué las palabras,
fiebre en un bebé. Busqué las palabras, bebé enfermo. Busqué las palabras bebé
enfermo fiebre llanto. Los resultados eran tan variados que de poco servían. Colin
podía estar resfriado o podía tener meningitis. No sabía si le habían puesto alguna
vacuna. No sabía quién era su médico. En algún momento, Kathleen había soltado esa
información, pero fue una de esas veces en las que me cansé de escucharla y la
ignoré.
También me había dado su número de teléfono, pero no lo había añadido a mi
lista de contactos. Mi única opción era subir las escaleras y rebuscar en la ropa sucia
hasta encontrar el bolsillo donde había metido su tarjeta de presentación el otro día.
Por suerte, su número de teléfono aparecía en la parte inferior. Contestó al segundo 61
timbrazo.
—Está enfermo —solté una fracción de segundo después de que me saludara.
Si Kathleen había estado durmiendo cuando la llamé, ahora estaba despierta y
alerta.
—¿Nash? ¿Colin está enfermo?
—Sí. Tiene fiebre.
—¿De cuántos grados?
Me paseé por el suelo con el teléfono en la oreja y mi hermano llorando en
brazos.
—No lo sé. Lo siento caliente y llora a ratos desde anoche, pensé que todo iba
bien cuando se durmió pero empezó a llorar otra vez y cuando le toqué la cabeza noté
lo caliente que estaba.
Fue un balbuceo de palabras, pero Kathleen lo entendió.
—Bien, escucha. Lo primero que tienes que hacer es darle una dosis de
ibuprofeno para bajarle la fiebre. Busca en la bolsa de pañales de su habitación.
Debería haber un frasco con un gotero que te permitirá darle la dosis adecuada
directamente en la boca. Ahora déjame preguntarte, ¿ha estado comiendo?
Me dirigí a la habitación de Colin y ya estaba rebuscando en la bolsa de los
pañales.
—Sí, ha estado comiendo.
—¿Orina? ¿Hace popó?
—Ambas.
—¿Parece apático? ¿Letárgico?
Dejo al bebé gritón en el cambiador.
—¿Parece apático?
—¿Ves algún sarpullido en alguna parte?
Le desabroché el traje y lo examiné.
—No. —Tenía la medicina en la mano. Escaneé el frasco en busca de la dosis y
no perdí tiempo en llenar el gotero antes de depositar el contenido en la boca de
Colin. Arrugó la boca y se quedó en silencio un segundo, luego reanudó los gritos.
—¿Debería llevarlo al hospital? —pregunté.
—El Hawk General cerró hace dos años, así que el hospital más cercano está a
cuarenta y cinco minutos. Hay un nuevo centro de urgencias que acaba de abrir en
Cottonwood Road, justo al lado de la I-95. Probablemente no estén ocupados. Nos
vemos allí.
Iba a decirle a Kathleen que no necesitaba hacer eso. Era tarde y tenía una hija
de la que ocuparse. Pero me sentí aliviado de que viniera. Kathleen, con su actitud
autoritaria y sabelotodo, era exactamente lo que Colin necesitaba ahora. 62

—Gracias —dije y le recoloque a Colin su atuendo.


Esta vez no me olvidé de llevar la bolsa de los pañales al salir de casa. El centro
de urgencias estaba a diez minutos en auto y sólo había otros dos pacientes en la sala
de espera. Estaba a medio rellenar la historia de mi vida en un portapapeles lleno de
papeles cuando Kathleen entró corriendo. Puedo admitir que me alegré mucho de
verla.
—¿Cómo está? —Se sentó en la silla de plástico amarilla que había a mi lado y
levantó a Colin, desabrochándole el cinturón de seguridad.
—Mucho más tranquilo ahora —le dije. Colin se había quedado dormido
durante el trayecto y siguió así incluso cuando lo traje al edificio iluminado. También
sentía su cabeza más fría.
—Pobrecito mío —murmuró Kathleen, besándole la cara y meciéndolo en sus
brazos. Me costó deshacerme del nudo en la garganta al verla abrazar a mi hermanito.
Quería de verdad a aquel niño. Lo quería tanto como yo.
—Dejé a Emma en casa de mi madre —dijo Kathleen, sin dejar de mirar a
Colin—. Puede quedársela toda la noche.
Kathleen conseguía tener un aspecto excelente incluso a esas horas de la
noche, bajo las duras luces de la sala de espera de urgencias. Llevaba una camiseta
azul con cuello de pico y una falda suelta que le llegaba hasta los tobillos. Sus rizos
pelirrojos le caían por los hombros y no llevaba maquillaje. No le hacía falta. Y no
podía estar seguro, pero desde este ángulo supuse que no llevaba sujetador.
Soy un maldito imbécil.
Esta chica sale en mitad de la noche para ayudarme en una crisis y lo único que
puedo hacer es mirarle las tetas.
Dejé de mirar a Kathleen y volví al tedioso papeleo.
—Perdona si te desperté.
—No lo hiciste. Tenía que escribir un trabajo.
Junto a una línea que decía Alergias escribí un signo de interrogación.
—Así es, mencionaste que estabas estudiando en línea. ¿Qué estás estudiando?
—Contabilidad. Me gustaría sacar la licencia de Contadora Público Certificada
algún día.
—Qué bien.
—La verdad es que no. Pero es una buena carrera que pagará las facturas.
Volví a estudiarla. Colin dormía ahora sobre su hombro mientras ella le frotaba
tiernamente la espalda.
—¿Qué querías hacer en su lugar?
Una sonrisa triste asomó a sus labios.
—Tardé un poco en encontrar mi sitio, pero estudiaba filosofía. 63

—Impresionante.
—Quería ser profesora universitaria. Hacer un doctorado para tener unas letras
elegantes después de mi nombre, quizá enseñar en el extranjero durante un tiempo.
Aquellos planes se parecían más a la Kathleen Doyle que se promocionaba
como el prodigio del pueblo, la chica que se saltó un par de cursos y se enfrentó a los
pasillos del instituto Hawk Valley antes de lo previsto, ignorando todas las burlas por
su aspecto de niña de pecho plano.
—Y, sin embargo, te convertiste en contadora en Hawk Valley —dije e
inmediatamente deseé no haberlo hecho. Estaba pensando en voz alta,
preguntándome sobre la bifurcación en el camino de la vida de Kathleen Doyle.
—Emma —dijo a modo de explicación y su sonrisa ya no era triste.
Debería habérmelo imaginado. Kathleen era unos años más joven que yo,
probablemente veintitrés. Se había graduado antes de tiempo, fue la mejor estudiante
de mi promoción, se fue a la universidad con grandes sueños y volvió a casa después
de quedar embarazada de un chico del que, obviamente, no quería hablar. Mis
propios padres eran jóvenes y tontos cuando yo llegué al mundo, así que sabía muy
bien cómo la llegada de un hijo podía cambiar la trayectoria de una vida.
—¿Tienes idea de todo lo que podría haber hecho si no hubieras nacido?
Mi padre estaba un poco borracho cuando dijo eso y acabábamos de tener otra
de nuestras infames peleas. Yo tendría quince años entonces. Chris Ryan no se
disculpaba muy a menudo, pero al día siguiente se disculpó por haber dicho esas
palabras. Se quedó de pie en la puerta de mi habitación, con las manos cruzadas
sobre el pecho y los ojos en el suelo mientras decía que lo sentía. Estaba enfadado.
Había bebido demasiadas cervezas. No hablaba en serio. Le creí. Quería que yo
también dijera algo, que reconociera su disculpa. Pero me obstiné en mirar mis
deberes y no dije nada.
—¿Colin Ryan?
La enfermera con bata morada estaba allí esperando. Kathleen llevaba a Colin
en brazos y yo los seguía con la sillita y la bolsa de los pañales.
—Sólo tienes que dejar los brazos de mamá un segundo —dijo la enfermera
cuando llegó el momento de colocar a Colin en la báscula—. Seis kilos con cincuenta
gramos.
—¿Eso es bueno? —pregunté, sonando tan ansioso como me sentía.
La enfermera me dedicó una sonrisa indulgente. Parecía joven, muy joven.
Probablemente había dejado de tomar pecho anteayer.
—No pasa nada. Deben ser padres primerizos.
—No —dijo Kathleen y lo dejó así.
La enfermera prometió que la doctora vendría enseguida y nos dejó solos.
Colin empezaba a inquietarse, así que Kathleen recorrió la corta longitud de la 64
habitación para calmarlo.
—¿Quieres que lo tome? —pregunté.
Empezó a decir que no, pero luego me lo entregó.
—Si quieres.
Me estaba acostumbrando a sentir su pequeño cuerpo contra mi pecho.
Sostenerlo era algo natural.
—Pronto te sentirás mejor —le dije al oído. Cuando levanté la vista, mis ojos
encontraron los de Kathleen. Sus ojos eran llamativos, de un verde claro que nunca
había visto en nadie más.
La doctora no nos hizo esperar mucho. Yo no la recordaba, pero ella sabía
quién era yo. Vivía en la ciudad. Había estado en alguna junta local de caridad o algo
así con Heather.
—Doble infección de oído —anunció unos minutos después de examinar a
Colin—. Eso explicaría la fiebre y la inquietud. Aparte de eso parece perfecto, así que
les haré una receta y podrán llevarse a este pequeñín a casa.
—Gracias, Dra. Crawford —dijo Kathleen.
—De nada —dijo la Dra. Crawford. Garabateó unas notas en un papel y luego
me miró directamente—. Una vez más, siento mucho su pérdida. Todavía no puedo
creerlo. —Sus ojos se dirigieron a Colin y su expresión se entristeció visiblemente—
. Por favor, hazme saber si hay algo que pueda hacer.
Era el mismo sentimiento que me repetían docenas de personas desde la noche
en que llegué a Hawk Valley. Un inútil y bienintencionado, están en pensamientos y
oraciones. Ojalá pudieran hacer algo.
—Se lo agradezco —le dije a la doctora antes de que saliera de la habitación.
Kathleen sabía dónde había una farmacia de veinticuatro horas e insistió en
recoger ella misma el medicamento.
—Lleva a este guapo hombrecito a casa —dijo—. No tardaré mucho en llenar
esto y podremos darle la primera dosis enseguida.
—Gracias —dije. La palabra me pareció inadecuada, pero era todo lo que
podía ofrecer.
Sonrío.
—Emma ha tenido infecciones de oído. Se curan rápido cuando hacen efecto
los antibióticos.
—En serio, Kathleen —dije mientras Colin dejaba escapar un suspiro
soñoliento sobre mi hombro—. Te debo una por esto.
Extendió la mano y tocó la cabeza de Colin, rozando mi hombro con las yemas
de los dedos. 65
—Tonterías. Siempre estaré ahí para Colin. Y para ti.
—Tengo suerte de tenerte —dije, sin darme cuenta del posible doble sentido
de las palabras hasta que las oí en voz alta.
Kathleen sólo se sonrojó y apartó la mirada.
Me alegré de llevar a Colin a casa y esperar a que apareciera con la medicina.
Era agradable este sentimiento de cooperación por el bien de un niño que nos
importaba a los dos. Y era bueno tener un amigo. No tenía demasiados a mi alrededor
y eso nunca me molestó. Pero últimamente empezaba a sentir el déficit. Y sí, pensaba
en Kathleen como una amiga.
Una amiga con un cuerpo pecaminoso, un cabello sexy y una sonrisa
deslumbrante.
Una amiga que era amable y generosa, aunque un poco mandona.
Una amiga que me ponía la polla dura si la miraba demasiado tiempo.
Me gustaba Kathleen. La respetaba. Y no podía dejar de desear follármela
aunque lo intentara.
Kathleen
Después de que la reunión en la tienda terminara con una nota amarga,
necesité toda mi fuerza de voluntad para no llamar a Nash o pasarme por su casa al
día siguiente. Cuando dijo:
—Me pondré en contacto —no supe si estaba irritado por mi insistencia en lo
de la tienda o si simplemente necesitaba un poco de espacio para resolver las cosas
por sí mismo. Estaría encantada de mover montañas por Colin, pero mi papel era
limitado porque yo no era su tutora. Nash era su tutor.
No esperaba tener noticias suyas después de las diez de la noche, con pánico
en la voz mientras Colin gritaba de fondo. Nash no me pareció un hombre que se
pusiera ansioso con facilidad. No pedía ayuda para sí mismo. Pero lo había hecho por 66
Colin. Mientras estábamos sentados juntos en la sala de espera de urgencias, empecé
a comprender que Nash no era el personaje estoico que parecía ser. Cuidar de Colin
no era sólo una obligación para él. Se parecía más al amor.
Y por primera vez estuve de acuerdo en que Chris y Heather habían puesto a
su bebé exactamente en las manos adecuadas.
—¿Necesita un gotero? —preguntó el farmacéutico mientras embolsaba el
medicamento de Colin.
—Sí, por favor —dije.
Era más de medianoche cuando me dirigía a casa de Nash. Cuando llegué a la
centenaria casa victoriana, que debió ser testigo de muchos dramas y tragedias a lo
largo de las décadas, me quedé un momento junto al auto contemplando la vieja casa.
Las farolas proyectaban un pálido resplandor sobre los intrincados adornos de
los frontones. Siempre me había gustado este lugar. Crecí al final de la calle y me
fascinaba el encanto de las casas de pan de jengibre. Desde que Heather se casó con
Chris Ryan y se mudaron aquí, probablemente la había visitado cientos de veces. Una
parte de mí aún no podía creer que no estuvieran inmersos en sus idílicas vidas felices
al otro lado de la puerta roja.
La puerta se abrió y apareció Nash. Debía estar esperando mi auto. Hacía años
que conocía los rumores sobre él, sobre Heather. En aquel momento asumí que no
eran ciertos. Incluso después de que Heather renunciara a su puesto en la oficina del
instituto me negué a creer que hubiera algo indecoroso en su elección. Todo el mundo
sabía que Nash andaba con varias chicas, pero era imposible que mi hermosa y altiva
prima se metiera con una adolescente. Ni siquiera con uno que estuviera al borde de
la madurez y tuviera tanta carga sexual como Nash Ryan. Con el tiempo me enteré de
lo contrario, pero para entonces ya no me escandalizaba. Para entonces lo sabía todo
sobre errores. Y secretos.
Nash llevaba a Colin en brazos y levantó una mano a modo de saludo,
probablemente preguntándose por qué demonios estaba merodeando junto al
bordillo.
Levanté la bolsa de papel blanco de la farmacia y me dirigí hacia ellos en la
oscuridad.
A Colin no le gustó que lo despertaran para tomar su medicina. Después de
darle la primera dosis, miré bien a Nash y noté el cansancio en su cara. No discutió
conmigo cuando le dije que llevaría a Colin a su habitación y lo mecería hasta que
volviera a dormirse.
Nash se quedó abajo mientras yo llevaba a Colin a la habitación del bebé y me
sentaba en la mecedora que mi madre le había regalado a Heather en el baby shower.
Canté suavemente la letra de “You Are My Sunshine” igual que le cantaba a Emma
todas las noches a la hora de acostarse.
Y deseé con todo mi corazón que su mamá estuviera aquí meciéndolo para que
se durmiera en lugar de ser yo. 67
Colin tenía la frente fría y la respiración uniforme cuando lo coloqué en la cuna
y encendí el aparato de sonido que emitía tenuemente ruido blanco.
—Te amo, ángel —susurré antes de salir de la habitación, porque todos los
niños del mundo deberían oír esas palabras lo más a menudo posible, las entendieran
o no.
Encontré a Nash sentado en el sofá del salón, mirando una pantalla de televisión
apagada. Su perra, Roxie, había estado durmiendo en un rincón. Levantó la cabeza
cuando bajé y luego se calmó con un suspiro.
—¿Cómo está? —preguntó Nash.
—Profundamente dormido. —Me hundí en un espacio vacío del sofá de cuero.
Nash me miró y me di cuenta de que me había sentado muy cerca de él. Pero
no me aparté. Ni él tampoco.
Había una pequeña mancha en la manga izquierda de su camiseta. La señalé.
—Creo que te ha vuelto a golpear el tren del vomito.
Bajó la mirada, se encogió de hombros y se quitó la camiseta, dejando al
descubierto sus brazos tatuados y su pecho tonificado. Me miró enarcando una ceja.
—¿Mejor?
Claro que sí.
Me aclaré la garganta y aparté la mirada de los pectorales. No fue fácil.
—Deberías descansar un poco —le dije—. Probablemente duerma un rato y
puedo quedarme por si se despierta.
Nash me miró fijamente.
—¿No estás cansada? Es casi la una de la madrugada.
Sonreí y le di un codazo.
—Soy un búho nocturno. —Era cierto. Mi apretada agenda me obligaba a
menudo a trasnochar y a trabajar con pocas horas de sueño.
Bostezó.
—Seguro que tienes un millón de cosas que hacer por la mañana.
—No. Es domingo. Y Emma está bien en casa de mi madre.
Se recostó en el sofá con un suspiro y me dirigió otra mirada larga y
escrutadora.
—No sé cómo agradecértelo, Kathleen.
—De nada.
—Lo digo en serio. Gracias por estar aquí por Colin. Gracias por venir esta
noche a pesar de que soy un imbécil.
—No eres un imbécil.
Se lo pensó. 68

—A veces soy un imbécil.


—A veces —concedí.
Sonrió. Debería hacerlo más a menudo. La sonrisa de Nash tenía una dosis de
magia. Luego su sonrisa se desvaneció.
—Debería haberlo sabido —dijo, y había una cruda corriente de emoción en
su voz.
—Nash, no podías saber que Colin tenía una infección de oído.
Sacudió la cabeza.
—No. Me refería a que debería haber sabido que algo así podía pasar, que el
tiempo en esta tierra nunca es una garantía, que puedes perder a gente en cualquier
momento.
Junté las manos sobre el regazo.
—Es imposible predecir el futuro.
—Es cierto —dijo, y ahora había un tono duro en sus palabras—. No puedo
predecir el futuro. Pero ya sabía que en esta vida no hay contrato para un final feliz.
Lo descubrí cuando mi mamá fue asesinada por el hombre al que amaba.
No sabía qué decir. Hace más de una década, el asesinato de la madre de Nash
fue noticia aquí, aunque ocurrió en Phoenix. Los asesinatos-suicidios eran todavía lo
suficientemente raros entonces como para que el caso fuera impactante. La historia
era fea, dolorosa incluso de pensar. La madre de Nash había recibido un disparo en
la cabeza mientras dormía. Su asesino era el hombre con el que se había casado dos
meses antes. Después de disparar a su mujer, el hombre disparó al perro de la familia.
Luego se disparó a sí mismo. Nash tuvo suerte de estar aquí visitando a su padre
durante el verano. Si no, probablemente también lo habrían matado.
O tal vez lo vio de otra manera. Tal vez pensó que si hubiera estado allí habría
podido evitar que se desatara el horror. Sea como sea, los ecos de aquel suceso
debían atormentarlo. Incluso yo, la joven que ya lo adoraba desde la distancia se
había dado cuenta de cómo había cambiado tras el asesinato de su madre. Hablaba
menos y peleaba más. Siempre fue popular y, sin embargo, siempre estaba apartado
de los demás. Parecía atormentado. En cierto modo, aún lo parecía.
—Lo siento —dije porque lamentaba no poder hacer nada para aliviar su pena.
Nash hizo una mueca y se miró las manos.
—Podría haberlo visitado, Kathleen. Podría haber llamado más. Podría haber
arreglado las cosas entre mi padre y yo, sobre todo porque era consciente de lo
mucho que él quería que eso ocurriera.
Se me llenaron los ojos de lágrimas.
—Nash.
Seguía con la cabeza gacha.
69
—No soy un modelo para seguir, carajo. ¿Por qué demonios me eligieron?
No sabía la respuesta. Sólo podía adivinar, basándome en lo que sabía de mi
prima y su marido. Y lo que había aprendido de Nash hasta ahora.
—Porque tu padre tenía absoluta fe en ti. Porque sabía que estarías a la altura
del desafío, que amarías y protegerías a ese niño. Nash, tu padre y Heather no
dudaron de ti. —Le toqué el hombro—. Yo no debería haber dudado de ti.
No levantó la vista.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí, Kathleen.
—Sé lo suficiente.
Ahora levantó la cabeza. Nuestros ojos se encontraron. Los suyos ya no estaban
llenos de cansancio. Estaban llenos de dolor.
Y entonces, cuando moví mi mano de su hombro a su cara, se llenaron de algo
más.
Su mandíbula era áspera bajo las yemas de mis dedos, erizada por el
crecimiento de la barba de un día. En otro tiempo había fantaseado con estar tan cerca
de Nash Ryan. Había soñado despierta con que algún día me miraría como me miraba
ahora. Con deseo desinhibido.
Sabía lo que ocurriría a continuación. Esto no tenía nada que ver con el pasado.
Ni con el futuro. Ni con las desgarradoras circunstancias que nos habían llevado a este
momento concreto. Se trataba del aquí y ahora.
Y aquí y ahora los dos queríamos lo mismo.
Bajé la mano y lo comprobé.
—Kat —gimió cuando mi mano se cerró a su alrededor a través de la tela de
sus pantalones cortos de gimnasia. Estaba duro, grueso, perfecto. Lo acaricié con
descaro y volvió a gemir, esta vez con una maldición. Hacía mucho tiempo que no
estaba con nadie y una necesidad primitiva se agolpó en mi vientre y luego rodó más
abajo, entre mis piernas. Nash dirigió mi mano hacia el interior de la cintura elástica
de sus calzoncillos y toqué carne dura y caliente. Casi había olvidado lo que se sentía,
lo poderoso que era llevar a un hombre fuerte al borde del éxtasis. Empecé a
ponerme de rodillas, con la intención de llevármelo a la boca. Pero me detuvo.
—Deshazte de esto —exigió, tirando de mi camiseta.
Obedecí, subiéndome lentamente la camiseta y luego pasándola por encima
de la cabeza. En mi prisa por salir por la puerta, había olvidado el sujetador. Me quité
la falda larga, enganché los pulgares en las bragas húmedas y me las bajé. Cuando
me arrodillé en el suelo delante de él, Nash me miró fijamente durante tanto tiempo
que empecé a sentirme cohibida.
Me agarró sin previo aviso, su gran mano se aferró a mi nuca y tiró de mí para
darme un beso feroz, electrizante. Eso era lo que me había estado perdiendo, la
sensación de ser dominada por un beso. Apenas sentí que me levantaban, pero de
repente estaba en su regazo. Mis manos recorrieron los duros músculos de su pecho,
pero no por mucho tiempo. Estaba tan impaciente como él, quizá más, a horcajadas 70
sobre él, empujando contra el tacto de su piel en una búsqueda desesperada de
alivio.
Se bajó los calzoncillos y me miró a los ojos.
—¿Segura que quieres esto?
No podía hablar. Sólo asentí.
Nash me sorprendió cuando se volvió suave y me penetró despacio, como si
temiera que me rompiera si era demasiado brusco. Mi piel se estiró y tembló cuando
me penetró hasta el fondo y no apenas pude soportarlo. Le rodeé los hombros con los
brazos y cabalgué sobre él con un ritmo endiablado hasta que me agarró por las
caderas y me pidió asumir el control. Se lo cedí. Dejé que me moviera al ritmo que él
quería y me deleité en el frenesí primitivo del choque de nuestros cuerpos.
No tardé mucho en correrme, y vaya si me corrí. El orgasmo fue una avalancha
y lo único que pude hacer fue quedar temporalmente sepultada por ello, reprimiendo
las ganas de gritar mientras los temblores me sacudían en oleadas. Los brazos de
Nash impidieron que me desplomara en un charco agotado mientras las réplicas
seguían subiendo y bajando.
—Demasiado cerca, carajo —jadeó por fin y se apartó de mí. Comprendí por
qué, entendí que tenía razón al apartarse. Habíamos sido absurdamente imprudentes,
ni siquiera habíamos usado preservativo. Unos segundos más y podríamos haber
tenido un problema.
Pero aún no habíamos terminado. Cerré los dedos en torno a su gruesa e
insatisfecha polla y acaricié su sólida longitud, acariciando la punta hasta que se
estremeció, volvió a gemir mi nombre y se corrió en mi mano.
Los dos sudábamos, jadeábamos y gruñíamos como corredores de maratón.
Me bajé de su regazo y me tumbé en el sofá, intentando recuperar el aliento y
averiguar qué debía pasar a continuación.
Nash se recuperó primero, levantó la camiseta del suelo y me limpió con
cuidado las pruebas de la mano. Me observó mientras recogía mi ropa y la acercaba
a mi pecho en un montón desarreglado.
—Debería dejarte dormir un poco —dije.
Nash me rozó el brazo con el nudillo derecho. Mi escalofrío fue involuntario.
—No estoy cansado —dijo.
—¿Incluso después de todo eso?
La pregunta le pareció graciosa.
—Especialmente después de todo eso.
Tragué saliva.
—Creo que debería irme.
—No deberías.
Me puse las bragas porque empezaba a sentirme ridícula sentada en el sofá 71
con el trasero desnudo. Nash, en cambio, no parecía preocupado en absoluto. Parecía
muy relajado, como nunca lo había visto.
—¿Qué debo hacer entonces? —pregunté, añadiendo una nota juguetona a mi
voz.
—Nada. —Se deslizó hasta el suelo, me abrió las piernas y me apartó las bragas
antes de regalarme una breve exploración con su lengua mientras yo jadeaba y
arqueaba la espalda.
—No hagas ni una maldita cosa ahora —me ordenó en un ronco susurro, y la
sensación de su mandíbula erizada contra el sensible interior de mis muslos fue casi
tan perversamente buena como su lengua. Así que seguí sus órdenes. No hice ni una
maldita cosa.
Nash
Lo primero que pensé al despertarme fue en Colin. Me tensé un segundo y me
relajé cuando recordé que Colin ya estaba bien. No oía ningún llanto, así que debía
de seguir dormido. Los antibióticos ya estaban haciendo su magia médica.
Mi segundo pensamiento fue que me sentía bien. Jodidamente bien. Con la
cabeza despejada y recuperada.
Entonces miré a mi lado y ya no me sentí tan bien.
Kathleen estaba acurrucada en el borde de la cama. Si se giraba medio
centímetro, se caería. Sus rizos rojos le cubrían la cara, pero respiraba hondo y no se
movió cuando la saqué de la maraña de mantas. Conseguí apartar la sábana en el 72
proceso y la visión de su piel lisa y desnuda me estimuló de un modo que no quería
que me estimularan ahora.
Saqué un pantalón corto de gimnasia limpio de una de mis maletas porque aún
no había deshecho el equipaje. La decoración de la habitación no había cambiado,
pero la vieja cómoda de la esquina estaba llena de materiales de manualidades que
debían pertenecer a Heather. No recordaba que mi padre utilizara mucho la
purpurina y el hilo. En algún momento tendría que hacer algo con el hecho de que los
armarios y gabinetes de toda la casa estuvieran llenos de efectos personales
pertenecientes a mi padre y a su mujer. Pero aún no podía pensar en ello. La idea de
hurgar en las posesiones abandonadas de los muertos aún me dolía demasiado.
Kathleen soltó un suave suspiro y empezó a darse la vuelta, con lo que se habría
estrellado contra el suelo de madera pulida. Me zambullí para meterle las manos por
debajo y hacerla rodar hasta un lugar seguro. Seguía sin despertarse. Me quedé
mirándola unos segundos más.
Mierda, era sexy.
Eso no significaba que estuviera orgulloso de mí mismo por haber taladrado
ese cuerpo caliente de una docena de maneras diferentes la noche anterior.
No había estado pensando. Kathleen no me parecía del tipo de chica que salta
de cama en cama. Podría esperar cosas. Cosas que yo no podía darle en ese
momento. Probablemente nunca.
Salí de la habitación y cerré la puerta en silencio. El dilema de Kathleen tendría
que esperar hasta más tarde. Mientras tanto, podía admitir que haber follado hasta
perder la cabeza la noche anterior había hecho maravillas con mi estado de ánimo.
Al fondo del pasillo, en la habitación del bebé, Colin estaba despierto y agitaba
los bracitos intentando alcanzar el mono de peluche que había sobre la cuna. Tomé
como una buena señal que ya no chillara de dolor y, cuando le puse la palma de la
mano en la frente, me sentí aliviado de que estuviera fresco.
—Vamos, niño —le dije, y me dedicó una pequeña sonrisa mientras lo
levantaba de la cuna. No era la primera vez que me preguntaba qué estaría pasando
en su cerebro de bebé. ¿Habría alguna parte de él que entendiera que su vida había
dado un vuelco? Esperaba que no.
Colin se retorcía cuando le cambiaba y se resistió a que le volviera a poner el
conjunto, así que lo llevé abajo con solo el pañal puesto. Afuera brillaba el sol y la
casa estaba caliente. Ya casi era verano.
Roxie estaba esperando al pie de la escalera, moviendo la cola. La dejé salir
por la puerta trasera e inmediatamente se zambulló con un grupo de pájaros que
habían estado picoteando en la hierba.
Ayer por la tarde medí la leche en polvo y preparé un par de biberones para
guardar en la nevera. Colin se bebió uno con avidez y luego emitió un eructo
considerable cuando lo sostuve en posición vertical.
—Buen chico —dije. Me di cuenta de que estaba elogiando a otro ser humano 73
por la rutinaria hazaña de eructar. El pensamiento no me perturbó ni un poco.
Esta mañana Colin estaba más dispuesto a tomarse su medicina y parecía
francamente alegre cuando lo puse en su sillita. Inmediatamente intentó agarrar los
objetos de colores que colgaban de la barra de la sillita, pero sólo consiguió agitar
los brazos. Agité el juguete del cerdito tonto que tanto le gustaba y la forma en que lo
golpeaba con tanto entusiasmo me hizo sonreír. Le estaba tomando el truco a esto de
los bebés.
—Buenos días —dijo una voz y me giré para ver a Kathleen de pie en la puerta.
Estaba completamente vestida con la ropa de anoche. Fue una pequeña
decepción, pero no era realista esperar que se pavoneara desnuda por mi casa. De
hecho, ni siquiera era una buena idea por varias razones. Aunque la vista habría sido
jodidamente épica.
—Buenos días —respondí, manteniendo la voz neutra y alegrándome de que
no se lanzara a mis brazos. De hecho, parecía un poco incómoda, cruzando los brazos
sobre el pecho mientras se apoyaba en la pared sin mirarme a la cara.
Kathleen se iluminó cuando sus ojos se posaron en Colin.
—Hola, cielo —dijo, acercándose y desabrochando las correas que yo acababa
de ponerle—. ¿Cómo está mi niño hoy? —Lo abrazó, le besó la cara e hizo un montón
de sonidos sin sentido que hicieron feliz al bebé.
—Ya le di su segunda dosis —dije—. Creo que se siente mejor.
Kathleen asintió y continuó con la mierda del gu gu ga ga. Deseaba saber qué
decir a la mañana siguiente de follarme a mi nueva amiga y deseaba no haberlo
hecho.
Encendí la cafetera.
—¿Quieres una taza?
—Así que después de todo te has aficionado a la cafeína —dijo Kathleen con
voz burlona y cuando me miró sonrió.
Me relajé un poco. Tal vez esto no tenía que ser tan raro después de todo.
—Sí, he descubierto sus útiles propiedades. —Saqué dos tazas idénticas de
Hawk Valley Happiness del armario de la cocina. Parecían multiplicarse—. ¿Así que
lo tomas con leche y azúcar?
—Con nada —dijo Kathleen—. Pero tengo que irme. Mi madre adora a Emma,
pero su paciencia para una precoz niña de tres años y medio sólo tiene un margen de
doce horas.
Kathleen volvió a colocar con cuidado a Colin en su silla mientras yo buscaba
en mi cerebro una forma de terminar la conversación diplomáticamente.
Mi polla te lo agradece.
No. Definitivamente no es diplomático.
Vuelve cuando quieras.
74
Sonaba sarcástico como la mierda.
Kathleen terminó de sujetar a Colin y se aclaró la garganta.
—Nash, espero que lo de anoche no haya destrozado nada.
Escuchar su voz me hizo recordar el chillido que emitía cada vez que llegaba
al orgasmo. Pero me mantuve serio.
—En absoluto.
Su rostro estaba ansioso.
—¿Lo crees?
—Sí. Eres genial. Anoche fue... genial.
—Lo fue. —Asintió—. Y no fue la mejor idea.
—Probablemente no.
Levantó la barbilla y me miró fijamente.
—Para que lo sepas, esto no es algo que haga habitualmente.
—Yo tampoco.
Su ceja levantada decía que no me creía, pero obviamente no quería empezar
una discusión.
Por otro lado, me apetecía empezar una si dudaba de mi honestidad.
—Pareces poco convencida.
—No es asunto mío.
—Por supuesto que no.
—Entonces no preguntaré.
—Pero creo que deberías.
Kathleen suspiró. Volvió a cruzarse de brazos. Lo hacía a menudo.
—¿Quieres que te pregunte si eres el tipo de hombre que se folla cualquier
cosa con tetas?
Esto se estaba poniendo divertido.
—Sí.
Se sonrojó.
—¿Y lo eres?
—¿Soy qué?
—Un jugador.
Llené las dos tazas de café y le di una a pesar de que había dicho que no quería.
Tuvo que descruzar los brazos cuando le di la taza y me di cuenta de que el hecho de
que me tomara mi tiempo para responder a la pregunta la hacía retorcerse. Me
gustaba hacerla retorcerse.
—La última chica con la que estuve fue una con la que salí cinco meses el año 75
pasado —dije—. No me tiro a mujeres al azar porque sí. No soy un jugador, Kat.
Digirió la información. Parecía confusa.
—¿Por qué piensas lo contrario? —presioné, preguntándome qué clase de
chismes circulaban sobre mí en Hawk Valley desde que me fui.
Kathleen dejó el café sobre la mesa y volvió a cruzar los brazos, ocultando la
forma madura y generosa de sus pechos. Pero no sin antes notar que sus pezones
estaban duros. La observación fue interesante.
—Supongo que no debería haber sido tan presuntuosa —dijo—. Es sólo que
recuerdo cómo eras en el instituto.
—¿Cómo era?
Se quedó pensativa.
—Sin interés en el compromiso, supongo. Estabas ligado a una chica diferente
cada dos semanas y ninguna de ellas parecía importarte por mucho tiempo. Nunca te
oí referirte a ninguna de ellas como tu novia.
—Debes haber prestado mucha atención —dije.
Ahora me estaba metiendo con ella. Sabía que estaba colosalmente enamorada
de mí cuando era todo rodillas y codos. Cada vez que levantaba la vista, veía su carita
pálida asomando por una esquina y luego se alejaba como si creyera que no me había
dado cuenta.
Kat se sonrojó.
—Siempre he sido muy observadora.
—Una buena cualidad en una acosadora.
Frunció los labios.
—No te acosé.
—Pensé que estábamos siendo honestos.
Dejó escapar un suspiro exasperado.
—Bueno, tal vez estaba un poco más intrigada por ti de lo que debería.
—¿Y por qué no? Soy un tipo intrigante.
Kathleen ladeó la cabeza y me estudió.
—Eras un rompecorazones entonces. Supuse que lo seguirías siendo. La gente
no suele cambiar. Y de todas formas, mírate.
Lo medité.
—No lo entiendo.
—Sí que lo haces.
—Sígueme la corriente, Kat.
—Eres más sexy y misterioso que nunca. Y lo sabes. 76
—Tal vez.
Puso los ojos en blanco.
—Oh, cállate. Es obvio que eres absurdamente guapo y que no pareces tener
más que desprecio por conceptos adultos como las relaciones y el amor. No digo que
tuviera razón sobre ti, pero esa es la razón por la que hice ciertas suposiciones.
Me molestó. Era obvio que Kathleen tenía un cierto bagaje, dado el comentario
que había hecho una vez acerca de que no le gustaban las relaciones, pero no sabía
por qué pensaba que yo despreciaba el amor. Si no, la gente no haría todo lo posible
por encontrarlo. El hecho de que nunca lo hubiera sentido de primera mano no
significaba que acechara en las sombras echando el mal de ojo a las parejas felices.
—¿Así que asumes que todos los solteros que no rompen el espejo son malditos
impenitentes?
Me sostuvo la mirada.
—No. Sólo pensé que tú lo eras.
Resoplé.
—Querías honestidad —me recordó.
—Lo hice. Y en aras de la honestidad, digamos que he aprendido de mis
errores.
Se quedó callada un momento. Tuvo que darse cuenta de lo que estaba
hablando.
—Supongo que eso es todo lo que podemos hacer —dijo Kathleen
lentamente—. Aprender de nuestros errores e intentar ser mejores versiones de
nosotros mismos de lo que fuimos.
Fue algo extraño e introspectivo. Se revolvió un mechón de cabello y pareció
preocupada, de repente perdida en sus propios pensamientos. Me imaginé que lo
que le pasaba por la cabeza no tenía nada que ver conmigo.
Bebí mi café y observé cómo Colin perseguía al cerdo rosa, ajeno a todo lo
demás que ocurría en la habitación.
—Por cierto —dije, llegando de repente a una decisión—. Voy a darle una
oportunidad a la tienda.
Los ojos de Kathleen se clavaron en mi cara.
—¿En serio?
Asentí con la cabeza y me sonrió. Estaba tan contenta qué parecía que le había
prometido un crucero a las Bahamas.
—Nash, eso es genial. Esto significará mucho para la comunidad. Y puedes
contar con mi ayuda.
Me sentí como un canalla por aceptar aún más ayuda de Kathleen, pero me 77
alegré de que se ofreciera.
—Entonces, ¿qué tengo que hacer primero? —pregunté.
Inmediatamente se puso seria y empezó a contar con los dedos.
—Bueno, para empezar tienes que reabrir las puertas lo antes posible. Llamaré
a Betty y a Hayden, tus empleados, y acordaremos un horario. Hablamos de contratar
a otra cajera para llenar los huecos, ¿no? Sí, creo que sí. Pondré algunos anuncios en
sitios de empleo y puedo encargarme de las entrevistas si quieres. O puedes hacerlo
tú. Sólo házmelo saber. Ah, y necesitas pedir más inventario. Te recomiendo una visita
al First Valley Bank donde están tus cuentas. Necesitarás ampliar la línea de crédito
de la tienda y reunirte con tu gestor de cuentas podría ayudarte.
—Una cosa a la vez. —Levanté una mano. Mi cerebro no daba abasto con todas
las tareas que acababa de enumerar—. Empecemos por el tema de la liquidez. Tengo
algo de dinero. Puedo hacer que me lo transfieran del banco hoy mismo. Y Steve
Brown había mencionado algo sobre los fondos del seguro de vida, así que
probablemente pueda sacar algo de eso después de guardar la gran parte para Colin.
—Esto está muy bien. —Kathleen movió la cabeza con impaciencia—. Esto
funcionará, Nash. Sé que funcionará.
—Entonces tomaré prestado algo de tu optimismo y estaré de acuerdo.
Colin realzó el momento dando un manotazo al cerdo y chillando.
Kathleen miró el reloj que había sobre la estufa.
—De verdad tengo que irme.
—De acuerdo. Te dejaré ir.
—Puedes llamarme más tarde si quieres hablar con más detalle sobre un plan
de acción para la tienda.
—Lo haré.
Se inclinó y besó a Colin.
—Adiós, carita dulce. Me alegro de que estés mejor. —Su bolso estaba sobre
la mesa de la cocina. Debió haberlo dejado allí la noche anterior antes de distraerse
con sus diversiones orgásmicas. Se echó el bolso al hombro y salió—. Hablamos
luego, Nash.
—Hablamos más tarde, Kat.
Tenía la mano en la puerta y de repente se dio la vuelta.
—¿Qué te hizo cambiar de opinión?
—¿Sobre la tienda? No sé, supongo que algunas de las cosas que dijiste tenían
sentido.
—Me alegra oírlo, pero me refería a otra cosa. ¿Qué te hizo cambiar de opinión
sobre llamarme Kat?
—Dijiste que todos tus amigos te llaman Kat. —Alcé una ceja—. ¿No es cierto?
78
Sonrió.
—Sí, así es.
Cuando Kathleen se marchó, hubo un vacío instantáneo en la habitación.
Incluso Colin dejó de agitar los miembros y se quedó quieto con expresión pensativa.
—Otra vez tú y yo, chico —le dije y juraría que levantó una ceja acusadora.
—No me juzgues, hermanito —le advertí y lo levanté de la sillita.
Kathleen
Era martes por la mañana cuando me topé con Jane Ryan, que llevaba un
vestido bohemio en tonos pavo real y fruncía el ceño sobre una pila de tomates en la
tienda Windom Grocery de Garner Avenue.
—¡Kat! —La mueca de Jane desapareció y pareció encantada de verme. Tenía
el clásico cabello negro y espeso de la familia Ryan y unos ojos azul oscuro, como su
hermano y su sobrino. Pero donde el cabello de Chris había empezado a mostrar
vetas grises, el de ella seguía lustroso y uniforme.
—Hola Jane. —La abracé.
Cuando era niña, Jane fue mí niñera unas cuantas veces cuando mi madre 79
empezó a salir con el que pronto sería su tercer marido (que más tarde se convertiría
en su tercer exmarido). La carrera de niñera de Jane terminó el día que encontramos
un cachorro perdido en el parque. Jane envolvió a la criatura en su chaqueta en un
intento equivocado de rescate. Cuando volvimos a mi jardín, la bola de pelo salió de
su chaqueta y me clavó los dientes en el brazo izquierdo. Grité. Jane gritó más fuerte.
Uno de mis vecinos oyó el ruido y saltó un seto para llegar hasta nosotras. Después
de apartar al, cachorro, salió corriendo y nos preguntó por qué demonios estábamos
jugando con un coyote. Jane se puso a hiperventilar y yo tuve que vacunarme contra
la rabia. A mi madre no le hizo ninguna gracia.
—Nash me contó lo que pasó —dijo y dejé caer las dos cajas de cereales que
llevaba en la mano.
Me agaché para recogerlas y recuperar la compostura, porque estaba segura
de que mi cara estaba tan roja como el tomate que Jane tenía en la mano. No había
pensado en Nash como un hablador desventurado que comentara con su tía sus
escapadas sexuales, pero ya me había equivocado antes con la gente.
—Me alegro mucho de que Colin esté bien —continuó Jane—. Kevin y yo
estuvimos en su casa anoche. Gracias por todo lo que hiciste por él. Y por Nash. Sé
que mi sobrino no siempre es el hombre más fácil con el que llevarse bien. Estoy muy
agradecida de que estuvieras allí.
Respiré más tranquila. Nash acababa de contarle lo del viaje de medianoche a
urgencias. No la fiesta de después.
—Me alegré de ir —dije, casi atragantándome con mis palabras porque eran
ciertas en más de un sentido.
Jane me estudió.
—Hoy estás preciosa.
Me toqué el cabello.
—Es muy amable de tu parte.
—Radiante. —Jane asintió.
—¿Qué?
—Estás radiante. Te rodea un aura de serenidad gratificada.
—Nuevo producto para la piel —dije, esperando que eso pusiera fin a este
particular hilo de conversación. Pero no fue así.
—No. —Jane me frunció el ceño de la misma manera que lo había hecho con
los tomates inadecuados—. No es eso. Es un brillo que viene de dentro.
Se me daba mal mantener una cara de póquer. Jane seguía escrutándome como
si tuviera la frente tatuada con letras que pudiera leer.
Y dirían: Me follé a Nash Ryan. Y me gustó.
—La tienda reabre esta semana —dije como si eso lo explicara todo.
Jane parpadeó.
—¿Qué tienda? 80

Honestamente, amaba a Jane pero a veces la mujer era despistada.


