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Amnesty

Anmesia #2
Cambria Hebert

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La presente traducción ha sido llevada a cabo sin ánimos de lucro, con el único
fin de propiciar la lectura de aquellas obras cuya lengua madre es el inglés, y no son
traducidos de manera oficial al español.

El staff de LG apoya a los escritores en su trabajo, incentivando la compra de


libros originales si estos llegan a tu país. Todos los personajes y situaciones
recreados pertenecen al autor.

Queda totalmente prohibida la comercialización del presente documento.

¡Disfruta de la lectura!

3
Créditos
Moderadora de Traducción
Sra.Swag♡

Traductoras
An Tangerine Jessibel

Anavelam Kiki

Cjuli2516zc Myr62

Flor

Moderadora de Corrección
4
Lelu

Correctoras
Flopyta Lelu

Kiki Sra.Swag♡

Lectura final
Sra.Swag♡

Diseño
Bruja_Luna_
Contenido
Dedicatoria Capítulo 20
Sinopsis Capítulo 21
Capítulo 1 Capítulo 22
Capítulo 2 Capítulo 23
Capítulo 3 Capítulo 24
Capítulo 4 Capítulo 25
Capítulo 5 Capítulo 26
Capítulo 6 Capítulo 27
Capítulo 7 Capítulo 28
Capítulo 8 Capítulo 29
Capítulo 9 Capítulo 30
Capítulo 10 Capítulo 31
Capítulo 11 Capítulo 32
Capítulo 12 Capítulo 33 5
Capítulo 13 Capítulo 34
Capítulo 14 Capítulo 35
Capítulo 15 Capítulo 36
Capítulo 16 Capítulo 37
Capítulo 17 Epílogo
Capítulo 18 Nota de la autora
Capítulo 19 Cambria Hebert
Dedicatoria
Para Kaydence

Me has inspirado nuevamente.

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Sinopsis
Hay libertad en recordar.

Mi pasado es un arma de doble filo.

Condenado si recuerdo; condenado si no lo hago.

Recordar más allá de los horrores que ya tengo me cambiará. Nos cambiará.

¿Pero qué pasa si estoy viviendo una mentira? ¿Y si todo lo que creo está
equivocado?

¿Y si quien creí que era no es real?

Si no es ella, entonces...

¿Quién soy?

Eddie dice que no importa, pero en el fondo, me aterra que así sea. 7
Estoy atrapada. Presa de un pasado que no recuerdo y de un futuro que quizá
no me pertenezca.

Hay una luz, aunque no al final del túnel...

Está vacilando en la distancia, llamándome desde la Isla de los Rumores.

Esa luz, me asusta mucho más que la oscuridad. ¿Seré lo suficientemente


valiente para enfrentarme a ella?

Tantas preguntas, tan pocas respuestas.

No tengo elección; la verdad siempre encuentra un camino hacia la superficie.

Aprender por fin quién soy de verdad será una condena perpetua.

Un castigo total o una amnistía absoluta.


Capítulo 1
Amnesia
Pensé que estaba a salvo.
La viuda West todavía estaba en el hospital, todavía inconsciente e inmóvil.
No podía venir por mí. Ya no, al menos no ahora. Bajé la guardia con una falsa
sensación de seguridad... y ahora me estaba arrepintiendo.

No sé por qué, pero asumí que el hombre que envió a la viuda por mí no
vendría. Parecía que estaba contento con que alguien más hiciera el secuestro. O tal
vez solo quería permanecer fuera de la vista. De todos modos, la idea de que viniera
a terminar lo que ella comenzó no se me ocurrió.

Hasta que, por supuesto, lo hizo.

Justo cuando estaba terminando mi día de trabajo en Loch Gen, un trabajo 8


que realmente me encantaba, se escuchó un sonido en la parte trasera de la tienda.
Tal vez no me habría dado cuenta del ruido, excepto por el hecho de que mis dedos
todavía estaban en las cerraduras; el letrero que acababa de cambiar a “cerrado”
todavía se movía contra el cristal de la ventana.

No había nadie aquí.

Nadie más que yo.

Eddie salió corriendo para llevar una entrega de comestibles a una de las
personas del pueblo que llamó porque necesitaba algunos artículos esenciales, pero
estaba demasiado enfermo para venir. Siendo el hombre que era, Eddie anotó el
pedido de inmediato y lo guardó en una bolsa. Estos pequeños detalles aquí en Lake
Loch nunca se me escapaban. Sabía que había otros lugares en el mundo donde no
pasaban cosas como esta. Cosas como que los vecinos cuenten con los vecinos y que
todos sean prácticamente tus amigos. Era algo que nunca daría por sentado,
especialmente desde que recordé algunas cosas que probaron que este mundo podía
ser un lugar cruel.

Después de asegurarle a Eddie que podía cerrar y realizar algunas


reposiciones antes de dar por terminada la noche, se fue y me quedé sola.

Al menos pensé que había estado sola.


Todavía allí, de espaldas a la tienda, con la mano apoyada sobre la cerradura,
escuché. Los ventiladores de techo, que siempre estaban encendidos, zumbaban
levemente, creando una especie de silbido gorjeante en lo alto. El zumbido bajo de
los refrigeradores al otro lado del lugar comenzó, y me pregunté si tal vez eso era lo
que había escuchado.

Pero el sonido que me hizo detener vino de la otra dirección. En dirección a


las escaleras y el pequeño baño. Allá donde estaba toda la mercancía de Lake Loch,
incluidos los pequeños monstruos del lago Ness de peluche que tanto amaba.

El sonido de las perchas chocando entre sí, como si alguien hubiera chocado
contra un perchero y causara que todo chocara, era bastante claro. No era un ruido
que pudiera explicarse fácilmente. Al menos no en ese momento, no mientras mis
oídos buscaban otra razón y mis dedos temblaban.

—¿Hola? —dije, gritando descaradamente a pesar de mi miedo.

Nadie respondió cuando me alejé completamente de la puerta y miré a través


de la sección de la tienda que podía ver.
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—¿Hay alguien aquí? —vociferé—. Estoy cerrando.

El repentino trino del teléfono cerca de la caja registradora me hizo saltar del
suelo. Con un grito ahogado, presioné mi palma contra mi pecho y corrí alrededor
del mostrador para recogerlo.

—Loch General —dije, parcialmente sin aliento.

El sonido de la estática me saludó. La energía de mis nervios crujió a lo largo


de mis extremidades, zumbando debajo de mi piel.

—¿Hola? —pregunté.

Nada.

Colgué el auricular y comencé a cerrar la caja registradora, tratando de evadir


la sensación de inquietud que se arremolinaba dentro de mí.

El claro arrastre de pies contra el suelo me hizo levantar la cabeza.


Instantáneamente, mi corazón comenzó a latir con fuerza. Dejé la caja registradora
completamente abierta y me deslicé con cautela alrededor del mostrador hacia la
parte trasera de la tienda de donde provenían los ruidos.

Solo estaba siendo paranoica. Después de todo lo que pasó, era comprensible
que reaccionara de esta manera al ruido intrusivo. Que cada sonido llevara a mi
imaginación al punto más lejano y el pánico se acumulara. Probablemente debería
mencionarle esto a la Dra. Kline.

La sección de mercancías apareció a la vista; todo parecía estar bien. No vi


ninguna figura corpulenta allí lista para atacar.

Mi suspiro de alivio fue tan fuerte que llevé mis hombros a las orejas y,
mientras liberaba la tensión, apoyé las manos en las caderas. Negué con la cabeza
ante mi propia paranoia y comencé a girar hacia la caja registradora.

Fue entonces cuando lo vi.

Por el rabillo del ojo, una forma familiar, pequeña y oscura, hizo que mis pies
se detuvieran, mis labios se contrajeron en un ceño fruncido.

Uno de los pequeños juguetes del lago Ness estaba en el suelo. Yacía allí
contra los tablones de madera, de costado, completamente fuera de lugar. El estante
donde se exhibían todos los juguetes ni siquiera estaba cerca de donde estaba. Era
como si alguien lo hubiera dejado caer allí accidentalmente mientras estaba de
compras. 10
O lo colocó allí a propósito...

Descarté el pensamiento, me dije a mí misma que dejara de ser tan siniestra.


¿Por qué alguien colocaría deliberadamente un inofensivo animal de peluche en el
suelo?

No había razón.

Sin embargo, no me gustó ver al pequeño allí. Tenía afinidad por esos
juguetes, considerando que me recordaban a este pueblo que era mi consuelo y a
Eddie… el hombre que me robó el corazón por completo.

El que me había dado estaba en casa, en mi cama, justo encima de la colcha


de colores que tanto amaba.

Sonreí ante la calidez que inundó mi corazón al ver al pequeño, me acerqué y


me agaché para recogerlo.

—¿Cómo llegaste hasta aquí? —murmuré, levantándolo y sacudiéndolo


después de enderezarme.

Un repentino sentimiento espeluznante se apoderó de mí. Se me erizó la piel


de los brazos y piernas, y un escalofrío me recorrió la columna vertebral.
Con el corazón repentinamente en mi garganta, mi estómago pesando como
una bolsa de plomo, me di la vuelta, mirando detrás de mí hacia el pequeño baño
debajo de las escaleras.

En el mismo momento, la puerta de madera se abrió de golpe y algo salió


disparado del pequeño espacio hacia mí.

Un chillido salió de mi garganta cuando la figura oscura se abalanzó sobre mí,


tirándome hacia atrás. Me tumbé en el suelo, la figura pesada y caliente me presionó
con su peso. Me atraparon los pliegues de la capa negra que llevaba y comencé a
sentir pánico, sintiéndome como si hubiera sido atrapada en una red.

El juguete de peluche salió volando mientras luchaba contra la tela, tratando


desesperadamente de liberarme.

—¡No! —grité, forcejeando.

La figura agarró mi muñeca y la inmovilizó contra el suelo, y un repentino


estallido de rabia, una emoción tan poderosa que ni siquiera entendía, iluminó mis
entrañas como un relámpago atravesando un cielo oscuro. 11
—¡Nooo! —rugí de nuevo, esta vez sonando como una persona
completamente diferente. La adrenalina le dio poder a mi pierna mientras la metía
entre las piernas de mi atacante.

Él cayó de lado, deslizándose hasta el suelo como un charco. Me empujé y me


alejé. Una mano agarró mi tobillo, grité y pataleé, logrando liberarme.

La puerta principal ya estaba cerrada, pero la puerta trasera aún estaba


abierta. Como estaba cerca de la parte trasera, corrí en esa dirección, sin mirar
detrás de mí. Mis pies golpeaban los duros pisos mientras jadeaba y corría, tan
desesperada por salir que empujé la puerta cuando debería haber tirado de ella.

Lo escuché detrás de mí, y murmuré un grito cuando la puerta se abrió, el aire


invernal abofeteando mi rostro cuando me abalancé afuera.

Una mano agarró mi cabello, atrapando los mechones cortos que flotaban
detrás de mí y tiró con tanta fuerza que grité. Mi cuerpo se sacudió hacia atrás
cuando fui tirada contra un pecho y un brazo fuerte se aferró a mi torso con tanta
fuerza que no podía respirar.

Empezó a caminar hacia atrás, como si tuviera todo el tiempo del mundo y no
le preocupara que pudiera escapar de nuevo.

Iba a torturarme. Las cosas que hizo en el pasado no son nada comparadas
con el castigo que recibiría por atreverme a vivir mi propia vida.
Con perfecta claridad, recordé algo que Eddie me había enseñado, un
movimiento defensivo. Sin pensarlo demasiado, levanté mi pie, lo lancé sobre el
atacante y pisé fuerte. Su cuerpo se sacudió, y usé mi brazo, lo levanté y lo bajé para
soltar el agarre en el que estaba atrapada.

Libre, salí corriendo. Corrí tan rápido como mis piernas me permitieron
sobre la extensión de pastos altos, contra el fuerte viento y a través de la sección
rocosa que conducía al lago.

El sonido del agua chocando contra la costa era fuerte, pero acogedor, y el
aire era fresco y claro tan cerca del agua.

Mis pulmones gritaban por aire. Con el cuerpo vacilante, me incliné por la
cintura para tomar grandes bocanadas y tratar de recuperar el aliento.

Aun temiendo por mi vida, me enderecé y miré por encima del hombro.

—¡Ahh! —grité. La figura estaba justo encima de mí. Sus manos me agarraron
como grilletes y, en lugar de remolcarme de regreso a la tienda, cambió de dirección
y fue al agua. 12
—¡No! —protesté, tratando de luchar. Con calma, me arrastró hacia atrás, mis
talones rozaron el suelo, dejando un rastro a través de la playa.

El agua que tenía que estar muy cerca de congelarse me robó el aliento en el
momento en que salpicó mis piernas y empapó mis pantalones.

El terror me hizo luchar más fuerte. Los recuerdos de casi ahogarme


arañaron mi cabeza casi con tanta fuerza como el hombre que me arrastró al agua
gélida.

De repente, me liberé de sus garras. Mi cuerpo fue levantado y sacudido. Me


sumergí bajo la superficie. Me tragó de una vez. Las burbujas escaparon de mi nariz
y corrieron a la superficie mientras trataba de seguirlas.

Antes de que pudiera arreglármelas, fui levantada por la parte delantera de


mi camisa. Apenas tuve tiempo de jadear antes de hundirme de nuevo. Esta vez sus
manos se quedaron sobre mí, presionándome hacia abajo... manteniéndome abajo.

Me esforcé y luché. Me levantó solo para hundirme de nuevo.

Me estaba ahogando.

Él me estaba ahogando.

Iba a morir en este lago a manos de alguien cuyo rostro nunca había visto.
Mis dedos se clavaron en los brazos que me sujetaban, mis uñas cortaron en
ellos, incluso a través de la tela que cubría su piel. Me obligué a abrir los ojos y miré
la enorme figura oscura, el agua lo hacía todo borroso.

Con otro brusco impulso, estaba por encima de la superficie. Parpadeé,


jadeando.

—¡Espera! —solté, y lo que sea que escuchó en mi voz lo hizo detenerse—.


Mírame —balbuceé.

Todavía manteniendo ese agarre impenetrable en mi camisa, arrancó la tela


de su cabeza y bajó la mirada.

Me estremecí, con los ojos muy abiertos.

—¡No! —grité, luchando de nuevo—. ¡No!

—Querías morir —insistió la voz, que era la mía.

Negué con la cabeza.


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La chica —yo— con su corto cabello rubio oscuro, pecas y ojos marrones, los
que nunca pensé que fueran malvados hasta este mismo momento, echó la cabeza
hacia atrás y se rio.

—Es hora de terminar el trabajo que empezaste —dijo—. Es hora.

Con una fuerza que no sabía que poseía, me empujó de nuevo bajo las olas
marrones.

Todo este tiempo había estado huyendo de esa figura oscura y sin rostro...
una acosadora. Alguien que acechaba sobre las olas, esperando que me ahogara.

Todo este tiempo, había estado huyendo de la persona que intentó matarme.

Había estado huyendo de mí.

Un enorme jadeo me sacó del sueño realista. Mi cuerpo se elevó con la fuerza
de eso mientras me agarraba la garganta con las manos, arañando la piel como si eso
de alguna manera me hiciera más fácil respirar. La realidad se adelantó cuando la
habitación que me rodeaba se enfocó y mis dedos tocaron mi cuerpo suavemente.
Me incliné un poco hacia adelante, respirando aliviada. Todo mi cuerpo temblaba, la
piel estaba resbaladiza por el sudor. Cada parte de mí estaba sonrojada e incómoda.
Las horribles imágenes que acababa de soñar todavía destellaban en el fondo de mi
mente como si no estuvieran listas para dejarme ir.

Es solo un sueño. Me aseguré. Solo un sueño.

Un sueño terrible.

Con un suspiro tembloroso, miré a mi lado donde Eddie estaba acostado, las
mantas alrededor de su cintura y el pecho desnudo a la vista. Pensé en acurrucarme
contra él, dejar que me abrazara. Quería. Casi desesperadamente.

No lo hice.

No estaba segura de merecer el consuelo.

Aparté las sábanas, me estremecí un poco cuando las plantas de mis pies
descalzos entraron en contacto con el suelo frío. Me moví tan silenciosamente como
pude para no despertar a Eddie, arrastrándome por el pasillo hasta la cocina. Era
mitad de la noche, todavía estaba oscuro afuera, sin la promesa de que fuera a
amanecer.
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Mi sudadera con capucha estaba en el extremo del mostrador de la cocina, y
la agarré mientras abría la puerta y salía al pequeño porche. Una vez que la suave
tela de la sudadera me envolvió, apoyé los codos en la barandilla y miré al otro lado
del patio, hacia el agua.

El sonido de las olas rompiendo contra la orilla era reconfortante, a pesar de


que estaba infinitamente oscuro en la superficie. El agua parecía impenetrable, como
una oscuridad inigualable que ocultaba una amenaza velada. Las estrellas que
normalmente salpicaban el cielo estaban ocultas, y la luna estaba actualmente opaca
detrás de una nube.

La piel desnuda de mis piernas no era rival para el aire frío que salía del agua,
mis dedos de los pies aún menos. Pero no entré. En cambio, ignoré el frío, me
acurruqué un poco más dentro de la sudadera y contemplé el paisaje, con los ojos
observando la enigmática agua.

Mi empatía estaba disminuyendo.

Sabía que la viuda de la Isla de los Rumores (¿era realmente viuda?) sufría.
Estaba claro en las lesiones físicas que presencié en su cuerpo. Era evidente en las
palabras que me lanzó con odio. Y luego, por supuesto, cuando nos atacó. Ahora
estaba catatónica en el hospital.

Tenía la sensación de que, de alguna manera, el hombre que recordaba


parcialmente le había lavado el cerebro. El que me torturó, y probablemente a ella
también. Me hizo preguntarme si también me lavaron el cerebro, ya sabes, antes de
que mi cerebro lo olvidara todo.

¿Eso nos convertía en una especie de parientes? ¿Víctimas de algo horrible,


del mismo hombre? ¿Será por eso que, después de todo, sentía lástima por ella?
Porque realmente, nadie debería tener que soportar lo que ella, lo que yo soporté.
No se lo desearía a nadie.

A pesar de todo, cuanto más tiempo pasaba, más me robaban el sueño las
pesadillas, más pensaba en todo lo que había pasado y menos compasión sentía.

Él ama a Sadie. No a ti. No eres Sadie.

Esas palabras me perseguían más que los terribles recuerdos que resurgían
en mi mente. Esas palabras amenazaban mi futuro, la vida que deseaba tan
desesperadamente, la que ahora tenía.

Pero, ¿cuánto tiempo la mantendría?

No era una mentirosa, pero dije una mentira. A Eddie, el hombre que amaba.
La mentira, aunque ya dicha, se me quedó en la garganta, amenazando con
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asfixiarme, recordándome cada momento de cada día lo que no dije.

Me enojé mucho cuando descubrí que sospechó todo el tiempo que era Sadie,
la chica que perdió. Le dije que no podía confiar en él porque se negaba a decirme la
verdad.

Y ahora aquí estaba haciendo lo mismo.

La viuda West me dijo que no era Sadie, pero no se lo dije a nadie.

Tenía miedo de hacerlo.

Temía que, si lo hacía, lo perdería todo.

—Am. —La voz de Eddie me sobresaltó. Me enderecé de la barandilla,


mirando por encima del hombro hacia donde él estaba al otro lado de la puerta
mosquitera, mirando hacia afuera—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Tuve otra pesadilla —murmuré, girándome hacia el agua.

Las bisagras crujieron cuando salió. Sus brazos me rodearon por detrás. En
lugar de acercarme a su pecho, se acercó para moldearse a mi alrededor.

—Debiste haberme despertado.


Si lo despertaba cada vez que tenía una pesadilla, sería todas las noches.
Desde que la viuda trató de secuestrarme, no había dormido una noche completa.
Mis entrañas se revolvieron tanto como el lago en la cúspide de una tormenta.

Sentía como si mi propia vida estuviera al borde de una tormenta.

—¿Quieres hablar de eso? —persuadió, besando un lado de mi cuello.

Volví la mejilla hacia él, aprovechando el consuelo que me ofrecía.

—No —susurré.

Su barbilla se apoyó en mi hombro y no dijo nada más.

Nos quedamos allí un rato, en silencio, contemplando el lago. Mi mirada


siempre se dirigía a la Isla de los Rumores. Me volvía más curiosa al respecto con
cada día que pasaba.

Una parte de mí estaba aterrorizada de ese lugar, pero la otra parte quería ir
allí.
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Incluso en la oscuridad, podía distinguir el contorno de la ominosa porción
de tierra suspendida. La forma distintiva que tenía era innegable, incluso en la
oscuridad. En todo caso, estaba más oscuro allí, como si estuviera envuelta por el
mal, disfrazada solo por la luz del día.

—Volvamos a la cama —murmuró, las yemas de los dedos acariciando mi


estómago—. Voy a calentarte.

Le permití tirar de mí hacia atrás, lejos de la barandilla. Mientras avanzaba,


una interrupción en la noche oscura me detuvo.

Había una luz.

Se balanceaba en el aire, casi como una luciérnaga en una cálida noche de


verano. No era verano y no había luciérnagas.

Incluso si lo hubiera, no sería capaz de ver una a tal distancia.

La observé moverse, un orbe dorado viajando a través de las sombras.

Entrecerré los ojos, preguntándome si tal vez mi imaginación me estaba


jugando una mala pasada. Si tal vez todavía estaba soñando, aún por despertar.

—Nena —susurró Eddie, acariciando el lado de mi cuello de nuevo—. Vamos.

Mis ojos se cerraron por un momento, el sonido de su voz era un afrodisíaco.


Sonreí, amando la forma en que se sentía estar en sus brazos.
Eddie me levantó del suelo, acunándome contra él. Antes de llevarme de
regreso a la casa, estiré el cuello para mirar hacia atrás por última vez, hacia el agua,
para buscar la luz flotante.

Se había ido.

Como si no hubiera estado allí.

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Capítulo 2
Edward
El tiempo es su propio tipo de moneda, de valor universal, y una vez que se
gasta, nunca se puede recuperar.

Hace doce años, parecía que el tiempo estaba de mi lado. Algunos momentos,
diablos, algunos días deseaba alejarme para llegar al siguiente, al mejor.

Entonces Sadie desapareció, y el tiempo que pasé viviendo y soñando se


detuvo repentinamente. Aunque el tiempo continuó pasando, gastado directamente
de mi cuenta, me senté en el limbo.

Un hombre que se sienta a esperar se convierte en víctima del tiempo.

Esperar, preguntarse, culparse... cosas que hacen que el tiempo se sienta más
como una carga que como una bendición.
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Ahora que ya no era un niño, entendía que el tiempo no tiene precio, no
estaba garantizado. Algunas personas fueron ricamente bendecidas con él, pero
para otras, el tiempo se acabó demasiado rápido.

Ninguno de nosotros conoce nuestra riqueza. Solo el universo lo sabe, y el


universo es el mejor guardián de secretos que jamás existirá.

Tal vez por eso ahora, en el fondo de mi mente, escuchaba el tictac de un reloj,
contando los segundos, recordándome que no estaba esperando más y que el tiempo
se estaba acelerando.

No importaba cuánto me diera el universo; nunca sería suficiente.

Mi vida antes de Amnesia no había sido mala. Al contrario. Mi vida era


bastante buena. Nacido en el seno un negocio familiar, dos padres que en la
actualidad eran casi anticuados porque seguían enamorados. Nuestro pequeño
pueblo, aunque a veces era sofocante y engorroso, también era una red de seguridad
y un alivio cuando más lo necesitaba.

Aquí, en Lake Loch, tenía amigos. Familia. Un trabajo que realmente me


gustaba y que me pagaba lo suficiente para vivir en el lago y convertir gradualmente
mi pequeña casa en un lugar del que nunca querría irme.

Pero…
Siempre había faltado algo. Alguien.

La noche que Sadie desapareció, también lo hizo una parte de mí. Cuando se
perdió en ese lago, en muchos sentidos, yo también lo había hecho.

Sentía esa pieza faltante, ese trozo tallado en mí, sin cesar. Lo escondí
después de un tiempo, lo cubrí con mis hoyuelos, cabello rizado y una sonrisa
encantadora. La gente no quería ver mi vacío, aunque tenía la sensación de que
algunos sabían que estaba allí.

Sin embargo, esa pieza faltante estaba de vuelta. Caminó fuera de mi cuerpo
en forma de mujer. Ya no me sentía vacío; estaba consumido.

Consumido por el amor, lujuria y energía.

En el momento en que saqué a Amnesia de las codiciosas garras del lago, mi


mundo comenzó a completarse y el tictac del reloj aumentó.

Tal vez por eso estaba cansado de esperar. Ya había pasado demasiado
tiempo esperando que mi vida comenzara.
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La verdad es que mi vida comenzó hace mucho tiempo. Incluso cuando
parecía que estaba en pausa, la vida seguía reproduciéndose.

Estaba listo para participar de nuevo.

No solo listo… dispuesto.

Lo que la viuda le dijo aquella noche en el hospital, lo que la loca le arrojó


cuando todavía estaba en su estado catatónico, fue como la onda de una ola en una
noche tormentosa. Empujando y tirando de Amnesia hacia y lejos de mí. Haciéndola
aferrarse en ciertos momentos, pero alejarse en otros.

Lo odiaba.

Era un hombre paciente, pero mi paciencia se estaba agotando.

No necesariamente con ella, sino con la situación. ¿Cuánto más tendría que
pasar Amnesia? ¿Qué pasa si la perdía de nuevo, esta vez para siempre?

Las pesadillas que la despertaban casi todas las noches eran prueba de que
estaba encantada. Pero no quería hablar. No lo haría. En cambio, permanecía
encerrada dentro de ella como un mensaje atrapado en una botella. Flotando... a la
deriva en un mar de lo que no podía recordar y los destellos de lo que podía recordar.

No podía mejorarlo; lo sabía. Aun así, anhelaba intentarlo.


Quería que esas nubes se fueran, que la ominosa tormenta se desvaneciera.
El tiempo era precioso, y yo era codicioso. Ahora que tenía a Amnesia, quería pasar
tanto tiempo con ella como fuera posible. Y quería que ella también pudiera
disfrutarlo.

Sin embargo, ¿es realmente Amnesia... o es Sadie?

Me dije que no importaba, pero la pregunta siempre estaba allí. Estaba tan
convencido de que era ella, luego cambié de opinión... y ahora estaba atrapado en
algún punto intermedio, preguntándome como todos los demás.

Me daba una idea de cómo debía sentirse tener amnesia, no saber nada sobre
uno mismo. La mujer que amaba era un enigma.

El pensamiento me hizo sentir culpable.

Amnesia no tenía más control que yo.

Estaba frustrado. Quería que se abriera a mí. Que confiara en mí lo suficiente


como para decirme lo que fuera que le daba pesadillas y ponía esa mirada lejana en
sus ojos casi a diario.
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Para mí, esos eran momentos robados. Tiempo que nunca sería devuelto.
Tomado de ella, tomado de mí.

Estaba cansado de que la gente nos quitara. Quería contraatacar. La cuestión


era que no podía luchar hasta que me dijera exactamente a lo que me enfrentaba.

Así que seguí esperando.

Había pasado más de una semana desde aquella noche en que la viuda trató
de arrastrar a mi chica a las aguas secretas. Amnesia estaba un poco más retraída
que antes. Me dolía, pero traté de no presionar. Me pareció que no debía aplicar
mucha presión a algo con una grieta.

En lugar de eso, me limité a quererla, a intentar estar ahí... a esperar mi


momento.

A veces era más difícil que ordeñar un elefante, pero otras, como ahora
mismo, era pan comido.

Debajo de las mantas, Am se movió e instintivamente mi cuerpo la siguió. Nos


acostamos juntos, conmigo acurrucado alrededor de ella. Ella encajaba en mí como
esa pieza faltante de la que hablé antes, la pieza final de un rompecabezas, excepto
que ella era mi pieza final.
Las gruesas ondas de su cabello claro rozaron la mitad inferior de mi rostro,
haciéndome cosquillas en la nariz, y si fuera un respirador bucal, probablemente
estarían tratando de pasarme hilo dental.

Menos mal que no era un respirador bucal.

Sin embargo, no me alejé. En lugar de eso, simplemente moví mi nariz hasta


que ya no me hizo cosquillas, tirando de ella con más fuerza a lo largo de mi cuerpo.

Suspiró suavemente, y la parte inferior de mi vientre se estremeció con el


sonido bajo. Automáticamente, mis caderas se balancearon hacia adelante,
presionando contra su trasero redondo.

Debería haberla dejado dormir. Se había levantado de nuevo la noche


anterior. Despertarse solo era casi el peor despertador que un hombre podría tener.
Buscando a tu chica. Tomando aire… ¿Después de todo lo que pasó?

Por supuesto que no.

No me sorprendió encontrarla afuera, aunque odiaba cuando salía sola por la


noche. Me atraía el lago, a veces desesperadamente, pero, aun así, sabía que no
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siempre era seguro.

Era extraño sentir que aquí era donde pertenecía, donde pertenecíamos, y sin
embargo tener el tipo de historia con la costa que alejaría a la mayoría.

Ella estaba tan atraída por el lago Loch como yo, algo más que a menudo
sospechaba que era una pista reveladora de su verdadera identidad.

Su cálido y flexible trasero se apretó contra mí, moviéndose, y todas las


reflexiones de la mañana huyeron de mi cerebro como cucarachas bajo la luz de la
cocina. Un gemido bajo retumbó en lo profundo de mi garganta, vibrando en su
cuello mientras me acariciaba contra ella.

Un suave sonido de apreciación impregnó el dormitorio. Su mano se estiró


hacia arriba y detrás de ella, hundiendo los dedos en el cabello de mi nuca y
flexionándolos hasta que estuvieron bien y enredados.

Usando mi barbilla, rasqué suavemente sobre su cuello hasta que su cabello


se apartó, luego apreté mis labios contra su piel con suave entusiasmo. Su barbilla
se inclinó contra la almohada y chupé más profundo, tirando de su piel satinada más
allá de mis labios para masajearla con mi lengua.

Mis caderas se movieron de nuevo, meciéndose contra su trasero, una y otra


vez, creando un ritmo lento que mis labios igualaron contra su garganta. Mi polla
estaba rígida entre nosotros. Cuanto más la rozaba, más dura se volvía.
Todavía agarrando mi cabeza, Am torció la parte superior de su cuerpo,
volteando su rostro para que nuestros labios pudieran encontrarse. Nos besamos
profundamente, como si hubiéramos estado separados por semanas en lugar de
estar uno al lado del otro, solo separados por unas pocas horas de sueño.

Mi hambre por ella nunca disminuía. Solo crecía como un deseo insaciable.
Mi palma se arrastró por su cuerpo y sobre su costado para sujetar su cadera.
Ejerciendo una suave presión, mantuve su parte inferior en su sitio mientras me
mecía continuamente contra su culo, con mi lengua conociendo de nuevo su boca.

No le tomó mucho tiempo moverse contra mí, lo que hizo que mi deseo se
encendiera por completo. Solté su cadera, levanté el dobladillo de su camiseta y
permití que mi mano se deslizara entre sus piernas. Su núcleo estaba cálido, la tela
de sus bragas se sentía húmeda, y en el segundo en que mis dedos acariciaron el
espacio entre sus muslos, sus piernas temblaron.

Después de unos cuantos tirones, la mano de Am se liberó de la cabecera de


mi cama y se estiró entre nosotros, agarrando el elástico de mi calzoncillo y dándole
un tirón. 22
No tuvo que decir nada más. Sabía exactamente lo que quería.

Sacar mi mano de entre sus muslos fue enloquecedor, pero lo hice,


apresurándome a bajar los calzoncillos lo suficiente para que mi polla pudiera
liberarse.

Amnesia se movió contra mi polla de nuevo, su dulce trasero envió sacudidas


de placer a través de toda mi mitad inferior. Con un gemido, mis dientes rozaron su
hombro, tirando de la camiseta que cubría su piel.

Una de sus piernas se levantó, mis caderas se lanzaron hacia adelante y mi


polla se deslizó entre sus muslos. Mi longitud yacía a lo largo de su centro,
descansando a lo largo de su abertura, mi cabeza rozando el área cercana a su clítoris
palpitante.

Su pierna cayó, atrapándome efectivamente entre sus muslos. Su trasero se


movió y la acción hizo que la suave tela de sus bragas rozara mi cabeza.

Metí la mano debajo del dobladillo de su camisa, mis dedos arrastrándose a


través de sus abdominales, trepando por su caja torácica y jugueteando con la parte
inferior de su seno. Ella empujó contra mí otra vez, y mis caderas se levantaron para
encontrarse con las suyas.
Palmeé su pecho desnudo, pellizcando su pezón hasta que estuvo duro y se
arqueó en mi palma. Mi lengua se deslizó a lo largo de su oreja mientras masajeaba
la carne, y el sonido de su respiración acelerada llenó la habitación.

Mi corazón latía debajo de mis costillas, tan fuerte que probablemente podía
sentirlo contra su espalda. Esperaba que pudiera sentirlo. Después de todo, latía por
ella.

—Am —canturreé contra su oído, dejando su pecho y bajando.

—Sí —dijo—. Sí.

Impaciente, no me molesté en empujarla sobre su espalda y bajarle las


bragas. En cambio, mi polla se encontró con su humedad resbaladiza, y casi gruñí
contra su espalda. Levanté su pierna, inclinando sus caderas para tener el acceso
que deseaba.

Me deslicé dentro de ella y su cuerpo quedó lánguido contra el colchón. La


envolví en mis dos brazos, la sostuve fuerte contra mí y le hice el amor por detrás.

Su mano encontró la mía y la apretó un poco más con cada embestida.


23
—¿Está bien? —susurré, sin aliento, contra ella.

Su respuesta fue mecerse contra mí, empujando mi polla más profundamente


en su calor.

Perdí el control un poco entonces, bombeando dentro de ella con abandono.

Am se acercó, palmeó mi nalga y me incitó.

Mi respiración se volvió irregular. El clímax se construyó dentro de mí hasta


que mis abdominales inferiores temblaron con la necesidad de dejarlo todo. Sin
embargo, no estaba listo. No quería correrme solo. Quería que ella cayera sobre ese
precipicio conmigo.

Mi mano se deslizó por la parte delantera de su cuerpo mientras la penetraba


desde atrás. Usando un poco de su propio líquido, hice girar mi dedo alrededor de
su clítoris, luego lo hice rodar entre dos dedos.

Su cuerpo se tensó instantáneamente. Mis caderas tuvieron que impulsarse


hacia adelante para que me quedara adentro.

Mi nombre salió de sus labios. Sonreí en su cabello.

—Vente conmigo —dije, empujando profundamente y frotando contra su


punto dulce.
Su cuerpo comenzó a temblar, y lo liberé. Explotamos juntos, nuestros
cuerpos temblaron como uno solo, mientras la abrazaba durante el clímax
demoledor.

Pronto, volvimos a bajar, y ella se movió hasta que la dejé rodar para
mirarme. Las pecas esparcidas sobre su nariz y mejillas; unas cejas pobladas
enmarcaban sus muy expresivos ojos marrones. Su labio inferior estaba rojo, y supe
que era porque se lo había estado mordiendo mientras le hacía el amor.

Aparté el cabello de su mejilla, me incliné hacia adelante y la besé


completamente en la boca.

Ella sonrió cuando me aparté. Mi corazón nunca se había sentido tan lleno.

