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¡Cuidémonos!
Moderadora
Karikai
Traducción
Mona
4
Corrección
Karikai
Diseño
Dabria Rose
Kathleen
Palabras que describen a Nash Ryan:
Solitario.
Impredecible.
Malvadamente caliente.
Implacable.
Probablemente no es el tipo de hombre al que alguien debería confiar un bebé.
Definitivamente no es el tipo de hombre al que una mujer debería confiar su
corazón.
Cuando Nash volvió a la ciudad para cuidar de su hermanito creí saber exactamente 5
quién era.
No sería la primera vez que me equivocaba.
Yo también pensaba que había terminado de entregar mi corazón hasta que él me
demostró lo contrario.
Pero no tenemos ninguna oportunidad porque todo está listo para deshacerse.
Y los secretos que he guardado serán nuestra perdición.
Nash
No es la primera vez que conozco la tragedia.
Quizá por eso siempre he elegido estar solo.
Pero mi vida de soledad termina ahora porque un terrible giro del destino me ha
hecho el tutor de mi hermano de cuatro meses.
De repente tengo un niño que criar y un negocio familiar que salvar.
No hay tiempo para nada más.
Por eso Kathleen Doyle y yo llegamos a este acuerdo.
Antes era una chica nerd y delgada que me seguía a todas partes, ahora es una
madre soltera con el cabello flameante, un cuerpo de infarto y demasiadas
responsabilidades.
Nos dijimos que sólo era sexo.
Nos dijimos que no había condiciones ni expectativas.
Mentimos.
Y las consecuencias nos costarán.
Pero no voy a entregar esta nueva familia sin una batalla.
Porque en esta vida puede que sólo tengamos una oportunidad de tenerlo todo.
6
Importante ..................................................................................................................................... 3
Créditos.......................................................................................................................................... 4
Sinopsis ........................................................................................................................................... 5
Capítulo Uno ................................................................................................................................. 9
Capítulo Dos................................................................................................................................ 12
Capítulo Tres .............................................................................................................................. 17
Capítulo Cuatro ......................................................................................................................... 26
Capitulo Cinco ............................................................................................................................ 34
Capítulo Seis................................................................................................................................ 37
Capítulo Siete ............................................................................................................................. 50 7
Capítulo Ocho ............................................................................................................................ 59
Capítulo Nueve ........................................................................................................................... 66
Capítulo Diez............................................................................................................................... 72
Capítulo Once ............................................................................................................................. 79
Capítulo Doce ............................................................................................................................. 86
Capítulo Trece ............................................................................................................................ 98
Capítulo Catorce ..................................................................................................................... 105
Capítulo Quince........................................................................................................................ 113
Capítulo Dieciséis ..................................................................................................................... 122
Capítulo Diecisiete................................................................................................................... 129
Capítulo Dieciocho .................................................................................................................. 137
Capítulo Diecinueve ................................................................................................................. 142
Capítulo Veinte ........................................................................................................................ 148
Capítulo Veintiuno .................................................................................................................. 154
Capítulo Veintidós ................................................................................................................... 161
Capítulo Veintitrés ................................................................................................................. 165
Capítulo Veinticuatro ............................................................................................................ 169
Capítulo Veinticinco ............................................................................................................... 177
Capítulo Veintiséis ................................................................................................................... 182
Capítulo Veintisiete................................................................................................................. 188
Epílogo ........................................................................................................................................ 194
Acerca de la Autora ............................................................................................................... 199
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Nash
El teléfono empezó a vibrar en mi bolsillo trasero en el mismo instante en que
introducía la llave en la cerradura. Lo ignoré y abrí la puerta de mi apartamento.
El viaje de Portland a casa había sido largo y la adrenalina estaba
desapareciendo. La sangre seca se había endurecido sobre la piel rota de mis
nudillos derechos. Los cortes escocían cuando mi excitable pastor alemán lamía la
herida con un quejido compasivo. Mientras tanto, mi teléfono emitió una nueva
llamada de atención y luego enmudeció.
—Tranquila, chica —dije, dándole una palmadita a la perra y dirigiéndome al 9
fregadero de la cocina.
Hice una mueca de dolor y flexioné la mano bajo el chorro de agua fría. Había
un antiséptico en el armario de la izquierda. Quité el tapón del frasco con los dientes
y me lo eché en los nudillos partidos, siseando una maldición cuando me palpitó como
un hijo de puta. La inflamación probablemente duraría varios días y sería un incordio
cuando los cortes se curaran.
Y, sin embargo, no me arrepentía de nada.
Unos cuantos rasguños superficiales eran un precio aceptable por darle una
lección a un imbécil abusivo. Al recordar el gemido de dolor del tipo cuando mi puño
le golpeó la mandíbula, sonreí.
No, no me arrepentía de nada sobre esta noche.
Todavía estaba tratando de curarme la mano herida cuando oí que mi teléfono
emitía un aviso de buzón de voz. Mi mirada se posó en el reloj digital del microondas.
Eran las dos y media. No había motivo para una llamada a esta hora. Vivía solo, no
tenía novia y apenas hablaba con mis vecinos. La única razón por la que había
conducido hasta Portland esta noche fue porque un viejo amigo de la universidad
tenía una escala de seis horas en la ciudad y pensé que incluso un cabrón antisocial
como yo podía soportar pisar un bar una vez por temporada.
Después de llevar a mi amigo de vuelta al aeropuerto, volví al bar donde
habíamos estado pasando el rato. Tenía una razón, una que la mayoría de la gente no
aprobaría. Quería ver si el hijo de puta que había hecho llorar a su cita seguía por allí.
Y lo estaba. Era un bastardo de barriga blanda que seguía bebiendo chupitos a pesar
de que no era de los que aguantan bien el alcohol. Cuando salió tambaleándose un
rato después, lo seguí. Se detuvo a mear en un sombrío rincón del estacionamiento y
ni siquiera tuvo tiempo de soltar su polla antes de que yo chocara con él.
Probablemente lo tomó como un atraco cotidiano hasta el final, cuando me acerqué
lo suficiente como para oler su aliento agrio y el hedor rancio de su miedo y siseé:
—No vuelvas a hacerle daño a una mujer, carajo.
Sabría lo que significaban esas palabras. Recordaría la forma en que retorció
el brazo de la chica por detrás de la espalda y le susurró algo al oído mientras su cara
se retorcía de dolor antes de que consiguiera zafarse de su agarre. Al menos ella tuvo
el suficiente sentido común como para huir de él y el hijo de puta debió pensar que
ahí acababa todo, sin adivinar qué clase de hombre lo estaba observando desde el
otro lado de la barra.
Después de golpear al imbécil contra la pared por última vez, desaparecí,
despreocupado por la policía. No había testigos a la vista. Además, había aparcado a
dos manzanas y llevaba la gorra de béisbol demasiado baja para que las cámaras me
vieran la cara.
No había planeado esto, no había salido esta noche con la intención de atrapar
a algún imbécil en el acto de ejercer su testosterona sobre una mujer sólo porque
podía. Nunca planeaba estas cosas.
Pero cuando los encontraba reaccionaba. Tenía que hacerlo. Porque conocía la 10
terrible verdad. Con demasiada frecuencia en esta vida la justicia no llegaba a tiempo
para salvar a quienes más la necesitaban. Esa era la idea que me quitaba el sueño: si
yo no intervenía, nadie lo haría.
Roxie empujó su plato de comida y volvió a lloriquear, así que le di un poco de
agua y un puñado de galletas. Masticó feliz mientras yo abría la puerta corredera de
cristal del patio y contemplaba la playa. Podía oír en la oscuridad las olas del Pacífico
Norte rompiendo contra las rocas. Antes el tiempo había estado tranquilo, pero ahora
el viento era feroz y el aire de mayo más frío de lo habitual. Todo en este entorno me
gustaba: el frío, la falta de sol, las tormentas que llegaban del océano helado y
golpeaban la costa. Llevaba dos años viviendo en este apartamento y tenía todo lo
que necesitaba. Podía trabajar desde casa y el alquiler era razonable. A algunos les
parecería una vida mediocre, pero la verdad es que no me sentía solo en absoluto.
No echaba de menos a la gente, la verdad es que no.
Diablos, siempre puedo hablar con mi perra si me desespero.
Esta noche, mi amigo había sacudido la cabeza con su Crown y Cola y me había
preguntado si me estaba divirtiendo últimamente. Yo sabía a qué se refería y no le di
importancia porque no me gustaba dar explicaciones y porque, de todos modos, no
era un gran amigo.
Si quería encontrar algo bonito que me hiciera compañía, sabía dónde
encontrarlo. Había una bulliciosa ciudad universitaria a menos de treinta kilómetros.
Sin embargo, no lo hacía, no rondaba por los bares en busca de universitarias
dispuestas porque ya no era el imbécil de ligue ocasional que había sido antes. No
tenía nada permanente que ofrecer a nadie. Mi soledad estaba demasiado arraigada.
Nada ni nadie me haría cambiar de opinión sobre este exilio autoimpuesto.
Como si se opusiera a mis pensamientos sobre la soledad y el exilio, el teléfono
de mi bolsillo trasero volvió a enloquecer. Cerré la puerta corredera de cristal y
saqué el objeto que vibraba. El número que aparecía en la pantalla era desconocido.
Un número de Arizona.
—¿Hola? —Dije mientras los primeros sentimientos instintivos de inquietud
burbujeaban en mis entrañas.
—¿Nash? —ahogó una voz. Había sollozos—. Nash, soy Jane.
Jane. Técnicamente tía Jane. La hermana pequeña de mi padre iba a la deriva
por la vida en una plácida bruma artística mientras se envolvía en el vestuario de
Stevie Nicks1. Manteníamos el contacto por correo electrónico, pero no recordaba la
última vez que había hablado con ella. Puede que fuera la última vez que volví a Hawk
Valley. Hace cuatro años. No, cinco años.
Y ahora, por alguna razón, Jane había buscado mi número de teléfono para
llamarme en mitad de la noche. Y estaba llorando.
—¿Qué pasa? —pregunté y surgió una sensación de pavor al recordar algo que
tendía a olvidar estos días, que había gente en el mundo que me importaba.
Entre sollozos y palabras entrecortadas me lo contó todo.
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Escuché pero no comprendí, no inmediatamente.
Debería haber previsto que las cosas más terribles suceden cuando menos las
ves venir. El destino era un hijo de puta cruel y debería haber estado preparado para
otro golpe. No estaba preparado para esa agonía la primera vez que ese bastardo
llamado, destino, había diezmado mi vida.
Ahora tampoco estaba preparado.
No estaba preparado para nada.
trabajo con Fleetwood Mac como por su extensa carrera solista. Es una de las pocas artistas de
rock que ha mantenido una larga carrera en solitario formando parte al mismo tiempo de una
banda exitosa
Kathleen
La amenaza siempre estaba ahí en las estaciones secas. Algún campista
despistado podía encender un cigarrillo en la espesura o ignorar las advertencias de
la hoguera para asar perritos calientes porque siempre hay algún imbécil que cree
que las normas no se aplican a él. Y así, diez mil acres de verdes pinos ponderosa se
convertían en humo. Las montañas estaban salpicadas de pintorescos pueblos y
cabañas por todas partes, así que había mucho en juego cuando sonaba la alarma. Los
equipos de bomberos se ponían en marcha de inmediato para evacuar las zonas
amenazadas y trabajaban sin descanso hasta contener el peligro.
A veces no era suficiente.
A veces, la combinación de viento y llamas desbarataba los mejores esfuerzos 12
que podían hacer los hombres.
—¿Kat?
La voz en la puerta de la cocina era estridente. Siguieron tres golpes secos en
la madera.
—¡Kat, soy yo!
Mis articulaciones agarrotadas se quejaron cuando me separé de la dura silla
de madera en la que me había hundido cuando el cielo aún estaba oscuro. Intenté
cruzar la habitación antes de que mi mamá volviera a golpear la puerta y despertara
a todo el mundo. No era famosa por su paciencia.
—Por favor, guarda silencio —siseé cuando abrí la puerta.
Mi mamá parpadeó a la luz del sol de media mañana.
—Tienes un aspecto horrible —me dijo. En su lista de virtudes nunca había
incluido el tacto.
—Lo siento, no di prioridad a mi rutina de belleza esta mañana. —Abrí más la
puerta para que pudiera pasar el umbral. Traía consigo el olor acre del humo, pero
no se podía evitar. Cuando había un incendio en las montañas cercanas, la neblina y
el hedor se extendían inevitablemente por Hawk Valley.
Mi mamá se dirigió a la cafetera, suspiró cuando la encontró vacía y empezó a
llenar ruidosamente la jarra del grifo.
—Hay camiones de noticias y equipos de bomberos por todas partes —dijo en
un tono que daba a entender que su presencia le estaba arruinando el día—. Esta
mañana ni siquiera pude tomar café. Había diez personas en la fila de Ed's.
—Qué fastidio —murmuré, pensando en todas las personas a las que les
encantaría contar una espera de diez minutos para el café como su mayor problema
esta mañana.
—Sí, lo fue —dijo, sin captar mi sarcasmo.
La cafetera silbó al calentarse. Me froté los ojos, empezando a sentir los efectos
físicos de los horrores de la noche anterior. Mentalmente aún no podía hacerlo, no
podía asimilar los tormentos emocionales que se avecinaban. No había final en el
horizonte. Habría llantos, funerales y, con el tiempo, la desesperación se disiparía,
pero no habría final. Sólo una nueva y triste realidad. Y un niño huérfano.
—Kathleen, ¿estás bien? —Mi mamá sonaba preocupada ahora. Realmente no
era cruel. Es sólo que a veces su indicador de sensibilidad se atascaba.
Me limpié una lágrima que rodaba por mi mejilla.
—No puedo creer que todo esto sea real —dije.
Asintió con la cabeza y, por primera vez, una expresión de dolor pasó por su
rostro. Después de todo, Heather había sido su sobrina. Había sido mi prima.
—Lo sé —dijo—. Nunca pensé que vería el día en que estaría un poco
agradecida de que el cáncer se llevara a mi hermana a una edad temprana. Pero
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tengo que decir que me alegro de que no viviera para ver la muerte de su única hija.
Alargué la mano para tomar una taza de cerámica del armario que había sobre
el fregadero. Mis dedos pasaron por alto la caprichosa colección de tazas de colores
pastel y se cerraron en torno a una taza de recuerdo que mostraba una hilera de
frondosos pinos verdes bajo las palabras Hawk Valley Happiness en letra roja. En la
tienda de la avenida Garner que mi prima Heather regentaba con su marido, Chris,
se vendían docenas iguales. Las había diseñado ella misma.
Después de servirle una taza de café a mi mamá, me llené una para mí. Las dos
tomábamos el café solo, una de las pocas cosas que teníamos en común. Sorbimos de
nuestras tazas en un triste silencio mientras yo pensaba en lo diferente que había
parecido el mundo doce horas atrás.
Los vientos habían sido muy fuertes la noche anterior, agitados por alguna
colisión meteorológica que probablemente habría tenido sentido para mí en mis días
de estudiante. Mi única preocupación era que el ruido no dejara dormir a Emma y al
bebé. Por suerte, mi hija de tres años y medio no había heredado mis inquietos
hábitos de sueño, pero el bebé era otra historia. Sólo tenía cuatro meses y era la
primera noche que pasaba lejos de sus padres. Se quejaba mientras el viento
golpeaba las paredes exteriores y silbaba por las pequeñas grietas que encontraba.
Lo acuné durante una hora antes de que se calmara, pero no me importó en absoluto.
Era agradable volver a sentir el cálido peso de un bebé. Ahora que Emma había
superado la agonía de la primera infancia, a menudo se negaba a que la abrazaran.
Cuando Heather me preguntó si podía cuidar de Colin durante la noche para
que ella y Chris pudieran disfrutar de un romántico aniversario en su cabaña de las
montañas, no dudé en aceptar. Estuvo a punto de cambiar de opinión y llevárselo con
ella, pero Chris se rió, la llamó mamá osa y los dos se fueron solos de viaje de
aniversario.
Colin por fin estaba dormido cuando lo acomodé en la cuna portátil de la
habitación de Emma y fue entonces cuando oí la primera de las sirenas. Podían ser de
cualquier cosa. Un accidente de auto. Una línea eléctrica caída. No les di importancia.
Justo cuando estaba a punto de salir de la habitación, Colin soltó un grito agudo y me
quedé un momento en la puerta para ver si se despertaba, pero simplemente se
movió y volvió a dormirse.
Horas después me despertó una llamada histérica de Jane, la hermana de
Chris. Era la novia desde hacía mucho tiempo del jefe de bomberos local, así que
había sido la primera en enterarse. El fuego se había propagado con rapidez y sin
piedad, arrasando hectáreas enteras en cuestión de instantes antes de que una
repentina ráfaga de lluvia aplacara su furia, sin extinguirlo por completo pero dando
a los equipos la oportunidad de contraatacar. Los primeros en llegar al lugar de los
hechos tuvieron que revisar la media docena de cabañas que habían sido devoradas.
Sólo una estaba ocupada. Aún faltaba la identificación formal de los cadáveres, pero
todos sabían que aquella cabaña había pertenecido a la familia Ryan durante
generaciones. Y Jane confirmó a las autoridades que su hermano y su esposa habían
conducido hasta allí ayer por la tarde. 14
Ahora no podía dejar de pensar en aquel grito estridente y solitario de Colin.
Me preguntaba si ese fue el momento en que sus padres se vieron rodeados por el
fuego. Y me pregunté si se había producido uno de los trágicos misterios del
universo, si su mente infantil sabía de algún modo lo que había ocurrido a kilómetros
de distancia, en las montañas.
—¿Mami? —Emma entró en la cocina como un ángel soñoliento en su camisón
azul pálido.
—Hola, cariño —le dije tendiéndole la mano.
Se quedó donde estaba, mirándome solemnemente. Era lo bastante mayor
como para tener recuerdos permanentes de la noche anterior y de haber sido
despertada por el sonido de adultas sollozando.
—Estás llorando —dijo.
—Ven aquí, mi niña bonita —dijo mi mamá y se agachó con los brazos abiertos.
Emma me miró una vez y se dirigió a su abuela.
Emma se dejó subir al regazo de mi mamá. Bostezó y dijo:
—Colin está haciendo ruidos.
—¿Está despierto? —pregunté.
Asintió.
—Está haciendo ruidos.
Había pensado que le oiría si lloraba. Dejé mi taza de café.
—Iré a ver.
Desde la cuna Colin emitía gorgoteos irregulares, pero en cuanto me vio estalló
en un llanto desgarrador. Lo levanté mientras le decía palabras tranquilizadoras y
deseaba que mi corazón no se rompiera en mil pedazos al pensar en lo mucho que
había perdido este dulce bebé.
—Alguien tiene un pañal apestoso —dije con alegría forzada y le hice
cosquillas después de acostarlo en el cambiador. Me sonrió.
Cuando volví a la cocina encontré a mi mamá dándole de comer a Emma un
plato de galletas de chocolate, pero supuse que esta mañana podría abstenerme de
discutir sobre las virtudes de un desayuno sano.
Tomé un biberón de la nevera, preparado por Heather, y me senté en una silla
con el bebé. Se aferró con entusiasmo al biberón y me miró con unos ojos azules muy
abiertos que me recordaron a otra persona. Heather tenía los ojos marrones. Los ojos
azules venían del lado de la familia de Chris y parecía que Colin iba a heredarlos.
—¿Cuánto tiempo vas a poder hacer esto? —preguntó mi mamá.
—¿Hacer qué?
—Cuidar de ese bebé. Ya estás al límite entre tu trabajo, la escuela y el cuidado
de tu hija.
15
Apreté los dientes.
—¿Te estás ofreciendo a ayudar?
Evitó la pregunta.
—Los padres de Chris están muertos, al igual que la madre de Heather. Su
padre está vivo, pero créeme, no va a echar una mano. Y no me hagas hablar del
desastre de hermana de Chris. Jane ni siquiera puede cuidar de sí misma.
Emma nos miraba con los ojos muy abiertos mientras masticaba sus galletas,
así que no le respondí que no era el momento de calumniar a gente que estaba
destrozada.
—Sólo pienso en ti —resopló mi mamá cuando no respondí.
—Entonces ayúdame pasándome mi teléfono —le dije—. Está justo ahí en el
mostrador.
En algún momento, mientras dormía la siesta en la silla de la cocina, Jane me
había enviado un mensaje de texto. Enarqué las cejas por el mensaje, aunque la
noticia no debería haberme sorprendido. Por supuesto que vendría. Chris había sido
su padre y, aunque sabía que no se llevaban muy bien, imaginaba que la noticia debía
ser un shock terrible.
—Nash está en camino —dije.
—¿Quién? —preguntó mi mamá.
Suspiré.
—Nash Ryan. El hijo de Chris. Te acuerdas de él, ¿verdad?
Arrugó la cara.
—Sí, vagamente.
—Viene directamente desde Oregón. Jane cree que estará aquí a última hora
de esta noche.
Se encogió de hombros.
—Yo tampoco contaría con su ayuda si eso es lo que estás pensando.
En realidad estaba pensando en Colin. Pensaba en que tenía un hermano al que
nunca había conocido y que ese hermano era ahora su pariente vivo más cercano.
Colin agitó un pequeño puño en el aire cuando terminó su biberón, lo apoyé
en mi hombro para que eructara.
No tenía ni idea de qué esperar del regreso de Nash Ryan. Hubo un tiempo en
que su nombre provocaba todo tipo de sentimientos volátiles en mi interior. Durante
unos confusos años de adolescencia había creído estar enamorada de él, antes de
comprender que el amor no significa seguir todos los movimientos de un chico
mientras te consume una lujuria obsesiva. No fue nada, sólo un patético
enamoramiento en el que apenas había pensado en años. Sólo esperaba, por el bien
del pequeño que tenía en mis brazos, que Nash se interesara por él. Colin necesitaría
todo el amor posible.
16
Más que nada, esperaba que Nash se hubiera convertido en un hombre mejor
de lo que insinuaban los rumores.
Nash
El crepúsculo volvía a asentarse cuando crucé la frontera con Arizona. Roxie
levantó la cabeza y miró por la ventanilla mientras atravesábamos el árido paisaje
lunar del desierto de Mohave.
—Creo que nos toca un descanso —dije y me detuve en la arena a un kilómetro
y medio de la carretera.
Mi perra estaba muy bien adiestrada, pero la llevé con correa mientras hacía
sus necesidades. La luna llena empezaba a asomar por el horizonte y los colores del
cielo combinados con la inmensidad del desierto hacían que la escena pareciera
sacada de una película de Star Wars. Cuando era niño había estado por aquí una vez,
con mi padre. Íbamos al lago Havasu. Recuerdo que me fascinaron los espacios 17
abiertos sin árboles, llenos de arena y desolación, tan diferentes del verdor de Hawk
Valley, incluso diferentes de la expansión urbana de estuco salpicada de cactus de
Phoenix. Parecía imposible que siguiéramos en el mismo estado. Esto es lo que la
gente piensa cuando habla de Arizona, este desierto desolado. Pero no todo era así.
Roxie bebió a lengüetazos el agua que le di cuando volvimos a la camioneta.
Yo también bebí una botella de agua y contemplé las estrellas que empezaban a
aparecer. A mi padre le gustaba mucho la astronomía. Había tomado algunas clases
en la universidad local, pero abandonó sus estudios cuando llegué yo y supo que
trabajaría para siempre en la pequeña tienda familiar de Hawk Valley, donde un título
de astronomía era tan útil como los pezones en un hombre. Pero nunca había perdido
su amor por el cielo, y a menudo conducía hasta el gran observatorio de Flagstaff.
—Eso es lo que pasa con las estrellas, Nash. Las veas o no, siempre están ahí
arriba. No hay muchas constantes así en este mundo.
Aplasté la botella de agua vacía y la metí en la guantera para que Roxie no la
masticara. Después de la llamada de Jane, me había puesto a hacer las maletas a toda
prisa para ponerme en camino. Eso me impidió pensar. Lo último que quería era
pensar demasiado. Conducir tenía sentido porque no tenía dónde dejar al perro y, de
todos modos, no había vuelos directos al pequeño aeropuerto regional a sesenta
kilómetros de Hawk Valley. Si volaba, tendría que llegar a Portland, esperar a que
saliera un vuelo a Phoenix y alquilar un auto para conducir dos horas hasta la ciudad.
O podía hacer lo que me diera la gana y conducir directamente, evitándome todas
esas molestias.
En cuanto al alojamiento, ya lo decidiría cuando llegara. No sabía cuántos días
me quedaría. Estaría allí al menos hasta los funerales y hasta que supiera que se
ocuparían del bebé.
Una vez en la carretera, descubrí que no podía escapar de mis pensamientos
por mucho que lo intentara. Los kilómetros vacíos me daban demasiado tiempo para
pensar. Y demasiados malditos recuerdos en los que pensar.
La última vez que había hablado con mi padre fue hace cuatro meses, el día que
nació mi hermano Colin. No hablamos durante mucho tiempo y no habíamos vuelto a
hablar desde entonces. Me mandaba fotos a menudo: fotos del bebé, fotos de Heather
y el bebé, fotos de los tres juntos como una pequeña familia feliz y perfecta. Quizá
pensó que todas esas fotos me animarían a viajar hasta allí y conocer a mi hermanito.
Lo pensé. Pero Chris Ryan y yo siempre habíamos sido como el agua y el aceite. Creía
que le estaba haciendo un favor a su familia manteniéndome alejado por el momento.
Sabía cómo irían las cosas si viajaba a Hawk Valley. Inevitablemente, mi padre
y yo nos lanzaríamos a alguna discusión insignificante o continuaríamos con viejas
pautas competitivas. Heather se sentiría incómoda por su papel en la discordia entre
nosotros, aunque mi padre y yo habíamos estado enfrentados mucho antes de que
ella llegara. Además, el bebé era demasiado pequeño para saber quién demonios
era yo. 18
Así que en lugar de visitarlo y crear problemas, le envié una tarjeta de regalo
de quinientos dólares y otra tarjeta cursi sobre la felicidad, las bendiciones y esas
cosas.
De todos modos, estaba seguro de que no tenía nada que ofrecer a un hermano
a estas alturas. Nos llevábamos veinticinco años de diferencia, por el amor de Dios.
Por todas partes veía hombres de mi edad que se estaban convirtiendo en padres. Mi
propio padre tenía un hijo en la guardería cuando tenía mi edad. Él y mi madre eran
prácticamente niños cuando se conocieron en una fiesta en Phoenix y mi padre
empezó a conducir hasta allí todos los fines de semana para verla. Seguro que no
planearon nada para mí. Ni siquiera podían pedir legalmente una copa cuando nací.
Tampoco estuvieron juntos por mucho tiempo. No recordaba a Chris Ryan como un
padre afectuoso. Podía ser duro, inflexible. A veces decía cosas que me costaba
perdonarle. Era cierto que se había suavizado en los últimos años, pero para entonces
la distancia entre nosotros era demasiado grande. Sabía que veía a Colin como su
segunda oportunidad, la oportunidad de empezar de nuevo y criar a un hijo como es
debido. No quería interferir en ello.
Sin embargo, en algún lugar de mi mente pensaba que llegaría el día en que
tendríamos otra oportunidad. Algún día quizá él y yo podríamos sentarnos en el
chirriante porche delantero de su vieja casa con un par de cervezas y mantener una
conversación como hacían padres e hijos en todos los lugares y tiempos.