—La tienda de Chris. Hawk Valley Gifts.
Al instante deseé no haber mencionado el nombre de su hermano muerto. La
expresión de Jane cambió.
—Claro —dijo en voz baja—. Antes era la tienda de mi padre. Solía tener un
tarro de caramelos en el mostrador.
Abracé las cajas de los cereales favoritos de Emma contra mi pecho.
—La reapertura es el viernes por la mañana —dije—. Estoy segura de que a
Nash le encantaría que pasaras.
Jane se animó.
—¿Tú estarás allí?
—Sí. Al menos por un tiempo. He estado ayudando a Nash a organizar todos los
detalles. Va a ponerse en contacto con algunos de los artistas locales que tienen obras
a la venta para ver si tienen algo nuevo. ¿Has estado pintando?
—La verdad es que no. —La mirada de Jane se desvió hacia la puerta de
cristal—. Solía mirar siempre a las montañas en busca de inspiración. Ya no puedo
hacerlo.
Miré hacia donde miraba Jane. Hawk Mountain siempre había sido un telón de
fondo amable y permanente para cualquiera que viviera aquí. Supongo que ahora no
era la única que reprimía un escalofrío cada vez que la contemplaba.
No pude quedarme a hablar con Jane mucho tiempo. Sólo había pasado por
aquí para recoger los cereales de Emma antes de mi reunión programada con Nash.
La avenida Garner era una larga y estrecha franja que atravesaba el centro de la
ciudad. Hawk Valley Gifts ocupaba un espacio al otro extremo, pero preferí caminar,
inhalando la promesa melosa del comienzo del verano.
Había un nuevo cartel en la puerta de la tienda, justo encima del que decía
CERRADO. Las letras en negrita decían: Hawk Valley Gifts reabrirá el viernes 8 de
junio. Gracias por su apoyo. Nash debió de ponerlo ahí.
Se apoyaba en la caja, con los codos apoyados en la madera pulida de una
forma que sugería que llevaba unos minutos esperando. No llegaba tarde. Nash sólo
quería demostrar que estaba al tanto de todo.
—¿Dónde está Colin? —pregunté mientras una parte básica de mí daba una
voltereta involuntaria. Había hablado con Nash un par de veces desde que nos
separamos en la gran Mañana del Día Después, pero era la primera vez que
estábamos juntos en la misma habitación desde que salí de su cocina dos días atrás
sintiéndome fabulosa y ligeramente adolorida. Si estaba tan radiante como Jane
insistía, tenía que agradecérselo a Nash, aunque prefería lamer el asfalto de Garner
Avenue antes que admitirlo ante él.
81
—Nancy lo está vigilando —dijo Nash. Sus ojos me recorrieron con lenta
precisión. Su polo azul estaba un paso por encima de su atuendo habitual y su cabello
negro estaba cuidadosamente peinado en lugar de despeinado y alborotado. Podía
oler su aftershave desde aquí, un aroma de masculinidad picante que había sido
diseñado para hacer temblar los ovarios.
—¿Eso es el desayuno? —preguntó señalando las cajas que yo aplastaba sin
querer.
—No. —Las dejé en un estante cercano medio vacío—. Emma es un reto cuando
se trata de comida. A veces esto es lo único que acepta comer y se me acabó esta
mañana. Espera un momento. —Se me ocurrió algo—. ¿Cómo entraste? Olvidé darte
la llave.
Se encogió de hombros.
—Encontré otra.
—¿Dónde?
—En la caja fuerte de mí padre.
—¿Cómo entraste en la caja fuerte?
—Dejó la combinación con Steve Brown como parte de sus instrucciones
testamentarias.
—¿Viste a Steve Brown otra vez?
—¿Cuántas preguntas vas a hacerme esta mañana, Kat?
—No lo sé. ¿Cuántas estás dispuesto a contestar?
Nash se apartó del mostrador y dio un paso en mi dirección. Volvía a mirarme.
Me miraba de un modo que me hizo olvidar cosas como la decencia y el sentido
común y el hecho de que era una madre soltera que no debía correr riesgos. La
verdad era que estaba dispuesta a correr uno si me tendía la mano.
—Luces hermosa hoy —me dijo con ese tono ronco que me decía más que sus
palabras.
Me alisé la falda hasta la rodilla.
—He tenido este traje durante años.
—Es bonito.
—Nash. —Tragué saliva—. Pensé que habíamos acordado que esto no volvería
a suceder.
—¿No te gustan los cumplidos, Kat?
Estaba a un metro de mí, observándome con gran interés. Sabía lo que
pensaba. Sabía que lo deseaba y me iba a obligar a admitirlo.
—Me gustan —susurré.
Nash estaba contento.
82
—¿Qué más te gusta?
—Creo que te has dado cuenta de una o dos cosas.
Estuvo de acuerdo.
—O más.
Mi boca se crispó.
—Sabes, vine aquí para una reunión.
—Qué casualidad. Yo también.
Respiré tranquilamente. Tenía que recordar mis razones para llegar a la
conclusión de que no debería haberme tirado a Nash Ryan.
—Supongo que tenemos que establecer algunas reglas básicas.
Razón 1: No tengo tiempo ni ganas de involucrarme con nadie ahora mismo.
—Supongo que sí —dijo Nash.
—Realmente no hablamos de ello la otra mañana.
Nash se acercó aún más. Su pretencioso polo desentonaba con la tinta que
corría a raudales por sus fuertes brazos, que cruzaba sobre su ancho pecho mientras
me observaba.
—Hablemos de ello ahora.
Razón 2: Somos amigos. Eso creo.
Me obligué a poner cara seria.
—De acuerdo, Nash. Te gusta la sinceridad, así que te la daré. Haría cualquier
cosa por Colin y tú también me importas de verdad. Pero ahora mismo no tengo sitio
en mi vida para una relación.
Sonrió.
—No te pedí una, Kat.
Razón 3: Esto podría terminar mal y afectar a Colin. A Emma. Y a mí.
—Me parece justo —suspiré—. Realmente valoro tu amistad y la otra noche fue
increíble. Pero mi prioridad es Emma.
—Y mi prioridad es Colin.
—Así que estamos en la misma página.
Se cerró en banda.
—Sí, lo estamos.
—Entonces no hay nada más que decir.
Nash estaba a unos centímetros. Tocó el botón superior de mi blusa, metió la
punta del dedo en el pliegue del ojal.
—No, no hay nada más que decir. 83
Mi respiración se entrecortó. Tenía que haberla oído.
—¿Qué vamos a hacer, Nash?
Agarró el botón y lo giró hasta que saltó.
—Lo que quieras, Kat.
Razón 4: Ninguna de las razones anteriores significa una mierda.
—Sabes lo que quiero —admití y aplasté mi mano contra su pecho,
deleitándome con la dura sensación de los músculos bajo la tela—. Sin problemas, sin
complicaciones.
Me desabrochó otro botón de la blusa, esta vez sin arrancármela.
—Puedo dártelo. No me gustan las molestias ni las complicaciones.
Mi mano bajó hasta posarse en su cinturón.
—Se trata de dos personas que saben cómo hacer que el otro se sienta bien.
Creo que ambos necesitamos eso ahora mismo.
Nash movió mi mano hacia abajo para que pudiera sentir lo duro que estaba.
—Creo que tienes razón —susurró.
—No tiene nada de malo.
—Nada de nada.
Mantuve la mano donde estaba mientras él me desabrochaba el resto de los
botones. Luego hice una pausa y me encogí de hombros para quitarme la blusa. Nash
me miró y silbó por lo bajo.
—¿He mencionado ya que eres jodidamente hermosa? —Entonces sonrió de
una forma que amenazaba con derretirme el corazón, si es que tenía intención de
dejar que me lo derritieran.
Tiré de su cinturón, saboreando la forma en que me miraba, disfrutando de lo
atrevida que me sentía de repente.
—Yo también quiero verte —le dije. Entonces jadeé y me di la vuelta—. Espera,
¿está la puerta abierta?
Me agarró, me desabrochó el sujetador y me empujó en dirección al mostrador
hasta que choqué con él.
—Probablemente —gruñó, y ahora estaba a mi espalda, subiéndome la falda y
bajándome las bragas. Mis pechos se salieron del sujetador abierto y llegaron
brevemente a las manos de Nash antes de quedar aplastados contra la encimera
cuando me inclinó. Mis piernas eran gelatinosas y amenazaban con derrumbarse
debajo de mí mientras Nash se bajaba los pantalones y me acariciaba el trasero con
la polla. Esto era ridículo, francamente pervertido. Estaba a punto de ser clavada en
el mostrador de una maldita tienda de recuerdos a plena luz del día y no se me ocurría
nada que me hiciera sentir más jodidamente fantástica.
Me sacudí contra él y dijo: 84
—Mierda —me apartó el cabello y me chupó el cuello mientras sus manos se
ocupaban de ponerse un condón. Mientras tanto, yo palpitaba tan fuerte que una leve
brisa sobre mi clítoris probablemente me haría caer en el olvido. Necesitaba tanto
correrme que estuve a punto de tocarme y solucionar el problema yo misma.
Pero no fue necesario. Nash me separó las piernas, encontró el ángulo
adecuado y me penetró hasta el fondo. Fue instintivo, la forma en que supo cuándo
reducir la velocidad y cuándo machacar sin disculpas. Me estaba enseñando que no
todos los orgasmos eran iguales. Los potentes espasmos que experimentaba con él
tenían poco en común con las dulces oleadas de placer que había conocido antes. No
era de extrañar que no tuviera fuerza de voluntad con Nash.
El ritmo de sus embestidas se hizo más rápido, frenético, nuestros cuerpos
palpitando juntos en pecado y sudor. Sentí que se corría con un gemido y un
estremecimiento, y una sonrisa de victoria se dibujó en mi rostro. Seguía allí cuando
nos separamos y empezamos a recoger nuestra ropa.
—Pareces divertida —comentó, poniéndose primero los calzoncillos.
Me enganché el sujetador.
—Me gusta tener el poder de mandar al genial Nash Ryan al abismo.
Me miró fijamente.
—No sabía que era genial.
—Mi vagina cree que sí.
Se rió.
—Me partes de risa, Kat.
—¿Por qué?
Nash se puso la polo por encima de la cabeza.
—Eres todo a la vez. Remilgada y sucia, cuidadosa y descuidada.
Eso me resumía mejor de lo que él sabía.
—Sólo trato de mantenerte adivinando, Nash.
—No me quejo. Es una combinación caliente.
Me subí la falda y lo vi subirse la bragueta. Me sorprendió mirando y su
expresión cambió.
—¿Segura que todo esto te parece bien? En serio, te agradezco todo lo que has
hecho. Me gustas y odiaría pensar que estoy estropeando algo.
Me levanté la blusa. El botón superior había desaparecido, arrancado por los
dedos de Nash y tirado en algún lugar invisible. Pero me abroché el resto y me metí
la blusa por dentro de la falda.
—Estoy bastante segura de que lo único que se ha estropeado hasta ahora es
mi cabello. —Hice ademán de alisarme los rizos rebeldes.
Nash terminó de ordenar su ropa y se apoyó en el mostrador exactamente en 85
la misma posición en la que estaba cuando llegué.
—¿Todavía quieres tener esta reunión?
—Por supuesto. —Recogí la bolsa que hacía las veces de bolso y soporte para
mi portátil y abrí el ordenador que estaba en el mostrador junto a él—. Echemos un
vistazo a los informes de inventario y sigamos a partir de ahí.
Nash
La reapertura de la tienda fue mucho mejor de lo que pensaba. Medio pueblo
se presentó y todo el que puso un pie en el local compró algo, aunque sólo fuera un
paquete de chicles. Kat tenía razón sobre el apoyo de los lugareños.
Me quedé todo el día, estrechando manos y saludando a la gente que había
venido con sus familias para hacerme saber que se alegraban de que este lugar
volviera a funcionar. Incluso vino gente con la que había ido al instituto, incluidos
algunos antiguos compañeros que me habían echado pestes por una razón u otra.
Pero todos ellos habían conocido a mi padre y si sus recuerdos de mí no eran
maravillosos, ya no me guardaban rencor. Normalmente no era una mariposa social,
pero me sentía bien formando parte de esto, de algo positivo. 86
Algunas personas preguntaron ansiosas:
—¿Cómo está el bebé? ¿Cómo está Colin? —y les aseguré que el bebé estaba
bien, que no estaba aquí porque después de una reciente enfermedad no me parecía
inteligente exponerlo a mucha gente. Asintieron con aprobación a la respuesta y sentí
que había hecho lo correcto.
Todo el tiempo mis ojos buscaban a Kathleen entre los recién llegados. Ya me
había dicho que estaría todo el día yendo a reuniones y demás, pero la busqué
igualmente.
Aunque hubiera sido un momento inoportuno para empalmarme como lo hacía
cada vez que ella entraba en la habitación.
Mi intención era que nuestra primera noche caliente fuera algo aislado, un
lapsus instigado por la montaña rusa emocional en la que me había metido
últimamente. Pero trabajar mis demonios internos con la ayuda del cuerpo sexy de
Kat me trajo una sensación de calma. Sólo esperaba que dijera la verdad cuando decía
que no buscaba más que un amigo con derecho a roce. Con todas las obligaciones
que tenía, eso era todo lo que podía ofrecerle.
Kathleen nunca se dejó ver por aquí, pero Kevin Reston hizo acto de presencia.
Desde que había vuelto a la ciudad siempre se había mostrado bastante amable, quizá
por el bien de Jane, quizá por el de mi padre, pero me dio la impresión de que no
sabía qué hacer conmigo. Lo comprendí. Después de algunos recortes en el distrito,
solía ofrecerse de voluntario para ayudar a entrenar al equipo de fútbol americano
del instituto Hawk Valley y una vez disolvió una pelea entre Travis Hanson, el
quarterback del instituto, y yo. Kevin se ganó un ojo morado y una nariz rota por sus
esfuerzos.
—Acabas de perderte a Jane —le dije—. Estuvo aquí hace un rato.
Asintió con la cabeza.
—Lo sé. Quedamos para tomar un café en la calle.
—¿Te ordenó que pasaras?
Sonrió.
—Sí.
—Bueno, me alegro de que lo hicieras.
Kevin se aclaró la garganta.
—Sabes, también estaba pensando que podríamos salir a tomar una cerveza
esta noche. Tu padre y yo solíamos quedar en Sheen's el primer viernes de cada mes.
No bebía mucho estos días. Pero sabía que Kevin había sido amigo de mi padre
durante muchos años y sentía mucho su pérdida. Además, estaba seguro de que la
invitación había sido cursada para hacer feliz a Jane, y cualquiera que se esforzara
tanto por hacer feliz a mi amable tía merecía un trato a medias. 87
—Tendría que encontrar una niñera para Colin —dije—. Hoy está con tu mamá.
Kevin hizo un gesto con la mano.
—Y sabes que a ella le encantaría cuidarlo unas horas más. No hay nada que mi
madre prefiera hacer que cuidar bebés.
Era cierto que Nancy Reston había insistido una y otra vez en que cada vez que
necesitara una niñera la pusiera a ella cómo la primera de la lista. Aceptar favores de
gente amable era todavía un concepto nuevo para mí.
—De acuerdo —dije—. La llamaré y si ella está de acuerdo en cuidarlo, tomaré
una cerveza, amigo.
Kevin esbozó una sonrisa.
—Nos vemos en casa de Sheen sobre las ocho.
—Lo tienes. —Tomé una taza de Hawk Valley Happiness de una estantería
cercana—. Y toma una de estas por cuenta de la casa.
Kevin aceptó la taza de cerámica.
—Gracias. Nunca se tienen demasiadas.
Nancy Reston parecía encantada cuando llamé para preguntarle si podía
quedarse con Colin hasta las nueve de la noche. Terminé la llamada sintiéndome un
poco culpable. Imponerme a Nancy y Kathleen y a cualquiera que se ofreciera a
ayudar no era una solución permanente. Tendría que establecer un horario regular
de guardería si quería gestionar la tienda como lo había hecho mi padre. También
iba a ser imposible compaginar dos carreras y la crianza de un niño. Ya había avisado
a mis clientes que ya no aceptaría nuevos trabajos.
—Tienes que trabajar más horas en la tienda. Algún día el lugar será tuyo, Nash.
—Oh, a la mierda. Prefiero cortarme la mano derecha que quedarme aquí y ser
un vividor fracasado de Hawk Valley.
Los recuerdos son algo curioso. Pueden hibernar en lo más profundo durante
una década y luego golpearte como un puñetazo en las entrañas, una pepita olvidada
hace mucho tiempo que relampaguea en tu mente de la nada y te deja preguntándote
si fue real.
—Disculpe —dijo una voz. Pertenecía a una mujer pequeña de cabello plateado
que estaba cubierta con un chal de seda que parecía caro—. ¿Quién puede ayudarme
con la compra de ese cuadro de allí?
Señaló una acuarela del amanecer de Hawk Mountain. Una de las pinturas de
Jane.
—Yo puedo ayudarla —le dije.

La tienda cerró a las siete, pero me quedé para dar las gracias a los empleados
y ocuparme de algunas tareas. Finalmente, a las ocho menos cuarto, cerré las puertas 88
y me dirigí a Sheen's.
Era el mismo bar de mala muerte por el que recordaba haber pasado miles de
veces cuando era niño. Como era viernes por la noche, estaba bastante lleno, con un
montón de gente viendo el partido de béisbol en la pantalla que había sobre la cabeza
del camarero. Otros jugaban a los dardos. El juego parecía una mala idea dada la
densidad humana del lugar.
Kevin me llamó desde una mesa. La compartía con otra persona.
Hijo de puta.
Hacía años que no pensaba en Travis Hanson, antiguo quarterback del instituto
e imbécil engreído por todas partes, y sin embargo hoy ocupaba todo tipo de espacio
en mi cabeza.
También ocupaba el asiento junto a Kevin.
Pegué una sonrisa a mi cara y tomé la silla que quedaba. Antes, Travis había
sido un imbécil al que le gustaba hacer daño a la gente más pequeña que él, pero
quizá había cambiado. Eso ocurría a veces.
—Nash —dijo, chocándome el puño como si fuéramos mejores amigos en lugar
de antiguos archienemigos.
—Hola, Travis. ¿Cómo te va?
Había una despreciable petulancia en su sonrisa. Extendió los brazos.
—Ahora soy el dueño de este lugar.
—No me digas.
—Sí. Mi padre me adelantó mi herencia el año pasado cuando el viejo Sheen se
jubiló y se mudó a Tucson. También lo acosé para que me diera un buen trato. —
Travis chasqueó sus carnosos dedos y una bonita morena con falda vaquera se acercó
corriendo.
—Hola, dulzura, te acuerdas de Nash Ryan, ¿verdad? —dijo mientras su mano
se posaba en el trasero de la chica.
A Dulzura, no pareció molestarle la atención. Asintió con la cabeza.
—Me acuerdo de ti, Nash. Estabas en el último curso cuando yo estaba en
primero.
—Claro —dije. No recordaba haber puesto los ojos en esta chica en mi vida.
Travis resopló.
—Como si llevara la cuenta entonces. A Nash nunca le importó si eran
demasiado jóvenes o mayores. El chico se movía, eso era seguro.
El comentario fue de un increíble mal gusto. Era más que una indirecta hacia
mí. Era una referencia velada a viejos rumores. Yo nunca había confirmado nada, pero
eso no importaba en un pueblo pequeño. Kevin me lanzó una mirada de disculpa.
—Siento mucho lo que le ha pasado a tu familia —dijo la camarera—. Mi madre 89
conocía a Heather, así que estuvo en el funeral. Todavía lloraba cuando llegó a casa,
dijo que la tierra había perdido un ángel cuando se llevaron a Heather.
Llevaron. Eso hacía que la situación sonara ligeramente esperanzadora, como
si existiera la posibilidad de que Heather regresara. Pero no había forma de que
Heather regresara. Había muerto en una montaña con el hombre que la amaba.
Durante mucho tiempo había estado furioso con ambos. Pero ahora era posible
recordar cosas en las que no había pensado en mucho tiempo, como la forma en que
Heather solía pagar las cuentas morosas de los almuerzos de los niños durante su
breve carrera trabajando en la oficina principal del instituto. Y la vez que compró
flores para una compañera de clase que estaba angustiada después de que el perro
de la chica fuera atropellado por un auto.
—Gracias —dije—. Se le extraña.
La camarera sonrió amablemente.
—¿Qué te sirvo?
—Cualquier cosa que tengas de barril sería genial. —De todos modos, no
pensaba tomar más que un par de sorbos. Estaba cansado, quería recoger a Colin y
los bares nunca han sido mi lugar preferido.
Travis miró abiertamente el trasero de la camarera mientras se alejaba.
—Eso es mío —dijo orgulloso como si hablara de un auto.
—Bien por ti —dije con sarcasmo.
Sonrió satisfecho.
—Y déjame decirte, hay un apretado coño ahí que coincide con ese dulce
trasero.
No quería oír hablar de ello. Me fijé en Kevin. Parecía incómodo.
Sin embargo, Travis no había terminado de hablar.
—Le gusta hablar de vez en cuando, así que tengo que mantenerla a raya. —
Eructó.
Mi antipatía por el tipo pasó instantáneamente de leve a severa.
—Cuidado con que alguien no decida mantenerte a raya a ti —dije despacio.
Travis me miró, las capas dentro de su grueso cráneo evidentemente tratando
de decidir si estaba bromeando o no.
—Eso no saldría bien —dijo—. Pensé que ya habías aprendido esa lección una
vez, Ryan.
Mi mano se cerró en un puño bajo la mesa.
—Por lo que recuerdo sangraste bastante ese día, Hanson.
Kevin tosió.
—Estoy bastante seguro de que sangré más que cualquiera de ustedes —dijo 90
con buen humor—. Tengo la nariz torcida desde entonces.
—Lo siento —dije, sin dejar de mirar a Travis, que me devolvió la mirada con
la expresión plana de un hombre al que le faltan unos cuantos tornillos.
—Está bien —dijo Kevin—. Mi señora dice que me hace parecer rudo.
La camarera volvió y dejó mi cerveza sobre la mesa.
—Gracias, dulzura —dijo Travis, dándole otro toque odioso.
Estaba cansado de este tipo, cansado de estar aquí. Si me quedaba demasiado
tiempo me metería en problemas. Por suerte apareció el cantinero y en voz baja le
dijo algo a Travis sobre el suministro de whisky.
Travis frunció el ceño.
—Todo el mundo es jodidamente inútil —refunfuñó, levantándose de la silla—.
Tengo que ocuparme de esto.
—Tómate tu tiempo —dije y Travis fijó su mirada en mí.
Obviamente estaba sopesando la idea de decirme que me largara de su lugar.
No me habría molestado si lo hubiera hecho.
Pero se limitó a ofrecer una sonrisa fría y dijo:
—Me alegro de verte, Nash. —Su tono daba a entender lo contrario.
—Qué imbécil —dije cuando se fue.
Kevin se rió entre dientes.
—Es un pedazo de trabajo.
—No puedo creer que Sheen le vendiera el bar a ese tipo.
—Sí. —Kevin hizo una mueca—. Escucha, siento haberte arrastrado hasta aquí.
Olvidé que las viejas rencillas aún pueden ser crudas.
Kevin no intentaba ser profundo. Sólo hablaba del hecho de que Travis y yo aún
nos despreciábamos. Pero estaba pensando en mi padre. Nunca nos habíamos
llevado bien. Éramos misterios desagradables el uno para el otro y, tras la muerte de
mi mamá, ese sentimiento no hizo más que enconarse.
Con Travis fuera del camino, Kevin y yo pudimos mantener una agradable
conversación. Sabía mucho de lo que había estado haciendo desde que dejé Hawk
Valley y sólo podía suponer que había obtenido esa información de mi padre. Me
pregunté qué pensaría mi padre si me viera aquí, en su antiguo territorio, tomando
una cerveza con su amigo y mirando discretamente el reloj porque quería ir a recoger
a mi hermanito.
Cuando se acercaron las nueve me levanté y dejé caer algo de dinero sobre la
mesa.
—¿Tienes que irte? —Kevin preguntó.
—Me temo que sí. Colin es madrugador.
91
Me tendió la mano.
—Oye, gracias por quedarte un rato.
—Gracias por preguntarme.
Sonrió. Cuando ayudaba a entrenar fútbol y yo era un defensa con una actitud
de mierda, Kevin Reston me había parecido viejo y tan interesante como una pared
sin pintar. Me equivoqué. Kevin era realmente un gran tipo. Me alegraba que Jane y
él se hubieran encontrado.
Cuando me levanté de la mesa, parecía que Kevin se iba a quedar un rato a
tomar la cerveza que tenía en la mano.
—Jefe —gritó alguien junto a la diana—. ¿Por qué no vienes aquí y nos muestras
cómo se hace?
Kevin recogió su cerveza y se dirigió hacia allí.
—Voy para allá.
Antes de salir, di un rodeo hasta el baño de caballeros. Apenas había tocado
mi cerveza, pero tenía la vejiga llena por la botella de agua que me había tomado
antes de venir.
Me estaba lavando las manos en el fregadero cuando me pareció oír un grito.
Cerré el grifo y escuché. Allí, inconfundible bajo la música del bar y las voces
impetuosas de sus clientes, se oía la voz de un hombre que gritaba enfadado. Venía
del otro lado de la pared y pude distinguir algunas palabras.
—Mierda te lo dije (murmullo) pagarás carajo (murmullo).
La voz que respondió era más pequeña, más aguda. Una mujer.
—Lo siento. Pensé que había pedido más.
—¡Era tu maldito trabajo!
—¡Lo siento!
—Perra.
Se oyó un golpe seguido de un grito agudo, ya había oído bastante. Salí
corriendo del cuarto de baño y atravesé la puerta más cercana, donde encontré a la
camarera de antes sollozando entre las manos mientras un Travis Hanson furioso se
cernía sobre ella con las venas del cuello hinchadas.
Y aunque sabía que era Travis, durante un segundo borroso de rabia ciega no
lo vi. Vi al hombre que siempre veía en mis pesadillas de vigilia, el hombre que no se
conformó con librar al mundo de su propia vida, así que tenía que llevarse más. Vi al
marido de mi mamá.
No pensé. Me abalancé. La cara de Travis tuvo tiempo de registrar una
expresión de sorpresa antes de que lo agarrara por el cuello y lo empujara contra una
pared cercana con la fuerza suficiente para agrietar la superficie.
—Mierda —espetó y la chica gritó.
Estaba dispuesto a hacer más, a darle una paliza de muerte, pero de repente 92
unos brazos me rodearon la cintura, tirando de mí hacia atrás, mientras se oían voces
de fondo.
—¡Nash, basta ya! —Kevin gritó y eso hizo que dejara de intentar liberarme.
Travis, mientras tanto, se había recuperado de su choque con la pared y estaba
a punto de arremeter. La camarera se puso valientemente en medio, lanzándome
miradas horrorizadas y luego de nuevo a Travis.
—Por favor, para —dijo, y no se dirigía sólo a su novio. Se dirigía a los dos.
Kevin aún no me había soltado.
—Cálmate de una puta vez.
Yo era más grande, más fuerte y podría habérmelo quitado de encima
fácilmente, pero no lo hice. Asentí y Kevin soltó su agarre.
—¿De qué se trata? —preguntó Kevin con voz autoritaria, una voz
acostumbrada a obtener respuesta a sus preguntas.
Miré detrás de mí y vi unas cuantas caras curiosas que se asomaban a la puerta.
Kevin también se fijó en ellos y les hizo un gesto para que se alejaran.
Travis lo fulminó con la mirada.
—Mi empleada metió la pata. Me puse un poco ruidoso al respecto, eso es todo.
Y entonces este payaso viene a la carga aquí como si estuviera sufriendo una maldita
rabia de esteroides y comenzó a destrozar el lugar.
—Sigues siendo un mentiroso saco de mierda, Hanson —le espeté.
—¡Basta! —Kevin se volvió hacia la chica y su voz se hizo más amable—. ¿Qué
pasó realmente, Alyssa?
Alyssa se tocó la mejilla enrojecida, probablemente el lugar donde Travis la
había abofeteado. Evitó mi mirada y miró a Travis.
—Olvidé pedir el whisky —dijo. Tragó saliva—. Travis tenía razón para estar
molesto y a veces grita.
—¿Eso es todo? —Kevin pinchó.
—Sí.
—Te golpeó —le dije.
Sacudió la cabeza, pero siguió sin mirarme directamente.
—No.
—El único que actúa como un psicópata por aquí eres tú —gruñó Travis—.
Ahora lárgate antes de que decida ser implacable y presentar cargos.
Los ojos de Alyssa se cruzaron con los míos y cambiaron rápidamente de
dirección. Puede que estuviera asustada. O podía tener la mala costumbre de excusar
a un tipo que la había engañado haciéndole creer que le importaba. En cualquier
caso, no podía enfadarme con ella por mentir. 93

Kevin chasqueó los dedos y salió de la habitación.