Este era el tipo de momentos en los que quería gastar mi tiempo. Cuando
estaba con Amnesia, no importaba que era un tiempo que nunca volvería, porque
era moneda bien gastada.

—Múdate conmigo.

No había planeado decir eso. La solicitud fue una completa sorpresa.


24
Está bien, tal vez no fuera una sorpresa. No era como si no hubiera pensado
en trasladar a Am aquí. Lo pensé mucho, pero sabía que el momento no era el
correcto.

Al diablo con el tiempo y lo que dictaba. La quería.

Sus ojos se agrandaron, un poco de la neblina inducida por el sexo se aclaró.

—¿Qué?

—Múdate. Quiero despertar contigo todos los días.

Sus labios se curvaron. Esa suave expresión regresó.

—¿En serio?

Hice un espectáculo de poner los ojos en blanco.

—Obvio.

—¿Obvio? —bromeó.

Me encogí de hombros contra las almohadas.

—Es toda esa telerrealidad que me haces ver.


Riendo, hizo girar unos rizos sobre mi oreja. Mientras se retorcía, suspiró.

—Ojalá pudiera.

—Oh, cariño, puedes.

Sus ojos se entristecieron por un momento, una sonrisa melancólica curvó


sus labios.

—No, no puedo. No ahora.

—¿Por qué? —exigí, hosco.

Ella tiró de mi cabello.

—No quiero hacer algo de lo que puedas arrepentirte.

Un sonido grosero salió de mi boca.

—Lo único que lamento es no haber preguntado antes.

—Simplemente no es un buen momento. 25


Tenía que preguntar. No había manera de detener la pregunta.

—Si te hubiera preguntado la semana pasada, ¿qué habrías dicho entonces?

Sus ojos se desviaron y su lenguaje corporal cambió. Di en el clavo. No se


sentía bien tener razón. De hecho, era extremadamente doloroso.

Su voz era suave, tal vez porque su rostro ahora estaba vuelto hacia otro lado.

—Han pasado muchas cosas en una semana.

Suavemente, estiré la mano, agarrando su barbilla para acercar su rostro con


cuidado.

—Nada ha cambiado la forma en que me siento. ¿Puedes decir lo mismo?

Sus ojos se abrieron, tanto que el blanco alrededor de los orbes marrones de
sus iris estaba a la vista.

—Por supuesto que puedo. —Su voz se quebró como si mis palabras
perforaran algo dentro de ella que ya estaba en carne viva.

—Oye —murmuré, palmeando su cadera e instándola a girarse para


mirarme. Me sentí como un completo idiota. Cuestionar lo que sentía por mí no era
lo que pretendía hacer, pero así fue como salió, y ahora había hecho que pareciera
que la forma en que me mostraba su amor no era suficiente.
Era suficiente.

—Am, lo siento —comencé, tirando de ella completamente contra mi cuerpo.


La forma en que su nariz acarició mi pecho hizo que mi garganta se contrajera—. Sé
que me quieres. Simplemente me frustré.

Las palabras sonaron estúpidas a mis oídos. Inútiles. Algunas palabras eran
más poderosas que otras, y a veces, parecía que las palabras que dolían pesaban más
que cualquier disculpa.

—Te amo —dijo, la suavidad de su boca rozó mi piel mientras hablaba. Su voz
sonó apagada, pero entendí cada palabra. Amnesia se echó hacia atrás, lo suficiente
como para levantar la cabeza y mirarme a los ojos. Todavía veía rastros de dolor allí,
pero más que eso, cautela—. Ni siquiera creo que pueda explicar lo mucho que
significas para mí. —Su voz se desvaneció—. Yo solo…

—Detente —interrumpí—. No tienes que decir nada más. —Froté mi palma


sobre su hombro, esperando que fuera un gesto tranquilizador—. Has pasado por
tanta mierda. Literalmente, ni siquiera es gracioso. Y es aún menos justo de mi parte
presionarte para que te mudes aquí cuando no estás lista. 26
—Ojalá lo estuviera —susurró. Su garganta se esforzó por tragar.

—En el segundo que lo estés, solo di la palabra. La oferta nunca caduca.

El velo protector volvió a caer sobre sus ojos. Amnesia de alguna manera se
convenció a sí misma de que algún día no la querría. Que había algo ahí fuera con la
capacidad de cambiar los latidos de mi corazón.

O…

Am no fue quien se convenció a sí misma. Alguien más lo hizo por ella.

Más específicamente, ese viejo murciélago que yacía inconsciente en el


hospital.

A la mierda con no presionar. A la mierda el esperar mi momento. Si esa perra


estaba manipulando de alguna manera la cabeza de mi chica, incluso en su estado
“catatónico”, iba a ponerle fin.

PD: Usé comillas alrededor de catatónico porque, seamos realistas, la


psicópata probablemente estaba fingiendo.

—¿Qué te dijo? —exigí, aunque traté de hacerlo suavemente.

Los ojos de Amnesia se apartaron.


—¿Quién?

—Am —gruñí.

Ella suspiró.

—Yo…

El timbre sonó.

Juré por todos los santos que iba a arrancar ese dedo del costado de la casa.
Y luego iba a golpear a quien sea que lo empujó con los pedazos rotos.

—¿Por qué la gente siempre aparece cuando estamos en la cama? —preguntó


Am.

Hice un sonido grosero.

—Porque la gente es idiota.

Me reí, y el sonido elevó lo más oscuro de la negrura y se apoderó de mi


estado de ánimo. 27
—O tal vez es porque pasamos demasiado tiempo aquí.

Arrugué mi rostro con horror.

—Debería hacerte comer un plátano por decir eso.

Ella se encogió.

El timbre volvió a sonar. Repetidamente.

En lugar de saltar del colchón, pasé un brazo por su cintura y la besé fuerte y
descuidadamente en toda la mejilla. Su risa salió flotando detrás de mí cuando
finalmente corrí hacia el frente de la casa.

—¡Será mejor que esto sea bueno! —rugí y la abrí.

—¡Qué rayos! —rugió alguien de vuelta.

—¿Robbie? —pregunté, a pesar de que estaba justo en frente de mí.

—¿Todavía estás en la cama? —se burló, notando mi estado desnudo y


frunciendo el ceño.

—¿Qué eres, mi madre? —repliqué.


—Si lo fuera, estaría medio ciego, porque, amigo… —Bajo la mirada—.
Necesitas ajustar tu miseria.

Bajé la mirada y fruncí el ceño.

—Ya la ajusté.

—¡Te hice ver! —anunció y golpeó mi hombro. Su palma hizo un sonido de


bofetadas contra mi piel.

—¿Estás en quinto grado? —Incluso mientras preguntaba, una sonrisa


extendió mis labios.

—Qué tiempos —recordó—. Cindy Vans estaba loca por mí.

Puse los ojos en blanco.

—Todavía lo está.

Él sonrió.

—Lo sé. 28
—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —pregunté. Tan divertido como esto
era, tenía mejores cosas que hacer que dispararle basura mientras estaba allí en
calzoncillos.

Puso una mano sobre su pecho.

—Me hieres.

—Deberías buscar asesoramiento.

Me quedé inexpresivo y comencé a cerrarle la puerta en su rostro.

Su palma chocó contra la madera cuando la golpeó para abrir la puerta de


nuevo.

—Me dejaste plantado.

—¿Eddie? —gritó Amnesia detrás de mí. Tanto Robbie como yo nos dimos la
vuelta como si nos hubieran atrapado haciendo algo que se suponía que no
debíamos hacer.

—Eh, espera.

Robbie silbó por lo bajo detrás de mí.


En el centro de mi espalda, sentí que mis omóplatos chocaban entre sí. Miré
a mi alrededor, dándole una mirada severa.

—Será mejor que mantengas esos ojos en alto —advertí.

—Piensas tan mal de mí.

—Eso es porque te conozco desde hace mucho tiempo.

—Y es por eso que es tan doloroso que me dejaras plantado hoy. —Hizo un
sonido como si fuera a llorar—. Es nuestra cita anual.

Maldición.

—¿Eso es hoy?

—¿Qué es hoy? —preguntó Amnesia.

—Segundo martes de cada octubre.

Robbie dio unos golpecitos en el reloj imaginario que llevaba en la muñeca.


29
Maldije.

—Lo siento. Últimamente no he podido seguir el ritmo del tiempo.

Sus ojos pasaron de mí hacia Am.

—Tienes una buena razón.

Miré hacia atrás para verla mirándolo con curiosidad. Suspiré.

—Am, este es Robbie. Robbie, esta es Am.

Robbie entró en mi casa, cruzó la sala de estar y le tendió la mano a Am.

—Encantado de conocerte, finalmente.

Gruñí.

—Ni se te ocurra tocarla cuando no lleva pantalones.

Amnesia jadeó. Robbie se rio.

—¿Qué sucede el segundo martes de cada octubre? —preguntó ella.

—Paintball —respondió Robbie.

Observé su mente trabajar, con el ceño fruncido. Segundos después, me miró.


—¿Qué es el paintball?

Robbie y yo nos miramos.

Él sonrió.

—Oh esto va a ser divertido.

30
Capítulo 3
Amnesia
—Esto es ridículo —dije, aún sin estar segura de lo que estábamos haciendo.

Eddie hizo una pausa en su tarea, el traqueteo de la bolsa de plástico se


silenció cuando se detuvo para darme su característica sonrisa.

—Pero divertido, ¿no?

Su sonrisa era contagiosa y, aunque estaba en medio de un campo de maíz


mientras él cubría mi muñeca enyesada con una bolsa de plástico, me encontré
sonriendo de la misma manera. Aunque sabía que mi sonrisa no era tan
malhumorada. O capaz de hacer que la gente literalmente se detuviera y mirara en
mi dirección.

Las personas realmente hacían eso. Cuanto más salía en público con Eddie,
31
más y más me daba cuenta de lo atraídos que estaban todos por él.

Su risa fue baja y profunda cuando volvió a asegurarse de que mi yeso


estuviera completamente cubierto.

—¿Puedo jugar paintball con una mano? —pregunté, completamente


escéptica.

Ladeó la cabeza.

—No puedo esperar para averiguarlo.

Jadeé burlonamente.

Echó la cabeza hacia atrás y se rio.

El hecho de que pareciera tan despistada acerca de este supuesto deporte


solo hizo que Eddie y Robbie tuvieran más intención de traerme, aunque me esforcé
mucho para no hacerlo. Está bien, no me esforcé mucho. Solo un poco.
Probablemente seguiría a Eddie a cualquier parte.

Me di cuenta de que quería ir por la forma en que el azul de sus ojos brilló
con picardía y la amplia sonrisa que Robbie tenía cuando trató de explicar qué era
el paintball.
Básicamente, era cuando un grupo de personas se vestían con ropa vieja,
corrían por un campo y, literalmente, se lanzaban bolas de pintura entre sí. Por
supuesto, el objetivo era que no te golpearan con dichas bolas, pero cuando lo
hacían, instantáneamente te salpicaban con pintura.

Por alguna razón, no veía esto como algo que hicieran muchas mujeres. Sin
embargo, aquí estaba, vestida con unos jeans, zapatillas deportivas y algunas
camisas viejas de Loch Gen. Ah, y no olvidemos las súper atractivas bolsas de
supermercado con cinta adhesiva alrededor de mi brazo.

—Eso debería bastar —dijo Eddie, admirando sus habilidades con la cinta
adhesiva.

Sentí el borde afilado de mis dientes hundirse en mi labio inferior. Se rio


suavemente, me rodeó con un brazo y me atrajo hacia su costado.

—Te tengo, Am. Si no creyera que puedes hacerlo, nunca te habría traído.

—Confío en ti —respondí.

Su pulgar e índice agarraron justo debajo de mi barbilla, levantando mi


32
rostro. La intensidad de sus ojos cuando conectaron con los míos envió una descarga
de energía hasta la planta de mis pies. En lugar de usar palabras, su rostro bajó,
capturando mis labios con los suyos. Me puse de puntillas, nuestras bocas se
cerraron en un beso dulce, pero feroz.

—No hay besos en el paintball —anunció Robbie, viniendo detrás de


nosotros.

Eddie sonrió contra mis labios.

—Las reglas son que no hay reglas —contestó, levantando la cabeza.

Robbie hizo un sonido, moviendo todas las cosas apiladas en sus brazos.

—Aquí está el resto del equipo. —Dejó que todo cayera a sus pies,
brindándome una sonrisa.

—Mejor vístete. ¡El tiempo corre!

Observé a Eddie y Robbie “vestirse” como si se estuvieran preparando para


la guerra. Sobre su ropa vieja, ya salpicada de pintura, se vistieron con lo que
parecían unos overoles. Del tipo que usan los mecánicos de autos para proteger su
ropa de la grasa.

No sé cómo sabía lo que usaban los mecánicos de autos. Parecía que era un
detalle extraño que mi cerebro no debería identificar, ¿verdad? Sin embargo, estaba
empezando a aceptar eso como mi realidad: mi cerebro estaba lleno con una
tonelada de información inútil y nada sobre mí.

Una vez que se subieron los cierres de los trajes, se colocaron cinturones
anchos con un montón de cosas que parecían botes colgando de ellos. Eddie guiñó
cuando se subió la capucha unida al traje y cubrió todos sus rizos oscuros. Una vez
que estuvo atada debajo de su barbilla (en serio, ¿cómo se veía sexi con ese
atuendo?), se puso un casco con una máscara facial completa sobre su cabeza. Tenía
rejillas de ventilación delgadas para que pudiera escuchar su voz cuando hablaba.

—¿Esto es guerra o un juego? —pregunté, mirando dudosamente entre ellos.

—¿Cuál es la diferencia? —dijo Robbie.

—Te ayudaré —dijo Eddie, tendiéndome caballerosamente el traje para que


yo entrara en él. Una vez que estuve vestida tan horriblemente como los hombres,
ambos se rieron, los sonidos amortiguados por el casco.

—¿Qué? —dije, notando que me estaban mirando.

—Parece que estás a punto de caerte —respondió Robbie.


33
—No todos podemos parecernos a Rambo.

¿Cómo sé quién es Rambo?

Robbie volvió a reírse.

—Amiga, me gustas.

—Todavía no estoy tan segura de ti.

—La gente me toma cariño —comentó, y estaba bastante segura de que me


guiñó un ojo detrás de la máscara.

—¿Es demasiado peso en tus caderas? —dijo Eddie, atrayendo mi atención


mientras daba un paso adelante y alcanzaba los botes llenos de lo que ahora sabía
que era mi munición.

—Creo que está bien —dije.

Había un tono de duda en su voz.

—Tal vez debería llevar algo por ti.

Antes de que pudiera decir algo más, me estaba liberando de mi alijo de


paintball y poniéndolo en su propio cinturón.
—¿Qué demonios es esto?

Eddie hizo un sonido grosero.

—Ella está en mi equipo —le recordó a su amigo, como si eso de alguna


manera lo arreglara todo.

Tal vez lo hacía, porque Robbie no discutió.

Estábamos al borde de lo que pensaba que era el campo de batalla. Delante


de nosotros, otras personas corrían, y el sonido de las pistolas de paintball y los
gritos de la gente resonaban por todo el campo. Aparentemente, este no era un juego
cualquiera de paintball.

Esta era la edición de otoño de Lake Loch. Eso significaba que las barricadas
y los muros detrás de los cuales esconderse eran fardos de heno gigantes, todos
cubiertos con pintura de colores brillantes. No solo eso, sino que crearon una zona
de juego tipo laberinto, por lo que no solo tenías que preocuparte de que no te
dispararan, sino también de no perderte.

Había grandes calabazas establecidas por todas partes, todas salpicadas de


34
pintura. Algunas tenían agujeros reales. Cuando entramos por primera vez, había
una carpa donde se alquilaba todo el equipo, así como una carpa más pequeña al
lado con sidra de manzana y donas.

El aire de hoy era fresco y casi frío, no es que pudiera sentirlo con todo este
equipo apilado sobre mí. Ni una pequeña parte de mi piel estaba realmente
expuesta... bueno, a excepción de mi única mano.

—Solo quédate cerca de mí —dijo Eddie, atrayendo mi atención—. Jugamos


hasta que nos quedemos sin munición.

—Se refiere a las pelotas —explicó Robbie. Solo quería decir pelotas.

Eddie se rio dentro de su casco. Era agradable ver este lado de él. Más
despreocupado. Me preguntaba por qué nunca me mencionó a Robbie antes.

—Somos rojos; él es azul.

—Voy por ti, Sa… —comenzó Robbie, pero Eddie se movió tan rápido que nos
tomó a todos con la guardia baja. Empujó a su amigo hacia atrás con un tacleo de
cuerpo completo. Robbie tropezó, pero no se cayó.

—Su nombre es Amnesia —gruñó Eddie.

Robbie no le devolvió el empujón ni pareció enojado por las acciones de


Eddie. En cambio, sus hombros se hundieron un poco.
—Lo siento, de verdad. Fue un accidente.

Los hombros de Eddie estaban tan tensos que prácticamente vibraba. No iba
a dejar escapar a su amigo tan fácilmente.

Corrió hacia adelante, los botes chocaban entre sí mientras avanzaba, me


apresuré a decir:

—¡Está bien! No es gran cosa.

¿Robbie también conocía a Sadie? Debe pensar que soy ella.

—Am —se adelantó Robbie.

Levanté la mano.

—No te disculpes de nuevo.

Todos nos quedamos allí incómodamente, unos momentos tensos flotando


en el aire. Lo odiaba. Siempre volvía a esto... quería un descanso. Necesitaba uno.

Eddie también. 35
Me agaché y recogí un arma cercana.

—¿Quién me va a mostrar cómo disparar esta cosa?

—La estás sosteniendo al revés —informó Eddie.

—¿Así?

Ajusté mi agarre.

—Claro, si quieres pegarte un tiro. —Robbie soltó una carcajada—. Para tu


información, no recomendaría eso. Desde ese rango, te dolerá durante días.

Eddie se materializó a mi lado, tomando el arma suavemente, girándola y


demostrando cómo sostenerla.

—¿Realmente duele ser golpeado? —pregunté.

—Arde. —Me miró a través del casco—. No te preocupes, nena. Nadie te va a


disparar hoy.

—¿No es ese el punto, sin embargo? —pregunté.

—El punto es disparar a otras personas.

Después de terminar su demostración, Eddie me entregó el arma.


—¿Robbie y tú hacen esto todo el tiempo?

—No tanto como antes.

—¿Cuánto tiempo han sido amigos? —pregunté, tomando el arma.

—Desde el jardín de infantes.

Hice una pausa, girando para enfrentarlo.

—¡Eso es mucha historia! —Ni siquiera podía imaginar... tener recuerdos que
fueran tan lejanos—. Tienes suerte de tener un amigo durante tanto tiempo.

Algo pasó detrás de sus ojos, pero era ilegible.

—¡Vamos, hagamos esto! —exclamó Robbie.

Después de que ambos me dieron algunos consejos más, los tres salimos al
campo y comenzó el juego.

36
Aprendí algo sobre mí. Algo que añadir a la lista de cosas sobre mí.

Apestaba en el paintball.

Con toda probabilidad, apestaba en todos los deportes, pero aún no estaba
lista para poner esa amplia afirmación en mi lista.

Además, no lo entendía. Literalmente corrimos de fardo de heno en fardo de


heno, lanzándonos detrás de ellos para “cubrirnos” mientras las bolas de pintura
volaban hacia nuestras cabezas. Sin embargo, Eddie y Robbie se tomaban este juego
en serio.

Fue casi divertido. En realidad, fue divertido. En un momento, comencé a


reírme de ellos y casi me explotó la cabeza con una bala de pintura al azar. Sin
embargo, Eddie se colocó frente a mí, protegiéndome con su propio cuerpo y
recibiendo el golpe.

Su cuerpo se sacudió frente a mí cuando lo golpeó, y una sensación de


malestar se apoderó de mi vientre, dejándome mareada por un momento. Pero luego
él estaba allí, envolviendo su brazo en mi cintura y tirando de mí detrás del siguiente
bloqueo.

A pesar de que apestaba en el juego, todavía era algo divertido. Disparé


algunos tiros. Ninguno de ellos golpeó nada, pero eso estuvo bien para mí. Fue
agradable estar afuera, escuchar a los chicos hablar mal entre ellos y escuchar a
todos los demás riéndose y gritando a nuestro alrededor.

Casi se sentía normal.

Como un día de otoño normal en Maine. Como si tal vez estos fueran el tipo
de días que echaba de menos cuando había estado desaparecida... los días que Sadie
debería haber tenido.

Tú no eres Sadie.

Eddie hizo un fuerte sonido de aullido, sacándome de mis oscuros


pensamientos.

—¡Ese fue el tiro ganador! —celebró—. ¿Viste eso, nena?

Parpadeé, levantado la mirada desde donde me apoyaba contra el heno.

—¿Am? —dijo, repentinamente serio. Su cuerpo se inclinó cerca, nuestros


ojos se conectaron—. ¿Estás bien?
37
—Por supuesto —dije, ofreciéndole una sonrisa que probablemente él no
podía ver—. ¡Buen tiro!

Las esquinas de sus ojos se arrugaron con su sonrisa. Estaba cubierto de


pintura. La mayor parte era azul. Otra parte era amarillo y verde, porque en un
momento todos nos unimos contra otro equipo.

Todos formamos equipo. Eddie y Robbie corrieron frente a mí y me dejaron


hacer tiros mal dirigidos que no alcanzaron a nadie.

—Amigo, me quedé sin munición —dijo Robbie, viniendo hacia donde


estábamos.

—Buen juego.

Eddie ofreció su puño y los chocaron.

Robbie me miró, su silbido bajo resonó debajo de su casco.

—Ni siquiera te golpearon una vez.

—Nadie quería un pedazo de esto —dije, golpeándome el pecho con el arma


que sostenía.

Ellos rieron.

Groseros.
—Vamos, hemos terminado.

Eddie tomó mi arma y se la entregué. Los tres vagamos por el camino hasta
que se abrió al campo. Mientras caminábamos hacia la tienda de alquiler, mi mente
volvió a pensar en Sadie y en si Robbie también la había conocido.

Algo duro se estrelló contra mi espalda. Un sonido salió de mi garganta


cuando caí hacia adelante. Una aguda sensación de escozor explotó en la parte
inferior de mi espalda, y un dolor se formó debajo de ella.

—¡No!

La palabra salió bruscamente de mi garganta y, durante interminables


segundos, el mundo tal como lo conocía se desvaneció y otro tomó su lugar.

El agudo pinchazo del cuero cortó mi espalda, haciendo que mis ojos se
humedecieran y mis oídos se llenaran con el sonido distintivo de mi respiración
entrecortada. No llores, no llores. Le gusta cuando lloras. Otra porción de dolor me
atravesó y mis rodillas se doblaron.

Todo esto es culpa tuya, Sadie. Todo es tu culpa.


38
Me habría derrumbado en el suelo, pero Eddie se abalanzó hacia delante y
me atrapó, metiéndome justo en su pecho.

—Am —llamó. Su voz parecía tan lejana—. Amnesia.

La luz del sol irrumpió sobre el recuerdo que me había sumido en la


oscuridad. Su voz, que parecía estar a años luz de distancia, ahora estaba aquí, tan
cerca como su cuerpo.

—Eddie.

—¿Qué pasó?

Hice retroceder el horrible recuerdo y tragué saliva. De repente, mi boca se


sintió seca como el desierto.

—Algo me golpeó.

Fruncí el ceño. O tal vez no. Tal vez solo fue un recuerdo.

Antes de que pudiera expresar mi confusión, Eddie me puso de pie, y Robbie


y él miraron mi espalda, que en realidad todavía me dolía. Estiré el cuello por encima
del hombro y vi una salpicadura de color verde brillante que cubría la parte trasera
de mi traje.
—Oh, solo fue una bola de pintura —dije, aliviada. Recibir un disparo con una
bola de pintura era mucho mejor que el recuerdo que indujo sin saberlo.

—¿Qué. Mierda? —gruñó Eddie. Su voz era salvaje e indómita, incluso


peligrosa.

El sonido de la risa y el canto victorioso estalló cerca.

—¡Buen disparo! —vociferó alguien.

—Tiro al blanco —gritó un hombre. Tenía una pistola en la mano, cargada


con bolas verdes.

—¿Acabas de darle un golpe bajo a mi chica?

Eddie lo enfrentó, alejándose de mí.

—No deberías darle la espalda al juego.

El hombre chasqueó la lengua.

—Era una mujer desarmada, imbécil —gritó Robbie—. Ella estaba dejando el 39
juego.

Se encogió de hombros.

—Aun así, puntos para mí.

Todo sucedió al mismo tiempo que el idiota habló. Eddie se arrancó el casco
de la cabeza. Hizo un fuerte ruido sordo contra el suelo duro cuando lo arrojó. Se
agachó, recogió las dos armas que había dejado caer para atraparme cuando tropecé.

Sosteniendo una en cada mano, abrió fuego, disparando bola tras bola
directamente al hombre que me había disparado. El sonido del arma soltando las
“balas” llenó el aire.

—¡Oye! —rugió el hombre, retrocediendo mientras bola tras bola golpeaba


su cuerpo—. ¡Mierda! ¡Ay!

Retrocedió, pero Eddie siguió adelante, caminando con calma, casi como si
estuviera paseando, pero con la concentración de un águila mientras disparaba una
y otra vez.

Un arma se quedó sin balas. La tiró al suelo sin perder el ritmo, sin dejar de
disparar con la otra.

El hombre en el extremo receptor cayó hacia atrás, con el pecho agitado.


Eddie caminó justo a su lado, bajando la mirada.
—¡Joder, hombre, voy a tener moretones por un mes! —dijo con voz áspera.

—Puntos para mí —dijo Eddie, mirándolo con severidad.

Miré en estado de shock. Su cabello oscuro estaba desordenado alrededor de


su cabeza, las mismas puntas revoloteaban cuando soplaba el viento. En la base de
su cuello, algunas de las hebras estaban empapadas de sudor y sobresalían. Su perfil
parecía tallado en granito, su mandíbula tensa, el músculo sobresaliendo. A pesar de
que ya no estaba usando el arma, sus ojos seguían disparando balas.

Se inclinó, empujando su rostro cerca del hombre. Vi a sus amigos


revoloteando cerca, sin saber si debían intervenir.

Uno parecía listo para saltar. Robbie también lo notó. Hizo un sonido por lo
bajo, captó la mirada del hombre y simplemente dijo:

—Yo no lo haría si fuera tú.

—Le debes una disculpa a mi chica —escupió Eddie.

—¡Es un maldito juego! —rugió el hombre, comenzando a sentarse. 40


Usando su pie contra su hombro, Eddie lo empujó hacia abajo. Habló bajo, tan
bajo que no escuché lo que dijo.

Lo que sea que fuera definitivamente fue efectivo.

—¡Lo lamento! —gritó el hombre.

Eddie lo miró fijamente un segundo más, el titilar en su mandíbula aún era


fuerte, antes de ceder y alejarse.

Todos los que estaban dentro del alcance de la escena miraban ahora, en
silencio. Incluso Robbie, el tipo que tenía un chiste para todo.

No podía apartar los ojos de Eddie. El poder que exudaba era inigualable.
Definitivamente había acero sólido debajo de su apariencia amistosa y tranquila.

Cuando estuvo casi a mi lado, su mirada se deslizó hacia la mía. Los


fragmentos azules brillantes se suavizaron y una pequeña sonrisa tiró de la
comisura de su boca. Sentí mis propios ojos agrandarse. Guiñó un ojo.

Me guiñó. Pasó de asesino a adorable en dos segundos.

Todavía estaba tratando de recuperarme cuando llegó a mi lado. Su brazo se


deslizó alrededor de mi cintura, sosteniéndome firmemente, pero sin ninguna
fuerza.
—Vamos, nena, hora de irnos.

—Será mejor que no nos prohíban el acceso —bromeó Robbie—. Esto es una
tradición. No puedes meterte con eso.

—No nos van a prohibir el acceso —replicó Eddie con voz seca.

—Fue solo una bola de pintura —dije, todavía tratando de ponerme al día—.
Eso es por lo que estábamos aquí.

—Los hombres que disparan a las mujeres por la espalda son idiotas —
declaró Eddie—. Se merecía lo que le pasó.

Robbie hizo un sonido en acuerdo.

Después de quitarnos todo el equipo, Eddie lo amontonó en sus brazos y miró


a Robbie.

—Quédate aquí con Am. Voy a entregar esto.

En el segundo en que Eddie se alejó, volteé toda mi mirada hacia su amigo. 41


—¿Cómo es que nunca te mencionó? —solté.

La sorpresa cruzó por su rostro. Luego miró en la dirección en que se había


ido Eddie. Agité mi mano frente a su rostro, atrayendo su atención una vez más.

—Tal vez no quería la competencia.

Robbie movió las cejas.

Puse los ojos en blanco.

—Han estado pasando muchas cosas. —Su voz se volvió seria—. Tal vez
pensó que era demasiado y demasiado pronto.

Fui directo al grano.

—Conociste a Sadie.

—Sí —dijo, mirando a sus zapatos—. La conocí.

—¿Crees que soy ella? —pregunté.

Sus ojos se abrieron. Una vez más, miró hacia atrás en la dirección en que
Eddie se había ido. Como si tuviera miedo de decir demasiado.

Suspiré y le recordé:
—Casi me llamas por su nombre.

Robbie ladeó la cabeza.

—¿Así que no crees que seas ella? —respondió a mi pregunta con la suya.

Me encogí de hombros.

—Me gustaría obtener tu opinión, ya sabes, de alguien que alguna vez la


conoció.

Robbie me miró por un momento.

—¿Quieres decir de alguien que no sea tan parcial como tu novio?

Fue mi turno de encogerme de hombros.

—Quizás.

—Está bien, jugaré —reflexionó Robbie, sus ojos oscuros se posaron en mí.
Sentí que me medían de una manera que no lo habían hecho antes. Después de un
momento, cedió—: Podría ser. 42
—¿Eso es todo lo que tienes? —dije, decepcionada.

—Lo siento, cariño, hoy dejé mi bola de cristal en casa.

—Gracioso —señalé, pero estaba bastante decepcionada. Pensaba que tal vez
Robbie vería algo o reconocería algo que nadie más vio.

—Te pareces a ella en muchos aspectos, pero han pasado más de diez años...
La gente cambia, especialmente de la adolescencia a la edad adulta.

—Sí —respondí, triste. Lo sabía, pero no era suficiente para evitar que
tuviera esperanzas.

—¿En serio no tienes idea? ¿Ningún recuerdo en absoluto que pueda dar una
pista?

—Tengo algunos recuerdos breves... Pero es difícil confiar en mi propia


mente en este momento.

—Eddie parece convencido —señaló Robbie—. Él lo sabe mejor que nadie.

Levanté la vista, un poco sorprendida.

—¿Qué tan cercanos son Eddie y tú?


—No acecho al chico, pero quiero decir, somos unidos. Hemos pasado por
algo de mierda juntos y aun así logramos mantener la calma. Es por eso que hacemos
este paintball todos los años.

—Eddie no está completamente convencido de que sea Sadie. ¿No te dijo eso?
—investigué.

—No. No he hablado mucho con él desde que llegaste a la ciudad. —Se aclaró
la garganta—. Ha estado bastante ocupado.

—¿Que me estoy perdiendo aquí? —presioné, incapaz de quitarme la


sensación de que había algo entre Eddie y su amigo que yo no sabía.

Robbie desvió la mirada.

—Nunca viniste al hospital durante todos los meses que estuve allí. —Mi voz
mostró un tono pensativo—. Él nunca te mencionó...

Robbie permaneció en silencio, pero la forma en que se movió me dijo que


estaba en lo cierto.
43
—Le preguntaré a Eddie —dije, comenzando a caminar en la dirección en la
que se fue.

—Espera.

Robbie agarró mi muñeca. Volví a mirarlo.

—Fui yo quien... —comenzó, su voz bajando.

—¿Fuiste quién?

—Quien desafió a Eddie a ir a la Isla de los Rumores, la razón por la que Sadie
y él subieron al bote esa noche. La razón por la que ella, tal vez tú, desapareciste.
Capítulo 4
Edward
La tensión robó la sensación de frescura del aire cuando salí de la tienda de
alquiler. Automáticamente, mis ojos buscaron a Am. En cuanto la encontré, mi paso
se aceleró.

Robbie y ella estaban cerca, como si estuvieran teniendo algún tipo de


conversación intensa. No del tipo que esperaría que tuvieran en el centro de un
campo de paintball.

Los mechones dorados de su cabello corto flotaban lejos de su rostro,


saludándome mientras me acercaba. Los ojos de Robbie se alzaron, me vieron
acercarme y se ensancharon. Parecía un ciervo atrapado en los faros, sorprendido
por lo que fuera que Am estuviera diciendo.
44
Por eso estaba soltero. Hablaba bien, pero no podía ni siquiera manejar a Am
durante diez minutos mientras yo devolvía todo nuestro equipo.

Me habría reído si su mirada no pareciera tan grave.

—Eddie —llamó, con un poco de alivio en su voz.

Amnesia se giró bruscamente. Nuestras miradas se conectaron brevemente,


y luego se volvió hacia Robbie.

—Supongo que eso explica por qué no te he visto hasta hoy —le dijo.

—¿Qué? —pregunté, mirando con curiosidad entre los dos.

—Robbie fue quien te retó aquella noche.

Mis ojos volaron hacia los suyos.

—¿Qué demonios, hombre?

Robbie parecía horrorizado.

—¡Ella es implacable!

—Difícilmente —se burló ella.

Robbie asintió con énfasis.


—¡Fue como la Inquisición española aquí arriba!

Amnesia se rio.

—Nunca he conocido a nadie tan dramático. Deberías estar en un reality


show.

Robbie se echó hacia atrás como si lo hubiera insultado.

Extendí la mano y le di una palmadita en el hombro.

—Relájate. Los realities son su mierda favorita para ver.

Su expresión se suavizó, un brillo arrogante apareció en sus ojos.

—¿Sí?

—Definitivamente —asintió Am. Como Robbie estaba repentinamente


orgulloso de sí mismo, ella se volvió hacia mí—. No dijiste nada.

—Se supone que debemos ir despacio, ¿recuerdas? Se supone que no debo


sobrecargarte con demasiada información demasiado pronto. 45
Robbie se inclinó cerca de ella.

—Te lo dije.

—¿Así que todos eran amigos? —preguntó Am—. ¿Sadie y ustedes?

Asintieron.

—Y tú hiciste el desafío.

Robbie asintió.

—El mayor arrepentimiento de mi vida.

—El mío también. —Me aclaré la garganta—. Hacerlo, quiero decir.

Amnesia se volvió hacia Robbie.

—¿Así que eso fue lo que dijiste que habían pasado?

—Jesús, Rob, ¿le contaste toda la historia de nuestra vida en los cinco minutos
que estuve fuera? —me quejé.

—Fueron como diez, y te digo que es intensa.

Amnesia se rio.
O tal vez Robbie cargaba con una tonelada de culpa al igual que yo y se sentía
demasiado atraído por la oportunidad de limpiar su conciencia con la chica que
podría haber sido víctima de nuestros juegos tontos esa noche.

Sentí sus ojos curiosos, las preguntas que hacía sin siquiera decir una palabra.
No podía no explicarlo; ya era demasiado tarde para eso. Acercándome a su lado, mi
palma se enganchó alrededor de su cadera. Su cuerpo se inclinó hacia el mío, aunque
todavía estaba entre Robbie y yo.