Algún día.
Era una puta píldora demasiado amarga para tragar en este momento. Todavía
no podía tragármela.
Hacía tiempo que había oscurecido cuando por fin llegué a los límites de la
ciudad de Hawk Valley. El lugar tenía prácticamente el mismo aspecto que la última
vez que lo había visto. Hawk Valley era una ciudad estancada en el tiempo, que
mantenía un encanto pintoresco y polvoriento mientras intentaba mantener a flote sus
pequeños negocios. Los ciclos de auge y caída del mercado inmobiliario de Phoenix
no se extendían tan al norte, y los compradores de casas de vacaciones tendían a
evitar el lugar y a elegir cabañas de montaña en su lugar. Había una pequeña
universidad a las afueras de la ciudad, pero en general Hawk Valley era más bien un
lugar de paso que dependía de los marginados de la industria turística que gastaban
sus pocos billetes en las tiendas de recuerdos de la avenida Garner o comían algo
rápido en los cafés locales. La gente que vivía allí se las arreglaba y se aferraba a lo
que tenían.
Un acuerdo de custodia compartida significaba que pasaba aquí los veranos y
las vacaciones cuando era niño. El verano que cumplí catorce años me convertí en
residente permanente. No fue por elección. Fue porque la peor pesadilla posible se
había hecho realidad. Pero eso era lo último en lo que quería pensar. La situación
actual ya era lo bastante terrible como para no pensar en el pasado.
Las noticias estaban en toda la radio local. Incendio forestal en las montañas
Hawk. Dos vidas perdidas. Las llamas están contenidas al cien por ciento. Todavía no 19
había información sobre cómo se habían originado las llamas, pero con los fuertes
vientos y las condiciones secas no habría hecho falta mucho. El hecho de que el cielo
se abriera justo cuando el fuego rugía fuera de control fue un golpe de suerte para los
equipos de emergencia. Pero no fue lo bastante pronto para mi padre y su mujer.
Jane estaba demasiado angustiada anoche para dar muchos detalles. Mientras
estaba detenido en un semáforo de la avenida Garner intenté llamarla para hacerle
saber que estaba aquí. Estaba preocupado por ella. Mi tía era un alma frágil.
Probablemente no estaba llevando muy bien la muerte de su hermano mayor.
—¿Hola?
—Jane. Soy Nash. Acabo de llegar a la ciudad.
—Nash. Oh, Dios, todo esto es tan horrible y no puedo decir cuánto lo siento.
Jane está durmiendo en mi habitación. Me pidió que contestara si llamabas.
Estaba confundido.
—¿Quién eres?
—Oh, lo siento. Soy Kat Doyle.
La naturalidad con la que la mujer dijo su nombre me hizo pensar que debía
significar algo para mí. Busqué en mi memoria, pero después de veinte horas de viaje
todas las conexiones se habían roto.
—Me dirijo a casa de mi papá —dije, aunque no sabía qué esperaba encontrar
allí. Se me quebró la voz al pronunciar la palabra papá. Cuando lo dije en voz alta no
pude evitar la verdad de que ya no tenía uno. Chris Ryan, el hombre que me enseñó
a atrapar una pelota y a clavar un clavo, había muerto. Claro que tenía sus defectos.
Como todo el mundo.
—¿Por qué no vienes a mi casa? —dijo Kat Doyle—. Sé que hay muchas cosas
de las que ocuparse pero no todo tiene que hacerse esta noche. Jane necesitaba
descansar, pero querrá hablar contigo. Y Colin está aquí. Seguro que quieres ver
cómo está.
Digerí esta información y le pedí a Kat Doyle su dirección. No podía ni empezar
a enumerar todas las cosas que había que solucionar. Jane no estaría en condiciones
de ocuparse de los preparativos del funeral. No había nadie en nuestra familia que
tomara las riendas y sabía que Heather tampoco tenía mucha familia cercana. Pero
todo eso podía esperar unas horas más. La mujer que contestó al teléfono de mi tía
tenía razón. Quería asegurarme de que mi hermano estaba bien.
Kat Doyle vivía en un dúplex entre las viejas casas donde alguna compañía
minera había construido viviendas para sus empleados hacía unos ochenta años. Las
minas que se encontraban a quince kilómetros de la ciudad habían estado cerradas
desde la administración Regan y, a primera vista, la mayoría de estas casas sobrantes
parecían proyectos de primera para uno de esos programas de renovación de casas
para imbéciles.
La mujer que abrió la puerta tenía una larga melena rojiza que le llegaba hasta
la cintura, una cara vagamente familiar y un cuerpo que ni siquiera su camiseta sin
forma y sus pantalones de franela de su pijama podían ocultar. Por supuesto, me sentí 20
como un imbécil por fijarme en su cuerpo en esas circunstancias, pero hay cosas que
están muy arraigadas.
—Nash —dijo y sus ojos verdes estaban llenos de calidez y simpatía.
—¿Kat? —Adiviné.
Asintió.
—Quizá recuerdes que yo vivía tres casas más abajo que tú. Aunque era unos
años más joven.
Algo me hizo clic. Recordé a una chica delgada con una gorra de cabellera
pelirroja cortada a lo chico que siempre llevaba camisetas de bandas de rock clásicas
que le quedaban demasiado grandes. Kathleen Doyle no era conocida por su aspecto
ni por sus elecciones de vestuario, sino porque era una leyenda local, una maldita
genio que ganó todos los premios académicos jamás inventados por el Distrito
Escolar Unificado de Hawk Valley y que, en general, avergonzaba a todos los demás.
También solía seguirme a todas partes aunque yo nunca la reconociera.
—Kathleen —dije—. Ahora te recuerdo.
Una sonrisa de satisfacción se dibujó en sus labios y se desvaneció con la
misma rapidez. Sus ojos se llenaron de lágrimas repentinas.
—Heather era mi prima —dijo—. Lo siento mucho, Nash. Aún estamos
conmocionados.
Frente a la puerta de Kathleen podía oler el humo en el aire. Estaba por todas
partes. Nunca más podría encender una hoguera sin ganas de vomitar.
Roxie sacó la cabeza por la ventanilla de la camioneta y ladró una vez, solo para
recordarme que seguía allí.
—Tranquila —le ordené y gimió una vez, pero se sentó en el asiento.
—¿Trajiste a tu perro? —preguntó Kathleen. Parecía desconcertada.
—Sí. Iba a conducir de todos modos y no sabía cuándo volvería a Oregón.
Pareció meditarlo y me dirigió una larga mirada de valoración que no supe
interpretar.
—Entra —dijo y retrocedió para que yo pudiera despejar la puerta—. Oh
espera, ¿qué pasa con tu perro?
Chasqueé los dedos en dirección al camión.
—Roxie, quédate. —Me volví hacia Kathleen—. No te preocupes por ella. Está
bien entrenada y la ventana está abierta. Estará bien.
La cocina de Kathleen Doyle parecía una cápsula del tiempo de 1983. Sin
embargo, salvo algunos platos en el fregadero, todo estaba ordenado y limpio.
—¿Café? —me ofreció.
—No, gracias. No me gusta la cafeína. 21
Se sirvió una taza de todos modos, probablemente para sí misma.
—Soy demasiado fanática —dijo—. No sé cómo pasaría el día sin él. —Dejó la
cafetera en el suelo—. ¿Quieres que despierte a Jane? Está dormida en mi habitación.
Se tomó un sedante potente para calmarse y Kevin, su novio, Kevin Reston, no quería
que estuviera sola mientras él iba a ocuparse de asuntos del cuerpo de bomberos.
Kathleen hizo una pausa para dar un sorbo a su café. Se apoyó en la encimera
de la cocina, descalza y en pijama, me observó. Una vez más, tuve la sensación de
que sus agudos ojos verdes realizaban una rápida evaluación.
Me apoyé en la pared más cercana y la miré fijamente. Ahora que estaba aquí,
en Hawk Valley, empezaba a asimilar la realidad. Mi padre y su mujer habían muerto.
Mi hermano pequeño era huérfano. Aún no había llorado, pero aquella chica me
miraba con una tristeza que indicaba que comprendía cuánto lo deseaba. El fuego
había sido un acto feroz de la naturaleza, así que no había culpa que atribuir, pero yo
quería gritar y romper algo con las manos de todos modos. Y aunque todavía no había
derramado ni una lágrima, podría tirarme al suelo y llorar hasta que volviera a salir
el sol. Pero no iba a hacer nada de eso en la cocina de Kathleen Doyle.
—¿Seguro que no te vendría bien un café? —preguntó—. ¿O quizás un
tentempié? Podría preparar algo si tienes hambre.
—Estoy bien —dije.
Pero, de hecho, el cansancio me estaba venciendo. No había dormido la noche
anterior y luego pasé veinte agotadoras horas en la carretera pensando en el
arrepentimiento, la ira, la pérdida, y en la vez que mi ratón mascota murió cuando yo
tenía cinco años y mi padre creó un ataúd de caja de puros para él antes de cavar un
hoyo y asistir a un funeral muy sincero en el patio trasero.
—¿Quieres verlo? —preguntó Kathleen.
—¿Verlo?
La idea me horrorizaba. Llevaba todo el día apartando de mi mente ecos
imaginarios de los últimos gritos y visiones de cuerpos carbonizados. Era lógico que
los restos ya hubieran sido recuperados y llevados a la ciudad. Nunca me había
molestado ver sangre, ni siquiera cuando era la mía. Pero sabía que me derrumbaría
si miraba lo que quedaba de mi padre.
—Está dormido en su cuna —dijo Kathleen—. Pero puedes echar un vistazo ahí
dentro.
Respiré aliviado.
—Te refieres a Colin.
—Sí. —Inclinó la cabeza—. Por supuesto que me refiero a Colin.
Kathleen dejó su taza y me hizo un gesto para que la siguiera. La cocina estaba
junto al salón y un corto pasillo daba a dos dormitorios. Kat me condujo al más
pequeño y parpadeé, intentando adaptar mis cansados ojos a la escasa luz. Había una 22
cama pequeña ocupada por una niña. No tenía ni idea de qué edad tenía, pero sabía
que era una niña. Kathleen tocó la cara dormida de la niña y luego se dirigió a la
pequeña cuna del rincón.
Dormía boca arriba, con los puños cerrados sobre la cabeza. No habíamos
encendido ninguna luz, pero algo en nuestra presencia pareció molestarlo, porque
arrugó la cara y soltó un gemido agudo que parecía el de un animalito adolorido.
Luego se le relajó la cara y respiró tranquilamente en un sueño apacible.
No sabía una mierda de bebés.
Sin embargo, mientras permanecía en una habitación oscura junto a Kathleen
Doyle mirando a la pequeña criatura que era mi hermano, se me ocurrió que era la
cosa más asombrosa que jamás había visto. Algo feroz y extraño se retorcía en mi
pecho mientras lo observaba y me encontré deseando haberlo visitado nada más al
nacer. Mi padre pensó que lo haría. Me lo había pedido, incluso se había ofrecido a
pagarme el boleto de avión, aunque sabía que no necesitaba el dinero. Sólo
necesitaba olvidar viejos rencores. Y ahora que por fin estaba aquí, era demasiado
tarde.
—Puedes cargarlo —susurró Kathleen.
Alargué la mano para tocar la mejilla del bebé, pero me aparté antes de llegar.
—Déjalo dormir —le dije.
Kathleen envolvió el cuerpo de Colin con la fina manta de algodón y yo eché
un último vistazo antes de seguirla fuera de la habitación. Cerró suavemente la puerta
del dormitorio y se sentó en el sofá del salón. Como no había otro sitio, me senté a su
lado.
—Es un buen bebé —dijo y noté que sus ojos volvían a estar llorosos—. Heather
y Chris lo adoraban. Heather estaba muy feliz de ser madre por fin. Llevaban
intentando tener un bebé desde que se casaron.
Tosí una vez y me moví.
—No, no lo sabía. —Mi padre y yo no hablábamos de esas cosas, cuando
hablábamos. Había razones. Algunas tenían que ver con Heather. El resto tenía que
ver con él y conmigo.
Kathleen suspiró y recostó la cabeza en el sofá.
—Jane ha recibido hoy una llamada de la funeraria Brach de la calle Hart. Están
dispuestos a encargarse de los preparativos por muy poco dinero. Mañana tiene que
ir a reunirse con ellos.
—Me ocuparé de ello —dije. Me estaba empezando a doler la cabeza. Me
pellizqué el entrecejo.
—¿Necesitas una aspirina?
—Sí, por favor.
Kathleen sacó un par de pastillas y un poco de agua. Ignoré el agua y me tragué
las pastillas en seco. 23
Volvió a sentarse y señaló mi mano vendada.
—¿Qué te pasó?
Me había olvidado por completo del hombre del callejón. Parecía como si
aquel incidente hubiera ocurrido hace tres años en lugar de anoche.
—Me raspé los nudillos con el cemento cambiando una rueda pinchada —dije.
Era un mentiroso de mierda. No me resultaba fácil.
No me creyó. Me di cuenta. Había algo en el cambio de sus ojos que indicaba
que sabía que yo era un mentiroso. Pero fue lo suficientemente educada como para
cambiar de tema.
—¿Cuánto tiempo ha pasado, Nash? —preguntó—. ¿Cuánto hace que no
regresabas? ¿Unos cinco años?
—Algo así —dije, preguntándome cuánto sabía ella de la última pelea que
habíamos tenido mi padre y yo. Fue hace cinco años y nuestras conversaciones desde
entonces habían sido cuidadosamente benignas. Pero recordaba muy bien aquella
noche. Se habían dicho cosas terribles.
—Adelante. Cásate con ella. No me importa una mierda. Hemos terminado.
Peleas así pueden limpiar o pueden arruinar. Normalmente lo segundo.
Me pregunté cuánto sabía la mujer que estaba sentada a mi lado en el sofá. Era
prima de Heather, al fin y al cabo, y si Heather le había confiado su bebé a Kathleen,
quizá también le hubiera confiado sus secretos. Cuando nuestros ojos se encontraron,
algo que vi en los suyos me dijo que sabía mucho.
—Nash, me pareció oír tu voz.
Levanté la vista y vi que Jane se había unido a nosotros. Tenía los ojos
desorbitados y la cara hinchada y parecía que se estaba agarrando a la pared del
salón de Kathleen para apoyarse. Me levanté del sofá y abracé su delgado cuerpo
mientras empezaba a llorar.
Era tarde y nadie estaba en condiciones de hablar de nada serio, y menos Jane.
Kathleen me ofreció a mí y a mi perra de cuarenta kilos quedarnos en su pequeño
apartamento, pero lo rechacé. Sin embargo, acepté encantado la oferta de que Colin
se quedara aquí de momento. Había decidido buscar un hotel que aceptara mascotas
en algún lugar de la interestatal, pero Kathleen me dio la llave de la casa de mi padre
y me sugirió que me quedara allí. Era evidente que Kathleen se había hecho cargo
temporalmente de la situación, pero no estaba en condiciones de discutir.
—Acaban de terminar la reforma —dijo—. Y hay muchas habitaciones.
—Lo sé —le dije. Después de todo, yo viví en la maldita casa. Durante años fue
un adefesio victoriano que mi abuelo nunca llegó a restaurar antes de morir en un
campo de golf de Scottsdale. Luego fue un proyecto constante de mi padre, siempre
lleno de materiales de construcción y habitaciones a medio terminar. Parecía que por
fin había terminado el trabajo.
Jane no estaba lo bastante despierta para conducir, pero insistió en volver a
24
casa, así que me ofrecí a llevarla.
—Qué perra más bonito —dijo al ser presentada a Roxie, que estaba feliz por
la atención de una nueva persona mientras jadeaba en el asiento entre nosotros.
Jane vivía con su novio en una encantadora casa a tres manzanas del centro de
la ciudad. Parecía un poco ida mientras seguía acariciando a Roxie, pero era
comprensible. Las últimas veinticuatro horas habían sido un infierno para ella. Jane
era una adolescente cuando yo nací y, aunque ahora tenía más de treinta años,
conservaba la frágil vulnerabilidad de una niña. Esperaba que la muerte de su único
y querido hermano no fuera el catalizador que la llevara al límite. Por lo que yo sabía,
había estado bien estos últimos años.
El novio de Jane salió a recibirnos cuando la llevé. Kevin Reston aún llevaba el
uniforme de los bomberos de Hawk Valley y su larga cara estaba dibujada por el
cansancio, pero me estrechó la mano y me dio torpemente el pésame antes de
acompañar a mi tía al interior.
Miré hasta que cerraron la puerta e hice lo único que me quedaba por hacer.
Me fui a casa.
La casa estaba a oscuras. Cuando salí al porche, pateé accidentalmente un
objeto. Era blando y pronto me di cuenta de que había más como él. Flores. Las habían
colocado por todo el porche. También pude distinguir una cartulina muy grande que
habían colocado junto a la puerta. Las torpes letras dibujadas a mano decían:
Chris y Heather. Los querremos siempre.
La efusión fue conmovedora y no inesperada. Hawk Valley se enorgullecía de
su ambiente de pueblo pequeño y mi familia era muy conocida aquí. La trágica muerte
de dos pilares de la comunidad habría dejado a todo el mundo conmocionado.
Roxie olisqueó las flores mientras yo tanteaba la llave de la puerta principal
que me había dado Kathleen. Las bisagras crujieron cuando empujé la puerta.
Inmediatamente me sentí transportado a mi infancia mientras respiraba el olor a
madera vieja y un vago moho que nunca se disipaba del todo. Era el olor de los años,
de la vida y de las generaciones. Pero ahora mismo sólo lo consideraba el olor de la
tristeza.
Encendí la luz cerca de la puerta y lo primero que noté fue que el lugar tenía
un aspecto muy diferente al de hace cinco años. Los cimientos seguían siendo los
mismos, pero ahora estaban adornados con muebles antiguos y detalles de buen
gusto. La pintura era mucho más brillante, la iluminación se había mejorado y por
todas partes colgaban cuadros en paredes antes desnudas.
Me detuve a la altura de una foto tamaño póster de los tres: mi padre, Heather
y el bebé. Debió ser tomada justo después de nacer Colin. Me habían enviado
algunas fotos de él con el mismo traje azul de marinero, pero esas fotos eran solo de
él. Nunca había visto esta de los tres.
Roxie se arrastró con la nariz pegada al suelo, olfateando cada rincón. Tenía la
cola abajo, como si supiera que era un momento triste. Al cabo de unos minutos, se
acomodó en una alfombra trenzada mientras yo no podía apartar la vista de la imagen
de una familia feliz destrozada. La pareja sonriente con su bebé no tenía ni idea de lo 25
que les deparaba el destino.
Había más canas en el cabello de mi padre de las que yo recordaba. Tenía
líneas más profundas alrededor de los ojos. Y Heather estaba preciosa, con el cabello
color miel recogido en un moño suelto. El brazo de mi padre la rodeaba
protectoramente por el hombro mientras acunaba al hijo que no tendría recuerdos de
ellos. Para Colin, Heather y Chris Ryan solo serían personas en fotos e historias.
No podía hacerme a la idea. Nada de esto era jodidamente justo. Después de
que mataran a mi madre no había hecho más que llorar en los días siguientes. Esta
vez aún no había derramado ni una lágrima.
Pero entonces, mientras me hundía lentamente en el suelo de la casa vacía de
mi padre, finalmente me derrumbé y sollocé hasta que me dolió el pecho.
Kathleen
Las previsiones no anunciaban lluvia para hoy, pero el cielo se abrió y la
multitud empezó a alejarse de la ceremonia. Había muchas caras desconocidas, gente
de fuera de la ciudad. Tal vez fueran curiosos mórbidos. El incendio y su trágico
desenlace habían estado en todas las noticias.
—El matrimonio era propietario de una tienda de recuerdos en la pintoresca
localidad de Hawk Valley. Dejan un hijo pequeño. Ahora volvemos contigo, George,
para el informe de tráfico.
Un camión de noticias de una de las emisoras de Phoenix rondaba por el
estacionamiento. Me pregunté si llevaría a la misma reportera que se había
encontrado con Nash esta mañana. La había mandado a la mierda antes de que 26
terminara la frase.
Cuando los dolientes que habían rodeado el lugar del entierro empezaron a
retroceder y a mirar hacia el cielo amenazador, Nash permaneció en su sitio con la
cabeza agachada y las grandes manos colgando a los lados.
El pastor dio por concluida la ceremonia y tocó a Nash en el hombro antes de
seguir a la multitud. Pareció decir algo, pero yo estaba demasiado lejos y, de todos
modos, no pareció importar. Nash le ignoró.
Mi talón izquierdo se tambaleó en la hierba resbaladiza mientras me dirigía
hacia Nash. Evité mirar los dos ataúdes cubiertos de flores brillantes. No quería
pensar en lo que contenían.
Nash no levantó la vista cuando me acerqué y no pude verle la cara.
—Nash —dije mientras la lluvia se intensificaba—. ¿Estás bien?
Ahora levantó la vista. Un fuerte trueno en lo alto marcó el momento. La
expresión de sus ojos azules era tan angustiosa que estuve tentado de acercarme a él.
Pero Nash Ryan no era el tipo de hombre que apoya la cabeza en el hombro de nadie
y llora.
—Se acabó —dijo y pareció sorprendido. Me pregunté si había estado
escuchando la misa o si estaba demasiado ensimismado en sus sombríos
pensamientos. No era el primer funeral al que asistía, ni la primera vez que se
llevaban a un ser querido de una forma brutal.
—Sí —dije—. Se acabó.
Era cierto. Al menos esta parte había terminado. Por suerte, las autoridades
habían entregado los cadáveres rápidamente y el funeral pudo celebrarse sólo cuatro
días después del incendio. Mucha gente del pueblo se había ofrecido a ayudar, pero
Nash insistió en encargarse personalmente de los preparativos. Quizá le gustaba
tener la mente ocupada.
Quizá por eso había estado demasiado ocupado para pasar tiempo con Colin.
A corto plazo no faltaban personas dispuestas a llenar el vacío y cuidar del
bebé, pero tarde o temprano había que tomar una decisión crítica. Yo sabía lo que
Heather y Chris habían querido. Mi primo me había hablado de la visita a Steve Brown
hacía unos meses. Probablemente el abogado estaba esperando hasta después del
funeral para compartir el contenido del testamento.
La gente se preguntaba y cuchicheaba entre sí.
—¿Qué pasará con el bebé? ¿Qué será de él? —Yo guardé silencio porque no
tenía derecho a hablar, sobre todo cuando el propio Nash aún no había sido
informado del papel que su padre pretendía que desempeñara.
La observación de Nash adquirió de pronto un significado más profundo. Sí, el
funeral había terminado. Pero ahora tendría que averiguar qué venía después.
Nash caminaba silenciosamente a mi lado mientras seguíamos al mar de figuras 27
vestidas de negro que se dirigían al estacionamiento. Aunque llovía a cántaros, no
nos dimos prisa. Me sujeté el bolso por encima de la cabeza para que me sirviera de
paraguas inadecuado mientras los truenos retumbaban en lo alto. Nash no parecía
darse cuenta de que se estaba empapando hasta los huesos.
Nos habíamos visto muchas veces desde que volvió a la ciudad, pero no
habíamos estado a solas ni habíamos tenido una conversación personal. El ambiente
entre nosotros no era incómodo exactamente, pero tampoco confortable. Por lo que
había visto de Nash hasta ahora, no se desvivía por los buenos modales.
—¿Tu auto? —dijo, señalando mi montón de viejos huesos de Ford que
probablemente estaba a un viaje de la tienda de comestibles de la muerte súbita.
—Sí. —Abrí la puerta del conductor—. ¿Nos vemos en casa de Nancy? —Le
pregunté.
Nancy Reston, a menudo conocida como, Santa Nancy, había sido alcaldesa de
Hawk Valley durante dos décadas y se jubiló el pasado otoño porque le encantaban
los niños y quería dirigir una guardería. Se había ofrecido cómo voluntaria para
organizar una reunión en su casa después del funeral para que la familia no tuviera
que molestarse con esos planes. La propia Nancy se había perdido el funeral porque
estaba cuidando a Colin y Emma.
Nash no contestó y miraba a lo lejos, así que pensé que no había oído la
pregunta.
—Habrá comida —dije, sintiendo que necesitaba llenar el silencio con
palabras. Incluso palabras estúpidas—. Nancy contrató un catering. Fue muy amable
de su parte tomarse la molestia.
Nash no dijo nada. Podría haber sido una estatua. Una escultura de mandíbula
cuadrada, absurdamente hermosa, permanentemente posada junto al capó de mi
auto.
Me aclaré la garganta.
—Quería preguntarte qué quieres hacer esta noche. Nancy tuvo a Colin anoche
pero no sé si está para cubrir dos noches seguidas. Puedo llevarlo esta noche si
quieres...
Mi voz se entrecortó porque por fin me di cuenta de lo que había estado
mirando. Desde aquí, las Hawk Mountains no eran más que sombras rasgadas. El olor
a humo hacía tiempo que había desaparecido y desde lejos no se veía ningún indicio
de qué clase de desastre se había producido allí arriba. Había que acercarse mucho
más para ver las cicatrices dejadas por el fuego.
La pena me inundaba. Había sido una compañera constante últimamente, pero
de vez en cuando el dolor se agudizaba hasta convertirse en un dolor paralizante.
Heather era nueve años mayor que yo, así que no habíamos estado muy unidas
mientras crecíamos. En mi estrecha opinión, mi alegre prima rubia era algo engreída
y superficial. Pero cuando volví a Hawk Valley hace cuatro años como una
universitaria embarazada que acababa de salir de una relación tóxica y no se sentía
28
con fuerzas para responder a preguntas sobre nada, Heather se pegó a mi lado y se
convirtió en mi mayor defensora. Me ayudó a encontrar trabajo. Estuvo en el hospital
sujetándome de la mano cuando nació Emma. Y cuando vio un esperado signo
positivo en un test de embarazo de farmacia, fui la primera a la que llamó para darme
la noticia.
Las lágrimas que había logrado contener durante todo el funeral amenazaban
ahora con engullirme.
—Oh, Dios —gemí y me encontré apoyada en el auto mojado.
De repente, me rodearon unos brazos fuertes que me levantaron de mi posición
desplomada y me empujaron contra un pecho ancho. Le rodeé los hombros con los
brazos y respiré el aroma a pino de su loción para después del afeitado. Nash no dijo
nada mientras me abrazaba y eso estuvo bien. Sólo duró un instante y en ese momento
sólo éramos dos personas angustiadas aferradas la una a la otra en el estacionamiento
de un cementerio mientras caía una lluvia fría. No recordaba la última vez que me
había abrazado a alguien y con gusto me habría aferrado a él mucho más tiempo. Pero
Nash me soltó y se apartó.
—Hasta luego —dijo antes de dirigirse a su camioneta.
No tenía una idea clara de si planeaba presentarse en casa de Nancy o si me
necesitaba para cuidar de Colin esta noche. Sin embargo, no me apetecía perseguirlo
en busca de respuestas, así que suspiré y me metí en mi propio auto. Me quité la
chaqueta mojada, aliviada de que la blusa que llevaba debajo estuviera casi seca,
antes de emprender el corto trayecto hasta la casa de Nancy Reston.