—Vamos, Nash. —Su tono indicaba que no había lugar para discusiones.
Travis sonrió satisfecho. Alyssa miró al suelo.
Estaba a punto de rendirme y seguir a Kevin a la salida cuando cambié de
opinión y me acerqué a Alyssa.
—Esto es lo que hacen —le dije en voz baja—. Hombres de su tipo no se
detienen.
—¡Vete a la mierda ahora! —Travis gritó.
Podría haberme alegrado de enfrentarme a él de nuevo si Kevin no hubiera
vuelto y me hubiera empujado físicamente fuera de la puerta, por un pasillo oscuro y
por una puerta trasera que daba a un callejón detrás de Sheen's.
—Suéltame —refunfuñé, soltándome de su agarre.
—¿Qué carajo fue eso, Nash? ¿Reavivando viejas rivalidades?
Me enfrenté a él.
—Golpeó a esa chica.
—Eso no es lo que ella dijo.
—Pero es la verdad.
—¿Viste lo que pasó?
—No —admití—, pero seguro que sonó como si la hubiera golpeado muy
fuerte.
Kevin exhaló ruidosamente.
—¿Así que esto es todavía lo que haces? ¿Golpear primero, pensar después?
—No pude hacer nada, Kevin.
—No, nunca se puede.
Empecé a alejarme en dirección a la calle donde había aparcado.
—¡Nash!
Seguí caminando.
—Tengo que ir a recoger a Colin.
—No creo que sea una buena idea en este momento.
Me di la vuelta.
—¿Estás jodidamente bromeando? ¿Pones excusas para Travis el Imbécil pero
has decidido que yo soy peligroso?
Kevin levantó una mano.
—Creo que deberías ir a casa y refrescarte.
—Estoy bien. 94
Miró hacia abajo.
—Tienes los puños cerrados.
Miré hacia abajo. ¿Y qué carajo, sí, estaban apretados? Los relajé.
Kevin suspiró.
—Nash, es tarde y no estás de buen humor. ¿Por qué no dejas al bebé con mi
madre esta noche y volvemos a empezar mañana?
Hice una pausa. Colin ya tenía que estar dormido. Tal vez lo mejor para él fuera
dejarlo así toda la noche en lugar de sacudirlo para sacarlo de un sueño profundo.
—Bien —dije, más bien pétreo.
—De acuerdo. —Kevin asintió—. Le mandaré un mensaje a mi madre y le
avisaré.
—Gracias.
Kevin me miró en silencio en la oscuridad. Un auto deportivo bajaba a toda
velocidad por la avenida Garner y algún adolescente chillaba ruidosamente por la
ventanilla.
—¿Qué demonios te pasó ahí atrás? —quería saber—. Pensé que habías
madurado un poco.
No tenía respuesta para eso. Las palabras no me habrían dolido tanto si
hubieran venido de un hombre al que respetara menos. Lo dejé allí parado, busqué
mi camioneta y dejé atrás el pequeño mundo del centro de Hawk Valley. Recorrí todo
el camino hasta casa antes de darme cuenta de que estaba demasiado excitado para
entrar en una casa vacía y mirarme las bolas toda la noche. En lugar de apagar el
motor, me alejé de la acera.
El dúplex donde vivía Kathleen no estaba muy lejos. Apagué los faros cuando
aún estaba a unas cuantas casas de distancia y aparqué la camioneta. Había una luz
encendida en la habitación de Kathleen. El reloj se acercaba a las diez de la noche,
una hora poco educada para llamar a la puerta de alguien, y mucho menos si había
una niña pequeña. Pero recordé que Kathleen había dicho que era un ave nocturna,
así que saqué mi teléfono y estaba a punto de enviarle un mensaje de texto cuando vi
movimiento detrás de la cortina de la cocina.
Guardé el teléfono en el bolsillo y salté de la camioneta, acercándome a la
puerta y teniendo una sensación de déjà vu. La única vez que había estado en casa de
Kathleen fue la noche en que llegué a Hawk Valley, cuando aún estaba aturdido por
una nueva y terrible pérdida.
Llamé a la puerta suavemente por si su hija estaba durmiendo. En cuanto lo
hice, me di cuenta de que aparecer a estas horas de la noche podría malinterpretarse.
No había venido aquí para tener una cita de sexo a altas horas de la noche. Sólo quería
hablar con alguien.
Pero de repente se abrió la puerta y allí estaba Kathleen mirándome
95
sorprendida.
No, no sólo quería hablar con alguien. Quería hablar con ella.
—Nash. —Miró mis manos vacías—. ¿Va todo bien? ¿Dónde está Colin?
—Está bien —dije—. Está con Nancy.
Kathleen retrocedió un paso.
—Pasa. —Llevaba una camiseta gris suave con la que probablemente dormía y
que le llegaba a la mitad de las rodillas. Me pregunté si llevaría algo debajo. Por la
forma en que sus suaves curvas se perfilaban bajo la tela, lo dudé.
—Siento aparecer tan tarde —dije, echando un vistazo al pequeño pero
confortable entorno—. Me gusta tu casa.
Cerró la puerta.
—Has estado aquí antes.
—Lo sé.
Kat miró a su alrededor e hizo una mueca.
—Me mudaré pronto. El casero acaba de informarme de que tiene intención de
vender la propiedad al final del verano.
Me metí las manos en los bolsillos.
—Qué lástima.
—Nash —dijo—, ¿qué pasa?
Había tantas cosas mal. Y no debería verterlas todas sobre la persona que
podría ser la mejor amiga que tenía ahora mismo.
Me paré en medio de la habitación y me quedé mirando un pequeño cuadro de
una sinuosa carretera de montaña vacía. Era del estilo de Jane y, efectivamente, en la
esquina estaba su inconfundible firma.
—Espero no haber despertado a Emma —dije.
—No lo hiciste —confirmó Kathleen y se sentó en el sofá con las piernas
recogidas bajo ella—. Siento no haber ido hoy a la reapertura de la tienda. —Se frotó
los ojos—. Todo fue una locura. Tenía que entregar un gran proyecto, tres citas con
clientes y tuve que recoger a Emma temprano del preescolar porque le dolía el
estómago.
—¿Está bien?
—Está bien. La llevé al pediatra para asegurarme. —Kathleen me estudió,
probablemente porque seguía de pie en medio de su salón a las diez de la noche.
Me planté en el borde del sofá. Era tentador recostar la cabeza en el regazo de
Kathleen. Esperó a que dijera algo. En algún lugar del apartamento, un reloj marcaba
los segundos.
—Golpeé a alguien —dije.
Sus ojos se abrieron de par en par.
96
—¿A quién?
—Travis Hanson.
Hizo una mueca, como si el sonido del nombre le diera dolor de oídos.
—¿Por qué?
—No importa. Se lo merecía, pero esa no es la cuestión. Lo manejé mal. He
estado manejando las cosas mal durante mucho tiempo. —Hice una pausa y pensé en
lo que quería decir—. Nunca le dije esto a nadie, pero había señales, Kat. Cosas que
debería haber detectado.
—¿Qué quieres decir?
—A veces me llevaba al colegio y le veía moretones en los brazos. O llegaba
tarde a recogerme y tenía los ojos rojos por llorar. Siempre me decía que no era nada.
Se inventaba que había visto una película triste o que se había dado un golpe en el
gimnasio. Debería haber hecho algo. Pero no hice nada.
—Oh. —Kathleen me tocó el hombro—. Estás hablando de tu mamá.
Exhalé un suspiro y dejé que los recuerdos me invadieran.
—Empezó a salir con Paul unos meses antes de casarse. Recuerdo que pensaba
que había algo raro en el tipo, pero no até cabos y, de todos modos, no creí que nadie
me hubiera escuchado. Yo era un adolescente malhumorado con una actitud de
mierda, así que, por supuesto, no me gustaba el nuevo marido de mi mamá. Estaba
tan acostumbrada a ser el centro de toda su atención. Siempre estábamos los dos
solos. Claro que pasaba los veranos y las vacaciones con mi padre, pero nunca
habíamos estado unidos.
Kathleen no dijo nada. Se limitó a mantener su mano sobre mi hombro, un gesto
amable para recordarme que estaba aquí, que le importaba.
—Chris Ryan no era un hombre que viera mucho valor en sentarse a hablar de
sentimientos, pero al principio, después de que ocurriera, intentó que me abriera. Me
dijo que la ira podría comerme vivo si se lo permitía. Y tenía razón. Nunca permití que
nadie se acercara demasiado. Recuerdas cómo era, lo a menudo que solía pelear en
el instituto. Todavía peleo, Kat. Nunca paré.
Levanté la vista y la encontré mirándome con ojos preocupados que bajaban
hasta mis manos. Sabía en qué estaba pensando. La noche que llegué a la ciudad aún
tenía los nudillos lesionados y en carne viva de impartir mi propia justicia por mano
propia. Pero no estaba preparado para contárselo. Ya le había contado más de lo que
debía.
Me levanté, sintiendo la repentina necesidad de largarme de aquí, lejos del
escrutinio de Kathleen, antes de que viera más de lo que yo quería que viera. Me tiró
del brazo y me instó a volver al sofá. Cedí, recuperé mi asiento e hice lo que más
deseaba, lo que no hacía con nadie. Apoyé la cabeza en su suave cuerpo y dejé que
me consolara.
—Pensé que habías madurado un poco, carajo.
97
No podía dejar de escuchar las palabras de Kevin. Él tenía razón y yo tenía que
hacerlo mejor. Tenía un niño que criar y proteger. Era hora de reconocer que, en
cierto modo, no había madurado. En cierto modo, seguía siendo aquel niño de catorce
años atormentado por la culpa y la pena, porque en mi mente había fracasado. No
había sabido defender a la persona que significaba todo para mí. No podía volver a
vivir con ese tipo de fracaso.
Kathleen
Antes de encontrar a Nash en la puerta principal, mi paranoia se había
apoderado de mí. Me sentía nerviosa, incómoda, atormentada por la idea constante
de que me estaban observando, aunque las cortinas estaban cerradas y el único
sonido en el apartamento era el tic-tac de un viejo reloj de pared.
Emma había estado llorando cuando la recogí temprano del preescolar. Como
cualquier madre, las lágrimas de mi hija eran como un cuchillo directo a mi corazón.
Pero hoy había algo en la forma en que arrugaba su carita que me dejaba más ansiosa
de lo normal. Se parecía demasiado a su padre cuando lloraba.
La llevé al pediatra, aunque no había ningún misterio médico. Uno de los niños
había llevado donas como regalo de cumpleaños y Emma había comido más de la 98
cuenta. Acabó vomitando por toda la mesa de los lápices de colores, pero cuando
llegamos a casa ya se encontraba mejor. Le di refresco de jengibre, una tostada y
vimos episodios de sus dibujos animados favoritos.
Horas más tarde, después de que se durmiera, la sensación de inquietud no me
abandonó y supe que no tenía nada que ver con el incidente estomacal de Emma. Esta
tarde estuve a punto de borrar un correo electrónico de mi cuenta de empresa de una
dirección que no reconocí. Pensé que era spam, pero lo abrí por capricho.

Kat,
Ha pasado mucho tiempo. Y necesito hablar contigo.
Harrison

El pavor puede recorrer el torrente sanguíneo en un instante. Se me revolvió


el estómago y el corazón me empezó a latir con fuerza. Miré fijamente el correo
electrónico y lo borré. El remitente no tenía nada que reclamarme y lo sabía.
Habíamos terminado incluso antes de que hiciera algo que sonaría imperdonable si
lo contara. Sólo había otras dos personas en el mundo que lo sabían y una de ellas
estaba muerta. La otra me odiaba. El sentimiento era mutuo.
Pero no era sólo la sombra de la preocupación la que me carcomía mientras
vagaba por las silenciosas habitaciones de mi apartamento.
También había un fantasma. Años atrás me había hecho su amiga, me consoló
y aseguró que me merecía algo mejor que un tipo que me engañaba y me trataba
como basura. Hizo todo eso a pesar de que se desmoronaba bajo el peso de sus
propios demonios.
A medida que crecía, Emma se parecía cada vez más a su padre. A veces,
cuando veía la cara de mi hija, era como si me suplicara que lo reconociera. Nunca lo
había reconocido, ni siquiera había pronunciado su nombre desde el día de su
funeral. Había estado contando la misma mentira desde que regresé a Hawk Valley.
Mi madre no lo sabía. Ni siquiera se lo había dicho a Heather.
Era consciente de que la mayoría de las mentiras tienen fecha de caducidad.
Era consciente de que algún día Emma preguntaría por su padre. Y entonces ya no
podría seguir mintiendo.
Estaba dando vueltas por el salón, sumida en mis pensamientos, cuando me
sobresalté al oír un suave golpe. Miré por la mirilla con cierto recelo y luego respiré
aliviada al reconocer a la persona que había al otro lado. Era el único adulto con el
que no me importaría tratar ahora mismo.
Esta noche le pasaba algo. Lo vi enseguida y agradecí que no tuviera nada que
ver con Colin. Pero no estaba preparada para las cosas que dijo, para la forma en que
me permitió tomarlo en mis brazos y abrazarlo.
Nash Ryan no era un hombre que compartiera sus sentimientos con entusiasmo. 99
La historia que me contó sobre su mamá fue desgarradora. Llevar esa carga de culpa
ineludible durante tanto tiempo lo había destrozado en algún nivel, lo había orillado
a llevar una vida aislada en la que seguía librando batallas que sólo existían en su
cabeza. Nash me había revelado su lado más vulnerable y no sabía por qué, pero
seguía teniendo la sensación de que se estaba conteniendo.
Perdí la noción del tiempo mientras permanecíamos abrazados en el sofá. Pero
el sonido de unos pasos que entraban en la habitación puso fin al abrazo.
—¿Mamá? —dijo Emma, frotándose los ojos mientras un pato de peluche
llamado Sr. Ford colgaba de una mano.
Nash ya se había movido al otro lado del sofá. Me alisé la camiseta y me dirigí
suavemente a mi hija.
—¿Qué pasa, cariño? ¿Todavía te duele el estómago?
—No. —Emma se plantó en el sofá entre Nash y yo. Pateó sus piececitos
descalzos y frunció el ceño—. Tuve un sueño.
—¿Un mal sueño?
Emma sacudió la cabeza y se apartó el cabello castaño de la cara.
—En mi sueño tenía un perro.
—¿Un perro? —Toqué la cabeza de mi hija y sonreí. Emma había estado
obsesionada con tener un perro desde que conoció a Roxie—. Eso suena como un
bonito sueño.
—Lo fue —dijo y bostezó.
Nash la observaba en silencio, pero vi que le hacía gracia.
Emma se fijó en él de repente.
—¿Por qué estás aquí?
—Emma —dije, aclarándome la garganta para ganar tiempo. Nunca traía a los
hombres para que conocieran a Emma, lo cual no solía ser un problema porque mis
citas solían ser unas dos veces al año—. Nash sólo pasó a saludar.
—¿Por eso lo estabas abrazando?
Nash le habló.
—Estaba triste —le dijo a Emma—. Tu mamá estaba siendo amable, tratando
de hacerme sentir mejor.
—¿Y lo haces?
—¿Hago qué?
Suspiró y se cruzó de brazos, un gesto que había aprendido de mí.
—¿Te sientes mejor?
Intentó no reírse.
—Sí. Me siento mucho mejor.
—¿Por qué no trajiste a Roxie? 100

—Es tarde. Estaba cansada.


—Oye. —Rodeé sus pequeños hombros con mi brazo—. Hablando de
cansancio, ¿no estás cansada, señorita?
—No —dijo Emma, pero volvió a bostezar. Arrugó la nariz y miró a Nash—.
Deberías haberla traído. Podría haber dormido en mi cama.
Nash sonrió.
—Roxie lo habría disfrutado.
Emma asintió.
—La extraño.
—Creo que ella también te extraña.
—Mami, ¿puedo ir a verla ahora? —Me miró con una expresión suplicante a la
que fue difícil resistirse.
—Ahora no, Ems. Necesitas descansar.
—Te diré una cosa —dijo Nash, inclinándose hacia delante como si estuviera
contando un secreto—, puedes ir a verla cuando quieras.
—¿Mañana? —dijo Emma esperanzada.
—Uh —dijo Nash, mirándome—. Me parece bien si a tu mamá le parece bien.
—¿Trabajarás mañana en la tienda? —le pregunté.
—No. Puedo repasar los nuevos pedidos de mercancía en casa mientras cuido
de Colin. Ascendí a Betty a subdirectora y el chico nuevo que encontraste con poca
antelación parece que trabajará para cubrir las carencias a tiempo parcial.
Eso me recordó algo.
—Gracias por contratar a Todd, por cierto —dije—. Es el hijo de una amiga de
mi madre. La gente no siempre le da una oportunidad porque piensan que es lento.
Pero es muy trabajador y hará un buen trabajo para ti.
—Estoy seguro de que lo hará.
—¿A qué hora? —preguntó Emma.
Cuando la miramos confundidos, soltó otro de sus suspiros de no puedo creer
que los adultos sean tan tontos” y abrazó a su patito de peluche.
—¿A qué hora puedo ir a ver a Roxie?
Nash sonrió.
—Lo solucionaremos.
—¿Qué significa eso?
—Emma-bear —le dije, empujándola del sofá—. Hablemos de ello mañana, ¿de 101
acuerdo? Ahora tienes que volver a la cama.
Emma se resistió unos segundos, pero luego saltó del sofá y empezó a caminar
hacia su habitación.
—Sólo será un minuto —le dije a Nash.
Seguí a Emma hasta su dormitorio y la envolví con las mantas mientras
bostezaba y cerraba los ojos.
—Dulces sueños, carita de ángel —le dije, besando su suave frente.
—De perros —dijo en un susurro y unos segundos después sus párpados
empezaron a aletear. No solía despertarse en mitad de la noche y confiaba en que
ahora seguiría dormida.
Mi pequeña hija no me vio soplarle un beso desde el umbral antes de que
cerrara la puerta tras de mí, pero me gustaba pensar que, de algún modo, podía sentir
el amor incluso cuando estaba soñando.
Nash seguía sentado en el sofá justo donde lo había dejado. No estaba segura
de sí lo estaría. Sus ojos recorrieron mi cuerpo con tal descaro que me hormiguearon
los pezones. Ni siquiera sabía que una reacción así fuera posible con una mirada de
dos segundos.
—Debería irme —dijo, poniéndose en pie.
Me apoyé en la pared.
—No tienes que hacerlo.
Hizo una pausa, luego miró en dirección a la habitación de Emma y se dirigió a
la puerta.
—¿Me mandas un mensaje cuando Emma y tú estén listas para pasarse mañana?
—Lo haré.
Nash se volvió y me miró fijamente.
—Gracias, Kat.
No quería que se fuera. Pero las palabras se me atascaron en la lengua.
—No hay nada que agradecerme, Nash.
Seguía mirándome fijamente. Tenía la mano en el pomo de la puerta y, de
repente, sonrió.
—Sabes, estaba pensando algo antes. Algo que podría ser un poco patético.
—Seguro que no es patético.
—Podrías no estar de acuerdo si supieras lo que es.
—Pruébame.
—Estaba pensando que estos días podrías ser mi mejor amiga.
Esa afirmación podría ser un dulce homenaje. O podría ser algo
embriagadoramente sexy de escuchar en las circunstancias adecuadas. Estas
resultaron ser las circunstancias adecuadas. 102

—Y tú podrías ser el mío —le dije.


Nuestros ojos se cruzaron. Nash vaciló y luego asintió como si acabara de tomar
una decisión a regañadientes.
—Buenas noches —dijo y salió bruscamente.
Ahora me tocaba a mí suspirar. No tenía derecho a sentirme decepcionada. Tal
vez Nash pensó que el ambiente de esta noche se había vuelto demasiado íntimo y
que acabaríamos desdibujando las líneas más allá del placer físico, más allá de la
cercanía de una amistad bastante nueva.
Fui a confirmar que la puerta estaba cerrada, comprobando la mirilla por
costumbre. El cristal distorsionado me mostró que Nash no se había ido. Estaba de
pie justo al alcance de la luz del porche, de espaldas, como si estuviera estudiando la
calle.
No se movió cuando abrí la puerta y me reuní con él afuera, cerrando
silenciosamente la puerta tras de mí.
Hacía un poco de frío en el aire, un remanente de la brisa fresca que a veces
soplaba en las montañas y se quedaba antes de dar paso a la humedad del verano.
Me puse delante de él descalza y levanté los brazos para rodear sus anchos hombros.
De niña nunca había sido bajita. De adulta no tenía huesos pequeños ni era menuda.
Muchos hombres eran más pequeños que yo. Y cada vez que había estado con Nash
me había fascinado su tamaño. Medía un metro ochenta, era musculoso y me
embriagaba cuando rodeaba mi cuerpo con sus poderosos brazos. La forma en que
lo hacía ahora, rodeándome la cintura, tirando de mí contra él, obligándome a
reprimir un gemido cuando se me subió el camisón y lo sentí a través de las bragas.
—Bésame —susurré.
Nash me sacó primero del resplandor de la luz del porche. Sentí que mi espalda
hacía contacto con la pared del otro lado de la ventana de la cocina y su boca se
estrelló contra la mía con hambre exigente. Sabía que esta zona era oscura, que no
nos verían. Mi anciano vecino vivía al otro lado del edificio. La calle estaba tranquila.
No había nadie que presenciara cómo instaba a sus manos a seguir explorando bajo
mi delgada camiseta. Nadie podía ver cómo frotaba mi núcleo sensible contra él con
un ritmo desvergonzado que me llevaría al límite si seguía así. Mis bragas debían de
estar húmedas cuando me las pasó por las caderas y se soltó el cinturón. Lo haría. No
tenía voluntad para apartarme. Me abriría de piernas para él aquí mismo, contra la
pared de la maldita casa, como una lunática enloquecida por el sexo. Lo deseaba
mucho.
Pero entonces me corrí con las piernas alrededor de su cintura, sacudiéndome
contra él como un animal salvaje en celo en el aire fresco de la noche y excitándome
descaradamente aprovechando el roce de su ropa, la presión de sus manos amasando
mi carne y la tentadora sensación de su polla dura que seguía atrapada en sus
calzoncillos.
—¿Sigue en pie la oferta? —me desafió cuando aún intentaba recuperar el
aliento. 103
—¿Qué oferta?
—Dijiste que no tenía que irme.
Le planté besos suaves a lo largo de la mandíbula.
—Sigue en pie.
—¿Quieres que me quede?
—Sí.
—¿Si qué?
—Sí, quiero que te quedes.
Nash tenía más sentido común que yo. No me folló aquí a la vista de toda la
calle. Me llevó a la cama, me desnudó y me penetró con la boca hasta que me
estremecí y sentí otro orgasmo desbordante. Aún me retorcía en sus intensos
estertores e intentaba permanecer callada cuando se puso un condón, me levantó las
caderas y me penetró. Ya había aprendido algo importante sobre él. Nash nunca
follaba exactamente igual dos veces. Antes había sido lento y suave, otras veces
burlón, y luego estaba ésta, la forma en que se abalanzaba sobre mí con feroz pasión.
Me encantaba. Me encantaba tenerlo dentro de mí, perdiéndose, jadeando cuando
se corría.
Después me besó los pechos, me pasó la lengua por el vientre y me subió la
colcha por el cuerpo desnudo antes de estrecharme entre sus brazos.
—¿Pasarás la noche? —pregunté, haciendo una mueca de dolor por la
pregunta. No quería que oyera cuánto deseaba que la respuesta fuera afirmativa.
—Me gustaría —dijo y me besó la frente—. Pero me iré temprano antes de que
Emma se despierte. Duerme ahora, hermosa Kat.
Pero no me dormí enseguida. Él se sumió en un sueño tranquilo mucho antes
que yo. Estaba demasiado ocupada mirando el techo oscuro e intentando ordenar los
pensamientos encontrados de mi cabeza.
Ya no pensaba en fantasmas y enemigos del pasado. Pensaba en algo mucho
más práctico.
Cuando Nash y yo empezamos este camino, me juré a mí misma que mi corazón
no estaba en juego. Pero en poco tiempo había estado peligrosamente cerca de
conquistarlo. Sólo que él no lo sabía.
Me preguntaba si alguna vez se lo diría.

104
Nash
—Puede que necesite un favor —dije, cerrándome la bragueta.
Kat me lanzó una mirada burlona.
—Creo que acabo de tragarme tu favor más reciente.
Me reí entre dientes. Siempre conseguía sorprenderme. Kathleen Doyle era
una mezcla perfecta de ingenio y belleza.
—Me refería a un favor que no implique piel y orgasmos.
—Eso no suena divertido.
—Puede que no. Y siéntete libre de decir que no. 105
Se abrochó la blusa. Era una pena. La vista era mucho mejor cuando estaba
desabrochada.
—Estoy intrigada.
—Tengo que volver a Oregón y limpiar mi apartamento. La mayoría de esa
mierda se puede tirar al contenedor de caridad más cercano, pero hay algunas cosas
que merece la pena conservar.
—¿Y quieres que te ayude a cargar el camión de la mudanza?
Puse los ojos en blanco.
—No. Planeo volar, hacer una limpieza rápida y empacar antes de regresar
aquí en un UHaul2. Me llevará menos de cuarenta y ocho horas, pero no es un viaje
adecuado para un bebé.
—Así que me estás pidiendo que cuide a Colin.
—Sí, si puedes llevártelo sólo un par de noches sería genial. Nancy ya me
ayuda demasiado con las mañanas. No quería pedirle que se quedara con él toda la
noche.
Kathleen terminó de abrocharse los botones y se puso las manos en la cadera,
observándome con aire perplejo.
—Nash, creía que sabías que no tenías ni que pedírmelo. Siempre estoy
dispuesta a ayudar con Colin.

2 U-Haul: Es una empresa estadounidense de alquiler de camiones, remolques y


auto almacenamiento para mudanzas, con sede en Phoenix,
—Y Roxie —admití.
Enarcó una ceja.
—¿Tu perra?
—Sería más fácil y rápido si pudiera dejarla aquí. Está bien adiestrada. Sólo
hay que alimentarla, pasearla y darle un lugar en la esquina para dormir.
—A Emma le encantaría —dijo Kat, sonriendo—. El problema es que mi casero
no permite mascotas. Sé que me mudaré pronto de todos modos, pero es un poco
imbécil y si encuentra alguna prueba de pelo de mascota me castigará con una tarifa
de limpieza descomunal.
La solución era sencilla.
—Quédate en mí casa unos días entonces.
Cuando Kat no aceptó de inmediato, me di cuenta de que podría estar
pensando que soy un imbécil dictatorial.
Cuida al bebé. Cuida de mi perra. Quédate en mi casa. No es como si tuvieras tu
propia vida, ¿verdad? ¿Cierto?
Kathleen tenía su propia vida y más responsabilidades de las que yo podía
controlar. Ojalá nunca hubiera sacado el tema. 106

—Mira —le dije—. No pasa nada. Debería haber adivinado que era una
imposición. Tal vez Jane pueda...
—No. —Me interrumpió, sacudiendo la cabeza—. No es ninguna molestia. —Su
expresión de dolor decía algo diferente.
Me senté en el borde de la mesa del despacho que había sido de mi padre y
antes de mi abuelo. Este verano Kat y yo habíamos desarrollado una rutina regular.
Dos veces por semana nos reuníamos en la tienda antes de que abriera y hacíamos
verdadero trabajo sucio antes de discutir asuntos financieros. Pero nuestras
interacciones no eran exclusivamente sobre juegos desnudos y dinero. Siempre que
tenía tiempo la llevaba a comer. Ella y Emma pasaban por casa varias veces a la
semana, Kat para ver a Colin y Emma para ver a Roxie. Y hablábamos y nos
mandábamos mensajes constantemente, de todo, desde la nueva capacidad de Colin
para sentarse hasta las variadas noticias locales. Aparte de Colin, Kat se había
convertido en la persona más importante de mi vida.
Pero no podía negar que me encantaba follármela. Esta mañana me había
tomado mi tiempo para quitarle la ropa y provocarla mientras me sentía triunfante por
lo fácil que era hacer que se corriera en mi mano. Luego se puso de rodillas y me la
chupó como una campeona, con mis manos enredadas en sus espesos rizos,
introduciendo mi polla entre sus labios para marcar el ritmo.
Pero ahora el ambiente se había puesto serio, así que necesitaba olvidarme de
lo suave que era su boca durante unos minutos.
—No pareces emocionada —dije—. Olvídalo, esto es culpa mía. No debería
haberte pedido que lo dejaras todo y vinieras a supervisar mi vida.
Agitó una mano.
—Nash, para. Siempre estoy feliz de pasar tiempo con Colin y sabes que Emma
estará extasiada de tener un perro por unos días.
La estudié. Kat no era del tipo melancólico. Es una de las cosas que apreciaba
de ella. La gente sabía a qué atenerse con ella. Si pasaba algo, no se lo callaba por
mucho tiempo.
—Entonces, ¿qué pasa? —Le pregunté suavemente, atrayéndola hacia mí y
levantándole la barbilla para que pudiera ver sus ojos preocupados.
—Estaba pensando en la última vez que estuve en esa casa. —Suspiró y apoyó
la cabeza en mi hombro antes de continuar—. Estaba cambiando de casa y Emma aún
era una bebé. Me quedaban dos semanas hasta que empezara mi nuevo contrato de
alquiler y la idea de quedarme con mi madre era suficiente para provocarme una
úlcera. Así que Heather insistió en que me quedara con ella y con Chris. Me
preparaba comidas caseras, no me permitía mover un dedo para ayudar en las tareas
domésticas y cuidaba de Emma para que yo pudiera descansar lo que tanto
necesitaba. —Levantó la cabeza y ahora sonrió—. Dormí en tu antigua habitación.
Apuesto a que no lo sabías.
—No lo hacía. 107
Se le borró la sonrisa.
—La echo de menos.
—Sé que sí —le dije. Le di un beso rápido en los labios y me acerqué al
escritorio.
Kathleen me observó mientras me sentaba y empezaba a examinar un informe
de inventario.
—Nunca hemos hablado de ella. La verdad es que no.
—¿De quién? —Sabía muy bien de quién. Simplemente no quería tener esa
conversación en particular ahora. O nunca.
—Heather.
Pulsé una tecla del ordenador con más fuerza de la necesaria y entrecerré los
ojos ante la pantalla.
—¿Estás preguntando si todos los viejos chismes son ciertos?
—No. Ya sé lo que es verdad y lo que no.
Mis ojos volvieron bruscamente hacia ella.
—¿Te lo dijo? —Lo sospechaba. Eso no significaba que quisiera hablar de ello.
—Sí, me lo dijo.
Exhalé ruidosamente.
—Fue hace mucho tiempo. Las cosas se pusieron feas.
—Los triángulos amorosos suelen hacerlo.
Resoplé.
—Triángulo amoroso. Parece una maldita telenovela. —Luego hice una pausa,
preguntándome cuál había sido la versión de Heather—. Heather y yo nos acercamos
más de lo que debimos. Yo tenía dieciocho años y ya no era ningún ángel, pero en
realidad no pasó nada. Me gustaba estar con ella. Mucho. Y pensé que podía confiar
en ella. Luego descubrí que no podía.
Kathleen hizo una mueca de dolor.
—Heather se sentía muy mal por lo que había pasado. Ella se preocupaba por
ti, pero estaba en un mal momento en su vida en ese momento, acababa de sufrir una
ruptura realmente horrible. Tomó decisiones terribles, pero era vulnerable y joven.
—Tenía veinticinco años —señalé—. Más grande que tú ahora.
Kat asintió, pero parecía incómoda.
—Y siempre se culpó por el distanciamiento entre tu padre y tú.
—No ayudó. Pero mi padre y yo no necesitábamos ayuda cuando se trataba de
agarrarnos por el cuello. —Hice una mueca, recordando ocasiones en las que
palabras furiosas volaban entre nosotros como cuchillos lanzados al descuido. Mi
padre no tenía la culpa de todo. Yo había dicho cosas que deseaba no haber dicho y
108
me resultaba imposible retractarme.
—Los dos llevábamos mucho tiempo sentados sobre un polvorín —admití—.
Sólo esperábamos que alguien encendiera la cerilla.
—Heather nunca quiso ser ese alguien.
—Seguro que no. —El sarcasmo en mi voz no había sido planeado.
Kat se puso a la defensiva.
—Es verdad, Nash. Cuando Heather se dio cuenta de la magnitud de lo que
había hecho y de cómo se estaba interponiendo entre tu padre y tú, se alejó de los
dos, incluso se marchó y aceptó un trabajo en Flagstaff durante un tiempo. Tú ya te
habías ido a la universidad y ella sentía que demasiada gente aquí seguía hablando
de ella. Pero entonces su madre enfermó, así que volvió. Chris fue un amigo para ella
mientras sostenía la mano de su madre moribunda. Ella no quería enamorarse de él.
Y estoy segura de que él tampoco quería enamorarse de ella.
Su cara era seria. Quería que le dijera que todo estaba bien, que perdonaba
completamente a Heather y a Chris. Pero el sabor de la traición es amargo. Persiste.
Kathleen no lo entendería porque era tan perfecta como nadie que yo hubiera
conocido.
—¿Sabes lo que admiro de ti, Kat? —pregunté bruscamente.
Ladeó la cabeza.
—¿Qué?
—Crees que todo el mundo es tan honorable como tú.
Bajó la mirada y se mordió el labio. Quizá pensó que el comentario era burlón.
No era mi intención. La gente de todo el mundo debería aspirar a ser como Kathleen
Doyle, llena de honestidad y esperanza, en lugar de estar plagada de culpa y cinismo
como yo.
El teléfono de Kathleen zumbó y metió la mano en el bolso para tomarlo. Una
sombra pasó por su rostro cuando miró la pantalla y volvió a meter el aparato en el
bolso sin contestar.
—¿Estás bien? —pregunté porque de repente estaba alarmantemente pálida.
—Sí. —Recogió una goma elástica de mi escritorio y la utilizó para recogerse
el cabello—. Así que la conversación se desvió, pero ¿en qué días pensabas hacer el
viaje?
—Este fin de semana si te viene bien.
—Funciona muy bien.
—En ese caso me iré el viernes por la tarde y volveré el domingo por la
mañana. Betty puede ocuparse de llevar el local mientras tanto.
Kat consultó su reloj.
—Hablando de la tienda, tienes que abrir las puertas en veinte minutos. 109
Me recosté en la gruesa silla acolchada y le tome la mano.
—Veinte minutos es tiempo suficiente.
—¿Para qué?
Me bajé la cremallera y me saqué la polla.
—Para esto.
Le hizo gracia.
—Pensé que ya me había ocupado de eso.
Subí y bajé la mano por el duro músculo porque sabía que le gustaba verme
acariciarme y tener sus ojos puestos en mí sólo me ponía más duro.
—Cuídalo de nuevo. En otra posición esta vez.
Kat se quitó la falda y se bajó las bragas. No era la única a la que le gustaba
mirar cosas. Gemí cuando introdujo dos dedos en su interior. Tan jodidamente sexy
que era ridículo.
Vi cómo se le sonrojaban las mejillas y oí cómo se le aceleraba la respiración.
Estaba muy interesada, no tenía nada de remilgada.
No perdí tiempo localizando un condón en mi cartera y poniéndolo en su sitio.
—Quítate esa blusa ahora mismo. El sujetador también.
—Tan lleno de exigencias —murmuró pero obedeció con una sonrisa—. ¿Y
ahora qué?
—Ahora voy a chupar esas dulces tetas mientras me montas.
Kat estaba gloriosamente desnuda cuando se sentó a horcajadas sobre mí. La
silla crujió bajo nuestro peso combinado, pero aguantó. Con una mano le agarré un
puñado de cabello, besándola con fuerza, y con la otra guié mi polla hacia dentro.
Estaba tan preparada que casi me mata aguantar hasta que alcanzó el clímax con sus
tetas intercambiándose en mi boca como yo quería.
—Oh, Dios —gimió, todavía en la cresta de la ola—. Eres tan bueno.
Le acaricié el pezón.
—¿Qué tan bueno?
—Increíble —susurró, con las caderas aun agitándose mientras terminaba su
momento.
—Nunca has sido follada tan bien por nadie antes, ¿verdad?
—No.
—Dilo.
—Nash.
—¡Dilo!
—No hay nadie que folle mejor que tú. 110
Cedí y me dejé correr mientras la instaba a cabalgar con fuerza hasta el final.
La silla de escritorio sucumbió al maltrato y el respaldo se desprendió, haciéndonos
caer al suelo.
—Mierda, ¿estás bien? —pregunté pero se rió.
—Rompimos la silla —soltó una risita.
—Lo hicimos. —Arrojé una pieza destrozada sobre el escritorio—. La rompimos
de una puta vez.
Seguía riéndose mientras recogía su ropa. Me fijé en la hora y me di cuenta de
que sólo faltaban tres minutos para que abriera la tienda. Normalmente, Betty ya
habría llegado, arreglando enérgicamente todo lo que pareciera un poco torcido en
las estanterías, pero por suerte esta mañana tenía cita con el médico.
Kathleen terminó una vez más de abrocharse la blusa y lamenté que tuviera que
quedarse así.
—Tengo que irme —dijo.
Me pasé la camiseta por la cabeza.
—¿Un día ocupado?
—Moderadamente.
No le quité los ojos de encima. Observar a Kat se había convertido rápidamente
en mi pasatiempo favorito.
—Ven aquí.
—Nash —advirtió—, no hay tiempo suficiente para una tercera ronda.
—Entonces dame un beso.
Sonrió y me permitió acercarla. Le gustaba que la besara lenta y
profundamente y podía sentir cómo se derretía entre mis brazos. A veces disfrutaba
más de esos dulces momentos que de los pervertidos.
—Ojalá no tuviera que irme —susurró con los brazos todavía alrededor de mis
hombros. Luego apartó la cabeza, como si le avergonzara que las palabras se le
hubieran escapado de la boca.
Tiré de un mechón de su larga melena que se había escapado de la goma
elástica.
—Recogeré a Colin sobre las cinco. Podría comprar unas pizzas de camino a
casa. ¿Por qué no vienen Emma y tú a cenar? Quiero decir, a menos que tengas mucho
trabajo.
La invitación le encantó. Me di cuenta por cómo se le iluminaron los ojos
durante una fracción de segundo, aunque parecía decidida a no demostrarlo.
—No creo que tenga mucho trabajo. Así que allí estaremos.
—Bien. —Le pellizqué el trasero. Tenía un trasero estupendo. Podía estar
sentado y pensando en cuántas estúpidas tazas de café Hawk Valley Happiness tenía
111
que pedir cuando me acordaba del trasero de Kat de la nada y se me ponía tan dura
que me dolían las bolas.
Pero en ese momento tenía que abrir la tienda y Kat tenía que ir a una cita con
un cliente. La solté con cierta reticencia. Parecía que cada vez que la abrazaba me
sentía un poco más así, que no quería soltarla.
—Hasta luego —dijo contenta y me alegré de haberla invitado esta noche. No
hacíamos cosas como planear salidas y citas. No hablábamos del futuro ni nos
referíamos a nosotros como pareja. Y una parte de mí empezaba a preguntarse si no
nos estábamos equivocando.
—¿Quieres algún ingrediente en tu pizza? —pregunté.
—Piña.
—Estás bromeando.
—¿Por qué iba a bromear sobre la piña? No tiene nada de gracioso.
—Excepto por el hecho de que no tiene nada que hacer en la pizza.
—No sabía que eras un snob de la comida.
Sonreí e hinché el pecho.
—Resulta que hay algo más en mí que mi habilidad para follarte mejor que
nadie.
Puso los ojos en blanco y abrió la puerta del despacho.
—No debería haberte dicho eso.
—Pero me lo dijiste. Y me lo dirás otra vez.
Se sonrojó.
—Como quieras.
Seguí sonriendo mucho después de que cerrara la puerta.