—Lo odié durante mucho tiempo —dije, recordando lo enfadado que había
estado esos primeros meses después de que Sadie desapareciera—. Estaba
enfadado con todo el mundo, pero con Robbie... fue con quien más me enfadé.

Robbie asintió. Vi el recuerdo en sus ojos. No debió ser fácil ser tan joven y el
blanco de tanta malicia.

—No fue mi intención. —La voz de Robbie era ronca—. Solo éramos niños
tontos. Pensaba que solo estábamos siendo inofensivos.

Am le tendió la mano. 46
—Lo eras.

Bajó la mirada, hacia donde ella lo tocaba, tan inocente en la forma en que
trataba de hacerlo sentir mejor. La peor víctima de todas, más preocupada por los
demás que por ella misma.

—Esa noche arruiné vidas. Tal vez incluso costé una.

Hice una pausa, esperando plenamente que Amnesia le dijera que no lo había
hecho, que estaba allí mismo, con su vida aún intacta.

No dijo nada.

En cambio, sus ojos bajaron y su voz permaneció en silencio.

—El pueblo estaba realmente dividido después de lo de Sadie... Algunos me


odiaban; otros odiaban a Robbie... y algunos nos odiaban a los dos —le dije.

—Mis padres estuvieron a punto de echarnos de aquí —añadió Robbie.

—¿Pero no lo hicieron? —preguntó Amnesia.

Se frotó la palma de la mano sobre el cabello corto.

—No. Este lugar era mi hogar. Y tenía que afrontar lo que hice.
—Empezamos a meternos en peleas en la escuela. Los profesores tenían que
separarnos.

El rostro Robbie contenía un fantasma de sonrisa.

—Pasamos mucho tiempo en el despacho de la directora ese primer año.

Me reí.

—Seguro que sí.

—Pero ahora son amigos —dijo Amnesia, tratando de entender cómo


llegamos hasta aquí.

—El día de nuestra última pelea, llamaron a nuestros padres para que nos
recogieran. La directora tenía papeles de suspensión en sus manos, pero nuestros
padres tenían una idea diferente.

Robbie sonrió y retomó la historia.

—Nos trajeron aquí, al circuito anual de paintball de otoño, nos compraron 47


una tonelada de bolas de pintura y nos dijeron que nos golpeáramos entre nosotros.

—¿Qué? —jadeó Amnesia.

Robbie y yo sonreímos al recordarlo.

—Dos adolescentes escuálidos y enojados, enfadados con todo el mundo y


especialmente entre ellos...

—Fuimos con todo —reflexionó Robbie—. Tuve moretones durante un mes.

—Yo también —recordé.

—¿Así que volvieron a ser amigos disparándose un millón de veces con bolas
de pintura? —preguntó Amnesia como si estuviera caminando por la zona
crepuscular.

—Fue un comienzo —asintió Robbie.

—A mitad de nuestra guerra, estos tipos entraron en el campo y se nos


echaron encima. No tuvimos más remedio que trabajar juntos, era eso o que nos
patearan el trasero.

Robbie se rio.

—¿Qué pasó? —preguntó Amnesia.


—Los contuvimos, y para cuando terminamos, nos dimos cuenta de que
éramos mejor como equipo que como enemigos.

—Y no éramos tan diferentes después de todo. Los dos nos sentimos muy
culpables por lo que pasó esa noche. Ambos deseábamos poder cambiar lo que pasó.

—Así que ahora vienen a jugar al paintball cada otoño... para recordar —
conjeturó Amnesia, con comprensión en su tono.

Mostré mis dientes.

—Eso y para machacarnos. Nuestros padres fueron muy listos —dije.

—Amnesia —habló Robbie, atrayendo toda su atención. Ella dio un paso


adelante, alejándose de mí y centrándose totalmente en mi amigo—. Yo... solo quiero
decir que lo siento. No es suficiente, pero... —Puso una mano sobre su pecho, y
tragué saliva. Sentí lo que él sentía. Muchas veces. Esa opresión en el pecho era uno
de los sentimientos más paralizantes que había conocido—. Tengo que decirlo. Me
arrepiento mucho de esa noche. Sé que dije que no estaba seguro de si eras ella o no,
pero en el caso de que lo seas... por favor, que sepas que nunca quise que pasara 48
nada malo.

Amnesia emitió un sonido, como si su disculpa realmente significara algo


para ella, y se empujó hacia adelante y lo rodeó con sus brazos.

Robbie pareció sorprendido al principio, y sus ojos se dirigieron a los míos.


Asentí, y él le devolvió el abrazo.

—No es tu culpa —dijo ella, dando un paso atrás. Su brazo se extendió detrás
de ella y sus dedos buscaron los míos. Enredé los nuestros, y ella sonrió—. No creo
que sea culpa de ninguno de los dos lo que pasó aquella noche. Y sinceramente creo
que Sadie cree lo mismo.

Tras un rato de silencio, Robbie anunció:

—El paintball es una maldita mierda terapéutica.

Am me miró, y yo sonreí. Le besé la frente. No creía que entendiera


exactamente lo que nos había dado tanto a Robbie como a mí en ese momento, pero
era monumental.
Capítulo 5
Amnesia
La oficina de la Dra. Kline era básicamente una caja de cuatro paredes y sin
ventanas. La iluminación siempre era tenue, y siempre me pregunté si lo hacía
porque pensaba que era relajante o si era porque, si accidentalmente hacía una
mueca sobre algo que decía uno de sus pacientes, le daría algo de cobertura.

Había una cesta de alambre llena de piedras brillantes encima de una


estantería de madera cerca de la puerta. Eran rocas de sal o algo así. Una vez me dijo
que creaban un ambiente tranquilo y “limpiaban” la energía de la habitación.

Pensaba que eran feas.

Por supuesto, no le dije eso. Eso sería mezquino. Pero mientras me sentaba
en el sofá de cuero que estaba frente a su escritorio durante nuestras muchas 49
sesiones, a veces mi mente divagaba y me preguntaba cómo algo tan feo podía hacer
que la habitación se viera y se sintiera más agradable.

Supongo que no saberlo era la razón por la que yo era la paciente y ella la
doctora.

Había estado hablando con ella casi desde el día que desperté del coma. La
Dra. Kline sabía tanto sobre mí como yo, algo que a menudo me parecía
desconcertante porque ni siquiera éramos amigas. Ella era lo suficientemente
agradable. Amable y cariñosa conmigo.

Yo era su trabajo. Eso realmente debería haber sido algo bueno, ¿verdad?
Porque podía permanecer objetiva. Pero a veces la objetividad no era lo
suficientemente personal. A veces la objetividad se sentía fría.

La miré ahora y me di cuenta de que no le importaba si era Sadie o no. No le


importaba ni lo uno ni lo otro. De cualquier manera, su trabajo era ayudarme a lidiar
con eso. ¿Y si nunca lo sabía…?

Tampoco importaría.

No podía aceptar eso. Me sentía aterrada, cada vez más. La necesidad de


saber ocupaba gran parte de mis pensamientos.

—Estás muy callada hoy —instó la Dra. Kline.


—Tengo muchas cosas en la cabeza.

—¿Tales cómo?

—¿Alguna vez has ido de compras, saliste de la tienda y sentiste que dejaste
algo atrás? ¿O en el camino al trabajo de repente te preguntaste si olvidaste apagar
el rizador o la estufa? ¿O fuiste a la oficina de otro colega y luego, cuando llegaste, te
preguntaste por qué habías ido allí en primer lugar?

La Dra. Kline aceptó mi divagación y siguió la corriente.

—Por supuesto. Ese tipo de cosas suceden mucho.

—Es enloquecedor, ¿no? Intentar recordar lo que podría haber dejado en la


tienda o si su rizador se estaba sobrecalentando o saber que necesitaba algo de un
compañero de trabajo, pero no recordar exactamente qué.

—Sí, puede ser bastante enloquecedor.

—Así es como me siento. Cada segundo de cada día —dije inexpresivamente.


50
Ella se quedó en silencio por un momento, luego comenzó su típica perorata
de psiquiatra.

—Sé que es bastante frustrante.

—No me aplaques —espeté—. ¡No tienes idea de lo que es no saber! Querer


seguir adelante con tu vida, comenzar realmente a construir una vida, pero tener que
sentarte en un patrón de espera porque la vida que quieres podría no ser tuya para
tomarla.

—¿Sientes que le estás quitando la vida a otra persona?

Lancé mis manos en el aire.

—¡No tengo ni idea!

—Porque no conoces tu verdadera identidad. No sabes si eres Sadie —


continuó la Dra. Kline.

Asentí.

—Sí.

La mujer me estudió, inclinándose un poco hacia atrás en la silla de oficina de


cuero gigante detrás de su escritorio. Frente a ella, la computadora de escritorio
estaba encendida, la luz azul de la pantalla se proyectaba sobre sus rasgos,
haciéndola lucir algo llamativa.
—¿Realmente importa si lo eres? Quién eras antes de tu coma, esa persona
ya no está aquí. Eres solo tú ahora. Parecías emocionada antes por un nuevo
comienzo, una pizarra limpia. ¿Qué ha cambiado? ¿Por qué crees que de repente
parece tan abrumador no saberlo?

Mordí el interior de mi labio. No quería decirlo.

—¿No sería cierto que sin importar quién eras en el pasado, la vida que estás
creando ahora y que has sido durante los últimos meses seguirá siendo tuya porque
la has estado viviendo?

Sí. Sí, a todo eso.

Pero también no.

—Él no me querrá —susurré. Hablé tan bajo que era prácticamente solo un
pensamiento torturado.

—¿Qué? —preguntó la Dra. Kline, inclinándose hacia adelante, tratando de


escuchar.
51
Volví a redactar mis pensamientos, hablando.

—Si no soy ella, todo cambiará.

—Te refieres a Eddie —conjeturó, entendiendo.

Asentí.

—Él dice que no importa… pero yo creo que sí. Si no soy ella, entonces no soy
la chica que ha estado esperando durante los últimos doce años.

—¿Crees que solo te ama por lo que eres?

—No lo sé —dije abiertamente. Parecía terriblemente injusto pensar tal cosa


sobre Eddie. Lo conocía. Sabía que se preocupaba por mí... mucho.

Pero tampoco podía quitarme de encima la forma en que me sentía. La forma


en que las palabras de la viuda West me perseguían. Él no te ama.

—¿Crees que lo único de ti que vale la pena amar es tu nombre?

—No —dije. Vi lo que estaba haciendo—. Pero es complicado.

—Sí. Esta es una situación muy singular.

—¿No me dijiste hace unas semanas que Eddie decidió que no eras Sadie?
Que la alergia a los mariscos era prueba de que no eras ella, y a él no le importó. De
hecho… —continuó—. Estuve aquí la noche que los trajeron a ambos hace más de
una semana. Le oí decirte que no le importaba si eras Sadie o no.

Asentí.

—Pensé que estaba resuelto. Pero no lo está.

—¿Crees que tal vez estás proyectando tus preocupaciones sobre ser Sadie
en Eddie en lugar de volverlas hacia ti?

—Eso es un montón de cháchara de loqueros, doctora Kline. Hazlo más tonto


para mí.

Ella sofocó una sonrisa.

—Tal vez te preocupa lo que pensará Eddie porque es más fácil que
preocuparte por cómo te sentirás si no eres Sadie.

—Si no soy Sadie, entonces, ¿quién soy? —susurré.

—¿Quieres ser Sadie? 52


Me encogí de hombros.

—Al menos si lo fuera, sabría de dónde vengo.

—¿No hay otros recuerdos que puedan darte una pista?

Negué con la cabeza con firmeza y luego pensé en el breve y traumático


recuerdo que tuve en el campo de paintball.

—No. No quiero recordar.

—Pero quieres saber.

—Exactamente.

—Es normal sentir que te están reteniendo cosas que no puedes recordar.

—¿Cómo lo sabes? —desafié.

Ella parpadeó.

—Supongo que no lo sé.

Estuvo mal de mi parte, me hizo sentir culpable, pero sentí una pizca de
satisfacción cuando ella lo admitió.
—¿Qué cambiará si descubres tu identidad pasada? ¿Cambiará tu futuro?
¿Cambiará quién eres ahora?

Mi cabeza iba a explotar. Juraba que era como si quisiera que le dijera el
significado de la vida.

—Descubrir quién soy… —comencé y me detuve—. Me desharía de los


pensamientos persistentes en mi cabeza. Me dará algo de paz.

—¿Pero cambiará algo?

Parecía que lo haría, pero, ¿lo haría?

—Probablemente no. —Entonces cambié de opinión—: A menos que Eddie


todavía quiera buscar respuestas sobre su amor perdido hace mucho tiempo.

—Soy tu médico desde hace muchos meses. Hago todo lo posible para
mantenerme siempre objetiva y profesional.

—Sí —casi gemí—. Lo sé.


53
Ella se sentó hacia adelante. La luz de la computadora se movió detrás de ella,
cambiando la llamativa apariencia en una humana más. Más suave.

—Pero voy a compartir algo contigo, una opinión, por así decirlo.

—Esto es mejor que la telerrealidad —dije, inclinándome hacia adelante.

Ella sonrió. Una sonrisa genuina que iluminó sus ojos.

—Realmente deberíamos hablar sobre tu adicción a los reality shows.

—Estoy esperando —le recordé.

—Te he advertido sobre tu relación con Eddie.

—No hemos escuchado —dije, con voz plana. Si estaba a punto de darme su
opinión sobre mi relación con él, no me interesaba.

—Soy muy consciente —reflexionó—. Sin embargo, veo la forma en que te


mira. Leo el lenguaje corporal y a las personas para ganarme la vida. Está enamorado
de ti y creo sinceramente que no le importará si eres Sadie o no.

Me senté. El peso de sus palabras me ancló en la silla. Se sintió bien escucharla


decir eso. Me dio un poco de alivio.

—Eddie estuvo atascado durante muchos años, preguntándose qué pasaría


si. Pensando que su oportunidad en el amor le fue arrebatada. Entonces apareciste
tú, y sin importar quién eres, le mostraste que el amor era posible. En muchos
sentidos, le devolviste la vida.

Asentí. Prácticamente me había dicho lo mismo.

—Sigo pensando que son demasiado dependientes el uno del otro —dijo la
Dra. Kline, volviendo al modo de médico tímido. Supuse que eso significaba que
nuestro momento “personal” había terminado.

—Todavía quiero saber —admití—. Tal vez no por Eddie... por mí.

Por Sadie. Para Sadie.

—Simplemente no siento que realmente pueda seguir adelante hasta que


sepa si soy ella... hasta que sepa lo que realmente me sucedió.

La Dra. Kline guardó silencio unos momentos.

—Creo que puedo tener una manera de averiguarlo. —Avanzó, levantó el


auricular negro de la base de su escritorio y marcó un número de teléfono. Unos
segundos más tarde, habló través de él—: Habla la Dra. Kline. ¿Puedo hablar con 54
Don, por favor?

¿Quién diablos era Don?

—Don —dijo cálidamente después de lo que pareció una eternidad de


espera—. ¿Cómo has estado?

Ella se rio de lo que él dijo, luego se aclaró la garganta.

—Llamo en nombre de un paciente mío. Amnesia. Ella… —Su voz se


desvaneció y sus ojos se levantaron hacia donde yo estaba sentada.

—Sí. Sí, esa es ella. Me preguntaba si todavía tienes registros de hace doce
años.

»Ah, maravilloso. ¿Puedo enviarla para obtener tu opinión profesional


después de un examen? Nos gustaría obtener una respuesta definitiva, como puedes
imaginar, ha sido un momento difícil.

Mi corazón latía con fuerza, golpeando contra mi pecho con tanta fuerza que
me faltaba el aire. ¿Había alguna forma de averiguar si era Sadie? ¿De verdad? ¿Por
qué nadie había dicho nada?

Podría averiguarlo. Hoy. Los nervios crujieron debajo de mi piel y vibraron en


mi barriga.
—Ah, ya veo. Sí, eso es comprensible —respondió la doctora—. ¿Cuánto
tiempo?

Parte de mi entusiasmo se desinfló. ¿Qué estaba diciendo? Quería levantarme


de un salto, arrebatarle el teléfono de la mano y exigirle respuestas a alguien llamado
Don.

—Está bien, sí, eso sería genial. Estaré esperando tu llamada.

Después de unos momentos más, se despidió y colgó el teléfono.

—¿Que está pasando? —exigí.

—Ese era el Dr. Don Shaw, el dentista local aquí en Lake Lochlain.

—¿Un dentista? —me burlé—. ¿Llamaste a un dentista para que te diera una
opinión sobre quién soy?

Oh, Dios mío, estaba jugando conmigo.

—Déjame explicarte —dijo serenamente—. Trata de calmarte. 55


Me reí.

—El Dr. Shaw ha sido dentista aquí durante muchos, muchos años —
empezó—. Era el dentista de Sadie.

—De acuerdo —dije, todavía sin seguirla.

—Tiene registros dentales de ella, y aunque Sadie es mucho mayor que la


última vez que la vio, los registros dentales aún podrían identificarla.

Me senté derecha.

—¿De verdad?

La Dra. Kline asintió.

—Los registros dentales se utilizan con bastante frecuencia para identificar


los cuerpos de las personas que mueren y están… irreconocibles.

—Todo este tiempo —dije, sintiendo que la ira burbujeaba sobre la


esperanza—. ¡Todos estos meses, todo lo que tenía que hacer era ir al dentista! ¿Por
qué nadie dijo nada? —me enfurecí.

—Porque no estabas lista.

Me reí.
—¿Quién eres tú para juzgar?

Su voz sonó indignada.

—Soy tu médico.

Negué con la cabeza.

—Todo este tiempo…

—Hay algunas cosas que tienes que aceptar por tu cuenta, Amnesia.
Averiguar si fuiste la chica que desapareció hace doce años no va a resolver todos
tus problemas. Esta sigue siendo tu realidad.

—Lo sé —dije, algo de mi ira se desinfló.

—Dado tu progreso últimamente, la información reciente que ha salido a la


luz y la forma en que te sientes estancada, creo que estás lista para saberlo.

Vaya, gracias. Me alegra tener su permiso para averiguar sobre mí. Me


empujé de la silla. 56
—¿Así que simplemente voy a la oficina del Dr. Shaw y dejo que me mire la
boca?

—Básicamente, pero desafortunadamente, no será hasta dentro de varios


días.

—¿Por qué no?

—Porque los registros tienen doce años. Están empacados entre muchas
cajas en una unidad de almacenamiento. Tiene que encontrarlos.

Las lágrimas brotaron de mis ojos. Me dio esperanza y luego la arrancó.

—Dijo que llegará allí lo antes posible para comenzar a buscar.

Una idea me vino a la cabeza.

—Iré —me ofrecí—. ¡Los encontraré!

—No puedes hacer eso.

Ella reventó mi burbuja.

—¿Por qué no? —grité de nuevo. Estaba empezando a sonar como una
petulante niña de dos años.
—Porque esos registros son confidenciales. Se aplican las reglas médico-
paciente. Incluso doce años después.

Abatida, volví a sentarme.

—¿Cuánto tiempo tengo que esperar?

—No mucho. Unos días como máximo.

—¿Qué son unos días más? —murmuré—. Ya ha pasado toda una vida.

—Por favor recuerda nuestras palabras anteriores, Amnesia. Descubrirlo te


dará lo que necesitas para seguir adelante, pero en realidad, tu vida, la que tienes
ahora, sigue siendo tuya.

Fui a la puerta, pasando por las feas rocas de sal.

—¿Terminamos por hoy?

—Sí.

Empecé a salir. 57
—¿Amnesia? —llamó. Me di la vuelta—. Te llamaré en cuanto el Dr. Shaw me
llame y me haga saber que tiene los registros.

—Gracias.

Salí de la oficina oscura y sin ventanas y caminé por el pasillo iluminado. Solo
unos días más, me dije.

Unos pocos días más. Entonces todo esto habría terminado.


Capítulo 6
Edward
Había una diferencia entre tranquilidad y silencio.

¿Sabes a lo que me refiero?

Tranquilidad era cuando la mente estaba preocupada u ocupada con la tarea


que tenías por delante. Luego estaba el silencio. Como perdido en tu propia cabeza,
atascado por pensamientos que amenazaban con abrumarte, ahogarte… alejarte de
las personas que te amaban.

Am era una persona tranquila, algo que esperaba. Después de todo, su mente
tenía mucho que procesar. Pero hoy, su tranquilidad era de la segunda variedad.

Era espeluznante… más y más últimamente.


58
No me gustaba. Una vez más, sentí que mi paciencia se agotaba tanto que era
casi transparente.

No quería presionarla, pero tal vez se requería un poco de presión. Si estaba


entre eso y dejarla escapar, entonces sabía la elección que tenía que hacer.

Después de su cita con la Dra. Kline, trabajamos juntos en Loch Gen. Las horas
parecían ralentizadas una vez más, algo que parecía más insoportable que antes
porque ahora estaba acostumbrado a que el tiempo pasara deprisa.

Algo andaba mal. Simplemente estaba esperando mi momento para


averiguar qué era.

Una vez que llegó la hora de cerrar, me apresuré a voltear el cartel de cerrado
y cerrar la puerta principal. Amnesia estaba en la caja registradora, sacando el
efectivo del cajón y cerrando el sistema. Apagué algunas luces a medida que
avanzaba, mis ojos centrados únicamente en ella.

Era absolutamente hermosa, casi me quedaba sin aliento cada vez que la
mirada. No importaba si estaba bajo el sol o alzándose sobre mí en medio de la
noche. Incluso en estado comatoso en una cama de hospital antes de que siquiera
pronunciara una palabra, inexplicablemente me sentí atraído por ella de formas que
nunca antes había experimentado.
No sabía que había una emoción en el universo lo suficientemente poderosa
como para atarme invisiblemente a otra persona, no tan total y completamente.

Pero ahí estaba.

Y ella la personificaba.

Entonces, cuando estaba tan tranquila, eso me inquietaba más que el ruido
más fuerte. Nada se sentiría bien hasta que estuviera mejor.

Me acerqué por detrás y la abracé por la cintura, atrayendo su cuerpo hacia


el mío. Su rostro se volvió hacia mí y acaricié la suave piel de su mejilla, luego la
salpiqué con innumerables besos.

—Eres mi favorita —susurré, luego la besé un poco más.

Ella se rio, el sonido aligeró lo peor de la pesadez que se asentaba en mi


pecho.

—Eres mi favorito —respondió, girando en mis brazos para que


estuviéramos uno frente al otro. 59
Mis labios cayeron hasta la punta de su nariz. Con un suave suspiro, se inclinó
hacia arriba y nuestras bocas se unieron. Todo en el momento, hablado o no, se
derrumbó. Todo lo que quedaba era la emoción que siempre latía entre nosotros. La
cualidad ligeramente áspera de su lengua envió escalofríos por mi espalda mientras
se arrastraba por la mía. Chupé su labio inferior entre los míos, lo introduje
completamente en mi boca y curvé mi cuerpo más cerca del suyo.

Sus dedos agarraron la parte delantera de mi camiseta, apretando la tela en


un puño. Solté su labio y profundicé en su boca, acariciando todo lo que estaba a mi
alcance con mi lengua. Se movía inquieta, así que empujé mi muslo entre sus piernas,
el músculo rozaba su centro y ella se estremeció.

Amnesia se meció un poco sobre mis jeans, apartó su boca de la mía y besó
mi mandíbula y mi oreja. El borde afilado de sus dientes raspó la delicada carne y
gemí. Levanté mi pierna, sus pies dejaron el suelo y ella estaba completamente
balanceada sobre mi muslo.

Su rostro se hundió en mi cuello, su respiración se convirtió en jadeos cortos.

Cuando la recogí, su trasero golpeó el mostrador donde normalmente


embolsaba las compras. Instantáneamente, sus piernas se abrieron, me interpuse
entre ellas y ataqué su boca de nuevo. Me besé con ella hasta que mis pulmones se
sintieron a punto de explotar y me vi obligado a retroceder lo suficiente para tomar
un poco de aire.
El sonido de ambos tragando oxígeno llenó mis oídos. Mi polla me demandó,
exigiendo que la besara de nuevo. Quería. Quería desnudarla allí mismo y hacerle
cosas perversas a su cuerpo. Cosas de las que secretamente me reiría cuando
estuviera empacando comestibles mañana.

Justo cuando estaba a centímetros de su boca, gemí y me aparté.

—¿Eddie?

—Tienes el poder de tentar a un santo.

—¿Eres un santo? —preguntó, levantando una ceja.

—Oh, nena. Estoy muy lejos de ahí.

—Así que…

Ella tocó el dobladillo de mi camisa.

Gruñí. Mis rodillas en realidad temblaban de necesidad.

—Así que las ventanas de aquí necesitan algunas persianas. 60


—¿Crees que hay alguien ahí fuera? —susurró, todavía jugando con el
dobladillo.

—Realmente me importa una mierda —arrojé—. Maldición —murmuré—.


Pero seguro que lo haría mañana si alguien hablara de cómo te vieron tirada sobre
el mostrador mientras te convertía en mi cena.

—Eso es un gran cuadro que pintas —dijo, seduciéndome con su sonrisa


cómplice.

—Estás poniendo a prueba mi paciencia —advertí.

Ella se inclinó hacia adelante.

—Bien.

Dejé caer mi frente sobre la de ella y gemí. Tomé su rostro entre mis manos,
concentrándome en tenerla a solas.

—¿Qué tal si llevamos esto a algún lugar con menos ventanas?

Ella asintió.

La tomé por la cintura y la ayudé a sentarse en el suelo.

—Ve a cerrar el cajón. Estaré ahí.


Saqué las llaves de mis jeans y se las entregué.

Ella se fue por un lado y yo por el otro, prácticamente trotando de regreso a


los refrigeradores. Fui a la sección que quería, abrí la puerta y saqué una botella de
vino blanco. Agarré la botella por el cuello, retrocedí hasta el pasillo con vasos de
plástico y agarré una funda, metiéndolos debajo de mi brazo.

Estaba terminando en la trastienda cuando entré por la puerta. Vio el vino y


las copas, y una sonrisa transformó su rostro.

—Eres mía esta noche, Am —gruñí.

—Soy tuya todas las noches.

Bueno, eso me hizo sentir bastante arrogante. Me gustó la sensación.

—Vamos —la insté, envolviendo mi mano libre alrededor de la suya y tirando


de ella, hacia la puerta trasera. Mi camioneta estaba estacionada en la parte de atrás
esta noche, y en el momento en que salí, el enorme foco se encendió, inundando toda
el área con luz artificial.
61
—¿Caminamos en la orilla? —pregunté, notando la forma en que su mirada
se dirigió directamente a la costa.

Ella asintió, sonriendo porque había leído su mente.

En lugar de dirigirme hacia el agua, abrí la puerta del pasajero de la


camioneta.

—En casa. Allí es más privado.

En lugar de estacionar en mi lugar habitual al lado de la casa, seguí adelante,


pasando el lugar, atravesé el patio y bajé hacia el agua.

Amnesia se rio.

—¿Qué estás haciendo?

—¿De qué sirve tener una camioneta si no puedes usarla? —Sonreí.

Estacioné de modo que la cama mirara hacia la costa y el frente apuntara


hacia la casa. Una vez que el motor se apagó y los faros se oscurecieron, dejando de
iluminar la hierba, agarré el vino y las copas, indicándole a Am que me siguiera.

Nos encontramos en la parte trasera de la camioneta. la puerta trasera hizo


un sonido de gemido cuando lo bajé. Usando mis dientes para abrir el paquete de
vasos, saqué dos y arrojé el resto en la parte de atrás, donde desaparecieron en la
oscuridad.

Amnesia soltó una risita, haciendo que los vasos rebotaran en su mano
mientras intentaba servir el vino barato.

—Quédate quieta, nena —dije, casi dejándolo en sus dedos.

—¡Lo siento! —dijo, quedándose quieta.

Sintiéndome enérgico, sacudí mi mano y derramé el alcohol sobre el borde y


sobre su mano.

—¡Oh! —dijo ella, echándose hacia atrás—. Lo lamento.

Dejé el vino a un lado, al igual que los vasos, luego levanté su mano, todo el
tiempo sosteniendo su mirada.

—Te lo dije, nunca tienes que disculparte conmigo.

Levanté su mano y la lamí, absorbiendo el vino que deliberadamente 62


derramé sobre su piel. Sus ojos se cerraron un poco, su expresión volviéndose
borrosa.

Uno por uno, deslicé sus dedos entre mis labios, arrastrándolos para chupar
todo el vino. Su cuerpo se balanceó cerca del mío, pero actué como si no me diera
cuenta. En cambio, lamí todos sus dedos y luego lamí el dorso de su mano una vez
más. Cuando todos los rastros del vino desaparecieron, besé el centro de su palma.

—¿Vino? —pregunté, alejándome abruptamente, tomando el vaso y


extendiéndolo hacia ella.

—Ah... sí —murmuró.

Reprimí una risa.

La miré por encima del borde del vaso mientras tragaba, disfrutando de su
lucha por volver a la realidad después de haberla provocado.

—Vamos a caminar —dije, cargando mi vaso y tomando su mano.

El aire estaba bastante frío. Octubre en Maine era otoño, pero a veces se
sentía más como invierno. Especialmente aquí, en las orillas pedregosas del lago
Loch, donde la brisa del agua siempre era varios grados más fría que en el resto de
la ciudad.
El agua lamía la orilla esta noche, no bruscamente, pero tampoco lo que yo
llamaría gentilmente. Su presencia definitivamente se notaba, el sonido no era
desagradable. Disfrutaba del ser siempre cambiante del lago, la forma en que
cambiaba casi por capricho, como una mujer malhumorada o un hombre enojado.

La luna no estaba llena esta noche, pero flotaba en lo alto del cielo oscuro. Las
estrellas brillaban en el horizonte y me hicieron pensar en una noche de verano en
lugar de una casi invernal.

—Apuesto a que la costa es hermosa cuando nieva —murmuró Amnesia,


mirando hacia adelante.

—Lo es —dije simplemente—. Caminaremos hasta aquí después de la


primera nevada para que puedas ver.

—¿Cuándo suele caer la primera nevada? —preguntó.

La miré por el rabillo del ojo. Una pregunta inocente, pero no me gustó.

—En realidad, en cualquier momento ahora. ¡Hemos estado enterrados bajo


la nieve en algunos Halloween!
63
—No recuerdo si alguna vez he visto nieve —dijo—. Será como verla por
primera vez de nuevo.

Un poco del vino frío resbaló por mi garganta. Al diablo con esto. Andar
sigilosamente alrededor de mi chica no era como quería pasar la noche. O cualquier
otro día para el caso.

—¿Por qué parece que te preguntas si has visto la primera nevada, Am?

El viento del agua le echó el cabello hacia atrás, revelando todas sus facciones
mientras paseábamos por la costa. No estábamos lo suficientemente cerca para
mojarnos los pies, pero los guijarros estaban desiguales debajo de nuestros zapatos.
Me encantó que se viera “deshecha”. Su belleza era natural, del tipo en el que no
trabajaba ni se preocupaba.

—Me dijo que yo no era Sadie.

Las palabras volaron hacia mí como su cabello al viento. El vaso de plástico


se abolló un poco, haciendo un sonido, cuando mi mano lo apretó.

—Eso es lo que dijo —repetí.

Me había estado preguntando, incluso adivinando qué le dijo la viuda West a


Amnesia esa noche en el hospital, y de todas mis reflexiones, nunca era eso.
Amnesia siguió caminando, sus ojos recorrieron el agua y el paisaje frente a
nosotros. Después de tomar un pequeño sorbo de su taza, asintió.

—Prácticamente le rogué, le exigí que dejara de jugar y les dijera a todos que
yo era Sadie.

—Lo sé, cariño —estuve de acuerdo, alcanzando su mano. En el segundo en


que tuve la suya entrelazada con la mía, me sentí un poco mejor, más conectado a
tierra.

—Pero luego, en esa habitación, eso es lo que ella dijo.

—¿Y eso fue todo? —pregunté—. ¿Solo que no eres Sadie?

Sentí su mirada por el rabillo del ojo. No me di cuenta, ni de la turbulencia


que irradiaba de ella. Muy cerca, una ola rompía en la orilla.

—Ella dijo que no me amas.

Mi reacción fue física. La idea era tan absurda que dejé de caminar y tiré de
Am. 64
—¿Me estás tomando el pelo?

Ella negó con la cabeza, mirando su vaso fijamente.

—Ella lo dijo. Dijo que amabas a Sadie, no a mí.

Me reí, pero fue un sonido frío y sin humor. La ira que esas estúpidas palabras
incitaron en mí era candente y penetrante. Tanto que me quemó el pecho. En un
impulso, incliné el vaso hacia atrás y bebí el resto del vino, con la esperanza de que
el líquido frío diluyera el calor en mí.

No funcionó.

—Y tú le creíste —dije monótonamente. No estaba seguro de qué era peor, si


las palabras que murmuró la perra o el hecho de que Amnesia las consideró.

—No —dijo rápidamente. Entonces la sentí ceder—. No quería. Estoy tan


confundida.

Incapaz de enojarme con ella, la atraje hacia mí, apretándola en mi pecho y


usando mis brazos para bloquear el viento. Nos apretujamos, tan cerca que sentí la
subida y bajada de su pecho con cada respiración, el latido constante de su corazón.
—Sé que lo estás —dije—. Es por eso que no quería presionar. Pero maldita
sea, Am. Si hubiera sabido que esta era la mierda que te dijo esa mujer, lo habría
detenido en ese mismo segundo.

Su rostro se levantó. La punta de su nariz estaba rosada por el viento.

—No puedes poner fin a mis propios pensamientos, Eddie.

—Y una mierda que no —gruñí y reclamé su boca con fiereza.

La besé con la posesión que siempre trataba de contener. Fui con todo,
queriendo que sintiera la intensidad con la que la amaba, la obsesión que me hacía
sentir. Daba miedo sentir con tanta fuerza, amar con más de lo que era.

Siempre había retenido algo de eso, no porque pensara que la asustaría, sino
porque era mucho para procesar. No quería que se sintiera responsable de ninguno
de mis sentimientos. Eran míos y solo míos. No era su trabajo cuidar de ellos o de
mí, pero seguro que era mi trabajo asegurarme de que supiera que la amaba.

La forma en que su cuerpo se dejó caer en mis brazos hizo que la satisfacción
zumbara en el fondo de mi garganta. Hizo vibrar mi lengua mientras la frotaba
65
contra la de ella, haciendo que las yemas de sus dedos se clavaran en mis bíceps. Su
cabeza cayó hacia atrás. Usé mi palma para acunarla, manteniéndola en el ángulo
perfecto para poder poseer toda su boca. Besé con avidez, sin burlas, sin jugar… solo
con pleno deseo.

Una calidez se formó en los dedos de mis pies y subió lentamente por mis
piernas, pasó por mi estómago y llegó a mi pecho. Mi estómago se sentía revuelto,
mi cerebro estaba lleno de niebla.

Por fin, cuando levanté la cabeza, sentí los labios húmedos e hinchados. Mi
visión tardó varios segundos en adaptarse.

—Eddie —susurró Am, sin aliento.

En respuesta, levanté una ceja y miré su boca igualmente hinchada.

—Bueno, tal vez... puedas —dijo, todavía parcialmente sin aliento.