La casa estaba en la parte más antigua de la ciudad, a sólo dos calles de dónde
Nash y yo habíamos crecido. Hacía años que mi madre había vendido su antigua casa
en aquel barrio y se había mudado a un piso bastante nuevo al otro lado de la ciudad.
En cuanto a la preciosa casa victoriana que Chris Ryan se había pasado años
restaurando, suponía que ahora pertenecía a Nash. Bueno, a Nash y a Colin.
Nancy sólo había invitado a los amigos y familiares de Chris y Heather para que
no hubiera un número obsceno de personas con las que lidiar. La ex alcaldesa de
cabello plateado me recibió en la puerta con un cálido abrazo y me tendió una toalla
rosa bordada para que pudiera hacer algo con mi cabello húmedo. Todavía estaba en
el vestíbulo secándome el cabello desordenado con la toalla cuando el pequeño
huracán que era mi hija pasó a toda velocidad a mi lado.
—Hola, señorita —dije, intentando recoger a la risueña niña en brazos.
A Emma no le gustaba que la contuvieran. Se escabulló.
—Mira lo que me ha regalado la abuela —anunció, mostrando triunfante un
billete de cinco dólares.
La última vez que mi madre le dio dinero a Emma, mi hija había decorado la
cara de Abraham Lincoln con crayón rojo brillante y luego había envuelto el billete
alrededor de una bola de arcilla. La lección debería haber sido evitar ofrecer papel
moneda a una niña de tres años, pero mi madre a veces aprendía despacio.
—¿Y dónde está la abuela? —le pregunté. 29
Emma señaló.
—Ahí dentro. —Arrugó la cara y mi corazón dio un vuelco porque por un
segundo se pareció exactamente a su padre. Ya debería estar acostumbrada al
parecido, pero de alguna manera me tomó desprevenida.
Emma se resistió cuando la sujeté de la mano, pero no podía dejar que
recorriera la casa metiéndose en todo tipo de líos. Nancy estaba muy ocupada con los
invitados que llegaban.
Mi madre me hizo un gesto con la cabeza desde su lugar junto al ventanal, al
lado del tío Ben, el miembro vivo más anciano de mi familia. Sus finas manos
temblaban y su rostro estaba confuso mientras mi madre le hablaba al oído entre
bocados de pastel de limón.
Emma dejó de intentar zafarse de mi agarre cuando la dirigí a la mesa de los
refrescos y apilé fruta en un plato. A Emma le encantaban las fresas como a otros niños
el chocolate.
Jane estaba sentada en un pequeño sofá con un Colin dormido en brazos. Su
postura era bastante rígida y no apartaba los ojos del bebé. Jane no solía ofrecerse
cómo voluntaria para tomar en brazos a su sobrino y nunca se ofrecía a hacer de
niñera. Al principio me pareció que Jane casi tenía miedo del niño, pero después de
observarla durante los últimos días no creí que fuera eso. Jane no tenía miedo del
bebé. Tenía miedo de sí misma, quizá de su capacidad para sostenerlo
adecuadamente. Heather describió una vez a Jane como, dolorosamente frágil, y era
una descripción acertada. Conocía los rumores sobre su historia. Las crisis nerviosas.
Supuestamente había sido estable durante bastante tiempo, pero desde el incendio
parecía retraerse más. Heather y Chris habían llegado a su decisión por una razón.
Jane nunca estaría a la altura para cuidar de Colin.
Acomodé a Emma en una silla cercana con su plato de fresas y yo me instalé en
el sofá de cretona junto a Jane.
—¿Quieres que me lo lleve?
Su gesto de alivio fue inmediato.
—Sí, gracias.
Colin se despertó cuando lo metí en mis brazos.
—Hola, hombrecito —le dije y sonrió. Lo coloqué en posición vertical,
preguntándome si había llegado la hora del biberón, pero por el momento pareció
contentarse con apoyar la cabeza en mi hombro e intentar agarrar mi grueso collar
de turquesas.
—Te quiere —dijo Jane, un poco melancólica.
No señalé que Colin era un bebé y no sabía querer a nadie. Los bebés
necesitaban cosas. Comodidad, comida, pañales limpios, afecto. Aún no tenían nada
que ofrecer a cambio.
Kevin Reston apareció con un grueso suéter de punto. Lo colocó 30
cuidadosamente sobre los hombros de Jane.
—¿Estás bien, cariño? —le preguntó con tanta ternura que se me agarrotó un
poco el corazón. Jane no había tenido suerte en muchos aspectos de su vida, pero
había tenido la suerte de encontrar el amor. Muchos de nosotros buscaríamos
eternamente y sólo encontraríamos pálidas imitaciones de lo real.
—Estoy bien —dijo Jane, aunque cualquiera que la mirara tendría alguna duda.
Tenía ojeras y su pequeño cuerpo parecía más delgado que nunca. Dudaba que
estuviera durmiendo mucho. O comiendo.
—¿Mamá? —preguntó Emma—. ¿Podemos ir a casa ahora?
—Todavía no, cariño.
—Quiero acariciar a Bruno.
—Lo encerraron en el dormitorio de atrás —dijo Kevin, refiriéndose al astuto
terrier de su madre. Sonrió a Emma—. Si no, estaría saltando sobre todos y robando
toda la comida.
Emma lo pensó y luego cambió de táctica.
—Quiero ir al patio trasero.
—Está lloviendo, Ems —le dije.
Se cruzó de brazos y parecía triste. Los días transcurridos desde el incendio
habían sido confusos para ella.
Kevin se aclaró la garganta.
—En realidad, estaba afuera y parece que la lluvia está disminuyendo. —Le
guiñó un ojo a Emma—. ¿Qué me dices? ¿Qué tal si rescatamos a Bruno y lo dejamos
correr por el patio trasero? —Kevin me miró—. Si a tu madre le parece bien.
—Eso está más que bien —dije—. Gracias, Kevin.
Kevin intentó que Jane los acompañara al patio trasero, pero negó con la cabeza
y se ciñó mejor el suéter alrededor del cuerpo.
Después de que Emma se alejara, siguiendo al jefe de bomberos de Hawk
Valley, Jane giró el cuello.
—¿Dónde está Nash?
Estaba a punto de admitir que ni siquiera estaba segura de que fuera a venir
cuando sonó el timbre. Nash entró con un aspecto algo menos empapado que en el
cementerio. Tenía que admitir que llevaba bien el aspecto desaliñado.
—Ahí está —dijo Jane y una leve sonrisa curvó sus labios.
Nash eludió el intento de Nancy de secarlo con una toalla y se quedó
torpemente en la puerta del salón, observando la silenciosa reunión. Su mirada se
posó en Colin, que seguía felizmente instalado en mi hombro izquierdo. Ojalá tuviera
una ventana en la cabeza de Nash Ryan para ver lo que estaba pensando.
31
—Y Steve Brown está aquí —notó Jane y había sorpresa en su voz. El abogado
era el tipo de hombre que se mantenía en las esquinas de cualquier habitación y era
fácil pasar desapercibido—. Me pregunto por qué.
—Steve y Chris eran buenos amigos —le dije suavemente, pensando que ya
debería saberlo—. Fueron juntos al instituto.
Steve Brown se acercó a Nash. Tenía el aspecto de un abogado arquetípico;
ligeramente calvo, con algo de sobrepeso y perpetuamente serio. Llevaba ejerciendo
en el piso superior de un edificio de ladrillo de la avenida Garner desde que yo tenía
uso de razón y en su solemne cabeza con gafas llevaba los secretos legales de muchos
de los residentes más antiguos de Hawk Valley.
—Oh —Jane asintió—. Cierto. Lo había olvidado.
Entre los suaves murmullos de Steve distinguí las palabras:
—Mañana —y— Mi oficina.
Nash parecía irritado.
—Hablemos ya —dijo, un poco más alto de lo necesario.
Obviamente, a Steve no le gustó la idea, pero suspiró y sacó a Nash de la
habitación, presumiblemente a un lugar más privado.
—¿A qué viene eso? —se preguntó Jane.
—No estoy segura —dije.
Por supuesto que no era cierto. Sabía exactamente por qué el amigo y abogado
de Chris se había sentido obligado a acorralar a Nash sólo una hora después del
funeral de su padre. No sólo había que ocuparse de la tienda, la casa y la propiedad.
Esas cosas podían esperar. Pero un hijo no podía.
Colin gorgoteó junto a mi oído y le froté la pequeña espalda, sintiendo una
oleada de feroz emoción maternal. No era mi hijo, pero lo amaba. Lucharía por
protegerlo.
En mi cabeza empecé a catalogar todo lo que sabía sobre Nash Ryan.
Solitario.
Impredecible.
Independiente.
Malvadamente caliente.
Implacable.
No parecía una buena receta para un padre. Siempre había habido una relación
tumultuosa entre Nash y Chris. Aun así, Chris habría optado por creer lo mejor de su
hijo mayor. A pesar de todo lo que había oído sobre Nash Ryan, Chris y Heather
debían tener sus razones para suponer que sería el mejor tutor.
Mi opinión seguía en el aire. Hasta ahora Nash no me había inspirado mucha
confianza en lo que respecta a Colin. 32
Después de todo, Jane optó por salir al patio. Colin empezó a quejarse al cabo
de unos minutos, así que decidí buscarle un biberón. Nancy probablemente tenía uno
listo en la nevera.
Había una acogedora mecedora en la cocina, así que tomé asiento y dejé que
Colin se aferrara con avidez al biberón. La ventana que tenía delante ofrecía una
bonita vista del patio trasero. Emma parecía estar pasándoselo como nunca,
correteando por el verde césped de Nancy con el hiperactivo terrier persiguiéndola,
con la esponjosa cola barriéndola de un lado a otro con entusiasmo. Jane también
estaba allí ahora y Kevin la rodeó con un brazo protector mientras yo miraba. Emma
lanzó una pequeña pelota roja al aire y chilló de alegría cuando el perro saltó y la
atrapó. Sonreí. Me sentó bien sonreír después de tantos días tristes seguidos.
Una sombra en la puerta me hizo volver la cabeza y dejé de sonreír. Nash
estaba allí, sorprendido y más que pálido. Miró a Colin, que chupaba alegremente el
biberón sin darse cuenta de que lo examinaban.
—¿Quieres agarrarlo? —le pregunté. Esperaba que Nash se negara. No me
equivoqué.
—Ahora no —dijo.
—¿Y cuándo? —La pregunta fue cortante. No era mi intención que lo fuera. Pero
ni una sola vez había visto a Nash sostener al bebé.
Respondió a la pregunta con una propia.
—¿Dónde está Jane?
Señalé la ventana.
—Atrás.
Nash bajó la cabeza y se dirigió hacia la puerta trasera.
—Te lo dijo, ¿verdad? —Solté—. Steve te contó lo del testamento.
Nash me miró.
—¿Lo sabías?
—Sí. —Intenté leer su expresión—. ¿Qué vas a hacer?
Pero Nash Ryan ya había demostrado que no respondía a preguntas que no le
apetecía contestar.
Quizá aún no conocía las respuestas.
Salió de la cocina y observé a través de la ventana cómo hablaba con su tía.
Una vez se pasó una mano por el cabello oscuro y miró hacia la ventana. Nuestras
miradas se cruzaron y un escalofrío de inquietud recorrió mi espina dorsal.
Todo el tiempo me había preguntado, y temido, cuál sería la reacción de Nash
cuando supiera que había sido nombrado tutor único de su hermanito.
Por la expresión de su cara, parecía que no llevaba nada bien la noticia.
33
Nash
—¿Yo? —solté con incredulidad—. Tienes que estar bromeando.
Steve Brown, abogado y amigo de mi padre desde hacía mucho tiempo, enarcó
una ceja, pero me confirmó con tacto que no, que no tenía por costumbre bromear
sobre los acuerdos de custodia de los hijos. De hecho, mi padre y Heather me habían
nombrado tutor único de mi hermano de cuatro meses.
—También eres el albacea de la herencia —explicó Steve—. Los bienes más
importantes son la casa y la tienda, la mitad de los cuales están ligados en un
fideicomiso para Colin, pero tú estarás facultado para tomar todas las decisiones
financieras y…. Nash?
34
Lo había dejado para que balbuceara sobre fideicomisos y otras estupideces
por su cuenta y busqué a uno de los pocos parientes que me quedaban para que me
explicara algunas cosas.
—Pareces infeliz —dijo Jane en el patio trasero de la casa de Nancy Reston
después de que le contara la conversación con Steve Brown.
Kevin Reston mantuvo el brazo alrededor de mi tía y me lanzó una mirada
recelosa. No podía culpar al tipo. Me recordaba como el adolescente imbécil que
había sido cuando se ofreció voluntario para ayudar a entrenar al equipo de fútbol del
instituto Hawk Valley.
—Me tomó desprevenido —dije, al darme cuenta de que no éramos los únicos
en el patio trasero. Un perro y una niña estaban pisoteando las flores de Nancy. Había
visto a la niña lo suficiente en los últimos días como para reconocerla como la hija de
Kathleen.
Intenté ordenar mis pensamientos.
—Esto es mucho para asimilar.
Eso tenía que ser el eufemismo del milenio. La relación entre mi padre y yo era
complicada. Siempre supuse que no me tenía en alta estima. Me lo había dicho
suficientes veces. Entonces, ¿por qué demonios me nombraría tutor de Colin? Tenía
que haber otras opciones.
Mis abuelos no. Llevaban muertos años. La madre de Heather se había ido.
Cáncer o algo así. El vago de su padre seguía vivo, pero había oído que vivía en Idaho
y murmuró, zorra estúpida, cuando lo llamaron para darle la noticia de que su única
hija había muerto. Ni siquiera vino al funeral.
Y no Jane. Ella habría sido la elección lógica. Si al menos fuera estable. Mi tía
era una buena señora, pero cuando yo estaba en el instituto se paseó desnuda por el
restaurante Chicken Delight de la cercana Boland mientras gritaba:
—¡Paren la carnicería! ¡Salven a los pollos! —Jane no era una cuidadora. Jane
era alguien a quien la gente cuidaba.
Sin embargo, seguía sin entender cómo había aterrizado en la parte superior
de la lista. Chris y Heather Ryan habían vivido en Hawk Valley toda su vida. No podían
caminar hasta el buzón sin tropezar con media docena de amigos. Al menos algunos
de ellos debían ser gente estable, con trabajo e instintos paternales.
Kathleen, por ejemplo.
Cuando la encontré en la cocina hacía unos minutos, parecía un anuncio de
maternidad, tranquila, el tipo de mujer que podría aparecer en un anuncio de
zanahorias orgánicas veganas o algo así.
—Ahora podrás quedarte aquí en la ciudad —dijo Jane y vi que la idea la hacía
feliz. Dio por sentado que yo aprovecharía la oportunidad de abandonar mi antigua
vida y convertirme en padre al instante.
Mierda.
35
Me pasé una mano por el cabello húmedo e intenté pensar. Nunca había
cambiado un maldito pañal.
Entonces levanté la vista y vi que Kathleen Doyle me miraba a través de la
ventana de la cocina. En sus brazos, mi hermanito seguía succionando alegremente
el contenido de su biberón. No sabía que era huérfano. No sabía que la infancia
tranquila y feliz que sus padres habían imaginado para él había desaparecido.
Yo era una persona egoísta. Algunos podrían llamarme peligroso. Pero mi
corazón no era tan frío como para no sentir nada por el pequeño ser humano que
ahora era mi responsabilidad. Mi padre y Heather sabían qué clase de hombre era.
Si habían dejado a Colin a mi cuidado fue porque no se les ocurrió una opción mejor.
Y, de todos modos, debieron de imaginarse que esto nunca llegaría a suceder. Sólo
me habían elegido por precaución.
—¿Nash? —Jane llamó porque me había dado la vuelta bruscamente y me dirigí
de nuevo a través de la puerta de la cocina.
Colin se había terminado el biberón y Kathleen le acariciaba la espalda. Se
sobresaltó cuando volví a irrumpir en la habitación. No estaba seguro de lo que
pensaba de mí y no me importaba demasiado. Ahora sólo tenía una prioridad y ella
no lo era.
—¿Puedo sostenerlo ahora? —pregunté.
Enarcó una ceja sorprendida y miró a Colin como si quisiera oír lo que tenía
que decir sobre la pregunta. Luego suspiró y se levantó de la mecedora.
—Por supuesto —dijo, llegando hasta mí en tres elegantes pasos.
Extendí la mano, pero ella se retiró y me dio una manta.
—Todavía estás mojado por la lluvia, así que ponte esto sobre el pecho. Y
espera, acerca los brazos al cuerpo. Estás sosteniendo a un bebé, no atrapando un
balón.
A Kathleen Doyle le gustaba dar órdenes, pero estaba dispuesto a aceptar un
poco de orientación. Si suponía que no sabía lo que hacía, tenía razón. Pero
aprendería. Aprendería todo lo que hubiera que saber.
Colin emitió un leve maullido de protesta cuando lo aparté de la cálida
comodidad de los brazos de Kathleen para que soportara mi incómodo modo de
acunarlo. Pensé que pesaría más. Me miró y se le formó una arruga entre las cejas,
como si le preocupara por qué lo habían entregado a un desconocido sin afeitar. Tenía
el cabello rubio y ondulado, como su madre. Tuve un repentino recuerdo de Heather
echándose hacia atrás y riéndose de algo. Fue por algo, que yo había dicho, aunque
no recordaba qué. No era un tipo gracioso.
Si los bebés eran capaces de dudar, definitivamente había duda en los ojos de
este chico. No había heredado esos ojos de Heather. Eran azul brillante, como los de
mi padre. Como los míos. Su boca se frunció de repente y pensé que iba a llorar.
—Está bien —dije—. Soy yo. Soy tu hermano mayor.
Intenté tocarle la mejilla, pero me agarró el dedo, enroscando la mano 36
alrededor de él con más fuerza de la que habría esperado.
—No te preocupes, Colin —dije con una confianza que no sentía—. No voy a
ninguna parte.
Esa era la verdad. Realmente no iba a ninguna parte. No podía llevarlo de
vuelta a un pequeño apartamento de un dormitorio junto al océano. La vida que había
llevado allí era solitaria y a veces temeraria, y se había acabado. Los padres de Colin
habían querido que creciera aquí y no había nadie más para hacer el trabajo.
Mi vida acababa de cambiar irrevocablemente y sentía la necesidad de
contárselo a alguien. Levanté la vista y descubrí los ojos de Kathleen Doyle
mirándome fijamente.
—Me quedaré aquí —le dije, como retándola a discutir conmigo.
No lo hizo.
Nash
Algo húmedo tocó mi oreja derecha.
Podría haberme dormido si no hubiera sido por la aguda descarga de ladridos
impacientes. Cuando intenté darme la vuelta, Roxie saltó sobre mi pecho.
—Dame un respiro —murmuré, sabiendo que tenía que ser muy temprano
porque seguía muerto de cansancio.
Roxie me golpeó con su pata.
—Guau.
La perra no era lo único que hacía ruido. El quejumbroso llanto de un bebé
llegó a mis oídos y, por un instante, me quedé confuso al saber por qué había efectos 37
de sonido de bebés llorando y resonando en mi apartamento.
Entonces recordé que no eran efectos de sonido.
La perra aplanó las orejas y gimió mientras miraba la puerta abierta del
dormitorio antes de saltar de la cama.
—Estoy despierto —gemí, parpadeando con fuerza para despejarme un poco.
Estaba en mi antiguo dormitorio, la única habitación de la casa de mi padre que no
había sido tocada por los proyectos de renovación. Los banderines deportivos y las
mujeres semidesnudas seguían decorando las paredes, congeladas en el tiempo
como la morada de un adolescente. La habitación estaba igual que la última vez que
viví aquí.
Lo único que había cambiado era absolutamente todo lo demás.
Roxie volvió a ladrar. La traducción era: Haz que ese maldito niño deje de llorar
o bien: ¿Por qué estás ahí sentado rascándote la polla en vez de correr a ocuparte del
bebé?
—Ya voy —gruñí, ahogando un bostezo.
La habitación de Colin estaba al otro lado del segundo piso, justo al lado de lo
que había sido el dormitorio de sus padres. Hasta ahora había evitado mirar allí.
Incluso la visión de la puerta cerrada me hacía sentir un poco enfermo.
Esperaba que hubieran muerto mientras dormían, que el humo del fuego los
hubiera alcanzado antes de que pudieran reaccionar. Pero me enteré de que no fue
así. Encontraron a mi padre y a su mujer junto a su camioneta. Al despertarse y
descubrir que el mundo estaba en llamas, mi padre debió de agarrar a Heather y salir
corriendo hacia el vehículo, con la esperanza de escapar. En ese último momento se
dieron cuenta de que ya era demasiado tarde. Sus manos seguían unidas cuando el
equipo de rescate los descubrió.
Me detuve en la puerta de la habitación de Colin. Cuando vivía aquí, la
pequeña habitación cuadrada con papel pintado de textura gris había servido para
guardar algunas existencias de la tienda de mi padre en la avenida Garner. Ahora era
una erupción de color con expresivos animales pintados en las paredes en medio de
alegres escenas llenas de globos, soles sonrientes y arco iris. Un osito de peluche me
observaba desde la mecedora de la esquina y un tigre de peluche dormía a los pies
de la cuna donde mi hermano se detenía para respirar antes de lanzar otro grito.
Roxie me dio un golpe en la mano como si quisiera empujarme. Me acerqué
lentamente a la cuna para no asustar al niño. Aún no me conocía. Sólo habían pasado
dos días desde el funeral de sus padres.
—Hola, amigo —dije, intentando sonar tranquilizador y seguro de mí mismo.
En lugar de eso, mi voz salió de mi garganta seca y sonó más como un gruñido.
Colin dejó de llorar, abrió los ojos para mirarme fijamente durante unos latidos
y luego estalló de nuevo, dando patadas con las piernas y agitando sus pequeños
puños con una impresionante furia de cuatro meses. Roxie se quejó desde la puerta.
38
Suspiré y metí las manos bajo el cuerpo retorcido del bebé mientras intentaba
aplastar una punzada de inquietud.
No había mucho que pudiera asustarme y tenía la costumbre de correr de
cabeza hacia los retos. A veces incluso perseguía los peores. Pero cada vez que me
enfrentaba a Colin, una nueva e inesperada sensación de miedo intentaba abrirse
camino, agudizada por un pensamiento muy hostil.
No tengo nada que hacer aquí.
Colin seguía retorciéndose y me di cuenta de que tenía que revisarle el pañal.
Efectivamente, estaba pesado y saturado. Lo tenía en el cambiador, intentando
averiguar por dónde tenía que ir el nuevo pañal, cuando soltó un graznido, seguido
de un chorro de pipí que me dio de lleno en el pecho.
—Buena puntería —murmuré, consiguiendo asegurarle el pañal al cuerpo
antes de limpiarme el pecho con un puño lleno de toallitas de bebé.
Una vez con el pañal limpio, Colin accedió a que le volviera a poner el enterizo
elástico. De alguna manera, lo hice mal porque acabé con un broche delantero que
no encajaba y que hacía que todo el conjunto pareciese desalineado. Pero bueno, el
niño estaba limpio y ya no lloraba, así que no iba a darle importancia. Lo llevé a la
cocina para recuperar uno de los últimos biberones que Kat Doyle había preparado.
Me había dado dos botes de leche en polvo y un montón de instrucciones muy
precisas que olvidé de inmediato porque no podía meterme mucha información en la
cabeza en unos pocos días. No era para tanto. Añadiría la preparación del biberón a
la larga lista de cosas que tendría que resolver.
Colin empezó a beber enérgicamente el biberón en la cuna de mi brazo
derecho mientras yo intentaba manejar la cafetera con una sola mano. Normalmente
evitaba la cafeína, pero esta parecía una buena mañana para hacer una excepción.
Me sorprendió ver que la hora del reloj situado encima de la estufa marcaba las 8:50
de la mañana. Mi sentido del tiempo se había confundido. Había supuesto que era
más temprano.
La cafetera vertió un último chorro de líquido en la taza que decía Hawk Valley
Happiness. Había media docena iguales en el armario. No me molesté en ponerle nata
ni azúcar, y tragué el contenido tan rápido como mi boca pudo soportar el calor.
Mientras tanto, Colin se terminaba el biberón y soltaba un gemido. Pensé que
aún tendría hambre, así que le ofrecí otro biberón. Parecía contento.
Cuando llamaron a la puerta de la cocina, casi se me cae la taza de Hawk Valley
Happiness. Roxie se levantó de un salto. Observó la sombra, ladró una vez y empezó
a mover la cola.
—¿Has olvidado que eres una perra guardiana? —pregunté, apartando la
cortina amarilla que cubría el panel de cristal.
Kathleen Doyle me saludó desde el otro lado y no supe si gemir de fastidio o
abrir la puerta de par en par con gratitud. En general, Kathleen estaba bien. Ya no
era la nerd flacucha que solía seguirme a todas partes, había crecido, tenía una hija y
era evidente que estaba de luto por la muerte de su prima. Además, adoraba a Colin 39
y parecía saberlo todo sobre los bebés, así que había sido de gran ayuda. Pero
también podía ser agotadora. Kathleen rebosaba energía y era extremadamente
competente y, en ese momento, tratar con ella me parecía una auténtica mierda. Aun
así, le abrí la puerta porque no se merecía ver mi lado más imbécil.
—Buenos días —dijo alegremente, preparándose para cruzar el umbral antes
de que la invitara a entrar. Venía acompañada de su hija, una niña con coletas castañas
y expresión molesta. No se parecía a Kathleen. Probablemente se parecía a su padre,
quienquiera que fuese. No había sido tan descortés como para preguntar.
Colin respondió al sonido de la voz de Kathleen, olvidando el biberón e
intentando lanzarse en su dirección. Kathleen arrulló y me lo arrancó de los brazos
sin preguntar. Roxie estaba encantada con sus repentinas visitantes, golpeando la
cola contra la estufa y lamiendo la cara de la niña.
—Me gusta este perro —anunció la chica, riéndose.
—Emma —le advirtió su madre—. Ten cuidado con acariciar perros que no
conoces.
Emma miró a su madre con el ceño fruncido.
—Pero le gusto.
—Ella —corregí, esbozando una sonrisa—. Se llama Roxie.
—¿Ves mami? Es una ella. Es bonita.
—Todavía debes tener cuidado.
Me volví hacia Kathleen.
—Tranquila, está bien. Roxie no le haría daño ni a una mosca.
Kathleen no me escuchó. Estaba demasiado ocupada preocupándose por
Colin.
—¿Tienes hambre, ángel? ¿Quieres más ba-ba?
¿Ba-ba?
Kathleen me arrebató el biberón y volvió a depositarla en la boca de Colin.
Tarareó y lo meció de un lado a otro. Debo admitir que al niño no parecía molestarle
tanta atención. La miraba con asombro infantil y se agarró a una mata de su rizado
cabello pelirrojo, agitándolo.
—¿Está recibiendo todo lo que necesita? —preguntó y finalmente miró hacia
mí. Lo que encontró la hizo parpadear, fruncir sus bonitos labios rojos y volver a mirar
al bebé.
Seguía con el torso desnudo y sólo llevaba un par de calzoncillos, pero no iba
a sudar corriendo escaleras arriba en busca de algo mejor. Kathleen había irrumpido
aquí sin avisar. Así que si quería fruncir el ceño, sonrojarse y fingir que intentaba no
mirar, esperaba que lo pasara en grande. Tomé otro sorbo de café.