112
Kathleen
Nash se preparaba para partir hacia su corto pero necesario viaje a Oregón.
Desde el momento en que aparecí en su casa no paró de repartir instrucciones como
una nerviosa mamá primeriza, pero no me importó. De hecho era bastante adorable.
—Tiene seis biberones en la nevera. Y hay muchos pañales en la habitación del
bebé, pero por si necesitas más, hay una reserva en el armario del pasillo. Y acabo
de lavar toda su ropa, así que hay un montón de esos pequeños conjuntos elásticos en
su habitación. Ah, y si tiene muchos gases, el frasco de gotas está en el baño del
pasillo de arriba.
—Entendido —dije, intentando no sonreír. Nash había avanzado mucho en
poco tiempo. Parecía mentira que sólo hubieran pasado dos meses desde la mañana 113
en que lo vi cubierto de vómito de bebé aquí mismo, en la cocina, después de haber
alimentado en exceso a Colin.
En su sillita, Colin balbuceaba y se agarraba a los juguetes que colgaban de la
agarradera. Sus regordetes dedos se aferraron al peludo cerdito rosa y emitió un
chillido de triunfo.
Nash le hizo cosquillas en el pie al bebé y puso cara de ansiedad.
—Te echaré de menos, niño.
Pasé el dedo por la suave mejilla de Colin y me dedicó una sonrisa babeante.
—Te prometo que cuidaré bien de él.
—Sé que lo harás. —Nash se pasó una mano por el cabello—. No hay nadie en
la tierra con quien preferiría dejarlo. Es el mayor tiempo que he estado lejos de él,
así que tengo un nudo en el estómago. —Dejó escapar una risita ronca—. Escúchame.
Sueno como un imbécil tenso.
—No —argumenté, dándole un codazo en las costillas—. Suenas como un
padre.
Me miró y sus ojos estaban serios.
—Gracias, Kat.
—De nada.
La expresión seria abandonó su rostro y fue sustituida por otra cosa cuando sus
ojos me miraron. El tiempo se había vuelto muy caluroso esta semana y llevaba una
camiseta roja de tirantes y pantalones cortos y el cabello suelto.
—Me gusta la idea de que duermas en mi cama —dijo en voz baja porque
Emma estaba en la habitación de al lado.
—A mí también me gusta la idea de dormir en tu cama.
Nash alargó la mano y me apartó el cabello del hombro izquierdo, rozándome
la piel con los dedos. Era increíble cómo su más breve contacto podía producir un
estremecimiento de deseo tan intenso. Deslizó un dedo bajo el tirante de mi camiseta
de tirantes y su voz se volvió ronca.
—Estaré pensando en ti allí. En mi cama. Haciéndote cosas y deseando estar
aquí para hacértelas.
—¿Qué tipo de cosas? —susurré, sintiéndome como si fuera a desmayarme. La
química física entre nosotros era magnética, irresistible. Cada día era más fuerte.
—¡Mamá! —gritó Emma y Nash se apartó de mí una fracción de segundo antes
de entrar a toda velocidad en la cocina con Roxie pisándole los talones.
—¿Qué pasa, cariño?
Emma sacó el labio inferior y se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Me olvidé del señor Ford —se lamentó.
Roxie se lamió la mano y soltó un quejido compasivo. 114

—¿Quién es el Sr. Ford? —Nash quería saber.


—Es un pato de peluche que le regaló mi madre en Pascua —le dije.
—Tienes que traerlo —dijo Emma, asintiendo sobre su propia solución—. O se
pondrá triste.
Recogí mi bolso.
—¿Está bien si la dejo aquí mientras corro de vuelta a casa?
—Claro —dijo Nash. Levantó a Colin de la sillita—. Oye Srta. Emma, llevemos
a Roxie al patio para que te muestre lo bien que atrapa un Frisbee.
—¿Un qué?
—Un Frisbee.
—¿Qué es eso?
Sonreí.
—Vuelvo enseguida.
Nash ya estaba saliendo de la habitación.
—Tómate tu tiempo.
El viaje de vuelta a mi casa sólo duró unos minutos. Emma había dejado al señor
Ford sentado en la mesa de la cocina. Sus ojos negros bordados me miraron
plácidamente mientras lo recogía.
Estaba cerrando la puerta principal cuando una sombra me hizo soltar las
llaves.
—Había un hombre —dijo la Sra. Sofia Fetucci. Tenía ochenta y siete años, era
viuda de un antiguo campeón nacional de boxeo y rara vez salía de su apartamento,
al otro lado del dúplex. La semana pasada me encontré con su hija, que me confió que
iba a trasladar a su madre a una residencia asistida en Scottsdale, más cerca de donde
ella vivía.
—¿Estás bien, Sofia? —pregunté, agachándome para recuperar mis llaves.
La diminuta anciana me miró, con sus ojos azules cubiertos por una capa
lechosa de cataratas. Ni siquiera estaba segura de cuánto podía ver en ese momento.
—Había un hombre aquí —insistió, y todo el incidente empezaba a parecerme
un poco espeluznante. Me pregunté si se refería a Nash, pero que yo supiera él no
había estado aquí hoy.
—Estaba en tu ventana —dijo, señalando con un dedo huesudo la ventana de la
cocina.
—¿Cuándo? —pregunté, mirando a mi alrededor y sintiéndome más inquieta
que nunca. Sofia podía parecer perdida en su propia nube personal a veces, pero
nunca había visto que alucinara.
—No lo sé —dijo.
115
—¿Pero viste antes a un hombre mirando por mis ventanas? —le pedí que me
lo aclarara.
Asintió.
—Sí.
—¿Qué aspecto tenía?
Arrugó la cara.
—Alto —dijo—. Tal vez.
—¿Recuerdas algo más?
—No. Puede que no fuera alto.
Bueno, eso lo redujo. Ni siquiera sabría qué decirle a la policía.
—Mi anciana vecina media ciega podría haber visto a un hombre anodino
posiblemente alto cerca de la ventana de mi cocina en algún momento.
—¿Viste a dónde fue? —pregunté. No estaba completamente segura de que el
hombre fuera real, pero eso no impidió que se me erizara el vello de la nuca.
—No —suspiró y vi que le temblaba la mano. Parecía alterada e inestable, así
que le ofrecí mi brazo para darle estabilidad y la acompañé hasta su casa. La hija de
Sofia había contratado a una asistente, a un servicio de reparto de comidas y también
a una enfermera para que controlara a su madre varias veces a la semana, pero ahora
no había nadie en el pequeño y ordenado apartamento. Sus habitaciones eran un
espejo de mi casa, salvo que todos los muebles estaban cubiertos con mantas de
ganchillo y había cuadros de punto de cruz de gatos por todas las paredes. Cuando
me aseguré de que Sofia tenía todo lo que necesitaba, me marché y tomé nota de que
debía encontrar los datos de contacto de su hija y compartir con ella el extraño
encuentro.
Me puse al volante del auto preocupada, nerviosa. Sofia probablemente
acababa de ver a un vendedor ambulante o quizá a uno de los misioneros que con
frecuencia recorrían el barrio en busca de gente a la que propagar su religión. Y sus
cataratas eran tan graves que ni siquiera estaba segura de que su versión de los
hechos fuera correcta.
Pero aun así, las llamas de mi ansiedad estaban suficientemente avivadas y no
dejé de mirar por el retrovisor. Durante unas manzanas creí que me seguía un auto
plateado. Permaneció a unos veinte metros detrás de mí y, cuando llegué a la calle
Nash, el vehículo giró en dirección contraria.
El auto de Nash hacia el aeropuerto ya estaba parado junto a la acera cuando
regresé. Había un pequeño aeropuerto municipal a sesenta kilómetros de allí, donde
tomaría un avión a Phoenix y luego un vuelo a Portland. Me ofrecí a llevarlo yo, pero
se negó rotundamente.
—Colin está durmiendo arriba en la cuna —dijo.
—Le daré un beso de despedida por ti.
Nash esbozó una sonrisa. 116

—Llegaré a Portland esta tarde —dijo, metiendo una pequeña maleta en el


auto—. Luego alquilaré el camión, conduciré hasta la costa, haré las maletas, tal vez
duerma unas horas y regresaré tan pronto como pueda.
—No te preocupes por Colin —le dije, abrazada al señor Ford y sintiéndome
todavía un poco agitada por todo el misterio del Hombre en la Ventana—. Entre
Emma, Roxie y yo, estará bien cuidado.
Emma irrumpió de repente por la puerta principal y corrió hacia mí,
reclamando al Sr. Ford y abrazando al juguete en un arrebatador reencuentro.
Nash hizo una pausa antes de deslizarse en el asiento trasero del auto. Su rostro
buscó el mío.
—Llámame cuando quieras, Kat.
—Haz lo mismo.
Nos miramos fijamente y empezó a dar un paso hacia mí. Me pregunté si
pensaba darme un beso de despedida. Lo deseaba. A pesar de que sólo éramos
buenos amigos que nos proporcionábamos orgasmos increíbles, quería que me diera
un beso suave antes de marcharse.
Pero Nash miró a Emma, que bailaba en el jardín con su patito de peluche, y se
echó atrás. Me guiñó un ojo antes de subir al auto.
Vi desaparecer el auto y me sentí triste por alguna razón. O quizá no era
tristeza. Quizá era porque necesitaba a Nash Ryan más de lo que nunca había
pretendido.
Le tendí la mano a Emma y volví a la casa, donde Roxie me esperaba moviendo
la cola. Emma le presentó al señor Ford y no le hizo ninguna gracia cuando la perra
intentó morder el suave pico del señor Ford.
Después de ocuparme de Colin, que seguía durmiendo profundamente
mientras el móvil de la cuna giraba lentamente sobre mi cabeza, bajé a la cocina, lavé
el puñado de platos que había en el fregadero y revisé el contenido de la nevera.
Nash me había instado a que me sirviera lo que encontrara y me pregunté si Emma y
yo cenaríamos queso viejo y pan rancio. Realmente no quería embarcarme en una
aventura de supermercado a menos que fuera necesario.
Pero, sorprendentemente, la nevera de Nash estaba bien surtida. Examiné el
contenido y planeé preparar una ensalada y espaguetis para nosotras, las que
comemos alimentos sólidos, mientras Colin se contentaba con su leche de fórmula y
melocotones en conserva.
Emma hablaba animadamente en la habitación de al lado. Escuché un momento
y no pude averiguar qué pretendía, así que fui a ver.
Me encontré con una desordenada fiesta del té en marcha. Emma estaba
tumbada en el suelo boca abajo, Roxie agachada a su lado y el señor Ford miraba
serenamente hacia el sofá. Mientras la observaba, el pato de peluche se cayó de cara,
117
aunque Emma se apresuró a estirar la mano para enderezarlo.
—Siéntese, Sr. Ford —lo regañó—. ¿No le gusta su té?
Fue entonces cuando me di cuenta de que el, té, se servía en la vajilla antigua
de Heather, cuidadosamente adquirida.
—Emma, ¿de dónde sacaste eso? —exclamé, tirándome al suelo y arrancando
una taza centenaria del curioso hocico de Roxie—. Esto no son juguetes.
Mi hija se incorporó y puso mala cara cuando empecé a apilar las piezas.
—Puedo jugar con ellas —argumentó.
—No cariño, te dije que siempre preguntaras primero antes de tomar algo de
aquí y empezar a jugar con ello. Esta no es nuestra casa. ¿Qué pasó con tus libros para
colorear?
—¡Heather dijo que podía jugar con él!
Me mordí el labio.
—Emma, sabes que Heather no podría haberte dicho eso.
—¡Lo hizo! Me enseñó dónde estaban en esa cosa marrón. —Emma señaló el
viejo armario de curiosidades que había en un rincón de la habitación—. Y me dijo
que podía jugar con este juego de té cuando quisiera y le prometí que tendría
cuidado.
Dejé de apilar las piezas de té.
—¿Cuándo te lo dijo Heather? —pregunté suavemente. Emma era una niña
imaginativa. Podría haberse inventado toda la historia. Pero mi malestar de antes
volvió y me pregunté si existía lo sobrenatural.
Emma arrugó la cara del mismo modo que Sofia Fetucci.
—No lo sé.
Tragué saliva.
—No fue hoy, ¿verdad?
Me miró como si acabara de hacer la pregunta más ridícula de la historia.
—No. Fue el día que vine e hice corazones rojos.
—¿San Valentín? —pregunté y Emma se encogió de hombros.
Suspiré, entendiendo ahora lo que quería decir. San Valentín había sido un
sábado y un nuevo cliente, un fabricante de muebles a medida que vivía en las
montañas, había pedido ayuda urgente porque su exmujer había saboteado todos sus
archivos. Heather se ofreció a cuidar de Emma y quedársela toda la noche si yo estaba
demasiado cansada para recogerla. Acepté agradecida, aunque me sentía un poco
culpable porque mi prima había dado a luz hacía sólo tres semanas. Heather había
colocado un surtido de manualidades de papel sobre la mesa de la cocina y le había
prometido a Emma que pasarían un día especial. Tenía a Colin en brazos cuando me
volví y la vi saludándome desde la ventana de la cocina. Le devolví el saludo y me
dispuse a conducir hasta las montañas en una mañana de frío intenso.
118
—¿Dónde están? —preguntó Emma en voz baja y vi que estaba mirando una
foto de Chris y Heather el día de su boda.
Creía que ya había llorado todo por ellos, pero no, aún tenía más. Intenté
disimularlas para que Emma no las viera y se enfadara.
—Se han ido, cariño.
Emma consideró la respuesta. Heather y Chris también habían sido
importantes para ella. Con suerte conservaría algún recuerdo de ellos y podría
contárselo a Colin algún día.
—Ojalá no se hubieran ido —dijo y le tembló el labio inferior.
Dejé las tazas de té en el suelo y la abracé. Acaricié su cabello, suave y castaño
oscuro, recordando cómo una vez había acariciado un cabello igual mientras un
hombre que me importaba lloraba en mi regazo y me suplicaba que le dijera cuándo
terminaría su agonía. Emma nunca lo conocería. Pero yo me acordaba de él cada vez
que nuestra hija me miraba con sus ojos solemnes.
El ánimo triste de Emma no duró mucho. Roxie se acercó trotando a besarle la
cara y ella empezó a reírse. Colin se despertó de la siesta y me senté con él en brazos
en el patio trasero mientras Emma jugaba en la hierba con Roxie. La perra de Nash
siempre me impresionaba. A pesar de su tamaño era asombrosamente cariñosa y le
encantaba cualquier atención que Emma estuviera dispuesta a prestarle.
La tarde pasó rápidamente sin más sombras inquietantes. Era raro que me
tomara un día libre completo, pero mientras estaba sentada afuera, escuchando las
risas de mi hija y los alegres chillidos de Colin, decidí descansar del trabajo que me
esperaba en mi portátil. Mañana seguiría ahí.
Tras una cena temprana y un baño rápido, nos instalamos en el salón para ver
La Bella y la Bestia. Colin se durmió en mi hombro y Emma soltó un bostezo soñoliento
mientras apoyaba la cabeza en mi brazo. Pensé en lo dulce que era aquel momento.
Lo único que lo haría más perfecto sería que Nash estuviera aquí para compartirlo.
Ahora que pensaba en Nash, miré la hora y deduje que debía estar en Oregón,
probablemente de camino a la ciudad costera donde solía vivir. Vi mi teléfono en una
mesita a un metro a mi izquierda y lo recogí intentando no molestar al bebé. Nash
merecía ver esta escena tranquila y feliz por si acaso estaba preocupado por Colin.
Le haría una foto rápida y se la enviaría.
Unos dos segundos después de que la foto terminara de enviarse a Nash entró
una llamada. No era Nash.
—¿Dónde estás? —exigió saber mi madre.
—Voy a cuidar a Colin el fin de semana, así que Emma y yo nos quedamos en
casa de Nash. Te lo dije el otro día.
—¿Y adónde fue ese tal Nash?
Suspiré.
—Tenía que ir a Oregón a recoger el resto de sus cosas. Mamá, ya te lo había
119
dicho también.
Hizo unos cuantos comentarios pasivo-agresivos más que preferí ignorar y
luego dijo crípticamente que necesitaba hablar conmigo de algo.
—¿Puede esperar? —pregunté, moviendo a Colin porque mi hombro se estaba
entumeciendo.
—Bien —resopló—. Hablaremos mañana. Dale a mi niña un beso de su abuela.
—Buenas noches, mamá —le dije, sin apenas curiosidad por saber de qué tema
tan espantoso tenía que hablar. Mi madre tenía buenas intenciones, pero le gustaba
el drama. A lo mejor estaba discutiendo otra vez con el personal de la biblioteca
pública por las tasas de retraso.
Había planeado irme a dormir pronto por una vez en lugar de quemarme las
pestañas. Pero cuando Emma y Colin se fueron a la cama, me di cuenta de que no
estaba ni un poco cansada, así que me dediqué a pasear por la casa.
La vieja casa tenía una sensación diferente cuando se ponía el sol. Los suelos
de madera crujían bajo mi peso y cada rincón estaba lleno de sombras. Los edificios
antiguos poseían cierto tipo de pesadez, como si estuvieran agobiados por el peso de
todas las experiencias humanas vividas entre sus silenciosos muros.
Me detuve frente a una puerta cerrada. Nash siempre la mantenía cerrada.
Esperaba que al abrirla encontraría la habitación exactamente en las mismas
condiciones en que había estado cuando sus antiguos ocupantes dormían dentro.
Estaba en lo cierto.
Mirara donde mirara había señales de vida interrumpida. Una sandalia rosa de
mujer que se había caído cerca del armario. Una botella de agua medio vacía en una
mesilla de noche. Y fotos, muchas fotos. Fotos de ellos dos, y muchas más fotos de
Colin, como si hubieran estado ansiosos por aprovechar cada momento del
dolorosamente corto tiempo que habían sido una familia.
Sentía la garganta llena de lágrimas no derramadas.
Comprendí por qué Nash evitaba esta habitación, por qué no había tomado
medidas para ordenar ninguna de sus posesiones.
Me eché atrás, cerré la puerta con un suspiro y bajé las escaleras.
La perra de Nash ya estaba acurrucada en su cómoda cama del rincón. Levantó
la cabeza cuando aparecí y luego la bajó al ver que estaba sola.
Mi teléfono seguía sobre la mesilla y cuando lo miré vi que Nash había enviado
un mensaje mientras yo vagaba por el piso de arriba.
Tengo el camión lleno. Dormiré unas horas y luego me pondré en marcha.
Espero veinte horas de conducción. Gracias por la foto.
Las palabras eran informativas y poco sentimentales. De algún modo, eso me
molestó. No debería esperar más y me enfadé conmigo misma por sentir frustración.
Nash y yo teníamos un acuerdo claro. No había requisitos, salvo amistad mutua,
respeto y sexo alucinante.
120
—No tiene nada de complicado —murmuré, optando por no devolverle el
mensaje ya que había mencionado que pensaba dormir unas horas. Vi que eran las
nueve menos cuarto. Suponiendo que durmiera tres o cuatro horas y partiera a la una
de la madrugada, llegaría mañana a esta hora si conducía todo recto.
Un gruñido grave y siniestro me hizo sentir escalofríos. Roxie se había
escapado de su rincón de sueño y ahora merodeaba bajo la ventana del salón,
enseñado los dientes y el pelo visiblemente erizado. A pesar de que Nash decía que
la pastor alemán era un buen perro guardián, nunca la había visto reaccionar así.
—¿Oyes algo, chica? —susurré, apagando la lámpara de mesa antes de
acercarme a la ventana.
Aparté las cortinas de ojales y no vi nada, salvo el resplandor amarillo de la
antigua farola que iluminaba mi auto, que había aparcado junto a la acera. Las luces
del porche de la casa de enfrente estaban encendidas, pero no vi a nadie allí ni
tampoco pasaba nadie por la calle. Una ráfaga de viento agitó las altas ramas del
saúco del jardín delantero, pero no hubo ningún otro movimiento.
—Debe haber sido sólo un gato —le aseguré a la perra, acariciándole la
cabeza. Roxie me miró con duda.
Volví a comprobar la cerradura de la puerta principal mientras Roxie se
paseaba de un lado a otro. Otro gruñido salió de su garganta y saltó hacia la cocina.
La encontré mirando la puerta lateral y el ruido pasó de un gruñido a un ladrido
agudo.
Había un hombre.
Tenía la garganta seca y el teléfono en la mano, preparado para llamar a
emergencias. La advertencia anterior de Sofia Fetucci seguía sonando en mi cabeza.
Los ladridos de Roxie se apagaron y soltó un último gruñido suave antes de
sentarse sobre sus patas traseras y mirarme como diciendo: Juro que había algo ahí
afuera.
Necesité mucho valor para acercarme a la puerta y apartar la cortina para mirar
a través del cristal. Ahí afuera no había nada.
Roxie me dio un golpe en la mano con su nariz húmeda.
—Buena chica —la elogié, rascándole detrás de las orejas. La observé unos
minutos más, pero no vi ni oí nada que me alarmara. Los sentidos de la perra eran
mucho más agudos y, con toda probabilidad, había percibido el paso de alguna
criatura nocturna. Un coyote, o quizá una bandada de murciélagos.
Roxie bostezó y comprobé la cerradura de la puerta de la cocina antes de
retirarme. Le ofrecí a la perra una galleta de la caja que Nash guardaba en la despensa
y masticó feliz. No se oía ningún ruido en el piso de arriba, así que, al parecer, el
breve arrebato de Roxie no había despertado a Colin ni a Emma.
Volví a comprobar todas las puertas y ventanas. Roxie volvió a su cama y me
miró con ojos soñolientos. Le di una palmadita en la cabeza antes de subir. 121

Todo estaba en silencio, salvo el suave ruido del móvil de la cuna de Colin. Los
niños dormían profundamente. Me invadió un repentino cansancio y saqué mi bolsa
de viaje, me cambié rápidamente y me lavé los dientes. La habitación de Nash estaba
ordenada y su cama bien hecha. Por fin había dejado de vivir de sus maletas y había
colocado su ropa en el armario y la cómoda. Me deslicé entre las sábanas frescas,
inhalando el aroma especiado y familiar del aftershave de Nash que se pegaba a las
sábanas. Era como inhalar el aroma del propio sexo y mi mano se desplazó entre mis
piernas mientras pensaba en él, deseando que estuviera aquí haciéndome las cosas
que yo me estaba haciendo.
El sueño no tardó en llegar, aunque mis sueños eran un enigmático collage de
acontecimientos pasados que me dejaron perturbada por la mañana.
Nash
Dos meses. Ese es el tiempo que había transcurrido desde la última vez que me
puse al volante con la intención de atravesar varios estados para llegar a Hawk Valley.
Entonces sólo sabía que la tragedia me había encontrado por segunda vez en
mi vida. No sabía que una vez que llegara al Hawk Valley sería imposible irme.
La furgoneta de tres metros que alquilé era más grande de lo que acabé
necesitando. No había demasiadas cosas que quisiera llevarme. La mayoría de los
muebles eran innecesarios, ya que no me apetecía encontrarles sitio en casa de mi
padre.
En casa de papá. 122
Cuando era niño, cuando me decían que iba a, casa de papá, solía soltar un
gemido y una queja. Prefería el pequeño apartamento de mi mamá en Phoenix a la
vieja casa victoriana con vistas a las montañas. Mi padre nunca fue abusivo. Sólo
perpetuamente exasperado. Y abiertamente aliviado cuando llegaba el momento de
devolverme a mi mamá. Debió ser un shock para él pasar de padre a tiempo parcial
a cuidador permanente de un adolescente con problemas.
A veces, incluso ahora, justo antes de quedarme dormido, me despertaba de
un tirón y me levantaba como un rayo, convencido de que alguien me sacudía el
hombro en la oscuridad. Nunca había nadie porque sólo era un recuerdo. Aquella
noche, la noche en que mi mundo se hizo añicos, mi padre me había despertado poco
después de las dos de la madrugada y lo más chocante era que estaba llorando.
—Nash. Despierta, hijo. Pasó algo.
Los momentos posteriores a eso han quedado bloqueados en mi mente.
Recuerdo haber visto cosas rotas por toda la casa y haber oído que yo era el
responsable, porque después de enterarme de que a mi mamá la había matado su
esposo empecé a gritar y a correr por toda la casa destrozando todo lo que
encontraba hasta que mi padre consiguió sujetarme físicamente. Para entonces tuve
que ir al hospital a que me cosieran la mano que me había abierto con el cristal de
una ventana.
Chris Ryan no sabía qué hacer conmigo. Nuestro tiempo juntos siempre había
sido de menos de dos meses al año. Ahora, de repente, era padre a tiempo completo
de un niño increíblemente enfadado. Al principio lo intentó. Me llevó con un
terapeuta. Me animó a hacer amigos, a hacer deporte. Descubrí que me gustaban los
deportes, que chocar contra tipos grandes en un campo de fútbol o correr en una
cancha de baloncesto me ayudaba a canalizar mi agresividad en algo que no
implicara sangre. Pero los amigos eran un enigma para mí. Mucha gente quería mi
compañía y parecía que cuanto más poco colaborador era, más me buscaban.
Especialmente las chicas. No podía estar orgulloso del modo en que había tratado a
las chicas por aquel entonces. Era un imbécil.
Pero eso no significaba que estuviera dispuesto a aceptar las críticas de un
hombre que había echado a mi propia madre a la calle y luego había tenido una
puerta giratoria de novias desde que yo podía caminar. Chris Ryan podía aullar sobre
mi mal comportamiento todo lo que quisiera. Me importaba una mierda.
Cuando yo tenía dieciséis años, entró corriendo en mi habitación después de
recibir una llamada furiosa de un concejal. Su hija adolescente llevaba tres días
sollozando en su habitación porque le había dicho que me aburrí de ella y me tiré a
su mejor amiga.
—Maldita sea, chico —rugió mi padre, abriendo la puerta con tanta fuerza que
dejó una abolladura en la pared—. ¿Quién carajo te ha dicho que está bien tratar a las
mujeres como objetos desechables?
—De tal palo, tal astilla —respondí fríamente.
Sus ojos se entrecerraron. 123
—No puedes ir por la vida actuando como un pedazo de mierda egoísta.
—¿Por qué no? Siempre te ha funcionado.
Nos miramos fijamente. Apreté el puño. Si venía por mí, estaba preparado para
golpearlo. No quería hacerlo. Pero lo haría. Sin embargo, mi padre no era un hombre
violento. Era arrogante, cabeza dura, grosero y testarudo, pero no violento. Otra
diferencia fundamental entre nosotros.
—Prepárate la maldita cena —dijo cansado y se retiró de mi puerta—. Voy a salir.
En mi último año tenía planes. No consistían en quedarme en Hawk Valley y
esforzarme por vender recuerdos de mierda. Tenía buenas notas y era un atleta
decente. Una pequeña universidad de Oregón me había concedido una beca. A
medida que mi carrera en el instituto se acercaba a su fin, esperaba el momento
oportuno, consciente de que mi padre estaba decepcionado y aliviado a la vez de que
dejara atrás el Hawk Valley. Mientras tanto, tenía que evitar que me expulsaran por
pelearme.
Mientras tanto, la oficina principal del instituto ganaba una empleada nueva
cuando Heather Molloy empezó a sentarse en el mostrador de recepción. Todos los
chicos hablaban mierda de lo que le harían a ese coño rubio si se acercaban, pero
Heather no estaba realmente en mi radar. Ya tenía suficientes opciones y ella era
mayor, de unos veinte años. Pero era agradable cómo siempre sonreía cuando me
veía llegar.
—Oh no, ¿qué has hecho esta vez, Nash?
—Nada que lamente.
Se rió.
—¿Qué vamos a hacer contigo?
Entonces llegó una mañana a principios de primavera en la que presencié
cómo el neurótico presidente de la clase, que llevaba corbata, empujaba a su novia
contra un casillero con tanta fuerza que ella gritó. No pude soportarlo. Golpeé al tipo
y le rompí la nariz. Se suponía que iba a ser expulsado. Pero Heather Molloy pasó por
allí y habló de las circunstancias que provocaron mi arrebato. Y así se me concedió
un indulto por intervenir para defender a una compañera de clase. Nunca me resultó
fácil dar las gracias a nadie, pero se las di a Heather. Con palabras entrecortadas y
torpes le dije lo mucho que apreciaba su intervención. Heather me sonrió y me tocó
la mano.
Y así es como empezó.
Nos encontrábamos en el Parque Estatal Hawk Valley, a ocho kilómetros de la
ciudad. No era muy popular entre los lugareños. Si la gente quería ir de excursión,
pescar o hacer turismo, conducían hasta las montañas, no iban de picnic a una colina
poco profunda junto a un arroyo estancado. Técnicamente no estábamos infringiendo
ninguna ley, pero la situación no significaría nada bueno para Heather si nos veían
juntos. Al principio sólo hablábamos. La mayoría de las chicas que conocía me veían
como una especie de tragedia andante herida, algo que aspiraban a arreglar. Pero
Heather nunca me presionó para que respondiera preguntas. Probablemente por eso 124
decidí abrirme a ella.
Por primera vez desde el asesinato de mi mamá sentí que podía respirar, que
podía relajarme. Y cuando me pasé de la raya y besé a Heather, ella no me desanimó.
Me devolvió el beso. Pero no importaba cuántas veces nos quedáramos abrazados
hasta mucho después del anochecer, ella nunca dejaba que las cosas fueran mucho
más lejos.
—Nash, esto no debería estar pasando.
No estaba acostumbrado a que me rechazaran y me sentía cada vez más frustrado.
Le pasé un dedo por el brazo y me sentí triunfante al ver cómo se estremecía ante mi
contacto.
—No es ilegal, cariño. Tengo dieciocho años y la escuela termina en un mes.
Respiraba con dificultad, su resistencia se desmoronaba cuando mis dedos se
colaron bajo su blusa, explorando su suave piel.
—Eso no lo hace correcto.
La recosté sobre la manta y la cubrí con mi cuerpo.
—Te deseo, Heather. Tú también me deseas.
Cerró los ojos.
—Tal vez.
No tuvimos sexo. Rondábamos la segunda base y nunca avanzábamos.
Entonces, un día entré en la tienda para trabajar un turno detrás de la caja
registradora. Odiaba la tienda, pero necesitaba un sueldo a tiempo parcial y mi padre
insistía en que no podría conseguirlo en ningún otro sitio.
Él estaba allí. Ella también. Los vi a través del cristal, muy juntos y hablando
seriamente, y fue extraño. Mi padre era trece años mayor que Heather. Hawk Valley
era un pueblo pequeño, pero nunca me había dado cuenta de que se conocían.
Heather echó la cabeza hacia atrás riéndose y me pregunté de qué carajo estarían
hablando que fuera tan divertido. Lo único que podían tener en común era yo y no le
había dicho ni una palabra sobre ella.
—¡Nash! —Heather dejó de sonreír y pareció sobresaltarse al verme—. Sólo pasé
a saludar. Hacía mucho que no venía.
Eché un vistazo a la tienda.
—No hay mucho que ver.
—Bien. —Se echó el cabello rubio por encima de un hombro y miró hacia abajo—
. Debería irme. Adiós, Nash. Fue un placer ponerme al día contigo, Chris.
—Me alegro de verte, Heather —contestó mi padre, y vi cómo sus ojos se detenían
en su trasero mientras salía por la puerta. Me dieron ganas de vomitar.
125
—¿Qué fue eso? —pregunté.
Estaba silbando.
—¿Qué?
—Si necesitas una nueva conquista no la busques en Brezo.
A mi padre le hizo gracia. El cabrón incluso me sonrió.
—Parece que alguien está enamorado.
—Eres un imbécil.
—Olvídalo, hijo. Está fuera de tu alcance.
—Y tú tienes una década más para estar en la suya.
A veces le gustaba meterse en mi piel. Esta era una de esas veces. Tal vez pensó
en ello como una venganza por todas las veces que me había metido bajo la suya.
Chris Ryan me sonrió con suficiencia como si yo no fuera nada más importante
que un niño de primer curso persiguiendo a la chica que le gustaba con un puñado de
dientes de león en la mano.
—No puedes competir conmigo, pequeño. Ni lo intentes.
—Vete al infierno.
Salí con el sonido de su risa detrás de mí.
Heather empezó a inventar excusas sobre por qué no podía verme. Se acercaba
la graduación, así que tenía otras cosas en la cabeza. Además, ¿qué se suponía que
debía hacer, meterla en mi maleta este otoño y traerla conmigo a Oregón? Pero aun
así, pasé por la recepción más veces de las necesarias sólo por la oportunidad de
recibir una sonrisa suya y sentí que el corazón se me doblaba cada vez que ocurría.
Mi padre y yo no hablábamos mucho, pero llevaba tanto tiempo así que no me
importaba. Sólo intentábamos pasar los próximos meses y dejar atrás este
experimento. Algún día las cosas podrían ser diferentes entre nosotros. Pero no
podíamos vivir juntos bajo el mismo techo.
El día del último curso hice planes para pasar la noche en las montañas con un
grupo de compañeros de clase. Mi padre incluso me dio su bendición y las llaves de
la cabaña familiar. Solo me dijo que, a ser posible, la dejara de una pieza.
Había un montón de chicas buenas correteando por ahí y traté de interesarme
por ellas. Pero ni siquiera cuando Amelia Horton empezó a chupármela mientras yo
me apoyaba en un pino y fumaba un cigarrillo pude mantener la cordura. No quería
follarme a una chica cualquiera. Todavía quería a Heather. No tenía en mente el amor
ni el matrimonio, pero sentía una conexión con ella que no había encontrado con las
chicas de mi edad. Eso tenía que significar algo.
Dejé que los alumnos de último curso hicieran lo que quisieran y volví a Hawk
Valley después de medianoche. Pero Heather no contestó cuando la llamé y no había
luces encendidas en su apartamento. La idea de volver a la fiesta era deprimente.
126
Pensé que sería mejor irme a casa a dormir en mi propia cama y masturbarme con
mis fantasías.
Abrí y cerré la puerta principal con cuidado, sin preocuparme realmente de
tener ningún tipo de interacción con mi padre. Puede que estuviera bebiendo trozos
de hígado o que estuviera roncando en el piso de arriba. En cualquier caso, sólo
quería que me dejaran en paz.
No oí ningún ruido hasta que estuve casi al final de la escalera.
Se oían gemidos, el sonido de una mujer sufriendo. O lo contrario del dolor...
Habían dejado la luz encendida y no se habían molestado en cerrar la puerta.
Estaba tumbada de espaldas en la cama, con la camiseta y el sujetador subidos hasta
arriba, de modo que sus turgentes tetas estaban al descubierto, junto con el resto de su
cuerpo. Tenía las piernas abiertas y el cuerpo arqueado, subiendo y bajando al ritmo de
la lengua de mi padre en su coño.
—Oh Dios, Chris. ¡Oh, Dios!
Se había quitado la camisa y estaba arrodillado, con la cara enterrada entre las
piernas de ella mientras Heather gemía su nombre y se agarraba a las sábanas de la
cama mientras él conseguía que se corriera.
Me quedé helado, mirando a la mujer que había deseado, la mujer en la que
había confiado, dejándose lamer el coño por el último hombre en la tierra con el que
podría soportar verla.
No me oyeron. No me vieron. No supieron que algo iba mal hasta que tomé una
jarra de cristal antigua que había pertenecido a mis abuelos y la lancé contra la pared
del fondo, rompiéndola en mil pedazos imposibles de arreglar.
—¡Nash!
Heather ya no gemía de placer. Jadeaba de horror, luchando por cubrirse el
cuerpo como si eso cambiara algo. No podía mirarla. No quería hacerle daño. Sólo
quería no volver a ver su maldita cara nunca más.
—Fuera.
Ella lloró.
—Nash, lo siento.
—¡VETE A LA MIERDA!
Mi padre se levantó. Estaba pálido, con los ojos muy abiertos. Tragó saliva, tocó
a la llorosa Heather en el brazo y asintió.
—Por favor, vete, Heather.
Nos enfrentamos, padre e hijo, escuchando el sonido de Heather bajando las
escaleras y huyendo por la puerta principal.
Mi padre tragó saliva, su cara era una máscara de remordimiento.
—Hijo, lo siento mucho. No planeamos esto.
Ahogué una carcajada ronca. 127
—El grito de guerra de los cabrones mentirosos de todo el mundo.
—No, lo juro.
—Lo sabías —lo acusé.
Bajó la cabeza. Y no lo negó.
—Ella te lo dijo —susurré—. O lo adivinaste. Pero la conclusión es que sabías lo
mío con ella y fuiste tras ella de todos modos.
Se arrepentía de todo. Me di cuenta por su mirada. Simplemente no me
importaba.
—No quería hacer esto —dijo.
—Lo entiendo. Tu boca como que cayó en su coño.
—¡Lo siento! Carajo, he bebido demasiado esta noche.
—Mentira. ¿Qué era esto, algún tipo de concurso enfermo para demostrar que
eres el macho alfa, número uno por aquí?
Parecía afligido.
—Nash, dime qué puedo hacer. Estoy muy avergonzado. Haré lo que sea para
compensarte.
—Nunca la volverás a ver.
Asintió con entusiasmo.
—Sí. Hecho. Nunca la volveré a ver.
Me di la vuelta para salir de la habitación, pero tenía una cosa más que decirle.
—Por cierto, papá, te odio.
Mientras mi mente había estado preocupada por el pasado, había cruzado una
frontera estatal y se había hecho la oscuridad. Tuve que ponerme gafas de sol para
protegerme del resplandor de la autopista.
Me rugía el estómago, así que paré en un restaurante de carretera para
desayunar y tomar un café. El café me hizo pensar en Kat y en su afecto por cualquier
cosa con cafeína.
Mis piernas querían estirarse un minuto más antes de encerrarme en el asiento
del conductor, así que me quedé recargado junto a la camioneta. Saqué el teléfono y
volví a mirar la foto que Kat me había enviado anoche. Había girado el objetivo hacia
sí misma y había capturado la serena imagen de Colin dormido sobre un hombro
mientras Emma descansaba sobre el otro. Kat tenía una pequeña sonrisa en la cara,
ese cabello salvaje suyo desatado y derramándose más allá del marco. Su belleza era
más que sensual. No podía pensar en ninguna otra mujer que pudiera hacerle sombra
a Kathleen Doyle.
Con desgana, guardé el teléfono en el bolsillo, deseando que no fuera
demasiado pronto para llamarla o enviarle un mensaje. La llamaría la próxima vez que
me detuviera, aunque me habría gustado oír su voz ahora mismo para ahuyentar la
128
melancolía que había estado consumiendo mis pensamientos durante el trayecto. No
eran sólo viejos sentimientos heridos los que me molestaban.
—Por cierto, papá, te odio.
Estaba seguro de que le había dicho muchas otras cosas después de aquella
frase demoledora. Recordaba otras conversaciones, otras palabras pronunciadas.
Pero por alguna razón, desde su funeral, las últimas que le había dicho aquella noche
eran las que habían permanecido con más fuerza en mi cabeza.
Kathleen
El día se perfilaba como un perfecto espécimen de verano. Con Colin
balbuceando en su sillita en la cocina, Emma parloteando con Roxie en el salón y la
brillante luz del sol colándose por la ventana, parecía imposible que hubiera estado
intranquila.
Entonces, el fuerte golpe en la puerta lateral me hizo dar un respingo. Me relajé
al ver que la sombra que había al otro lado de la puerta tenía la forma de mi madre.
Normalmente intentaba consumir al menos un cuarto de cafeína antes de enfrentarme
a la inevitable censura de mi madre, pero el café tendría que esperar.
—No te esperaba, mamá —dije con toda la alegría que pude reunir.
129
Me miraba fijamente a través de sus gafas de sol oscuras. Le daban un aire de
insecto a su cara.
—Anoche te dije que necesitaba hablar contigo, Kat.
Suspiré.
—De acuerdo.
Estaba a punto de entrar en la casa cuando de repente frunció el ceño.
—¿Qué es eso?
—Es la puerta de la cocina. Y la tengo abierta. Así que, por favor, entra antes
de que lo hagan las moscas.
—No. —Tocó la puerta justo debajo del cristal rectangular para mostrarme algo
que no había visto antes.
Cuando lo vi se me heló la sangre.
—Me refería a eso.
Fue un pequeño milagro que no me temblaran los dedos cuando arranqué de
la puerta un objeto que había sido pegado con un cuadrado azul de cinta adhesiva.
No era nada, sólo un trozo de papel. Y, sin embargo, me sacudió hasta lo más profundo
del alma. La foto se había impreso en papel normal de ordenador y me encontré con
mi yo sonriente de dieciocho años, flanqueada por dos chicos increíblemente guapos.
Recordaba exactamente cuándo me la habían hecho, en una fiesta después de ganar
el partido de vuelta a casa. Por aquel entonces, mi vida parecía un cuento de hadas:
el patito feo de un pueblo pequeño va a la universidad de una gran ciudad y atrae el
interés de uno de los dioses del fútbol. Él y su hermano, ambos jugadores de un
equipo de fútbol universitario campeón, eran los reyes de ese mundo. Podía tener a
cualquier chica que quisiera y yo estaba asombrada. Al menos al principio.
Debido a mis tempranos éxitos académicos, sólo tenía dieciséis años cuando
empecé la universidad. Tras dos años de estudio constante, por fin levanté la cabeza
de mis libros y me pregunté qué me estaba perdiendo. Al comienzo de un nuevo
semestre me dejé arrastrar a mi primera fiesta universitaria, donde me mantuve al
margen y bebí a sorbos cerveza caliente hasta que ocurrió algo inesperado.
—Sal del rincón, ratoncito. Ahora estás conmigo.
Era atractivo, divertido y excitante. Nunca había tenido un novio de verdad y
allí estaba yo, con dieciocho años y pretendida por el chico dorado de veintiuno de
los deportes universitarios. Él y su hermano se llevaban sólo un año, eran igual de
guapos y talentosos. Eran de la realeza. Allá donde íbamos, otras chicas me
examinaban con celos apenas disimulados, preguntándose qué demonios tenía yo
que ellas no tuvieran. Y lo disfrutaba. Peor aún, creía que lo amaba. Lo creía incluso
cuando me sugería que cambiara mi forma de vestir y de hablar. Lo creía incluso
cuando insistía en que dedicara menos tiempo a mis estudios y se reía cuando me
angustiaba porque bajaban mis notas. Lo pensé hasta que supe que no me era fiel. En
el año que llevábamos juntos nunca me había sido fiel y cuando supuse lo contrario
me había estado engañando a mí misma. Lo que hice a continuación podría haber sido 130
en parte venganza. No se me ocurrió en ese momento. Pensé que estaba intentando
ayudar a un amigo. Pero más tarde me pregunté si había una motivación mucho más
fea bajo la superficie.
—¿Kathleen? —Mi madre estaba de pie en la cocina ahora y llevaba una rara
expresión de preocupación en su rostro—. ¿No es una foto de...?
—¡Abuela! —Emma había sido atraída lejos de sus dibujos animados por el
sonido de la voz de su abuela y corrió hacia la cocina, chocando con las piernas de mi
madre.
—Hola, mi dulce niña. —Mi madre le alisó el cabello y le tendió una bolsita de
papel—. Mira lo que te ha traído tu abuela para desayunar.
—¡Un cupcake de chocolate! —Emma chilló mientras miraba dentro de la
bolsa.
Normalmente me habría irritado, pero la cabeza aún me daba vueltas. Hice una
bola con el trozo de papel en el puño.
—Ems —dije, sorprendida de que mi voz sonara tan tranquila—, aquí tienes un
plato. Puedes llevártelo al salón y ver dibujos animados con Roxie.
Emma no se preguntó qué extraño giro de los acontecimientos me había
llevado a animarla a comer delante del televisor. Salió corriendo de la habitación.
Mi madre miraba a Colin mientras daba patadas con las piernas en la sillita y
jugaba con un mordedor.
—Cada día se parece más a su mamá —me dijo con tristeza.
—Lo sé —dije, hundiéndome en la silla más cercana. El cuadro seguía arrugado
en mi mano, pero la imagen estaba grabada a fuego en mi mente. Representaba un
momento en el que todo había parecido perfecto, antes de conocer la traición y de
infligírmela yo misma, antes de que uno de los dos hermanos a mi lado cayera en una
espiral descendente que no podía detenerse, antes de cometer un error por descuido
que alteraría mi vida de forma irrevocable y que, sin embargo, me dio lo mejor que
jamás me pasaría.
Emma se rió en la habitación de al lado.
Y era consciente de que mi madre estaba hablando, diciendo algo a lo que
quería que prestara atención, pero me costaba concentrarme en sus palabras.
—Kathleen Margaret —dijo con cierta brusquedad—. ¿Te importa siquiera lo
que te estoy diciendo?
—Mamá. —Me levanté—. No me encuentro muy bien. Te llamaré más tarde,
¿de acuerdo?
—¿Me estás echando? —resopló.
—No. Pero estoy distraída, así que me temo que no soy una compañera de
conversación muy satisfactoria en este momento.
131
Exhaló con tristeza.
—¿Cuándo vas a empezar a hablar como todo el mundo?
Era una vieja queja, una que llevaba utilizando desde que yo tenía seis años, y
le informé de que tenía que, dejar de proyectar tus propias inseguridades en los
demás. Así que le repetí la misma respuesta que le había dado durante años.
—No sabía que fuera delito ser inteligente.
—Kat, vuelve a sentarte. Te estoy hablando de algo serio.
La bola de papel me pesaba en la mano. Al sentarme, la dejé caer
discretamente al suelo, debajo de la mesa, para que mi madre no se acordara de su
existencia. Definitivamente no podía soportar un interrogatorio ahora mismo. Por lo
que sabía mi madre, el padre de Emma era un cretino infiel y emocionalmente
abusivo, y Emma estaba mejor sin él en su vida. Eso me dio una razón para optar por
no pedir manutención. También me dio una excusa para esconderme de la verdad.
Mi propio padre se había largado cuando yo tenía dos años y, aparte de enviar
ocasionalmente un cheque al azar, no había sabido mucho de él mientras crecí.
—¿Puedo hacer otra taza de café si vamos a entrar en temas serios? —pregunté.
—Kat, no me importa. Bébete todo el café de la ciudad si eso hace que prestes
atención cinco minutos.
Suspiré y me acerqué a la encimera junto al fregadero para rellenar mi taza de
Hawk Valley Happiness.
Mi madre se abalanzó en cuanto me senté.
—¿Así que no quieres saber los detalles?
Emma entró trotando con la cara llena de glaseado de cupcake de chocolate,
tomó su vaso de plástico favorito y aceptó un beso en la mejilla de su abuela antes de
volver al salón.
Esperé a que se alejara para preguntarle:
—¿Qué detalles?
—Sobre su historial.
Me froté los ojos.
—¿De quién?
—Nash.
Colin intentó bruscamente levantarse en su sillita. Quizá no le gustó oír chismes
sobre su hermano mayor. Soltó un gemido.
—¿De qué estás hablando? —pregunté, sin querer saberlo. Colin me
recompensó con una gran sonrisa babeante cuando aparté la bandeja, desabroché el
cinturón de seguridad y lo levanté.
—Un cargo por agresión en la universidad y otro el año pasado. La primera vez
le retiraron los cargos, pero la segunda vez le dieron lo que se llama una
amonestación y no tiene que ir a la cárcel. 132