Sintiéndome bastante satisfecho, sonreí. Coloqué mis dedos debajo de su


barbilla, me aseguré de que me estuviera mirando.

—Lo que dijo fue mentira. Algo tenía la intención de lastimarte porque era
todo lo que le quedaba.

—Tú mismo dijiste que crees que no soy Sadie.


—No estás entendiendo, nena —dije.

Ella frunció el ceño.

La levanté, sus piernas se envolvieron automáticamente alrededor de mi


cintura. Cuando sus tobillos se engancharon en mi espalda, una profunda posesión
se desató dentro de mí. Cerré mis brazos alrededor de su torso y la miré
directamente a los ojos.

—Te quiero. Te quiero tanto que me pregunto cómo respiraba antes de


sacarte de este lago. Tanto, que ocupas el ochenta por ciento de mis pensamientos y
todos mis sueños. Me importa un comino si eres Sadie. No me importa si eres la reina
de la maldita Inglaterra. No importa de dónde vienes o cuál era tu nombre. Por favor,
entiéndelo, Amnesia. —Apoyé mi frente contra la de ella, sentí su respiración
contenida—. Entiende que eres mía.

—¿Realmente no te importa?

Había un brillo en sus ojos, lágrimas que evitaba derramar.

—Me importa porque a ti te importa, pero no porque vaya a cambiar algo


66
entre nosotros.

Una de las lágrimas finalmente cayó. Lo vi resbalar por su mejilla pecosa y


curvarse debajo de su mandíbula. Me incliné hacia adelante y lamí la humedad,
subiendo para besar suavemente el rabillo del ojo.

—Te amo, Eddie. Ni siquiera necesito todos los recuerdos que he tenido para
saber que nunca antes había amado a alguien así.

—Esa es mi chica —dije y la besé.

Todavía manteniéndola en mis brazos, retrocedí un poco y me senté,


sosteniéndola firmemente en mi regazo. Nuestros rostros estaban paralelos,
nuestros ojos al mismo nivel.

—Ojalá me lo hubieras dicho antes —admití.

—Quería. Solo he estado asustada.

Fruncí el ceño.

—¿Estabas tan preocupada por la forma en que reaccionaría?

—Al principio, pero luego me di cuenta de que tenía más miedo por mí.

Me rasqué la nuca y traté de mantener el ritmo.


—Ayúdame aquí, Am.

—Si no soy Sadie, como ella dice, ¿entonces quién soy? Estoy exactamente
donde empecé, en ninguna parte.

—Sí —estuve de acuerdo—. Necesitas saberlo.

Si no lo hacía, siempre se preguntaría. Siempre habría esa pregunta


inminente.

Un fuerte viento soplaba desde el agua, empujando su cabello alrededor de


su rostro. Lo metí detrás de sus orejas.

—Sabes que probablemente estaba mintiendo —dije.

—Lo sé —estuvo de acuerdo—. Es más probable que mintiera a que dijera la


verdad, pero es suficiente para hacerme dudar. Entre ella y la alergia… —Su voz se
desvaneció.

La acerqué a mi pecho, apoyé la barbilla sobre su cabeza y la abracé. Se


recostó contra mí durante largos momentos, ninguno de los dos dijo una palabra. En 67
cambio, miré a través del agua tintada, pensando en lo mucho que se parecía a un
ser vivo el lago.

Es curioso, desde que llegó Amnesia, la atracción que siempre sentí por vagar
por la orilla no era tan exigente. Todavía estaba extrañamente atraído allí; sabía que
siempre lo estaría. Mis ojos aún escaneaban la superficie que siempre se movía. En
última instancia, mi mirada siempre se posaba en la Isla de los Rumores.

Esta noche, era una forma amenazante en la distancia, con bordes dentados
de los árboles maduros que sobresalían por la pequeña área. Parecía más oscura que
de costumbre, como una sombra dentro de una sombra. Sin embargo, estudié su
forma, como lo había hecho un millón de veces antes.

Me pregunté qué habría pasado si no hubiera encontrado a Am en el lago esa


noche. ¿Estaría ella realmente allí, a solo un kilómetro y medio de distancia,
escondida de alguna manera en esa isla? Oculta a la vista. ¿Había estado allí todo este
tiempo, justo frente a mí, una broma gigante que el universo tenía a mi costa?

Mientras miraba fijamente, con el sonido del agua lamiendo las rocas y el aire
frío con un toque de invierno soplando, algo me llamó la atención. Algo fuera de
lugar entre la oscuridad. Era tenue, lo suficiente como para parpadear varias veces,
pensando que mi mente me estaba jugando una mala pasada. Que tal vez todos los
pensamientos morbosos que rondaban por mi cabeza me estaban haciendo
imaginar cosas.
Allá afuera, en el centro de la noche más oscura, en la Isla de los Rumores,
brillaba una luz pálida. Era casi indistinta. Si la isla no estuviera tan oscura esta
noche, probablemente ni siquiera se habría notado.

Pero lo era. Y estaba allí. Observé con curiosidad cómo el color amarillo
pálido flotaba en la noche. Viajaba en línea recta, o eso parecía, y justo cuando estaba
a punto de decirlo, la luz pareció girar y parpadear. Se desvaneció, dejándome allí
mirando, preguntándome si realmente la había visto.

Amnesia se movió, levantando su cabeza de mi pecho. Desde tan cerca, me di


cuenta de que sus mejillas estaban rosadas ahora, a juego con su nariz helada.

—Vamos a llevarte de vuelta a la camioneta.

No esperé a que respondiera. En lugar de eso, me puse de pie, asegurándome


de que estuviera firme sobre sus pies antes de agacharme y recoger nuestros vasos.
Con la basura en una mano y su mano en la mía, recorrimos la corta distancia de
regreso a mi camioneta.

—La Dra. Kline conoce una forma de averiguar si soy Sadie —dijo, 68
mirándome a través de la cortina de su cabello corto.

Miré rápidamente.

—¿Qué?

Ella asintió.

—Me lo dijo hoy. No puedo sacármelo de la cabeza.

—¿Cómo? —dije, mi mente se aceleró—. ¿Y por qué lo dice hasta ahora?

Amnesia emitió un sonido poco delicado que me hizo sonreír.

—Ella dijo que no estaba lista para saberlo con certeza hasta ahora. —Hizo
un sonido de burla—. ¿Puedes creer?

—No —respondí—. Ella tiene un complejo de Dios.

—¡Correcto! —dijo, prácticamente saltando hacia mí en acuerdo.

El agua se precipitó hacia adelante, acercándose y haciendo chillar a Am. Con


un brazo, la levanté justo antes de que el líquido turbio salpicara sus Adidas.

Las Adidas que compré para ella. Hacían juego con las mías, un detalle que me
producía un inmenso placer.
—Entonces, ¿cuál es este método infalible que tiene la buena doctora? —
pregunté, sentándola de nuevo en sus pies.

—Aparentemente, los registros dentales pueden identificar a una persona —


dijo Amnesia, un poco desconcertada.

—¿Por qué diablos no pensé en eso? —juré—. Maldita sea.

Sentí su amplia mirada.

—¿Así que es verdad?

Asentí.

—Sí, lo hacen mucho.

—Llamó al dentista de la ciudad —dijo Am, y me entrometí:

—Al Dr. Shaw.

—Sí, él —estuvo de acuerdo—. Tiene que buscar en doce años de registros


en alguna unidad de almacenamiento para encontrar los de Sadie y poder 69
compararlos conmigo.

—¿Cuánto tiempo va a tomar? —pregunté, impaciente.

—Unos pocos días.

—Promete que me dirás cuando vayas. Quiero estar allí —dije con
seriedad—. Y no porque me importe cuál era tu antiguo nombre, sino porque quiero
estar ahí para ti.

—¿Lo juro? —preguntó.

Sonreí.

—Por mi vida.

Ella susurró el resto:

—Serás para siempre mío.

—Para siempre —repetí. En la camioneta, tiré de ella para que me mirara.

—Se sentirá como una eternidad esperando a que ese dentista encuentre
esos registros. —Ella frunció el ceño—. Esperar apesta.

Moví las cejas, queriendo verla sonreír.


—Se me ocurren algunas cosas que hacer para pasar el tiempo.

—Seguro que sí. —Amnesia se rio.

Me abalancé y la levanté, lanzando su cuerpo sobre mi hombro como si no


pesara más que un enorme saco de papas en la tienda. El chillido de Amnesia se fue
con el viento, y le di una palmada en el trasero, que estaba justo al lado de mi rostro.

—¡Oye! —chilló de nuevo, luego golpeó mi trasero.

—¡Consíguelo, mujer! —dije, sacando mi trasero para que pudiera golpearme


de nuevo.

Su risa era un sonido hermoso, pero tan divertido como era, estaba listo para
llevarla adentro. La vista de cerca de su trasero me estaba excitando.

—Bájame, Eddie —exigió, aunque no quería nada de eso. La vista de mi


trasero era demasiado placentera para que quisiera liberarse.

—Lo haré —acepté fácilmente—. Tan pronto como llegue al dormitorio.


70
Me dirigí hacia la casa, pensando en dejar la camioneta donde estaba por la
noche. Era mi patio. Podía estacionar donde quisiera. Estaba demasiado ansioso por
entrar con Am. Sentí como si se hubiera quitado un peso que nos había estado
presionando a ambos.

Gracias a Dios que finalmente se abrió.

—¡Espera! —gritó, con una repentina alarma en su voz.

Me detuve inmediatamente.

—¿Te lastimé?

—No —se apresuró a decir, luego se revolvió, mirando hacia el agua—. ¡Pero
mira!

Su mano pálida era como un letrero de neón en la oscuridad, señalando la Isla


de los Rumores. La luz estaba de vuelta. Rebotaba, casi en cámara lenta, la luz estaba
tan lejos que casi se desvanecía.

—Ves eso, ¿verdad? —Su voz estaba apagada.

—Sí, lo veo.

—Lo vi la otra noche, cuando salí después de mi pesadilla. Pensé que podría
haberlo imaginado.
—Eso es lo que pensé cuando la vi hace unos minutos —estuve de acuerdo.

—Parece una luz, tal vez una linterna... No. —Ella frunció el ceño, pero nunca
apartó los ojos de la iluminación—. Como una linterna, ya sabes, del tipo de antaño.

—¿De antaño? —bromeé.

Ella se encogió de hombros.

—¿La gente todavía usa esas cosas?

—No lo creo.

—Entonces, sí. De antaño. —Su voz sonaba exasperada, pero burlona.

—Tiene ese tipo de brillo —murmuré, dándome cuenta de que tenía razón.

Su mano alcanzó la mía, nuestros dedos se entrelazaron. Sin embargo, no nos


miramos. Nuestro enfoque estaba en esa luz.

—Pensé que la isla estaba vacía —susurró Am—. La viuda todavía está en el
hospital. 71
Hice un sonido de acuerdo.

—¿No dijiste que vivía allí sola? —preguntó.

Asentí.

—Sí, desde que su esposo murió hace años y años.

—¿Estás seguro?

—Nunca he visto a nadie con ella. No tiene a nadie.

Justo cuando hablé, la luz se apagó, casi como la llama de una vela con
demasiado viento.

—Se ha ido —susurró Amnesia, todavía mirando, esperando que volviera a


aparecer.

—Vamos, nena. Hace frío. Es hora de entrar.

Me permitió que la llevara lejos, pero durante todo el camino a la casa, siguió
mirando hacia atrás.
Capítulo 7
Amnesia
Sadie. Una voz casi silenciosa resonó en la quietud de la medianoche.

Se me puso la piel de gallina, arrastrándose como una araña por mis brazos y
piernas desnudas, dejando una sensación espeluznante y de picazón a su paso. La
voz era baja, algo áspera. Ominosa.

Despierta, Sadie. Prepárate.

Se me erizaron los vellos de la nuca. A pesar de la piel de gallina y la sensación


de frío en mi piel, una fina capa de sudor cubrió todo mi cuerpo.

Viene por ti, Sadie.

Mi estómago se revolvió violentamente como si estuviera en un bote que se 72


hundía repentinamente sobre una ola gigante.

Está cansado de esperar lo que es suyo.

Jadeé tan profundamente que mi cuerpo salió volando del colchón. Presioné
una mano contra mi corazón que latía frenéticamente, diciéndome que todo estaba
bien. Eso fue solo un sueño. Un sueño espeluznante lleno de nada más que una voz,
una voz de la que estaban hechas las pesadillas.

No estaba segura de qué era peor, si la voz o la advertencia que dio.

El impulso de levantarme y sacudir la repentina sensación asquerosa que se


aferraba a mi cuerpo era fuerte. Después de una rápida mirada a Eddie, salí de
debajo de las sábanas y me acerqué a la ventana.

Estaba completamente desnuda, pero no me molesté en cubrirme. Estaba


sola, y el aire fresco de la noche era un alivio contra mi piel sonrojada.

Las ventanas estaban cubiertas con cortinas, y aunque tenía miedo de retirar
la tela (aunque sea un poco) por lo que podría estar allí mirando de vuelta, la alcancé
de todos modos.

Sin darme cuenta, contuve la respiración y descorrí la cortina a un ritmo


vergonzosamente lento. Cerré uno de mis ojos con fuerza y miré con el otro,
asomándome.
Por supuesto que no había nada allí, solo el jardín, la luna y el lago. Me dije a
mí misma que estaba siendo más que dramática, abrí ambos ojos y tiré de la cortina
para mirar hacia el agua.

Las olas brillaban bajo la luna, resplandeciendo como diamantes.

Dejé escapar una respiración purificadora, tratando de exhalar el horrible


sueño. Estaba tan perdida en mis pensamientos que no escuché a Eddie detrás de mí
hasta que el calor de su cuerpo lo anunció y su propia desnudez se presionó contra
la mía.

—¿Qué estás haciendo aquí? —susurró, adormilado, en mi oído.

El deseo se agitó en mi bajo vientre. Su voz en mi oído y la sensación de él


contra mí era intoxicante.

—No podía dormir —susurré, deslizando mis manos por sus brazos y
acercándolo mucho más.

Su voz todavía estaba somnolienta cuando habló nuevamente:


73
—Te sientes atraída por el agua al igual que yo.

—Definitivamente hay una atracción —estuve de acuerdo.

Me sentía inquieta, como si algo me molestara en el fondo de mi mente, pero


no sabía qué. Aunque me abrí a Eddie, las cosas todavía se sentían inestables. Tal vez
siempre se sentirían así. Hasta que lo supiera. De dónde vengo, qué me trajo a la
orilla del lago Loch hace meses.

¿Era Sadie? ¿Cuál era mi conexión con la viuda West?

Incliné mi cabeza contra Eddie y miré por la ventana, dejando que las
preguntas me consumieran.

A lo lejos, una luz me llamó la atención. Tan pequeña que probablemente no


debería haberla notado. Pero lo hice, y una vez en mi línea de visión, fue todo lo que
vi.

Jadeé, avancé, apoyé la palma de la mano contra el frío cristal de la ventana y


miré hacia afuera.

—¿Lo ves? —pregunté.

—Sí.
—Hay alguien ahí fuera —murmuré, casi como una ocurrencia tardía. Como
una idea que no se me ocurrió hasta ya salió de mi boca. Las palabras no se
asimilaron hasta después que las pronuncié.

Contuve la respiración, las yemas de mis dedos presionaron más fuerte


contra el vidrio.

—Eso es todo —me dije a mí misma.

—¿Qué es? —preguntó Eddie, avanzando para mantenernos presionados


juntos. Su barbilla se apoyó en mi hombro, la aspereza sin afeitar de su mandíbula
punzó ligeramente contra mi piel.

Giré mi rostro ligeramente, inclinándome hacia él un poco más. Mis ojos se


deslizaron hacia la isla, en busca de la suave luz que me cautivaba.

—¿Y si la viuda West realmente me llevaba de regreso a la Isla de los


Rumores? ¿Y si realmente hay alguien más ahí fuera, él?

La cualidad soñolienta de su voz se desvaneció, y una fina y zumbante tensión


se enroscó bajo su piel.
74
—Él, ¿quién?

—El hombre al que sigo recordando, pero que en realidad nunca veo. El que
me secuestró. El que me quiere de vuelta.

—La policía registró esa isla, Am. Muchas veces.

—Sí, hace casi doce años. ¿Qué pasa si se fue, se escondió hasta que terminó
la búsqueda y yo, Sadie, fui dada por muerta? ¿Han estado allí desde entonces?

Eddie se quedó en silencio.

Las palabras se escaparon, el tono de mi voz era hueco, casi angustiado.

—¿Y si está allí ahora? Deambulando por la isla de noche, esperando a que la
viuda regrese a casa. Esperando a que ella me lleve de vuelta.

—No hay forma de que un hombre pueda vivir allí todo este tiempo y nadie
lo sepa.

—Tampoco hay forma de que una niña pueda desaparecer en el lago y luego
aparecer once años después.
Sus brazos me apretaron contra él. Sabía que no le gustaba el camino que
estaban tomando mis pensamientos, pero no podía parar. No podía. Sentí esta
sensación de... verdad.

—Ese hombre ahí fuera —susurré—. Puede que sepa quién soy, Eddie.

—Si ese hombre sabe quién eres, lo mataré.

Me giré, mis ojos buscaron su rostro. El azul de su mirada era mortal. Era la
misma mirada que había tenido en el campo de paintball cuando ese hombre me
disparó.

—Si esa luz es el hombre que te secuestró hace tantos años… te mantuvo
cautiva y abusó de ti, no importará si sabe tu nombre, Am. Lo mataré y nadie podrá
detenerme.

No había bravuconería en su voz. Ni siquiera ira apasionada. Este era un


juramento. Un juramento de un hombre tranquilo y sereno. La promesa de alguien
que también había estado cautivo por preguntas sin respuesta, por culpa y por…
amor. 75
Puse mi mano contra su mejilla. Sus ojos bajaron a media asta.

—Si lo matas, él ganará. Estaremos separados. Algo que, sinceramente, no


creo que pueda soportar.

Mortalmente tranquilo, casi metódico, respondió:

—No si nadie lo sabe.

—No lo matarás —dije.

—¿Cómo sabes eso?

—Porque te estoy pidiendo que no lo hagas. Necesito respuestas y no puedo


obtenerlas de un cadáver.

Sus ojos se cerraron brevemente. Sentí la elevación de su pecho con su


inhalación. La luz de la luna entraba por la ventana, golpeando la extensión de su
torso. Me moví totalmente, poniendo mi espalda contra la ventana para enfocarme
completamente en él. Después de pasar mis palmas sobre su pecho, me incliné y lo
besé allí.

—Nunca haré nada para lastimarte, cariño. —Sus manos se extendieron


sobre mis caderas.

Levanté la cabeza y respondí definitivamente:


—Lo sé.

La calidez de sus labios rozó la línea de mi cabello y sonreí.

—Hablamos como si supiéramos que hay alguien ahí fuera. La verdad es que
la luz puede ser cualquier cosa... o nada en absoluto.

—¿La has visto alguna vez por ahí antes? —pregunté.

Se quedó en silencio un rato. Su cuerpo se movió, acercándome a mí.

—No.

—Es algo —susurré—. Alguien.

—No sabemos eso, Am.

—Necesito saber. Tengo que averiguarlo.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó, retrocediendo para mirar hacia abajo.

—Estoy diciendo que quiero salir. Quiero ir a donde la viuda estaba tratando 76
de llevarme esa noche... Quiero ir a la Isla de los Rumores.
Capítulo 8
Edward
—No —dije, tajante.

Ella se enderezó, soltándose de mi agarre. Su barbilla se levantó desafiante.

—No pedí permiso.

—La última vez que fui a la Isla de los Rumores, alguien desapareció y pasé
el resto de mi vida sintiéndome culpable.

—No tienes que venir.

Me reí. Luego me reí un poco más.

—No puedes hablar en serio. 77


Ella me miró fijamente, con su rostro serio.

Bueno, ¿no era ella un personaje?

—Métete una cosa en esa hermosa cabeza tuya ahora mismo —entoné,
inclinándome para que estuviéramos cara a cara—. Bajo ninguna circunstancia
dejaría que la mujer que amo, la mujer que es literalmente una parte de mí, se suba
a un bote y reme hasta una isla donde podría o no haber estado cautiva y abusada.
Prefiero comer vidrio y ducharme con una esponja de metal oxidado. Te protegeré
esta vez. Lo haré.

Su mirada se atenuó, pero su nariz se arrugó.

—Me encanta que me ames tanto. Quiero decir, tomar una ducha con una
esponja oxidada... eso es desagradable. Y extrañamente dulce.

—Estoy hablando en serio —gruñí. Esta era una conversación complicada.

—Tu postura no viene al caso —anunció.

¿Quién diablos estaba tomando una postura?

—No puedes protegerme, Eddie. No de mi propia mente, ni de los recuerdos


que seguirán desbloqueándose si no descubro qué diablos me pasó.
Sentí mi ceño fruncido. Sus palabras eran como una flecha en lo más profundo
de mi corazón.

—¿Crees que ir allí mantendrá los recuerdos a raya?

—Quizás. —Se encogió de hombros—. Vale la pena intentarlo. Cada noche,


cuando cierro los ojos, me preocupa que algún nuevo horror me esté esperando para
revelarse. Ese día en el campo de paintball... —Amnesia tragó saliva, con la voz
entrecortada.

—¿Qué? —insistí. El pánico se levantó dentro de mí.

—Cuando tropecé, tuve un recuerdo agudo y penetrante… Estaba podrido.

—No me lo dijiste —dije, enrollando una mano alrededor de su codo.

—No quería arruinar nuestro día de diversión.

Un sonido de frustración salió de mi garganta.

—¿Cuál fue el recuerdo, Am? 78


Ella sacudió la cabeza como si solo pensar en eso la mareara.

—Amnesia.

—Cuando me golpeó la bola de pintura, me dolió… tal como dijiste que lo


haría. Pero aparentemente, le recordó a mi cuerpo algo más. —Dejó de hablar,
apartando la mirada—. Ser azotado.

Gruñí. No pude evitarlo. La idea de que fuera torturada de esa manera me


hizo sentir torturado también. Hizo que me doliera el corazón. Sin decir nada, tomé
sus hombros y le di la vuelta para que mirara por la ventana, con su espalda desnuda
hacia mí.

En el reflejo de la ventana, vi que sus ojos se cerraban con fuerza. Ella sabía.
Sabía exactamente lo que estaba haciendo.

Bajé la mirada, observando las marcas que había visto mil veces, pero que
nunca había mencionado.

—Ahora sé de qué son —susurré, rozando las puntas de mis dedos sobre las
finas cicatrices plateadas que estropeaban su suave espalda.

—Ahora yo también lo hago —respondió con timidez.


Sabía que se preocupaba por ellas al principio, cada vez que nos desvestíamos
uno frente al otro o le quitaba la camisa para hacer el amor. Las cicatrices no se
hablaron entre nosotros. Nunca nadie las mencionó.

Un pequeño escalofrío recorrió su espalda.

—Siempre me preocupé de que pensaras en mí como rara o menos hermosa.


Pero una y otra vez hicimos el amor. Lavaste mi espalda en la ducha y la frotaste por
la noche. Pero nunca las mencionaste.

Levantó la cabeza, captó mi reflejo en la ventana y se encontró con mi mirada.

—Hasta ahora.

—No las veo cuando te miro, Amnesia. Obviamente, sé que están allí. Mis
dedos las han sentido, y mis labios también. Pero ellas no son tú. No veo estas
cicatrices cuando estás desnuda delante de mí. Todo lo que veo es a la mujer que
amo, y para mí, eres perfecta.

—Lo siento —susurró ella—. Tus palabras son hermosas. Casi me entristece
haberte dicho de qué son las cicatrices. Siento que me ensucian.
79
—Yo soy quien lo siente. —Tracé una a través de su espalda—. Lamento
mucho que hayas tenido que soportar algo tan vil.

—No recuerdo, no mucho. Solo ese breve momento en el campo fue


suficiente. Quiero mantenerlo así. No quiero saber, Eddie. Me asusta… mucho.

—Lo sé —lamenté, cruzando mis brazos alrededor de ella—. A mí también


me asusta, cariño.

—Tal vez si obtengo algunas respuestas a mis pensamientos más


persistentes, la forma subconsciente en que presiono a mi cerebro a recordar se
aliviará. Tal vez pueda aceptar no saberlo todo si sé algo. Siento que el saber me
protege del sentimiento. ¿Puedes entender eso, aunque sea un poco?

No pensaba que alguna vez entendería el alcance total de lo que era estar
dentro de su mente. Cuando trataba de pensar en ello, mi visión se tenía de rojo y
entendía seriamente el crimen pasional. Sin embargo, tenía que superar eso. Tenía
que ser más fuerte, incluso que su mayor demonio. Mis manos se deslizaron por sus
hombros, cruzaron su cintura y subieron por su espalda. Sin pensarlo, mis dedos
probaron suavemente las cicatrices levantadas allí, trazándolas mientras trataba de
sopesar lo que quería hacer contra lo que ella necesitaba que hiciera.

Esperé hasta que realmente quise decir las palabras, luego hablé:
—Si esto es lo que necesita, entonces es lo que haremos.

Vi surgir esperanza en sus ojos, lo que a su vez la levantó de la emoción más


pesada que se arremolinaba dentro de mí.

—¿En serio? —preguntó, con un ligero asombro en su voz.

—Nunca te negaré nada —prometí.

—Aparte de un viaje solo a la Isla de los Rumores —bromeó.

La fulminé con la mirada. Ahora no era el momento de bromear. Estaba


tratando de ser fuerte, romántico y toda la cosa. Además, el encanto era cosa mía…
no de ella.

—¿Demasiado pronto? —preguntó ella, con un brillo en sus ojos.

Bueno, maldición. Tal vez el encanto también era lo suyo.

Quería sonreír, pero luego recordé lo que estábamos discutiendo.

—Si hubiera sabido que el golpe de la bola de pintura te hizo recordar haber 80
sido azotada… —Sentí que sonreía—. Ese imbécil no habría podido salir de allí.

—Otra razón por la que no dije nada —bromeó.

Mis ojos se posaron en su rostro. Necesitaba que ella entendiera.

—Hablo muy en serio cuando se trata de protegerte. Protegerte de más dolor.

—Me di cuenta.

—No pude detener lo que sucedió hace tantos años, y yo... no te encontré. —
Tragué saliva. Saber que Am podría haber estado tan cerca me destrozó. No había
hecho nada—. Pero te juro por el cielo y por el infierno que, si alguien quiere hacerte
daño ahora, tendrá que pasar sobre mí.

—Eres bastante sexi cuando eres todo gruñón e intenso.

Sus brazos se enrollaron alrededor de mi torso.

Levanté una ceja.

—¿Gruñón?

—Es una cosa.

—Una cosa que acabas de inventar —dije inexpresiva.


—Pero me gusta. Me excita.

Bien, entonces.

—Lo permitiré.

—¿De verdad nunca ves mis cicatrices cuando me miras?

Algo dentro de mí se suavizó.

—No, cariño, de verdad que no. Y no te ensucian. Te hacen más hermosa.

De repente, el miedo se deslizó en su tono.

—No sé qué haría si alguna vez te perdiera.

—Oye —ronroneé—. Nunca tendrás que averiguarlo.

Se lanzó a través de la corta distancia entre nosotros, envolviendo su cuerpo


alrededor del mío. Quería hundirme en ella; el contacto piel con piel que teníamos
me hacía desearla.
81
Justo cuando pensaba en dar vueltas y arrojarla sobre la cama, ella levantó la
vista, con los ojos muy abiertos, llena de energía.

—Vamos.

—¿Vamos?

—A la Isla de los Rumores.

—¡Diablos, no! —dije, incrédulo.

—Pero dijiste…

—Dije que entendía. No estuve de acuerdo en llevarte a través del lago en


medio de la noche a una isla que no conozco. Mujer, estás completamente loca.

—No podemos llamar a la policía. Los equipos de búsqueda tardan


demasiado en organizarse. Son ruidosos. Lo asustarán.

Si él está allí. Es una posibilidad muy remota. Pero incluso no pude evitar
darme cuenta de que tenía razón. Esa luz era una especie de señal. De qué, no estaba
seguro.

—Iremos cuando amanezca —me comprometí—. Al menos entonces


podemos ver a lo que nos enfrentamos.
Ella lo pensó por un momento. Brevemente, me preocupaba que fuera a
discutir. No quería pelear con ella. Quería enterrarme dentro de ella.

—¿Iremos mañana? —preguntó.

—Llamaré a papá y haré que se encargue de la tienda.

—¿Qué vas a decirle? —Se preocupó.

La verdad. Bueno, una verdad parcial.

—Que necesito un día con mi chica.

Se quitó un peso invisible de encima. Sentí que salía de la habitación.

—Gracias —dijo con sinceridad.

—Es posible que esa isla no tenga las respuestas que estás buscando. —Sentí
la necesidad de advertirle de nuevo.

—Puede ser —refutó.


82
Ella tenía razón. Cuanto más pensaba en ello, me di cuenta de que la Isla de
los Rumores podría contener mucho más que solo rumores.
Capítulo 9
Amnesia
Me sentía como un juguete de cuerda al que le habían dado cuerda con tanta
fuerza y estaba esperando desesperadamente que lo dejaran en el suelo para poder
girar sin control.

Admito que la idea de ir a la Isla de los Rumores era un poco loca. Algo así
como entrar en una habitación con un montón de posibles trampas ocultas.
Escenarios como ese solo funcionaban para personas como Indiana Jones (también
nos gustaban las películas) y otros que tenían locas habilidades de supervivencia.

Pero sabes, creo que tenía algunas habilidades locas en ese departamento.
Las cicatrices en mi cuerpo lo decían. Los pocos recuerdos que me perseguían lo
demostraban.
83
Incluso sobreviví a mí misma. Intenté suicidarme y viví.

Mis pensamientos, que habían comenzado un poco alegres, incluso


emocionados, se volvieron oscuros. Recordarme todo lo que había pasado era casi
deprimente, especialmente la parte en la que me di cuenta de que regresaría a un
lugar que, literalmente, me hizo sentir tan miserable que pensé que la muerte era mi
única opción. El suicidio no era cosa de broma. De hecho, era bastante imposible de
entender.

Estaba tan lejos de ese lugar mental. Ni siquiera podía imaginar querer
terminar con todo. Tenía demasiado por lo que vivir en este momento, y podía decir
eso con apenas algunos de mis recuerdos.

Me hizo preguntarme cuán drásticamente había cambiado desde antes. ¿Era


una persona completamente diferente, o era solo porque dondequiera que había
estado era una pesadilla?

No estaba segura.

¿Importaba siquiera?

Supongo que en algunos aspectos lo hacía, pero, ¿en otros? No tanto. Me


encantaba donde estaba ahora. Quién era. Eddie. No quería renunciar a ello. Me
encantaba esta pequeña ciudad brumosa, con su calle de ladrillos, pequeñas tiendas
familiares y vistas del escurridizo lago. Incluso me encantaba el misterio, y sí, me
sorprendí más de una vez escaneando el agua en busca de señales del legendario
monstruo del lago Ness.

Oye, podría estar totalmente ahí fuera.

Aun así, como le dije a Eddie solo unas horas antes, necesitaba algunas
respuestas. ¿Era extraño que solo quisiera saber cosas sin recordarlas realmente?
¿Eso significaba que la información que obtuviera sería menos confiable? ¿Porque
era vista y no sentida?

¿No recordar algo lo hacía menos significativo?

No pensaba que lo hiciera, pero de nuevo, realmente no lo sabía. Tal vez


volvería a hacer esa pregunta después de nuestro viaje por el lago.

En el momento en que el sol salió sobre el agua, disparando sus rayos dorados
en el horizonte, me levanté de la cama, incapaz de esperar un momento más. Eddie
estaba menos que emocionado por mi emoción. Sabía que estaba preocupado por
esto y por mí.

Sin embargo, no podía contenerme. De repente sentí que tenía algún tipo de
84
pista. Como si hubiera algo ahí fuera que me dijera algo. Sabía que volver allí era
arriesgado, pero tenía que hacerlo.

Después de poner una taza de café, retrocedí por el pasillo y me arrastré hacia
Eddie.

—Necesito ir a casa por un rato —susurré.

Hizo un sonido.

—Estás en casa.

Sonreí. Me gustaba cuando decía eso.

—Me refiero a la casa de Maggie. Necesito algo de ropa.

Sus ojos aún no estaban abiertos, pero respondió:

—Si te mudaras aquí, no necesitarías ropa.

Con un suspiro, puse mi mejilla contra su espalda; él estaba acostado boca


abajo. Su piel estaba caliente al tacto. Quería mudarme. Lo hacía. Pero no podía. Me
detenían las incógnitas, lo que dijo la viuda. Eddie me dijo una y otra vez que no
importaba si era Sadie o no. Le creía. Lo hacía.

Pero los sentimientos estaban sujetos a cambios.


Si descubría con certeza que yo no era la chica que perdió, ¿cómo podría no
reaccionar?

No quería hacer esto más difícil para él de lo que ya era. Después de todo, yo
no era la única víctima aquí. Eddie lo era tanto como yo. Incluso su amigo Robbie
quedó marcado.

—Pronto —susurré, esperando que fuera una promesa que pudiera cumplir.
Tal vez después de hoy, tendría lo que necesitaba para dar ese paso.

Eddie rodó sobre su costado y yo caí sobre el colchón frente a él. Su brazo
bajó, anclándome en el lugar. Sus ojos aún estaban cerrados.

Le di un toque en la nariz.

—Afuera hay luz.

Él gimió.

Presioné de nuevo.
85
—Te hice un poco de café.

Un ojo se abrió.

—Te quiero.

Ambos ojos se abrieron, y obtuve una sonrisa.

—De acuerdo —cedió—. Estoy levantado.

Me puse la ropa que tenía puesta el día anterior, me calcé las zapatillas
deportivas y le serví una gran taza de viaje con la bebida caliente. Yo no era una
persona de café. Lo bebía, pero prefería mucho más el chocolate caliente.

La mañana era fría y la hierba estaba húmeda por el rocío que resplandecía
un poco bajo el brillante sol de la mañana. El sonido de las olas estaba calmando esta
mañana, y por el aspecto del cielo, supe que sería un hermoso día otoñal.

En el momento en que estacionamos en el camino de entrada en casa de


Maggie, la puerta principal se abrió y ella asomó la cabeza.

—No intenten colarse por la puerta de atrás —nos dijo—. ¡Entren aquí! Estoy
haciendo el desayuno.

—Me gusta la comida —vociferó Eddie.


—Subiré en unos minutos. Me voy a cambiar y esas cosas —dije una vez que
estuvimos en el rellano. Él subió y yo bajé, el aroma de los panqueques me siguió
hasta mi habitación.

Todavía no tenía mucha ropa, algo que planeaba remediar una vez que
obtuve mi primer cheque de Loch Gen. No tenía la intención de desquiciarme
(desquiciarse = enloquecer; lo dijeron en la televisión. No sé por qué desquiciar y
locura eran similares, pero lo que sea) con las compras, pero elegir algunos artículos
que realmente amaba para mí me parecía un placer. Ahora no me arreglaba mucho,
algo que realmente no pensaba que cambiaría, pero podría ser bueno ser un poco
más femenina a veces.

Sin pensar demasiado en ello, saqué unos jeans descoloridos, una camiseta
de manga larga y unos calcetines. Los arrojé sobre la cama, fui al baño para
prepararme para el día, luego regresé y me vestí. Antes de subir las escaleras, miré
el pequeño monstruo del lago Ness que Eddie me había dado en la tienda. Lo
guardaba en mi cama.