—Está bien —le dije, un poco molesto de que se preguntara si estaba cuidando
de Colin.
40
Se fijó en su traje torcido.
—¿En serio?
—Claro. No la hemos pasado muy bien juntos, anoche invitamos a unas
strippers, esnifamos un poco de pegamento y estuvimos de fiesta hasta que salió el
sol.
—Mami, ¿qué es una stripper? —preguntó Emma.
Kathleen estaba molesta.
—Algo de lo que no vamos a hablar ahora.
—¿Por qué?
—Es culpa mía, Emma —dije, dejando la taza en la mesa—. Dije una mala
palabra. Lo siento.
La niña dejó de acariciar a Roxie y me miró con los ojos entrecerrados.
—¿Quién eres tú?
—Cariño, este es Nash Ryan —dijo Kathleen—. Ya lo conoces. Es el hermano
mayor de Colin.
La niña tenía dudas.
—No parece un hermano. Parece un padre.
Kathleen volvió a intentarlo.
—Es el hijo mayor del tío Chris. ¿Recuerdas?
—Oh, sí —dijo Emma y se le cayó la cara. La tragedia de Chris y Heather debía
de habérsele explicado de algún modo. Pero no se sabía cuánto entendía realmente
una niña pequeña sobre la muerte. Probablemente ni siquiera estaba en la guardería.
Yo era una adolescente cuando conocí la tragedia de verdad y aun así me sorprendió
su solemnidad.
Pero entonces Roxie volvió a lamer la cara de Emma. Emma se rió y el momento
oscuro pasó.
Kathleen se aclaró la garganta.
—Oye, Nash, ¿puedo preguntarte algo?
Bostecé.
—¿Qué? ¿Quieres café?
—No, gracias. —Señaló el biberón vacío en el mostrador—. ¿Acabas de darle
un biberón a Colin?
—Sí. —Me encogí de hombros—. Se acaba de despertar y parecía muy
hambriento.
—¿Así que esta es su segundo biberón?
—A menos que las reglas de la aritmética hayan cambiado.
—¿Y lo hiciste eructar? 41
—No. No parecía necesitarlo.
Kathleen exhaló demasiado fuerte y frunció un poco el ceño. Tuve la sensación
de que acababa de darle una respuesta equivocada.
Aún quedaba un poco de líquido en el biberón, pero Kathleen lo retiró de la
boca de Colin y empezó a pasármelo de nuevo.
—No pasa nada, cariño —dijo con voz dulce y aguda cuando Colin gruñó en
señal de protesta—. Tu hermano mayor sólo va a hacerte eructar.
A Kathleen le encantaba tomar a Colin en brazos, así que supuse que debía
haber alguna razón para que me lo devolviera tan bruscamente. No tuve tiempo de
pensar en ello porque durante el intento de entrega del bebé el dorso de mi mano
rozó accidentalmente el torneado pecho izquierdo de Kathleen. Mi descuidada polla
amenazó con despertarse y, de repente, me arrepentí de estar allí en calzoncillos.
Piensa en otra cosa, cualquier otra cosa. Hamburguesas. Mierda de perro.
—Eh, espera —dije, desviándome hacia el lavabo mientras Kathleen seguía
sosteniendo al bebé—. Tengo que lavarme las manos.
Esto era jodidamente ridículo. No era un adolescente cachondo babeando por
sentir una teta por primera vez. Que no hubiera tocado una en mucho tiempo no
significaba que estuviera a punto de perder el control.
—¿Nash? —Dijo Kathleen, sonando exasperada.
Béisbol. Muerte en la carretera. Pelusa de secadora. Cualquier cosa menos tetas.
¡¡¡CUALQUIER COSA MENOS TETAS!!!
—Sólo un segundo. —Me eché un chorro de jabón de manos en las palmas y
luché por dominar mis impulsos con pensamientos completamente libres de sexo que
no tenían nada que ver con tocar sin querer la teta de Kathleen Doyle durante medio
segundo. Necesitaba excitarme tanto como el que más, pero estaba claro que esta
chica no se iba a ofrecer de voluntaria para jugar a esconder el salami. De todos
modos, había otras prioridades además del sexo.
Durante los siguientes veinte segundos me convertí en el lavamanos más
aplicado del estado de Arizona. No enjuagué el jabón hasta estar seguro de que mi
polla se había calmado y no iba a salirse de mis calzoncillos.
—Ya estoy bien —dije, sacudiéndome el agua de las manos y volviéndome
hacia Kathleen.
Me miró divertida y me puso a mi hermano en brazos.
Colin seguía retorciéndose mientras yo intentaba acariciarle la espalda. Me di
cuenta de que Emma seguía en el suelo con Roxie. Acariciaba a la perra y susurraba
algo mientras Roxie la miraba embelesada. Kathleen fue a apoyarse en la pared del
fondo, mirándome con los brazos cruzados como si esperara que pasara algo.
Unos segundos más tarde me di cuenta de qué era ese, algo, cuando Colin
movió la cabeza, abrió la boca y escupió vómito de bebé blanco y viscoso sobre mi 42
hombro derecho.
—Mierda —dije.
—¡Iuuu! —Emma chilló.
Roxie ladró.
Colin se echó a llorar.
—No pasa nada, cariño —dijo Kathleen, y por un segundo, en medio de la
confusión, pensé que se dirigía a mí.
No lo hacía. Una vez más me arrebató a Colin mientras le murmuraba en ese
tono de voz dulce y azucarado que me daba ganas de poner los ojos en blanco o de
vomitar. Kathleen se llevó al bebé llorando escaleras arriba, dejándome cubierto de
vómito mientras su hija me miraba boquiabierta.
—Tienes que limpiar eso —me informó Emma y luego volvió a acariciar a
Roxie.
—Gracias, lo haré —murmuré.
Tomé un puñado de toallitas de papel para absorber la mayor parte del
desastre, pero eso no me libró de la pegajosidad. Además, ahora apestaba a leche
agria. Nunca se me había pasado por la cabeza que acabaría sirviendo de lienzo para
orina y vomito en la misma mañana.
Mientras tanto, oía a Kathleen arriba. Cantaba una canción infantil sobre
conejos en el bosque y Colin había dejado de llorar. Tiré las asquerosas toallas de
papel a la basura. Lo que más me apetecía era tomarme unos minutos para
despejarme en el vapor de una ducha caliente.
—Escucha —le dije a Emma—, ¿estarás bien aquí abajo unos minutos?
La niña me miró, parpadeó con sus grandes ojos marrones y luego apoyó la
cabeza en la baldosa de la cocina, junto a las patas de Roxie. Roxie le olisqueó el
cabello y le lamió la cara. Lo interpreté como que todo estaba bien, así que subí
corriendo las escaleras.
Cuando me asomé a la habitación de Colin, Kathleen estaba de espaldas a mí
mientras lo limpiaba en el cambiador. La falda azul floreada que llevaba era suelta y
larga y no ocultaba que tenía un trasero estupendo. Puede que sea un pedazo de
mierda por hacerlo, pero me quedé el tiempo suficiente para echar un buen vistazo a
la vista antes de retirarme, luego recogí una muda de ropa de una de mis maletas y
me retiré al baño del pasillo.
Las viejas tuberías gimieron cuando abrí la ducha, pero el agua estaba
felizmente caliente. Me sentí un poco mejor después de unos treinta segundos bajo el
chorro, pero seguía excitado de una forma que el agua no podía resolver. Durante la
última semana, mi vida había sido todo tristeza, preparativos de funerales, ansiedad
y arrepentimiento. Necesitaba otra cosa. Una liberación, algo breve y sórdido para
volver a centrar mis pensamientos. Mi polla se crispó y luego se endureció cuando mi
mano se cerró a su alrededor. Con todo lo que estaba ocurriendo en la casa, no era
el momento ideal para masturbarme pensando en un trasero cubierto de flores y unas 43
tetas firmes. Lo hice de todos modos. Nadie tenía por qué saberlo.
Cuando salí de la ducha y me puse algo de ropa, Kathleen se había llevado a
Colin abajo. La encontré en la cocina, echando en un cuenco unos cereales rosas de
aspecto espantoso. Colin estaba felizmente instalado en su sillita y colocado en el
centro de la amplia mesa de la cocina. Estaba limpio, llevaba otra ropa y le habían
peinado los mechones de cabello claro. Parecía contento dando manotazos a los
coloridos juguetes que colgaban de la sillita. Emma estaba sentada en un asiento
elevado junto a la mesa y Roxie tenía la cabeza en su regazo. Parecía que mi perra
había encontrado una nueva ama.
—Espero que esto esté bien —dijo Kathleen, sacando una cuchara de un cajón
cercano y poniendo el tazón de cereales delante de su hija—. Heather vigilaba a
Emma tan a menudo que tendía a tener cerca sus comidas favoritas.
Me encogí de hombros.
—Me parece bien.
Kathleen me miró de arriba abajo. No sabía qué estaba mirando. Ya no estaba
casi desnudo, así que no había nada que ver. Llevaba vaqueros y una camiseta verde
con las letras tan descoloridas que había olvidado lo que decían.
Pero por si la legendaria inteligencia de Kathleen incluía poderes psíquicos,
recogí una botella de limpiador multiusos y empecé a rociar la encimera de azulejos
para que no adivinara que acababa de masturbarme con un polvo imaginario en el
que ella había desempeñado un papel estelar.
—Parece que tu mano está curada —dijo señalando.
Me miré el dorso de la mano. Aún tenía algunos moretones y costras, pero ya
no era necesario llevar vendaje. Aun así, me acordé de que Kathleen no era tonta y
que debía elegir bien mis palabras.
—Sí —dije, manteniendo mi tono uniforme—. Seré más prudente en el futuro.
—Nash, puedes ser honesto conmigo si esto no está funcionando.
Dejé de rociar y la miré fijamente.
—¿Qué es lo que no funciona?
Miró a Colin y parecía triste.
—No pareces preparado para esto. Nunca esperaste ser el tutor, ¿verdad?
Puse la botella de limpiador un poco demasiado fuerte en la encimera. El ruido
resultante fue un poco fuerte. Roxie levantó la cabeza y me miró, sobresaltada.
Kathleen volvió a cruzarse de brazos. Emma siguió comiendo sus cereales.
Extendí las palmas de las manos sobre la encimera e intenté que la ira no se
reflejara en mi voz.
—No importa lo que esperaba. Heather y Chris no esperaban morir. Así son las
cosas. Y a pesar de lo que pareces pensar de mí, no voy a desentenderme de mis
responsabilidades. 44
—Tengo una vida —dijo en voz baja y alargó la mano para tocar la cabeza de
su hija.
Emma me miró y siguió comiendo sus cereales. Tuve la sensación de haber
tocado una fibra sensible. No era mi intención. Apreciaba todo lo que Kathleen había
hecho. Me alegraba que se preocupara por Colin. Y realmente no sabía cuál era su
situación personal. Kathleen Doyle había nacido brillante, una de esas personas de
las que se espera que salgan a conquistar el mundo. Pero aquí estaba, de vuelta en su
ciudad natal, viviendo en un dúplex destartalado, con una niña pequeña y sin anillo
en el dedo.
—En realidad no tenía mucha vida —dije y Kathleen me miró sorprendida—.
La verdad es que no. Vivía solo. No salía mucho. Existía. Así que no pierdo nada.
Todo eso era verdad. Pero no era toda la verdad. No me sentía obligado a
explicarle a Kathleen cada uno de mis pensamientos. No necesitaba saber que algo
seguía ardiendo dentro de mí, algo que se había encendido el día en que mi madre
fue asesinada por un hombre en quien confiaba. Algo que me impulsaba a
esconderme en las sombras y a aplicar pequeñas dosis de justicia cuando tenía la
oportunidad. Kathleen me parecía el tipo de persona que nunca soportaría la
violencia, ni siquiera cuando fuera necesaria. Si le hubiera confesado la verdadera
historia detrás de mis nudillos heridos, no lo entendería. Podría decidir causar un
problema.
Rodeé el mostrador y me acerqué a la mesa. Apreté un esponjoso cerdito rosa
que colgaba de la sillita de Colin. Emitió un chirrido estridente. Pateó las piernas y
sonrió. Le devolví la sonrisa.
—Estoy en esto a largo plazo —dije con voz suave, hablándole más a mi
hermano que a Kathleen.
—Lo siento —dijo Kathleen—. No quise...
—No lo hagas —dije bruscamente—. Olvidémoslo.
Asintió.
—De acuerdo.
Durante unos segundos no hubo más sonido que los crujidos de Emma.
Decidí que necesitaba otra taza de café, así que rellené la jarra.
—Parece que ibas de camino al trabajo —le dije. No tenía ni idea de a qué se
dedicaba Kathleen Doyle, ni me importaba especialmente, pero la conversación
necesitaba un nuevo rumbo.
—Ah, el trabajo —dijo Kathleen, acercando una silla de la cocina y tomando
asiento—. Quería hablarte de otra cosa. Y tomaré esa taza de café si todavía me la
ofreces.
Llené otra de las tazas de Hawk Valley Happiness y se la entregué. Sonrió al
verla, pero no supe por qué. Vi cómo se echaba los rizos rojos por encima de un
hombro y se llevaba la taza a los labios carnosos y sensuales. 46
KATHLEEN DOYLE
CONTABILIDAD SHOEBOX
Al servicio de las pequeñas empresas de todo el condado de Hawk.
Deja que me ocupe de tus necesidades.
Tuve que reprimir un bufido ante el último eslogan. Puede que me vaya al
infierno por pensarlo, pero estaría encantado de esbozar algunas formas en las que
ella podría, ocuparse, de mis necesidades.
—¿Te estás riendo? —preguntó Kathleen.
Me metí su tarjeta en el bolsillo trasero.
—No. Sólo tenía que aclararme la garganta.
Jugó con un largo rizo rojo y me miró.
—¿Así que a las dos te viene bien?
Tenía la sensación de que iba a presionarme hasta que aceptara. Además,
debía echar un vistazo a la tienda y considerar las opciones. El testamento de mi
padre me había dejado a cargo de todas las decisiones de gestión y la tienda era algo
de lo que tendría que ocuparme tarde o temprano.
—Haré que suceda —dije—. Sólo despejaré mi apretada agenda social.
Kathleen sonrió, una sonrisa de verdad, no melancólica. Podía ser mandona y
en ocasiones condescendiente, pero esta chica podía competir con el sol. Era
hermosa. 48
58
Nash
La noche anterior había sido dura, Colin no quería dormir más de una hora
seguida. Comía bien y seguía llenando los pañales, así que, según mis
investigaciones en Internet sobre los hábitos de los bebés, no había motivo de alarma.
Le revisé las encías porque había leído en alguna parte que a veces a los bebés les
empiezan a salir los dientes antes de tiempo, pero las encías parecían rosadas y no
estaban ni remotamente hinchadas.
Kathleen probablemente habría chasqueado los dedos y habría sabido al
instante cuál era el problema, pero llamar a Kathleen significaría que tendría que
hablar con Kathleen. Hablar con Kathleen significaba que me regañaría por la bolsa
de pañales olvidada y la mala etiqueta con los biberones. Después de nuestro 59
irritable encuentro en la tienda el otro día, pensé que necesitábamos algo de espacio.
Jane y Kevin nos visitaron a última hora de la tarde y me alegré de dejarles a
Colin unos minutos para poder darme el lujo de una ducha de diez minutos.
Pero una vez que mi tía y su novio se fueron, volví a quedarme solo,
desgastando el suelo de madera mientras paseaba a Colin de un lado a otro y
viceversa porque se ponía a llorar cada vez que lo dejaba en su cuna. No sabía cuánto
lloraba un bebé normal, pero parecía que este niño aspiraba a batir un récord
mundial. Al final se durmió una hora después de que se pusiera el sol y me habría
alegrado seguir su ejemplo si no tuviera un montón de trabajo.
Así que, en lugar de recuperar el sueño que tanto necesitaba, estaba en la mesa
de la cocina, frotándome los ojos entre retoques a la página web de una cadena de
asadores de Portland para la que había hecho proyectos en el pasado.
Roxie roncaba debajo de la mesa, pero se levantó de un salto cuando me puse
de pie. Apenas había avanzado en mi lista de tareas, pero el resto tendría que esperar.
Estiré las puntas de los dedos hacia el techo y oí cómo me crujían las articulaciones.
Había muchas tardes en las que me pasaba horas sentado en la cocina porque
mi padre tenía la norma de limpiar el plato antes de levantarse de la mesa. No me
gustaba visitar a mi padre. Mi mamá siempre consentía mis hábitos alimenticios
quisquillosos, preparando comidas especiales que se ajustaban a mis gustos. Fue una
historia diferente cuando llegué a Hawk Valley. Chris Ryan estaba desconcertado
ante un niño de ocho años que no comía carne roja y no tenía ningún interés en pescar
en el lago de la cabaña de la montaña. En uno de esos viajes tiré la caña y le dije que
debíamos dejar en paz a los peces porque estaban mejor donde estaban. Me miró
con frialdad y me advirtió que recogiera la caña y empezara a pescar como un niño
normal, o de lo contrario podría volver caminando a la maldita montaña.
—Tu problema es que tu madre te malcría. Esa chica nunca tuvo sentido común.
Siempre supe que mis padres no se gustaban. Debe haber sido duro, tratar de
criar a un hijo con una persona que no soportas. Pero mi mamá nunca me dijo una
mala palabra sobre Chris Ryan directamente. Nunca le dije que él no le devolvía el
favor.
Esa fue la última vez que mi padre y yo fuimos a pescar juntos. En un acto de
desafío, recogí la caña y me quedé allí hasta que pesqué el doble de peces que él.
Entonces, cuando me dio la espalda, tiré la nevera llena de peces muertos al agua
turbia del lago.
No me dirigió la palabra durante el resto del día.
La perra soltó un suave quejido y me arrancó de los viejos recuerdos.
—¿Necesitas salir? —Le pregunté y su cola se movió. Me llevaba mucha ventaja
cuando llegué a la puerta trasera.
La vi adentrarse en la oscuridad y me pregunté qué pensaría mi padre de que
un perro viviera en su casa. Siempre había sido muy quisquilloso con los animales de
60
compañía, al menos los que pesaban más de medio kilo, y sólo admitía pequeños
roedores que pudieran enjaularse y tuvieran una esperanza de vida limitada. La única
otra vez que había tenido un perro fue en casa de mi mamá, en Phoenix. Se llamaba
Capitán y era un enérgico border collie que seguía todos mis movimientos cuando
estaba en casa. Lo mataron la misma noche que a ella.
Roxie respondió a mi silbido y volvió corriendo al interior. La recompensé con
una palmadita en la cabeza.
—Buena chica.
La perra agitó la cola y derribó accidentalmente un jarrón de porcelana azul
que estaba sobre una mesa baja. Lo vi caer al suelo duro y romperse en varios
pedazos, haciendo una mueca de dolor por el ruido y esperando el inevitable grito
del piso de arriba. Cuando llegó, el sonido era agudo y penetrante, fuerte incluso
para él.
Me apresuré a subir las escaleras de tres en tres para llegar a la habitación de
Colin. No paraba de gritar cuando lo levanté, gritó más fuerte cuando lo abracé,
arqueaba la espalda y chillaba como una banshee cuando le revisaba el pañal. Nada
lo consolaba. El pañal estaba seco. No quería el biberón. No quería que lo sostuviera
en brazos. Incluso intenté ponerlo en la sillita del auto y darle una vuelta a la manzana,
pero eso no lo calmó en absoluto, así que me rendí y lo traje de vuelta a casa.
—¿Qué le pasa a mi amigo favorito? —Dije, intentando sonar ridículo como
Kathleen cuando hablaba con él, pero sólo gritó un poco más.
Intenté mecerlo en una silla del salón, pero tampoco quería. Sus gritos eran
implacables, estridentes. Sonaban llenos de dolor y me destripaban como ningún otro
sonido lo había hecho antes. Abracé el pequeño cuerpo de mi hermano y apreté los
labios contra su frente.
Estaba caliente. Demasiado caliente.
El pánico aumentó al instante. Estaba enfermo. Por eso había estado llorando
tanto, por eso no se le podía consolar. Debería haberlo sabido. Debería haberlo
pensado. Un padre se habría dado cuenta antes.
—Todo irá bien, Colin. Estarás bien. —Mi voz era artificial, alta y alegre.
Lo acuné en un brazo y encendí mí portátil con el otro. Busqué las palabras,
fiebre en un bebé. Busqué las palabras, bebé enfermo. Busqué las palabras bebé
enfermo fiebre llanto. Los resultados eran tan variados que de poco servían. Colin
podía estar resfriado o podía tener meningitis. No sabía si le habían puesto alguna
vacuna. No sabía quién era su médico. En algún momento, Kathleen había soltado esa
información, pero fue una de esas veces en las que me cansé de escucharla y la
ignoré.
También me había dado su número de teléfono, pero no lo había añadido a mi
lista de contactos. Mi única opción era subir las escaleras y rebuscar en la ropa sucia
hasta encontrar el bolsillo donde había metido su tarjeta de presentación el otro día.
Por suerte, su número de teléfono aparecía en la parte inferior. Contestó al segundo 61
timbrazo.
—Está enfermo —solté una fracción de segundo después de que me saludara.
Si Kathleen había estado durmiendo cuando la llamé, ahora estaba despierta y
alerta.
—¿Nash? ¿Colin está enfermo?
—Sí. Tiene fiebre.
—¿De cuántos grados?
Me paseé por el suelo con el teléfono en la oreja y mi hermano llorando en
brazos.
—No lo sé. Lo siento caliente y llora a ratos desde anoche, pensé que todo iba
bien cuando se durmió pero empezó a llorar otra vez y cuando le toqué la cabeza noté
lo caliente que estaba.
Fue un balbuceo de palabras, pero Kathleen lo entendió.
—Bien, escucha. Lo primero que tienes que hacer es darle una dosis de
ibuprofeno para bajarle la fiebre. Busca en la bolsa de pañales de su habitación.
Debería haber un frasco con un gotero que te permitirá darle la dosis adecuada
directamente en la boca. Ahora déjame preguntarte, ¿ha estado comiendo?
Me dirigí a la habitación de Colin y ya estaba rebuscando en la bolsa de los
pañales.
—Sí, ha estado comiendo.
—¿Orina? ¿Hace popó?
—Ambas.
—¿Parece apático? ¿Letárgico?
Dejo al bebé gritón en el cambiador.
—¿Parece apático?
—¿Ves algún sarpullido en alguna parte?
Le desabroché el traje y lo examiné.
—No. —Tenía la medicina en la mano. Escaneé el frasco en busca de la dosis y
no perdí tiempo en llenar el gotero antes de depositar el contenido en la boca de
Colin. Arrugó la boca y se quedó en silencio un segundo, luego reanudó los gritos.
—¿Debería llevarlo al hospital? —pregunté.
—El Hawk General cerró hace dos años, así que el hospital más cercano está a
cuarenta y cinco minutos. Hay un nuevo centro de urgencias que acaba de abrir en
Cottonwood Road, justo al lado de la I-95. Probablemente no estén ocupados. Nos
vemos allí.
Iba a decirle a Kathleen que no necesitaba hacer eso. Era tarde y tenía una hija
de la que ocuparse. Pero me sentí aliviado de que viniera. Kathleen, con su actitud
autoritaria y sabelotodo, era exactamente lo que Colin necesitaba ahora. 62
—Impresionante.
—Quería ser profesora universitaria. Hacer un doctorado para tener unas letras
elegantes después de mi nombre, quizá enseñar en el extranjero durante un tiempo.
Aquellos planes se parecían más a la Kathleen Doyle que se promocionaba
como el prodigio del pueblo, la chica que se saltó un par de cursos y se enfrentó a los
pasillos del instituto Hawk Valley antes de lo previsto, ignorando todas las burlas por
su aspecto de niña de pecho plano.
—Y, sin embargo, te convertiste en contadora en Hawk Valley —dije e
inmediatamente deseé no haberlo hecho. Estaba pensando en voz alta,
preguntándome sobre la bifurcación en el camino de la vida de Kathleen Doyle.
—Emma —dijo a modo de explicación y su sonrisa ya no era triste.
Debería habérmelo imaginado. Kathleen era unos años más joven que yo,
probablemente veintitrés. Se había graduado antes de tiempo, fue la mejor estudiante
de mi promoción, se fue a la universidad con grandes sueños y volvió a casa después
de quedar embarazada de un chico del que, obviamente, no quería hablar. Mis
propios padres eran jóvenes y tontos cuando yo llegué al mundo, así que sabía muy
bien cómo la llegada de un hijo podía cambiar la trayectoria de una vida.
—¿Tienes idea de todo lo que podría haber hecho si no hubieras nacido?
Mi padre estaba un poco borracho cuando dijo eso y acabábamos de tener otra
de nuestras infames peleas. Yo tendría quince años entonces. Chris Ryan no se
disculpaba muy a menudo, pero al día siguiente se disculpó por haber dicho esas
palabras. Se quedó de pie en la puerta de mi habitación, con las manos cruzadas
sobre el pecho y los ojos en el suelo mientras decía que lo sentía. Estaba enfadado.
Había bebido demasiadas cervezas. No hablaba en serio. Le creí. Quería que yo
también dijera algo, que reconociera su disculpa. Pero me obstiné en mirar mis
deberes y no dije nada.
—¿Colin Ryan?
La enfermera con bata morada estaba allí esperando. Kathleen llevaba a Colin
en brazos y yo los seguía con la sillita y la bolsa de los pañales.
—Sólo tienes que dejar los brazos de mamá un segundo —dijo la enfermera
cuando llegó el momento de colocar a Colin en la báscula—. Seis kilos con cincuenta
gramos.
—¿Eso es bueno? —pregunté, sonando tan ansioso como me sentía.
La enfermera me dedicó una sonrisa indulgente. Parecía joven, muy joven.
Probablemente había dejado de tomar pecho anteayer.
—No pasa nada. Deben ser padres primerizos.
—No —dijo Kathleen y lo dejó así.
La enfermera prometió que la doctora vendría enseguida y nos dejó solos.
Colin empezaba a inquietarse, así que Kathleen recorrió la corta longitud de la 64
habitación para calmarlo.
—¿Quieres que lo tome? —pregunté.
Empezó a decir que no, pero luego me lo entregó.
—Si quieres.
Me estaba acostumbrando a sentir su pequeño cuerpo contra mi pecho.
Sostenerlo era algo natural.
—Pronto te sentirás mejor —le dije al oído. Cuando levanté la vista, mis ojos
encontraron los de Kathleen. Sus ojos eran llamativos, de un verde claro que nunca
había visto en nadie más.
La doctora no nos hizo esperar mucho. Yo no la recordaba, pero ella sabía
quién era yo. Vivía en la ciudad. Había estado en alguna junta local de caridad o algo
así con Heather.
—Doble infección de oído —anunció unos minutos después de examinar a
Colin—. Eso explicaría la fiebre y la inquietud. Aparte de eso parece perfecto, así que
les haré una receta y podrán llevarse a este pequeñín a casa.
—Gracias, Dra. Crawford —dijo Kathleen.
—De nada —dijo la Dra. Crawford. Garabateó unas notas en un papel y luego
me miró directamente—. Una vez más, siento mucho su pérdida. Todavía no puedo
creerlo. —Sus ojos se dirigieron a Colin y su expresión se entristeció visiblemente—
. Por favor, hazme saber si hay algo que pueda hacer.