Fruncí el ceño.
—¿Una advertencia?
Se encogió de hombros.
—Supongo.
Nash se había metido en muchos líos en el instituto. Lo recordaba con claridad.
Siempre corría el rumor de que estaba a punto de ser expulsado, pero de algún modo
se las arreglaba para salir airoso sin consecuencias duraderas. Supuse que había
superado su tendencia a la agresividad. Nunca había presenciado ese tipo de
agresividad por su parte.
—Golpeé a alguien.
No, lo que ocurriera en aquella refriega no contaba realmente. Travis Hanson
necesitaba siempre una buena paliza y estaba segura de que se había merecido la
reacción de Nash.
Pero también estaba el asunto de sus nudillos, la forma en que parecían heridos
y con cortes la noche que vino a la ciudad y me soltó alguna tontería sobre que se los
había raspado al cambiar una llanta.
Sin embargo, Nash nunca había mencionado ningún problema legal en
Oregón. Por otro lado, había muchas cosas que yo no le había mencionado, así que
era perfectamente posible. No habría tenido ningún motivo para mencionar
problemas menores con la ley. Nunca le había preguntado.
—¿Cómo llegaste a esta información? —quería saber.
Se sentía presumida.
—Retta de la iglesia tiene un hijo que es detective privado en Phoenix. Se llama
Freddie y puede averiguar cualquier cosa sobre cualquiera.
La idea era alarmante. Mi nuevo objetivo en la vida era no convertirme nunca
en uno de los proyectos de Freddie.
—¿Por qué estabas investigando a Nash? —pregunté, haciendo rebotar a Colin
en mi regazo mientras mordisqueaba una mordedera.
Me lanzó una mirada cómplice.
—Soy tu madre, Kathleen. ¿Realmente crees que no puedo saber lo que está
pasando aquí?
—¿Qué tal si me iluminas entonces?
Frunció la boca.
—Estás involucrada con él. Te ha engañado para que te ocupes de todo. Su
negocio, su casa e incluso ese bebé.
No quería gritar. Emma me oiría. Mantuve la voz baja pero insistente.
—Colin es el hijo de Heather. Es de nuestra sangre, tu sobrino nieto. No es sólo 133
ese bebé, así que no te refieras a él de esa manera.
Cedió, miró hacia otro lado.
—No, claro que no. Sabes que me importa lo que le pase a Colin. Por eso me
preocupaba tanto entregarlo a un hombre como Nash Ryan.
—Esa era una decisión que tenían que tomar Heather y Chris —dije
rotundamente—. Ellos la tomaron.
—Pero...
—Sabes —le dije—, podrías haber venido más a menudo a ayudar en lugar de
escarbar entre bastidores. Si lo hubieras hecho, habrías visto que Nash cuida muy
bien de Colin. Lo que es aún más esencial es que quiere a Colin con todo su corazón.
Una ceja se arqueó.
—Me he dado cuenta de que no niegas haber tenido relaciones con él.
Mi voz era fría.
—¿Qué quieres oír, mamá? ¿Quieres oírme admitir que tenemos un sexo
estremecedor? Bien, lo admito.
Enrojeció de vergüenza.
—No seas vulgar, Kathleen.
—Entonces no te metas en temas de los que no quieres hablar.
Ladeó la cabeza y pareció un poco dolida.
—Sólo estoy curioseando porque me importa. Me preocupo por ti y también
por Emma y Colin.
Emma volvió con Roxie a su lado. La perra se dirigió a mi madre meneando la
cola, pero mi madre la ignoró, así que se volvió hacia mí para recibir una palmadita
en la cabeza.
—¿Están peleando? —Emma preguntó.
—No, cariño —le dije—. ¿Por qué piensas eso?
—Pareces enfadada.
—No estoy enfadada.
—Nadie se ha enfadado —insistió mi madre y le tendió la mano—. Ahora ven a
darle a la abuela un último beso antes de que me vaya.
Emma aún tenía algo de chocolate en la cara y consiguió manchar un poco la
mejilla de mi madre.
Mi madre le dio un beso a Colin antes de irse. Para mí solo tuvo unas severas
palabras de advertencia.
—Recuerda lo que te dije, Kat.
Giré la cabeza y fingí estar mirando algo fascinante por la ventana hasta que se
fue.
134
—Roxie y yo nos aburrimos —anunció Emma.
Tomé una servilleta y le limpié el chocolate de la cara. Se resistió, arrugó la
nariz y negó con la cabeza.
—¿Podemos ir al patio trasero? —preguntó.
Sacudí la cabeza.
—No cariño, hoy vamos a jugar adentro.
—¿Por qué?
—Hace calor afuera.
No era mentira. Pero tampoco era toda la verdad. Alguien me había estado
vigilando, posiblemente siguiéndome, incluso encontrándome aquí, en casa de Nash.
Sabía quién era, la misma persona que me había llamado y enviado correos
electrónicos al menos una docena de veces este verano. Había borrado todos los
mensajes y correos, a veces antes de escucharlos o leerlos. No tenía lugar en mi vida,
ni en la vida de Emma. Pero las cosas se habían intensificado y necesitaba a alguien
en quien confiar. Steve Brown tal vez. Alguien que pudiera decirme objetivamente
cuáles eran mis opciones legales en caso de que llegara el momento de enfrentarme
a mis propias mentiras.
—¿Qué se supone que vamos a hacer en casa todo el día? —Emma hizo un
mohín.
Me levanté y cargué a Colin sobre mi cadera.
—Cuando era pequeña solía construir fuertes. Podríamos hacerlo.
—¿Qué es un fuerte?
—Es como una pequeña casa club y podemos construir una justo en el salón
con algunas sillas y mantas.
Emma estaba intrigada.
—¿Puedes enseñármelo?
Sonreí.
—Claro.
Veinte minutos después estábamos todos relajados en el improvisado fuerte
del salón. Emma y yo estábamos acostadas boca arriba mirando la manta amarilla que
nos servía de techo mientras Colin disfrutaba de un rato boca abajo entre nosotras.
Roxie estaba sentada vigilando la entrada, nuestra siempre fiel centinela.
—Me gusta estar aquí —susurró Emma.
—A mí también —le susurré de vuelta.
Sonó mi teléfono. Lo tenía cerca, por si tenía que llamar al 911 en un momento,
aunque estaba segura de que Roxie se pondría como una fiera si alguien intentaba
entrar en la casa.
Sentí un gran alivio cuando vi que quien llamaba era Nash.
135
—¿Qué tal el viaje? —Le pregunté.
—Largo. Aburrido. ¿Cómo está mi chico?
Miré a Colin.
—Está bien. Está intentando levantarse.
—Dile que lo extraño.
—Lo haré.
Hubo una larga pausa.
—También te extraño, Kat.
Cerré los ojos y me invadió un fugaz segundo de felicidad. Era exactamente lo
que deseaba oír de él. Algún indicio de que lo nuestro era algo más que un acuerdo
práctico. Mi corazón quería que respondiera, que le dijera lo mucho que yo también
le extrañaba. Tenía tantas ganas de sentir sus brazos a mi alrededor, de oír el
reconfortante latido de su corazón cuando apoyaba la mejilla en su pecho al terminar
de disfrutar de nuestros cuerpos.
Mis ojos se abrieron. No podía decirlo. No ahora. Decirlo me expondría a un
nivel potencial de dolor que no sería capaz de soportar. Como Nash no sabía nada de
la historia más importante que tenía que contar y de cómo me había estado
escondiendo de ella durante tanto tiempo, mintiendo durante tanto tiempo, no estaba
segura de cómo hacer algo diferente. Él no lo entendería. Nash tenía poca paciencia
o perdón en su corazón para la duplicidad de cualquier tipo. Nash suponía que yo era
honesta y honorable porque nunca le había dado motivos para creer lo contrario.
No, claro que no lo entendería. Estaba sola.
—Supongo que te veré más tarde esta noche —dije.
Me pareció oír un suspiro de irritación al otro lado.
—Supongo que sí.
—Conduce con cuidado.
—Adiós, Kat.
Emma se sentó en la pequeña estructura que habíamos creado y me miró
fijamente.
—Mami, ¿estás llorando?
Me limpié los ojos.
—No, Ems. No hay razón para que mamá llore.

136
Nash
El viaje era monótono, los kilómetros y los paisajes se confundían. Llevaba
conduciendo más horas de las que me gustaría pensar y ahora me encontraba en
algún lugar de Nevada, una parte seca y marrón del estado. El paisaje me recordaba
a Phoenix, el lugar donde nací y al que no había vuelto en más de una década.
La salida de un área de descanso me llamó la atención y mi vejiga exigió un
poco de alivio, así que salí de la autopista y me dirigí hacia el edificio que albergaba
los baños y las máquinas expendedoras.
El camionero que acababa de utilizar las instalaciones me saludó con una
rápida inclinación de cabeza. Me ocupé de mis asuntos, intenté sacar un refresco de
la máquina expendedora averiada y luego me detuve a contemplar el árido paisaje. 137
El largo viaje en auto estaba causando estragos en mis pensamientos. Cuando no
estaba dándole vueltas a los malos recuerdos, me preocupaba la llamada que había
hecho antes con Kat. Había un tono en su voz, como si algo fuera mal. Sonaba triste,
distraída. La conocía lo suficiente como para detectar el cambio. Normalmente Kat
estaba llena de palabras y preguntas, pero esta vez se había quedado callada, ni
siquiera había respondido cuando le dije que la echaba de menos. No lo había dicho
con la intención de presionarla. Lo había dicho porque había pensado mucho en ella,
casi tanto como en Colin, y pensé que le alegraría oírlo.
Tal vez me equivoqué. Tal vez quería mantenerme a distancia después de todo.
Terminé mi descanso y volví a subir a la camioneta. El sol empezaba a ocultarse
en el cielo. Hacía catorce horas que había empezado el viaje y ésta sería la última
etapa. Estaba haciendo un tiempo excelente y esperaba estar de vuelta en Hawk
Valley antes de las once de la noche.
Un bostezo se abrió paso. No fue mi mejor idea emprender este agotador viaje
con tres horas de sueño. La última vez que hice el viaje no había dormido nada, pero
entonces estaba en estado de shock y con adrenalina. Ahora estaba cansado y
deseando volver a casa.
A casa.
Es curioso cómo me había resistido a pensar en Hawk Valley como mi hogar
durante los años que había vivido allí. Lo consideraba el pueblo de mi padre, el hogar
de mi padre. Me convencí a mí mismo de que no pertenecía a aquel pequeño y
peculiar lugar que parecía suspendido en el tiempo al pie de las montañas. Ahora
pertenecía a él. Sólo quería volver allí y darle un beso de buenas noches a Colin.
Quería abrazar a Kat e intentar averiguar dónde tenía la cabeza. Yo sabía dónde
estaba mi cabeza. De alguna manera este viaje lo había dejado claro. No había nada
casual en lo que teníamos, no para mí. No quería que fuera mi amiga y mi follamiga.
Quería que fuera mía.
Una vez de vuelta en la carretera, mis pensamientos se desviaron en una
dirección menos alegre. Durante este viaje había estado pensando demasiado en
temas amargos. Las cosas que pasaron entre mi padre y yo. Y Heather. La conclusión
desordenada que poseía una cualidad de tragedia griega. Pero no había terminado
con Heather huyendo de casa y mis brutales palabras a mi padre.
Después de aquella noche estaba tan arrepentido que casi daba pena. Compró
todas mis comidas favoritas, se quedó en casa todas las noches con la esperanza de
que le dijera más de dos frases, abrió su cartera para comprar muchas más porquerías
de las que realmente necesitaría llevar a la universidad. La tregua entre nosotros era
tensa, pero al menos existía. Me abrazó el día que me fui a la universidad y lo dejé.
Heather había dimitido de su trabajo. Ya no la veía por allí y tampoco me
importaba. No debíamos de ser tan invisibles como creíamos mientras nos
besábamos en una manta en el parque porque alguien nos había visto. Me llegaron
los rumores y me negué a confirmarlos o desmentirlos. De hecho me negué a
participar en cualquier conversación que incluyera su nombre. 138
Heather era algo más que una chica con la que me había metido. Ella podría
haber terminado significando algo para mí.
O tal vez no.
Tal vez me la habría follado y la habría dejado de lado para ir a buscar algo
mejor a miles de kilómetros de distancia. En cualquier caso, el recuerdo más
significativo que tenía de ella era su aspecto tumbada desnuda en la cama de mi
padre. No podía perdonarle que me metiera eso en la cabeza. Me dejó algunos
mensajes de voz del tipo, bla, bla, nunca quise hacerte daño, hasta que bloqueé su
número. El día de la graduación me pareció ver su cabello rubio entre la multitud,
pero cuando volví a mirar ya no estaba.
Una vez en Oregón, no pensé mucho en ella. Tenía mucho en lo que ocuparme.
No había escasez de chicas y a veces conocía a alguna que me gustaba. Pero estaba
harto de ser descuidado con los sentimientos de las chicas. Por fin sabía lo que se
sentía al ser descartado y no quería infligírselo a nadie. Probé algunas relaciones y
descubrí que no se me daban bien. Me acusaban de ser cerrado, distante, reacio a
soltarme, incapaz de dejar entrar a nadie. Decían que era un hijo de puta frío como
una piedra que no tenía nada que dar. No discutí. Y aun así me negué a hablar del
fuego furioso que ardía en mi interior, de cómo me llevaba a buscar la violencia a
pesar de que la despreciaba. Nunca causaría daño por el mero hecho de hacerlo.
Pero ver a alguien maltratado, especialmente a una mujer, desencadenaba una
reacción en cadena que terminaba con mis puños.
Había terapia. Hubo grupos de apoyo. Control de la ira por orden judicial. Pero
todo era una pérdida de tiempo porque no había ningún misterio detrás de mis
acciones. Cada arrebato había sido precedido por una situación que en mi mente
estaba ligada al asesinato de mi mamá.
El lado positivo es que, en cuanto me mudé a Oregón, la relación con mi padre
mejoró. Era fácil llevarse bien con alguien a quien apenas veías y con quien hablabas
quizá dos veces al mes.
En otoño de mi tercer año de universidad, mi padre me preguntó si volvería a
casa por Navidad. El año anterior no lo había hecho, prefería quedarme en la
universidad. La verdad era que me fastidiaban las fiestas, todo ese oropel y esas
sonrisas falsas. Pero mi padre sonaba muy serio y durante el último año sólo había
visitado el Hawk Valley un total de tres días en verano. Se alegró cuando le dije que
iría.
—Hay algo que quiero decirte en persona, Nash. Algo que espero que te parezca
bien.
Sus palabras fueron extrañas, pero no me detuve en ellas. Tal vez estaba
arrojando la toalla y cerrando la tienda. Por lo que a mí respectaba, ya era hora. En
cualquier caso, estaba decidido a llevarme bien con él. Podría conseguirlo durante
unos míseros días.
Una hora después de llegar a Hawk Valley cambié de opinión. 139
—¿Estás haciendo qué? —No podía creer lo que acababa de oír.
Estaba nervioso, no dejaba de mirarse las manos. Pero me miró a los ojos cuando
me confirmó la noticia.
—Me caso con Heather Molloy.
Mi cerebro luchaba por reaccionar, pero no salían palabras, así que Chris Ryan
vio en ello una invitación a seguir hablando.
—Se mudó aquí hace unos seis meses para cuidar de su madre. Empezamos a ser
amigos. Luego se convirtió en algo más. Nash, esto no tiene nada que ver con errores
del pasado. Ambos aún nos sentimos mal por eso. Pero lo que tenemos ahora, las
personas que somos ahora, esto es diferente. Espero que lo entiendas.
—Entiendo que hay algo jodidamente mal con ustedes dos. Eso es lo que
entiendo.
—Nash, por favor.
—¿Por favor qué?
—Ella se preocupa por ti. Quiere ser tu amiga.
Me pareció gracioso.
—Oh Jesús, eso es divertido.
—Quería estar aquí para hablar contigo. Pero pensé que esto debía quedar entre
nosotros.
Me paseé por el suelo del salón, asqueado.
—De todas las mujeres que hay por aquí, esa es la que eliges.
Se mantuvo firme, permaneciendo donde estaba.
—La amo.
—A la mierda con eso. Tú no amas a nadie.
Parecía dolido.
—Eso no es verdad. Te amo. Te amo desde el día en que naciste.
Dejé de caminar.
—Escogiste un momento especial para decir eso por primera vez.
—Creía que lo sabías. —Se pasó la mano por el cabello. Este año había cumplido
cuarenta, pero su cabello seguía siendo espeso y negro, como el mío—. Nunca se me
dio bien decirlo. Debería haber sabido hacerte sentir más amado. Debería haberme
parecido más a tu madre.
Me giré hacia él, prácticamente gruñendo.
—¡No te atrevas a hablar de ella!
—Deberíamos haber hablado más de ella. Ese fue mi error.
—Siempre odiaste a mi madre.
Mi padre se sorprendió. 140

—No, hijo. No la odiaba, nunca. Tu madre me dio mucho. Me dio a ti.


—Sí. Y me imaginé que eso era por lo que más la odiabas.
No había visto llorar a mi padre desde la noche en que me despertó para decirme
que la persona que más amaba había muerto. Ahora una lágrima resbalaba por su
mejilla.
—No —repitió con voz ronca—. La quería por eso. Nunca nos llevamos bien, pero
siempre la quise, aunque sólo fuera porque tú formabas parte de ella.
No quería que dijera esas cosas. No cuando estaba empeñado en estar furioso.
—Tienes que parar, Nash —dijo—. Tienes que dejar de culparte, de sentirte
culpable por algo que nunca podrías haber evitado. Tienes que dejar de atacar
pensando que puedes arreglar todos los males del mundo. No estás hecho para la
violencia, y cada vez se lleva una parte de ti. Te destruirá si se lo permites, y mi hijo, mi
hermoso hijo, eres mucho mejor de lo que pretendes ser. Algún día despertarás y lo
entenderás.
No quería escuchar.
—Extrañas palabras de un hombre que gastó tanto esfuerzo en derribarme.
Se estremeció.
—No siempre fui el mejor padre. Dije e hice cosas que no debía. Lo asumo
completamente. Te pido que me perdones.
Recogí la bolsa de lona que había dejado junto a la puerta cuando entré hace
poco.
—No quiero oírlo. Anda. Cásate con ella. No me importa una mierda. Hemos
terminado.
—¡Espera! —Se levantó y cubrió la distancia que nos separaba. Mi mano ya estaba
en la puerta.
—Quiero que te quedes —se atragantó—. Quiero tanto que empecemos de
nuevo. Pero no te impediré que te vayas si lo necesitas. Sólo te lo pido, no, te lo suplico,
por favor, no cortes todo contacto. Por favor, Nash.
En lugar de responder a su súplica, le cerré la puerta en las narices.
Hasta hace dos meses, aquella emotiva Nochebuena fue la última vez que pisé
Hawk Valley. Afortunadamente, algunas de las palabras de mi padre habían calado
hondo. Tardé algunos meses en calmarme, pero al final levanté el teléfono y lo llamé.
No fui a su boda tampoco a visitarlo, ni siquiera agradecería una visita suya, pero hice
lo que me pidió. Mantuve el contacto.
Cuando nació Colin estuve muy tentado de visitarlo. Siempre había deseado
tener un hermano y ahora lo tenía. Mi padre me enviaba fotos todas las semanas y yo
las miraba a menudo, preguntándome cuándo conocería a mi hermano y qué pensaría
de mí.
Nunca habría imaginado, ni siquiera en mis peores momentos de pavor, que 141
ocurriría de la forma en que ocurrió.
Pero esa era la jodida naturaleza aleatoria de las cosas en esta vida. Ocurren
cosas que no podríamos planear. Y el destino puede asestar un golpe cruel e
imprevisto, no importa lo que pretendamos, no importa lo que queramos, no importa
cuánto deseemos más tiempo.
Kathleen
Nash me había dicho que llegaría antes de las once. Después de acostar a los
niños, no podía quedarme quieta, así que me embarqué en una limpieza desmedida
por todo el primer piso de la vieja casa.
Durante todo el día mis pensamientos habían estado batallando entre sí contar
algo o no, seguía sin tener un plan claro. Steve Brown era amigo de la familia y un
abogado capaz, pero dudaba en involucrarlo. Ni a nadie. Volver a Hawk Valley
embarazada, sola y sin título había provocado un revuelo de habladurías. Al fin y al
cabo, yo era Kathleen Doyle, la cerebrito apacible que se marchó de aquí con toda la
intención de hacerse un nombre.
En lugar de eso, volví con nada más que una vaga historia sobre una relación 142
fallida que ni siquiera rozaba la verdad. A Emma le dieron mi apellido y me negué a
incluir al padre en el certificado de nacimiento. No fue hasta que recibí una copia por
correo, cuando la bebé tenía seis semanas, cuando supe que mi madre había visitado
a su amiga en la oficina de registro civil del condado y había cambiado mi intención.
El nombre Harrison Corbett me miraba en negrita.
—Deja de lamentarte, Kat. Estaba tratando de protegerte a ti y a Emma. Puede
que algún día cambies de opinión y quieras manutención.
Tenía buenas intenciones, así que no podía enfadarme. No tenía ni idea de que
a la explicación que le había dado le faltaban algunos elementos clave, el mayor de
los cuales era el nombre del verdadero padre de Emma.
Limpiar era terapéutico. Ponerme de rodillas y fregar a mano los suelos de
madera conseguía calmar la agitación de mi cabeza. Roxie pareció ofenderse cuando
la eché de su rincón para poder limpiar allí. Me miró con ojos de perrita
desconcertada y luego se dejó caer enfadada cuando dejé su cama esponjosa en otra
zona del suelo porque ya estaba seca.
En la cocina descubrí el trozo de papel arrugado que tanto me había molestado
esta mañana. Estaba exactamente donde se me había caído, debajo de la mesa.
Durante todo el día había evitado recuperarlo porque sabía que sería incapaz de
resistir el dolor de alisar las arrugas y volver a mirarlo.
Las tres personas de la foto eran muy jóvenes. Imposiblemente jóvenes.
Todavía no les había tocado nada terrible y eso se notaba en sus sonrisas arrogantes.
—Randall —susurré, tocándole la cara y deseando tener el poder de atravesar
la telaraña del tiempo y advertirle que sólo le quedaba un año de vida. El partido que
jugó aquella noche fue el último antes de su lesión de rodilla. Después vinieron las
operaciones y la adicción a los analgésicos, el esfuerzo desesperado e inútil por
recuperar su vida y, por último, la sobredosis mortal.
Estaba a punto de romper el papel en pedacitos para no mirarlo más cuando vi
algo en la esquina inferior derecha. Había escrito un número de teléfono.
Probablemente era el mismo que habían dejado en los mensajes de voz no
escuchados y que aparecía al final de los correos electrónicos desechados.
Tomé el teléfono y marqué antes de tener la oportunidad de recapacitar. Los
tres timbres se hicieron eternos y mi corazón latió con fuerza todo el tiempo.
Respondió al cuarto timbrazo.
—Kathleen. Ya era hora de que me llamaras.
Oír su voz después de tanto tiempo me produjo una sensación parecida a una
patada en el pecho.
—Sólo te llamo para ordenarte que te alejes de mí —dije fríamente—. Habrá
consecuencias legales si no lo haces.
Suspiró.
—No puedo hacer eso. Te dije que teníamos que hablar.
143
Me esforcé por no gritar. No podía despertar a los niños.
—¡No tenemos que hablar! No te acerques. Deja de acosarme o haré que te
arresten.
Se rió entre dientes.
—No, no lo harás.
—Cómo la mierda que no.
—No vamos a hacer esto por teléfono, Kat. Estoy aquí en la ciudad, alojado en
el Hotel Hawkian en la Avenida Garner. No necesitas decirme dónde estás. Ya lo sé.
Espérame allí en diez minutos.
Terminó la llamada, dejándome de pie en la cocina, estupefacta y mirando mi
teléfono silencioso como si fuera una serpiente venenosa. Podía cumplir mi amenaza.
Podría llamar a la policía, alegar que me había estado acosando, pedir una orden de
alejamiento. Pero eso se convertiría en un espectáculo muy feo.
Un auto llegó a la casa diez minutos después. Me hubiera gustado apartarme
un momento de mi agitación interior para ponerme algo más sustancioso que un
camisón largo sin pantalones cortos, pero ya era demasiado tarde. El momento había
llegado. Lo único que podía hacer era afrontarlo.
Salí a la noche veraniega para evitar que alguien llamara a la puerta y Roxie
empezara a ladrar, lo que seguramente despertaría a los niños.
Incluso bajo las luces de la calle podía ver que Harrison Corbett era tan
diabólicamente guapo como la noche en que me sacó de una esquina en una fiesta
multitudinaria y me hizo suya. Pero siempre se había burlado de mí. Para él, yo sólo
era una pieza de una colección.
Harrison se acercó por el lado del conductor y me vio de pie en la pasarela de
cemento.
—Hola Kat —me saludó suavemente, como si fuéramos amigos en lugar de
enemigos.
—Quédate ahí —advertí, blandiendo mi teléfono a tres metros de distancia
como si fuera otra cosa. Como un cuchillo. O una picana. Algo que doliera si lo
tocaba—. Si me das algún motivo para llamar a la policía no lo dudaré.
—Oh, por favor —se burló—. Basta ya con la maldita histeria.
—No sé lo que quieres después de todo este tiempo —le dije—. Pero no lo estás
consiguiendo.
Se rió.
—¿Crees que haría todo este esfuerzo por ti?
—No sé qué pensar.
—No te quiero, Kathleen. No estás entre mis recuerdos favoritos.
144
—Lo mismo digo, imbécil.
No le importó el insulto. Miró hacia la casa.
—¿De quién es esa casa?
—No es asunto tuyo.
—Sé que no es tu casa. Has estado ignorando todas mis llamadas y correos
electrónicos, así que mi única opción era venir aquí para tratar contigo en persona.
Ayer te estuve esperando en tu apartamento, pero cuando por fin apareciste no te
quedaste y condujiste hasta aquí.
Recordé la espeluznante sensación que tuve ayer cuando venía hacia aquí, que
me estaban siguiendo. Di un paso atrás.
—¿Está ahí adentro? —Harrison preguntó y me quedé fría.
—¿Quién?
—La niña. Se llama Emma, ¿verdad?
—No hables de ella —susurré—. Es mi hija.
—¿Y qué le vas a decir cuando llegue el día en que pregunte por su padre?
—Cállate.
Avanzó.
—¿Qué vas a decirle, Kathleen?
—¡Cállate!
Ahora estaba justo en mi cara.
—¿QUÉ LE VAS A DECIR?
Lo empujé, sólo para alejarlo. Estaba demasiado cerca. Si había intentado
intimidarme, lo había conseguido. Pero Harrison no esperaba que lo golpeara
físicamente. Intentó apartarse, pero perdió el equilibrio y se agarró a mi brazo, tal
vez por instinto, mientras caía sobre el césped delantero. Caí con él. Aterrizamos en
un montón de ramas y el camisón se me subió por la cintura, resbalando de mis
piernas desnudas y la hierba aún húmeda por los aspersores automáticos.
Sólo estuvimos allí tirados dos segundos, pero fue tiempo suficiente para que
un potente foco apareciera de la nada y nos congelara en el césped donde habíamos
caído.
Al principio no pude distinguir de dónde procedía la luz. Entonces el
resplandor se cortó bruscamente y parpadeé, viendo la forma de una camioneta en
marcha en la calle.
—¡Kat! —rugió Nash y pareció que salía disparado de la camioneta, saltó por
encima de la acera y aterrizó a mi lado en el espacio de un latido.
Estaba demasiado aturdida para hablar cuando me puso de pie,
inspeccionándome a la luz de la penumbra con el pánico reflejado en su rostro.
Cuando se aseguró de que no sangraba y estaba entera, su pánico se transformó en 145
rabia. La dirigió contra el hombre que ahora estaba a tres metros de distancia.
—Esto es jodidamente genial —murmuró Harrison.
Nash lo empujó. Mucho más fuerte que yo. Harrison hizo un ruido de uf, y se
tambaleó hacia la acera. El momento habría sido cómico si no fuera tan aterrador.
Harrison se enderezó. El que fuera receptor en un equipo de fútbol
universitario seguía siendo una fuerza física a tener en cuenta. Pero dados los
músculos de los brazos de Nash y el brillo asesino de sus ojos cuando miraba a
Harrison, yo apostaba por él.
—¿Quién carajo eres? —Nash gruñó.
Harrison exhaló ruidosamente.
—No he venido aquí para este tipo de problemas.
—No tienes ni idea del lío en el que te has metido, hijo de puta.
—Nash —dije pero me ignoró, manteniéndome detrás de él.
Harrison se rió.
—Entiendo. Eres el perro guardián de Kat.
—Te pregunté quién carajo eres.
—¡Nash! —Tiré de la manga de su camiseta para que me mirara—. Es Harrison
Corbett. Lo conocí en la universidad.
Nash se dio cuenta.
—Es el padre de Emma, ¿no?
—Demonios —maldijo Harrison—. No te alejas mucho de tus mentiras,
¿verdad, Kathleen?
Nash chasqueó los dedos.
—Cierra tu maldita boca.
Harrison no se calló.
—Pero ella es conocida por alejarse de la cama de un hombre, así que ten
cuidado.
—Bastardo —siseé.
—Una astuta puta doble cara —le contestó.
Roxie ladró desde dentro de la casa. Era de extrañar que ninguno de los
vecinos hubiera oído aún todo el alboroto.
—Sal de aquí —le dije—. Sal de aquí, Harrison, o te juro que me aseguraré de
que pases la noche en la cárcel.
—Personalmente prefiero asegurarme de que pase la noche en el hospital —
gruñó Nash.
Pensé que era un pequeño milagro que los dos no hubieran llegado a las manos 146
todavía. Pero esta situación estaba a punto de explotar. Necesitaba separarlos antes
de que algo sucediera.
—Lo digo en serio —dije y señalé mi teléfono como si me dispusiera a marcar
el 911.
Harrison dejó escapar un último suspiro.
—No hemos terminado —advirtió, volvió a subirse a su estúpido deportivo y se
marchó.
Nash esperó en pose tensa hasta que las luces traseras de Harrison doblaron la
esquina antes de acercarse a mí.
—¿Estás bien?
—Estoy bien.
—¿Qué carajo pasó?
—Estábamos discutiendo.
—¿Y casualmente te derribó?
—No. Eso fue un accidente.
Nash hizo una pausa, se puso las manos en la cadera y me estudió con una
expresión que no pude leer en la oscuridad.
—¿Qué demonios hacía aquí? Hace años que no le ves, ¿verdad?
—No, hace años que no lo veo. Pero lleva semanas intentando ponerse en
contacto conmigo. Llamando, enviando correos electrónicos. Lo ignoré, así que
decidió venir a la ciudad y enfrentarse a mí en persona.
—¿Porque quería ver a Emma?
—Lo dudo.
—¿Entonces quería verte?
—No. Tampoco creo que sea eso.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque me odia.
—¿Por qué?
Bajé la cabeza.
—Me acosté con su hermano.
—¿Qué?
Levanté la cabeza y dije con voz clara:
—Me acosté con su hermano. Su nombre era Randall. Por eso Harrison me odia.
Nash no dijo nada. Se limitó a mirarme.
Me reí de repente, consciente de que sonaba como una maníaca.
—Pero eso no fue el final. Me quedé embarazada de Randall. Y entonces murió. 147
Estaba luchando contra una adicción a los analgésicos, intentando desintoxicarse.
Pensé que podría ayudarlo. Pero nadie podía ayudarlo y una noche se tragó
demasiadas pastillas y murió, carajo.
Tuve que parar porque no podía respirar bien. Tenía un dolor en las entrañas,
el recuerdo de una pena desgarradora que nunca había afrontado adecuadamente. Y
ya no me reía. Ahora las lágrimas corrían por mis mejillas.
—No sabía qué hacer, a dónde acudir. Así que olvidé todos los planes que tenía
y volví aquí porque sólo me quedaba una cosa importante. Emma. Nunca le dije a
nadie la verdad. Incluso el certificado de nacimiento de Emma es una mentira. No soy
quien pensabas que era, Nash. Y sé que ahora piensas que soy repulsiva, que soy esa
puta mentirosa y maquinadora, y tienes razón. —Me hundí en la hierba, jadeando
entre sollozos—. Tienes razón.
—Kat.
Oí su voz, pero no pude responder. Estaba perdido en el colapso de mi propio
escudo cuidadosamente construido. Estaba rota. No podía arreglarme esta noche.
—Kathleen.
Estaba allí en el suelo conmigo y no me resistí en absoluto cuando sentí que sus
brazos tiraban de mí hacia el sólido calor de su pecho. Me quedé allí hasta que
terminé de sollozar agónicamente.
Kathleen
Pasar la noche en el césped no era una opción. Después de unos diez minutos
de desmoronarme sobre la camiseta de Nash mientras la hierba mojada empapaba
mis bragas, me instó a levantarme.
—Entremos.
Actuó como si estuviera dispuesto a llevarme en brazos, pero ya estaba
bastante avergonzada, así que me puse de pie y crucé el jardín delantero con el
camisón mojado pegado a los muslos.
Abrí la puerta principal y me encontré a una pastor alemán muy perpleja
esperando, pero su confusión se transformó en alegría cuando Nash apareció detrás 148
de mí y le tendió la mano para saludarla.
Me paré al pie de la escalera.
—No oigo a los niños. Deben haber dormido durante todo eso.
Nash terminó de acariciar a Roxie y me miró mientras yo deseaba
apasionadamente tener habilidades para leer la mente.
—Voy a ver cómo están —dijo y señaló con la cabeza mi camisón mojado y
manchado de hierba. —¿Por qué no te tomas un minuto y te aseas?
Su voz no sonaba fría ni enfadada, aunque la gran revelación del jardín
delantero debió de escandalizarlo al menos un poco. A mí me seguía molestando y
fui yo quien lo había revelado.
Seguí su consejo y busqué una muda de ropa mientras Nash echaba un vistazo
a Emma y luego visitaba la habitación de Colin. El monitor de bebé estaba al lado de
la cama de la habitación de Nash, así que pude oírlo mientras sacaba una camiseta de
tirantes y unos pantalones cortos holgados de mi bolsa de viaje.
—¿Cómo está mi pequeño favorito? —Nash dijo suavemente—. Te he extrañé,
chico. —Unos segundos después oí la música del móvil de la cuna y luego los pasos
de Nash dirigiéndose hacia aquí.
Apareció en la puerta, se cruzó de brazos y se apoyó en el marco. Parecía
cansado. Y condenadamente apuesto, aunque no era el momento de darme cuenta de
eso. No debió de haberse afeitado desde que se fue la otra noche. La barba oscura le
sentaba bien.
—¿Sabes cuántas noches me quedaba despierto en esta habitación deseando
estar en cualquier otro sitio? —preguntó.
Me senté en el borde de la cama.
—No.
—Mucho. Y ahora no recuerdo por qué. Es una bonita habitación. Una bonita
casa. Una bonita ciudad. —Nash se frotó los ojos—. ¿Quieres esperar a mañana para
hablar de ello?
—No.
Nash me miró fijamente. Me pregunté qué vería ahora, si sería completamente
distinto a lo que había visto la última vez que estuvimos juntos.
Me levanté.
—Puedo ir a dormir al sofá.
—Kat.
—O puedo despertar a Emma e irme a casa.
—Basta. —Entró en la habitación y cerró la puerta. Luego se echó la mano a la
espalda y se pasó la camiseta por encima de la cabeza antes de bajarse los
pantalones. Estábamos en medio de algo serio, pero no podía evitar excitarme.
Nash bajó las mantas de la cama, se acomodó y palmeó la sábana. 149
—Ven aquí.
Me rodeó inmediatamente con el brazo y me acurruqué contra él. Olía a jabón
y a sol, suspiré cuando mi mejilla se posó en su pecho.
—Lo siento —dije, con la voz entrecortada—. No te conté toda la historia porque
no se la he contado a nadie. Mi relación con Harrison nunca fue buena. Era infiel y
controlador, y cuando rompimos lo despreciaba. Pero Randall...
Se me cortó la voz al pensar en la mitad amable de los hermanos Corbett.
Randall era un año mayor y no tenía el arrogante encanto de Harrison. Era más
tranquilo, más serio. Todos pensaban que tenía una de las mejores oportunidades del
equipo para hacerse profesional. Pero una lesión de rodilla tras una dura entrada le
mandó al banquillo y una serie de operaciones lo dejaron incapaz de abandonar su
adicción a los analgésicos. Entonces no sentía nada por Randall. Mi atención, mi
enamoramiento, se centraba por completo en Harrison. Pero Randall y yo éramos
amigos. Me preocupaba por él. Insté a su hermano a que se preocupara por él, pero
Harrison sólo desechaba cualquier preocupación con comentarios sarcásticos.
Cuando Harrison y yo rompimos fue feo. Caótico. Desgarrador. Tontamente lo
había convertido en mi mundo sin preguntarme si merecía ese honor. Mi
prometedora carrera académica se había visto seriamente dañada. Mi orgullo estaba
hecho jirones. Me acerqué al que siempre había sido mi amigo y descubrí que estaba
mucho peor de lo que había imaginado. Quería que buscara ayuda. Quería
consolarlo. Lo abracé y le ofrecí mi cuerpo porque nos necesitábamos el uno al otro,
porque pensé que podría darle una razón para desintoxicarse, porque egoístamente
quería sentir algo aunque fuera un poco real.
Y fue real.
Me acosté de verdad con el hermano de mi exnovio. Quedé embarazada de
verdad. Me desperté una mañana horrible con la noticia de que Randall Corbett había
muerto de una sobredosis. Y volví corriendo a Hawk Valley con el rabo entre las
piernas para esconderme de las consecuencias.
Me oí contándole todo esto a Nash. Él no dijo nada. Lo agradecí. Todo lo que
realmente necesitaba era sentir sus brazos a mi alrededor mientras derramaba las
palabras que se habían estado pudriendo dentro de mí durante demasiado tiempo.
Permaneció en silencio cuando llegué al final. No tenía ni idea de lo que pasaría
después. Si quería decirme que estaba decepcionado, que nunca podría excusar el
tipo de engaño del que yo era capaz, entonces tendría que encontrar la manera de
vivir con eso. Tendría que encontrar la manera de vivir sin él.
—No puedo imaginar lo que piensas de mí —dije, sintiendo que las palabras
se me atascaban en la garganta—. Siento no ser la clase de persona que pensabas
que era.
Lo meditó y suspiró.
—Dame algo de crédito. No te estoy juzgando, Kat, si es eso lo que temes. En
la vida ocurren cosas complicadas e inesperadas. Si alguien lo sabe soy yo.
Tracé los músculos de su pecho. 150