Todo el piso de arriba olía a mantequilla y tensión. No era una combinación


muy buena, aunque muchos cocineros dirían que la mantequilla iba bien con todo.
86
—¿Qué está pasando? —pregunté.

Eddie estaba de pie en la puerta entre la cocina y el desayunador con una taza
en la mano. Maggie estaba frente a la estufa, vestida con mallas negras y un suéter
estilo kimono de gran tamaño con un diseño colorido.

Se giró, apuntándome con la espátula en señal de acusación.

—La Isla de los Rumores, Amnesia. —Su tono era de intensa


desaprobación—. De ninguna manera, jovencita.

Parpadeé. Desafiar a Eddie era una cosa... pero ¿Maggie? Esa era una bestia
completamente diferente.

—Maggie… —comencé, y ella comenzó a negar con la cabeza.

—¿Por qué diablos querrías ir allí? ¿Después de todo?

—Porque no es después de todo. Todavía está muy presente en mi vida —


expliqué.

Maggie se volvió hacia la estufa y volteó algunos panqueques.

—Todavía no me gusta.
—Tengo que hacerlo —dije, acercándome a su lado y tocándole el brazo—.
Por favor entiende.

Se quedó en silencio mientras movía los panqueques a un plato. Cuando


terminó, apagó la hornilla y dejó a un lado la espátula.

Miré a Eddie. Me guiñó un ojo.

Claramente, él no estaba tan molesto por esto como yo.

—Lleva esto a la mesa —dijo, entregándome el plato lleno de panqueques.

—Esto podría alimentar a un ejército —dije.

Ella se encogió de hombros.

—Eddie está aquí.

Cargamos nuestros platos en silencio, y miré a través de la habitación hecha


de ventanas hacia los árboles, que ofrecían rápidamente su follaje a la hierba que los
rodeaba. Todo estaba en hermosos tonos de marrón, naranja y amarillo. Había 87
estallidos de rojo vibrante e incluso algunas explosiones de color ciruela entre todo.
Una brisa otoñal agitaba las ramas y vi las hojas caer perezosamente.

Era hermoso y pacífico.

Maggie se aclaró la garganta.

—Realmente sientes que tienes que hacer esto.

Aparté los ojos de la vista y me volví hacia ella.

—Realmente lo hago. Yo. No nadie más. Tengo que ver ese lugar. Tengo que
sentirlo.

Esa parte me asustaba más. La sensación.

—¿Llevaran sus teléfonos? ¿Pedirán ayuda en cuanto vean algo remotamente


peligroso?

—Lo juro —intervino Eddie. Al ritmo que estaba consumiendo


carbohidratos, honestamente me sorprendió que hubiera estado escuchando.

La mirada de Maggie seguía preocupada, pero asintió.

—¿Tienes un bote?

Bueno, demonios. ¿Por qué no pensé en eso? ¿Había planeado nadar?


—Pensé en tomar prestado el de Tom —respondió Eddie.

Bueno, al menos lo había pensado bien.

Maggie se levantó y salió de la habitación. Aproveché la oportunidad para


deslizar un poco de tocino debajo de la mesa a Elmo. Un momento después, regresó
con un simple anillo de plata con una llave adjunta.

—No más tocino —dijo, mirándome con mala cara.

Eddie se rio.

—Ella te atrapó totalmente.

—¿Qué es eso? —pregunté, cambiando hábilmente de tema.

—Es la llave del bote de Chris.

Eddie levantó la vista de su plato.

—¿Todavía tienes el bote de Chris?


88
Ella asintió.

—Él amaba esa cosa, y nunca he sido capaz de separarme de él.

—Era un gran bote —estuvo de acuerdo Eddie.

—Eres bienvenido a usarlo hoy. Es un poco más grande, tal vez un poco más
bonito que el viejo bote de pesca de Tom.

Eddie hizo un sonido suave.

—Definitivamente lo es.

—¿Pero estás segura de que quieres que lo usemos? Debe significar mucho
para ti —pregunté.

—Oh, sí. Hace meses que no se ha encendido. Por lo general, hago que alguien
le dé algunas afinaciones cada año y, de vez en cuando, el mecánico lo saca al agua.
Pero solo se queda allí. A Chris le encantaría saber que alguien lo está disfrutando.

—No sé cuán agradable será este viaje —entonó Eddie.

—Sí, bueno… —asintió Maggie—. Exactamente por qué deberías tomar el


bote.

—Gracias —dije sinceramente. Eddie se hizo eco de mis sentimientos.


—Por supuesto. Si estás empeñada en hacer esto, entonces al menos puedo
apoyarte.

Mi silla hizo un sonido cuando se apartó de la mesa. Corrí y lancé mis brazos
alrededor de Maggie.

Ella me devolvió el abrazo con una risita.

—No me abraces todavía. Tengo una condición.

—¿Qué es? —pregunté, retrocediendo.

—Quiero verlos a ambos aquí para la cena. Querré detalles y ver con mis
propios ojos que están bien.

—Trato hecho —dijo Eddie, puntuándolo con un gran mordisco.

No me molesté en volver a sentarme. Estaba demasiado nerviosa, demasiado


inquieta. En lugar de eso, caminé frente a las ventanas, apenas capaz de admirar la
vista.
89
Un segundo después, Eddie se levantó de la mesa.

—Creo que, si no vamos pronto, tu cabeza puede estallar.

Me reí nerviosamente.

—No puedo evitarlo.

—Por favor ten cuidado —advirtió Maggie.

—Cuidaré de ella —prometió Eddie mientras guardaba las llaves del bote.

—¿Recuerdas dónde está nuestro muelle? —preguntó ella.

—Lo recuerdo.

Eddie me tendió la mano y fui a su lado.

Finalmente, finalmente, estábamos en nuestro camino.


Capítulo 10
Edward
Entendía por qué Amnesia quería ir a la Isla de los Rumores. Demonios,
incluso yo tenía curiosidad por el lugar. Mirarlo desde la orilla toda mi vida, y más
específicamente los últimos once años, solo lo construyó en mi mente.

Pero maldición. Esto era estúpido.

De todos modos, estaba haciendo esto. Nosotros lo estábamos haciendo.

Cierre. Para mí, de eso se trataba. Para ella. No para mí. Parecía que el cierre
que busqué todos estos años ya no era realmente necesario.

Eso me hizo sentir culpable. Pero también, me hizo sentir aliviado.

No sabía qué era esa luz que vimos ahí afuera, pero honestamente, parecía 90
una posibilidad remota que fuera el hombre que la secuestró. ¿Quién sería tan
estúpido como para andar por aquí? Era como pedir una sentencia de prisión.

O una tumba.

Yo era un fanático de la segunda opción. Pudrirse con los gusanos casi parecía
demasiado bueno para ese hijo de puta, pero bueno, lo aceptaría.

El agua estaba tranquila hoy, moviéndose suavemente con la corriente, sin


señales de tormenta o incluso de disturbios en el futuro cercano. Era el tipo de día
que amaban los pescadores, y había bastantes en el agua.

El bote de Chris estaba atracado en un embarcadero local, donde mucha


gente aquí en Lake Loch guardaba sus botes. También había alquileres disponibles
para aquellos que estaban aquí de vacaciones. El difunto esposo de Maggie tenía un
buen atracadero. Estaba cubierto, un lujo que muy pocos tenían aquí. El “garaje de
botes” parecía una pequeña choza de madera al final de un muelle. Las tejas de
madera de los lados se hundían hasta casi rozar la superficie del lago.

Cuando Maggie dijo que había mantenido el bote afinado, supuse que lo
encontraría en buen estado.

Maggie mintió.
No solo estaba en buen estado. Era la perfección. Mucho más allá de una
forma “utilizable”.

Estaba claro cuánto amaba a su marido, porque su bote todavía parecía


nuevo. Conociendo a Maggie, era lo último que podía hacer por él incluso en la
muerte.

—No sé mucho sobre botes —reflexionó Amnesia—, pero estoy bastante


segura de que este es muy bonito.

Ella tenía razón. Se veía como nuevo, y encendió como si lo fuera.

Cuando la embarcación atravesó el agua, esperaba que no pareciera “muy


bonito”, como si llamara la atención sobre nuestro enfoque. Eso era lo que pasaba
con navegar a una isla. No hay mucha sorpresa o secreto.

Tal y como estaba encaramada la casa, si había alguien dentro, solo tenía que
asomarse a una ventana para vernos llegar.

Mantuve los ojos bien abiertos, muy atenta a todo lo que me rodeaba en busca
de algo fuera de lo común... o de cualquier cosa.
91
No tenía idea de qué esperar, y eso significaba que no podía confiar en nada.

Quería que Amnesia obtuviera las respuestas que buscaba, pero en el fondo
esperaba que no hubiera nada allí, que la isla pareciera abandonada y no
encontráramos nada en absoluto. Esperar los registros dentales parecía una apuesta
mucho mejor que lo que estábamos haciendo. Am no podía esperar, sin embargo, y
yo no podía soportar verla sufrir mientras lo hacía.

Aparté mis ojos de nuestro entorno y miré a Am sentada detrás de mí. Quería
sentarse al frente, pero no estaba dispuesto a tenerla frente a mí. Si algo sucedía y
necesitaba protegerla, esto lo haría mucho más fácil.

Estaba mirando al frente, con los ojos fijos en la isla que se avecinaba. Parecía
mucho menos intimidante desde la orilla. Aquí afuera, a medida que nos
acercábamos, el tamaño, la forma y la apariencia casi salvaje se multiplicaron por
diez.

Los altos árboles sobresalían de la tierra rocosa, elevándose hacia el cielo azul
como espadas oscuras. La casa adquirió un aspecto andrajoso, como si a lo largo de
los años los elementos no hubieran sido benévolos y el propietario aún menos. La
casa no parecía tener mucho mantenimiento; en todo caso, parecía en ruinas,
necesitaba un trabajo serio de pintura, algunos arreglos y un techo nuevo.
Sabía por las conversaciones que había un muelle al otro lado de la isla, así
que tracé un amplio arco alrededor de ella, teniendo cuidado de estudiar tanto como
pude.

Hasta ahora, nada parecía estar mal.

Pero la Isla de los Rumores siempre parecía de esa manera.

Era un lugar engañoso.

Dejé una mano en el volante y estiré la otra detrás de mí, moviendo los dedos
en el aire. Segundos después, Amnesia deslizó la suya y la agarré, notando la
sensación fría de su piel y la forma en que temblaban sus dedos.

Era valiente, mucho más valiente de lo que tenía que ser.

La acerqué a mi lado, inclinándome cerca de su oído para no tener que gritar.

—¿Estás segura de que quieres hacer esto?

Ella asintió. 92
—Voy a detenerme en el muelle —dije, preparándome para apagar el motor
y entrar. No había botes aquí. Sin embargo, no sabía qué significaba eso. Tal vez la
viuda West solo tenía uno, o tal vez había más y quienquiera que estuviera aquí ya
se había ido.

Con el motor silenciado, escuché atentamente mientras aseguraba el bote al


muelle (el cual había visto días mejores). Los únicos sonidos que escuché provenían
de la naturaleza, lo que curiosamente hizo que esto fuera más extraño.

—Está tranquilo aquí —susurró Amnesia, como si también sintiera las


extrañas vibraciones en el aire—. ¿Y soy solo yo, o se siente más frío?

—Quédate conmigo en todo momento. No te alejes nunca. No importa qué.

Yo también estaba susurrando. Mientras establecía las reglas, tiré de los


extremos de la sudadera con capucha verde de Loch Gen más cerca de ella y le subí
la cremallera hasta el final.

Dios, la amaba tanto. Por favor, déjame mantenerla a salvo hoy.

—¿Qué pasa si lo encontramos? —Sus ojos se entornaron y un miedo genuino


la inundó.

Su terror me hizo sentir más feroz, más preparado para luchar. Una oleada
de adrenalina latía a través de mí.
—Llamaremos a la policía —dije, palmeando el bolsillo delantero derecho de
mi sudadera con capucha de Loch Gen donde puse mi teléfono.

Pueden venir a recoger su cadáver. No me molesté en decir eso en voz alta. Ya


estaba lo suficientemente asustada.

—Voy a hacer que responda a mis preguntas. —La determinación llenó su


voz.

—Lo prometo.

No hubo más estancamiento. No más espera y escucha. Fui el primero en


bajar del bote, agachándome para ayudarla a bajar a las tablas de madera en las que
no confiaba en absoluto. En lugar de sostener su mano, envolví un brazo alrededor
de su torso mientras caminábamos, en caso de que una de las tablas se cayera debajo
de ella y tuviera que moverme rápido.

El muelle no era muy largo. Llegaba hasta la costa, que era rocosa y no tenía
playa. Este lado de la tierra era más denso con árboles y naturaleza, para nada
utilizado. Desde el muelle, había un camino que cortaba justo entre dos árboles altos, 93
una entrada a lo que parecía un bosque oscuro. Sí, eso sonó un poco dramático. No
lo era.

—Este lugar es espeluznante —murmuró Am mientras caminábamos por el


sendero hacia los árboles.

—Definitivamente no está en mi lista de deseos de lugares para visitar de


nuevo —bromeé.

No había muchos sonidos de pájaros mientras caminábamos por el sendero.


O de pequeños animales corriendo entre las hojas y la hierba. Todo seguía aquí, casi
muerto.

O asustado.

Más adelante, vi que la línea de árboles se adelgazaba; más allá, todo parecía
un poco más brillante.

—La casa debe estar por ahí —dije, aunque probablemente ya lo descubrió
por su cuenta.

Efectivamente, en el momento en que llegamos a la línea de árboles, la casa


apareció a la vista.

—¿Cuántos años crees que tiene ese lugar? —preguntó, con la voz aún baja
mientras nos tambaleábamos en la línea de árboles.
—Al menos más vieja que yo. Estaba aquí antes de que naciera —respondí. Y
por el aspecto del edificio de tablillas blancas, definitivamente no recibió ninguna
actualización en los últimos veinticinco años.

—Vamos —dijo Am, tirando de mi mano. Empezó a caminar, pero me


adelanté, colocándome frente a ella a medida que avanzábamos.

El viento atravesó los árboles, tirando de mi cabello y mi ropa. Se sentía más


frío aquí; mis mejillas escocían un poco por el azote del aire.

De ninguna manera... de ninguna manera había pasado los últimos once años
aquí en esta isla, tan cerca y tan lejos. Este era un lugar horrible. Solo había estado
aquí unos minutos y ya no podía imaginar quedarme por mucho tiempo.

—Cuando quieras irte —dije—, solo di la palabra.

El suelo era irregular, la hierba crecía en parches y, en el medio, el suelo era


rocoso. Yo diría que la isla tenía entre un kilómetro y medio y tres kilómetros de
ancho. El único edificio que conocía era la casa, hacia donde nos dirigíamos.

—El frente debe estar al otro lado —dijo, tirando de mí hacia el lado, donde
94
un camino de tierra gastada nos guiaba.

No muy lejos de la casa había un tendedero antiguo. La hierba crecía


alrededor de los postes que lo sostenían. Dos delgadas cuerdas se extendían entre
ellos, meciéndose en el viento. En un extremo, la ropa olvidada volaba. Los extremos
de la sábana blanca estaban hechos jirones como si hubiera estado a la intemperie
por un tiempo. También había una toalla y un largo camisón blanco.

—Hay un jardín —dijo Am, señalando un terreno bastante grande


encajonado con madera y protegido por una pequeña fila de cercas de metal—. Ella
debe cultivar su propia comida.

—Tiene sentido —dije—. No venía a la ciudad muy a menudo.

—¿Hay otros pueblos cerca? ¿Accesible al lago?

Lo pensé y asentí.

—Sí, pero está más lejos. Un paseo en bote más largo.

—Ahí está la puerta —dijo.

Nos detuvimos alrededor del “frente” de la casa. Solo se distinguía como el


frente debido a la puerta roja descolorida en el centro. De lo contrario, se veía
exactamente igual que los otros lados por los que caminamos.
Resultaba siniestra la forma en que se erguía sobre nosotros, como si fuera la
dueña del terreno.

Los dedos de Amnesia temblaron en los míos, pero sus pies comenzaron a
avanzar. Subimos unos toscos escalones de piedra que conducían a la puerta
principal.

—¿Deberíamos tocar? —se preguntó.

Esta no era una llamada social educada. No estaba a punto de anunciar mi


presencia como un vecino. En cambio, extendí la mano y giré la manija. La puerta
cedió, un fuerte crujido llenó el aire mientras se abría.

Nos quedamos allí durante largos segundos, los dos algo sorprendidos de que
el lugar estuviera abierto. Por supuesto, cuando vivías en una isla privada y
espeluznante, probablemente no había muchas razones para encerrarte.

Nos quedamos allí el tiempo suficiente para que una gran ráfaga de viento
empujara detrás de nosotros y unas pocas hojas marrones y arrugadas volaran hacia
adentro, esparciéndose por el piso de madera. 95
Fui primero, usando mi brazo para proteger a Am, manteniéndola detrás de
mí. Mi mano libre se cernía sobre mi espalda baja.

Nadie lo sabía, pero había traído algo de ayuda. El frío metal del arma en
realidad me tranquilizaba contra la parte baja de mi espalda, metida en mis jeans
como una promesa de seguridad.

La usaría. Tampoco me arrepentiría.

Las tablas del suelo crujían bajo los pies. La casa olía un poco a rancio, pero
también a un toque de limón. Del tipo químico, del tipo en artículos de limpieza.

La casa no era muy grande, pero tampoco estrecha.

La sala de estar estaba a nuestra izquierda. El pasillo se extendía más allá, en


dirección a la parte trasera de la casa, donde pude ver una vista parcial de un
refrigerador blanco y las patas de metal de una silla empujada hacia la mesa de la
cocina.

—¿Hola? —gritó Amnesia. Su voz hizo que mis hombros se tensaran—. ¿Hay
alguien aquí?

El sonido del silencio resonó, eso y el viento soplando que hacía gemir la casa.
—Este lugar necesita un cambio de imagen serio —dijo Amnesia, mirando los
muebles viejos. Todo era de madera, el sofá tenía flores y el televisor tenía una
antena. Me preguntaba si incluso funcionaba.

—Este lugar sería un buen escenario para una película de terror —señalé.

—Está limpio, sin embargo —dijo Amnesia, moviéndose a través de la sala de


estar y pasando por debajo del arco que conducía a la cocina—. Como si la viuda se
preocupara por mantenerlo ordenado.

—Tal vez estaba aburrida entre secuestro y secuestro —dije inexpresivo.

—Eso sería divertido si no fuera cierto.

La cocina tenía un fregadero blanco de granja, gabinetes viejos de madera y


feas encimeras verdes.

—Mira esto —dijo Amnesia, soltando mi mano y yendo a la nevera antigua—


. Hay fotografías.

El frente del aparato se parecía mucho al de los demás. Lleno de fotografías e 96


imanes que muestran lugares de vacaciones. Había una de Boston, una de Lake Loch
e incluso una de California.

También había un imán abrebotellas y un bloc de notas con una sola palabra
garabateada en él.

—Parece que se quedó sin leche —observé, señalando el papel.

A Amnesia no le importaban los imanes ni la lista de la compra. Miró


atentamente las viejas fotografías, casi amarillentas, pegadas al frente.

—¿Crees que este era su marido? —preguntó, tocando el borde de una de las
fotografías.

Mi pecho rozó sus hombros y la espalda cuando miré la foto por encima de
ella. Era de un hombre y una mujer. Estaban posando para la cámara, con grandes
sonrisas en sus rostros. El hombre era aproximadamente una cabeza más alta que la
mujer, vestía una camisa de franela roja y pantalones caqui con botas. Estaba
sosteniendo un enorme pez en una línea, claramente orgulloso de su pesca.

Tenía el cabello oscuro y corto, estaba bien afeitado y tenía hombros anchos.

—Escuché que pasó algún tiempo en el ejército antes de que se mudaran aquí
—dije.

—Era bonita —indicó Amnesia, señalando a una viuda West joven.


Hice un sonido. Tal vez lo era. Sin embargo, no podía ver más allá de las cosas
de mierda que había hecho. Su cabello era largo como ahora, pero en lugar de gris,
era de un tono marrón claro. Estaba delgada, pero no tanto como ahora. Sus ojos
eran los más diferentes. En esta foto, tenía los ojos de una mujer enamorada. Una
mujer feliz, una mujer que aún conservaba la cordura.

Sus ojos no se veían así hoy.

Había otra imagen de la pareja de pie frente a un árbol de Navidad, el hombre


con un gorro de Santa y pantalones rojos. Y otra de ellos arreglados, ella con un
vestido de encaje blanco y él con un traje.

—Este debe ser el día de su boda —murmuró Amnesia.

—Mira esta —dije, inclinándome hacia la fotografía que estaba pegada al


fondo de la nevera, casi como si se hubiera resbalado, pero nadie se molestó en
arreglarla.

La saqué del refrigerador por completo, me enderecé y la sostuve frente a


Am, inclinándome sobre su hombro para mirarla con ella. 97
—¿Tuvieron un bebé? —preguntó Amnesia, la sorpresa hizo que su voz se
elevara.

—Nunca escuché eso —dije, perplejo.

Eran la viuda y su esposo frente a esta casa, que se veía muchísimo mejor.
Había flores esparcidas debajo de sus pies, y ambos estaban radiantes de orgullo. En
sus brazos había un bulto, inconfundiblemente un bebé, envuelto en una manta
blanca.

La parte superior de la cabeza del bebé era lo único visible y tenía muy poco
cabello.

Le di la vuelta a la foto, pero no había nada escrito en ella. Sin nombre. Sin
cita. Nada.

—Sí tuvieron un bebé, ¿dónde está? —preguntó Amnesia.

—Podría ser una sobrina o un sobrino. El hijo de quien tomó esta foto.

—Tal vez —corrigió Amnesia—. Es extraño…

—Todo aquí es extraño, cariño.

Volvió a pegar la foto en la nevera y exploramos el resto de la casa.


Estaba vacía. Cada habitación se veía igual que la anterior, ordenada,
anticuada y teñida con el olor de la excentricidad.

No me molesté en cerrar con llave al salir. Claramente, no estaban


preocupados por ese tipo de cosas.

—No hay nadie aquí —le dije a Am—. Deberíamos volver a casa.

Sin embargo, ella no estaba escuchando. Se había movido al último escalón y


estaba mirando hacia la isla.

—¿Amnesia?

—Por aquí —dijo, el sonido de su voz era ligeramente hueco. Se alejó, y yo


me apresuré a seguirle el paso. Al pie de las escaleras, tomé su mano y le di un
apretón.

Apenas miró hacia atrás antes de seguir adelante, alejándose de la casa y


cruzando el patio. El suelo descendió ligeramente antes de nivelarse. El viento
arrastraba el sonido de las olas al chocar contra las rocas, y el sol brillaba con fuerza.
98
Caminamos bajo los árboles, a través de la hierba alta e incluso a través de
rocas.

—¿A dónde vamos? —pregunté.

—No estoy segura —respondió y siguió caminando.

Desde este lado, no veía muchos navegantes, tal vez uno en la distancia. Este
lugar se sentía verdaderamente aislado, más de lo que pensé que podría. Era como
retroceder en el tiempo, como si esta isla fuera un portal a hace treinta años, viejo y
atrasado incluso en comparación con la ciudad de Lake Loch, que evoluciona
lentamente.

—Mira. —Amnesia prácticamente jadeó la palabra, deteniéndose tan rápido


que choqué contra ella, por lo que la agarré de los hombros para mantenernos
firmes.

Mis ojos siguieron los de ella.

—¿Es eso una tumba? —pregunté.

¿Qué demonios? Este lugar era malditamente extraño.

—Creo que sí —susurró y comenzó a avanzar.


Suspiré insoportablemente. Mi chica, damas y caballeros. Se dirigió hacia una
tumba en lugar de huir. Subimos una pequeña colina. Estaba cubierto de hierba
recortada y parches de tierra seca.

En el centro de un montículo aplastado había una cruz de madera toscamente


hecha. Llevaba allí mucho tiempo; la madera estaba descolorida y desgastada. Sin
embargo, estaba muy bien anclada, colocada allí con cuidado.

Justo debajo de la cruz había una pequeña losa rectangular. Era pulida, de un
gris oscuro y había un nombre y fechas talladas en la parte superior.

John West III

Esposo y Mejor Amigo

1959 – 1990

—Debe ser su marido —señaló Amnesia.

—Sí —acordé. Recordaba haber oído susurrar su nombre por la ciudad.


99
—Mira —dijo, estirando la mano, agarrando la parte delantera de mi
sudadera con capucha y señalando—. Hay otra lápida.

La había. Esta era mucho más triste que la anterior.

Amado niño.

Amnesia cubrió su boca con la mano. Sus hombros temblaron.

—Ella perdió a su esposo y a su bebé.

—No es de extrañar que esté loca —murmuré. De hecho, sentí pena por el
viejo murciélago.

—No puedo imaginar perder a mi esposo y a mi hijo.

La voz de Amnesia estaba abrumada por la emoción. Instantáneamente, se


giró y enterró su rostro en mi pecho.

La acerqué, frotando mi palma sobre su espalda mientras miraba las tumbas.


Tenía sentido por qué nunca dejó esta isla. Si su esposo y su hijo estaban enterrados
aquí, si este era el lugar que guardaba todos los recuerdos de la vida que vivió con
ellos...

Yo tampoco me habría ido.


—Se siente como una invasión estar aquí ahora mismo —confesó Amnesia,
mirándome con ojos tristes.

—Vamos. Vamos a casa —insté, metiéndola debajo de mi brazo y alejándola


de las lápidas.

—Estaba tan segura de que lo encontraríamos. Que encontraríamos algo.

—Todavía tenemos los registros dentales —le recordé.

—Quería más —susurró.

Sabía que estaba decepcionada, pero no pude evitar pensar que tal vez esto
era lo mejor.

Al llegar al tosco sendero, mis pies se dirigieron hacia la casa y más allá,
donde estaba atracado el bote. Pero Amnesia vaciló, sus pasos vacilaron.

—¿Am? —pregunté, dándome la vuelta.

La expresión de su rostro era lejana, angustiada. 100


Me acerqué y me encorvé a su alrededor.

—Oye, ¿qué pasa?

Ella parpadeó, la claridad entró en sus ojos.

—Por aquí —dijo, tirando de mí en la dirección opuesta.

—Creo que ya hemos visto suficiente —argumenté.

Soltó mi mano y se fue de todos modos, como si la espoleara algo que solo
ella podía ver. La ansiedad crujió a lo largo de mis terminaciones nerviosas mientras
la seguía.

Ella no dijo nada, y yo tampoco.

Caminó durante lo que pareció una eternidad, serpenteando alrededor del


borde de la isla, donde la tierra casi se desplomaba en el lago.

Los árboles se hicieron más espesos, la luz del sol atenuada por la cubierta.
Observé a Am dejar caer la sudadera con capucha sobre sus manos, metiendo los
dedos en la tela para protegerlos del frío.

Mis ojos permanecieron abiertos, mi cuerpo estaba en alerta máxima. Todo


dentro de mí estaba enrollado, anticipando algo… simplemente no sabía qué.
—¿Registraron toda la isla? —dijo de repente, con voz tranquila.

—Sí, registraron este lugar más de una vez. Nunca se encontró nada.

Unos pasos más tarde, se detuvo abruptamente, levantando la mirada.

—Ahí está —dijo, su voz terriblemente vacía de emoción.

Seguí sus ojos, mirando hacia los árboles.

Había un ciervo sobre nosotros, en lo alto de las ramas. Las hojas caían sobre
él, cubriendo de follaje la vieja y poco fiable madera.

—De ahí salté esa noche, la noche en que me encontraste.

Mi estómago se retorció. Acercándome a la línea de árboles, miré por el


borde, mirando hacia el agua. Era rocoso allá abajo. A unos metros de distancia, el
agua era más clara, menos peligrosa. Debió haber saltado hacia afuera, lejos de las
rocas.

—Supongo que eso prueba el recuerdo que tengo de saltar desde allí. De huir 101
de él aquí, en esta isla.

Me lancé hacia delante, agarrándola y tirando bruscamente de ella contra mí.


No estaba seguro de si la sujetaba tan fuerte por ella o por mí. Quizá por las dos
cosas.

—Él no está aquí —dije—. No puede lastimarte hoy.

—Los recuerdos siempre me dolerán. Amenazan con aparecer en cualquier


momento.

Mi corazón se estrujó. Ella tenía razón, y lo odiaba.

Amnesia se alejó y continuó.

—¿Adónde vas? —dije, apresurándome a alcanzarla.

No respondió, solo siguió moviéndose, zigzagueando entre los árboles. De


repente, se detuvo de nuevo, mirando a lo lejos. Podía ver la forma en que su
respiración se aceleraba, la forma en que su pecho subía y bajaba rápidamente.

Su cuerpo comenzó a temblar. Se mordió el labio con nerviosismo.

—Amnesia.

La agarré del brazo, tratando de acercarla.


—Aquí —dijo ella, resistiéndose—. Él está aquí.

La preocupación oscureció mi rostro.

—No hay nada aquí, cariño —dije suavemente—. Son solo árboles y tierra.

Sus ojos destellaron hasta los míos.

—Él está aquí —insistió—. Puedo sentirlo.

Me estaba asustando.

—Está bien —respondí pacientemente—. ¿Dónde?

Ella giró en un círculo, así que yo también lo hice.

—Nos estamos perdiendo algo —murmuró—. Piensa, Amnesia. Piensa.

Nos quedamos allí durante mucho tiempo. La vi pasearse por un área


pequeña una y otra vez. Se puso cada vez más agitada, lo cual era muy difícil de
soportar y observar.
102
Se desvió de su paseo y deambuló hacia el borde de la isla. La caída hacia el
agua no era tan pronunciada. Estaba de pie de espaldas a mí, el cabello ondeando
salvajemente alrededor de su rostro, y el lago Ness gigante en la parte posterior de
la sudadera con capucha me miraba, casi burlándose.

—¿Por qué no puedo recordar? —gritó hacia el agua—. ¿Por qué?

Ya terminé con esto. He terminado de verla sufrir.

Corrí hacia adelante, envolví mis brazos alrededor de ella por detrás y la
apreté contra mí.

—Ya es suficiente, Am. No más. Me estás matando.

Empezó a llorar. Sus profundos sollozos me herían tanto que me dolía incluso
respirar.

—Solo quiero saber —se lamentó, sus rodillas se doblaron.

Sostuve su peso, manteniéndola erguida mientras sollozaba. Presioné mi


rostro en su cuello, deseando saber cómo quitarle esto.

Se volvió sollozando, rodeó mi cintura con los brazos y se apretó contra mí.
Presioné mi mano contra su nuca.

Lloró más fuerte, luego se desbarató, tropezando unos metros detrás de mí.
Fui tras ella. Antes de que la alcanzara, se desplomó en el suelo, sentada con
las piernas cruzadas e inclinando la cabeza.

Los sollozos flotaban a su alrededor, y mi corazón se rompió. Me hundí en el


suelo con ella, abrí las piernas para que estuviera entre ellas y la atraje hacia mí.

Su llanto se calmó hasta que los únicos sonidos fueron su respiración pesada.
Se limpió el rostro con mi manga una y otra vez, pero solo la abracé con más fuerza.

Sabía que debía arrastrarla fuera de esta isla infernal, pero al mismo tiempo,
sentía que necesitaba sentarse aquí y llorar.

Su repentino jadeo fue tan violento e inesperado que me eché hacia atrás,
mirándola, alarmado.

—¿Amnesia?

A ciegas, extendió la mano, apretando mi muñeca con una fuerza que


realmente no sabía que poseía.

—¿Revisaron todo aquí? —preguntó de nuevo. 103


Quería gemir.

—Sí, cariño. En todos lados.

—¿Ahí abajo? —susurró y señaló el suelo.

Fruncí el ceño.

—¿El suelo?

Ella sacudió la cabeza con impaciencia.

—Debajo de él.

—¿Qué quieres decir?

Mi corazón comenzó a latir con fuerza.

—Él está aquí —entonó. Sus dedos arañaron la tierra en la que nos
sentamos—. Bajo tierra. Debajo de nosotros.
Capítulo 11
Amnesia
—Ayúdame a buscar —dije, poniéndome de pie y quitándome la humedad de
las mejillas.

—¿Para qué? —preguntó Eddie.

—¡Para encontrar una puerta! —exclamé—. ¡Una abertura! ¡Algo!

No lo esperé, así que comencé a buscar en el suelo señales de algo. Sabía que
estaba aquí. Estaba segura de ello.

—Nena —dijo, casi como si sintiera pena por mí.

Algo dentro de mí se rompió. Me levanté de un tirón, mirándolo directamente


a los ojos. Mi cuerpo estaba vibrando, temblaba mucho. 104
—No me mimes —medio gruñí—. Te estoy diciendo que hay algo aquí.
Créeme.

Una lágrima solitaria se deslizó por mi mejilla y rápidamente la sequé. Las


lágrimas no me llevarían a ninguna parte.

Parpadeó. Y asintió con firmeza.

—Por supuesto, te creo.

No dijimos nada más después de eso. En lugar de eso, trabajamos con los
rostros vueltos hacia el suelo.

Los destellos de los recuerdos que tenía antes me perseguían. El sonido de


cadenas repiqueteando, la forma en que todo estaba siempre oscuro. Siempre frío.
La pared y el suelo casi toscos, como si estuvieran hechos de hormigón dentado... o
roca.

La sensación de que, cuando la luz tenue brillaba en el espacio era como si el


cielo mirara al infierno.

Tal vez no me habían retenido en la isla.

Tal vez estaba en ella. Bajo ella. Escondida en algún lugar que nadie esperaría.
—Maldición. —La voz de Eddie irrumpió en mis pensamientos. Levanté la
mirada.

Estaba mirando un trozo de hierba, con el cuerpo inmóvil y la tensión


irradiando de cada miembro.

—¿Eddie? —pregunté.

Levantó la mirada, sus ojos lucían parcialmente incrédulos, parcialmente


enojados. No dijo nada, solo me tendió la mano. Me acerqué a él rápidamente,
tomando su mano, que era mucho más caliente que la mía.

—Mira —dijo, atrayéndome a su costado, poniendo su brazo alrededor de mi


cintura.

—¿Qué estoy mirando? —pregunté, un poco confundida.

—¿Notas algo diferente en esta hierba?

La estudié, luego miré a mi alrededor y a todo lo que estaba cerca.


105
—Simplemente se ve un poco más verde que el resto.

La hierba aquí estaba irregular, pero ese era solo el paisaje de la isla, no
necesariamente algo extraño.

—Exactamente —murmuró, y luego me voló la cabeza.

Eddie se inclinó, tomó grandes puñados de la hierba alta y más verde y tiró
de ella. Cedió, levantándose del suelo como una alfombra pesada, plegándose sobre
sí mismo mientras se enderezaba.

Jadeé y miré la plataforma de madera que estaba escondida debajo.

—Tenía razón —repetí, casi como si me sorprendiera a mí misma.

Había un pequeño anillo de metal atornillado en la parte superior de la puerta


de la escotilla y varios cerrojos grandes que la mantenían cerrada con seguros desde
el exterior.

Atrapada.

Encerrada.

Escondida en la oscuridad.