Era el mismo sentimiento que me repetían docenas de personas desde la noche
en que llegué a Hawk Valley. Un inútil y bienintencionado, están en pensamientos y
oraciones. Ojalá pudieran hacer algo.
—Se lo agradezco —le dije a la doctora antes de que saliera de la habitación.
Kathleen sabía dónde había una farmacia de veinticuatro horas e insistió en
recoger ella misma el medicamento.
—Lleva a este guapo hombrecito a casa —dijo—. No tardaré mucho en llenar
esto y podremos darle la primera dosis enseguida.
—Gracias —dije. La palabra me pareció inadecuada, pero era todo lo que
podía ofrecer.
Sonrío.
—Emma ha tenido infecciones de oído. Se curan rápido cuando hacen efecto
los antibióticos.
—En serio, Kathleen —dije mientras Colin dejaba escapar un suspiro
soñoliento sobre mi hombro—. Te debo una por esto.
Extendió la mano y tocó la cabeza de Colin, rozando mi hombro con las yemas
de los dedos. 65
—Tonterías. Siempre estaré ahí para Colin. Y para ti.
—Tengo suerte de tenerte —dije, sin darme cuenta del posible doble sentido
de las palabras hasta que las oí en voz alta.
Kathleen sólo se sonrojó y apartó la mirada.
Me alegré de llevar a Colin a casa y esperar a que apareciera con la medicina.
Era agradable este sentimiento de cooperación por el bien de un niño que nos
importaba a los dos. Y era bueno tener un amigo. No tenía demasiados a mi alrededor
y eso nunca me molestó. Pero últimamente empezaba a sentir el déficit. Y sí, pensaba
en Kathleen como una amiga.
Una amiga con un cuerpo pecaminoso, un cabello sexy y una sonrisa
deslumbrante.
Una amiga que era amable y generosa, aunque un poco mandona.
Una amiga que me ponía la polla dura si la miraba demasiado tiempo.
Me gustaba Kathleen. La respetaba. Y no podía dejar de desear follármela
aunque lo intentara.
Kathleen
Después de que la reunión en la tienda terminara con una nota amarga,
necesité toda mi fuerza de voluntad para no llamar a Nash o pasarme por su casa al
día siguiente. Cuando dijo:
—Me pondré en contacto —no supe si estaba irritado por mi insistencia en lo
de la tienda o si simplemente necesitaba un poco de espacio para resolver las cosas
por sí mismo. Estaría encantada de mover montañas por Colin, pero mi papel era
limitado porque yo no era su tutora. Nash era su tutor.
No esperaba tener noticias suyas después de las diez de la noche, con pánico
en la voz mientras Colin gritaba de fondo. Nash no me pareció un hombre que se
pusiera ansioso con facilidad. No pedía ayuda para sí mismo. Pero lo había hecho por 66
Colin. Mientras estábamos sentados juntos en la sala de espera de urgencias, empecé
a comprender que Nash no era el personaje estoico que parecía ser. Cuidar de Colin
no era sólo una obligación para él. Se parecía más al amor.
Y por primera vez estuve de acuerdo en que Chris y Heather habían puesto a
su bebé exactamente en las manos adecuadas.
—¿Necesita un gotero? —preguntó el farmacéutico mientras embolsaba el
medicamento de Colin.
—Sí, por favor —dije.
Era más de medianoche cuando me dirigía a casa de Nash. Cuando llegué a la
centenaria casa victoriana, que debió ser testigo de muchos dramas y tragedias a lo
largo de las décadas, me quedé un momento junto al auto contemplando la vieja casa.
Las farolas proyectaban un pálido resplandor sobre los intrincados adornos de
los frontones. Siempre me había gustado este lugar. Crecí al final de la calle y me
fascinaba el encanto de las casas de pan de jengibre. Desde que Heather se casó con
Chris Ryan y se mudaron aquí, probablemente la había visitado cientos de veces. Una
parte de mí aún no podía creer que no estuvieran inmersos en sus idílicas vidas felices
al otro lado de la puerta roja.
La puerta se abrió y apareció Nash. Debía estar esperando mi auto. Hacía años
que conocía los rumores sobre él, sobre Heather. En aquel momento asumí que no
eran ciertos. Incluso después de que Heather renunciara a su puesto en la oficina del
instituto me negué a creer que hubiera algo indecoroso en su elección. Todo el mundo
sabía que Nash andaba con varias chicas, pero era imposible que mi hermosa y altiva
prima se metiera con una adolescente. Ni siquiera con uno que estuviera al borde de
la madurez y tuviera tanta carga sexual como Nash Ryan. Con el tiempo me enteré de
lo contrario, pero para entonces ya no me escandalizaba. Para entonces lo sabía todo
sobre errores. Y secretos.
Nash llevaba a Colin en brazos y levantó una mano a modo de saludo,
probablemente preguntándose por qué demonios estaba merodeando junto al
bordillo.
Levanté la bolsa de papel blanco de la farmacia y me dirigí hacia ellos en la
oscuridad.
A Colin no le gustó que lo despertaran para tomar su medicina. Después de
darle la primera dosis, miré bien a Nash y noté el cansancio en su cara. No discutió
conmigo cuando le dije que llevaría a Colin a su habitación y lo mecería hasta que
volviera a dormirse.
Nash se quedó abajo mientras yo llevaba a Colin a la habitación del bebé y me
sentaba en la mecedora que mi madre le había regalado a Heather en el baby shower.
Canté suavemente la letra de “You Are My Sunshine” igual que le cantaba a Emma
todas las noches a la hora de acostarse.
Y deseé con todo mi corazón que su mamá estuviera aquí meciéndolo para que
se durmiera en lugar de ser yo. 67
Colin tenía la frente fría y la respiración uniforme cuando lo coloqué en la cuna
y encendí el aparato de sonido que emitía tenuemente ruido blanco.
—Te amo, ángel —susurré antes de salir de la habitación, porque todos los
niños del mundo deberían oír esas palabras lo más a menudo posible, las entendieran
o no.
Encontré a Nash sentado en el sofá del salón, mirando una pantalla de televisión
apagada. Su perra, Roxie, había estado durmiendo en un rincón. Levantó la cabeza
cuando bajé y luego se calmó con un suspiro.
—¿Cómo está? —preguntó Nash.
—Profundamente dormido. —Me hundí en un espacio vacío del sofá de cuero.
Nash me miró y me di cuenta de que me había sentado muy cerca de él. Pero
no me aparté. Ni él tampoco.
Había una pequeña mancha en la manga izquierda de su camiseta. La señalé.
—Creo que te ha vuelto a golpear el tren del vomito.
Bajó la mirada, se encogió de hombros y se quitó la camiseta, dejando al
descubierto sus brazos tatuados y su pecho tonificado. Me miró enarcando una ceja.
—¿Mejor?
Claro que sí.
Me aclaré la garganta y aparté la mirada de los pectorales. No fue fácil.
—Deberías descansar un poco —le dije—. Probablemente duerma un rato y
puedo quedarme por si se despierta.
Nash me miró fijamente.
—¿No estás cansada? Es casi la una de la madrugada.
Sonreí y le di un codazo.
—Soy un búho nocturno. —Era cierto. Mi apretada agenda me obligaba a
menudo a trasnochar y a trabajar con pocas horas de sueño.
Bostezó.
—Seguro que tienes un millón de cosas que hacer por la mañana.
—No. Es domingo. Y Emma está bien en casa de mi madre.
Se recostó en el sofá con un suspiro y me dirigió otra mirada larga y
escrutadora.
—No sé cómo agradecértelo, Kathleen.
—De nada.
—Lo digo en serio. Gracias por estar aquí por Colin. Gracias por venir esta
noche a pesar de que soy un imbécil.
—No eres un imbécil.
Se lo pensó. 68
La tienda cerró a las siete, pero me quedé para dar las gracias a los empleados
y ocuparme de algunas tareas. Finalmente, a las ocho menos cuarto, cerré las puertas 88
y me dirigí a Sheen's.
Era el mismo bar de mala muerte por el que recordaba haber pasado miles de
veces cuando era niño. Como era viernes por la noche, estaba bastante lleno, con un
montón de gente viendo el partido de béisbol en la pantalla que había sobre la cabeza
del camarero. Otros jugaban a los dardos. El juego parecía una mala idea dada la
densidad humana del lugar.
Kevin me llamó desde una mesa. La compartía con otra persona.
Hijo de puta.
Hacía años que no pensaba en Travis Hanson, antiguo quarterback del instituto
e imbécil engreído por todas partes, y sin embargo hoy ocupaba todo tipo de espacio
en mi cabeza.
También ocupaba el asiento junto a Kevin.
Pegué una sonrisa a mi cara y tomé la silla que quedaba. Antes, Travis había
sido un imbécil al que le gustaba hacer daño a la gente más pequeña que él, pero
quizá había cambiado. Eso ocurría a veces.
—Nash —dijo, chocándome el puño como si fuéramos mejores amigos en lugar
de antiguos archienemigos.
—Hola, Travis. ¿Cómo te va?
Había una despreciable petulancia en su sonrisa. Extendió los brazos.
—Ahora soy el dueño de este lugar.
—No me digas.
—Sí. Mi padre me adelantó mi herencia el año pasado cuando el viejo Sheen se
jubiló y se mudó a Tucson. También lo acosé para que me diera un buen trato. —
Travis chasqueó sus carnosos dedos y una bonita morena con falda vaquera se acercó
corriendo.
—Hola, dulzura, te acuerdas de Nash Ryan, ¿verdad? —dijo mientras su mano
se posaba en el trasero de la chica.
A Dulzura, no pareció molestarle la atención. Asintió con la cabeza.
—Me acuerdo de ti, Nash. Estabas en el último curso cuando yo estaba en
primero.
—Claro —dije. No recordaba haber puesto los ojos en esta chica en mi vida.
Travis resopló.
—Como si llevara la cuenta entonces. A Nash nunca le importó si eran
demasiado jóvenes o mayores. El chico se movía, eso era seguro.
El comentario fue de un increíble mal gusto. Era más que una indirecta hacia
mí. Era una referencia velada a viejos rumores. Yo nunca había confirmado nada, pero
eso no importaba en un pueblo pequeño. Kevin me lanzó una mirada de disculpa.
—Siento mucho lo que le ha pasado a tu familia —dijo la camarera—. Mi madre 89
conocía a Heather, así que estuvo en el funeral. Todavía lloraba cuando llegó a casa,
dijo que la tierra había perdido un ángel cuando se llevaron a Heather.
Llevaron. Eso hacía que la situación sonara ligeramente esperanzadora, como
si existiera la posibilidad de que Heather regresara. Pero no había forma de que
Heather regresara. Había muerto en una montaña con el hombre que la amaba.
Durante mucho tiempo había estado furioso con ambos. Pero ahora era posible
recordar cosas en las que no había pensado en mucho tiempo, como la forma en que
Heather solía pagar las cuentas morosas de los almuerzos de los niños durante su
breve carrera trabajando en la oficina principal del instituto. Y la vez que compró
flores para una compañera de clase que estaba angustiada después de que el perro
de la chica fuera atropellado por un auto.
—Gracias —dije—. Se le extraña.
La camarera sonrió amablemente.
—¿Qué te sirvo?
—Cualquier cosa que tengas de barril sería genial. —De todos modos, no
pensaba tomar más que un par de sorbos. Estaba cansado, quería recoger a Colin y
los bares nunca han sido mi lugar preferido.
Travis miró abiertamente el trasero de la camarera mientras se alejaba.
—Eso es mío —dijo orgulloso como si hablara de un auto.
—Bien por ti —dije con sarcasmo.
Sonrió satisfecho.
—Y déjame decirte, hay un apretado coño ahí que coincide con ese dulce
trasero.
No quería oír hablar de ello. Me fijé en Kevin. Parecía incómodo.
Sin embargo, Travis no había terminado de hablar.
—Le gusta hablar de vez en cuando, así que tengo que mantenerla a raya. —
Eructó.
Mi antipatía por el tipo pasó instantáneamente de leve a severa.
—Cuidado con que alguien no decida mantenerte a raya a ti —dije despacio.
Travis me miró, las capas dentro de su grueso cráneo evidentemente tratando
de decidir si estaba bromeando o no.
—Eso no saldría bien —dijo—. Pensé que ya habías aprendido esa lección una
vez, Ryan.
Mi mano se cerró en un puño bajo la mesa.
—Por lo que recuerdo sangraste bastante ese día, Hanson.
Kevin tosió.
—Estoy bastante seguro de que sangré más que cualquiera de ustedes —dijo 90
con buen humor—. Tengo la nariz torcida desde entonces.
—Lo siento —dije, sin dejar de mirar a Travis, que me devolvió la mirada con
la expresión plana de un hombre al que le faltan unos cuantos tornillos.
—Está bien —dijo Kevin—. Mi señora dice que me hace parecer rudo.
La camarera volvió y dejó mi cerveza sobre la mesa.
—Gracias, dulzura —dijo Travis, dándole otro toque odioso.
Estaba cansado de este tipo, cansado de estar aquí. Si me quedaba demasiado
tiempo me metería en problemas. Por suerte apareció el cantinero y en voz baja le
dijo algo a Travis sobre el suministro de whisky.
Travis frunció el ceño.
—Todo el mundo es jodidamente inútil —refunfuñó, levantándose de la silla—.
Tengo que ocuparme de esto.
—Tómate tu tiempo —dije y Travis fijó su mirada en mí.
Obviamente estaba sopesando la idea de decirme que me largara de su lugar.
No me habría molestado si lo hubiera hecho.
Pero se limitó a ofrecer una sonrisa fría y dijo:
—Me alegro de verte, Nash. —Su tono daba a entender lo contrario.
—Qué imbécil —dije cuando se fue.
Kevin se rió entre dientes.
—Es un pedazo de trabajo.
—No puedo creer que Sheen le vendiera el bar a ese tipo.
—Sí. —Kevin hizo una mueca—. Escucha, siento haberte arrastrado hasta aquí.
Olvidé que las viejas rencillas aún pueden ser crudas.
Kevin no intentaba ser profundo. Sólo hablaba del hecho de que Travis y yo aún
nos despreciábamos. Pero estaba pensando en mi padre. Nunca nos habíamos
llevado bien. Éramos misterios desagradables el uno para el otro y, tras la muerte de
mi mamá, ese sentimiento no hizo más que enconarse.
Con Travis fuera del camino, Kevin y yo pudimos mantener una agradable
conversación. Sabía mucho de lo que había estado haciendo desde que dejé Hawk
Valley y sólo podía suponer que había obtenido esa información de mi padre. Me
pregunté qué pensaría mi padre si me viera aquí, en su antiguo territorio, tomando
una cerveza con su amigo y mirando discretamente el reloj porque quería ir a recoger
a mi hermanito.
Cuando se acercaron las nueve me levanté y dejé caer algo de dinero sobre la
mesa.
—¿Tienes que irte? —Kevin preguntó.
—Me temo que sí. Colin es madrugador.
91
Me tendió la mano.
—Oye, gracias por quedarte un rato.
—Gracias por preguntarme.
Sonrió. Cuando ayudaba a entrenar fútbol y yo era un defensa con una actitud
de mierda, Kevin Reston me había parecido viejo y tan interesante como una pared
sin pintar. Me equivoqué. Kevin era realmente un gran tipo. Me alegraba que Jane y
él se hubieran encontrado.
Cuando me levanté de la mesa, parecía que Kevin se iba a quedar un rato a
tomar la cerveza que tenía en la mano.
—Jefe —gritó alguien junto a la diana—. ¿Por qué no vienes aquí y nos muestras
cómo se hace?
Kevin recogió su cerveza y se dirigió hacia allí.
—Voy para allá.
Antes de salir, di un rodeo hasta el baño de caballeros. Apenas había tocado
mi cerveza, pero tenía la vejiga llena por la botella de agua que me había tomado
antes de venir.
Me estaba lavando las manos en el fregadero cuando me pareció oír un grito.
Cerré el grifo y escuché. Allí, inconfundible bajo la música del bar y las voces
impetuosas de sus clientes, se oía la voz de un hombre que gritaba enfadado. Venía
del otro lado de la pared y pude distinguir algunas palabras.
—Mierda te lo dije (murmullo) pagarás carajo (murmullo).
La voz que respondió era más pequeña, más aguda. Una mujer.
—Lo siento. Pensé que había pedido más.
—¡Era tu maldito trabajo!
—¡Lo siento!
—Perra.
Se oyó un golpe seguido de un grito agudo, ya había oído bastante. Salí
corriendo del cuarto de baño y atravesé la puerta más cercana, donde encontré a la
camarera de antes sollozando entre las manos mientras un Travis Hanson furioso se
cernía sobre ella con las venas del cuello hinchadas.
Y aunque sabía que era Travis, durante un segundo borroso de rabia ciega no
lo vi. Vi al hombre que siempre veía en mis pesadillas de vigilia, el hombre que no se
conformó con librar al mundo de su propia vida, así que tenía que llevarse más. Vi al
marido de mi mamá.
No pensé. Me abalancé. La cara de Travis tuvo tiempo de registrar una
expresión de sorpresa antes de que lo agarrara por el cuello y lo empujara contra una
pared cercana con la fuerza suficiente para agrietar la superficie.
—Mierda —espetó y la chica gritó.
Estaba dispuesto a hacer más, a darle una paliza de muerte, pero de repente 92
unos brazos me rodearon la cintura, tirando de mí hacia atrás, mientras se oían voces
de fondo.
—¡Nash, basta ya! —Kevin gritó y eso hizo que dejara de intentar liberarme.
Travis, mientras tanto, se había recuperado de su choque con la pared y estaba
a punto de arremeter. La camarera se puso valientemente en medio, lanzándome
miradas horrorizadas y luego de nuevo a Travis.
—Por favor, para —dijo, y no se dirigía sólo a su novio. Se dirigía a los dos.
Kevin aún no me había soltado.
—Cálmate de una puta vez.
Yo era más grande, más fuerte y podría habérmelo quitado de encima
fácilmente, pero no lo hice. Asentí y Kevin soltó su agarre.
—¿De qué se trata? —preguntó Kevin con voz autoritaria, una voz
acostumbrada a obtener respuesta a sus preguntas.
Miré detrás de mí y vi unas cuantas caras curiosas que se asomaban a la puerta.
Kevin también se fijó en ellos y les hizo un gesto para que se alejaran.
Travis lo fulminó con la mirada.
—Mi empleada metió la pata. Me puse un poco ruidoso al respecto, eso es todo.
Y entonces este payaso viene a la carga aquí como si estuviera sufriendo una maldita
rabia de esteroides y comenzó a destrozar el lugar.
—Sigues siendo un mentiroso saco de mierda, Hanson —le espeté.
—¡Basta! —Kevin se volvió hacia la chica y su voz se hizo más amable—. ¿Qué
pasó realmente, Alyssa?
Alyssa se tocó la mejilla enrojecida, probablemente el lugar donde Travis la
había abofeteado. Evitó mi mirada y miró a Travis.
—Olvidé pedir el whisky —dijo. Tragó saliva—. Travis tenía razón para estar
molesto y a veces grita.
—¿Eso es todo? —Kevin pinchó.
—Sí.
—Te golpeó —le dije.
Sacudió la cabeza, pero siguió sin mirarme directamente.
—No.
—El único que actúa como un psicópata por aquí eres tú —gruñó Travis—.
Ahora lárgate antes de que decida ser implacable y presentar cargos.
Los ojos de Alyssa se cruzaron con los míos y cambiaron rápidamente de
dirección. Puede que estuviera asustada. O podía tener la mala costumbre de excusar
a un tipo que la había engañado haciéndole creer que le importaba. En cualquier
caso, no podía enfadarme con ella por mentir. 93
Kat,
Ha pasado mucho tiempo. Y necesito hablar contigo.
Harrison
104
Nash
—Puede que necesite un favor —dije, cerrándome la bragueta.
Kat me lanzó una mirada burlona.
—Creo que acabo de tragarme tu favor más reciente.
Me reí entre dientes. Siempre conseguía sorprenderme. Kathleen Doyle era
una mezcla perfecta de ingenio y belleza.
—Me refería a un favor que no implique piel y orgasmos.
—Eso no suena divertido.
—Puede que no. Y siéntete libre de decir que no. 105
Se abrochó la blusa. Era una pena. La vista era mucho mejor cuando estaba
desabrochada.
—Estoy intrigada.
—Tengo que volver a Oregón y limpiar mi apartamento. La mayoría de esa
mierda se puede tirar al contenedor de caridad más cercano, pero hay algunas cosas
que merece la pena conservar.
—¿Y quieres que te ayude a cargar el camión de la mudanza?
Puse los ojos en blanco.
—No. Planeo volar, hacer una limpieza rápida y empacar antes de regresar
aquí en un UHaul2. Me llevará menos de cuarenta y ocho horas, pero no es un viaje
adecuado para un bebé.
—Así que me estás pidiendo que cuide a Colin.
—Sí, si puedes llevártelo sólo un par de noches sería genial. Nancy ya me
ayuda demasiado con las mañanas. No quería pedirle que se quedara con él toda la
noche.
Kathleen terminó de abrocharse los botones y se puso las manos en la cadera,
observándome con aire perplejo.
—Nash, creía que sabías que no tenías ni que pedírmelo. Siempre estoy
dispuesta a ayudar con Colin.
—Mira —le dije—. No pasa nada. Debería haber adivinado que era una
imposición. Tal vez Jane pueda...
—No. —Me interrumpió, sacudiendo la cabeza—. No es ninguna molestia. —Su
expresión de dolor decía algo diferente.
Me senté en el borde de la mesa del despacho que había sido de mi padre y
antes de mi abuelo. Este verano Kat y yo habíamos desarrollado una rutina regular.
Dos veces por semana nos reuníamos en la tienda antes de que abriera y hacíamos
verdadero trabajo sucio antes de discutir asuntos financieros. Pero nuestras
interacciones no eran exclusivamente sobre juegos desnudos y dinero. Siempre que
tenía tiempo la llevaba a comer. Ella y Emma pasaban por casa varias veces a la
semana, Kat para ver a Colin y Emma para ver a Roxie. Y hablábamos y nos
mandábamos mensajes constantemente, de todo, desde la nueva capacidad de Colin
para sentarse hasta las variadas noticias locales. Aparte de Colin, Kat se había
convertido en la persona más importante de mi vida.
Pero no podía negar que me encantaba follármela. Esta mañana me había
tomado mi tiempo para quitarle la ropa y provocarla mientras me sentía triunfante por
lo fácil que era hacer que se corriera en mi mano. Luego se puso de rodillas y me la
chupó como una campeona, con mis manos enredadas en sus espesos rizos,
introduciendo mi polla entre sus labios para marcar el ritmo.
Pero ahora el ambiente se había puesto serio, así que necesitaba olvidarme de
lo suave que era su boca durante unos minutos.
—No pareces emocionada —dije—. Olvídalo, esto es culpa mía. No debería
haberte pedido que lo dejaras todo y vinieras a supervisar mi vida.
Agitó una mano.
—Nash, para. Siempre estoy feliz de pasar tiempo con Colin y sabes que Emma
estará extasiada de tener un perro por unos días.
La estudié. Kat no era del tipo melancólico. Es una de las cosas que apreciaba
de ella. La gente sabía a qué atenerse con ella. Si pasaba algo, no se lo callaba por
mucho tiempo.
—Entonces, ¿qué pasa? —Le pregunté suavemente, atrayéndola hacia mí y
levantándole la barbilla para que pudiera ver sus ojos preocupados.
—Estaba pensando en la última vez que estuve en esa casa. —Suspiró y apoyó
la cabeza en mi hombro antes de continuar—. Estaba cambiando de casa y Emma aún
era una bebé. Me quedaban dos semanas hasta que empezara mi nuevo contrato de
alquiler y la idea de quedarme con mi madre era suficiente para provocarme una
úlcera. Así que Heather insistió en que me quedara con ella y con Chris. Me
preparaba comidas caseras, no me permitía mover un dedo para ayudar en las tareas
domésticas y cuidaba de Emma para que yo pudiera descansar lo que tanto
necesitaba. —Levantó la cabeza y ahora sonrió—. Dormí en tu antigua habitación.
Apuesto a que no lo sabías.
—No lo hacía. 107
Se le borró la sonrisa.
—La echo de menos.
—Sé que sí —le dije. Le di un beso rápido en los labios y me acerqué al
escritorio.
Kathleen me observó mientras me sentaba y empezaba a examinar un informe
de inventario.
—Nunca hemos hablado de ella. La verdad es que no.
—¿De quién? —Sabía muy bien de quién. Simplemente no quería tener esa
conversación en particular ahora. O nunca.
—Heather.
Pulsé una tecla del ordenador con más fuerza de la necesaria y entrecerré los
ojos ante la pantalla.
—¿Estás preguntando si todos los viejos chismes son ciertos?
—No. Ya sé lo que es verdad y lo que no.
Mis ojos volvieron bruscamente hacia ella.
—¿Te lo dijo? —Lo sospechaba. Eso no significaba que quisiera hablar de ello.
—Sí, me lo dijo.
Exhalé ruidosamente.
—Fue hace mucho tiempo. Las cosas se pusieron feas.
—Los triángulos amorosos suelen hacerlo.
Resoplé.
—Triángulo amoroso. Parece una maldita telenovela. —Luego hice una pausa,
preguntándome cuál había sido la versión de Heather—. Heather y yo nos acercamos
más de lo que debimos. Yo tenía dieciocho años y ya no era ningún ángel, pero en
realidad no pasó nada. Me gustaba estar con ella. Mucho. Y pensé que podía confiar
en ella. Luego descubrí que no podía.
Kathleen hizo una mueca de dolor.
—Heather se sentía muy mal por lo que había pasado. Ella se preocupaba por
ti, pero estaba en un mal momento en su vida en ese momento, acababa de sufrir una
ruptura realmente horrible. Tomó decisiones terribles, pero era vulnerable y joven.
—Tenía veinticinco años —señalé—. Más grande que tú ahora.
Kat asintió, pero parecía incómoda.
—Y siempre se culpó por el distanciamiento entre tu padre y tú.
—No ayudó. Pero mi padre y yo no necesitábamos ayuda cuando se trataba de
agarrarnos por el cuello. —Hice una mueca, recordando ocasiones en las que
palabras furiosas volaban entre nosotros como cuchillos lanzados al descuido. Mi
padre no tenía la culpa de todo. Yo había dicho cosas que deseaba no haber dicho y
108
me resultaba imposible retractarme.
—Los dos llevábamos mucho tiempo sentados sobre un polvorín —admití—.
Sólo esperábamos que alguien encendiera la cerilla.
—Heather nunca quiso ser ese alguien.
—Seguro que no. —El sarcasmo en mi voz no había sido planeado.
Kat se puso a la defensiva.
—Es verdad, Nash. Cuando Heather se dio cuenta de la magnitud de lo que
había hecho y de cómo se estaba interponiendo entre tu padre y tú, se alejó de los
dos, incluso se marchó y aceptó un trabajo en Flagstaff durante un tiempo. Tú ya te
habías ido a la universidad y ella sentía que demasiada gente aquí seguía hablando
de ella. Pero entonces su madre enfermó, así que volvió. Chris fue un amigo para ella
mientras sostenía la mano de su madre moribunda. Ella no quería enamorarse de él.