—¿Era complicada tu vida en Oregón?


La pregunta lo dejó perplejo.
—La verdad es que no. Vivía solo junto al océano con mi perra. ¿Por qué lo
pregunta?
Pensé que debía decirle que alguien había estado husmeando en su pasado.
—Mi madre conoce a un amigo de un amigo que es detective privado.
—¿Y? —Preguntó.
—El tipo investigó un poco sobre ti. Descubrió que estabas bajo advertencia
por cargos de asalto.
Nash asintió.
—Ya veo.
—No te estaba espiando.
—Lo sé.
—Mi madre sólo estaba preocupada. Y ni siquiera habría sacado el tema si no
fuera porque no quiero que haya secretos entre nosotros.
—Y no los habrá. —Me sujetó la mano y me besó la palma—. Solía pensar en
mí como una especie de justiciero autoproclamado, haciendo justicia a pequeña
escala, actuando para proteger a los inocentes de un desenlace aún más violento.
Sonreí.
—Pareces un superhéroe.
Resopló.
—Ni cerca. Nada bueno sale de buscar la violencia, de enterrar tu propia
agonía sacando sangre. Mi padre lo sabía. Me entendía mejor de lo que pensaba. Me
dijo que yo no estaba hecho para vivir así, que eso me arrancaría un pedazo de mí
cada vez. Tardé mucho en entender que sabía de lo que hablaba.
—¿Y ahora qué? —pregunté.
—Ahora encontraré una forma mejor de luchar contra los Travis Hanson del
mundo sin recurrir a mis puños. Tengo que hacerlo. Por mí y especialmente por Colin.
—Nash —le dije suavemente y me miró—. Tus padres estarían muy orgullosos
de ti. Los dos.
Sonrió y vi lo mucho que significaban esas palabras para él. Al final siempre
queríamos que nuestros padres se sintieran orgullosos, aunque no lo admitiéramos.
—Entonces, ¿qué pasa con este Harrison imbécil? —preguntó—. Debe saber
que no es el padre de Emma.
—Sí, lo sabe. —Hice una mueca—. De hecho, recuerdo que tuvo algunas
palabras para mí la última vez que lo vi.
Nash se tensó. 151
—Será mejor que no vuelva por aquí.
Suspiré. No tenía ni idea de qué buscaba Harrison, pero no podía ser nada
bueno.
—Mañana iré a hablar con Steve Brown. Él tendrá algunas ideas sobre qué
hacer.
Nash se negó a dejar el tema.
—Te ha estado siguiendo, ¿verdad? Está tramando algo. Creo que Emma y tú
deberían quedarse aquí hasta que se ocupen de él.
—Nash, no quiero exagerar.
—Entonces exageraré por los dos. —Tenía el ceño fruncido y me di cuenta de
que no toleraría una discusión—. Te quedas aquí. No puedo soportar la idea de Emma
y tú solas y desprotegidas por la ciudad.
Sonreí.
—Si vuelve a aparecer, lo golpearé en la cabeza con mi sartén.
—Hablo en serio, Kat.
—Yo también. Ese maldito es de hierro fundido. Puede hacer algún daño.
—Ya basta. Te quedas.
Cedí.
—De acuerdo.
Me abrazó con fuerza y escuché los latidos de su corazón. No me había dado
ninguna idea de lo que pensaba sobre todo el equipaje que le había tendido.
—No te escondiste —dijo finalmente.
Me aparté para poder verle la cara.
—¿Qué?
Extendió la mano y me apartó un mechón de cabello largo de la cara. Sus
llamativos ojos azules eran amables.
—No te escondiste, Kat. No te fuiste a un lugar desconocido donde nadie te
conocía y fingiste ser otra persona. Volviste a casa. Te dedicaste a tu hija y la rodeaste
de amor en el lugar que mejor conocías. Eso no es esconderse.
Se me llenaron los ojos de lágrimas.
—Nunca he pensado qué le voy a decir. Ahora es joven. Pero algún día tendrá
preguntas. Tengo miedo de lo que pensará de mí cuando oiga las respuestas.
Me acercó una vez más y me besó en la frente.
—Pero ya te las arreglarás. Veo cómo eres con Emma. No te reprimes a la hora
de hacerle saber lo mucho que la amas. Nunca tendrá dudas al respecto.
152
Sentí timidez cuando alargué la mano para tocar sus labios.
—Te extrañé.
Enarcó una ceja.
—Me lo imaginaba.
Mis dedos recorrieron su clavícula, rozaron la musculosa piel y le planté un
beso allí.
—¿Qué más te has imaginado?
—Si te divertías en esta cama sin mí.
—La verdad es que no.
Cambió bruscamente de posición, me agarró por las caderas y deslizó mi
cuerpo hacia abajo hasta que quedé boca arriba.
—¿Quieres divertirte ahora?
—Acabas de terminar de conducir durante veinte horas, llegaste a casa a una
pelea virtual en el jardín delantero y luego me escuchaste pacientemente gritar mi
vergonzoso pasado durante una hora. ¿No estás cansado?
Nash no dudó. Se bajó los calzoncillos y llevó mi mano a su polla.
—¿Te parece cansada? —me preguntó.
Acaricié su dura longitud.
—No.
—Entonces deja de hablar y haz algo al respecto.
Empecé a quitarme las bragas. Nash se impacientó y me las quitó de un tirón.
—Tampoco uses la camiseta —dijo bruscamente y prácticamente me la
arrancó.
Encerré mis rodillas a ambos lados de él, previendo que esta noche lo querría
duro y áspero porque tenía mucha prisa por llegar. Me pareció bien. Estaba lista para
recibirlo. Me preparé para la primera embestida invasiva que me haría jadear y
arquear la espalda, incitándolo a penetrar aún más.
Pero Nash se detuvo. Lo sentí contra mi vientre, tan grueso y sólido, y me dolía
sentirlo más cerca, dentro, conectado.
—¿Qué pasa? —pregunté porque me miraba con una expresión grave que no
estaba acostumbrada a ver.
Nash me besó en respuesta. Su lengua se deslizó entre mis labios y nos
besamos lenta y profundamente. Su barba de dos días rozaba mi piel y cerré los ojos,
perdiéndome en la embriagadora sensación de ser besada de la forma en que los
héroes besaban en los cuentos. Seguía absorta en el tacto de sus labios cuando su
cuerpo se movió y empujó dentro de mí, dándome lo que quería. Me alegré de
dárselo. Nos balanceamos juntos en perfecta sincronía. Nunca habíamos sido tan
lentos y me encantaba. Me corrí con su peso encima de mí, nuestras bocas aún 153
enzarzadas en una acalorada danza.
Creo que te amo Nash Ryan.
Nuestra piel estaba sudada y nuestras lenguas entrelazadas cuando Nash se
apartó y terminó con un chorro caliente en mi bajo vientre.
—Kathleen —gimió cuando el beso por fin se rompió y enterró su cara entre
mis pechos, ambos agotados.
Le acaricié el cabello húmedo y le besé la parte superior de la cabeza. Una
parte de mí quería decir las palabras que habían estado rodando por mi cabeza como
una marquesina audaz. No sólo sospechaba que fuera verdad. Sabía que lo era. Estaba
totalmente enamorada de él.
Nash levantó la cabeza, se acercó y apagó la lámpara de la mesilla de noche.
Bostezó y volvió a acostarse en la almohada.
—Menos mal que me traje mí cama —refunfuñó—. Este pequeño colchón no da
para más.
Encontré mis bragas y mi camiseta en la oscuridad y volví a ponérmelas, por si
necesitaba levantarme deprisa si los niños lloraban.
Me besó una vez más.
—Duerme un poco, dulce princesa.
—Buenas noches —dije, rodando de mala gana hacia mi lado. Cerré los ojos
sin decirle lo que pensaba.
Nash
Kat sacó a Colin de la cuna por la mañana y me dejó dormir hasta tarde. Los oía
abajo: Emma charlando sobre tazas de té, la risa suave de Kat, los chillidos agudos de
Colin. Eran sonidos felices que ahuyentaban la pesada carga emocional de la noche
anterior. Me dolía el corazón mientras Kat contaba su historia. Pensar que había
guardado todo eso durante tanto tiempo y que había tenido miedo de contárselo a
alguien, incluso miedo de contármelo a mí, creyendo que pensaría mal de ella o algo
así. Ella había cometido errores y eran sucios. Pero los había cometido por amor. Eso
tenía que contar.
Además yo estaba loco por ella, con su pasado turbio y todo.
Me puse una sudadera, pasé por el baño del pasillo y me dirigí a la cocina. 154

Emma estaba sentada a la mesa, descalza en camisón rosa y riéndose mientras


Roxie lamía la superficie de la elegante taza de té que sostenía.
Mi perra fue la primera en fijarse en mí. Soltó un ladrido corto y movió la cola,
pero no tenía prisa por separarse de Emma.
Kathleen estaba apoyada en el mostrador con Colin en la cadera mientras
bebía un sorbo de una taza de Hawk Valley Happiness. Llevaba el cabello suelto en
seis direcciones y se había puesto una de mis viejas camisetas sobre la camiseta de
tirantes. Era sencillamente impresionante. Podría quedarme aquí mirándola todo el
día.
—Parece que soy el último en levantarse —dije.
—¡Eh, tú! —Kat dejó su taza en el mostrador y me sonrió, lo cual fue increíble.
Pero el momento verdaderamente increíble llegó cuando Colin giró la cabeza al oír
mi voz, abrió mucho los ojos e intentó lanzarse de los brazos de Kat para llegar hasta
mí.
La sonrisa desdentada y babeante de mi hermano era kilométrica cuando se lo
quité a Kat y le planté un beso en la mejilla regordeta.
—El hermano mayor ya está en casa —le dije al oído, preguntándome en qué
momento me había convertido en una hijo de puta tan ñoño que estaba al borde de
las lágrimas de mujer sólo por el peso del cálido cuerpecito de un bebé en mis brazos
y la visión de su sonrisa de niño bobalicón.
—Mírense, chicos —se maravilló Kat—. Si oíste un estallido fue el sonido de mis
ovarios detonando espontáneamente.
—Antes de que algo más detone, ¿puedo persuadirte para que me prepares
una taza de café?
Me pasó su taza.
—Tómate este. Aunque me siento culpable por convertirte en un adicto a la
cafeína.
—Gracias. —Acepté la taza y me senté en la mesa frente a Emma.
La hija de Kat me miró con curiosidad.
—¿Dónde estabas?
Colin intentó meter la mano en mi taza de café cuando la dejé sobre la mesa.
Aparté la taza.
—Tenía que ir a Oregón —le dije.
—¿Qué es eso?
—Es otro estado.
—¿Por qué?
—¿Por qué tuve que ir allí?
—No. ¿Por qué es un estado? 155

—¿Por qué Oregón es un Estado?


—Sí.
—No lo sé.
—Pero eres alto.
—Sí. —Miré a Kathleen en busca de ayuda, inseguro de por qué mi estatura
significaba que debía estar bien informado sobre los pormenores del estado de
Oregón. Kat se estaba riendo, con la mano tapándose la boca.
Mientras tanto, Emma esperaba seriamente una respuesta.
—Oye, Emma —dije, cambiando de conversación—. Quería darte las gracias
por cuidar muy bien de Roxie mientras yo no estaba. Puedo decir que hiciste un gran
trabajo.
Emma se alegró.
—La quiero mucho.
—Ya lo veo.
—¿Puedo quedármela?
—Ems. —Kathleen finalmente intervino—. Termina tus cereales, cariño.
Tenemos que irnos. Tienes preescolar esta mañana.
—¿Entonces puedo volver aquí y estar con Roxie?
—No. Iba a preguntarle a la abuela si podía cuidarte después de que te recoja
del preescolar porque tengo que reunirme con alguien importante.
—¿Por qué?
—No importa.
—Entonces, ¿puedo ir contigo?
—No cariño, es una reunión seria.
Emma arrugó la nariz.
—Eso suena feo.
—Puedes traerla aquí —le dije—. Ya le había dicho a Betty que no me esperara
hoy en la tienda e iba a descargar el camión de la mudanza mientras Colin dormía la
siesta. No me importa vigilarla hasta que termines tu reunión.
Parecía sorprendida por la oferta.
—Gracias, sería estupendo. —Hizo una pausa y se tiró de un mechón de
cabello—. Voy a ver a Steve Brown.
—Me lo imaginaba.
—¿Quién es Steve Brown? —Emma preguntó.
—Un abogado —le dije.
La niña me dedicó una sonrisa encantadora. 156

—¿Por qué?
Kat necesitaba darse una ducha rápida, así que me tocó a mí convencer a Emma
de que terminara su desayuno. Cuando le dije que nada hacía más feliz a Roxie que
ver comer a la gente, asintió con la cabeza como si tuviera sentido y se metió el resto
de los cereales en la boca. Sentí que era un momento triunfal.
Kat se preparó rápidamente, convenció a Emma de que se pusiera algo que no
fuera un camisón y acompañé a las dos hasta su auto, por si acaso ese imbécil andaba
por ahí.
Cuando se fueron, llamé a Kevin Reston. No le di detalles, pero le pedí que
avisara de la presencia de un imbécil de cuello grueso con el cabello engominado
hacia atrás y un auto deportivo demasiado caro. Kevin y yo seguíamos un poco
distanciados, aunque nos habíamos visto un montón de veces desde la desafortunada
noche en Sheen´s. A veces acompañaba a Jane cuando pasaba a ver a Colin o la
visitaba en la tienda. Aunque las cosas estaban bastante frías entre nosotros, él
siempre era educado y lo era ahora, ni siquiera hacía muchas preguntas, se limitaba
a decir:
—Ya lo tienes, Nash —y lo dejaba estar.
Colin dormía la siesta con bastante seguridad y empezó a bostezar sobre las
once. Lo llevé arriba y le leí un cuento sobre animales felices en una granja, con la
esperanza de que se durmiera y yo tuviera la oportunidad de salir y hacer algo para
descargar la camioneta que seguía parada en la acera. No me llevaría mucho tiempo,
pero era una tarea imposible de completar mientras cuidaba de un bebé.
En cuanto se durmió, lo dejé en la cuna, me puse una camiseta y unos zapatos
y salí a ocuparme de las cosas. Me metí el monitor de bebés en el bolsillo trasero y lo
puse a todo volumen para oír a Colin si se despertaba.
Primero tomé las cajas; ropa, libros y algunas cosas de cocina que podrían ser
útiles. Decidí meterlo todo en el salón de momento porque no había mejor sitio. Las
casas de ciento veinte años no tenían garaje. La base y el colchón eran las piezas más
grandes y pensaba trasladarlas en último lugar.
Iba de vuelta a la camioneta para recoger las cajas restantes cuando me di
cuenta de que tenía compañía.
Acababa de salir de su auto y vaciló al verme llegar. Me detuve en seco y
evalué la situación. Sabía leer bastante bien a los hombres y él no parecía tener la
actitud de un tipo con ganas de pelear. Incluso levantó la mano para saludarme
tímidamente.
Aun así, que pareciera menos comadreja egoísta que la noche anterior no
significaba gran cosa. Seguía odiándolo por ir sigilosamente detrás de Kat, por
asustarla, por herirla tan gravemente cuando era joven y confiada.
Fingí que no estaba allí y volví a mí tarea. No iba a avanzar sobre él primero,
pero si intentaba alguna estupidez lo lamentaría. 157
—¿Puedo ayudar? —Harrison se paró unos metros detrás de la camioneta,
mirándome con cierto recelo, y tal vez un poco de vergüenza.
—Vete a la mierda.
—Realmente esperaba hablar contigo, Nash.
—¿Cómo demonios sabes mi nombre?
—Oí a Kat decirlo anoche.
—Estupendo. Ahora puedes irte a la mierda.
Asintió y se metió las manos en los bolsillos.
—Estás molesto. No te culpo en absoluto.
—No, es el sueño de todo hombre llegar a casa y encontrar a su chica siendo
asaltada en el jardín delantero por un pedazo de mierda.
Se alarmó.
—No, eso no es lo que pasó en absoluto. Juro por Dios que no quise hacerla
caer. Me resbalé y supongo que choqué con ella. Pero fue un accidente. Nunca haría
daño a Kathleen intencionadamente.
Este imbécil me estaba haciendo enojar.
—Lo dicen todos los hombres que han golpeado a una mujer.
Harrison hizo una mueca.
—Déjame explicarme, ¿de acuerdo? Vine a disculparme. La forma en que la
mierda se fue abajo anoche era lo último que quería.
—Entonces, ¿por qué demonios te disculpas conmigo en lugar de con ella?
—Porque creo que ya he asustado bastante a Kathleen. Y esa nunca fue mi
intención. Pensé que sería mejor acercarme a ti, tal vez hacerle ver que a pesar de mi
mal comportamiento no soy el tipo que parecía ser anoche. También pensé que tal
vez podrías decirle que sólo quiero hablar.
—Tengo una idea mejor. Te metes de nuevo en tu pequeño auto de
compensación de pollas y te largas de aquí.
Me dedicó una sonrisa triste.
—No puedo hacer eso.
—No puedes, ¿eh? —Salté de la camioneta para poder mirarlo a los ojos—.
¿Qué quieres de ella de todos modos?
—Nada. Pero la niña...
—No es tuya.
—Lo sé. —Respiró hondo—. Sé que no es mía. Pero es mi sobrina. Sé que
Kathleen no quería volver a verme y aunque últimamente he estado pensando que me
gustaría estar ahí para la niña, las habría dejado en paz si no fuera por mi mamá.
Me crucé de brazos, esperando a que continuara. 158

El rostro de Harrison se contorsionó y parecía increíblemente triste.


—Mi mamá se está muriendo. Cáncer de colon. Ahora está por todas partes y
acabamos de descubrir que no le queda mucho.
No le desearía una madre moribunda a nadie, ni siquiera a un completo
imbécil.
—Siento oír eso.
—La cosa es que ella nunca supo lo de Randall y Kathleen. No sabía nada de la
niña. Y hace poco finalmente le dije que tiene una nieta que nunca conoció. Después
de la muerte de Randall... —La voz del hombre se entrecortó y miró hacia otro lado,
incapaz de continuar por un momento. Finalmente se limpió los ojos y se recompuso—
. Mi mamá estaba inconsolable. Francamente, yo también. Randall había sido mi
mejor amigo toda la vida y se había ido de la forma más horrible. Lo peor de todo es
que la gente me había advertido que tenía un gran problema. Kat me lo advirtió.
Simplemente no escuché. Era una época sombría y pensé que todos estábamos mejor
sin ningún recuerdo de mi hermano alrededor. La niña habría sido un recordatorio.
—Emma —dije bruscamente—. Su nombre es Emma.
—Sí, sé que se llama Emma —dijo y vi que su cara se volvía melancólica—.
¿Cómo es?
—Inteligente y hermosa. Como su mamá.
Sonrió.
—Me alegra oírlo. —Su sonrisa se desvaneció—. Mi mamá tiene muchas ganas
de ver a Emma. Por eso me puse en contacto con Kat. Y como dije, no le queda mucho
tiempo de vida. Por eso he estado tan desesperado.
Me apoyé en la camioneta, con la mente tratando de procesarlo todo. Estaba
decidido a despreciar a ese personaje, pero me di cuenta de que me daba cierta
lástima.
—No voy a abogar por ti —dije—. Pero puedo decirle a Kat lo que dijiste. A
partir de ahí es su decisión. Y sea cual sea el resultado espero no descubrir que estás
haciendo algo para molestarla.
Asintió con entusiasmo.
—De nuevo, lo siento mucho. Me puse ansioso porque Kat no respondía a mis
llamadas ni a mis correos electrónicos y todos los días mi mamá pregunta si puede
ver a su nieta. No quería ir por el camino de los abogados y los tribunales, pero lo
manejé mal.
—Claro que sí —dije, pero no había veneno en mi voz. No lo odiaba.
Harrison se mostró arrepentido.
—No quise decir las cosas que dije anoche. Kathleen era increíble. Y nunca fui
159
bueno con ella. Se merecía algo mejor. Pero no creo que se juntara con Randall por
despecho. Creo que se preocupaba por él y me alegro. Me alegra que tuviera a
alguien. Me alegra que Emma esté en el mundo.
—Está bien —suspiré—. Sabes, hubo un tiempo en un pasado no muy lejano en
el que te habría dado una paliza si hubiera llegado a casa a la escena de anoche sin
importar lo que dijeras.
Enarcó una ceja.
—¿Qué ha cambiado?
—Estoy criando a un niño. Quiero ser un buen ejemplo, enseñarle que debe
prevalecer la cabeza fría y que debe pensar antes de pegar.
Harrison asintió.
—Es una buena lección para aprender a una edad temprana.
Iba a decir algo más, pero no tuve oportunidad porque llegó el auto de Kat.
Pude verla a través del parabrisas, boquiabierta por haberme encontrado aquí sin
estar soltando golpes con su odiado ex. Levanté una mano para hacerle saber que
todo iba bien y se quedó mirándonos un momento más antes de salir del auto.
—¿Qué demonios quieres ahora? —preguntó, con los ojos desviados de uno a
otro.
—No pasa nada —le aseguré—. Harrison sólo quería disculparse. Hay algo de
lo que quería hablar contigo, pero ya me lo ha contado todo y ahora puede irse. He
aceptado contarte su historia y él ha aceptado vivir con lo que tú decidas.
Harrison me lanzó una mirada. Le respondí con una mirada de advertencia. Kat
estaba visiblemente confusa.
La puerta del sedán de Kat se abrió de repente y Emma saltó del auto.
—¡Emma! —exclamó Kat—. ¿Qué te ha dicho mamá sobre desabrocharte el
asiento del auto?
—No hacerlo —dijo Emma alegremente.
—Así es. —Kat se colocó delante de su hija, lanzando una mirada cautelosa a
Harrison. Emma miró por encima de la falda de su madre y soltó una risita.
Harrison miraba fijamente a Emma y parecía que iba a llorar. No podía
culparlo. Cualesquiera que fuesen sus defectos, evidentemente había amado a su
hermano y Emma era la última pieza superviviente de ese hermano. Probablemente
había todo tipo de emociones corriendo por su cabeza. Apuesto a que estaría
familiarizado con algunas de ellas.
Harrison se aclaró la garganta.
—Kathleen, lo siento mucho. Por todo, no sólo por lo que pasó anoche. Si no
vuelvo a saber de ti, lo entenderé. Tienes que hacer lo correcto por Emma. Pero
espero de verdad que consideres ponerte en contacto conmigo después de oír lo que
160
Nash tiene que decir.
Me tendió la mano para estrechármela y sólo dudé un segundo antes de
aceptarla. Harrison me dedicó una sonrisa de agradecimiento y se marchó en su auto.
Kat seguía atónita.
—Ni siquiera sé qué decir de todo eso.
Cerré la parte trasera de la camioneta. Podía esperar.
Me acerqué a Kathleen y le pasé el brazo por los hombros.
—Entra —le dije—. Te lo explicaré.
Kathleen
Nash estaba de pie en la acera de la avenida Garner, hablando con un tipo
corpulento al que reconocí pero no pude recordar su nombre. Se dieron la mano y se
separaron. El hombre me sonrió al pasar y yo le devolví la sonrisa.
—¿Has hecho un nuevo amigo? —Le pregunté a Nash mientras me abría la
puerta.
Me arrebató un beso por el camino y me guiñó un ojo.
—Tal vez.
—Toda una mariposa social últimamente —comenté.
Dos ancianas curioseaban por los pasillos de la tienda. Una de ellas dio un 161
codazo a su compañera y exclamó sobre la pared de cuadros que representaban
Hawk Mountains.
—Era Ted Foster —dijo Nash.
Seguía mirando a las mujeres mientras admiraban los cuadros.
—¿Qué?
—Ted Foster. El hombre que acaba de irse.
—Ah, es verdad. Había olvidado su nombre.
—Es uno de los entrenadores de la liga infantil. Quería saber si podía contar
con nuestro apoyo para ayudar a patrocinar al equipo en la liga de otoño.
—¿Qué le dijiste?
Nash sonrió.
—Que el equipo podía contar con la familia Ryan como lo había hecho durante
años. Incluso prometí asistir a algunos de los partidos. Diablos, quizá dentro de unos
años Colin esté por ahí jugando.
—Podrían ser más de unos años —me reí—. Teniendo en cuenta que Colin aún
no gatea.
Betty Carter, empleada de Hawk Valley Gifts desde hace mucho tiempo, me
saludó con una sonrisa y luego se acercó a los dos clientes para ver si necesitaban
ayuda.
—¿A qué hora te vas? —preguntó Nash.
—Sobre las cinco. Iré a recoger a Emma en cuanto vea a mi madre.
—¿Aún no has hablado con ella?
—No. Todo ha pasado muy rápido. Pero necesito decírselo antes de irme.
Hace sólo tres días fui a casa de Nash y lo encontré en medio de una
conversación extrañamente amistosa con Harrison Corbett. Harrison dejó que Nash
explicara por qué había estado tan desesperado por ponerse en contacto conmigo.
Nada de la situación era lo que yo había pensado. Sentí cierta pena de que parte de
la fealdad se hubiera podido evitar si hubiera optado por responder a uno de los
mensajes de Harrison. Había tenido miedo y había permitido que ese miedo me
dominara.
Pero ahora que lo sabía, había muy poco tiempo que perder. En Phoenix, una
mujer moribunda esperaba ansiosa conocer a su nieta. El propio Harrison se había
mostrado francamente simpático cuando lo llamé después de hablar con Nash. Me dio
las gracias profusamente y se ofreció a desaparecer durante la visita si su presencia
me incomodaba. Le dije que no era necesario. No esperaba que intentara nada
desagradable delante de su madre moribunda. Estas personas eran la familia de
Emma. Si eran buenas personas que la querían, yo no tenía derecho a apartarlas de
su vida.
Así que esta noche mi hija y yo nos íbamos de Hawk Valley por un tiempo.
162
Emma estaba emocionada cuando le dije esta mañana que nos íbamos a pasar la
noche afuera. Nunca había estado en Phoenix y me preguntó si podíamos tener una
serpiente de cascabel como mascota. El plan era conducir hasta allí esta noche,
alojarnos en un hotel y mañana pasar el día con la madre de Randall. Volveríamos a
casa mañana por la noche.
Pero antes de irnos le debía una explicación a mi madre. Le debía toda la
historia que debería haberle contado hace cuatro años.
—Me gustaría que me dejaras ir contigo a Phoenix —dijo Nash y lo amaba por
querer estar allí. Lo amaba por muchas cosas. Se lo diría. Pronto. Aunque no me
correspondiera, no me arrepentiría de habérselo dicho.
—Emma y yo estaremos bien —le dije—. Tienes las manos ocupadas con ese
dulce bebé.
Nash consultó su reloj.
—Le dije a Nancy que hoy lo recogería temprano. Estamos planeando una
noche loca de comer puré de plátanos y ver dibujos animados.
—Estoy celosa.
Me di cuenta de que una de las mujeres estaba comprando un cuadro. La otra
llevaba una cesta llena de recuerdos cuidadosamente elegidos que, según me dijo,
eran para sus nietos.
—Estaba repasando los recibos de ventas del último mes —dije—. Parece que
el negocio está repuntando.
—Como dijiste que haría en verano —me recordó Nash.
Le tendí la mano. Aún no habíamos hablado de un cambio oficial de estatus,
pero ya no íbamos a mantener las cosas en secreto.
—¿Entonces te llamo cuando llegue al hotel esta noche?
—Más te vale. Estaré esperando.
Lo besé. Se suponía que iba a ser un beso rápido, pero Nash no me soltó y lo
convirtió en el tipo de beso que me dejaba sin aliento. Cuando salimos a tomar aire,
Betty y las dos clientas nos miraban fijamente.
—Madre mía —dijo una de las mujeres y se refrescó la cara sonrojada con un
abanico plegable de Hawk Valley.
Aquel beso me dejó un poco mareada, pero conseguí salir por la puerta a
trompicones con una sonrisa que no quería abandonar mi rostro.
Una hora más tarde ya no sonreía. Estaba sentada en la cocina de mi madre,
retorciéndome las manos mientras esperaba su reacción a las cosas que acababa de
contarle.
—¿Por qué? —preguntó.
Nerviosamente intenté hacer una broma.
—Suenas como Emma. 163

Mi madre frunció las cejas.