Oculta a la vista.
Las lágrimas llenaron mis ojos de nuevo. Eddie hizo un sonido y tiró de mí
hacia él.

—Esto es malditamente enfermo —dijo con voz áspera.

No dije nada. Mi estómago se llenó rápidamente de temor y esa sensación de


pánico y vacío comenzó a apoderarse de mí.

—Todas las cerraduras están abiertas —observó Eddie, algo que se me había
escapado por completo.

—Crees que él… ¿está ahí abajo? —Temblé—. ¿Es-escondiéndose?

Sus brazos me sujetaron con más fuerza, tan fuerte que casi dolía.

—No sé. —De repente, entró en acción, prácticamente saltando sobre la


puerta y cerrando dos de los cerrojos.

—¿Qué estás haciendo?

Levantó la vista, sus ojos azules eran salvajes. 106


Atraparlo adentro. Manteniéndolo allí hasta que llegue el sheriff.

—¡No puedes! —lloré.

Frunció el ceño.

—Necesito saber, Eddie. Ahora. Necesito preguntarle si realmente soy Sadie.


Si me mantuvo allí abajo todos estos años.

Un sonido torturado salió de él.

—¿De verdad crees que te mantuvo encerrada en un agujero todos estos


años?

Mi barbilla tembló.

—Realmente lo creo —susurré—. ¿De qué otra manera habría sabido que
estaba aquí?

La mandíbula de Eddie se movió, pero estaba más allá de ver su ira. Más allá
de ver realmente cualquier cosa excepto el pasado.

—Me rompió el brazo ahí abajo —dije, sin emoción en mi voz—. Cortó mi
cabello allí porque se enojó cuando lo trencé… —Mi voz se detuvo cuando recordé
las cadenas—. Estaba desnuda, encadenada… me violó.
Un sonido gutural resonó por toda la isla. Salté por la intensidad del sonido.
La realidad volvió, mi estómago se tambaleó y tragué, tratando de contener el
vómito.

—A la mierda con la policía —dijo Eddie en un tono que no reconocí. En un


tono que coincidía con el sonido que pensé que era animal—. Voy a bajar allí.

Casi se me salen los ojos de la cabeza. Mi boca se abrió de par en par. Estaba
de pie allí, con las piernas abiertas y plantado contra la escotilla. Había un arma en
su mano, desenfundada y lista, como si supiera exactamente qué hacer con ella.

Ni siquiera sabía que tenía un arma.

—Oh, Dios mío —susurré—. ¿De dónde sacaste eso?

No me miró cuando respondió, sino a la madera.

—¿Pensaste que te traería aquí sin una forma de protegerte? No pensé que la
necesitaría… pero en mi pesadilla más salvaje, nunca pensé que estaría cayendo en
un agujero donde torturaron a la mujer que amo.
107
Ni siquiera pensé en el arma o en su sólida intención de matar. Ni siquiera
noté el borde asesino en sus ojos o la forma tensa en la que habló. Él era mi Eddie, y
mi Eddie no era una amenaza para mí.

Me apresuré, mis pies golpearon la madera.

—No puedes usar eso. —Puse una mano en su pecho. El latido de su corazón
era inconfundible—. No eres un asesino.

—No —estuvo de acuerdo, poniendo su mano libre sobre la mía—. No lo soy.


Pero tampoco soy un santo.

—No necesito un santo. Pero necesito que estés aquí, y si se corre la voz de
que mataste a un hombre en la isla de los Rumores, te arrestarán.

—No, no lo harán. —Sonaba tan seguro—. Nadie en la ciudad me denunciaría


por asesinar a este hijo de puta.

—Ni siquiera sabemos si está ahí abajo —razoné—. Al menos guárdala hasta
que lo averigüemos.

—Si la guardo y lo encontramos, será demasiado tarde.

Tenía un punto.

—Al menos quita el dedo del gatillo.


Sus ojos se encontraron con los míos.

—Sabes que nunca te lastimaría.

—Lo sé.

Asintió y quitó el dedo del gatillo, pero mantuvo el arma en la mano.

—Veamos si está ahí abajo. Luego decidiremos qué hacer —dije, tratando de
ser sensata.

Estaba claro que Eddie podría no ser capaz. Su intensa ira podría impedirle
pensar con claridad. A pesar de que quería desesperadamente respuestas y hablar
con el hombre que me robó la vida, si estaba allí, sería mejor dejar que la policía se
lo llevara.

Tomaría más tiempo obtener mis respuestas de esa manera.

Pero también podría mantener a Eddie fuera de la celda de la cárcel junto al


pervertido.
108
—Quédate atrás —advirtió Eddie—. Promételo.

—Lo prometo.

Asentí solemnemente. Presioné una mano en mi estómago, tratando de


calmar la forma en que se agitaba.

—Retrocede —dijo, metiendo el arma en la cinturilla de sus jeans.

Retrocedí varios metros, incapaz de apartar los ojos de la cerradura.

Eddie se movió frente a mí, ahuecando mi mandíbula con sus manos firmes.

—Mírame.

Lo hice, sus ojos azules eran un maravilloso lugar para encontrar paz.

—Te amo —prometió—. No importa qué, ¿de acuerdo?

Fue difícil tragar. La emoción obstruyó mi garganta. En lugar de hablar,


agarré la parte delantera de su sudadera con capucha, llenando mi mano con la tela.
Me puse de puntillas, me incliné y me encontró a mitad de camino.

Nuestro beso casi chisporroteó en el aire. Ciertamente envió una emoción


crepitante a través de mi cuerpo. Me abrazó con fuerza, hundiendo su lengua
profundamente en mi boca. Un pequeño sonido de consuelo hizo eco en mi garganta
mientras el beso seguía y seguía.
Con qué facilidad me alejó de la realidad, incluso por solo un pequeño
segundo. Con qué facilidad me devolvió el equilibrio, incluso cuando estábamos
parados aquí en un terreno irregular. Este era uno de los momentos más precarios
de toda mi vida (que pueda recordar), y estaba muerta de miedo, a punto de vomitar
o llorar. No tenía idea de lo que sucedería después.

Pero no importaba.

Él estaba aquí. Era mío.

El beso se hizo más suave, más gentil. El cálido grosor de su boca era tan
deseable que me eché hacia atrás lo suficiente como para lamerle el labio inferior.

Me sonrió y me acurruqué contra su pecho, sumergiendo mi rostro en él.


Nuestros cuerpos se mecieron un poco hacia adelante y hacia atrás mientras me
sostenía. La comodidad con la que me rodeaba era inigualable.

El momento que creamos entre nosotros duró poco. Interrumpido por


algunos golpes tentativos.

Eddie se enderezó y giró, arropándome detrás de él y sosteniéndome allí con


109
ambos brazos.

—¡Quién está ahí abajo! —llamó, con voz profunda y baja.

Hubo otro golpe, más fuerte esta vez.

—¡Hola! —respondió una voz apagada.

—Quédate atrás —dijo Eddie—. Probablemente sea un truco.

Asentí, con los ojos muy abiertos, y observé mientras se acercaba y sacaba su
arma. Después de deshacer uno de los cerrojos, colocó su mano sobre el otro.

—Voy a abrir esta puerta y tengo un arma. ¡Te mataré a tiros, así que no
intentes una mierda! —escupió.

Me estremecí.

—¡Por favor no! —gritó la voz, todavía ahogada desde donde estaba.

El rostro de Eddie se desencajó. Era la expresión más extraña que jamás le


había visto poner. El arma en su mano se aflojó por un momento.

Luego, sacudió su cabeza, quitó la cerradura, agarró el anillo de metal y abrió


la puerta.
Capítulo 12
Edward
La puerta golpeó contra el suelo cuando la abrí de golpe. Todo lo de abajo
estaba oscuro y quieto. El olor a tierra y a moho se elevó y envolvió mi nariz.

Levantando el arma, la apunté a la abertura porque, francamente, esperaba


que algo se lanzara en un ataque planeado.

—Hola —llamé al agujero oscuro, extrañado por el hecho de que alguien


acabara de estar allí pero que ahora fuera tragado por la oscuridad.

—¡Quién está ahí abajo! —volví a gritar.

Amnesia se movió y miré para asegurarme de que estaba bien. Parecía casi
demacrada. El estrés de esta isla, los sentimientos que le provocaba o tal vez los
recuerdos, podría ser un cóctel de los tres, le estaban haciendo daño. La estaban
110
agotando.

Eso me asustaba.

—¿Es él? —preguntó, con la voz baja.

Me rechinaron los dientes. El hecho de que alguien pudiera herirla me dejó


estupefacto.

—¡Muestra tu cara! —rugí, esta vez con una amenaza subyacente en mi tono.

El leve sonido de movimiento abajo me hizo ponerme rígido. Volví a levantar


el arma, apuntando y manteniéndola firme con ambas manos.

Lenta, dolorosamente lentamente, una figura se movió hacia la luz que


entraba.

Capté un destello de tela blanca antes de que se levantara un rostro, y se me


cortó la respiración.

De todas las cosas que esperaba ver en aquella cueva hecha por el hombre, vi
la última que nunca imaginé.

No era un hombre.

O un animal.
Era un fantasma.

—Eddie —susurró como si tampoco pudiera creer lo que veía.

Aparté mi mirada y miré a Amnesia. Luego volví a bajarla al agujero.

Seguía allí. Ambas.

—¿Qué pasa, Eddie? —preguntó Amnesia.

Volví a mirar hacia abajo, sintiendo que mis rodillas empezaban a temblar.

—Eddie, viniste por mí —dijo la voz en el agujero, y entonces empezó a llorar.

—Sadie —susurré—. Sadie.

Me miraba, un rostro tan familiar, un rostro que parecía ser el mismo, solo un
poco más viejo.

—¿Te acuerdas de mí?

Quise gemir. ¿Cómo podría olvidarla? 111


—Eddie, ¿quién es? —preguntó Amnesia, acercándose sigilosamente.

Mi cuerpo se tensó de nuevo.

—Quédate atrás —advertí. El peligro de esta situación no se borraba porque


estuviera mirando a un fantasma.

—¿Quién más está ahí abajo? —exigí, con dureza.

—Estoy sola —respondió la chica del agujero. Su voz tembló—. ¿Él está ahí
arriba?

—No hay nadie más que nosotros —le dije.

—¿Significa eso que puedo ir a casa? —preguntó y comenzó a llorar de nuevo.

Se me apretó el pecho. Hice lo único que se me ocurrió hacer. Me tiré al


agujero.

La voz de Amnesia sonaba asustada y frenética por encima de mí. En cuanto


aterricé, levanté la mirada. Se asomó por el borde. Sus pequeños y pálidos dedos se
enroscaban alrededor de la abertura.

—¡Eddie!

—Está bien —le dije—. Estoy bien. Enseguida subo.


Mis ojos tardaron un minuto en adaptarse a la escasa luz. Deseé tener una
linterna, pero como era de día, no había pensado en traer una.

El sonido de una cerilla arañando algo me puso en alerta, pero entonces un


suave resplandor llenó la oscuridad.

Miré al otro lado del espacio donde ella estaba. En su mano sostenía una vela.
Estaba vestida con un camisón blanco tan largo que llegaba al suelo. Los tirantes
eran finos, al igual que el material, y necesitaba un buen lavado.

Tenía el cabello claro, pero no tan rubio como recordaba. Los mechones eran
lacios y largos, le colgaban por la espalda, más allá de los hombros. Era delgada, de
estatura media, con ojos marrones.

—Viniste a buscarme —dijo finalmente, sin apartar los ojos de mi rostro—.


Sigues teniendo el mismo aspecto. Solo que mucho más guapo.

Gemí. Me arrancaba el alma.

—Sadie —dije—. ¿Realmente eres tú?


112
—Realmente soy yo.

Me lancé a través de la oscuridad, sin ningún pensamiento en mi cabeza.


Colocó la vela en una mesa cercana y la atraje hacia mis brazos.

Se derritió contra mí. Los largos mechones de su cabello me rozaron los


brazos mientras la apretaba.

—Pensé que no volvería a verte —dijo emocionada—. Pensé que iba a morir.

—No —dije, inflexible, retrocediendo y tomándola por los hombros—. No


dejaré que eso ocurra.

Sus ojos recorrieron mi cara. Levantó la mano y me tocó los rizos.

—Sigue siendo rizados después de todo este tiempo.

No podía creer que fuera ella. La chica que perdí. La chica que estaba
convencido de que era mi futuro.

—Lo siento mucho —dije, sin poder evitar la angustia en mi voz—. Siento
mucho haber dejado que esto te pasara. Yo...

Me abrazó de nuevo, silenciando mis palabras.

—Gracias por venir. Gracias por salvarme.


Su voz era la misma. Los recuerdos volvieron a mí, todo el tiempo que
pasamos juntos.

Detrás de nosotros se oyó un golpe, y una sombra cruzó por la abertura del
techo. Sadie reaccionó al instante. Su cuerpo se puso flácido. Se deslizó por mi
cuerpo y cayó al suelo, arrojando los brazos sobre su cabeza. Me quedé mirando con
asombro y horror mientras se acobardaba.

Hubo otro fuerte sonido que resonó alrededor del agujero.

—¡Oh, Dios mío! ¡Ya viene! —gritó, extendiendo la mano y agarrando mi


pie—. Está viniendo. Escóndete.

113
Capítulo 13
Amnesia
Saltó.

Literalmente, saltó hacia un agujero oscuro y sospechoso en el que estaba


acuclillado un asesino.

¿En qué demonios estaba pensando?

Corrí a mirar hacia abajo, preparada para lanzarme allí abajo si era necesario.

—Está bien —gritó—. Estoy bien. Ahora mismo subo.

¿Se ha vuelto loco?

¿Con quién estaba hablando allí abajo, y por qué la voz parecía familiar? No 114
se parecía en nada a la de un hombre.

No había gritos ni disparos (gracias a Dios), nada que me hiciera pensar que
algo terrible estaba pasando allí abajo.

Si no hay nada terrible, ¿entonces qué?

¿Qué demonios está pasando?

Me levanté y me moví un poco, manteniéndome muy cerca de la abertura.


Sabía que tenía que bajar inmediatamente. El deseo de averiguar exactamente lo que
se escondía en aquel agujero, lo que componía el espacio, era intenso.

Pero...

Algo me retenía.

Eddie estaba allí abajo. No estaba gritando ni luchando. Eso significaba que
debía ser más o menos seguro. ¿No es así?

Probablemente no.

Estaba asustada. Tan asustada que me temblaban las extremidades y sentía


que podría orinarme en los pantalones.

PD: No le cuentes a nadie esa parte. Qué vergüenza.


¿Y si bajaba y no volvía a subir? ¿Y si la abertura se cerraba o el hombre
aparecía y me encerraba allí abajo?

¿Y si bajaba y los últimos once años se repetían en mi cabeza en avance rápido


y mi vida cambiaba para siempre?

Eddie hizo un ruido y me apresuré a volver. Había un suave resplandor en


algún lugar allá abajo, a un lado.

—¿Eddie? —lo llamé.

No respondió.

Mi barriga se retorció. Empecé a morderme las uñas.

—Eddie, ¿estás bien? —volví a llamar.

Todavía nada.

Me levanté de un salto y me alejé. Luego volví a caminar.

Iba a bajar. Al diablo con las consecuencias. Si fuera yo, Eddie ya estaría allí 115
abajo, listo para luchar.

Me acerqué, con la determinación (o tal vez la adrenalina) llenando mis


miembros. Había una escalera de metal que bajaba al agujero. Era delgada, insegura
y con un aspecto francamente aterrador. Me di la vuelta y dejé caer mis pies sobre
el último peldaño. El metal vibró con fuerza, haciendo que toda la parte inferior de
mi cuerpo temblara, pero no me detuve.

Empecé a bajar, con el metal gimiendo y moviéndose a medida que avanzaba.

—¡Oh, Dios mío! Ya viene. Ya viene. Escóndete —gritó una mujer. Mi cuerpo
reaccionó, girando hacia su grito. Esa voz me resultaba familiar...

—¿Hola?

—No es él —dijo Eddie—. No pasa nada. Nadie va a hacerte daño.

¿Con quién estaba hablando?

—Amnesia. —Eddie apareció en la oscuridad cuando estaba a punto de llegar


al fondo. Me dolían los dedos de tanto agarrar el metal—. ¿Qué estás haciendo?

—Te llamé. No respondiste —respondí.


Extendió la mano, me levantó completamente de la escalera y me puso
suavemente en pie. Levantó la barbilla hacia la superficie donde entraba la luz del
sol.

—No podemos estar todos aquí abajo —dijo, sombrío.

—Lo siento —susurré, mirando a mi alrededor.

—No lo sientas —dijo, inclinándose y besando mi sien—. Tenías miedo.

—Todavía lo tengo —susurré.

Eddie me rodeó con un brazo y yo apoyé mi mejilla en su pecho con un


suspiro. Desde la seguridad de sus brazos, mis ojos recorrieron el espacio mal
iluminado.

Las paredes eran de roca, como si este lugar estuviera tallado en la tierra. El
suelo era duro, irregular y sucio. Tuve un claro recuerdo de lo que sentí al ser
arrastrada por la superficie, completamente desnuda, y me estremecí.

El otro brazo de Eddie me rodeó y me agarré a su brazo. 116


Había una tosca mesa de madera y cadenas... muchas cadenas gruesas y de
aspecto oxidado.

Mis ojos se movieron más allá de ellas, más allá de la parte vacía de la
habitación, donde había una prenda de ropa enrollada, y luego hacia la luz... y la chica
que estaba dentro de ella.

En el momento en que nuestras miradas chocaron, jadeé y me separé de


Eddie.

—Sadie —murmuré sin querer.

—Te acuerdas —dijo ella, mirándome tan intensamente como yo le devolví


la mirada.

—Eres Sadie —repetí, con la sorpresa invadiéndome.

Empezó a decir algo, pero me giré, con las lágrimas inundando mi visión, y
miré a Eddie.

—No soy ella —dije, con la voz débil y temblorosa—. No soy Sadie.

Él negó con la cabeza.

—No, cariño. No lo eres.


Me derrumbé contra él, con un sollozo que me arrancó el pecho. Mientras
lloraba, mi mente se aceleró. Había venido aquí en busca de respuestas, pensando
que encontraría a mi secuestrador. Pensando que encontraría pruebas de lo que
todo el mundo ya sabía.

Que era Sadie. La chica que desapareció hace más de once años.

Resulta que todos tenían razón al dudar de ello. Incluso Eddie.

No era Sadie. Ella lo era. Y la conocía... pero no sabía cómo.

No sabía cómo conocía nada de este lugar, pero era tan obvio que lo hacía.

No soy Sadie. Como dijo la viuda West.

No te quiere. El vil eco crujió en mi mente, y me estremecí.

—Oye —murmuró Eddie, rozando mi cabello—. No pasa nada.

No estaba bien. Nada de lo que creía saber estaba bien. ¿Algo lo estaba?

—Si no soy ella, ¿entonces quién soy? —Me aparté y miré a Eddie. 117
Me tomó la mejilla y apoyé el rostro en su palma.

—Amnesia —respondió—. Mi Amnesia.

Al otro lado de la habitación, Sadie hizo un ruido. Eddie se apartó de mí y se


dirigió a ella inmediatamente. Empezó a llorar antes de que él la alcanzara, y lo vi
rodearla con sus brazos.

Me quedé mirándolos durante mucho tiempo, tratando de entender un poco


de todo esto.

Oí su voz, intenté escuchar lo que decía, pero estaba perdida en mi propia


cabeza, en mi propio mundo.

De nuevo, miré alrededor de la habitación, viendo cosas que me eran


familiares, y sucumbí a un repentino envolvimiento de emociones que me agotaron
al instante.

Este lugar era tan vil. Tan horrible.

Había rezado por morir aquí abajo más que por escapar. El dolor resonaba en
mi cuerpo, especialmente en el lugar donde me habían roto el brazo y en la espalda
donde me habían azotado.
De repente, un fuerte grito se extendió por la habitación. Alguien empezó a
gritar: ¡Para, por favor, para! Va a morir.

Todo esto es tu culpa, Sadie.

Todo. Tu. Culpa.

El silbido del cuero cortando el aire y luego la fuerte bofetada que hizo contra
la piel fue evidente. Caí de rodillas mientras un dolor sin precedentes se apoderaba
de mí.

Alguien gritaba, se retorcía de dolor, pero la paliza continuó.

Eres la siguiente, Sadie, entonó. Eres la siguiente si no te callas.

El vómito me quemó la parte posterior de la garganta. Sentí que corría a


través de mi cuerpo y salía por mi boca. Sentía las rodillas raspadas y en carne viva,
pero el dolor era tenue comparado con el de la espalda.

Volví a respirar, la realidad chocó con la memoria. No sabía qué era real y qué
no. Ni siquiera sabía quién era. 118
—¿Quién soy? —pregunté y volví a exhalar, con el vómito ardiendo al salir.
Me dolió tanto que sentí que mis pulmones podrían colapsar.

Eres mía, entonó una voz profunda. No eres de nadie más que mía.

—¡Amnesia! —suplicó Eddie—. Jesús, por favor.

—¿Eddie? —pregunté, levantando la cabeza. Sentía que estaba saliendo del


coma de nuevo. La confusión y la luz se enfrentaban en mi interior. Tosí.

—Am, cariño, está bien. Ya has salido. Estás fuera de esa cueva retorcida.

—¿Qué? —gemí.

—Estás aquí conmigo. Nadie va a hacerte daño. Lo juro.

—Por mi vida —susurré—. Serás mío para siempre. —Las palabras, aunque
las pronuncié, me calmaron. Probablemente porque eran las palabras originales de
Eddie.

Sentí sus manos en mi cabello. Todo parecía volver, realinearse. Ya no me


sentía en el mejor (o peor) remolino del mundo. Al abrir los ojos, vi a Eddie por
encima de mí, con el sol a sus espaldas, sus rizos negros brillando y alborotados por
el viento.

Sentí que le sonreía.


—¿Qué ha pasado? —pregunté, incorporándome.

—Tuviste una especie de ataque de pánico —dijo, con la preocupación


ensombreciendo su rostro—. Estar ahí abajo fue demasiado.

Me acordé de todo y me estremecí.

—¿Estamos fuera?

—Por supuesto. Te saqué en brazos en cuanto te derrumbaste.

—Creo que he vomitado. —Me rodeé el vientre con un brazo.

—No pasa nada. Ese lugar también me da ganas de vomitar.

Quería sonreír, pero la realidad era demasiado en este momento.

—Quiero irme —afirmé.

—Yo también. Este lugar apesta.

Le agarré la muñeca. Me miró con una pregunta en los ojos. 119


—¿Qué pasa con Sadie?

—Voy a buscarla y luego podemos irnos. —Hizo una pausa—. ¿Estás bien?

Asentí con firmeza y se apartó de mi lado.

Así que venía con nosotros, entonces. Por supuesto que sí. Dejarla aquí no era
una opción. Yo, más que nadie, sabía por lo que había pasado. Incluso la pequeña
parte que recordaba era un infierno.

Y ella lo recordaba todo.

Ella pertenecía a Lake Loch. Merecía recuperar su vida. Maggie era la mejor
amiga de su madre. Joline y Jeremy conocían a sus padres, y Eddie era su amor de la
infancia. Incluso Robbie había sido su amigo.

Esas personas, eran su gente.

También eran las mías, ¿verdad?

Todos habían echado mucho de menos a Sadie durante los últimos once años.
Tanto que todos querían creer que yo había sido ella. Me abrieron sus brazos, sus
hogares. ¿Todo fue porque pensaban que era ella?

Sé que no debía sentir que estaba viviendo la vida de otra persona, porque
técnicamente todo el tiempo que pasé viviendo en Lake Loch era mío.
Pero no podía evitarlo.

No pude evitar preguntarme cuán drásticamente cambiarían todo las


respuestas que encontré hoy.

120
Capítulo 14
Edward
Teníamos que salir de aquí. No había nadie en la Isla de los Rumores, pero
eso podía cambiar en cualquier momento.

No me cabía la menor duda de que había un hombre al acecho en alguna


parte, un hombre que había hecho daño a Amnesia y a Sadie.

Mierda, encontré a Sadie.

No había manera de que la viuda pudiera haber hecho todo esto sola.

Dejando a Am arriba, bajé de un salto al agujero, sorprendido de que no nos


hubiera seguido cuando me apresuré (con bastante torpeza) a subir la escalera con
Amnesia.
121
—¿Sadie? —pregunté, sin saber cómo acercarme a ella. Quería agarrarla y
correr rápidamente, pero me contuve. Ella era frágil; eso era totalmente obvio. Dios
mío, la forma en que se acobardó cuando pensó que el hombre iba a volver...

Si antes lo había querido muerto, ahora las ganas eran diez veces mayores.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, su voz pequeña en la oscuridad.

—No pasa nada —le prometí—. Estar de vuelta aquí es... difícil para Amnesia.
—Eso sonó estúpido a mis oídos. Estúpido e insensible. Esto era mucho más que
“duro” para ella, y para Sadie también.

—¿La llamas Amnesia? —preguntó con curiosidad, volviendo al suave


resplandor de la linterna.

—Ese es el nombre que se puso a sí misma.

—¿Y su verdadero nombre?

—Ella no sabe su verdadero nombre. —Hice una pausa—. ¿Y tú?

—Es Lily.

Lily. Como la flor. Era hermoso. Sin embargo, apenas podía digerirlo, nada de
esto. Tragando más allá del enorme nudo en mi garganta, pregunté:

—¿Cómo sabes su nombre?


—Somos hermanas —respondió Sadie—. Bueno, lo éramos.

No tenía ni idea de lo que eso significaba. Sadie no tenía hermanas. Era hija
única. Probablemente estaba confundida, deshidratada. ¿Quién diablos sabía qué
más?

Mierda. Lily podría no ser ni siquiera el nombre real de Amnesia.

—Vamos. Tenemos que irnos —dije con urgencia. Podría hacer preguntas
más tarde. Nuestra seguridad era más importante.

—¿Irnos?

—Sí, nos vamos.

Parecía confundida. Su vacilación era algo que no esperaba. Me moví en mis


pies, mirando a la apertura.

—Te llevaré a casa, de vuelta a Lake Loch. La gente se va a alegrar mucho de


verte.
122
—Mis padres —murmuró.

Mi corazón se rompió. Sadie no vería a sus padres. ¿No había soportado


suficiente? Pero ahora tenía que decirle que habían muerto en un horrible accidente
causado por su propio padre.

Ahora no era el momento para eso. No estaba seguro de cuándo sería el


momento, pero no era ahora.

Me adelanté y tomé su mano. Ella bajó la mirada, donde yo la sostenía.

—Vamos.

—No puedo ir —dijo, clavando sus pies descalzos en el suelo.

—¿Qué? —Me giré—. ¿Por qué?

Sinceramente, pensé que saldría corriendo de esta cueva tan rápido que me
haría girar la cabeza.

Su voz bajó, el tono de advertencia.

—Volverá.

—Por eso exactamente tenemos que irnos ahora —insistí, dando un pequeño
tirón a su mano.
Ella la arrancó de la mía, envolviendo sus brazos alrededor de su torso.

—Dijo que no podía irme. Dijo que tenía que quedarme.

—¡Es un psicópata! —rugí, mi paciencia rompiéndose.

Ella se marchitó y yo maldije.

—Lo siento —dije, arrepentido—. No era mi intención gritar. Es solo que...


me vuelve loco verte aquí así, sabiendo que has sido torturada todos estos años.

—¿Cuánto tiempo he estado aquí? —preguntó—. Traté de llevar la cuenta...

Apreté los labios y luego respondí:

—Mucho tiempo, cariño.

Ella asintió.

—Ahora pareces un hombre.

—No te haré daño —dije, pensando que tal vez el hecho de que pareciera un 123
hombre la asustaba. Después de todo, había sufrido mucho a manos de un hombre.

—Lo sé —dijo, pero había una pizca de duda en su tono—. Pero él dijo que
era suya. Dijo que pertenecía aquí, con él. No puedo irme.

Le habían lavado el cerebro.

Me moví ligeramente hacia adelante.

—No perteneces aquí, Sadie. —Extendí mi mano entre nosotros. Ella la miró,
pero no hizo ningún movimiento para aceptarla—. Y la única persona a la que
perteneces es a ti misma. Ahora estoy aquí. Te protegeré. Me aseguraré de que hagas
lo que quieras, incluso de que te vayas de aquí.

Vi el brillo en sus ojos. Quería liberarse.

Era como un pájaro en una jaula.

Una pequeña y frágil criatura que ansiaba la libertad, pero que no entendía lo
que era.

Aunque la puerta de la jaula estaba abierta y nadie se interponía en el camino


de la huida, dudaba. Porque si desplegaba sus alas y volaba, lo haría a lugares
desconocidos.
Lo único que conocía era la vida aquí dentro. Estaba encerrada. Escondida.
Un pájaro hermoso, roto y encerrado. Un hermoso pájaro que una vez conoció la
libertad, pero que ahora solo conocía la inhibición.

Dejé la puerta abierta, pero di un paso atrás.

—¿Recuerdas aquella vez que nos levantamos justo después del amanecer y
fuimos en bicicleta hasta la ciudad solo para poder comprar una dona recién salida
del horno en la panadería de Joline y Jeremy? —pregunté, sonriendo un poco al
recordarlo—. Había llovido la noche anterior, y para cuando llegamos, estábamos
cubiertos de tanto barro, que Joline nos hizo lavarnos en el baño antes de dejarnos
comer nuestra dona.

—Te dije que no deberíamos haber tomado el atajo por el campo.

Sus palabras me atravesaron el corazón. Se acordaba.

Me reí. Fue un poco forzada porque era difícil reírse en este tipo de situación.

—Tenías razón.
124
—Joline y Jeremy —murmuró.

—Todavía están allí. La misma panadería, las mismas donas. Compraremos


una —la engatusé.

Sin embargo, dudó.

—Está bien, Sadie.

—Él dijo que... —Se le cortó la voz—. Que me haría daño si no estaba aquí
cuando volviera.

Mis dientes rechinaron con tanta fuerza que un dolor en la mandíbula se


extendió por mi cuello.

—Mintió —dije con suavidad—. No dejaré que te haga daño.

Debatió un minuto más, que pareció una eternidad. Pero entonces dio un
paso adelante, extendiendo su mano hacia la mía.

—De acuerdo.

El peso de la responsabilidad cayó sobre mí. Confiaba en mí lo suficiente


como para sacarla de aquí, para mantenerla a salvo y protegida. Incluso después del
papel que jugué para que llegara hasta aquí. No podía fallarle esta vez.
—Vamos. —La llevé a la escalera—. Tú primero, bien. Así, si te caes, te
atraparé.

—No me voy a caer. He escalado esto muchas veces.

—Eso es bueno —le animé—. Continúa.

Lo hizo, sus movimientos definitivamente experimentados. Incluso se las


arregló para no engancharse con la bata demasiado larga.

Subí detrás de ella, casi corriendo directamente contra ella cuando se detuvo
en la cima.

Su rostro bajó.

—¿Estás seguro de que no está aquí arriba? —Se preocupó.

—Lo juro. Busqué en la isla antes de encontrarte. —Busqué y luego quise irme.
Dejarte aquí de nuevo...

Si no fuera por Amnesia, ella todavía estaría en ese agujero. 125


En el momento en que Sadie despejó la parte superior, prácticamente me
catapulté fuera de esa guarida del mal. Busqué inmediatamente a Am,
asegurándome de que seguía bien.

Seguía sentada en el suelo, con un aspecto pálido y francamente destrozado.


Empecé a ir hacia ella, pero Sadie me llamó por mi nombre.

—¿Eddie?

Me giré, atrapado en el centro. Aquí arriba, a la luz del sol, me di cuenta de lo


mucho que se parecían. Era fácil ver por qué todos especulábamos que Amnesia era
Sadie.

Pero había diferencias, unas que ahora se hacían evidentes.

—Estoy aquí —le dije.

Ella miró a su alrededor como si esperara que un águila gigante se abalanzara


desde el cielo y le arrancara la cabeza. El viento soplaba y el sonido de las olas
parecía más fuerte.

Sadie se estremeció.

—Se ve diferente aquí arriba durante el día.

—¿Sueles subir de noche?


Ella asintió.

—Esa era la regla. Dejaba la escotilla sin cerrar mientras él no estaba, pero
me hizo prometer que solo saldría por la noche. Alguien podría verme vagando por
aquí durante el día. Alguien podría alejarme de él.

¿Cómo se supone que un hombre, o cualquier persona cuerda, pueda


escuchar estas cosas? Estas locuras que esta chica decía como si tuvieran mucho
sentido. ¿Cómo podía alguien lavarle el cerebro a otro ser humano para, en cierto
modo, hacerle creer que era un perro y que no estaba a cargo de su propia vida?

—Eras tú —dijo Amnesia desde cerca de mí—. Fue tu linterna la que vimos
aquí por la noche.

Los ojos de Sadie se abrieron de par en par.

—¿Me vieron?

Me adelanté, sabiendo ya por dónde iba su mente.

—Solo tu luz. Pero no pasa nada. No hiciste nada malo. Probablemente fue 126
agradable salir de allí y caminar.

—Las estrellas son bonitas por la noche —estuvo de acuerdo.

Quería gritar. Aullar. Golpear mil cosas.

—Pensaba que era él —dijo Amnesia—. Vine a buscarlo.

—Oh, volverá —dijo Sadie. Estaba muy segura. Miró más allá de mí a Am, sus
ojos cambiaron ligeramente, pero no estaba segura de cómo—. Está muy enfadado
contigo. Dice que cuando vuelvas a casa, va a tener que darte una lección y que no
tendrás tantas cosas bonitas como yo.

¿Qué. Demonios?

El rostro de Amnesia se puso blanco. Tan blanco que empecé a acercarme a


ella, preocupado de que se doblara al suelo de nuevo.

—Y tu cabello... —continuó Sadie. La mano de Amnesia voló hacia sus


onduladas y cortas hebras—. Va a sacar el látigo.

Amnesia gimió. La tomé por los hombros y tiré de ella, cubriendo su oreja con
la mano.

—No lo hará —dije con fiereza, volviéndome a mirar a Sadie—. No va a


tocarla nunca, nunca más.
Amnesia se estremeció contra mí. Sadie se quedó quieta, casi sin emociones.
Como si fuera incapaz de ver lo que sus palabras acababan de hacer.

—No vuelvas a decirle algo así —dije, intentando ser amable—. Amnesia no
entiende. No necesita que eso pase por su cabeza.

—Es lo que me dijo —explicó Sadie.

Estuve tan cerca de gritar. Tan cerca de gruñir. Me contuve, sintiendo que
hacerlo podría costarme unos cuantos años de vida.

Miré a Amnesia, la aparté de mi cuerpo y la miré a la cara.

—Nos vamos a casa ahora.

Ella asintió y empezó a caminar en dirección al bote.

—El bote está por aquí —le dije a Sadie, haciéndole un gesto.

Ella se apresuró a tomar mi mano, con sus dedos como el hielo. La bata era
tan fina que podía ver a través de ella a la luz del sol, y el viento era tan frío que sus 127
pezones eran completamente visibles.

—Toma —dije, bajando la cremallera de mi sudadera y poniéndola alrededor


de sus hombros—. Hace frío fuera.

Ella miró la sudadera y luego pasó los brazos por ella.

—Gracias.

Parecía que se tardaba menos en llegar al muelle. Di las gracias a Dios por
ello. Nunca más volvería a esta isla del infierno.