Y estoy segura de que él tampoco quería enamorarse de ella.
Su cara era seria. Quería que le dijera que todo estaba bien, que perdonaba
completamente a Heather y a Chris. Pero el sabor de la traición es amargo. Persiste.
Kathleen no lo entendería porque era tan perfecta como nadie que yo hubiera
conocido.
—¿Sabes lo que admiro de ti, Kat? —pregunté bruscamente.
Ladeó la cabeza.
—¿Qué?
—Crees que todo el mundo es tan honorable como tú.
Bajó la mirada y se mordió el labio. Quizá pensó que el comentario era burlón.
No era mi intención. La gente de todo el mundo debería aspirar a ser como Kathleen
Doyle, llena de honestidad y esperanza, en lugar de estar plagada de culpa y cinismo
como yo.
El teléfono de Kathleen zumbó y metió la mano en el bolso para tomarlo. Una
sombra pasó por su rostro cuando miró la pantalla y volvió a meter el aparato en el
bolso sin contestar.
—¿Estás bien? —pregunté porque de repente estaba alarmantemente pálida.
—Sí. —Recogió una goma elástica de mi escritorio y la utilizó para recogerse
el cabello—. Así que la conversación se desvió, pero ¿en qué días pensabas hacer el
viaje?
—Este fin de semana si te viene bien.
—Funciona muy bien.
—En ese caso me iré el viernes por la tarde y volveré el domingo por la
mañana. Betty puede ocuparse de llevar el local mientras tanto.
Kat consultó su reloj.
—Hablando de la tienda, tienes que abrir las puertas en veinte minutos. 109
Me recosté en la gruesa silla acolchada y le tome la mano.
—Veinte minutos es tiempo suficiente.
—¿Para qué?
Me bajé la cremallera y me saqué la polla.
—Para esto.
Le hizo gracia.
—Pensé que ya me había ocupado de eso.
Subí y bajé la mano por el duro músculo porque sabía que le gustaba verme
acariciarme y tener sus ojos puestos en mí sólo me ponía más duro.
—Cuídalo de nuevo. En otra posición esta vez.
Kat se quitó la falda y se bajó las bragas. No era la única a la que le gustaba
mirar cosas. Gemí cuando introdujo dos dedos en su interior. Tan jodidamente sexy
que era ridículo.
Vi cómo se le sonrojaban las mejillas y oí cómo se le aceleraba la respiración.
Estaba muy interesada, no tenía nada de remilgada.
No perdí tiempo localizando un condón en mi cartera y poniéndolo en su sitio.
—Quítate esa blusa ahora mismo. El sujetador también.
—Tan lleno de exigencias —murmuró pero obedeció con una sonrisa—. ¿Y
ahora qué?
—Ahora voy a chupar esas dulces tetas mientras me montas.
Kat estaba gloriosamente desnuda cuando se sentó a horcajadas sobre mí. La
silla crujió bajo nuestro peso combinado, pero aguantó. Con una mano le agarré un
puñado de cabello, besándola con fuerza, y con la otra guié mi polla hacia dentro.
Estaba tan preparada que casi me mata aguantar hasta que alcanzó el clímax con sus
tetas intercambiándose en mi boca como yo quería.
—Oh, Dios —gimió, todavía en la cresta de la ola—. Eres tan bueno.
Le acaricié el pezón.
—¿Qué tan bueno?
—Increíble —susurró, con las caderas aun agitándose mientras terminaba su
momento.
—Nunca has sido follada tan bien por nadie antes, ¿verdad?
—No.
—Dilo.
—Nash.
—¡Dilo!
—No hay nadie que folle mejor que tú. 110
Cedí y me dejé correr mientras la instaba a cabalgar con fuerza hasta el final.
La silla de escritorio sucumbió al maltrato y el respaldo se desprendió, haciéndonos
caer al suelo.
—Mierda, ¿estás bien? —pregunté pero se rió.
—Rompimos la silla —soltó una risita.
—Lo hicimos. —Arrojé una pieza destrozada sobre el escritorio—. La rompimos
de una puta vez.
Seguía riéndose mientras recogía su ropa. Me fijé en la hora y me di cuenta de
que sólo faltaban tres minutos para que abriera la tienda. Normalmente, Betty ya
habría llegado, arreglando enérgicamente todo lo que pareciera un poco torcido en
las estanterías, pero por suerte esta mañana tenía cita con el médico.
Kathleen terminó una vez más de abrocharse la blusa y lamenté que tuviera que
quedarse así.
—Tengo que irme —dijo.
Me pasé la camiseta por la cabeza.
—¿Un día ocupado?
—Moderadamente.
No le quité los ojos de encima. Observar a Kat se había convertido rápidamente
en mi pasatiempo favorito.
—Ven aquí.
—Nash —advirtió—, no hay tiempo suficiente para una tercera ronda.
—Entonces dame un beso.
Sonrió y me permitió acercarla. Le gustaba que la besara lenta y
profundamente y podía sentir cómo se derretía entre mis brazos. A veces disfrutaba
más de esos dulces momentos que de los pervertidos.
—Ojalá no tuviera que irme —susurró con los brazos todavía alrededor de mis
hombros. Luego apartó la cabeza, como si le avergonzara que las palabras se le
hubieran escapado de la boca.
Tiré de un mechón de su larga melena que se había escapado de la goma
elástica.
—Recogeré a Colin sobre las cinco. Podría comprar unas pizzas de camino a
casa. ¿Por qué no vienen Emma y tú a cenar? Quiero decir, a menos que tengas mucho
trabajo.
La invitación le encantó. Me di cuenta por cómo se le iluminaron los ojos
durante una fracción de segundo, aunque parecía decidida a no demostrarlo.
—No creo que tenga mucho trabajo. Así que allí estaremos.
—Bien. —Le pellizqué el trasero. Tenía un trasero estupendo. Podía estar
sentado y pensando en cuántas estúpidas tazas de café Hawk Valley Happiness tenía
111
que pedir cuando me acordaba del trasero de Kat de la nada y se me ponía tan dura
que me dolían las bolas.
Pero en ese momento tenía que abrir la tienda y Kat tenía que ir a una cita con
un cliente. La solté con cierta reticencia. Parecía que cada vez que la abrazaba me
sentía un poco más así, que no quería soltarla.
—Hasta luego —dijo contenta y me alegré de haberla invitado esta noche. No
hacíamos cosas como planear salidas y citas. No hablábamos del futuro ni nos
referíamos a nosotros como pareja. Y una parte de mí empezaba a preguntarse si no
nos estábamos equivocando.
—¿Quieres algún ingrediente en tu pizza? —pregunté.
—Piña.
—Estás bromeando.
—¿Por qué iba a bromear sobre la piña? No tiene nada de gracioso.
—Excepto por el hecho de que no tiene nada que hacer en la pizza.
—No sabía que eras un snob de la comida.
Sonreí e hinché el pecho.
—Resulta que hay algo más en mí que mi habilidad para follarte mejor que
nadie.
Puso los ojos en blanco y abrió la puerta del despacho.
—No debería haberte dicho eso.
—Pero me lo dijiste. Y me lo dirás otra vez.
Se sonrojó.
—Como quieras.
Seguí sonriendo mucho después de que cerrara la puerta.
112
Kathleen
Nash se preparaba para partir hacia su corto pero necesario viaje a Oregón.
Desde el momento en que aparecí en su casa no paró de repartir instrucciones como
una nerviosa mamá primeriza, pero no me importó. De hecho era bastante adorable.
—Tiene seis biberones en la nevera. Y hay muchos pañales en la habitación del
bebé, pero por si necesitas más, hay una reserva en el armario del pasillo. Y acabo
de lavar toda su ropa, así que hay un montón de esos pequeños conjuntos elásticos en
su habitación. Ah, y si tiene muchos gases, el frasco de gotas está en el baño del
pasillo de arriba.
—Entendido —dije, intentando no sonreír. Nash había avanzado mucho en
poco tiempo. Parecía mentira que sólo hubieran pasado dos meses desde la mañana 113
en que lo vi cubierto de vómito de bebé aquí mismo, en la cocina, después de haber
alimentado en exceso a Colin.
En su sillita, Colin balbuceaba y se agarraba a los juguetes que colgaban de la
agarradera. Sus regordetes dedos se aferraron al peludo cerdito rosa y emitió un
chillido de triunfo.
Nash le hizo cosquillas en el pie al bebé y puso cara de ansiedad.
—Te echaré de menos, niño.
Pasé el dedo por la suave mejilla de Colin y me dedicó una sonrisa babeante.
—Te prometo que cuidaré bien de él.
—Sé que lo harás. —Nash se pasó una mano por el cabello—. No hay nadie en
la tierra con quien preferiría dejarlo. Es el mayor tiempo que he estado lejos de él,
así que tengo un nudo en el estómago. —Dejó escapar una risita ronca—. Escúchame.
Sueno como un imbécil tenso.
—No —argumenté, dándole un codazo en las costillas—. Suenas como un
padre.
Me miró y sus ojos estaban serios.
—Gracias, Kat.
—De nada.
La expresión seria abandonó su rostro y fue sustituida por otra cosa cuando sus
ojos me miraron. El tiempo se había vuelto muy caluroso esta semana y llevaba una
camiseta roja de tirantes y pantalones cortos y el cabello suelto.
—Me gusta la idea de que duermas en mi cama —dijo en voz baja porque
Emma estaba en la habitación de al lado.
—A mí también me gusta la idea de dormir en tu cama.
Nash alargó la mano y me apartó el cabello del hombro izquierdo, rozándome
la piel con los dedos. Era increíble cómo su más breve contacto podía producir un
estremecimiento de deseo tan intenso. Deslizó un dedo bajo el tirante de mi camiseta
de tirantes y su voz se volvió ronca.
—Estaré pensando en ti allí. En mi cama. Haciéndote cosas y deseando estar
aquí para hacértelas.
—¿Qué tipo de cosas? —susurré, sintiéndome como si fuera a desmayarme. La
química física entre nosotros era magnética, irresistible. Cada día era más fuerte.
—¡Mamá! —gritó Emma y Nash se apartó de mí una fracción de segundo antes
de entrar a toda velocidad en la cocina con Roxie pisándole los talones.
—¿Qué pasa, cariño?
Emma sacó el labio inferior y se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Me olvidé del señor Ford —se lamentó.
Roxie se lamió la mano y soltó un quejido compasivo. 114
Todo estaba en silencio, salvo el suave ruido del móvil de la cuna de Colin. Los
niños dormían profundamente. Me invadió un repentino cansancio y saqué mi bolsa
de viaje, me cambié rápidamente y me lavé los dientes. La habitación de Nash estaba
ordenada y su cama bien hecha. Por fin había dejado de vivir de sus maletas y había
colocado su ropa en el armario y la cómoda. Me deslicé entre las sábanas frescas,
inhalando el aroma especiado y familiar del aftershave de Nash que se pegaba a las
sábanas. Era como inhalar el aroma del propio sexo y mi mano se desplazó entre mis
piernas mientras pensaba en él, deseando que estuviera aquí haciéndome las cosas
que yo me estaba haciendo.
El sueño no tardó en llegar, aunque mis sueños eran un enigmático collage de
acontecimientos pasados que me dejaron perturbada por la mañana.
Nash
Dos meses. Ese es el tiempo que había transcurrido desde la última vez que me
puse al volante con la intención de atravesar varios estados para llegar a Hawk Valley.
Entonces sólo sabía que la tragedia me había encontrado por segunda vez en
mi vida. No sabía que una vez que llegara al Hawk Valley sería imposible irme.
La furgoneta de tres metros que alquilé era más grande de lo que acabé
necesitando. No había demasiadas cosas que quisiera llevarme. La mayoría de los
muebles eran innecesarios, ya que no me apetecía encontrarles sitio en casa de mi
padre.
En casa de papá. 122
Cuando era niño, cuando me decían que iba a, casa de papá, solía soltar un
gemido y una queja. Prefería el pequeño apartamento de mi mamá en Phoenix a la
vieja casa victoriana con vistas a las montañas. Mi padre nunca fue abusivo. Sólo
perpetuamente exasperado. Y abiertamente aliviado cuando llegaba el momento de
devolverme a mi mamá. Debió ser un shock para él pasar de padre a tiempo parcial
a cuidador permanente de un adolescente con problemas.
A veces, incluso ahora, justo antes de quedarme dormido, me despertaba de
un tirón y me levantaba como un rayo, convencido de que alguien me sacudía el
hombro en la oscuridad. Nunca había nadie porque sólo era un recuerdo. Aquella
noche, la noche en que mi mundo se hizo añicos, mi padre me había despertado poco
después de las dos de la madrugada y lo más chocante era que estaba llorando.
—Nash. Despierta, hijo. Pasó algo.
Los momentos posteriores a eso han quedado bloqueados en mi mente.
Recuerdo haber visto cosas rotas por toda la casa y haber oído que yo era el
responsable, porque después de enterarme de que a mi mamá la había matado su
esposo empecé a gritar y a correr por toda la casa destrozando todo lo que
encontraba hasta que mi padre consiguió sujetarme físicamente. Para entonces tuve
que ir al hospital a que me cosieran la mano que me había abierto con el cristal de
una ventana.
Chris Ryan no sabía qué hacer conmigo. Nuestro tiempo juntos siempre había
sido de menos de dos meses al año. Ahora, de repente, era padre a tiempo completo
de un niño increíblemente enfadado. Al principio lo intentó. Me llevó con un
terapeuta. Me animó a hacer amigos, a hacer deporte. Descubrí que me gustaban los
deportes, que chocar contra tipos grandes en un campo de fútbol o correr en una
cancha de baloncesto me ayudaba a canalizar mi agresividad en algo que no
implicara sangre. Pero los amigos eran un enigma para mí. Mucha gente quería mi
compañía y parecía que cuanto más poco colaborador era, más me buscaban.
Especialmente las chicas. No podía estar orgulloso del modo en que había tratado a
las chicas por aquel entonces. Era un imbécil.
Pero eso no significaba que estuviera dispuesto a aceptar las críticas de un
hombre que había echado a mi propia madre a la calle y luego había tenido una
puerta giratoria de novias desde que yo podía caminar. Chris Ryan podía aullar sobre
mi mal comportamiento todo lo que quisiera. Me importaba una mierda.
Cuando yo tenía dieciséis años, entró corriendo en mi habitación después de
recibir una llamada furiosa de un concejal. Su hija adolescente llevaba tres días
sollozando en su habitación porque le había dicho que me aburrí de ella y me tiré a
su mejor amiga.
—Maldita sea, chico —rugió mi padre, abriendo la puerta con tanta fuerza que
dejó una abolladura en la pared—. ¿Quién carajo te ha dicho que está bien tratar a las
mujeres como objetos desechables?
—De tal palo, tal astilla —respondí fríamente.
Sus ojos se entrecerraron. 123
—No puedes ir por la vida actuando como un pedazo de mierda egoísta.
—¿Por qué no? Siempre te ha funcionado.
Nos miramos fijamente. Apreté el puño. Si venía por mí, estaba preparado para
golpearlo. No quería hacerlo. Pero lo haría. Sin embargo, mi padre no era un hombre
violento. Era arrogante, cabeza dura, grosero y testarudo, pero no violento. Otra
diferencia fundamental entre nosotros.
—Prepárate la maldita cena —dijo cansado y se retiró de mi puerta—. Voy a salir.
En mi último año tenía planes. No consistían en quedarme en Hawk Valley y
esforzarme por vender recuerdos de mierda. Tenía buenas notas y era un atleta
decente. Una pequeña universidad de Oregón me había concedido una beca. A
medida que mi carrera en el instituto se acercaba a su fin, esperaba el momento
oportuno, consciente de que mi padre estaba decepcionado y aliviado a la vez de que
dejara atrás el Hawk Valley. Mientras tanto, tenía que evitar que me expulsaran por
pelearme.
Mientras tanto, la oficina principal del instituto ganaba una empleada nueva
cuando Heather Molloy empezó a sentarse en el mostrador de recepción. Todos los
chicos hablaban mierda de lo que le harían a ese coño rubio si se acercaban, pero
Heather no estaba realmente en mi radar. Ya tenía suficientes opciones y ella era
mayor, de unos veinte años. Pero era agradable cómo siempre sonreía cuando me
veía llegar.
—Oh no, ¿qué has hecho esta vez, Nash?
—Nada que lamente.
Se rió.
—¿Qué vamos a hacer contigo?
Entonces llegó una mañana a principios de primavera en la que presencié
cómo el neurótico presidente de la clase, que llevaba corbata, empujaba a su novia
contra un casillero con tanta fuerza que ella gritó. No pude soportarlo. Golpeé al tipo
y le rompí la nariz. Se suponía que iba a ser expulsado. Pero Heather Molloy pasó por
allí y habló de las circunstancias que provocaron mi arrebato. Y así se me concedió
un indulto por intervenir para defender a una compañera de clase. Nunca me resultó
fácil dar las gracias a nadie, pero se las di a Heather. Con palabras entrecortadas y
torpes le dije lo mucho que apreciaba su intervención. Heather me sonrió y me tocó
la mano.
Y así es como empezó.
Nos encontrábamos en el Parque Estatal Hawk Valley, a ocho kilómetros de la
ciudad. No era muy popular entre los lugareños. Si la gente quería ir de excursión,
pescar o hacer turismo, conducían hasta las montañas, no iban de picnic a una colina
poco profunda junto a un arroyo estancado. Técnicamente no estábamos infringiendo
ninguna ley, pero la situación no significaría nada bueno para Heather si nos veían
juntos. Al principio sólo hablábamos. La mayoría de las chicas que conocía me veían
como una especie de tragedia andante herida, algo que aspiraban a arreglar. Pero
Heather nunca me presionó para que respondiera preguntas. Probablemente por eso 124
decidí abrirme a ella.
Por primera vez desde el asesinato de mi mamá sentí que podía respirar, que
podía relajarme. Y cuando me pasé de la raya y besé a Heather, ella no me desanimó.
Me devolvió el beso. Pero no importaba cuántas veces nos quedáramos abrazados
hasta mucho después del anochecer, ella nunca dejaba que las cosas fueran mucho
más lejos.
—Nash, esto no debería estar pasando.
No estaba acostumbrado a que me rechazaran y me sentía cada vez más frustrado.
Le pasé un dedo por el brazo y me sentí triunfante al ver cómo se estremecía ante mi
contacto.
—No es ilegal, cariño. Tengo dieciocho años y la escuela termina en un mes.
Respiraba con dificultad, su resistencia se desmoronaba cuando mis dedos se
colaron bajo su blusa, explorando su suave piel.
—Eso no lo hace correcto.
La recosté sobre la manta y la cubrí con mi cuerpo.
—Te deseo, Heather. Tú también me deseas.
Cerró los ojos.
—Tal vez.
No tuvimos sexo. Rondábamos la segunda base y nunca avanzábamos.
Entonces, un día entré en la tienda para trabajar un turno detrás de la caja
registradora. Odiaba la tienda, pero necesitaba un sueldo a tiempo parcial y mi padre
insistía en que no podría conseguirlo en ningún otro sitio.
Él estaba allí. Ella también. Los vi a través del cristal, muy juntos y hablando
seriamente, y fue extraño. Mi padre era trece años mayor que Heather. Hawk Valley
era un pueblo pequeño, pero nunca me había dado cuenta de que se conocían.
Heather echó la cabeza hacia atrás riéndose y me pregunté de qué carajo estarían
hablando que fuera tan divertido. Lo único que podían tener en común era yo y no le
había dicho ni una palabra sobre ella.
—¡Nash! —Heather dejó de sonreír y pareció sobresaltarse al verme—. Sólo pasé
a saludar. Hacía mucho que no venía.
Eché un vistazo a la tienda.
—No hay mucho que ver.
—Bien. —Se echó el cabello rubio por encima de un hombro y miró hacia abajo—
. Debería irme. Adiós, Nash. Fue un placer ponerme al día contigo, Chris.
—Me alegro de verte, Heather —contestó mi padre, y vi cómo sus ojos se detenían
en su trasero mientras salía por la puerta. Me dieron ganas de vomitar.
125
—¿Qué fue eso? —pregunté.
Estaba silbando.
—¿Qué?
—Si necesitas una nueva conquista no la busques en Brezo.
A mi padre le hizo gracia. El cabrón incluso me sonrió.
—Parece que alguien está enamorado.
—Eres un imbécil.
—Olvídalo, hijo. Está fuera de tu alcance.
—Y tú tienes una década más para estar en la suya.
A veces le gustaba meterse en mi piel. Esta era una de esas veces. Tal vez pensó
en ello como una venganza por todas las veces que me había metido bajo la suya.
Chris Ryan me sonrió con suficiencia como si yo no fuera nada más importante
que un niño de primer curso persiguiendo a la chica que le gustaba con un puñado de
dientes de león en la mano.
—No puedes competir conmigo, pequeño. Ni lo intentes.
—Vete al infierno.
Salí con el sonido de su risa detrás de mí.
Heather empezó a inventar excusas sobre por qué no podía verme. Se acercaba
la graduación, así que tenía otras cosas en la cabeza. Además, ¿qué se suponía que
debía hacer, meterla en mi maleta este otoño y traerla conmigo a Oregón? Pero aun
así, pasé por la recepción más veces de las necesarias sólo por la oportunidad de
recibir una sonrisa suya y sentí que el corazón se me doblaba cada vez que ocurría.
Mi padre y yo no hablábamos mucho, pero llevaba tanto tiempo así que no me
importaba. Sólo intentábamos pasar los próximos meses y dejar atrás este
experimento. Algún día las cosas podrían ser diferentes entre nosotros. Pero no
podíamos vivir juntos bajo el mismo techo.
El día del último curso hice planes para pasar la noche en las montañas con un
grupo de compañeros de clase. Mi padre incluso me dio su bendición y las llaves de
la cabaña familiar. Solo me dijo que, a ser posible, la dejara de una pieza.
Había un montón de chicas buenas correteando por ahí y traté de interesarme
por ellas. Pero ni siquiera cuando Amelia Horton empezó a chupármela mientras yo
me apoyaba en un pino y fumaba un cigarrillo pude mantener la cordura. No quería
follarme a una chica cualquiera. Todavía quería a Heather. No tenía en mente el amor
ni el matrimonio, pero sentía una conexión con ella que no había encontrado con las
chicas de mi edad. Eso tenía que significar algo.
Dejé que los alumnos de último curso hicieran lo que quisieran y volví a Hawk
Valley después de medianoche. Pero Heather no contestó cuando la llamé y no había
luces encendidas en su apartamento. La idea de volver a la fiesta era deprimente.
126
Pensé que sería mejor irme a casa a dormir en mi propia cama y masturbarme con
mis fantasías.
Abrí y cerré la puerta principal con cuidado, sin preocuparme realmente de
tener ningún tipo de interacción con mi padre. Puede que estuviera bebiendo trozos
de hígado o que estuviera roncando en el piso de arriba. En cualquier caso, sólo
quería que me dejaran en paz.
No oí ningún ruido hasta que estuve casi al final de la escalera.
Se oían gemidos, el sonido de una mujer sufriendo. O lo contrario del dolor...
Habían dejado la luz encendida y no se habían molestado en cerrar la puerta.
Estaba tumbada de espaldas en la cama, con la camiseta y el sujetador subidos hasta
arriba, de modo que sus turgentes tetas estaban al descubierto, junto con el resto de su
cuerpo. Tenía las piernas abiertas y el cuerpo arqueado, subiendo y bajando al ritmo de
la lengua de mi padre en su coño.
—Oh Dios, Chris. ¡Oh, Dios!
Se había quitado la camisa y estaba arrodillado, con la cara enterrada entre las
piernas de ella mientras Heather gemía su nombre y se agarraba a las sábanas de la
cama mientras él conseguía que se corriera.
Me quedé helado, mirando a la mujer que había deseado, la mujer en la que
había confiado, dejándose lamer el coño por el último hombre en la tierra con el que
podría soportar verla.
No me oyeron. No me vieron. No supieron que algo iba mal hasta que tomé una
jarra de cristal antigua que había pertenecido a mis abuelos y la lancé contra la pared
del fondo, rompiéndola en mil pedazos imposibles de arreglar.
—¡Nash!
Heather ya no gemía de placer. Jadeaba de horror, luchando por cubrirse el
cuerpo como si eso cambiara algo. No podía mirarla. No quería hacerle daño. Sólo
quería no volver a ver su maldita cara nunca más.
—Fuera.
Ella lloró.
—Nash, lo siento.
—¡VETE A LA MIERDA!
Mi padre se levantó. Estaba pálido, con los ojos muy abiertos. Tragó saliva, tocó
a la llorosa Heather en el brazo y asintió.
—Por favor, vete, Heather.
Nos enfrentamos, padre e hijo, escuchando el sonido de Heather bajando las
escaleras y huyendo por la puerta principal.
Mi padre tragó saliva, su cara era una máscara de remordimiento.
—Hijo, lo siento mucho. No planeamos esto.
Ahogué una carcajada ronca. 127
—El grito de guerra de los cabrones mentirosos de todo el mundo.
—No, lo juro.
—Lo sabías —lo acusé.
Bajó la cabeza. Y no lo negó.
—Ella te lo dijo —susurré—. O lo adivinaste. Pero la conclusión es que sabías lo
mío con ella y fuiste tras ella de todos modos.
Se arrepentía de todo. Me di cuenta por su mirada. Simplemente no me
importaba.
—No quería hacer esto —dijo.
—Lo entiendo. Tu boca como que cayó en su coño.
—¡Lo siento! Carajo, he bebido demasiado esta noche.
—Mentira. ¿Qué era esto, algún tipo de concurso enfermo para demostrar que
eres el macho alfa, número uno por aquí?
Parecía afligido.
—Nash, dime qué puedo hacer. Estoy muy avergonzado. Haré lo que sea para
compensarte.
—Nunca la volverás a ver.
Asintió con entusiasmo.
—Sí. Hecho. Nunca la volveré a ver.
Me di la vuelta para salir de la habitación, pero tenía una cosa más que decirle.
—Por cierto, papá, te odio.
Mientras mi mente había estado preocupada por el pasado, había cruzado una
frontera estatal y se había hecho la oscuridad. Tuve que ponerme gafas de sol para
protegerme del resplandor de la autopista.
Me rugía el estómago, así que paré en un restaurante de carretera para
desayunar y tomar un café. El café me hizo pensar en Kat y en su afecto por cualquier
cosa con cafeína.
Mis piernas querían estirarse un minuto más antes de encerrarme en el asiento
del conductor, así que me quedé recargado junto a la camioneta. Saqué el teléfono y
volví a mirar la foto que Kat me había enviado anoche. Había girado el objetivo hacia
sí misma y había capturado la serena imagen de Colin dormido sobre un hombro
mientras Emma descansaba sobre el otro. Kat tenía una pequeña sonrisa en la cara,
ese cabello salvaje suyo desatado y derramándose más allá del marco. Su belleza era
más que sensual. No podía pensar en ninguna otra mujer que pudiera hacerle sombra
a Kathleen Doyle.
Con desgana, guardé el teléfono en el bolsillo, deseando que no fuera
demasiado pronto para llamarla o enviarle un mensaje. La llamaría la próxima vez que
me detuviera, aunque me habría gustado oír su voz ahora mismo para ahuyentar la
128
melancolía que había estado consumiendo mis pensamientos durante el trayecto. No
eran sólo viejos sentimientos heridos los que me molestaban.