—¿Por qué intentaste ocultar algo tan importante?
Suspiré y rebusqué entre mis recuerdos para encontrar a la chica asustada que
había vuelto a casa cuatro años atrás sin perspectivas y llevando en su vientre al hijo
de un hombre muerto.
—Ya era bastante malo haber dejado los estudios y tener un hijo a los
diecinueve años. El hecho de que Randall fuera el padre hacía que la situación fuera
más difícil de sobrellevar. Sufría mucho y estaba muy decepcionada conmigo misma.
No podía soportar la decepción de los demás, sobre todo la tuya. —Tragué saliva—.
Fui una cobarde.
—Kathleen Margaret. —La voz de mi madre se elevó—. Una cosa que nunca has
sido es una cobarde.
Una lágrima cayó por mi mejilla. Parecía que aún no había terminado de
sacarlas todos.
Mi madre me miró y me pregunté qué pensaría de aquella persona que lloraba
en su cocina, su única hija. Aparte de nuestro cabello castaño y nuestra afición por el
café solo, teníamos poco en común. Se había dejado la piel durante treinta años en
Correos antes de jubilarse la primavera pasada. Nunca la había visto leer un libro, ni
siquiera tomar un periódico. Era muy extrovertida, con una larga lista de amigos,
siempre activa en diversas organizaciones benéficas. Pero, como yo, entendía el
desamor. Había sufrido sus propias pruebas en el terreno amoroso, con tres
matrimonios fallidos y una sucesión de novios inadecuados.
—Lo siento, mami —le dije, llamándola por un nombre que no le había dicho
desde que era una niña no mucho mayor que Emma—. Siento mucho no haberte dicho
la verdad.
—Oh Kat. —Ahora sus ojos verdes estaban llorosos—. Te perdonaría por
cualquier cosa. —Se levantó de la silla y me tomó en brazos—. Eres mi bebé,
Kathleen. El amor de mi vida. ¿No lo sabes?
Llorar en brazos de mi mamá mientras me acariciaba el cabello me parecía
infantil y reparador al mismo tiempo. Tenía veintitrés años y una hija, pero al instante
recordé cuando tenía cinco y me negaba a volver a dormir después de una pesadilla
si mi mamá no se quedaba conmigo en la cama. Y lo hizo. Tarareó una canción que
hoy canto a Emma y a Colin y aquella noche se quedó conmigo mucho después de
que me durmiera.
Una vez terminado mi festival de sollozos terapéuticos, mi madre cuestionó mis
planes de conducir hasta Phoenix.
—¿Estás segura de que esta gente es de fiar? —preguntó—. No creo que Emma
y tú deban ir solas. Yo puedo ir con ustedes.
—Nash ya se ofreció a ser nuestro escolta personal —dije—. Pero no, gracias.
Tengo que llevar a Emma yo sola. 164
—Si estás segura —dijo, y me di cuenta de que intentaba sopesar sus palabras
y evitar decir algo equivocado.
—Estoy segura.
Me observó.
—Ayer vi a Nash. Pasaba por la tienda y hacía tiempo que no entraba, así que
eché un vistazo. Estaba doblando camisetas. Doblándolas incorrectamente, debo
añadir.
Sonreí.
—Pero apuesto a que se veía genial haciéndolo.
Sonrió con satisfacción.
—Nunca dije que no fuera agradable a la vista.
—Es un buen tipo, mamá. Te lo juro.
Asintió.
—De acuerdo. Si tú lo dices, estoy segura de que es verdad. Confío en ti,
Kathleen.
Cuando salí de casa de mi mamá y fui a recoger a mi hija sentí que empezaba
un nuevo capítulo en mi vida. Todavía quedaba un gran tema por resolver, pero
tendría que esperar. Estaba nerviosa porque no sabía cuál sería el resultado. Al
principio le había prometido a Nash Ryan amistad y nada de líos ni complicaciones.
Ya no podía mantener esa promesa.
No sabía si él quería lo mismo que yo.
Nash
Me debatí entre traer o no a Colin conmigo. Podría haber encontrado a alguien
que lo cuidara durante unas horas. Pero al final decidí recoger la bolsa de los pañales
y llevármelo conmigo. El viaje de hoy le pertenecía a él tanto como a mí. Tenía
derecho a estar allí.
Los viajes en auto suelen adormecer a Colin, y lo cierto es que se durmió en
menos de diez minutos. Bajé el volumen de la radio y conduje la camioneta por las
sinuosas carreteras que se adentraban en las montañas.
Hacía años que no subía por aquí, pero aún me sabía la ruta de memoria.
Algunas de las curvas cerradas eran un poco angustiosas, pero no había nadie más
en la carretera. Todavía estábamos a unos kilómetros de la cabaña cuando empezó a 165
aparecer vegetación ennegrecida a ambos lados de la carretera, un recordatorio de
lo que había ocurrido aquí arriba en un pasado no muy lejano.
Había algo inquietante y antinatural en los gigantescos árboles carbonizados
que flanqueaban el asfalto. Este rincón del mundo siempre había sido exuberante y
verde, y algún día volvería a serlo. Pero tardaría un tiempo.
Pasé el desvío al pequeño lago donde mi padre y yo habíamos pasado nuestras
desastrosas excursiones de pesca. Esperaba que se hubiera librado de la devastación
que pasó por aquí una noche de fuertes vientos y destino brutal.
Aquí y allá había carriles privados sin asfaltar que serpenteaban fuera de la
carretera principal y conducían a rústicas casas de montaña. Había gente que vivía
aquí todo el año, pero no muchos y ninguno de ellos estaba en la zona donde el fuego
arrasó con tanta ferocidad. Sólo había una historia trágica de aquella noche y estaba
a punto de enfrentarme a ella.
Se me hizo un nudo en el estómago al llegar al desvío. Me aparté a un lado y
me detuve en la desembocadura del camino de tierra que conducía a la cabaña de
dos dormitorios que había pertenecido a mi familia durante cincuenta años. Los altos
pinos que antes se alzaban orgullosos a lo largo del corredor de un kilómetro que
conducía a la cabaña eran ahora cáscaras chamuscadas. Me pregunté si había sido un
error. No estaba seguro de qué esperaba ganar subiendo hasta aquí.
—Por estos lares siempre hay que prestar atención a los avisos de incendio, Nash.
Tómate en serio los días de no quemar y lárgate de Dodge en cuanto huelas humo.
Los incendios forestales no eran tan inusuales en las montañas. Por término
medio, se producía uno cada cuatro o cinco años. Las víctimas mortales eran
infrecuentes. Normalmente había una advertencia con tiempo suficiente para escapar
del fuego.
Subí por el camino, inseguro de lo que encontraría al final. Kevin Reston había
dicho que la cabaña era insalvable, sólo un montón de troncos quemados. Steve
Brown me habló de un seguro para la cabaña, pero le dije que hiciera lo que tuviera
que hacer y que no me molestara.
Los daños eran peores por aquí. Aquí debió ser donde el fuego había alcanzado
su punto álgido antes de que los esfuerzos combinados de los equipos de bomberos
y las nubes llenas de lluvia pusieran fin a su ferocidad. Odiaba pensar en ellos dos en
medio de todo aquello, en sus últimos momentos de terror, en sus agonizantes
pensamientos sobre el bebé que dejaban atrás.
Alguien había estado aquí recientemente para presentar sus respetos.
Probablemente un amigo. Chris y Heather Ryan tenían muchos amigos. Había un
arreglo floral fresco en medio de toda la devastación, un punto de color rosa brillante
entre las ruinas. La cabaña estaba irreconocible. Parecía como si alguien hubiera
tomado una pila de troncos de madera de juguete, los hubiera chamuscado en un
asador y los hubiera vuelto a colocar al azar en la tierra. Habían remolcado la
camioneta de mi padre, así que no había señales de dónde había estado aparcada,
pero apostaría a que lo había hecho en el mismo sitio de siempre, un pequeño claro 166
junto al lado oeste de la cabaña. Allí es donde las encontraron, junto a la camioneta.
Abrí las ventanillas y apagué el motor. Había un silencio absoluto, pero de
algún modo no era horrible. Lo había imaginado horrible, un silencio espeso lleno de
muerte. Pero era más tranquilo de lo que esperaba.
Cuando dejamos de movernos, Colin se revolvió en su sillita. Salté fuera y abrí
la puerta para sacarlo, comprobando su pañal por costumbre. Mi hermanito parpadeó
a la luz del sol mientras lo acomodaba en mi cadera y recogía los objetos que había
traído conmigo. Los había encontrado en el desván el otro día, cuando guardaba
algunas de las porquerías que había traído de Oregón. Al principio pensé que tal vez
podría utilizarlos alguna vez, cuando Colin fuera mayor. Quizá le gustaría aprender a
pescar. Pero decidí que la mejor idea sería jubilar estas cañas y comprar otras nuevas.
Estas cañas de pescar tenían demasiado que ver con mi padre y conmigo. Colin se
merecía unas propias.
Dejo las cañas en medio del claro. Uno de tamaño normal y otro de tamaño
infantil. Parecían un poco sencillas, así que tomé una de las rosas rosas del arreglo
floral y la coloqué con cuidado encima. Supuse que a quien había colocado las flores
allí no le importaría compartirlas.
Colin pronunció unas consonantes balbuceantes, algo que venía haciendo
últimamente. Era consciente de la responsabilidad que tenía. Había tanto que
contarle. Por supuesto, algunas partes de la historia nunca tendría que conocerlas.
Había algunas partes que habría vuelto a hacer si hubiera podido.
—Adiós, papá —susurré, mirando las cañas de pescar que había colocado una
al lado de la otra.
Aún me preguntaba por qué Chris y Heather me habían elegido a mí para
cuidar de Colin si ellos no podían.
—Porque sabían que estarías a la altura, que amarías y protegerías a ese niño.
Chris y Heather nunca dudaron de ti…
Eso es lo que Kat había dicho. Pero no entendía por qué era verdad. ¿Qué
demonios había hecho yo para ganarme esa confianza? Deseaba que hubiera alguien
a quien pudiera preguntar.
Si Kat estuviera aquí probablemente tendría algunas palabras adecuadas para
decir en un momento tan emotivo como este. Kat era buena con las palabras. Era
buena en todo lo que importaba. Pero el mejor talento de Kathleen Doyle resultó ser
despertar mi corazón de una manera que nadie más lo había hecho.
Pensé en ella, allí en Phoenix, enfrentándose valientemente a su problemático
pasado por el bien de su hija. Me alegré de que hubiera decidido ir. Me alegraría aún
más cuando volviera. Había cosas de las que teníamos que hablar.
—Vámonos de aquí —le dije a Colin y le besé la mejilla antes de llevarlo de
vuelta a la camioneta.
Las cicatrices de la tierra desaparecerían, pero dudaba que volviera a este
lugar en concreto. Eso no significaba que no volviera a las montañas. A pesar de lo 167
ocurrido, estaba seguro de que mi padre querría que Colin conociera los bosques,
que tuviera la satisfacción de sacar una gorda trucha arco iris del lago y de apreciar
cuánto más brillan las estrellas en la naturaleza salvaje. Yo podría enseñarle esas
cosas. Quizá Kat y Emma quisieran venir con nosotros.
De repente tenía un plan en la cabeza. En realidad, había estado ahí durante un
tiempo, al margen. Ahora todas las piezas encajaban y era el momento de actuar.
Podía empezar de nuevo. Sólo necesitaba un poco de ayuda para conseguirlo.
Me sentí mucho más relajado en el viaje de vuelta a la montaña. Aunque
probablemente había alguna norma en los libros de bebés, llevé a Colin a una
heladería y compartí un helado de vainilla con él. Le encantó, prácticamente me
engulló la mano mientras lo sostenía.
Mientras estábamos sentados en la mesa más cercana a la ventana, vi a mi viejo
némesis Travis Hanson bajando por la acera. Había oído que lo habían detenido la
semana pasada. En la ciudad se decía que uno de sus empleados lo había denunciado
por agresión. Parecía que, a veces, las ruedas de la justicia giraban como se suponía
que debían hacerlo.
Travis debió notar que alguien le observaba porque se detuvo de repente y
levantó la cabeza. Nuestros ojos se cruzaron y lo saludé con la mano al otro lado del
cristal. Frunció el ceño y se alejó. Me reí para mis adentros y me acabé el resto del
helado.
Por desgracia, no pudimos pasar el día comiendo helado porque había mucho
que hacer. En el estacionamiento de la heladería tamborileé con los dedos sobre el
volante y consideré mis opciones. Pedir ayuda seguía sin entusiasmarme.
Me di la vuelta y me dirigí a la cabeza de Colin en su asiento orientado hacia
atrás.
—Hagámoslo, hombrecito.
Eructó.
Sonreí. Luego llamé a mi tía.
—Jane —dije—. ¿Estás libre hoy? Me preguntaba si podrías ayudarme con
algunas cosas en la casa. Y si Kevin está por aquí sería genial que lo trajeras. Ah, y no
tengo el número de la madre de Kathleen pero si pudieras llamarla y pedirle que se
reúna con nosotros en la casa te lo agradecería. Sí, seguro.
Antes de volver a casa, paré en la tienda y compré algunas cajas de mudanza.
No sabía cuántas necesitaría, pero pensé que este montón era un buen comienzo.
Era hora de avanzar. Pasarían cosas. Estaba decidido a que, a partir de ahora,
sólo fueran cosas buenas.

168
Kathleen
—¿Por qué ese árbol parece raro? —preguntó Emma.
Sonreí cuando me di cuenta de que estaba señalando un cactus saguaro
gigante. Nunca había visto uno.
—Es otro tipo de árbol —le dije—. Se llama cactus. Sólo crecen en el desierto
y en vez de hojas tienen espinas.
—¿Esto es el desierto?
Pasamos por delante de un barrio residencial lleno de casas beige con tejados
de tejas.
—Sí, cariño. Phoenix es parte del desierto. 169

—¿Y mi segunda abuela está aquí? —Emma sonaba dubitativa.


—Sí. —El puñado de mariposas que tenía en el estómago se había convertido
en un enjambre ahora que nos acercábamos. Había enviado un mensaje a Harrison
antes de salir del hotel para informarle que estábamos de camino. Me dijo que nos
esperaban ansiosos y me dio el código de acceso a la comunidad.
Giré hacia la entrada y me acerqué al teclado para abrir las puertas mientras
sentía un breve déjà vu. Había estado aquí unas cuantas veces antes, cuando estaba
con Harrison. La última vez fue un día de Acción de Gracias, cuando me senté entre
Harrison y Randall, riéndome de la forma en que se agraviaban juguetonamente como
lo hacían los hermanos. La señora Corbett me guiñó un ojo desde el otro lado de la
mesa. Su marido había muerto el año anterior y recordé haber sentido un poco de
melancolía al pensar que vivía sola en aquella casa grande y elegante.
Y ahí estaba.
La casa de los Corbett era un amplio edificio de estilo mediterráneo que se
integraba en el lujoso vecindario. Vi el Mustang plateado de Harrison aparcado
delante y sentí una oleada de ansiedad. Esperaba estar haciendo lo correcto por
Emma. Creía que sí.
Debían estar mirando por la ventana, esperando a que llegáramos. Me agarré
de la mano de Emma mientras subíamos por el camino y vi que se abría la puerta.
Harrison estaba allí, con el brazo alrededor de los hombros de una mujer esbelta que
parecía tener unos veinte años. Su belleza de piel oscura se complementaba con el
vestido azul brillante que llevaba. Me miró a los ojos con una cálida sonrisa que no
podía haber sido fingida y sentí que mis recelos desaparecían.
—Hola Kathleen —dijo Harrison—. Nos alegramos mucho de que estés aquí. —
Su mirada se posó en mi hija y pude ver lo emotivo que era este momento para él.
Nunca había pensado en lo destrozado que debía estar por la muerte de su único
hermano. Habían estado muy unidos.
—Hola Emma —dijo, con la voz entrecortada.
Emma lo miró fijamente y luego me miró a mí, como si no estuviera segura de
si debía responder a aquel hombre extraño.
La mujer al lado de Harrison tomó la iniciativa, dando un paso adelante.
—Kathleen —dijo—. Me alegro mucho de conocerte. Soy Delia, la prometida
de Harrison.
Su acento sonaba vagamente caribeño y en lugar de un cortés apretón de
manos me envolvió en un cálido abrazo. No me importó.
Delia se agachó hasta el nivel de Emma.
—Hola, Emma. Hemos estado esperando para conocerte.
Mi hija la miró de arriba abajo.
—Tu vestido es bonito.
170
Delia se rió y la abrazó también.
—Gracias cariño.
Delia era encantadora y Emma era toda sonrisas mientras tomaba la mano de
Delia y la seguía al interior de la casa. Harrison se quedó atrás, junto a la puerta. Vio
pasar a su prometida con su sobrina y luego se volvió hacia mí. Se produjo un
incómodo momento de silencio.
—No sé cómo agradecerte esto, Kat.
—Ya me diste las gracias, Harrison. De todos modos, estoy haciendo esto por
Emma. Y por tu madre. —Hice una pausa—. Todavía no estoy segura de ti.
Asintió y pareció avergonzado.
—Lo siento. Y estoy seguro de que no quieres oírlo después de todo este
tiempo, pero nunca fuiste una chica cualquiera para mí. Me quedé destrozado cuando
te perdí aunque me lo merecía. Y sé que dije muchas cosas terribles.
Lo había hecho. Harrison se enteró de lo de Randall y yo justo antes de que
muriera su hermano y no se tomó bien la noticia. Nunca tuve la oportunidad de decirle
a Randall que estaba embarazada. Pero en un momento de debilidad fui y se lo conté
a Harrison. La última vez que hablamos me había llamado puta malvada, entre otras
cosas. Dijo que ni él ni su familia tendrían nada que ver conmigo, y me advirtió que
me pagaría si tenía que hacerlo. No le di la oportunidad. En los meses siguientes, pasé
muchas noches en vela, sintiendo al bebé dar patadas en mi vientre y recordando el
odio en los ojos del hombre al que una vez creí amar.
—Lo que pasó entre Randall y yo —dije—, no estaba planeado, y no
intentábamos hacerte daño. No me malinterpretes, estaba furiosa contigo por
haberme dejado en ridículo. De hecho, estaba destrozada. Harrison, te juro que no
buscaba vengarme de tu hermano cuando recurrí a él. Pero sé que no debí hacerlo y
lo siento. —Tomé aire y miré hacia la casa donde se había criado el padre de Emma—
. Randall me importaba de verdad. Quería ayudarlo.
Ahora no había odio en los ojos de Harrison. Sólo arrepentimiento.
—Puedo aceptarlo —dijo—. Si tú puedes aceptar mis disculpas.
Lo pensé.
—Creo que ambos podemos dejar el pasado atrás y seguir adelante ahora.
Sonrió.
—¿Qué tal si entramos y presentamos a Emma a su abuela?
Le devolví la sonrisa.
—Me gustaría.
Dentro de la casa, Delia escuchaba a Emma hablar sin parar.
—Es muy divertida. Y me hace muy feliz. Roxie es la mejor perra del mundo.
Delia escuchó con una sonrisa cortés.
—¿Roxie es el nombre de tu perra? 171

—Sí. Ahora es sólo la perra de Nash. Pero será mi perra.


Delia asintió.
—Ya veo. Suena maravillosa.
—Lo es.
Delia nos miró mientras Harrison cerraba la puerta principal. La casa estaba tal
como la recordaba, impecable y costosamente decorada. Harrison le tendió una mano
a su prometida y ella alargó la suya para sujetarla.
—¿Entramos? —preguntó.
—Sí —dijo—. Estoy seguro de que está escuchando.
Emma deslizó su mano entre las mías mientras seguíamos a Harrison y Delia
por un largo pasillo. Había una habitación al final y la puerta estaba abierta. Delia
miró por encima del hombro y esbozó una sonrisa de ánimo.
Harrison asomó la cabeza por la puerta.
—¿Mamá? —dijo en voz baja—. ¿Estás despierta?
—Sí —respondió una voz aguda y temblorosa—. ¿Están aquí? ¿Está Emma aquí?
Emma se apartó de repente y me miró preocupada.
—No pasa nada —le aseguré y la conduje a la habitación.
La mujer de la cama sólo se parecía un poco a la elegante mujer de mediana
edad que había sonreído con indulgencia a sus dos revoltosos hijos al otro lado de la
mesa una noche de Acción de Gracias. Llevaba la cabeza cubierta por un pañuelo y
la cama de grandes dimensiones no hacía sino resaltar los estragos que el cáncer
había causado en su complexión, antaño robusta. Harrison acudió inmediatamente a
su lado cuando se incorporó con dificultad. En una mesita había frascos de pastillas y
demás parafernalia médica, y la habitación estaba muy caliente, probablemente en
beneficio de la señora Corbett.
Harrison apoyó con cuidado a su madre en las almohadas de la cama y su rostro
demacrado nos observó. El único rasgo que no cambió fue el color de sus cálidos ojos
marrones, que se abrieron de par en par cuando se posaron en Emma.
—Hola, cariño —le dijo y le tendió la mano, haciéndole señas a Emma para que
se acercara—. Soy tu abuela y estoy encantada de conocerte.
Había hecho todo lo posible para que Emma comprendiera la realidad de la
situación. Su abuela estaba muy enferma. Parecía enferma y probablemente no
podría levantarse de la cama. Emma era una niña sensible, pero también tenía tres
años y medio y a veces era imprevisible. No estaba segura de cómo reaccionaría ante
tanta emoción en la habitación.
—Hola —dijo Emma y se acercó de buena gana a la cama. Emma y su abuela
se examinaron de cerca durante unos segundos.
—¿Cómo es que llevas un sombrero en la cama? —preguntó Emma con 172
curiosidad y la señora Corbett soltó una risita.
Respiré aliviada. Todo saldría bien. Todo estaría bien.
La señora Corbett le dijo a Emma que tenía algo muy especial para ella e hizo
un gesto a Harrison para que acercara una gran bolsa rosa de regalo. Emma no perdió
tiempo en quitar el papel de seda y sacó un adorable animal de peluche que parecía
una versión en cachorro de Roxie.
Los ojos de Emma se abrieron de par en par y apretó el juguete contra su
pecho.
—Es hermosa —dijo mi hija con voz asombrada, y pensé que el pobre señor
Ford acababa de ser degradado.
Había lágrimas en los ojos de la Sra. Corbett.
—Tú eres hermosa.
Emma miró a la mujer.
—¿Estás triste?
—No, cariño. No estoy triste. Hoy es un día feliz. Sólo estaba recordando cómo
tu padre solía tener un perro de peluche igual.
—¿Está aquí? —Emma preguntó.
Me estremecí. Harrison me miró con expresión preocupada. Yo también había
intentado explicarle lo de su padre a Emma, pero había temas complicados con los
que se podía agobiar a una niña en edad preescolar.
—Emma —dije suavemente, agachándome a su lado—. ¿Recuerdas cuando
hablamos de tu papá? ¿Sobre cómo se fue?
Asintió lentamente.
—Como la tía Heather y el tío Chris —susurró, y pensé en lo injusto que era que
ya hubiera estado expuesta a tanta muerte cuando apenas comprendía el concepto.
Había perdido a su papá. Había perdido a las personas que eran prácticamente sus
padres sustitutos. Y pronto perdería a esa abuela que acababa de conocer. No, no era
justo. Pero también tenía esperanza. Esperaba que no olvidara que la vida es algo
frágil que hay que apreciar sin reservas.
—Así es —dije y la abracé fuerte, con perro de peluche y todo.
Emma no tardó en reaccionar y empezó a hacer rebotar su nuevo juguete sobre
la cama. De repente se dio cuenta de que Harrison estaba al otro lado de la habitación.
—¿Tú también vives aquí?
Parecía sorprendido de que se dirigiera directamente a él.
—Solía hacerlo. Ahora Delia y yo vivimos a unos quince kilómetros.
—¿Por qué?
—Porque cuando creces te mudas y encuentras tu propio hogar. 173

—¿Por qué?
Sonrió.
—Es algo que hace la gente.
A Emma no le gustó esa respuesta.
—No quiero alejarme de mi mami.
Me reí.
—No te preocupes por eso pronto, Ems.
—Kathleen. —La Sra. Corbett se dirigía a mí con voz suave. Me tendió la mano
y la tomé, observando lo delgada y frágil que era la suya.
—Siento no haberla traído a verte antes —le dije, pero negó con la cabeza con
vehemencia.
—No. Me has dado un regalo increíble. Ha habido muchos malentendidos. —
Dirigió una mirada aguda al hijo que le quedaba—. No tengamos más. Te estoy muy
agradecida por traer a Emma aquí. Y estoy muy agradecida de que la hija de Randall
tenga una madre tan maravillosa. —Se volvió hacia Emma y sonrió—. Emma, ¿puedes
sentarte cerca de mí? Hay un libro que me gustaría leerte.
Delia lo tomó como una señal. Buscó un libro infantil descolorido en la cómoda
y se lo entregó a la señora Corbett. Eché un vistazo al título. Era Love You Forever y
supuse que debía pertenecer a sus hijos cuando eran pequeños.
Emma se acomodó con su nuevo peluche en la cama y se dispuso a escuchar el
cuento. A Emma le encantaban los libros. Incluso más que las fresas.
Quizá no tanto como amaba a los perros.
—Kathleen —susurró Delia y vi que ella y Harrison habían salido de la
habitación y estaban de pie junto a la puerta.
La señora Corbett empezó a leerle a Emma con una voz que ahora era
sorprendentemente fuerte y clara. Me levanté y salí de la habitación. Estaban ya tan
absortas en la historia que no me vieron marchar.
Delia se agarraba al brazo de Harrison y me dio la impresión de que estaba
nerviosa. Miró a su prometido como si le instara a hablar, pero como él no lo hizo, ella
siguió adelante.
—Kathleen, no queremos que te sientas presionada de ninguna manera. No hay
suficientes palabras de agradecimiento para expresar nuestra gratitud.
Volvió a mirar a Harrison y esta vez él se aclaró la garganta.
—Nos encantaría volver a ver a Emma —dijo—. Si te parece bien. Es mi sobrina
y cuando la miro recuerdo cuánto amaba a mi hermano. Y lo mucho que lo extraño.
Miré detrás de mí, a la habitación donde Emma estaba pendiente de cada
palabra que su abuela le leía. Estaba tan acostumbrada a tener a Emma para mí sola
que casi me resultaba extraño compartirla con otra familia. Pero no debería sentirme
174
así. Esta también sería su familia.
—Creo que Emma lo disfrutaría —dije.
Harrison parecía aliviado.
—Y si necesitas ayuda financiera estaremos encantados de...
—No —interrumpí, erizándome—. No necesito ayuda financiera.
Se echó atrás.
—No quise decir eso de la forma en que salió. No tenemos intención de
entrometernos en tu vida o dictar condiciones. Pero Emma es la hija de Randall y sólo
quería que supieras que estamos aquí para ella.
—Y para ti —añadió Delia—. Estamos aquí para ti también, Kathleen. Realmente
espero que podamos ser amigas.
Parecían tan serios, tan esperanzados. En la otra habitación, Emma y su abuela
se echaron a reír.
—Me gustaría ser tu amiga —le dije a Delia y lo decía en serio.
Los tres nos quedamos afuera de la habitación un rato más, dando a Emma y a
su abuela intimidad para que se conocieran. Me enteré de que Harrison se había
convertido en asesor financiero y me costó un poco imaginarme al bravucón futbolista
que había conocido en la universidad sentado frente a una mesa de conferencias y
asesorando a parejas sobre planes 401K3. Pero las cosas cambian. La gente cambia.

3Plan 401K: Es un plan calificado de compensación diferida. Es una manera


de aumentar tus ahorros para la jubilación. Tu empleador deducirá tus contribuciones antes de
Delia estaba estudiando un doctorado en bioquímica y planeaba convertirse en
profesora.
—Ese solía ser mi plan —dije—. Convertirme en profesora.
Se quedó pensativa.
—Todavía puedes. No es demasiado tarde.
Consideré la idea.
—Tienes razón —dije—. No es demasiado tarde.
Una enfermera de cuidados paliativos llegó justo antes del almuerzo para ver
cómo estaba la Sra. Corbett. Su presencia fue un recordatorio aleccionador de que a
la mujer de la habitación de al lado no le quedaba mucho tiempo de vida.
Harrison pensó que su madre se estaba cansando demasiado, pero ella
protestó y me rogó si Emma podía quedarse un rato más. Se llegó a un acuerdo en el
que ella aceptó descansar una hora mientras Delia preparaba el almuerzo. Los adultos
disfrutaron de pollo al limón con quinoa mientras Emma se comía un sándwich de
queso a la plancha con una guarnición de fresas. Emma deleitó a la mesa con cuentos
de preescolar y, cuando terminé de comer, me excusé un momento para enviar un
mensaje de texto a Nash. Estaba un poco preocupado por el viaje y quería decirle que
175
no tenía que preocuparse por nada.
Todo va bien. Emma conoció a su abuela y le regalaron un reemplazo
sintético de Roxie. Pienso en ustedes.
Estaba a punto de volver a meter el teléfono en el bolso, pero me decidí por
una línea más.
Te extraño mucho.
Cuando nuestros papeles se habían invertido recientemente, Nash me había
dicho eso. Yo no se lo había respondido en aquel momento, aunque no dejaba de
pensar en él. Esperé unos minutos, pero no hubo respuesta. Tal vez no lo había visto
de inmediato. Nash no siempre tenía el teléfono a mano.
La sonora carcajada de Delia llegó desde el comedor, seguida de la risita
aguda de Emma. Me quedé donde estaba unos segundos más y me limité a escuchar.
Pasaríamos unas horas más aquí y luego nos pondríamos en camino para estar de
vuelta en Hawk Valley antes de la cena. Ya estaba pensando en ofrecerme a traer a
Emma aquí de nuevo muy pronto. Los recuerdos que Emma estaba construyendo hoy
serían preciosos para ella. Debería tener la oportunidad de crear más.
También había decidido otra cosa. Antes de ir a casa esta noche me detendría
a ver a Nash. Necesitaba decirle lo que sentía por él. Si él no sentía lo mismo, era
mejor saberlo ahora, cuando aún podía salvar pedazos de mi corazón. Si me
enamoraba más de él, no sabía si me recuperaría.
—¡Mamá! —cantó Emma—. ¿Dónde estás?

impuestos de tu sueldo, y tus ahorros no estarán sujetos a impuestos hasta que hagas retiros
durante la jubilación.
—Aquí estoy —dije, sonriendo mientras volvía al comedor.

176
Nash
Aún estábamos decidiendo las categorías cuando apareció la madre de
Kathleen.
—¿Qué es todo esto? —Eleanor Doyle exigió saber después de que irrumpió
por la puerta principal. Supongo que me lo tenía merecido por no haberla cerrado.
Frunció el ceño cuando vio todas las cajas en el suelo del salón. Kevin estaba
encorvado, garabateando en una con un rotulador negro mientras Jane envolvía un
jarrón de cristal en plástico de burbujas.
—Hola Eleanor —dijo Jane.
—¿Te mudas? —Me preguntó la madre de Kathleen. Me pareció que sonaba 177
demasiado esperanzada.
—No —respondí—. Estamos trabajando en empaquetar algunos de los efectos
personales de Chris y Heather. Pensé que ya era hora y como Heather era tu sobrina
pensé que nos vendría bien tu ayuda para decidir qué es lo mejor.
Todo eso era cierto, pero también tenía otra razón para llamar a la madre de
Kathleen. Trataba descaradamente de caerle en gracia porque quería impresionar a
su hija.
—Hola, Eleanor —dijo Kevin.
Miró en su dirección y asintió con la cabeza antes de volverse hacia mí.
—Las cosas importantes, las sentimentales, se guardarán en cajas en el desván
—dije—. Pero supongo que la mayor parte de la ropa puede ir a la beneficencia. —
Hice una pausa—. ¿Qué te parece?
Eleanor siguió mirándome y luego asintió lentamente.
—Creo que Heather lo aprobaría. Y mi iglesia organiza un mercadillo el
sábado. Así que cualquier cosa que quieras donar te la puedo quitar de las manos.
Sonreí.
—Gracias, sería estupendo. Sabía que podíamos contar contigo. —Estaba
exagerando un poco y Kevin enarcó una ceja como diciendo que detectaba un
aumento significativo en mi medidor de estupideces, pero Eleanor se sonrojó y
pareció satisfecha.
Se ofreció a empezar por el dormitorio principal y ordenar las cosas de
Heather, lo cual fue un alivio porque aún me sentía un poco raro allí dentro. Tendría
que superarlo. No podía cerrar la habitación para siempre y mantenerla como una
especie de santuario gótico. No sería saludable para Colin, para ninguno de nosotros.
Jane siguió a Eleanor escaleras arriba con algunas cajas, dejándonos a Kevin y
a mí solos en el salón.
Recogí un plato de cristal que estaba en un expositor sobre la mesa auxiliar.
Parecía viejo, probablemente antiguo.
—¿Quieres empaquetar todos los objetos rompibles? —Kevin preguntó.
Asentí con la cabeza.
—La mayoría. Colin está casi listo para gatear. Luego caminará. Así que hay
que prepararlo a prueba de bebés. —Tomé plástico de burbujas—. Estas cosas irán
al ático por ahora.
—Nash.
Levanté la vista y me encontré al viejo amigo de mi padre con expresión
apenada.
—Hace tiempo que quería hablar contigo, sobre aquella noche en Sheen’s.
—No hace falta.
178
—Sí que lo hace. Tenías razón sobre Travis, no hay ningún misterio. Pero tengo
que disculparme por lo que te dije. Te dije que creía que habías madurado un poco,
dando a entender que seguías siendo el mismo niño imprudente de siempre.
Arranqué un trozo de plástico de burbujas.
—Lo recuerdo.
—Estaba equivocado —dijo Kevin rotundamente—. Has dado un paso adelante
por aquí que no esperaba. Veo cómo eres con Colin, lo mucho que te esfuerzas. Y te
admiro, Nash. Tu padre sabía lo que hacía cuando te puso al mando.
Lo vi dar un vistazo a una foto de mi padre y Heather el día de su boda. Estaban
abrazados y sus caras eran de éxtasis. Ojalá hubiera estado allí aquel día. Deseé
haber soltado la rabia a la que me había aferrado. Había perdido tanto tiempo. Al
menos ya no me quedaba rabia. De repente me di cuenta de que los había perdonado
a los dos hacía mucho tiempo. Se habían encontrado y enamorado y no tenía nada que
ver conmigo. Debería habérselo dicho. Ahora era demasiado tarde.
Excepto que no lo era. Porque estaba Colin. Tal vez por eso me habían elegido
como su tutor. Quizá era la forma que tenía mi padre de decirme que sabía que no le
guardaría rencor, y que tenía más fe en mí de la que jamás había imaginado. De
alguna manera, Chris y Heather tenían que saberlo. Habían confiado en que yo
asumiría ese papel si fuera necesario. Nunca desperdiciaría esa fe.
—Quizá podamos ir a tomar algo alguna vez —le dije a Kevin—. A algún sitio
que no sea Sheen's.
Sonrió.
—De acuerdo.
Terminé de envolver el plato antiguo. Lo guardaría. Pero las fotos se quedarían.
Colin podría ver a sus padres y tal vez sentir que, de algún modo, velaban por él.
—¿Crees que tenemos suficiente plástico de burbujas? —pregunté.
Kevin miró a su alrededor.
—Puedo salir corriendo por más si es necesario.
Había dejado el monitor de bebé en el sofá y se puso en marcha cuando Colin
se despertó en la cuna y empezó a balbucear. Sabía que probablemente se
entretendría unos minutos antes de reclamar algo de atención, así que mientras tanto
envolví algunos objetos de valor más.
Cuando pasaron cinco minutos y no aullaba para que lo levantara, me pregunté
si se habría vuelto a dormir, así que subí a comprobarlo. Pude ver el dormitorio
principal, donde Eleanor Doyle doblaba la ropa con maravillosa eficacia y la colocaba
en montones ordenados sobre la cama. No se fijó en mí al pasar y fui directo a la
habitación de Colin. Me sorprendió un poco lo que encontré allí.
Jane había levantado a Colin y lo mecía en la silla junto a la ventana. Jane rara
vez levantaba al bebé y siempre que lo hacía parecía ansiosa por volver a acostarlo
lo antes posible. Le estaba enseñando algo en el teléfono, tal vez un dibujo animado.
No sabía cuánto le gustaría a Colin, pero parecía interesado. 179