Todo el mundo estaba en silencio mientras nos dirigíamos al prístino barco


blanco. Sadie estaba definitivamente débil y desnutrida. Se cansó a mitad de camino
hacia el muelle y comenzó a tropezar.

No ayudó que estuviera descalza y la luz del sol pareciera cegarla.

La levanté y la llevé el resto del camino. Suspiró aliviada y prácticamente se


quedó sin fuerzas en mis brazos.

—Ten cuidado —le recordé suavemente a Amnesia mientras caminaba por


el muelle hacia el barco. Me ponía nervioso observarla porque gran parte de la
madera estaba podrida.

No me miró cuando llegamos al otro lado, sino que saltó al bote y se dirigió a
la parte de atrás, donde se había sentado de camino aquí.
Estaba preocupado por ella. Por desgracia, mi preocupación tuvo que
esperar.

Una vez que Sadie y yo estuvimos dentro, la senté junto a Amnesia y encendí
el barco.

No dediqué ni una sola mirada a la isla mientras surcaba el agua, pero los
sentimientos espeluznantes e inestables que poseía definitivamente nos siguieron a
casa.

128
Capítulo 15
Amnesia
El hospital era un caos.

En el momento en que Eddie atravesó las puertas, cargando con una Sadie
recién encontrada, y conmigo arrastrándome detrás de ellos, completamente
conmocionada, todo pareció convertirse en una avalancha de actividad.

Hubo algunos gritos. Algunos llantos. Posiblemente incluso algún desmayo.


Sentí que caminaba entre la niebla y que corría el riesgo de perderme. Sabía lo que
ocurría a mi alrededor, pero era como si no participara.

Sadie fue llevada a una habitación privada, y Eddie la siguió. Lo siguiente que
supe fue que me tomaba de la mano, me sacaba de la silla en la que estaba y me
llevaba a la habitación con Sadie. 129
Se parecía a mí. O tal vez yo me parecía a ella.

Mi cabello era más claro que el de ella, y yo tenía más pecas. Las dos teníamos
los ojos marrones. Las dos éramos muy delgadas y teníamos la misma forma del
rostro. Ahora entendía por qué todo el mundo se escandalizó cuando aparecí por
primera vez.

Sabía, por la expresión de su rostro, que estaba completamente abrumada y


asustada. No sabía muy bien cómo se sentía, pero pensé que podría ser similar a
cómo me sentí yo cuando desperté del coma. Excepto que ella conocía a estas
personas. O a la mayoría de ellas.

Eddie se quedó junto a su cama, sosteniendo su mano. Ella mantuvo sus ojos
en él la mayor parte del tiempo, incluso cuando trataba de responder a cualquier
pregunta dirigida a ella. Eddie hablaba más que ella. Veía su boca moverse, pero no
oía sus palabras.

No lo necesitaba. Sabía lo que estaba pasando.

Un suave toque en mi brazo me hizo saltar, sobresaltada. El mundo volvió a


estar enfocado. Mary Beth me sonrió.

—¿Por qué no vienes conmigo? Deja que te revisemos.

—Estoy bien, gracias —respondí.


—No pareces estar bien —dijo suavemente.

—Estoy segura de que no lo estoy.

—Ve con ella, Am. Solo para estar seguros —dijo Eddie.

Lo atrapé mirándome. Todavía sostenía la mano de Sadie. Aparté la mirada,


hacia Sadie. Ella sintió mis ojos y giró la cabeza. Conectamos durante largos
momentos; había reconocimiento allí, pero no sabía cuánto ni por qué.

También había algo más. Algo que no entendía.

Algo que no me gustaba especialmente.

—Iré contigo —le dije a Mary Beth y me levanté de la silla.

—Enseguida voy a ver cómo estás —llamó Eddie detrás de mí.

Fuimos a un pequeño cubículo no muy lejano. Me tomaron las constantes


vitales, me hicieron un montón de preguntas y determinaron que podía estar en
estado de shock, pero que mi salud estaba bien. 130
No me molesté en decirles que se los había dicho.

—Ya puedes volver a entrar —me informó Mary Beth después de lo que me
pareció un examen centenario.

Volví a mirar hacia la habitación donde estaban Sadie y Eddie. Incluso Maggie
estaba allí, pues acababa de llegar varios minutos antes. Los médicos y las
enfermeras entraban y salían constantemente.

—En realidad, ¿estaría bien si me voy a casa? —le pregunté.

Ella pareció un poco sorprendida, pero sus ojos se suavizaron.

—¿Un día largo?

—El más largo. —Intenté sonreír. No lo conseguí.

—Por supuesto. —Me dio una palmadita en la mano—. ¿Qué tal si te llevo?

—¿No estás trabajando? —pregunté.

Se encogió de hombros.

—El cuidado de los pacientes es mi trabajo. Además, todo es una locura aquí
ahora mismo. Nadie se dará cuenta si me ausento diez minutos.

—Eso sería genial —acepté la oferta.


—Solo déjame tomar mis llaves. Ve a decírselo a Eddie y nos encontraremos
en los ascensores.

Asentí, y cuando se fue, me dirigí a los ascensores para esperar. No fui a


decirle a Eddie a dónde iba. Estaba con Sadie, y ahora mismo, su atención debería
estar en ella.

Mi atención debería estar en mí. Necesitaba un tiempo para mí. Necesitaba


procesar... llorar.

Lo llamaría en un rato. Probablemente ni siquiera se daría cuenta de que me


había ido.

—¿Todo listo? —preguntó Mary Beth cuando llegó, con las llaves en la mano.

Sonreí falsamente, asentí, y nos pusimos en camino. Por suerte, no quiso


entablar una conversación trivial ni seguir hablando de la búsqueda de Sadie o de
cómo había sucedido. Era una compañera reconfortante, callada, pero no fría.
Silenciosa, pero no incómoda.

Cuando llegó a casa de Maggie, le puse la mano en el brazo.


131
—Serías una muy buena amiga —le dije.

Ella sonrió.

—Siempre estoy aquí si quieres pasar el rato.

—Gracias —dije y salí del auto.

Cuando entré en mi habitación en casa de Maggie, las lágrimas de alivio, de


dolor, no sé qué más, llenaron mis ojos y comenzaron a derramarse. Ignoré la
humedad y la forma en que seguía lloviendo de mis ojos mientras avanzaba,
seleccionando ropa limpia y caminando hacia la lavandería.

Elmo me escuchó y bajó corriendo las escaleras. Su pequeño cuerpo blanco


era como una bola de consuelo. Me hundí en el suelo para saludarlo y acabé llorando
más fuerte, abrazándolo contra mi pecho.

Al cabo de unos minutos, el perro empezó a contonearse, queriendo liberarse.


Lo dejé en el suelo y me lamió la barbilla antes de correr hacia mi dormitorio,
probablemente en busca de Eddie.

No estaba allí.

Estaba con Sadie.


Después de levantarme del suelo, me quité la ropa. Si pudiera permitirme el
lujo de tirarla toda a la basura, lo haría. Pero no tenía suficiente ropa para ser tan
frívola con la que tenía. Las lavaría. El hedor de la isla saldría y el vómito se lavaría.

No es que fuera a tirar la sudadera con capucha que me regaló Eddie. Podría
tener las lágrimas del mismísimo Satanás en ella, y aun así no me desprendería de
ella.

Sadie también tenía una ahora.

La había envuelto en ella en la isla.

Era una persona terrible porque cuando lo vi hacerlo, sentí dolor. Celos.
Inseguridad. Estaba mal sentirse así; lo sabía. Sadie tenía frío, estaba asustada y era
una víctima. También era su amor perdido. Incluso si no era todas esas cosas, Eddie
le habría dado la sudadera. Por supuesto que lo haría. Ese es el tipo de hombre que
era.

Bueno.

Amable.
132
Fuerte.

El hombre al que amaba intensamente.

Después de añadir el detergente y encender la máquina, atravesé la


lavandería hasta el baño contiguo y cerré la puerta.

Puse el agua de la ducha en caliente y me quedé fuera, esperando a que se


calentara. Me miré en el espejo que había sobre el lavabo.

¿Quién eres?

Rápidamente, me di la vuelta y me metí en la ducha. Más lágrimas corrieron


por mis mejillas, mezcladas con el rocío de la ducha. Lloré mientras me restregaba
la piel. Lo hice con aspereza porque me sentía muy sucia. Quería quitarme ese lugar
de encima.

Lástima que las respuestas que había estado tan desesperada por encontrar
no fueran tan fáciles de lavar.

Eso es lo que pasa con los recuerdos. Sobre el saber y el no saber.

Nunca podías “desconocerlo” después.


A menos, por supuesto, que saltaras de algo, intentaras suicidarte, te
golpearas la cabeza, y luego te golpearas de nuevo con algo más... entonces podrías
desconocer cosas...

Sí.

Siempre temí estar viviendo la vida de otra persona. Siempre existió esa duda
de que no era Sadie. Todo el mundo lo expresaba. Una y otra vez. Incluso yo dudaba
a veces. Pero el tiempo pasó. Cada día parecía más plausible.

O tal vez solo quería que fuera verdad cada día más.

Pero aun con todas las dudas, nunca me planteé qué pasaría si iba a la isla y
descubría que no era Sadie.

Ni en mis mejores sueños pensé que la encontraría.

Y ahora estaba aquí.

De pie en la ducha de una mujer que me permitió quedarme porque pensaba


que era la hija de su mejor amiga. De pie bajo el agua prestada, usando jabón 133
prestado, y sollozando con el corazón porque había vuelto. De vuelta a ese terrible
lugar.

El lugar en el que estaba cuando desperté del coma.

Sola y sin saber quién era.

A pesar de todo, estaba encadenada, ¿no? Al final, parecía que las respuestas
no importaban, porque no importaba lo que aprendiera, seguía acabando aquí.

La desesperación amenazaba con tragarme entera. Una imagen de una


escotilla abierta en el suelo apareció en mi mente. Parecía un agujero negro en el
centro del sol. Era un agujero que me tragó una vez.

Al menos eso creía. No estaba segura.

Sabía que había pasado tiempo allí abajo. Todos los recuerdos que tenía eran
de ese lugar. ¿Cuánto tiempo estuve allí? ¿Qué más pasó? ¿Estuvo Sadie también allí?

El sonido lejano de una risa resonó en mi cabeza, y la sensación de que


alguien me tiraba del cabello con suavidad, como si lo estuviera peinando en trenzas,
fue una sensación tan fuerte que estiré la mano para tocar los mechones cortos y
húmedos.

Me hundí en el suelo, me tapé los oídos y cerré los ojos.


—No —supliqué—. No más. Por favor, deja que mi mente esté vacía.

Me salieron sollozos de tristeza. Los dejé venir. Los alenté. El sonido que
hacían en la caseta cerrada ahogaba las risas y los sentimientos que resonaban en
algún lugar de mi interior.

Al instante, el aire frío me rodeó. Unos brazos fuertes y un cuerpo familiar se


encorvaron cerca. Era cálido. El tipo de calor que no podía obtener del agua. Al
principio me sorprendió. Me levanté de golpe y miré por encima del hombro.

—Eddie —susurré.

No dijo nada. Nada en absoluto.

Pero sus ojos.

Dios mío, sus ojos. Decían más de lo que las palabras podrían decir. La
intensidad que emanaba hacía vibrar el aire que nos rodeaba. Me encantaba esa
fuerza, la casi obsesión que sentía cuando me miraba así. Si alguna vez iba a ser
víctima de una obsesión, me entregaría por completo a él.
134
Se inclinó, me acercó y se puso de pie, girando lentamente para quedar bajo
el chorro de agua, impidiendo que lo viera.

Estaba completamente vestido: camiseta blanca, jeans y Adidas. Su cabello


estaba parcialmente mojado. Observé cómo las partes secas absorbían la humedad
y se derretían alrededor de su cabeza. El agua goteaba de su mandíbula cuadrada y
de su camiseta.

Actuó como si no se diera cuenta de que estaba completamente vestido en


una ducha y yo estaba desnuda.

Pero era algo simbólico, ¿no?

Representaba cómo me sentía siempre con él. Expuesta. Transparente. Un


libro abierto. Claro, muchas de mis páginas podrían estar en blanco, pero estaban
abiertas para él.

Y él estaba vestido, no tan fácil de entender. Sin embargo, mientras estaba


allí, cada vez más saturado, su ropa se hacía más fina... más escarpada.

Lo amaba. Lo amaba tanto que parecía que la emoción tenía la capacidad de


matarme. No sabía que era posible amar tanto a alguien.

Que me doliera por ellos.

Estar celosa cuando no tenía derecho a estarlo.


Estar igualmente obsesionada.

Sabía que mis ojos estaban hinchados; mis mejillas me dolían y estaban
hinchadas. Mis labios estaban probablemente rojos de tanto morderlos, y mi nariz
estaba congestionada. Me había oído sollozar. Era imposible que no lo hiciera.

Ni siquiera podía quedarme aquí y fingir que estaba bien, que todo estaba
bien.

No lo estaba.

Él lo sabía tan bien como yo.

En el momento en que me levantó del suelo de la ducha, dejé de llorar. Todo


él, a excepción de unos pocos rizos rebeldes, estaba completamente empapado
ahora. Sus ojos permanecían fijos en los míos. Lo miré fijamente, esperando que mis
ojos transmitieran, aunque fuera una fracción de lo que los suyos hacían.

El agua se deslizó en mi boca cuando nuestros labios se encontraron y los


míos se separaron. La limpió con su lengua y siguió adelante. Me aferré a sus
hombros mientras me besaba profundamente. La emoción surgió en mi interior y la
135
forcé en mi respuesta. Quería decirle lo mucho que lo quería, lo asustada que estaba
y lo vulnerable que me sentía. No pude decir las palabras, pero mis labios se lo
dijeron de todos modos.

Usando mis dientes, mordí suavemente, tirando de su labio inferior y


succionándolo hacia mi boca.

Eddie me hizo retroceder hasta que mi espalda se apoyó en la pared de la


ducha, y luego me levantó. Rodeé su cintura con mis piernas y rodeé sus hombros
con mis brazos. Su boca se abrió, un profundo jadeo llenó la habitación mientras
aspiraba aire, y luego se zambulló en mi cuello, succionando la carne profundamente
y luego suavizándola con su lengua.

Mi cabeza cayó a un lado mientras él seguía chupando y mordisqueando mi


clavícula y se aferraba a mi hombro. Mis caderas se estrecharon contra él, pero
ninguno de los dos reconoció el movimiento.

Me sentía sin huesos, completamente ligera, como si flotara. Mi cuerpo estaba


inmovilizado entre la pared y él, sus dedos vagaban por todas partes. Una de mis
manos se introdujo en sus rizos húmedos, se enredó en ellos y le levantó el rostro.

Sus ojos se dirigieron a los míos.

Había ira en ellos. Deseo. Amor. Todo se mezcló para crear el tipo de cóctel
que emborracha a una chica con un solo sorbo.
Oh, estaba borracha.

Puede que nunca volviera a estar sobria.

Ataqué su boca. Gimió dentro de mí y me tragué el sonido. Nos besamos


ferozmente, casi con violencia. Me sentí tan bien al canalizar toda la emoción que
tenía dentro, al sacarla con tanta pasión.

Eddie volvió a separar su boca y se apartó lo suficiente como para poder


aferrarse a mi pecho. Grité y me arqueé hacia él mientras chupaba profundamente.
Mi cuerpo temblaba, el deseo era tan grande que me hacía temblar.

Pasó al otro pecho, primero lamiendo el agua, burlándome, acariciando y


luego chupando profundamente.

El dolor entre las piernas me cosquilleaba y se volvía doloroso. Mis caderas


empezaron a girar contra él, pidiendo más.

Levantando la cabeza, Eddie metió la mano entre nuestros cuerpos, sintió mi


calor resbaladizo y, sin dudarlo, deslizó un dedo dentro de mí. Grité y me desplomé
sobre su pecho.
136
Bombeó un par de veces y luego se retiró. Intenté aferrarme a él, pero se
apartó y me hizo bajar. Mis piernas no me sostenían. Se negaban rotundamente a
mantenerse en pie.

Con una sonrisa diabólica, Eddie me sostuvo mientras me hundía en el suelo


como un charco. Con la pared sosteniéndome, retrocedió. Me quedé mirando su
cuerpo con asombro, incapaz de formar una frase coherente, mis rodillas y mi núcleo
aún temblaban por más.

La camiseta blanca hizo un ruido de succión cuando se la quitó del cuerpo y


un sonido de bofetada cuando cayó al suelo detrás de él. Me lamí y mordí los labios
cuando se desabrochó los jeans y se los bajó por las caderas.

Cuando se los quitó, tomó los calzoncillos, que se amoldaban perfectamente


a su polla increíblemente dura. Se los quitó mucho más fácilmente que los
pantalones mojados, y en el momento en que se liberó, mi campo de visión se redujo
a sus caderas.

Su polla sobresalía orgullosa de su cuerpo. Parecía fuerte, igual que él, y sabía
por experiencia que tenía mucho aguante. Me estremecí con solo saber lo que se
sentía al ser penetrada por algo tan duro.

Intenté ponerme en pie, apoyando la mano en la pared, pero fue imposible.


Estaba demasiado lejos.
Eddie me miraba fijamente, con los ojos casi encendidos, encapuchados de
deseo. El agua caía en cascada sobre sus hombros, bajaba por su pecho y se deslizaba
sobre su polla y alrededor de sus pelotas.

Volví a sentir celos.

Celosa de esa agua.

Me acerqué, pero se apartó. Me levantó de nuevo y me besó tan a fondo que


empecé a derretirme de nuevo en el suelo.

Su risa baja llenó el espacio. Me levantó de nuevo. Mis piernas se enrollaron


alrededor de su cintura al mismo tiempo que se deslizó profundamente en mi
cuerpo.

Me derrumbé contra él, abrazándolo con fuerza porque sin el apoyo, me


caería. Se mantuvo quieto, se dejó reclamar por lo más profundo de mí. Por fin,
empezó a moverse, a meter y sacar, a penetrarme una y otra vez.

Gemí porque no había forma de aguantar. Me apretó contra las frías baldosas,
pero no lo sentí. Mi cuerpo se deslizaba por la pared húmeda con cada empuje, y me
137
encantó cada segundo.

No me sentí vacía en ese momento. O sola. Me sentía llena hasta el punto de


reventar, exactamente donde debía estar.

Con una última y profunda embestida, mis ojos volaron hacia los suyos. Me
devolvió la mirada, diciéndome que todo lo que sentía, él también lo sentía.

Me dijo que me amaba.

Nuestros pechos se encontraron de nuevo, y yo me sujeté con fuerza.


Agarrando mis caderas, bombeó rápidamente, y se formaron puntos negros detrás
de mis párpados. Gemí, y él siguió con más fuerza.

Mis dientes se hundieron en su hombro mientras la luz estallaba sobre mí. El


placer sacudió mi cuerpo con tanta fuerza que era todo lo que sabía. Todo lo que
veía.

A lo lejos, le oí gritar. Su polla palpitaba dentro de mí, rozando mis paredes


interiores con cada latido.

Me lo bebí, deseándolo todo. Lo necesitaba.

Me aferré a él, aunque sabía que probablemente no era el peso más ligero del
mundo. No podía soltarlo. Todavía no.
Tampoco estaba muy dispuesto a dejarme ir, Eddie se aferró, dejó su polla
dentro de mí y giró para que yo estuviera bajo el chorro. El chorro golpeó mi espalda
y se deslizó entre nuestros cuerpos. Con una mano, me alisó el cabello.

Levantando la cabeza, lo besé de nuevo, saboreándolo a él y al rocío, con el


aroma del sexo en el aire.

—No te esperaba —dije cuando por fin pude encontrar mi voz. Sonaba como
si hubiera estado animando en un partido de fútbol durante cuatro horas seguidas.

Él sonrió.

—Lo sé.

Aparté la mirada.

—Me has oído llorar.

Me agarró la barbilla, guiando mi rostro hacia atrás.

—Lo hice. 138


—No soy Sadie —gemí. ¿Por qué siempre se volvía a eso? Incluso después del
alucinante (y quiero decir alucinante) acto de amor, todavía tenía que decir eso.

—No me importa.

Parpadeé. Parpadeé de nuevo.

Él sonrió lentamente.

Empecé a llorar de nuevo.

Dios mío, estaba hecha un lío. Las emociones eran demasiado reales.
Demasiado crudas. Demasiado abrumadoras.

Los ojos de Eddie se oscurecieron y me acercó. Cuando mis gritos se


convirtieron en mocos, me sentó.

Me lavó, sus manos eran como el cielo. Mucho más suaves que las mías.
Cuando terminó y estaba limpísima, hice lo mismo con él.

Cuando los dos nos lavamos, el agua estaba fría y yo temblaba. Eddie utilizó
la toalla para secarme y luego se secó él rápidamente. Después de limpiar el vaho
del espejo, volví a mirarme.

—Sigues igual que esta mañana —dijo suavemente, apareciendo en el espejo


detrás de mí.
Incliné la cabeza.

—¿Y tú?

Sus ojos parpadearon.

—Puede que no.

Le di la espalda a mi reflejo. Sus brazos me rodearon la cintura.

Levantando la barbilla, lo estudié.

—¿Pero todavía me quieres?

Una respuesta definitiva floreció en sus ojos. Mi corazón cantó.

—Hay una cosa con la que siempre podrás contar. Una cosa que nunca
cambiará —me dijo.

Incliné la cabeza hacia un lado.

—¿Que el sol siempre saldrá? 139


Negó con la cabeza.

—Más seguro que eso.

—¿Más seguro? —repetí.

—Más seguro.

Mis dedos jugaron con los rizos húmedos de la base de su cuello. El azul de
sus ojos era tan brillante que todo lo demás parecía blanco y negro.

—Cuánto te quiero —susurró, apoyando su frente en la mía—. Eso nunca


cambiará. Nunca.

Por primera vez en mucho tiempo, recordé por qué no importaba realmente
quién era... porque él me amaba.
Capítulo 16
Edward
No quería oírla llorar así nunca más.

Nunca.

Sabía que el día de hoy había sido duro para ella, pero no creí que me tocara
hasta que el sonido de sus sollozos desgarradores resonó en el lavadero, llegando
hasta su dormitorio, y me hizo tocar fondo.

Estaba tan horrorizado que quise abrazarla al instante. El deseo de correr


hacia ella fue inmediato. Pero el sonido, era tan doloroso, tan hueco que me hundí
en el extremo de su cama durante largos momentos, dejando que me golpeara hasta
que sangré por dentro.

Cuando me di cuenta de que había salido del hospital, mi primer pensamiento


140
fue encontrarla y asegurarme de que estuviera bien. Sabía que estaba cansada. Su
aspecto demacrado lo dejaba perfectamente claro.

Pero no lo sabía.

No lo entendí hasta que escuché ese grito.

El arrepentimiento era la espada más afilada porque no había salido del


hospital de inmediato. Había esperado hasta que Maggie estuviera allí. Hasta que el
médico había visto a Sadie y parecía estar descansando cómodamente.

Debería haber venido antes. Am había estado en esta casa sola, pensando que
iba a abandonarla. Probablemente pensando que todos lo hacían.

Yo no haría eso.

Jamás.

Estaba tumbado mirando al techo, con la mente tan en tensión que realmente
pensaba que nunca se iba a apagar. Apenas podía asimilar todo esto. No sabía qué
hacer. Qué era lo correcto. Tampoco nadie podía decírmelo porque era una situación
rara. Tenía miedo de joderlo todo. Que los errores que pudiera cometer dañaran a
dos mujeres que ya estaban dañadas sin remedio.

A mi lado, Amnesia se movió ligeramente, gimiendo suavemente en su sueño.


—Te tengo —susurré, tirando de ella aún más cerca.

Su brazo, que ya estaba sobre mi cintura, me abrazó más fuerte. Su mejilla se


apoyó firmemente en mi pecho.

Su cabello aún estaba húmedo por la ducha, una ducha que nunca olvidaría.
Había sido un sexo caliente y bastante épico.

Si se me permite decirlo.

La química entre nosotros era innegable. Lo que sentía por ella era realmente
incomparable.

Eso era una respuesta en sí misma. Mi amor por ella superaba todo lo demás.
Por lo tanto, mi prioridad principal estaba definida.

¿Y Sadie? susurró una parte de mí. Mi mirada volvió al techo. Dios, esto era
demasiado complicado.

Un golpe bajo y tímido interrumpió la tranquilidad. Levantando la cabeza,


miré hacia la puerta cerrada del dormitorio. Otro golpe sutil. 141
—¿Sí? —susurré, acunando la cabeza de Am en mi brazo y cubriendo su oreja
con la palma de la mano.

—Es Maggie —respondió.

Con cuidado, salí de debajo de Amnesia y de las mantas y me puse


rápidamente unos pantalones de chándal grises que siempre guardaba aquí, ya
sabes, por si decidía ducharme completamente vestido.

No me molesté en ponerme una camiseta. Era tarde y Maggie sabía que estaba
en la cama con Am. No era tonta.

Antes de abrir la puerta, miré a mi chica. Parecía pequeña en la cama, con el


cuerpo todavía girado hacia donde yo había estado tumbado. A veces me dolía solo
con mirarla.

La puerta no hizo ruido cuando la abrí parcialmente y entré en el hueco.

—¿Está todo bien? —murmuré.

Maggie estaba allí de pie con un aspecto tan cansado como el resto de
nosotros. Tenía el cabello revuelto y llevaba unos pantalones oscuros con un suéter
largo por encima.
—No diría que todo está bien —respondió—, pero está tan bien como se
puede esperar.

—¿Acabas de llegar del hospital? —pregunté, manteniendo la voz baja.

Ella asintió.

—¿Cómo está Amnesia? Esto tiene que haberla sacudido.

Volví a mirarla antes de contestar:

—Sí —suspiré—. Ha sido mucho. Por fin está durmiendo.

Maggie se retorcía las manos, moviéndose de un pie a otro.

—¿Qué pasa, Maggie? —Sentí que mi mirada se agudizaba—. ¿Pasó algo en el


hospital? ¿Sadie está bien?

—Nada de eso —me aseguró—. Pero... —Sus ojos se dirigieron a la rendija de


la puerta como si tratara de ver a Amnesia.

—¿Pero? —la engatusé. 142


—Ella preguntó por ti. Ha estado agitada desde que te fuiste.

Maldita sea.

—Pensé que le habían dado algo.

—Sí, pero hay cosas que ni siquiera los sedantes pueden tapar. Ha estado
preguntando por sus padres. No entiende por qué no están allí.

Mis ojos se cerraron.

—¿Nadie se lo ha dicho?

—Para ser sincera... —comenzó Maggie—. Pensé que sería mejor viniendo de
ti.

Suspiré.

—Sé que es mucho pedir —dijo Maggie, preocupada—. Y si no puedes, lo


entiendo perfectamente. Simplemente está más tranquila a tu lado, algo que se hizo
evidente cuando te fuiste. Siempre fuiste la persona más cercana a ella, además de
sus padres. Incluso más que yo. Se lo diré, pero tal vez si estás ahí...

—Lo haré —estuve de acuerdo—. Se lo diré.

—¿Estás seguro? —dijo Maggie.


Asentí.

—¿Cómo estaba cuando te fuiste?

—Me hizo prometer que te llamaría, para pedirte que volvieras.

Los músculos de mi cuello estaban tensos. Me los froté con la mano mientras
me debatía sobre qué hacer.

—Am me necesita —susurré.

—Lo sé —dijo Maggie—. Tal vez solo llama al hospital y habla con Sadie. Dile
que estarás allí por la mañana. Tal vez el hecho de oírlo de ti ayude.

Dios. No era suficiente. En realidad, no. Cuando traje a Amnesia, me senté en


la sala de espera toda la noche y la mitad del día siguiente. Tuve que obligarme a ir
a orinar. Si hubiera estado despierta, si hubiera preguntado por mí, me habría
peleado con todos los que estaban allí solo para volver a su habitación.

Y ahora Sadie, la verdadera Sadie, estaba aquí, y yo no estaba allí.


143
—Llamaré ahora mismo —lo prometí—. ¿Por qué no vas a descansar un
poco? Ha sido un día largo.

—Volveré al hospital mañana. —Escuché la preocupación en su voz—.


Desearía que Ann estuviera aquí.

Se me apretó el pecho.

—Yo también. —Por impulso, salí de la puerta y abracé a Maggie. Ella me


abrazó durante unos segundos antes de moquear y retirarse.

—Te veré por la mañana. Sírvete un café o cualquier cosa en la cocina, ¿bien?

—Gracias —asentí, cerrando suavemente la puerta.

Di tal vez dos pasos antes de que la voz de Amnesia me detuviera.

—Deberías irte.

Mi cuerpo se congeló, girando la cabeza hacia donde ella yacía. Seguía


envuelta bajo las sábanas, pero su cuerpo estaba girado la puerta y hacia mí, con los
ojos muy abiertos.

—¿Qué? —pregunté sin comprender.

—Ve al hospital, para estar con Sadie.


—Iré por la mañana. A primera hora.

—Sé que quieres estar allí, y saber que pregunta por ti probablemente te esté
matando. Has esperado mucho tiempo para encontrarla, Eddie. Solo vete.

No podía decir cómo se sentía al respecto. Su voz era uniforme y la habitación


estaba oscura. Pero sonaba segura.

—Quiero estar aquí contigo —admití, sintiéndome extrañamente


avergonzado. Sadie me necesitaba.

Su brazo pálido apareció de entre las mantas, extendiéndose hacia mí.

Le tomé la mano. El colchón se hundió cuando me senté en el borde.

—Lo sé.

Un ruido sordo vibró en la habitación. Miré hacia las ventanas. Un destello de


luz se abrió paso en la oscuridad.

—Va a llover —murmuré. 144


Sadie odia la lluvia.

—Vete.

Me incliné y la besé, con suavidad y sin prisas. Cuando levanté la cabeza, me


tomó la mandíbula.

—Te veré mañana.

Me fui, pero durante todo el trayecto me pregunté si había hecho lo correcto.


En el estacionamiento, empezaron a caer gordas gotas de lluvia, lentas al principio,
pero para cuando llegué a la entrada, la lluvia martilleaba el pavimento con una
fuerza furiosa y el cielo había subido el volumen con efectos sonoros.

En la planta de Sadie, las enfermeras de noche me vieron llegar. Pensé que


discutirían conmigo como solían hacerlo con Am, pero esta vez fue diferente.

—Ha estado preguntando por ti —me dijeron.

No me detuve ni hice ningún comentario; simplemente pasé y entré en su


habitación sin llamar.

Sadie estaba acurrucada de lado, con los brazos alrededor de las rodillas
mientras se mecía de un lado a otro.
Cada vez que la miraba, era como una patada en el vientre. Durante un
segundo, me costó respirar. Era la misma, pero también era diferente.

Un fuerte trueno retumbó en lo alto y ella emitió un pequeño sonido.

El lado de mi labio se curvó.

—Sigues teniendo miedo a la lluvia, ¿eh?

Se sobresaltó, sorprendida de verme allí, pero el reconocimiento fue rápido


y su mirada se convirtió en alivio.

—¿Condujiste hasta aquí con esto?

—Oí que preguntabas por mí —dije, paseando por la habitación y dejándome


caer en el extremo de su cama.

—Te he echado de menos —dijo—. Te he echado de menos durante mucho


tiempo.

Otra patada en el estómago. Esta me dejó ligeramente mareado. Ella extendió 145
su mano hacia mí, y yo le di la mía.

—Yo también te he echado de menos —le dije.

—Pienso mucho en esa noche —confió, inclinándose un poco más cerca


mientras hablaba—. La noche en que me caí al agua.

—¿Qué te pasó esa noche, Sadie? —Las palabras salieron de golpe. Sabía que
era demasiado pronto para preguntar, pero Dios mío, había esperado tanto tiempo.
Un escenario tras otro había pasado por mi cabeza a lo largo de los años.

Su ceño se frunció como si estuviera pensando en ello, tratando de recordar


hasta el último detalle.

—La corriente era muy fuerte. Recuerdo que intenté nadar contra ella, con
los brazos ardiendo por el esfuerzo. El agua estaba muy oscura. Era tan difícil saber
cuál era el camino correcto.

—Te busqué. Grité tu nombre —le dije—. Te juro por Dios, Sadie, que me
esforcé por encontrarte.

—Sé que lo hiciste —susurró, agarrando mi mano un poco más fuerte—. Te


oí gritar. Intenté llamarte.

—¿Qué pasó? —volví a preguntar, el dolor de aquella noche volvía y hacía


que me doliera el pecho.
—Salí a tomar aire. Los pulmones me ardían mucho. Justo cuando conseguí
respirar un par de veces, me volvió a absorber. La siguiente vez que subí, tu voz
sonaba mucho más lejos. Te llamé, pero estaba tan débil que apenas me oía.

—Ah, Sadie —murmuré, acercándome un poco más al colchón.

La habitación se iluminó con un rayo y un trueno rugió fuera de la ventana.


Sadie saltó, su mano cayó de la mía.

—Es solo un poco de lluvia —le prometí.

No parecía muy convencida.

—Lo juro —dije, haciendo una X sobre mi pecho.

Una sonrisa que pensé que no volvería a ver transformó su rostro.

—Por mi vida.

Sonreí, y juntos dijimos:

—Métete una aguja en el ojo. 146


Ella soltó una risita y yo me reí.

Pero el momento no duró mucho.

Su voz volvió a bajar, igualando el tono lúgubre de la tormenta.

—Empecé a quedarme sin energía. Tenía mucho frío, estaba aletargada.


Pensé que me iba a ahogar. Ahogarme mientras escuchaba los sonidos de tus gritos
desesperados.

Cerré los ojos.

—Justo cuando empezaba a deslizarse bajo la superficie, alguien me sacó del


agua y me dejó caer en un bote.

Mi cabeza se levantó.

—¿Qué?

—Al principio pensé que eras tú. Que me habías encontrado.

No era yo. Ambos sabíamos que no lo era.

—Era él. Al principio no me había asustado. Pensé que iba a ayudarme.


Después de todo, me salvó de ahogarme.
Asentí, tratando de animarla.

—Dijo que mi vida era suya porque la había salvado. Me dijo desde el
principio que era suya.

—Lo siento mucho, Sadie. Siento tanto no haber podido encontrarte esa
noche.

—No te culpo, Eddie —dijo—. No fue tu culpa.

—Nunca debí haber salido al lago esa noche.

—Solo querías completar el reto. El reto que te dio Robbie.

Levanté la mirada.

—¿Te acuerdas?

—Me acuerdo de todo —dijo, con la voz algo hueca.

La tormenta continuó, la lluvia golpeaba las ventanas. Sadie se estremeció,


replegándose sobre sí misma. 147
—¿Estás bien?

Lentamente, negó con la cabeza.

—¿Me abrazas?

Inmediatamente, me acerqué a su lado y la rodeé con ambos brazos. Apoyó


su cabeza en mi pecho, agarrando la parte delantera de mi camisa.

Nos quedamos sentados un rato, en silencio, con ella entre mis brazos. Me
quedé mirando la pared, repasando todo lo que había pasado esa noche.

Si solo...

—¿Eddie? —preguntó, levantando el rostro.

—¿Hmm? —respondí, retirándome lo suficiente para mirar hacia abajo.


Tenía los ojos marrones como Amnesia, pero los suyos eran de un marrón más
intenso, más anchos, y algo más... Más viejos. Más sabios.