—Por cierto, papá, te odio.
Estaba seguro de que le había dicho muchas otras cosas después de aquella
frase demoledora. Recordaba otras conversaciones, otras palabras pronunciadas.
Pero por alguna razón, desde su funeral, las últimas que le había dicho aquella noche
eran las que habían permanecido con más fuerza en mi cabeza.
Kathleen
El día se perfilaba como un perfecto espécimen de verano. Con Colin
balbuceando en su sillita en la cocina, Emma parloteando con Roxie en el salón y la
brillante luz del sol colándose por la ventana, parecía imposible que hubiera estado
intranquila.
Entonces, el fuerte golpe en la puerta lateral me hizo dar un respingo. Me relajé
al ver que la sombra que había al otro lado de la puerta tenía la forma de mi madre.
Normalmente intentaba consumir al menos un cuarto de cafeína antes de enfrentarme
a la inevitable censura de mi madre, pero el café tendría que esperar.
—No te esperaba, mamá —dije con toda la alegría que pude reunir.
129
Me miraba fijamente a través de sus gafas de sol oscuras. Le daban un aire de
insecto a su cara.
—Anoche te dije que necesitaba hablar contigo, Kat.
Suspiré.
—De acuerdo.
Estaba a punto de entrar en la casa cuando de repente frunció el ceño.
—¿Qué es eso?
—Es la puerta de la cocina. Y la tengo abierta. Así que, por favor, entra antes
de que lo hagan las moscas.
—No. —Tocó la puerta justo debajo del cristal rectangular para mostrarme algo
que no había visto antes.
Cuando lo vi se me heló la sangre.
—Me refería a eso.
Fue un pequeño milagro que no me temblaran los dedos cuando arranqué de
la puerta un objeto que había sido pegado con un cuadrado azul de cinta adhesiva.
No era nada, sólo un trozo de papel. Y, sin embargo, me sacudió hasta lo más profundo
del alma. La foto se había impreso en papel normal de ordenador y me encontré con
mi yo sonriente de dieciocho años, flanqueada por dos chicos increíblemente guapos.
Recordaba exactamente cuándo me la habían hecho, en una fiesta después de ganar
el partido de vuelta a casa. Por aquel entonces, mi vida parecía un cuento de hadas:
el patito feo de un pueblo pequeño va a la universidad de una gran ciudad y atrae el
interés de uno de los dioses del fútbol. Él y su hermano, ambos jugadores de un
equipo de fútbol universitario campeón, eran los reyes de ese mundo. Podía tener a
cualquier chica que quisiera y yo estaba asombrada. Al menos al principio.
Debido a mis tempranos éxitos académicos, sólo tenía dieciséis años cuando
empecé la universidad. Tras dos años de estudio constante, por fin levanté la cabeza
de mis libros y me pregunté qué me estaba perdiendo. Al comienzo de un nuevo
semestre me dejé arrastrar a mi primera fiesta universitaria, donde me mantuve al
margen y bebí a sorbos cerveza caliente hasta que ocurrió algo inesperado.
—Sal del rincón, ratoncito. Ahora estás conmigo.
Era atractivo, divertido y excitante. Nunca había tenido un novio de verdad y
allí estaba yo, con dieciocho años y pretendida por el chico dorado de veintiuno de
los deportes universitarios. Él y su hermano se llevaban sólo un año, eran igual de
guapos y talentosos. Eran de la realeza. Allá donde íbamos, otras chicas me
examinaban con celos apenas disimulados, preguntándose qué demonios tenía yo
que ellas no tuvieran. Y lo disfrutaba. Peor aún, creía que lo amaba. Lo creía incluso
cuando me sugería que cambiara mi forma de vestir y de hablar. Lo creía incluso
cuando insistía en que dedicara menos tiempo a mis estudios y se reía cuando me
angustiaba porque bajaban mis notas. Lo pensé hasta que supe que no me era fiel. En
el año que llevábamos juntos nunca me había sido fiel y cuando supuse lo contrario
me había estado engañando a mí misma. Lo que hice a continuación podría haber sido 130
en parte venganza. No se me ocurrió en ese momento. Pensé que estaba intentando
ayudar a un amigo. Pero más tarde me pregunté si había una motivación mucho más
fea bajo la superficie.
—¿Kathleen? —Mi madre estaba de pie en la cocina ahora y llevaba una rara
expresión de preocupación en su rostro—. ¿No es una foto de...?
—¡Abuela! —Emma había sido atraída lejos de sus dibujos animados por el
sonido de la voz de su abuela y corrió hacia la cocina, chocando con las piernas de mi
madre.
—Hola, mi dulce niña. —Mi madre le alisó el cabello y le tendió una bolsita de
papel—. Mira lo que te ha traído tu abuela para desayunar.
—¡Un cupcake de chocolate! —Emma chilló mientras miraba dentro de la
bolsa.
Normalmente me habría irritado, pero la cabeza aún me daba vueltas. Hice una
bola con el trozo de papel en el puño.
—Ems —dije, sorprendida de que mi voz sonara tan tranquila—, aquí tienes un
plato. Puedes llevártelo al salón y ver dibujos animados con Roxie.
Emma no se preguntó qué extraño giro de los acontecimientos me había
llevado a animarla a comer delante del televisor. Salió corriendo de la habitación.
Mi madre miraba a Colin mientras daba patadas con las piernas en la sillita y
jugaba con un mordedor.
—Cada día se parece más a su mamá —me dijo con tristeza.
—Lo sé —dije, hundiéndome en la silla más cercana. El cuadro seguía arrugado
en mi mano, pero la imagen estaba grabada a fuego en mi mente. Representaba un
momento en el que todo había parecido perfecto, antes de conocer la traición y de
infligírmela yo misma, antes de que uno de los dos hermanos a mi lado cayera en una
espiral descendente que no podía detenerse, antes de cometer un error por descuido
que alteraría mi vida de forma irrevocable y que, sin embargo, me dio lo mejor que
jamás me pasaría.
Emma se rió en la habitación de al lado.
Y era consciente de que mi madre estaba hablando, diciendo algo a lo que
quería que prestara atención, pero me costaba concentrarme en sus palabras.
—Kathleen Margaret —dijo con cierta brusquedad—. ¿Te importa siquiera lo
que te estoy diciendo?
—Mamá. —Me levanté—. No me encuentro muy bien. Te llamaré más tarde,
¿de acuerdo?
—¿Me estás echando? —resopló.
—No. Pero estoy distraída, así que me temo que no soy una compañera de
conversación muy satisfactoria en este momento.
131
Exhaló con tristeza.
—¿Cuándo vas a empezar a hablar como todo el mundo?
Era una vieja queja, una que llevaba utilizando desde que yo tenía seis años, y
le informé de que tenía que, dejar de proyectar tus propias inseguridades en los
demás. Así que le repetí la misma respuesta que le había dado durante años.
—No sabía que fuera delito ser inteligente.
—Kat, vuelve a sentarte. Te estoy hablando de algo serio.
La bola de papel me pesaba en la mano. Al sentarme, la dejé caer
discretamente al suelo, debajo de la mesa, para que mi madre no se acordara de su
existencia. Definitivamente no podía soportar un interrogatorio ahora mismo. Por lo
que sabía mi madre, el padre de Emma era un cretino infiel y emocionalmente
abusivo, y Emma estaba mejor sin él en su vida. Eso me dio una razón para optar por
no pedir manutención. También me dio una excusa para esconderme de la verdad.
Mi propio padre se había largado cuando yo tenía dos años y, aparte de enviar
ocasionalmente un cheque al azar, no había sabido mucho de él mientras crecí.
—¿Puedo hacer otra taza de café si vamos a entrar en temas serios? —pregunté.
—Kat, no me importa. Bébete todo el café de la ciudad si eso hace que prestes
atención cinco minutos.
Suspiré y me acerqué a la encimera junto al fregadero para rellenar mi taza de
Hawk Valley Happiness.
Mi madre se abalanzó en cuanto me senté.
—¿Así que no quieres saber los detalles?
Emma entró trotando con la cara llena de glaseado de cupcake de chocolate,
tomó su vaso de plástico favorito y aceptó un beso en la mejilla de su abuela antes de
volver al salón.
Esperé a que se alejara para preguntarle:
—¿Qué detalles?
—Sobre su historial.
Me froté los ojos.
—¿De quién?
—Nash.
Colin intentó bruscamente levantarse en su sillita. Quizá no le gustó oír chismes
sobre su hermano mayor. Soltó un gemido.
—¿De qué estás hablando? —pregunté, sin querer saberlo. Colin me
recompensó con una gran sonrisa babeante cuando aparté la bandeja, desabroché el
cinturón de seguridad y lo levanté.
—Un cargo por agresión en la universidad y otro el año pasado. La primera vez
le retiraron los cargos, pero la segunda vez le dieron lo que se llama una
amonestación y no tiene que ir a la cárcel. 132
Fruncí el ceño.
—¿Una advertencia?
Se encogió de hombros.
—Supongo.
Nash se había metido en muchos líos en el instituto. Lo recordaba con claridad.
Siempre corría el rumor de que estaba a punto de ser expulsado, pero de algún modo
se las arreglaba para salir airoso sin consecuencias duraderas. Supuse que había
superado su tendencia a la agresividad. Nunca había presenciado ese tipo de
agresividad por su parte.
—Golpeé a alguien.
No, lo que ocurriera en aquella refriega no contaba realmente. Travis Hanson
necesitaba siempre una buena paliza y estaba segura de que se había merecido la
reacción de Nash.
Pero también estaba el asunto de sus nudillos, la forma en que parecían heridos
y con cortes la noche que vino a la ciudad y me soltó alguna tontería sobre que se los
había raspado al cambiar una llanta.
Sin embargo, Nash nunca había mencionado ningún problema legal en
Oregón. Por otro lado, había muchas cosas que yo no le había mencionado, así que
era perfectamente posible. No habría tenido ningún motivo para mencionar
problemas menores con la ley. Nunca le había preguntado.
—¿Cómo llegaste a esta información? —quería saber.
Se sentía presumida.
—Retta de la iglesia tiene un hijo que es detective privado en Phoenix. Se llama
Freddie y puede averiguar cualquier cosa sobre cualquiera.
La idea era alarmante. Mi nuevo objetivo en la vida era no convertirme nunca
en uno de los proyectos de Freddie.
—¿Por qué estabas investigando a Nash? —pregunté, haciendo rebotar a Colin
en mi regazo mientras mordisqueaba una mordedera.
Me lanzó una mirada cómplice.
—Soy tu madre, Kathleen. ¿Realmente crees que no puedo saber lo que está
pasando aquí?
—¿Qué tal si me iluminas entonces?
Frunció la boca.
—Estás involucrada con él. Te ha engañado para que te ocupes de todo. Su
negocio, su casa e incluso ese bebé.
No quería gritar. Emma me oiría. Mantuve la voz baja pero insistente.
—Colin es el hijo de Heather. Es de nuestra sangre, tu sobrino nieto. No es sólo 133
ese bebé, así que no te refieras a él de esa manera.
Cedió, miró hacia otro lado.
—No, claro que no. Sabes que me importa lo que le pase a Colin. Por eso me
preocupaba tanto entregarlo a un hombre como Nash Ryan.
—Esa era una decisión que tenían que tomar Heather y Chris —dije
rotundamente—. Ellos la tomaron.
—Pero...
—Sabes —le dije—, podrías haber venido más a menudo a ayudar en lugar de
escarbar entre bastidores. Si lo hubieras hecho, habrías visto que Nash cuida muy
bien de Colin. Lo que es aún más esencial es que quiere a Colin con todo su corazón.
Una ceja se arqueó.
—Me he dado cuenta de que no niegas haber tenido relaciones con él.
Mi voz era fría.
—¿Qué quieres oír, mamá? ¿Quieres oírme admitir que tenemos un sexo
estremecedor? Bien, lo admito.
Enrojeció de vergüenza.
—No seas vulgar, Kathleen.
—Entonces no te metas en temas de los que no quieres hablar.
Ladeó la cabeza y pareció un poco dolida.
—Sólo estoy curioseando porque me importa. Me preocupo por ti y también
por Emma y Colin.
Emma volvió con Roxie a su lado. La perra se dirigió a mi madre meneando la
cola, pero mi madre la ignoró, así que se volvió hacia mí para recibir una palmadita
en la cabeza.
—¿Están peleando? —Emma preguntó.
—No, cariño —le dije—. ¿Por qué piensas eso?
—Pareces enfadada.
—No estoy enfadada.
—Nadie se ha enfadado —insistió mi madre y le tendió la mano—. Ahora ven a
darle a la abuela un último beso antes de que me vaya.
Emma aún tenía algo de chocolate en la cara y consiguió manchar un poco la
mejilla de mi madre.
Mi madre le dio un beso a Colin antes de irse. Para mí solo tuvo unas severas
palabras de advertencia.
—Recuerda lo que te dije, Kat.
Giré la cabeza y fingí estar mirando algo fascinante por la ventana hasta que se
fue.
134
—Roxie y yo nos aburrimos —anunció Emma.
Tomé una servilleta y le limpié el chocolate de la cara. Se resistió, arrugó la
nariz y negó con la cabeza.
—¿Podemos ir al patio trasero? —preguntó.
Sacudí la cabeza.
—No cariño, hoy vamos a jugar adentro.
—¿Por qué?
—Hace calor afuera.
No era mentira. Pero tampoco era toda la verdad. Alguien me había estado
vigilando, posiblemente siguiéndome, incluso encontrándome aquí, en casa de Nash.
Sabía quién era, la misma persona que me había llamado y enviado correos
electrónicos al menos una docena de veces este verano. Había borrado todos los
mensajes y correos, a veces antes de escucharlos o leerlos. No tenía lugar en mi vida,
ni en la vida de Emma. Pero las cosas se habían intensificado y necesitaba a alguien
en quien confiar. Steve Brown tal vez. Alguien que pudiera decirme objetivamente
cuáles eran mis opciones legales en caso de que llegara el momento de enfrentarme
a mis propias mentiras.
—¿Qué se supone que vamos a hacer en casa todo el día? —Emma hizo un
mohín.
Me levanté y cargué a Colin sobre mi cadera.
—Cuando era pequeña solía construir fuertes. Podríamos hacerlo.
—¿Qué es un fuerte?
—Es como una pequeña casa club y podemos construir una justo en el salón
con algunas sillas y mantas.
Emma estaba intrigada.
—¿Puedes enseñármelo?
Sonreí.
—Claro.
Veinte minutos después estábamos todos relajados en el improvisado fuerte
del salón. Emma y yo estábamos acostadas boca arriba mirando la manta amarilla que
nos servía de techo mientras Colin disfrutaba de un rato boca abajo entre nosotras.
Roxie estaba sentada vigilando la entrada, nuestra siempre fiel centinela.
—Me gusta estar aquí —susurró Emma.
—A mí también —le susurré de vuelta.
Sonó mi teléfono. Lo tenía cerca, por si tenía que llamar al 911 en un momento,
aunque estaba segura de que Roxie se pondría como una fiera si alguien intentaba
entrar en la casa.
Sentí un gran alivio cuando vi que quien llamaba era Nash.
135
—¿Qué tal el viaje? —Le pregunté.
—Largo. Aburrido. ¿Cómo está mi chico?
Miré a Colin.
—Está bien. Está intentando levantarse.
—Dile que lo extraño.
—Lo haré.
Hubo una larga pausa.
—También te extraño, Kat.
Cerré los ojos y me invadió un fugaz segundo de felicidad. Era exactamente lo
que deseaba oír de él. Algún indicio de que lo nuestro era algo más que un acuerdo
práctico. Mi corazón quería que respondiera, que le dijera lo mucho que yo también
le extrañaba. Tenía tantas ganas de sentir sus brazos a mi alrededor, de oír el
reconfortante latido de su corazón cuando apoyaba la mejilla en su pecho al terminar
de disfrutar de nuestros cuerpos.
Mis ojos se abrieron. No podía decirlo. No ahora. Decirlo me expondría a un
nivel potencial de dolor que no sería capaz de soportar. Como Nash no sabía nada de
la historia más importante que tenía que contar y de cómo me había estado
escondiendo de ella durante tanto tiempo, mintiendo durante tanto tiempo, no estaba
segura de cómo hacer algo diferente. Él no lo entendería. Nash tenía poca paciencia
o perdón en su corazón para la duplicidad de cualquier tipo. Nash suponía que yo era
honesta y honorable porque nunca le había dado motivos para creer lo contrario.
No, claro que no lo entendería. Estaba sola.
—Supongo que te veré más tarde esta noche —dije.
Me pareció oír un suspiro de irritación al otro lado.
—Supongo que sí.
—Conduce con cuidado.
—Adiós, Kat.
Emma se sentó en la pequeña estructura que habíamos creado y me miró
fijamente.
—Mami, ¿estás llorando?
Me limpié los ojos.
—No, Ems. No hay razón para que mamá llore.
136
Nash
El viaje era monótono, los kilómetros y los paisajes se confundían. Llevaba
conduciendo más horas de las que me gustaría pensar y ahora me encontraba en
algún lugar de Nevada, una parte seca y marrón del estado. El paisaje me recordaba
a Phoenix, el lugar donde nací y al que no había vuelto en más de una década.
La salida de un área de descanso me llamó la atención y mi vejiga exigió un
poco de alivio, así que salí de la autopista y me dirigí hacia el edificio que albergaba
los baños y las máquinas expendedoras.
El camionero que acababa de utilizar las instalaciones me saludó con una
rápida inclinación de cabeza. Me ocupé de mis asuntos, intenté sacar un refresco de
la máquina expendedora averiada y luego me detuve a contemplar el árido paisaje. 137
El largo viaje en auto estaba causando estragos en mis pensamientos. Cuando no
estaba dándole vueltas a los malos recuerdos, me preocupaba la llamada que había
hecho antes con Kat. Había un tono en su voz, como si algo fuera mal. Sonaba triste,
distraída. La conocía lo suficiente como para detectar el cambio. Normalmente Kat
estaba llena de palabras y preguntas, pero esta vez se había quedado callada, ni
siquiera había respondido cuando le dije que la echaba de menos. No lo había dicho
con la intención de presionarla. Lo había dicho porque había pensado mucho en ella,
casi tanto como en Colin, y pensé que le alegraría oírlo.
Tal vez me equivoqué. Tal vez quería mantenerme a distancia después de todo.
Terminé mi descanso y volví a subir a la camioneta. El sol empezaba a ocultarse
en el cielo. Hacía catorce horas que había empezado el viaje y ésta sería la última
etapa. Estaba haciendo un tiempo excelente y esperaba estar de vuelta en Hawk
Valley antes de las once de la noche.
Un bostezo se abrió paso. No fue mi mejor idea emprender este agotador viaje
con tres horas de sueño. La última vez que hice el viaje no había dormido nada, pero
entonces estaba en estado de shock y con adrenalina. Ahora estaba cansado y
deseando volver a casa.
A casa.
Es curioso cómo me había resistido a pensar en Hawk Valley como mi hogar
durante los años que había vivido allí. Lo consideraba el pueblo de mi padre, el hogar
de mi padre. Me convencí a mí mismo de que no pertenecía a aquel pequeño y
peculiar lugar que parecía suspendido en el tiempo al pie de las montañas. Ahora
pertenecía a él. Sólo quería volver allí y darle un beso de buenas noches a Colin.
Quería abrazar a Kat e intentar averiguar dónde tenía la cabeza. Yo sabía dónde
estaba mi cabeza. De alguna manera este viaje lo había dejado claro. No había nada
casual en lo que teníamos, no para mí. No quería que fuera mi amiga y mi follamiga.
Quería que fuera mía.
Una vez de vuelta en la carretera, mis pensamientos se desviaron en una
dirección menos alegre. Durante este viaje había estado pensando demasiado en
temas amargos. Las cosas que pasaron entre mi padre y yo. Y Heather. La conclusión
desordenada que poseía una cualidad de tragedia griega. Pero no había terminado
con Heather huyendo de casa y mis brutales palabras a mi padre.
Después de aquella noche estaba tan arrepentido que casi daba pena. Compró
todas mis comidas favoritas, se quedó en casa todas las noches con la esperanza de
que le dijera más de dos frases, abrió su cartera para comprar muchas más porquerías
de las que realmente necesitaría llevar a la universidad. La tregua entre nosotros era
tensa, pero al menos existía. Me abrazó el día que me fui a la universidad y lo dejé.
Heather había dimitido de su trabajo. Ya no la veía por allí y tampoco me
importaba. No debíamos de ser tan invisibles como creíamos mientras nos
besábamos en una manta en el parque porque alguien nos había visto. Me llegaron
los rumores y me negué a confirmarlos o desmentirlos. De hecho me negué a
participar en cualquier conversación que incluyera su nombre. 138
Heather era algo más que una chica con la que me había metido. Ella podría
haber terminado significando algo para mí.
O tal vez no.
Tal vez me la habría follado y la habría dejado de lado para ir a buscar algo
mejor a miles de kilómetros de distancia. En cualquier caso, el recuerdo más
significativo que tenía de ella era su aspecto tumbada desnuda en la cama de mi
padre. No podía perdonarle que me metiera eso en la cabeza. Me dejó algunos
mensajes de voz del tipo, bla, bla, nunca quise hacerte daño, hasta que bloqueé su
número. El día de la graduación me pareció ver su cabello rubio entre la multitud,
pero cuando volví a mirar ya no estaba.
Una vez en Oregón, no pensé mucho en ella. Tenía mucho en lo que ocuparme.
No había escasez de chicas y a veces conocía a alguna que me gustaba. Pero estaba
harto de ser descuidado con los sentimientos de las chicas. Por fin sabía lo que se
sentía al ser descartado y no quería infligírselo a nadie. Probé algunas relaciones y
descubrí que no se me daban bien. Me acusaban de ser cerrado, distante, reacio a
soltarme, incapaz de dejar entrar a nadie. Decían que era un hijo de puta frío como
una piedra que no tenía nada que dar. No discutí. Y aun así me negué a hablar del
fuego furioso que ardía en mi interior, de cómo me llevaba a buscar la violencia a
pesar de que la despreciaba. Nunca causaría daño por el mero hecho de hacerlo.
Pero ver a alguien maltratado, especialmente a una mujer, desencadenaba una
reacción en cadena que terminaba con mis puños.
Había terapia. Hubo grupos de apoyo. Control de la ira por orden judicial. Pero
todo era una pérdida de tiempo porque no había ningún misterio detrás de mis
acciones. Cada arrebato había sido precedido por una situación que en mi mente
estaba ligada al asesinato de mi mamá.
El lado positivo es que, en cuanto me mudé a Oregón, la relación con mi padre
mejoró. Era fácil llevarse bien con alguien a quien apenas veías y con quien hablabas
quizá dos veces al mes.
En otoño de mi tercer año de universidad, mi padre me preguntó si volvería a
casa por Navidad. El año anterior no lo había hecho, prefería quedarme en la
universidad. La verdad era que me fastidiaban las fiestas, todo ese oropel y esas
sonrisas falsas. Pero mi padre sonaba muy serio y durante el último año sólo había
visitado el Hawk Valley un total de tres días en verano. Se alegró cuando le dije que
iría.
—Hay algo que quiero decirte en persona, Nash. Algo que espero que te parezca
bien.
Sus palabras fueron extrañas, pero no me detuve en ellas. Tal vez estaba
arrojando la toalla y cerrando la tienda. Por lo que a mí respectaba, ya era hora. En
cualquier caso, estaba decidido a llevarme bien con él. Podría conseguirlo durante
unos míseros días.
Una hora después de llegar a Hawk Valley cambié de opinión. 139
—¿Estás haciendo qué? —No podía creer lo que acababa de oír.
Estaba nervioso, no dejaba de mirarse las manos. Pero me miró a los ojos cuando
me confirmó la noticia.
—Me caso con Heather Molloy.
Mi cerebro luchaba por reaccionar, pero no salían palabras, así que Chris Ryan
vio en ello una invitación a seguir hablando.
—Se mudó aquí hace unos seis meses para cuidar de su madre. Empezamos a ser
amigos. Luego se convirtió en algo más. Nash, esto no tiene nada que ver con errores
del pasado. Ambos aún nos sentimos mal por eso. Pero lo que tenemos ahora, las
personas que somos ahora, esto es diferente. Espero que lo entiendas.
—Entiendo que hay algo jodidamente mal con ustedes dos. Eso es lo que
entiendo.
—Nash, por favor.
—¿Por favor qué?
—Ella se preocupa por ti. Quiere ser tu amiga.
Me pareció gracioso.
—Oh Jesús, eso es divertido.
—Quería estar aquí para hablar contigo. Pero pensé que esto debía quedar entre
nosotros.
Me paseé por el suelo del salón, asqueado.
—De todas las mujeres que hay por aquí, esa es la que eliges.
Se mantuvo firme, permaneciendo donde estaba.
—La amo.
—A la mierda con eso. Tú no amas a nadie.
Parecía dolido.
—Eso no es verdad. Te amo. Te amo desde el día en que naciste.
Dejé de caminar.
—Escogiste un momento especial para decir eso por primera vez.
—Creía que lo sabías. —Se pasó la mano por el cabello. Este año había cumplido
cuarenta, pero su cabello seguía siendo espeso y negro, como el mío—. Nunca se me
dio bien decirlo. Debería haber sabido hacerte sentir más amado. Debería haberme
parecido más a tu madre.
Me giré hacia él, prácticamente gruñendo.
—¡No te atrevas a hablar de ella!
—Deberíamos haber hablado más de ella. Ese fue mi error.
—Siempre odiaste a mi madre.
Mi padre se sorprendió. 140
—¿Por qué?
Kat necesitaba darse una ducha rápida, así que me tocó a mí convencer a Emma
de que terminara su desayuno. Cuando le dije que nada hacía más feliz a Roxie que
ver comer a la gente, asintió con la cabeza como si tuviera sentido y se metió el resto
de los cereales en la boca. Sentí que era un momento triunfal.
Kat se preparó rápidamente, convenció a Emma de que se pusiera algo que no
fuera un camisón y acompañé a las dos hasta su auto, por si acaso ese imbécil andaba
por ahí.
Cuando se fueron, llamé a Kevin Reston. No le di detalles, pero le pedí que
avisara de la presencia de un imbécil de cuello grueso con el cabello engominado
hacia atrás y un auto deportivo demasiado caro. Kevin y yo seguíamos un poco
distanciados, aunque nos habíamos visto un montón de veces desde la desafortunada
noche en Sheen´s. A veces acompañaba a Jane cuando pasaba a ver a Colin o la
visitaba en la tienda. Aunque las cosas estaban bastante frías entre nosotros, él
siempre era educado y lo era ahora, ni siquiera hacía muchas preguntas, se limitaba
a decir:
—Ya lo tienes, Nash —y lo dejaba estar.
Colin dormía la siesta con bastante seguridad y empezó a bostezar sobre las
once. Lo llevé arriba y le leí un cuento sobre animales felices en una granja, con la
esperanza de que se durmiera y yo tuviera la oportunidad de salir y hacer algo para
descargar la camioneta que seguía parada en la acera. No me llevaría mucho tiempo,
pero era una tarea imposible de completar mientras cuidaba de un bebé.