—¿Va todo bien? —pregunté y la cara de Colin se volvió inmediatamente al oír


mi voz. Rebotó de emoción en el regazo de Jane.
—Se despertó —dijo Jane, apagando el teléfono—. Acabo de entrar a verlo.
Espero que esté bien.
Me apoyé en el cambiador.
—Claro que está bien. Eres su tía.
Apoyó la cabeza de Colin en la palma de la mano y lo miró pensativa.
—Te recuerdo cuando tenías esta edad, Nash. —Me miró—. Es difícil de creer
ahora. Eres más alto de lo que era tu padre.
Señalé el teléfono.
—¿Qué estaban mirando?
—¡Oh! Encontré un vídeo que grabé en el hospital el día que nació Colin para
enseñárselo. Toma. —Me tendió el teléfono—. Tú también deberías verlo.
El vídeo sólo duraba unos minutos y lo empecé desde el principio. Estaban en
el hospital, probablemente pocas horas después del nacimiento de Colin. Heather
parecía cansada pero radiante mientras abrazaba a su nuevo bebé. Estaba mirando
al bebé cuando apareció mi padre. Se arrodilló junto a la cama, miró dentro de la
manta azul que envolvía a su hijo recién nacido y le dio un suave beso a su mujer. Ella
le sonrió y luego volvió a mirar al bebé.
—Hola Jane, ¿qué te parece tu nuevo sobrino? —preguntó mi padre.
—Es precioso —dijo la voz de Jane desde detrás de la cámara.
—Igual que su hermano —dijo mi padre. Se apoyó en la pared y se cruzó de
brazos con una sonrisa de felicidad en la cara—. No puedo creer que sea padre de
nuevo a los cuarenta y cinco.
—Todo un veterano —se burló Heather riendo.
—Pero ¿quieres saber una cosa? —le dijo—. He aprendido a valorar cada
momento, algo que no supe hacer cuando nació Nash.
—¿Lo has llamado? —Heather preguntó—. ¿Llamaste a Nash?
—Lo llamé y le dije que por fin tenía un hermano. Parecía contento. —Mi padre
parecía pensativo, esperanzado—. Creo que podría venir de visita.
Colin hizo un ruido y Heather lo calmó mientras mi padre los miraba fijamente.
—Dos hijos —dijo, sonando un poco asombrado—. Dos niños perfectos que son
mi orgullo y mi alegría. —Luego miró directamente a la cámara—. Todavía no puedo
creer mi suerte.
—Colin. —Heather cantó el nombre mientras mecía al bebé de un lado a otro—
. Colin, ¿sabías que tienes un hermano mayor? Y te va a adorar. —Besó la carita
dormida entre sus brazos—. Te prometo que te va a amar.
Mi padre se sentó en el borde de la cama y rodeó con un brazo a su mujer y a 180
su hijo. La cámara siguió observando a la familia durante otros treinta segundos, pero
ellos no parecían darse cuenta.
Chris Ryan no había sido perfecto. Nadie lo era. Pero mientras veía los últimos
segundos del vídeo me di cuenta de que podía aprender de sus triunfos. Y de sus
errores. Eso es lo mejor que cualquiera de nosotros puede hacer.
—Te prometo que te va a amar.
Y así era. Amaba tanto a este bebé que me dolía. Crecería con el dolor de haber
perdido a sus padres antes de conocerlos. Haría todo lo posible para ayudarlo a
navegar por las extrañas y a veces insoportables realidades que nos desafiaban en
esta vida. Porque también podía ser maravillosa. Y amar a los demás era lo que hacía
que mereciera la pena.
—Oh, Nash —dijo Jane cuando el vídeo terminó de reproducirse y me estaba
secando los ojos—. Lo siento. No quería molestarte.
Mi tía parecía afligida, al borde de las lágrimas.
—No, está bien —le dije, limpiando las últimas lágrimas. Le devolví el
teléfono—. Gracias por enseñármelo. De hecho, si pudieras enviármelo sería genial.
Colin querrá verlo algún día.
—Por supuesto.
Colin se movió entre sus brazos y empezó a sentirse un poco nerviosa, así que
estiré las manos para tomarlo.
—Es muy bueno lo que estás haciendo —dijo Jane y se puso de pie—. Quedarte
aquí, criarlo en esta casa. Le estás dando la vida que Chris y Heather querían para él.
Sabía que lo harías. Eres el único que podría haberlo hecho.
—Gracias, Jane —dije mientras Colin intentaba agarrarme la oreja izquierda.
La sonrisa de mi tía se volvió un poco diabólica.
—Sabía que también la amarías. Lo supe cuando los vi juntos.
—¿A quién? —pregunté aunque sabía muy bien a quién.
—Kathleen.
No contesté. Hice rebotar a Colin y chilló de alegría.
—Sí, ¿verdad? —Jane presionó—. La amas.
Eleanor Doyle apareció de repente en la puerta.
—¿Hay más cajas? —preguntó—. Voy a necesitar al menos tres más sólo para
la ropa.
—Hay algunos más abajo —dije, contento por la oportunidad de escapar del
escrutinio de Jane—. Sígueme.
Antes de salir de la habitación miré por encima del hombro y Jane me dedicó 181
una sonrisa cómplice. Había una respuesta fácil a su pregunta, pero no estaba
dispuesta a revelar mis sentimientos por Kat hasta que hablara con ella. Se lo debía y,
de todos modos, podría estar ladrando al árbol equivocado. Kat podría ser feliz
manteniendo las cosas como estaban y yo no estaba emocionado de que todo el
mundo fuera testigo de un golpe salvaje a mi orgullo. Y a mi corazón.
Kevin ya estaba tapando algunas de las cajas de abajo y se ofreció a empezar
a trasladarlas al sótano. Eleanor y Jane tomaron más cajas para la ropa y volvieron a
subir.
—Debes de tener hambre —le dije a Colin después de cambiarle el pañal.
—Babababa —respondió Colin. No sabía si el sonido tenía algún significado
para él, pero era increíble oírlo intentarlo.
Después de mezclar un biberón, encontré mi teléfono en la mesa de la cocina.
Había algunos mensajes de Kathleen. Me alegraba saber que todo había ido bien.
Había pensado mucho en ella y en Emma. Su segundo mensaje me hizo sonreír.
En cuanto volviera a la ciudad la acorralaría para una conversación muy
importante. Sólo esperaba que le gustara oír lo que tenía que decir.
Kathleen
Es probable que Hawk Valley no pareciera gran cosa para quienes estuvieran
acostumbrados a lugares más exóticos. Hay que conducir unos cien kilómetros por la
carretera interestatal que sale de Phoenix hacia el norte, y luego incorporarse a una
carretera estatal más pequeña otros cincuenta kilómetros antes de vislumbrar por
primera vez el valle al pie de las majestuosas Hawk Mountains.
Pasé por delante de un monumento tras otro, sintiendo la dulce familiaridad de
volver a casa. Allí estaba el pequeño campus de la Escuela Hawk Valley, luego el
antiguo juzgado restaurado, justo antes de la calle principal, Garner Avenue.
Entrecerré los ojos al pasar por delante de la tienda de Nash, preguntándome si
estaría allí hoy. Incluso si estaba, lo más probable era que ya se hubiera ido a recoger 182
a Colin.
Eran casi las siete de la tarde, más tarde de lo que esperaba volver. Emma
dormía la siesta en el asiento trasero con los brazos alrededor de Roxie Jr, como había
bautizado al peluche de su abuela. No podía haber pedido un día mejor para mi niña,
pero me sentía aliviada de que hubiera terminado.
En el asiento de al lado, en una bolsa de papel de la compra, había algunas
cosas que la señora Corbett había querido que guardara para Emma. Una era el libro
que habían leído, uno de los favoritos de Randall cuando tenía su edad. También había
una caja llena de fotos de la familia Corbett y una foto enmarcada de Randall, de ocho
por diez, tomada durante su último año de instituto, pocos años antes de que los
conociera a él y a su hermano en la Universidad Estatal de Arizona.
Me pregunté qué habría dicho Randall sobre el día de hoy, cómo se habría
sentido al ser padre. Ayer solicité un cambio en el certificado de nacimiento de Emma
para que figurara el nombre legítimo de su padre. No habríamos acabado juntos
pasara lo que pasara. Simplemente no estaba destinado a ser. Pero tal vez el
conocimiento de la paternidad inminente lo habría convencido de obtener la ayuda
que necesitaba tan desesperadamente. O tal vez no. En cualquier caso, Randall tenía
un corazón bondadoso, así que me gustaba pensar que habría adorado a su hija si la
hubiera conocido.
Era pleno verano y los restos de luz solar persistían hasta bien entrada la tarde.
Me gustaba este momento del día, suspendido entre la luz del día y la oscuridad,
cuando la luz se volvía suave y generaba sombras amables.
En el semáforo de la avenida Garner eché un vistazo a Emma. Habíamos parado
a cenar por el camino y quizá estuviera lista para irse a la cama después de un día tan
emocionante.
Pero ahora tenía los ojos abiertos y miraba por la ventana.
—Este es mi hogar —dijo, sorprendida y encantada.
—Sí, estamos de vuelta en Hawk Valley.
Bostezó.
—¿Qué hacemos ahora?
Sabía exactamente lo que quería hacer ahora.
—¿Te gustaría presentar Roxie con Roxie Jr.? —Le pregunté.
Se le iluminó la cara.
—¡Sí!
—Bien. Eso es lo que estamos haciendo.
Giré a la derecha en el semáforo, hacia el barrio salpicado de viejas casas
victorianas. Tuve una breve duda al acercarme a la calle de Nash. Hoy no me había
contestado y yo no le había llamado para avisarle que iba a pasar por allí. Tal vez 183
podría parecer necesitada, entrometida.
Dejé de lado la idea. Había cerrado mi corazón a la posibilidad del amor
durante demasiado tiempo. Aunque hoy me humillara y me viera obligada a
reconocer que Nash no sentía lo mismo, no me arrepentiría. Era hora de arriesgarme
y descubrir qué podía salir de ello.
Pero cuando me detuve en la acera frente a la casa de Nash, hice una doble
toma.
—¿Es la abuela? —preguntó Emma.
—Uh, seguro que se parece a ella —dije, apagando el motor.
Mi madre estaba de pie en el jardín delantero de Nash y sostenía a Colin
mientras Nash cargaba unas cajas en el maletero de su Toyota. Se estaba riendo.
Luego me saludó con la mano. Fue extraño.
Emma no pensaba lo mismo. Se desabrochó el cinturón de seguridad, cosa que
le he ordenado al menos setecientas veintiséis veces que no haga, e intentó salir
corriendo del auto.
—Mami —se quejó—. ¡No puedo salir!
Suspiré y liberé el seguro para niños. Emma saltó por el jardín delantero de
Nash con Roxie Jr. colgando de una mano.
—¡Mira lo que tengo! Me lo regaló mi otra abuela. —Emma levantó el juguete
como prueba. Colin hipó y la miró fascinado. Mi madre me llamó la atención mientras
me acercaba.
—¿Así que salió bien? —me preguntó.
—Sí. Tuvimos un día encantador, ¿verdad, Ems?
Emma intentaba colocar a Roxie Jr. en los brazos de Colin.
—Me divertí.
Nash cerró el maletero del auto y se dirigió hacia nosotros. Llevaba unos
vaqueros desteñidos y una camiseta blanca que sin duda había visto días mejores, y
tenía tan buen aspecto que casi me fallaron las rodillas. Entonces me sonrió y tuve
que recordarme a mí misma que debía respirar.
—Estás en casa —dijo.
Quería correr hacia él, saltar a sus brazos, enterrar la cara en su cuello e inhalar
el calor de la piel.
—Estoy en casa —dije y nos miramos fijamente. Había más calor en aquella
mirada mutua que el que contenía el planeta Mercurio.
—Bueno —dijo mi madre—. ¿Quién quiere sostener a este pequeño caballero?
Me tengo que ir.
Eso me recordó que aún no entendía por qué estaba aquí en primer lugar. Nash
extendió los brazos para recibir a su hermanito.
—Gracias por toda tu ayuda hoy, Eleanor —dijo. 184

—Por supuesto —dijo y me dio un beso en la mejilla—. Llámame mañana, Kat.


Quiero que me cuentes todo sobre tu visita. —Se inclinó para besar a Emma, se metió
en el auto y se fue.
Me volví hacia Nash.
—¿Qué demonios acaba de pasar?
A Nash le hizo gracia.
—Tu madre y yo estuvimos saliendo hoy. En realidad es una señora bastante
genial.
—Sé que es una señora genial.
—Y ya veo de dónde sacaste tu capacidad de organización.
—Eso no es realmente una respuesta completa a mi pregunta.
—También veo de dónde sacas tus instintos mandones.
—¡Nash!
Sonrió y, sin previo aviso, me rodeó el cuello con la mano y me besó. No
podíamos ponernos exóticos con dos niños mirando, pero el roce de sus labios bastó
para que mi cabeza diera vueltas. También fue suficiente para hacerme callar. Que
era probablemente lo que pretendía.
—Hicimos algunas obras en la casa —dijo.
—¿Tú y mi madre?
—Y Kevin y Jane.
Estaba confusa.
—¿Qué tipo de obras?
—A prueba de bebés. Este pequeñín se está preparando para tener movilidad.
—Levantó a Colin por encima de su cabeza y el bebé rió encantado. Nash sonreía
cuando volvió a bajarlo. Luego se le borró la sonrisa—. También hemos limpiado el
dormitorio principal. Ya era hora. Guardamos los objetos sentimentales, los metimos
en cajas y los pusimos en el desván. Tu madre se llevó las cajas llenas de ropa porque
conocía una buena causa a la que le vendrían bien unas cuantas donaciones más.
—Ya veo —dije, un poco asombrada de que Nash hubiera dado ese paso. La
última vez que había abordado el tema de las pertenencias de Chris y Heather me
había cortado y cambiado de tema.
—¿Dónde está Roxie? —preguntó Emma—. Quiero mostrarle a Roxie Jr.
Nash señaló al perro de peluche que tenía en brazos.
—¿Es Roxie Jr.?
Emma asintió.
—La quiero menos que a Roxie pero también la quiero.
Se echó a reír. 185

—Roxie ha estado en el patio casi todo el día. Sé que ha estado esperando a


que volvieras. —Le tendió la mano—. Vamos. Vamos a verla.
Emma deslizó su pequeña mano en la grande de Nash y caminaron hacia la
puerta de madera que daba al patio trasero. Por un segundo no pude moverme. Me
quedé mirándolos: Nash llevaba a Colin en un brazo mientras Emma se dejaba guiar
por él con la otra mano. Quería grabar esa visión en mi mente para siempre.
Nash desbloqueó la puerta y miró por encima del hombro.
—¿Vienes?
Asentí con la cabeza.
—¿A dónde más podría ir?
Roxie estaba tan contenta, que lloraba y corría de una persona a otra en busca
de cariño. Emma se dejó lamer la cara y luego corrió por todas partes en la hierba
mientras Roxie se movía en círculos. Estuvo a punto de ocurrir una tragedia cuando
Roxie agarró a Roxie Jr. por el cuello, pero Nash intervino en un santiamén y devolvió
el juguete a Emma, que se mostró muy indulgente.
—No sabes cuánto quiere a ese perro —me reí cuando volvió.
Se sentó en un sofá acolchado del patio.
—Tengo una idea. —Me miró de arriba abajo, provocando otra reacción en
cadena involuntaria en mi cuerpo—. Siéntate, Kat.
Me dejé caer a su lado. La luz se desvanecía rápidamente. Emma era un tornado
bajito y pálido en la hierba, Roxie un torbellino peludo.
—Fue un día largo —comenté y me froté la nuca.
Nash apoyó a Colin sobre una rodilla y se acercó para masajearme el lugar. Lo
dejé. Lo hacía mucho mejor.
—Dime —me dijo.
—Más tarde. —Antes quería hablar de otra cosa—. ¿Cómo es que decidiste
hacer esto hoy? ¿Para limpiar la casa?
—Te lo dije. Ya era hora. Ellos lo habrían querido así. Habrían querido que la
vida siguiera avanzando.
—¿Chris y Heather?
Asintió con la cabeza. Estaba mirando las sombras del patio trasero,
observando a mi hija y a su perra.
—Además, necesitaba hacer sitio.
—¿Para qué?
—Los nuevos residentes.
—¿Estás alquilando habitaciones o algo así?
—O algo así. 186
—No lo entiendo.
Dejó de masajearme el cuello y se volvió hacia mí con una mirada penetrante.
—Tenemos que hablar.
Tragué saliva.
—¿Sobre qué?
—Ya no estoy satisfecho con nuestro acuerdo.
Bajé la mirada, no estaba segura de si quería oír esto o no.
—¿Eso es cierto?
—Sí. —Me acercó y rozó suavemente sus labios sobre los míos, provocando
escalofríos en cada centímetro de mi cuerpo. Nadie más me había hecho eso. Nadie
más podría hacerlo jamás.
—Quiero más de ti, Kat —dijo y me rodeó con su fuerte brazo—. Quiero más de
ti y tengo más que darte.
—Me dijiste que no te gustan las molestias —susurré—. O las complicaciones.
—No eres ninguna de las dos cosas.
Le toqué la cara.
—¿Qué soy?
No lo dudó.
—Mía. Tú eres mía.
Acababa de pronunciar las palabras de mis sueños. Tal vez por eso me
encontré incapaz de hablar.
Nash me estaba mirando.
—¿Kat?
Parpadeé.
—Te amo —dijo.
Este momento lo es todo. Él lo es todo.
Pero ahora parecía un poco preocupado porque me había quedado catatónica.
—Te amo —repitió—. Vive conmigo. Tú y Emma. Dijiste que tendrías que
encontrar un nuevo apartamento pronto. Así que vive aquí con nosotros. Kat, a esta
vieja casa le vendría bien un poco de felicidad. A todos nos vendría bien.
Colin agitó los brazos en el aire. Tal vez estaba imitando a Emma, que jugaba
en la hierba. Tal vez estaba tratando de pesar en la conversación.
—Nash —dije y cerré los ojos. Tenía tantos pensamientos en la cabeza y, sin
embargo, no tenía palabras. Siempre se me habían dado bien las palabras y ahora
me habían abandonado cuando más las necesitaba.
187
De repente encontré las palabras que había estado buscando. No eran nada
difíciles de decir.
—Yo también te amo.
Nash
Llegó justo a tiempo. Por supuesto.
Kat entró por la puerta de Hawk Valley Gifts con la bolsa de su portátil en el
brazo y aquellos rizos alborotados recogidos en un moño suelto. Su larga falda azul
marino habría parecido modesta en otra mujer, pero en Kat resaltaba la forma de su
increíble trasero y me atraía como una invitación a aquella deliciosa puerta trasera.
—¿Está listo para nuestra reunión, Sr. Ryan? —preguntó y por la forma en que
sonrió con satisfacción pude darme cuenta de que adivinaba la trayectoria de mis
pensamientos.
Me pasé la mano por la polla y la froté lo justo para asegurarme de que entendía 188
lo que tenía en mente.
—Estoy listo.
Kat dejó el bolso en el suelo, se desabrochó los dos primeros botones de su
blusa blanca y se soltó el cierre delantero del sujetador. Dios la bendiga. Y esas tetas.
Me observó mientras caminaba a su alrededor y cerraba la puerta después de
asegurarme de que el cartel de CERRADO seguía encendido. No abriríamos hasta
dentro de media hora y la estudiante universitaria que llevaría la caja registradora
esta mañana no llegaría hasta entonces.
—Ya no soy tan descuidada —comentó, refiriéndose al hecho de que no
siempre se había molestado en cerrar la puerta con llave. Kat se puso la mano en la
cadera y pude ver un tentador pezón.
—No quiero interrupciones —dije, acercándome. Estaba listo para poner mis
manos sobre ella. Pasé mis palmas sobre sus caderas y alrededor de su trasero para
poder presionarme contra ella con fuerza. Quería que sintiera lo duro que estaba. Ese
pequeño suspiro que se escapó de sus labios me dijo que se estaba poniendo muy
cachonda. Si deslizaba la mano por la cintura de su falda y exploraba, sabía que
encontraría unas bragas húmedas y una carne ansiosa.
Y, he aquí, que eso es exactamente lo que encontré.
—Mierda —gimió, tensándose contra mi mano, intentando que mis dedos la
penetraran más. Me gustaba así, necesitada y sucia. Dispuesta a que le metiera el
dedo o me la follara en medio de un pasillo lleno de tazas de café y camisetas cursis
de Hawk Valley.
Pero me apetecía tomarme mi tiempo, así que no hice ninguna de las dos cosas.
Retiré la mano de entre sus piernas y la conduje sin palabras al despacho de atrás.
Apenas tuve tiempo de cerrar la puerta cuando Kat se bajó la falda.
—Blusa también —exigí porque siempre exigía eso.
Terminó de quitarse la ropa y se sentó en el sofá de felpa que había comprado
recientemente para esta habitación sólo por este motivo. Kat me sonrió y levantó la
mano para soltarse la melena. Le caía sobre los hombros en ondas rojas y se veía tan
sexy que me mareaba. Luego dio un paso más, se echó hacia atrás y abrió las piernas
mientras se tocaba las tetas.
Mientras tanto, mi polla estaba haciendo una gran rabieta por toda esta tortura,
así que nos hice un favor a los dos y me bajé los pantalones de un tirón hasta las
rodillas. Había estado dándole vueltas a la reunión de hoy desde que nos despedimos
con un beso después del desayuno.
Nuestras mañanas en casa eran felizmente caóticas estos días, un agitado
huracán de pañales, planes de preescolar y perros ladrando. No había tiempo para la
diversión y los juegos mientras todo eso ocurría. Pero momentos como éste lo
compensaban con creces.
Kat estaba lista para mí, tumbada de espaldas en el sofá y ensanchando las 189
piernas para que yo cupiera entre ellas. Enganché una de sus rodillas para hacer
palanca y dos segundos después estaba enterrado en el cielo.
No necesitó demasiados empujones para correrse. Debía llevar pensando en
esto desde el desayuno. La miré, a esta preciosa criatura llena de humor, inteligencia
y bondad, y me maravillé de que me perteneciera.
—Te amo, Nash —gimió mientras seguía estremeciéndose tras su orgasmo.
—Yo también te amo —le dije y me corrí en sus tetas. Sólo porque podía.
Porque ella era mía y porque a ella le gustaba cuando yo hacía mierdas
moderadamente pervertidas.
Después tomé una caja de pañuelos y la ayudé a sobrellevar las secuelas.
Luego la recogí en brazos y la estreché durante unos momentos de paz.
—Pronto abrirás la tienda —suspiró mientras pasaba un dedo por mi muslo
desnudo.
Miré la hora.
—Sí, supongo que sí.
—Y tengo que ir a otra reunión. Una reunión de verdad —enfatizó, dándome
una bofetada juguetona.
Le levanté la barbilla y le besé los labios.
—No hay nada más real que esto.
Sus ojos se suavizaron.
—No, no lo hay.
Me dejó besarla suave y lentamente, excitándonos los dos de nuevo en el
proceso.
—Pero necesito salir de aquí —dijo, zafándose de mi abrazo y buscando la ropa
que estaba esparcida por el suelo. Me quedé donde estaba y la vi vestirse. Nunca me
cansaba de mirarla.
—Será mejor que te pongas algo de ropa —dijo mientras se abrochaba la
blusa—. No puedes vender recuerdos a los turistas estando desnudo.
Me llevé las manos a la nuca.
—En realidad creo que es una idea jodidamente genial. Una tienda de regalos
desnudista. Apuesto a que nadie ha intentado ese truco antes.
Me lanzó una mirada y me tiró los boxers a la cabeza.
—Y nadie va a intentarlo ahora. —Miró a su alrededor—. ¿Dónde dejé mi
portátil?
Me subí los bóxers y agarré los vaqueros.
—En la tienda, creo.
—Oh, claro. —Kat se recogió el cabello en un moño una vez más y se inclinó
para darme un beso—. Nos vemos en casa. 190

Le pellizqué el trasero.
—Nos vemos en casa.
Kat me sopló un último beso antes de salir por la puerta y yo terminé de volver
a un estado de decencia mientras reflexionaba sobre el triste hecho de que no
ocurriría nada casi tan emocionante durante el resto de la jornada laboral.
La tienda abrió. Una empleada demasiado alegre llamada Hayden llegó y
limpió laboriosamente todas las superficies de la tienda. La gente se detenía a
comprar postales y llaveros, tazas y adornos navideños a pesar de que faltaban meses
para las fiestas. La ajetreada temporada de verano había terminado oficialmente,
pero la Cámara de Comercio de Hawk Valley había invertido en una costosa campaña
publicitaria con la esperanza de atraer a la gente a la zona en otoño. Al fin y al cabo,
las montañas eran aún más impresionantes en otoño. La mayoría de los árboles eran
de hoja perenne, pero algunos cambiaban de color y, con la llegada del frío, era una
excursión popular para la gente que seguía sofocada en Phoenix. Se inventó otro
eslogan: Hawk Valley, el mejor lugar en el que nunca has estado. Sorprendentemente,
estaba empezando a ponerse de moda. Había un nuevo restaurante de carnes al final
de la avenida Garner y una vieja mansión en las afueras de la ciudad estaba siendo
renovada en un pequeño hotel. Había más optimismo en la ciudad que nunca.
Y me alegré mucho de estar aquí.
Después de comer, Jane llegó con un nuevo cuadro que acababa de terminar y
quería vender. También tenía noticias. Kevin llevaba dos años pidiéndole que se
casara con él y por fin había dicho que sí. Me alegré por ella, por los dos. Kevin
adoraba a mi tía y era un buen tipo. Ambos se merecían un poco de felicidad
permanente. Ver a Jane fue agradable, pero seguía contando las horas que faltaban
para volver a casa.
Justo después de que Jane se fuera apareció Betty. Acababa de darle otro
aumento porque había demostrado lo indispensable que era. A Betty le gustaba tener
las mañanas libres y trabajar hasta el cierre, lo que me venía muy bien porque podía
estar en casa para cenar todas las noches. Entre cliente y cliente, charlábamos sobre
los pedidos de inventario y los fantásticos recibos de ventas del mes anterior.
Kat me envió un mensaje de texto diciendo que había terminado de hacer todos
sus recados antes de lo esperado. Quería ir a buscar a Colin a casa de Nancy Reston
justo después de recoger a Emma. Kat era tan devota de Colin como de su propia hija.
Era una de las muchas razones por las que la adoraba.
A las cinco le dije a Betty que me iba. Estaba estudiando la pared de la galería
de arte en busca de un lugar para el nuevo cuadro de Jane. Me saludó con la mano y
me dijo que pasara una buena noche.
—Gracias —dije, pensando en todo lo que me esperaba en casa—. Lo haré.
En cuanto giré por mi calle, la característica casa victoriana amarilla apareció
a la vista y ya estaba sonriendo. No podía evitarlo. Últimamente me había vuelto un
hijo de puta muy alegre. 191
Hacía un mes que Kat y su hija se habían mudado a la casa y cada día era una
nueva aventura en el mejor de los sentidos. La vida podía ser increíble si la aceptabas.
El sonido de un ladrido procedente del patio trasero significaba que Roxie
había sido alertada de mi presencia. Podía oír la risa de Emma que venía de allí
también así que seguí el sonido a través de la puerta trasera.
Emma se encontraba en plena fase de Wonder Woman, inspirada por la
compra anticipada de un disfraz de Halloween. Luego Kat tuvo que comprar tres más
porque Emma se negaba temporalmente a salir de casa vestida de otra forma. Ahora
corría por el patio trasero con los brazos extendidos y una capa roja por detrás.
Roxie estaba esperando junto a la puerta con el rabo moviéndose tan fuerte que
cualquiera diría que no me había visto en un año. Me detuve para prestarle unos
segundos de atención y que me dejara pasar.
Kat se relajaba en una gran manta azul de picnic en la hierba mientras Colin se
sentaba a su lado y observaba ávidamente cada movimiento de Emma mientras
conquistaba el patio trasero.
—¡Soy todopoderosa! —Emma gritó, todavía agitando los brazos.
Kat me hizo sitio en la manta y me arrodillé a su lado. Colin balbuceó de alegría
e inmediatamente intentó meterse en mi regazo.
—Badabadabadabada —dijo, y no sabía muy bien qué significaban esos
sonidos para él, pero algo debían significar. Lo recogí en brazos, le di un beso en la
mejilla y se aferró a mí un momento antes de pedir que lo soltara.
Me fijé en Kat, que se había puesto unos vaqueros y un suéter gris liso. Llevaba
el cabello suelto y la cara sin maquillaje. Era una visión, una belleza poco común con
el poder de estar espléndida incluso con unos vaqueros viejos y una suéter holgado.
—Eres hermosa —le dije.
Levantó la cara para darme un beso.
—Estoy tan contenta de que estés en casa.
—¡Mamá! —gritó Emma con impaciencia—. ¡No me estás mirando!
—Te estoy vigilando, Ems —respondió Kathleen.
—Hola, Emma. —Saludé a la niña, que se me quedó mirando un segundo y
luego esbozó una sonrisa pícara. Recogió algo de la hierba y se acercó dando saltitos
con Roxie siguiéndola ansiosamente.
—Nash —dijo Emma sin aliento y me entregó una pelota de tenis muy
masticada que había sido humedecida con babas de perro—. Eres un buen lanzador,
así que lanza esto.
—Di por favor —le pidió su mamá.
Emma esbozó una sonrisa ganadora.
192
—Por favor.
Roxie estaba emocionada, dando saltos y esperando la oportunidad de atrapar
la pelota. Me puse de pie con la asquerosa pelota en la palma de la mano y la lancé a
la esquina opuesta del patio.
Emma se puso de puntillas y aplaudió cuando Roxie se la metió en la boca como
una profesional y volvió corriendo para depositarla en la manta del picnic.
—¡Otra vez! —Emma insistió. Luego miró a Kat y añadió: —Por favor.
¿Cómo iba a negarme? Lancé la pelota una docena de veces más mientras Kat
entraba corriendo en casa para ver si había comida en el horno.
—Quince minutos para la cena —anunció, volviendo a la manta.
Emma se había distraído con un agujero que Roxie había cavado y estaba en
proceso de llenarlo de hojas. Vi la oportunidad de abandonar el juego de buscar y
traer, dejé caer la pelota viscosa en la hierba y me limpié las manos en los vaqueros.
—¿Qué hay para cenar? —pregunté, acomodándome entre Kat y Colin.
—Pollo asado —respondió—. Con guisantes y galletas. ¿Te parece bien?
—Claro que sí. —Observé la feliz escena en el patio trasero—. Es perfecto. —
Y lo era. Sólo deseaba que Chris y Heather Ryan fueran capaces de ver esto, el legado
que habían dejado.
Kathleen se acurrucó contra mí. Colin arrancó un puñado de hierba, se asqueó
al ver las briznas verdes desprendidas y se apresuró a soltarlas.
—Oh, hay buenas noticias —le dije y le conté lo de Jane y Kevin mientras se
acercaban las sombras del crepúsculo.
Kat estaba encantada.
—Es increíble. Tendré que llamarla mañana.
Le aparté un rizo rojo de la cara.
—Tal vez haya más de una boda en el futuro para esta familia.
—Una suposición audaz —dijo pero se ruborizó y pude notar cómo la habían
emocionado las palabras.
—Una predicción audaz —corregí y deslicé posesivamente mi brazo alrededor
de su cuerpo.
—¡Badabada! —exclamó Colin.
—¿Ves? Hasta Colin está de acuerdo.
Kat sonrió.
—Entonces tal vez estés en lo cierto.
Le devolví la sonrisa.
—Tienes toda la razón.

193
Kathleen
Un año después

—Colin, mírame. ¡Qué buen chico! Emma, por favor, sonríe. Te prometo que ya
casi terminamos.
Los niños lucían adorables hoy y tenía mi corazón puesto en la captura de
algunas fotos memorables de ellos en los magníficos terrenos de la nueva Hawk
Valley Inn.
Emma no paraba de hacer muecas y Colin se empeñaba en no quedarse quieto
ni un instante, pero finalmente conseguí que sonrieran al mismo tiempo mientras 194
estaban sentados en un banco de piedra bajo un enorme álamo. Hice una serie de
fotos con el teléfono a toda prisa.
—¿Podemos comer ahora? —Emma preguntó.
—Acabas de comer, cariño. Comiste un bol de fresas.
—Quiero más.
—¡Yo! —Colin gritó—. ¡Yo comida! —Entonces algo más captó su interés y se
bajó del banco—. ¡Pelito, guau, guau! —dijo, caminando decidido tras un golden
retriever que, obviamente, era el perro de servicio de una mujer en silla de ruedas.
—No, no. —Lo levanté y besé su mejilla regordeta—. Ven con Kat ahora.
—¡Kat! —dijo—. Katkat.
—Así es.
Acompañé a los niños al vestíbulo, donde la posada celebraba su gran
inauguración. Como Nash formaba parte de la Cámara de Comercio de Hawk Valley
y era un pequeño inversor en el nuevo local, nos habían invitado a todos a asistir a la
ceremonia de inauguración.
El lugar estaba abarrotado. La comida gratuita y el fabuloso tiempo de
principios de otoño habían atraído a todos los interesados en la posada. Había
políticos locales, empresarios, educadores y casi cualquier persona conocida en la
comunidad.
Emma se dirigió al buffet de comida y puso mala cara cuando limité su consumo
de fresas, pero se animó cuando encontró unos bocadillos.
—Bocadillos bebé —se maravilló mientras ponía varios en un plato.
—No te comas el palillo del medio —le dije.
Para Colin encontré una galleta blanda y mantecosa que pensaba partir en
trocitos, si conseguía hacerlo antes de que me la arrebatara de las manos.
Una vez que tomamos unos tentempiés, consideré las opciones para sentarnos,
pero no había muchas. Vi a mi madre acurrucada junto a Steve Brown, que resultó ser
su nuevo novio. Nos habría dado la bienvenida, pero opté por darle un poco de
intimidad.
Jane y Kevin estaban junto a la recepción de la posada charlando con el director
del instituto, pero no había asientos cerca. Vi cómo Jane se reía de algo que decía su
marido y él la rodeaba con un brazo, plantándole un beso en la cabeza. Se habían
casado la primavera pasada. Y Nash había acertado en algo. Hacía un año, cuando
predijo que la suya no sería la única boda de la familia.
—¿Dónde está Nash? —Emma preguntó, haciéndose eco de mis pensamientos.
Siempre estaba buscando a Nash. Él estaba dedicado a ella. Trataba a Emma como a
una hija. Antes de entregarme el anillo de compromiso, se había dedicado a la
solemne tarea de pedirle permiso a Emma para casarse con su mamá. Por supuesto,
ella dijo que sí. Y yo también.
—No lo sé —dije—. Volvamos afuera. 195
Los tres acabamos sentados en el mismo banco de piedra donde antes había
hecho posar a los niños para las fotos. Emma comió primorosamente el contenido de
su plato mientras yo le ofrecía a Colin trozos de galleta del tamaño de su boca
hambrienta.
—Más —decía cada vez que tragaba un bocado. Parecía que conservaría su
cabello claro, al menos durante la infancia. Se parecía un poco a las fotos de su madre
a esa edad. Pero sus traviesos ojos azules eran iguales a los de su hermano mayor.
—¡Nash! —Emma abandonó su plato y se lanzó a los brazos de su futuro
padrastro.
Nash había estado en medio de una conversación con varios otros propietarios
de negocios de Garner Avenue, pero dejó de hablar y se agachó para recibir el
abrazo de Emma. Carajo, era un hombre hermoso en todos los sentidos.
—Los veo luego —dijo a sus compañeros y levantó a Emma, llevándola hacia
Colin y hacia mí.
—Los estaba buscando —dijo mientras se sentaba a mi lado.
—Mamá nos estaba obligando a hacer fotos —dijo Emma, zafándose de su
regazo con cierta indignación en la cara.
—Oh. —Nash asintió—. Bueno, me alegro porque estás muy hermosa con tu
vestido nuevo, Emma.
Bajó la mirada hacia su vestido rosa que, en realidad, era más apropiado para
la época de Pascua, pero había sido su favorito indiscutible, así que fue el que
compré.
—Sí que estoy hermosa —aceptó.
—Claro que sí —dije, contenta de que a mi chica no le faltara confianza en sí
misma.
—Hola-o —dijo Colin.
Nash sonrió a su hermano y le alisó el cabello.
—Hola, guapo.
—Hola-o —repitió Colin.
Emma vio una maceta de flores a unos seis metros que quería ver más de cerca.
Colin lloraba por ir con ella, así que Nash le pidió que por favor lo tomara de la mano.
—Y no tomes ninguna de las flores —dije.
—De acuerdo, mamá —dijo Emma mientras ralentizaba sus pasos para
acomodarse al caminar de Colin.
Nash deslizó su brazo a mi alrededor.
—Hola-o.
Sonreí.
—Hola-o. 196

Me besó. Un estremecimiento familiar recorrió mi cuerpo, como siempre que


se acercaba.
Emma y Colin estaban ahora delante de las flores. Emma le agarraba la mano
como debía y le señalaba los distintos colores. Colin parecía cautivado.
Toqué la rodilla de Nash.
—¿Te dije que recibí una carta de la universidad?
—No. ¿Qué tipo de carta?
—Una felicitándome por mi beca y diciendo que mi paquete de ayuda
financiera fue aprobado, lo que significa que puedo inscribirme en las clases del
próximo semestre.
La sonrisa de Nash iluminó su rostro.
—Es fantástico, Kat.
Me mordí el labio.
—¿No crees que soy tonta por abandonar mi carrera de contabilidad?
—No. Creo que estás siguiendo tus sueños.
Nash me había apoyado desde que le planteé la idea de matricularme en la
Universidad Hawk Valley para terminar por fin la carrera de Filosofía. Cuando era
niña, me habría horrorizado la idea de asistir a la pequeña universidad de artes
liberales de mi ciudad natal. Francamente, me habría horrorizado la idea de acabar
en Hawk Valley. Era curioso cómo acababan las cosas. La vida está llena de sorpresas.
Igual que una vez Nash Ryan había sido objeto de mis fantasías. Inalcanzable.
Un sueño.
Extendí la mano izquierda para que la luz del sol captara el diamante de mi
cuarto dedo.
—Creo que he seguido mis sueños, Nash Ryan.
Me sujetó la mano y me la besó.
—Todavía tenemos que fijar una fecha.
—Cualquier fecha servirá. Me casaría contigo mañana mismo.
—Mañana será.
—En realidad —dije—, estaba pensando en San Valentín. Va a hacer
demasiado frío para una ceremonia al aire libre, pero estaba pensando que tal vez
podríamos celebrarla aquí en la posada. Estábamos planeando una boda pequeña de
todos modos y me di cuenta de que tienen una sala de fiestas de buen tamaño.
A Nash le gustó la idea.
—Haré que suceda. Antes de que cambies de opinión.
Puse los ojos en blanco. 197
—Como si eso fuera una posibilidad. —Le di un codazo—. Ahora estás pegado
a mí. Somos una familia.
Nash me miró fijamente a los ojos y sentí cómo crepitaba la electricidad entre
nosotros.
Entonces Colin se cayó de cara en las flores y Emma chilló. Nash se levantó
como un tiro.
—Lo tengo —dijo y corrió a rescatar a Colin de las flores.
Nash lo levantó y Colin tenía la cara roja y arrugada, como si aún estuviera
decidiendo si este acontecimiento merecía o no unas cuantas lágrimas. Nash le apartó
algunos pétalos de flores del cabello y lo hizo girar. Colin olvidó sus lágrimas y soltó
un grito de risa.
—¡Yo también! —suplicó Emma, levantando los brazos—. ¡Gírame también!
Nash la sujetó con el otro brazo y los hizo girar a ambos sin parar mientras los
niños gritaban de alegría.
—Mami —me llamó mi hija, riendo—. Haz una foto. ¿No nos ves?
—Somos una familia.
Las familias son hermosas. Siempre son complejas y únicas. Se crean de
distintas maneras, por distintos acontecimientos y por distintas razones. Sin embargo,
todas están unidas por una cosa preciosa e irremplazable.
El amor.
Y no hay nada más valioso.
No en esta vida.
—Los veo —respondí y levanté mi teléfono para capturar la impagable imagen.

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Cora Brent: Soy una gran fan del amor a primera vista, de las camisas de
franela de la era grunge, de mi máquina de coser Kenmore vintage, de los paños de
cocina bordados y absolutamente todo lo relacionado con la cultura pop de los años
80 (por ejemplo, calentadores, coleteros, cabello voluminoso, Madonna de los inicios,
radios portátiles, paredes revestidas de madera, pantalones de mezclilla, etc).
¡Si crees en el "Felices para siempre" y en las historias de amor improbables,
es muy probable que también me encantes!
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