En cuanto se durmió, lo dejé en la cuna, me puse una camiseta y unos zapatos
y salí a ocuparme de las cosas. Me metí el monitor de bebés en el bolsillo trasero y lo
puse a todo volumen para oír a Colin si se despertaba.
Primero tomé las cajas; ropa, libros y algunas cosas de cocina que podrían ser
útiles. Decidí meterlo todo en el salón de momento porque no había mejor sitio. Las
casas de ciento veinte años no tenían garaje. La base y el colchón eran las piezas más
grandes y pensaba trasladarlas en último lugar.
Iba de vuelta a la camioneta para recoger las cajas restantes cuando me di
cuenta de que tenía compañía.
Acababa de salir de su auto y vaciló al verme llegar. Me detuve en seco y
evalué la situación. Sabía leer bastante bien a los hombres y él no parecía tener la
actitud de un tipo con ganas de pelear. Incluso levantó la mano para saludarme
tímidamente.
Aun así, que pareciera menos comadreja egoísta que la noche anterior no
significaba gran cosa. Seguía odiándolo por ir sigilosamente detrás de Kat, por
asustarla, por herirla tan gravemente cuando era joven y confiada.
Fingí que no estaba allí y volví a mí tarea. No iba a avanzar sobre él primero,
pero si intentaba alguna estupidez lo lamentaría. 157
—¿Puedo ayudar? —Harrison se paró unos metros detrás de la camioneta,
mirándome con cierto recelo, y tal vez un poco de vergüenza.
—Vete a la mierda.
—Realmente esperaba hablar contigo, Nash.
—¿Cómo demonios sabes mi nombre?
—Oí a Kat decirlo anoche.
—Estupendo. Ahora puedes irte a la mierda.
Asintió y se metió las manos en los bolsillos.
—Estás molesto. No te culpo en absoluto.
—No, es el sueño de todo hombre llegar a casa y encontrar a su chica siendo
asaltada en el jardín delantero por un pedazo de mierda.
Se alarmó.
—No, eso no es lo que pasó en absoluto. Juro por Dios que no quise hacerla
caer. Me resbalé y supongo que choqué con ella. Pero fue un accidente. Nunca haría
daño a Kathleen intencionadamente.
Este imbécil me estaba haciendo enojar.
—Lo dicen todos los hombres que han golpeado a una mujer.
Harrison hizo una mueca.
—Déjame explicarme, ¿de acuerdo? Vine a disculparme. La forma en que la
mierda se fue abajo anoche era lo último que quería.
—Entonces, ¿por qué demonios te disculpas conmigo en lugar de con ella?
—Porque creo que ya he asustado bastante a Kathleen. Y esa nunca fue mi
intención. Pensé que sería mejor acercarme a ti, tal vez hacerle ver que a pesar de mi
mal comportamiento no soy el tipo que parecía ser anoche. También pensé que tal
vez podrías decirle que sólo quiero hablar.
—Tengo una idea mejor. Te metes de nuevo en tu pequeño auto de
compensación de pollas y te largas de aquí.
Me dedicó una sonrisa triste.
—No puedo hacer eso.
—No puedes, ¿eh? —Salté de la camioneta para poder mirarlo a los ojos—.
¿Qué quieres de ella de todos modos?
—Nada. Pero la niña...
—No es tuya.
—Lo sé. —Respiró hondo—. Sé que no es mía. Pero es mi sobrina. Sé que
Kathleen no quería volver a verme y aunque últimamente he estado pensando que me
gustaría estar ahí para la niña, las habría dejado en paz si no fuera por mi mamá.
Me crucé de brazos, esperando a que continuara. 158
168
Kathleen
—¿Por qué ese árbol parece raro? —preguntó Emma.
Sonreí cuando me di cuenta de que estaba señalando un cactus saguaro
gigante. Nunca había visto uno.
—Es otro tipo de árbol —le dije—. Se llama cactus. Sólo crecen en el desierto
y en vez de hojas tienen espinas.
—¿Esto es el desierto?
Pasamos por delante de un barrio residencial lleno de casas beige con tejados
de tejas.
—Sí, cariño. Phoenix es parte del desierto. 169
—¿Por qué?
Sonrió.
—Es algo que hace la gente.
A Emma no le gustó esa respuesta.
—No quiero alejarme de mi mami.
Me reí.
—No te preocupes por eso pronto, Ems.
—Kathleen. —La Sra. Corbett se dirigía a mí con voz suave. Me tendió la mano
y la tomé, observando lo delgada y frágil que era la suya.
—Siento no haberla traído a verte antes —le dije, pero negó con la cabeza con
vehemencia.
—No. Me has dado un regalo increíble. Ha habido muchos malentendidos. —
Dirigió una mirada aguda al hijo que le quedaba—. No tengamos más. Te estoy muy
agradecida por traer a Emma aquí. Y estoy muy agradecida de que la hija de Randall
tenga una madre tan maravillosa. —Se volvió hacia Emma y sonrió—. Emma, ¿puedes
sentarte cerca de mí? Hay un libro que me gustaría leerte.
Delia lo tomó como una señal. Buscó un libro infantil descolorido en la cómoda
y se lo entregó a la señora Corbett. Eché un vistazo al título. Era Love You Forever y
supuse que debía pertenecer a sus hijos cuando eran pequeños.
Emma se acomodó con su nuevo peluche en la cama y se dispuso a escuchar el
cuento. A Emma le encantaban los libros. Incluso más que las fresas.
Quizá no tanto como amaba a los perros.
—Kathleen —susurró Delia y vi que ella y Harrison habían salido de la
habitación y estaban de pie junto a la puerta.
La señora Corbett empezó a leerle a Emma con una voz que ahora era
sorprendentemente fuerte y clara. Me levanté y salí de la habitación. Estaban ya tan
absortas en la historia que no me vieron marchar.
Delia se agarraba al brazo de Harrison y me dio la impresión de que estaba
nerviosa. Miró a su prometido como si le instara a hablar, pero como él no lo hizo, ella
siguió adelante.
—Kathleen, no queremos que te sientas presionada de ninguna manera. No hay
suficientes palabras de agradecimiento para expresar nuestra gratitud.
Volvió a mirar a Harrison y esta vez él se aclaró la garganta.
—Nos encantaría volver a ver a Emma —dijo—. Si te parece bien. Es mi sobrina
y cuando la miro recuerdo cuánto amaba a mi hermano. Y lo mucho que lo extraño.
Miré detrás de mí, a la habitación donde Emma estaba pendiente de cada
palabra que su abuela le leía. Estaba tan acostumbrada a tener a Emma para mí sola
que casi me resultaba extraño compartirla con otra familia. Pero no debería sentirme
174
así. Esta también sería su familia.
—Creo que Emma lo disfrutaría —dije.
Harrison parecía aliviado.
—Y si necesitas ayuda financiera estaremos encantados de...
—No —interrumpí, erizándome—. No necesito ayuda financiera.
Se echó atrás.
—No quise decir eso de la forma en que salió. No tenemos intención de
entrometernos en tu vida o dictar condiciones. Pero Emma es la hija de Randall y sólo
quería que supieras que estamos aquí para ella.
—Y para ti —añadió Delia—. Estamos aquí para ti también, Kathleen. Realmente
espero que podamos ser amigas.
Parecían tan serios, tan esperanzados. En la otra habitación, Emma y su abuela
se echaron a reír.
—Me gustaría ser tu amiga —le dije a Delia y lo decía en serio.
Los tres nos quedamos afuera de la habitación un rato más, dando a Emma y a
su abuela intimidad para que se conocieran. Me enteré de que Harrison se había
convertido en asesor financiero y me costó un poco imaginarme al bravucón futbolista
que había conocido en la universidad sentado frente a una mesa de conferencias y
asesorando a parejas sobre planes 401K3. Pero las cosas cambian. La gente cambia.
impuestos de tu sueldo, y tus ahorros no estarán sujetos a impuestos hasta que hagas retiros
durante la jubilación.
—Aquí estoy —dije, sonriendo mientras volvía al comedor.
176
Nash
Aún estábamos decidiendo las categorías cuando apareció la madre de
Kathleen.
—¿Qué es todo esto? —Eleanor Doyle exigió saber después de que irrumpió
por la puerta principal. Supongo que me lo tenía merecido por no haberla cerrado.
Frunció el ceño cuando vio todas las cajas en el suelo del salón. Kevin estaba
encorvado, garabateando en una con un rotulador negro mientras Jane envolvía un
jarrón de cristal en plástico de burbujas.
—Hola Eleanor —dijo Jane.
—¿Te mudas? —Me preguntó la madre de Kathleen. Me pareció que sonaba 177
demasiado esperanzada.
—No —respondí—. Estamos trabajando en empaquetar algunos de los efectos
personales de Chris y Heather. Pensé que ya era hora y como Heather era tu sobrina
pensé que nos vendría bien tu ayuda para decidir qué es lo mejor.
Todo eso era cierto, pero también tenía otra razón para llamar a la madre de
Kathleen. Trataba descaradamente de caerle en gracia porque quería impresionar a
su hija.
—Hola, Eleanor —dijo Kevin.
Miró en su dirección y asintió con la cabeza antes de volverse hacia mí.
—Las cosas importantes, las sentimentales, se guardarán en cajas en el desván
—dije—. Pero supongo que la mayor parte de la ropa puede ir a la beneficencia. —
Hice una pausa—. ¿Qué te parece?
Eleanor siguió mirándome y luego asintió lentamente.
—Creo que Heather lo aprobaría. Y mi iglesia organiza un mercadillo el
sábado. Así que cualquier cosa que quieras donar te la puedo quitar de las manos.
Sonreí.
—Gracias, sería estupendo. Sabía que podíamos contar contigo. —Estaba
exagerando un poco y Kevin enarcó una ceja como diciendo que detectaba un
aumento significativo en mi medidor de estupideces, pero Eleanor se sonrojó y
pareció satisfecha.
Se ofreció a empezar por el dormitorio principal y ordenar las cosas de
Heather, lo cual fue un alivio porque aún me sentía un poco raro allí dentro. Tendría
que superarlo. No podía cerrar la habitación para siempre y mantenerla como una
especie de santuario gótico. No sería saludable para Colin, para ninguno de nosotros.
Jane siguió a Eleanor escaleras arriba con algunas cajas, dejándonos a Kevin y
a mí solos en el salón.
Recogí un plato de cristal que estaba en un expositor sobre la mesa auxiliar.
Parecía viejo, probablemente antiguo.
—¿Quieres empaquetar todos los objetos rompibles? —Kevin preguntó.
Asentí con la cabeza.
—La mayoría. Colin está casi listo para gatear. Luego caminará. Así que hay
que prepararlo a prueba de bebés. —Tomé plástico de burbujas—. Estas cosas irán
al ático por ahora.
—Nash.
Levanté la vista y me encontré al viejo amigo de mi padre con expresión
apenada.
—Hace tiempo que quería hablar contigo, sobre aquella noche en Sheen’s.
—No hace falta.
178
—Sí que lo hace. Tenías razón sobre Travis, no hay ningún misterio. Pero tengo
que disculparme por lo que te dije. Te dije que creía que habías madurado un poco,
dando a entender que seguías siendo el mismo niño imprudente de siempre.
Arranqué un trozo de plástico de burbujas.
—Lo recuerdo.
—Estaba equivocado —dijo Kevin rotundamente—. Has dado un paso adelante
por aquí que no esperaba. Veo cómo eres con Colin, lo mucho que te esfuerzas. Y te
admiro, Nash. Tu padre sabía lo que hacía cuando te puso al mando.
Lo vi dar un vistazo a una foto de mi padre y Heather el día de su boda. Estaban
abrazados y sus caras eran de éxtasis. Ojalá hubiera estado allí aquel día. Deseé
haber soltado la rabia a la que me había aferrado. Había perdido tanto tiempo. Al
menos ya no me quedaba rabia. De repente me di cuenta de que los había perdonado
a los dos hacía mucho tiempo. Se habían encontrado y enamorado y no tenía nada que
ver conmigo. Debería habérselo dicho. Ahora era demasiado tarde.
Excepto que no lo era. Porque estaba Colin. Tal vez por eso me habían elegido
como su tutor. Quizá era la forma que tenía mi padre de decirme que sabía que no le
guardaría rencor, y que tenía más fe en mí de la que jamás había imaginado. De
alguna manera, Chris y Heather tenían que saberlo. Habían confiado en que yo
asumiría ese papel si fuera necesario. Nunca desperdiciaría esa fe.
—Quizá podamos ir a tomar algo alguna vez —le dije a Kevin—. A algún sitio
que no sea Sheen's.
Sonrió.
—De acuerdo.
Terminé de envolver el plato antiguo. Lo guardaría. Pero las fotos se quedarían.
Colin podría ver a sus padres y tal vez sentir que, de algún modo, velaban por él.
—¿Crees que tenemos suficiente plástico de burbujas? —pregunté.
Kevin miró a su alrededor.
—Puedo salir corriendo por más si es necesario.
Había dejado el monitor de bebé en el sofá y se puso en marcha cuando Colin
se despertó en la cuna y empezó a balbucear. Sabía que probablemente se
entretendría unos minutos antes de reclamar algo de atención, así que mientras tanto
envolví algunos objetos de valor más.
Cuando pasaron cinco minutos y no aullaba para que lo levantara, me pregunté
si se habría vuelto a dormir, así que subí a comprobarlo. Pude ver el dormitorio
principal, donde Eleanor Doyle doblaba la ropa con maravillosa eficacia y la colocaba
en montones ordenados sobre la cama. No se fijó en mí al pasar y fui directo a la
habitación de Colin. Me sorprendió un poco lo que encontré allí.
Jane había levantado a Colin y lo mecía en la silla junto a la ventana. Jane rara
vez levantaba al bebé y siempre que lo hacía parecía ansiosa por volver a acostarlo
lo antes posible. Le estaba enseñando algo en el teléfono, tal vez un dibujo animado.
No sabía cuánto le gustaría a Colin, pero parecía interesado. 179
Le pellizqué el trasero.
—Nos vemos en casa.
Kat me sopló un último beso antes de salir por la puerta y yo terminé de volver
a un estado de decencia mientras reflexionaba sobre el triste hecho de que no
ocurriría nada casi tan emocionante durante el resto de la jornada laboral.
La tienda abrió. Una empleada demasiado alegre llamada Hayden llegó y
limpió laboriosamente todas las superficies de la tienda. La gente se detenía a
comprar postales y llaveros, tazas y adornos navideños a pesar de que faltaban meses
para las fiestas. La ajetreada temporada de verano había terminado oficialmente,
pero la Cámara de Comercio de Hawk Valley había invertido en una costosa campaña
publicitaria con la esperanza de atraer a la gente a la zona en otoño. Al fin y al cabo,
las montañas eran aún más impresionantes en otoño. La mayoría de los árboles eran
de hoja perenne, pero algunos cambiaban de color y, con la llegada del frío, era una
excursión popular para la gente que seguía sofocada en Phoenix. Se inventó otro
eslogan: Hawk Valley, el mejor lugar en el que nunca has estado. Sorprendentemente,
estaba empezando a ponerse de moda. Había un nuevo restaurante de carnes al final
de la avenida Garner y una vieja mansión en las afueras de la ciudad estaba siendo
renovada en un pequeño hotel. Había más optimismo en la ciudad que nunca.
Y me alegré mucho de estar aquí.
Después de comer, Jane llegó con un nuevo cuadro que acababa de terminar y
quería vender. También tenía noticias. Kevin llevaba dos años pidiéndole que se
casara con él y por fin había dicho que sí. Me alegré por ella, por los dos. Kevin
adoraba a mi tía y era un buen tipo. Ambos se merecían un poco de felicidad
permanente. Ver a Jane fue agradable, pero seguía contando las horas que faltaban
para volver a casa.
Justo después de que Jane se fuera apareció Betty. Acababa de darle otro
aumento porque había demostrado lo indispensable que era. A Betty le gustaba tener
las mañanas libres y trabajar hasta el cierre, lo que me venía muy bien porque podía
estar en casa para cenar todas las noches. Entre cliente y cliente, charlábamos sobre
los pedidos de inventario y los fantásticos recibos de ventas del mes anterior.
Kat me envió un mensaje de texto diciendo que había terminado de hacer todos
sus recados antes de lo esperado. Quería ir a buscar a Colin a casa de Nancy Reston
justo después de recoger a Emma. Kat era tan devota de Colin como de su propia hija.
Era una de las muchas razones por las que la adoraba.
A las cinco le dije a Betty que me iba. Estaba estudiando la pared de la galería
de arte en busca de un lugar para el nuevo cuadro de Jane. Me saludó con la mano y
me dijo que pasara una buena noche.
—Gracias —dije, pensando en todo lo que me esperaba en casa—. Lo haré.
En cuanto giré por mi calle, la característica casa victoriana amarilla apareció
a la vista y ya estaba sonriendo. No podía evitarlo. Últimamente me había vuelto un
hijo de puta muy alegre. 191
Hacía un mes que Kat y su hija se habían mudado a la casa y cada día era una
nueva aventura en el mejor de los sentidos. La vida podía ser increíble si la aceptabas.
El sonido de un ladrido procedente del patio trasero significaba que Roxie
había sido alertada de mi presencia. Podía oír la risa de Emma que venía de allí
también así que seguí el sonido a través de la puerta trasera.
Emma se encontraba en plena fase de Wonder Woman, inspirada por la
compra anticipada de un disfraz de Halloween. Luego Kat tuvo que comprar tres más
porque Emma se negaba temporalmente a salir de casa vestida de otra forma. Ahora
corría por el patio trasero con los brazos extendidos y una capa roja por detrás.
Roxie estaba esperando junto a la puerta con el rabo moviéndose tan fuerte que
cualquiera diría que no me había visto en un año. Me detuve para prestarle unos
segundos de atención y que me dejara pasar.
Kat se relajaba en una gran manta azul de picnic en la hierba mientras Colin se
sentaba a su lado y observaba ávidamente cada movimiento de Emma mientras
conquistaba el patio trasero.
—¡Soy todopoderosa! —Emma gritó, todavía agitando los brazos.
Kat me hizo sitio en la manta y me arrodillé a su lado. Colin balbuceó de alegría
e inmediatamente intentó meterse en mi regazo.
—Badabadabadabada —dijo, y no sabía muy bien qué significaban esos
sonidos para él, pero algo debían significar. Lo recogí en brazos, le di un beso en la
mejilla y se aferró a mí un momento antes de pedir que lo soltara.
Me fijé en Kat, que se había puesto unos vaqueros y un suéter gris liso. Llevaba
el cabello suelto y la cara sin maquillaje. Era una visión, una belleza poco común con
el poder de estar espléndida incluso con unos vaqueros viejos y una suéter holgado.
—Eres hermosa —le dije.
Levantó la cara para darme un beso.
—Estoy tan contenta de que estés en casa.
—¡Mamá! —gritó Emma con impaciencia—. ¡No me estás mirando!
—Te estoy vigilando, Ems —respondió Kathleen.
—Hola, Emma. —Saludé a la niña, que se me quedó mirando un segundo y
luego esbozó una sonrisa pícara. Recogió algo de la hierba y se acercó dando saltitos
con Roxie siguiéndola ansiosamente.
—Nash —dijo Emma sin aliento y me entregó una pelota de tenis muy
masticada que había sido humedecida con babas de perro—. Eres un buen lanzador,
así que lanza esto.
—Di por favor —le pidió su mamá.
Emma esbozó una sonrisa ganadora.
192
—Por favor.
Roxie estaba emocionada, dando saltos y esperando la oportunidad de atrapar
la pelota. Me puse de pie con la asquerosa pelota en la palma de la mano y la lancé a
la esquina opuesta del patio.
Emma se puso de puntillas y aplaudió cuando Roxie se la metió en la boca como
una profesional y volvió corriendo para depositarla en la manta del picnic.
—¡Otra vez! —Emma insistió. Luego miró a Kat y añadió: —Por favor.
¿Cómo iba a negarme? Lancé la pelota una docena de veces más mientras Kat
entraba corriendo en casa para ver si había comida en el horno.
—Quince minutos para la cena —anunció, volviendo a la manta.
Emma se había distraído con un agujero que Roxie había cavado y estaba en
proceso de llenarlo de hojas. Vi la oportunidad de abandonar el juego de buscar y
traer, dejé caer la pelota viscosa en la hierba y me limpié las manos en los vaqueros.
—¿Qué hay para cenar? —pregunté, acomodándome entre Kat y Colin.
—Pollo asado —respondió—. Con guisantes y galletas. ¿Te parece bien?
—Claro que sí. —Observé la feliz escena en el patio trasero—. Es perfecto. —
Y lo era. Sólo deseaba que Chris y Heather Ryan fueran capaces de ver esto, el legado
que habían dejado.
Kathleen se acurrucó contra mí. Colin arrancó un puñado de hierba, se asqueó
al ver las briznas verdes desprendidas y se apresuró a soltarlas.
—Oh, hay buenas noticias —le dije y le conté lo de Jane y Kevin mientras se
acercaban las sombras del crepúsculo.
Kat estaba encantada.
—Es increíble. Tendré que llamarla mañana.
Le aparté un rizo rojo de la cara.
—Tal vez haya más de una boda en el futuro para esta familia.
—Una suposición audaz —dijo pero se ruborizó y pude notar cómo la habían
emocionado las palabras.
—Una predicción audaz —corregí y deslicé posesivamente mi brazo alrededor
de su cuerpo.
—¡Badabada! —exclamó Colin.
—¿Ves? Hasta Colin está de acuerdo.
Kat sonrió.
—Entonces tal vez estés en lo cierto.
Le devolví la sonrisa.
—Tienes toda la razón.
193
Kathleen
Un año después
—Colin, mírame. ¡Qué buen chico! Emma, por favor, sonríe. Te prometo que ya
casi terminamos.
Los niños lucían adorables hoy y tenía mi corazón puesto en la captura de
algunas fotos memorables de ellos en los magníficos terrenos de la nueva Hawk
Valley Inn.
Emma no paraba de hacer muecas y Colin se empeñaba en no quedarse quieto
ni un instante, pero finalmente conseguí que sonrieran al mismo tiempo mientras 194
estaban sentados en un banco de piedra bajo un enorme álamo. Hice una serie de
fotos con el teléfono a toda prisa.
—¿Podemos comer ahora? —Emma preguntó.
—Acabas de comer, cariño. Comiste un bol de fresas.
—Quiero más.
—¡Yo! —Colin gritó—. ¡Yo comida! —Entonces algo más captó su interés y se
bajó del banco—. ¡Pelito, guau, guau! —dijo, caminando decidido tras un golden
retriever que, obviamente, era el perro de servicio de una mujer en silla de ruedas.
—No, no. —Lo levanté y besé su mejilla regordeta—. Ven con Kat ahora.
—¡Kat! —dijo—. Katkat.
—Así es.
Acompañé a los niños al vestíbulo, donde la posada celebraba su gran
inauguración. Como Nash formaba parte de la Cámara de Comercio de Hawk Valley
y era un pequeño inversor en el nuevo local, nos habían invitado a todos a asistir a la
ceremonia de inauguración.
El lugar estaba abarrotado. La comida gratuita y el fabuloso tiempo de
principios de otoño habían atraído a todos los interesados en la posada. Había
políticos locales, empresarios, educadores y casi cualquier persona conocida en la
comunidad.
Emma se dirigió al buffet de comida y puso mala cara cuando limité su consumo
de fresas, pero se animó cuando encontró unos bocadillos.
—Bocadillos bebé —se maravilló mientras ponía varios en un plato.
—No te comas el palillo del medio —le dije.
Para Colin encontré una galleta blanda y mantecosa que pensaba partir en
trocitos, si conseguía hacerlo antes de que me la arrebatara de las manos.
Una vez que tomamos unos tentempiés, consideré las opciones para sentarnos,
pero no había muchas. Vi a mi madre acurrucada junto a Steve Brown, que resultó ser
su nuevo novio. Nos habría dado la bienvenida, pero opté por darle un poco de
intimidad.
Jane y Kevin estaban junto a la recepción de la posada charlando con el director
del instituto, pero no había asientos cerca. Vi cómo Jane se reía de algo que decía su
marido y él la rodeaba con un brazo, plantándole un beso en la cabeza. Se habían
casado la primavera pasada. Y Nash había acertado en algo. Hacía un año, cuando
predijo que la suya no sería la única boda de la familia.
—¿Dónde está Nash? —Emma preguntó, haciéndose eco de mis pensamientos.
Siempre estaba buscando a Nash. Él estaba dedicado a ella. Trataba a Emma como a
una hija. Antes de entregarme el anillo de compromiso, se había dedicado a la
solemne tarea de pedirle permiso a Emma para casarse con su mamá. Por supuesto,
ella dijo que sí. Y yo también.
—No lo sé —dije—. Volvamos afuera. 195
Los tres acabamos sentados en el mismo banco de piedra donde antes había
hecho posar a los niños para las fotos. Emma comió primorosamente el contenido de
su plato mientras yo le ofrecía a Colin trozos de galleta del tamaño de su boca
hambrienta.
—Más —decía cada vez que tragaba un bocado. Parecía que conservaría su
cabello claro, al menos durante la infancia. Se parecía un poco a las fotos de su madre
a esa edad. Pero sus traviesos ojos azules eran iguales a los de su hermano mayor.
—¡Nash! —Emma abandonó su plato y se lanzó a los brazos de su futuro
padrastro.
Nash había estado en medio de una conversación con varios otros propietarios
de negocios de Garner Avenue, pero dejó de hablar y se agachó para recibir el
abrazo de Emma. Carajo, era un hombre hermoso en todos los sentidos.
—Los veo luego —dijo a sus compañeros y levantó a Emma, llevándola hacia
Colin y hacia mí.
—Los estaba buscando —dijo mientras se sentaba a mi lado.
—Mamá nos estaba obligando a hacer fotos —dijo Emma, zafándose de su
regazo con cierta indignación en la cara.
—Oh. —Nash asintió—. Bueno, me alegro porque estás muy hermosa con tu
vestido nuevo, Emma.
Bajó la mirada hacia su vestido rosa que, en realidad, era más apropiado para
la época de Pascua, pero había sido su favorito indiscutible, así que fue el que
compré.
—Sí que estoy hermosa —aceptó.
—Claro que sí —dije, contenta de que a mi chica no le faltara confianza en sí
misma.
—Hola-o —dijo Colin.
Nash sonrió a su hermano y le alisó el cabello.
—Hola, guapo.
—Hola-o —repitió Colin.
Emma vio una maceta de flores a unos seis metros que quería ver más de cerca.
Colin lloraba por ir con ella, así que Nash le pidió que por favor lo tomara de la mano.
—Y no tomes ninguna de las flores —dije.
—De acuerdo, mamá —dijo Emma mientras ralentizaba sus pasos para
acomodarse al caminar de Colin.
Nash deslizó su brazo a mi alrededor.
—Hola-o.
Sonreí.
—Hola-o. 196
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Cora Brent: Soy una gran fan del amor a primera vista, de las camisas de
franela de la era grunge, de mi máquina de coser Kenmore vintage, de los paños de
cocina bordados y absolutamente todo lo relacionado con la cultura pop de los años
80 (por ejemplo, calentadores, coleteros, cabello voluminoso, Madonna de los inicios,
radios portátiles, paredes revestidas de madera, pantalones de mezclilla, etc).
¡Si crees en el "Felices para siempre" y en las historias de amor improbables,
es muy probable que también me encantes!
200