Amnesia tenía cierta inocencia en su mirada. Al notar la diferencia entre las


dos mujeres ahora, me pregunté si se debía a la pérdida de memoria. Me pregunté si
Am parecería más vieja si recordaba todo lo que le había ocurrido.

—¿Por qué no están mis padres?


Me puse rígido. ¿Cómo se le decía a alguien, después de todo lo que ya había
sufrido, que no volvería a ver a las dos personas que más quería?

—¿Se han mudado? ¿Tienen que volver a viajar?

—No, cariño, no se mudaron.

—No entiendo por qué no están aquí. Maggie no lo dijo.

—Maggie no quería hacerte daño —dije.

—¡Quiero saberlo! —Se echó hacia atrás, con una mirada de asombro
nublando sus ojos.

—Tus padres no van a venir —dije suavemente—. Lo harían si pudieran.


Habrían sido los primeros en cruzar esa puerta.

—¿Por qué, Eddie? —Su voz se quebró—. ¿Por qué?

Tragué saliva, recordando lo mucho que me odiaba su padre, lo mucho que


odiaría que estuviera aquí ahora. 148
—Hubo, eh, un accidente —le expliqué, tratando de suavizarlo.

—¿Qué tipo de accidente?

—Un accidente de auto —respondí—. Tu mamá y tu papá, ellos, eh, no lo


lograron.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Su rostro se torció como si no pudiera


entender lo que le estaba diciendo.

—Un accidente de auto —susurró. Después de un momento, sus ojos llorosos


se conectaron con los míos—. ¿Murieron?

Asentí, con los ojos escocidos.

—Sí, cariño. Murieron.

Un gemido grave llenó la habitación y ella se derrumbó en mis brazos,


llorando en mi pecho. La abracé porque no había nada más que pudiera hacer. Nada
que pudiera hacer que todo esto fuera mínimamente mejor.

Lloró durante mucho tiempo, susurrando de vez en cuando “mamá” o “papá”.

Finalmente, dejó de llorar, pero su dolor seguía llenando la habitación. Se


aferró a mi camisa, dejando su rostro enterrado contra mí. Poco después, giró la
cabeza y apoyó su mejilla en mi pecho.
—Cuando estaba... fuera, pensaba en ellos todos los días. Me preguntaba si
me echaban de menos. Si me buscaban.

—Te echaron de menos. Y nunca dejaron de buscar —respondí, esperando


que eso le diera un poco de paz—. Todo el pueblo te buscó. Incluso en la isla. Más de
una vez.

—Los escuché —confió—. Pero no fui capaz de gritar. No me dejó. Al final,


dejaron de buscar.

—Con el tiempo —repetí—. Pero nadie dejó de esperar.

Se incorporó. Tenía el rostro manchado y los ojos inyectados en sangre.

—¿Incluso tú?

—Especialmente yo. —Le acomodé un mechón de cabello detrás de la oreja—


. Tu cabello no es tan rubio como lo recordaba. Ahora es más dorado.

—Dijo que era mi mejor característica.


149
Era un cerdo asqueroso y enfermo que destriparía como un pez si tuviera la
oportunidad.

—¿Cuánto hace que murieron? —preguntó.

—Hace varios años.

—Antes de... antes del accidente, ¿estaban bien?

Decidí no contarle el problema de alcoholismo de su padre y la tensión que


suponía para su madre. Quería que los recordara como las personas que eran en
realidad, no en las que se convirtieron debido a circunstancias desafortunadas.

—Te echaron mucho de menos —le dije, tomando su mano—. Pero sí,
estaban bien.

—¿Y tú? —preguntó, mirándome fijamente con los ojos marrones muy
abiertos.

—Yo también te eché de menos.

—¿Nunca te casaste?

Estaba demasiado ocupado esperándote.

En cambio, encontré a Amnesia.


—Estaba demasiado ocupado ayudando a papá con la tienda.

—Pero ahora estás con Lily —dijo.

—Ella prefiere Amnesia.

—Pensaste que ella era yo, ¿no?

Tragué saliva.

—Um, sí. Al principio.

Ella asintió lentamente, tratando de resolverlo en su mente.

—Bueno, ahora sabes que no lo es.

—¿Sabes quién es? —Tuve que preguntar.

—Ya te lo he dicho. Es Lily.

—¿Cómo la conoces? ¿De dónde viene?

—Estoy cansada —respondió.


150
Por supuesto que lo estaba. Era un maldito idiota insensible por lanzar tantas
preguntas. Sobre todo, después de haberle hablado de sus padres.

—No pasa nada. Has pasado por muchas cosas. Duerme un poco y volveré
por la mañana.

—No —dijo ella, tomando mi muñeca antes de que me levantara de la cama.

—¿Qué pasa?

—Quédate conmigo, por favor.

Sonreí a medias.

—¿Sigues teniendo miedo a la lluvia?

—Va a venir por mí —entonó—. Va a querer que vuelva. Igual que la quiere
a ella.

—¿A ella? —dije, alarmado. ¿Se refería a Amnesia? ¿O a la viuda? ¿Siquiera


conocía a la viuda?—. ¿A quién?

—Por favor, quédate —susurró—. Solo abrázame.


Se apretó contra mí, y cedí al instante, recostándome contra las sábanas.
Sadie se deslizó tan cerca como pudo, apoyando su cabeza en mi pecho. Me sentí
incómodo y equivocado por estar aquí con ella de esta manera.

—Me haces sentir segura —susurró, metiendo la mano bajo la barbilla—.


Más segura de lo que me he sentido en mucho, mucho tiempo.

Mi mano se mantuvo sobre ella durante largos minutos. Finalmente, sus


palabras y mi culpabilidad se impusieron, y le pasé la mano por el cabello.

—Está bien, Sadie. Estás a salvo.

—Por favor, no te vayas —susurró.

—No lo haré —lo prometí.

Se quedó dormida, pero para mí, el descanso fue mucho más difícil de
encontrar. Me quedé tumbado y me pregunté quién era él y hasta dónde llegaría ese
animal para recuperar lo que consideraba suyo.

151
Capítulo 17
Amnesia
No estaba preparada. No para el espectáculo que me recibió cuando entré en
la habitación de hospital de Sadie.

La caja de muffins que sostenía se tambaleó, como si de repente pesara


quince kilos de más. Encima, el portavasos empezó a resbalar, y en mi mente
aparecieron visiones de café y chocolate caliente salpicando el suelo y las paredes.

Me moví con rapidez, sostuve las bebidas, las volví a colocar encima de la caja
y las estabilicé con las dos manos. Con el desayuno en la mano, toda mi atención
volvió a la cama donde Sadie dormía.

Con Eddie.

Su cabeza estaba apoyada en el pecho de él, su cuerpo acurrucado a su lado.


152
Las mantas la cubrían a ella, pero no a él. Eddie estaba tumbado encima de las
sábanas, completamente vestido con unos pantalones de chándal grises y una
camiseta negra de manga larga.

Uno de sus brazos la rodeaba, manteniéndola cerca. El cabello le caía sobre la


frente y pensé en el aspecto que tuve anoche, cuando estaba empapado en la ducha.

No debería molestarme. Después de la noche anterior, los momentos que


compartimos... creo que algunas partes de mí todavía estaban temblando por ello.

Sí me molestaba.

Saber que dejó mi cama anoche y vino aquí era una cosa. Pero verlos juntos
de esta manera me picaba bastante.

Obviamente, me amaba. Lo sentía cada vez que estábamos cerca. Lo


saboreaba cuando me besaba, y lo sabía en lo más profundo de mi corazón.

¿Puede un hombre amar a dos mujeres a la vez?

¿Lo hacía?

Yo quería ser su único amor. A veces no siempre conseguíamos lo que


queríamos. Creo que lo sabía mejor que la mayoría.
Allí de pie, con el corazón literalmente atrapado en la garganta, el pecho
apretado y la mente sobrecargada, me debatí sobre qué hacer. Podía despertarlos.
Darles el desayuno que había traído y quizás intentar hablar con Sadie.

O podría irme.

Salir como si nunca hubiera estado aquí. Dejar que se despertaran solos.
Darles tiempo. Darle tiempo a él. Agonizó por esta chica durante casi doce años. No
era una sorpresa verla en sus brazos.

Pero dolía igual.

Me iba. Esto era incómodo. Me sentía cohibida y herida. Como mi estómago


se sentía hueco, decidí dejar la comida. Recordaba demasiado bien lo que era estar
en el hospital, hambrienta de algo real que comer. Sadie apreciaría los muffins y el
café.

Incluso le dejaría mi chocolate caliente por si lo prefería.

Arrastrándome sin apenas hacer ruido, deslicé con cautela la comida y la


bebida sobre la mesilla de noche. Una rápida mirada a mi lado captó una visión que
153
no quería, pero que probablemente recordaría para siempre.

Los dos se apretujaban. En paz, durmiendo.

Rápidamente, me alejé como si huyera de un asesino enmascarado, con prisa,


pero también sin querer que me escucharan.

La puerta emitió un fuerte chirrido cuando la abrí, lo que me hizo dar un


respingo, pero no me volví. Me escabullí, dejando que se cerrara lentamente tras de
mí, quedándome contra ella hasta que se cerró sin hacer ruido.

Respirando profundamente, me apoyé en ella durante un largo rato,


intentando serenarme. El corazón me latía bajo las costillas y me sentía
extrañamente sin aliento.

Una enfermera dobló la esquina al final del pasillo y yo me alejé, caminando


hacia los ascensores para no quedar atrapada en la conversación. El tintineo de mis
zapatillas contra el suelo de baldosas chirriante me impacientaba. El tintineo del
ascensor parecía eternizarse.

Entré, agradeciendo ser la única en la cabina. Apoyando las manos en la


pared, incliné la cabeza para mirar el suelo. Detrás de mí, las puertas empezaron a
cerrarse, así que me aparté, me di la vuelta y vi cómo la entrada del pasillo se hacía
más pequeña.
Justo antes de que se cerraran por completo, un destello de movimiento me
sorprendió. Un brazo se coló por la estrecha abertura y estuvo a punto de ser
aplastado.

Jadeé y me cubrí las dos manos con la boca, anticipando que las puertas se
cerrarían y que el brazo saldría despedido y caería a mis pies.

Mi imaginación necesitaba un buen calmante.

En lugar de cortar el brazo, las puertas volvieron a abrirse.

—¡Eddie! —dije, corriendo hacia delante—. ¿Estás bien? Tu brazo.

—¿Viste eso? —preguntó—. Casi me lo cortan limpiamente.

Le di una palmada.

—¡Eso fue una estupidez!

Él estaba de pie en el pasillo; yo seguía en el ascensor. Las puertas empezaron


a cerrarse de nuevo entre nosotros. Chillé y retrocedí. Toda esta charla sobre el 154
desmembramiento me puso paranoica.

Él maldijo y saltó hacia adelante, aterrizando dentro de la pequeña caja


conmigo.

—¡Qué estás haciendo! —exclamé dudosa, mientras las puertas se cerraban


con firmeza y el ascensor empezaba a bajar.

Eddie se dio la vuelta y enseguida pulsó el botón de parada de emergencia.

Bajo nuestros pies, la cosa se tambaleó hasta detenerse, haciéndonos


tambalear.

—¡Ese era el botón de parada! —grité.

—¿Qué es lo que te ha dado la primera pista? —dijo con bastante sarcasmo—


. ¿El color rojo brillante, el tamaño gigante, o el hecho de que dice STOP en negrita?

—¿A qué se debe esa actitud hosca? —pregunté con frialdad, cruzando los
brazos sobre el pecho. Si alguien tenía derecho a ser huraña, era yo.

—Nos has visto —entonó, dando un paso adelante. Era un paso bastante
amenazante.

A mi cuerpo le pareció delicioso.

Levanté la barbilla.
—¿En la cama juntos? Sí. Me he quedado con la boca abierta.

Su labio se curvó.

—¿Creíste que podías salir corriendo sin decir nada?

—Parecías ocupado —espeté.

Suspiró fuertemente, frotando una mano sobre sus rizos ya salvajes.

—Por eso he pulsado el botón de parada —murmuró.

—¿Qué?

Sus ojos se dirigieron a los míos. Avanzó contra mí hasta que mi espalda
quedó pegada a la pared, con sus manos aplastadas junto a mi cabeza,
aprisionándome.

—No vamos a salir de este ascensor hasta que no deje algo bien claro.

—¿Qué cosa? —pregunté, sosteniendo su mirada.


155
—Lo que viste allí atrás no era lo que parecía.

—Ya lo sé —respondí—. La estabas consolando. Ella lo necesita.

Sus ojos se entrecerraron ligeramente, pero asintió.

—Tuvo una noche difícil. Es...

Le puse una mano en el pecho.

—No tienes que explicarlo. Lo sé. Era tu mejor amiga. Tu primer amor.
Pasaste mucho tiempo preguntándote qué hubiera pasado si.

Sus ojos rebotaron entre los míos. Buscando. No sabía lo que buscaba, así que
no podía dárselo.

—Te hizo daño. Verme así con ella te hizo daño.

—Quizá un poco —admití. Luego, rápidamente, añadí—: Pero sé que no


debería. Sé que...

—Para ahí, Am —gruñó.

Mis ojos se abrieron de par en par.

—Tu dolor no es menos importante que el de ella. En todo caso, el tuyo es


más importante.
Una pequeña parte de mí entonó una alegre canción. Claramente, tenía
algunos problemas reales aquí.

—El de ella es mucho más reciente —dije.

—No. —Se adelantó, con su cuerpo presionando a lo largo del mío, de modo
que quedé entre la pared y él. Su nariz acarició mi pómulo; sus labios rozaron mi
mandíbula.

Suspiré. Su contacto era siempre mi perdición.

Retrocediendo, dijo:

—Mírame.

Obviamente, le hice caso.

—Estoy enamorado de ti. De ti. De nadie más. Creí que lo habías entendido
después de anoche.

—Lo entiendo —prometí—. Es que esta mañana me ha pillado desprevenida. 156


—Lo entiendo —asintió—. Si hubiera visto algo así, probablemente le habría
hecho sangrar la nariz al tipo.

Arrugué la cara.

—¿Probablemente? —Es decir, todos vimos lo que hizo cuando me


dispararon con una bola de pintura, durante una partida.

Su cabeza se inclinó hacia atrás cuando se rio.

—Definitivamente. —Tomando mi mano, uniendo nuestros dedos, su rostro


se volvió serio—. No puedo prometer que no vuelvas a ver a Sadie en mis brazos.
Era mi mejor amiga. Necesita que alguien esté ahí para ella...

Puse mis dedos contra sus labios.

—Lo sé. Lo entiendo perfectamente.

Me pellizcó las yemas de los dedos y los aparté.

—No, no lo entiendes. Lo que trato de decir es que Sadie es mi amiga, y me


siento responsable por lo que le pasó. Sabes que lo hago. —Asentí y él continuó—:
Pero estoy enamorado de ti, Am. No de ella. Hay partes de mí, muchas, que solo te
pertenecerán a ti. Puede que la abrace cuando llore, pero eres la única por la que me
metería en una ducha, completamente vestido. La única chica por la que perdería un
brazo intentando entrar en un ascensor. Los tuyos son los únicos labios que quiero
besar. La única a la que busco cuando me despierto por la mañana. Tu cuerpo es el
único que el mío anhela. —Su cabeza se apoyó junto a mi oreja, nuestros dedos
seguían entrelazados—. Te quiero —susurró—. Solo a ti.

¿Ese pedacito de mí cantando una canción alegre?

Se convirtió en una actuación coral completa.

—Ojalá pudiera decir que no necesitaba escuchar eso, pero lo hacía.

Sonrió.

—Te vi salir corriendo de la habitación como si estuviéramos en una mala


telenovela. Temía que fueras como uno de esos personajes excesivamente
dramáticos que saltan a su auto, conducen erráticamente y chocan contra un árbol
porque su corazón está eternamente destrozado.

Parpadeé.

—¿Qué?
157
Oh, Dios, su sonrisa me desquició. Aparecieron los dos hoyuelos, los dientes
blancos brillando.

—Cariño, si crees que la telerrealidad es mala, deberías probar las


telenovelas.

Curiosa, pregunté:

—¿También están en la televisión?

Riéndose, Eddie me agarró y tiró de mí. Me olvidé por completo de lo que


estaba hablando. Mi vientre se volcó, aterrizando en algún lugar cerca de mis pies,
cuando su cuerpo se plegó alrededor del mío.

Era el tipo de abrazo que me consumía. Su cuerpo grande y alto se encorvó,


se cerró a mi alrededor y me rodeó por completo. El olor de su piel, el calor de su
ropa, el sonido de su corazón que latía sin cesar. Le devolví el abrazo, abrazándolo
con fuerza. Mis ojos se cerraron y toda la inseguridad que sentía se desvaneció por
completo.

—¿Nos has traído el desayuno? —Se apartó, pero mantuvo nuestras manos
unidas.

Asentí.
—Recuerdo lo agradecida que estaba cuando me traías la comida cuando
estaba aquí.

Me besó la sien.

—Eres una buena persona, Amnesia.

—Esperaba poder hablar con Sadie —solté, como si el hecho de que me


llamara buena fuera demasiado para mi conciencia. Tenía muchas preguntas.

—Claro que sí —murmuró—. Yo también.

—¿Cómo está? —pregunté—. ¿Parece... capaz de responder? ¿Parece...? —


vacilé.

—¿Lo suficientemente cuerda como para creerle? —terminó.

Asentí, sintiéndome culpable.

Eddie metió la mano por detrás, pulsando de nuevo el botón de parada de


emergencia. El ascensor gimió y comenzó a moverse al instante. 158
—En su mayor parte —respondió.

Incliné la cabeza, pidiéndole en silencio que explicara.

El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron.

Eddie se inclinó hacia delante y pulsó el botón de la planta que acabábamos


de abandonar. Volviéndose hacia mí, dijo:

—Tuve que convencerla de que abandonara la isla.

El shock me dejó inmóvil.

—¿No quería irse?

—Ella quería, pero le tiene miedo. Casi siento que le han lavado el cerebro.

—La viuda West sonaba igual cuando hablaba de él. —Sin pensarlo, levanté
la mano y me tiré de las puntas del cabello con nerviosismo.

La mano de Eddie se acercó a la mía.

—No va a hacerte daño.

Él sabía que estaba pensando en lo que dijo Sadie ayer. Era muy parecido a lo
que había dicho la viuda. Iba a enfadarse porque me corté el cabello. Iba a
castigarme.
El ascensor se abrió y el pasillo familiar volvió a estar a la vista. Eddie me
guio, deteniéndose junto a unas ventanas que daban a un aparcamiento.

—¿Crees que estará dispuesta a hablar? —pregunté.

—Creo que solo hay una manera de averiguarlo.

Mientras volvíamos hacia la habitación de Sadie, mi barriga se llenó de


energía nerviosa. No podía evitar estar un poco asustada por las cosas que
podríamos aprender.

159
Capítulo 18
Edward
Desgarrado. Me sentía desgarrado entre dos mujeres. Tan estirado que corría
el riesgo de romperme.

Durante muchos años, le rogué al lago que me devolviera a Sadie. Negocié.


Amenacé... recé. Me hundí en las profundidades de la culpa, los “y si” y las incógnitas.

El lago respondió. Y al estilo del Lago Loch, lo que me dio fue un misterio
dentro del misterio. Una respuesta que desenvolvió un millón de preguntas más.

No una chica, sino dos. Y yo con un solo corazón.

El lago probablemente se reía ahora, orgulloso del juego que jugaba tan bien.

¿Ten cuidado con lo que se desea? 160


No.

Preferiría luchar a no estar aquí hoy. No importaba que lo que pedía viniera
en un paquete que no esperaba.

Tenía a Sadie de vuelta. Y tenía a Amnesia.

Eran dos arrepentimientos que nunca tendría.

Sin embargo, sentía algo de remordimiento. Esto estaba dañando a Amnesia.


Intentaba ocultarlo, pero su cara de póker era inexistente. Me alegré de ello porque
era fácil ver cuando necesitaba algo (excepto cuando estaba oscuro). O tal vez yo
estaba tan en sintonía con ella, tan perceptivo de sus emociones.

Puede que ella no tuviera mucha memoria. Desgraciadamente, lo


compensaba con la pérdida. Durante un tiempo, realmente pensé que era Sadie.
Después de la alergia, cambié de opinión, pero poco a poco había vuelto a cambiarla.

Ahora sabíamos quién no era. Simplemente no sabíamos quién era.

Aunque nunca estuvimos seguros de que fuera Sadie, ¿descubrir que no lo


era? Fue como arrancarle su identidad de nuevo. Amnesia se había perdido dos
veces.

Eso es dos veces más de lo que la mayoría de la gente ha experimentado.


Ella pensó que me importaba. Su identidad. Quizás al principio sí. Era lo único
en lo que pensaba. Pero cuanto más tiempo me sentaba junto a su cama, cuanto más
y más estaba cerca de ella, todo dentro de mí cambió. Hacia ella. Como si las células
de mi cuerpo se reorganizaran permanentemente para coincidir con ella
indefinidamente.

Ya me había ido, caído en lo más profundo. Me enamoré de la persona que


era, no del nombre que pudiera tener.

Amnesia se detuvo justo antes de que pudiera abrir la puerta de la habitación.

—Estoy nerviosa —confió.

—Creo que sería raro que no lo estuvieras.

—¿Crees que me conoce? —preguntó Am, ansiosa. Sabía que tenía miedo de
lo que iba a aprender. También tenía miedo de no aprender nada en absoluto.

Un arma de doble filo.

—Ella te conoce. 161


Sus ojos se redondearon y, de repente, se me antojó el chocolate con leche.

—¿Cómo lo sabes?

—Me dijo que lo hacía. En la isla.

Am jadeó antes de que pudiera decir más.

—¡No me dijiste nada! —Observé cómo cruzaba los brazos sobre el pecho y
me miraba con ultraje.

—No me mires así, mujer. No me gusta. —Estiré la mano y tiré de sus brazos,
tratando de librarla de esa pose desafiante.

—Pues a mí no me gusta que no me cuentes las cosas.

—Si me dejas terminar —solté y tomé su mano—. Me dijo que te conocía,


pero con las prisas por salir de la isla, no me pareció un buen momento. Y anoche…
—Me aclaré la garganta—. Anoche no necesitabas información, cariño. Solo
necesitabas que estuviera allí.

Sus ojos se suavizaron.

—Que tengas razón no significa que te perdone.

—Aww, no seas así, Am. Te lo digo ahora.


Puso los ojos en blanco. Pensé que era un poco linda.

—Dime.

—Dice que te llamas Lily.

—Lily —repitió. Observé cómo los pensamientos pasaban por sus rasgos. La
observé mientras intentaba reconocer el nombre. Se esforzó tanto que me dio un
pellizco en el corazón cuando me miró y frunció el ceño—. No significa nada para
mí.

—Está bien.

—No lo está —insistió.

—Oye. —La tomé por la nuca y la atraje hacia mí. Se resistió. La solté y me
incliné para que estuviéramos frente a frente—. Dale. Tiempo —insté—. ¿Y quién
sabe? Tal vez Sadie se equivoca. Eso es todo lo que me dijo sobre ti. Tal vez estaba
confundida.

—¿Eso es todo lo que dijo? —preguntó, cabizbaja. 162


—Bueno, me dijo que eran hermanas. —Amnesia jadeó y yo levanté la
mano—. Pero Sadie es hija única, así que eso no es cierto.

Se desplomó hacia delante. La rodeé con un brazo.

—Si no estás preparada para esto, puede esperar.

—No. Estoy preparada —afirmó, se separó de mi abrazo y cruzó la puerta


delante de mí.

Sadie levantó la vista en cuanto entramos. Sus ojos se dirigieron primero a


Am y luego a mí. Sonrió.

—Eddie, me preguntaba a dónde habías ido.

—Solo salí para hablar con Amnesia. No quería despertarte.

Me tendió la mano, moviendo los dedos. Reprimiendo mi miedo interior, me


acerqué a ella. Pero en lugar de tomar su mano como ella quería, tomé la bandeja de
bebidas que Am había traído.

—Mira, Amnesia nos ha traído el desayuno.

—¡Huele de maravilla! —dijo ella y sonrió a Am—. Gracias.

Amnesia se acercó.
—No estaba segura de sí preferías café o chocolate caliente —dijo—. Pero he
traído los dos.

Sadie me miró y ambos sonreímos.

—Café —dijimos al mismo tiempo.

—Hay crema y azúcar en el portavasos vacío, allí —dijo Amnesia, señalando.

—Gracias, cariño —dije, entregándole a Sadie una taza de café.

Sentí sus ojos cuando tomó la bebida, pero cuando levanté los míos, se limitó
a sonreír. Tomé la crema y el azúcar y se la puse en el regazo.

—Solías usar esto —dije.

—Gracias.

Después de sacar el segundo café negro de la bandeja, saqué el chocolate


caliente y se lo entregué a Am.

—¿Cómo sabías que elegiría el café? —susurré cuando se lo entregué. 163


—No lo sabía —dijo simplemente.

Habría entregado la bebida que yo sabía que tenía para ella si eso era lo que
Sadie hubiera elegido.

—¿Qué hay en la caja? —preguntó Sadie, tirando de mí.

—Muffins de pan de mono —dijo Amnesia—. Nunca he probado nada mejor.

—¿Joline sigue siendo la mejor panadera de Lake Loch? —preguntó Sadie,


revolviendo los complementos en su café.

—Por supuesto —respondí—. Esa mujer puede hornear más que cualquiera.

—¿Todos los demás siguen aquí en el pueblo? —preguntó Sadie


tímidamente—. ¿Se ha ido alguien más?

Mi corazón se apretó.

—Algunas personas se han mudado al pueblo, otras se han ido. Sin embargo,
casi todo el mundo sigue por aquí.

—Excepto mis padres —murmuró.

Me aclaré la garganta.
—Siento mucho lo de ellos —dijo Amnesia, acercándose a la cama—. Estoy
segura de que te querían mucho.

—Los quería —respondió Sadie, con la voz triste.

Acerqué la silla y le hice un gesto a Am para que se sentara.

—¿Y tú, Eddie? —preguntó Sadie.

—Estoy bien —dije, dando un sorbo al café.

—Siéntate —dijo Sadie dando una palmada en la cama.

En lugar de hacer todo más raro de lo que era, me senté en el extremo de la


cama, dejando los pies en el suelo.

—Debes estar hambrienta —dijo Amnesia, dejando a un lado su taza y


tomando la caja para ofrecerle a Sadie un muffins.

Sadie miró la comida y luego se alejó.

—En realidad, no tengo mucho apetito. 164


Amnesia asintió, comprensiva.

—Puedo entenderlo. —Empezó a dejar la caja en su sitio.

—¿Y yo qué? —me quejé.

Se rio, con un sonido parecido al del sol asomándose en un día nublado.

—Toma —dijo entregándome la caja.

Tomé uno y le di un gran mordisco a la parte superior.

Amnesia volvió a reírse.

No podía apartar los ojos de su rostro. Tenía mejor aspecto esta mañana. No
estaba tan demacrada. Seguía estando obviamente cansada, y la preocupación
delineaba sus ojos, pero al menos no parecía a punto de caer.

—¿Mordisco? —pregunté y le puse el muffin en la cara.

Sonriendo, arrancó un trozo de la parte superior. Era extra pegajoso con el


glaseado, esos eran sus bocados favoritos, y se lo puso entre los labios con
delicadeza.

—Comes como niña —le dije y me eché más en la cara.


—¿Porque no como a lo cerdo? —replicó Am.

Resoplé.

Una rara sensación me envolvió y miré hacia allí. Sadie nos miraba a los dos
con una expresión extraña en el rostro.

Amnesia se aclaró la garganta y puso la caja sobre la mesa. Sus dos manos
rodearon el chocolate caliente y se sentó hacia adelante en su silla.

—¿Sadie? ¿Estaría bien si hablamos?

Sadie miró a Amnesia.

—¿Sobre qué?

Am me miró, y yo asentí.

—Eddie dijo que me conoces.

—¿No me conoces? —preguntó ella.


165
Lentamente, Amnesia negó con la cabeza.

—No recuerdo nada antes de despertarme aquí en coma.

—¿Nada en absoluto? —preguntó Sadie, acercando el café a su pecho.

—Bueno, tengo algunos recuerdos que han vuelto, pero nada que me diga
algo sobre quién soy.

—¿Qué recuerdas?

Amnesia tragó saliva.

—La cueva en la que te encontramos, ese lugar me resultaba familiar. Y el


trenzado del cabello.

La cara de Sadie se iluminó.

—Solíamos trenzarnos el cabello mutuamente todo el tiempo.

El cuerpo de Amnesia se tensó. Hay que reconocer que el mío también. Sin
embargo, no dije nada. Este era su momento.

—¿Lo hacíamos? —preguntó ella, sentándose de nuevo—. De vez en cuando,


oigo risitas, como si nos hubiera gustado.
—Era lo que más nos gustaba hacer —dijo Sadie con cariño—. Así pasábamos
el tiempo.

—Pero no le gustaba—dijo Amnesia, con la voz baja y asustada.

Sadie asintió con solemnidad.

—Oh, no. Lo odiaba. No debíamos hacer nada que él no permitiera. Por eso
era nuestro secreto.

—Pero se enteró —presionó Amnesia—. ¿No lo hizo? ¿Y me corté el cabello?

—¿Te acuerdas de eso? —Los ojos de Sadie se abrieron de par en par.

—Creo que sí. ¿Entonces es verdad?

No podía imaginar lo que era tener que depender de otras personas para
contar tus propias acciones. Tu propia vida.

—Oh, sí. —La voz de Sadie bajó—: Estaba muy enfadado ese día. No sé por
qué tuviste que hacerlo enfadar más. Deberías haber dejado que te castigara. Pero 166
no lo hiciste. Te defendiste... pensaba que habías aprendido a no defenderte.

Un escalofrío recorrió mi columna vertebral. La forma en que hablaba. Era


tan normal para ella, como si no se diera cuenta de lo retorcido que era que
aprendieran a dejarse “castigar” y no defenderse.

—Sin embargo, me defendí, ¿verdad? Tomé unas tijeras y me corté mechones


de cabello.

—Ambas fuimos castigadas por eso, sabes —entonó Sadie, con los ojos en
blanco—. Puede que te haya roto el brazo, pero a mí también me castigó.

—¿Cómo? —Amnesia se sentó hacia delante—. ¿Cómo te castigó?

Sadie volvió sus ojos oscuros y sin emoción hacia Amnesia.

—Tú sabes cómo. Lo sabes.

Me costó todo lo que había dentro de mí para permanecer arraigado en la


cama. Para no agarrar a Amnesia por la cintura y sacarla de la habitación.

No quería saber más. No quería escuchar. La idea de que cualquiera de estas


mierdas le pasara a cualquiera de ellas me daba ganas de vomitar.

—No lo sé. —La voz de Amnesia se tambaleó—. Por eso pregunto.

Sadie inclinó la cabeza y estudió a Am.


—¿No recuerdas nada? —preguntó—. Eso es lo que dice todo el mundo.

—¡Si lo hiciera, no estaría pidiendo revivirlo todo de nuevo! —exclamó


Amnesia.

—Am —dije en voz baja.

—Lo siento —dijo, dirigiendo las palabras a Sadie—. Sé lo duro que es esto,
y sé que probablemente tú tampoco quieras revivir nada de esto. Solo que...

Sadie la observó.

—¿Solo...?

—Necesito saberlo.

Sadie se recostó contra las almohadas, dejó el café a un lado y apretó las
rodillas contra el pecho. Observé con inquietud cómo las rodeaba con sus brazos y
miraba fijamente hacia delante, como si no viera nada más que lo que tenía en su
mente.
167
—Yo fui la primera —comenzó, en voz baja—. Me sacó del agua una noche y
me encerró en un dormitorio de su casa. Me pasé los primeros días gritando y
suplicándole que me dejara ir. Oía discusiones en algún lugar de la casa. Gritos...
muchos gritos. A veces, demasiados. Un día, entró y me arrastró por la casa. Al
principio, pensé que me iba, que estaba cansado de mis gritos y que me iba a dejar
ir. En cambio, me tiró al agujero del suelo, cerró la puerta y echó el cerrojo. Oí que la
gente buscaba en la isla, que me llamaban por mi nombre. Grité por ellos. Grité tanto
que perdí la voz.

—Sadie —susurré.

—Volvió cuando todos se habían ido, me dijo que era suya y que este era mi
nuevo hogar. Él... me golpeó... me violó y luego me encadenó, desnuda.

—Nunca nos dejaba usar ropa —murmuró Amnesia.

—Solo cuando nos dejaba salir —respondió Sadie—. No sé cuánto tiempo


estuve allí abajo. No podía contar los días porque siempre estaba oscuro. Las únicas
veces que me sacó del agujero, estaba oscuro afuera. Al principio me resistí. Intenté
escapar. Cada vez, él me golpeaba. Me violaba. A veces hacía... otras cosas...

—No tiene que decírnoslo —dije, con voz salvaje.

—Tiene que saberlo —repitió Sadie.

—Está bien —dijo Amnesia, con el rostro pálido y retraído.


—No sé cuánto tiempo había estado allí, mucho tiempo, sin embargo... ¿Tal
vez un año? O más. Yo... dejé de sangrar cada mes. Empecé a enfermar, a vomitar
mucho.

—Por Dios —dije y salté de la cama, dando vueltas.

—¿Qué pasaba? —preguntó Amnesia ingenuamente. Mi dulce e inocente Am.

—Estaba embarazada. —La respuesta salió como un rugido—. La dejó


embarazada.

Amnesia se tapó la boca con la mano.

Sadie asintió, con esa mirada inexpresiva.

—Tardó en darse cuenta, pero cuando lo descubrió, se enfadó. Mucho. Dijo


que todo era culpa mía, que yo sabía que no debía ponerme así.

No estaba seguro de cuánto más podía escuchar. Cuánto más podía soportar.

—No fue tu culpa —dijo Am, tratando de consolar a Sadie. 168


—Tal vez lo fue.

Gemí.

—Puedo ir a buscar a la Dra. Kline. Tal vez deberías hablar con ella y no con
nosotros. Ella puede ayudarte. Ella me ayuda. —Amnesia se levantó de la silla y se
inclinó para dejar a un lado su bebida y poder ir a buscar a la doctora.

Sadie se movió repentinamente, dando un bandazo hacia delante y agarrando


la muñeca de Amnesia. Ella gritó sorprendida y trató de retroceder.

—¿No quieres saberlo? —entonó—. ¿No quieres saber cómo llegaste a la isla?

Los puntos rojos se agolparon ante mis ojos. No pensé, solo reaccioné ante el
hecho de que alguien pusiera las manos sobre Am y ella luchara por escapar. Me
lancé hacia delante, bajé mi antebrazo sobre el de Sadie y la solté.

Amnesia retrocedió a trompicones, y yo también. Caí en la silla, con Amnesia


encima. Con la respiración agitada, me senté hacia delante, la rodeé con los brazos y
la estreché contra mí.

—No la toques —advertí, tratando de sonar lo menos amenazante posible—


. Simplemente no lo hagas, Sadie.

—La amas —dijo, sus ojos se encontraron con los míos.


Me pareció cruel decir que la amaba. Parecía algo desleal. En cambio, asentí,
porque no expresarlo parecía más amable.

Los ojos de Sadie volvieron a mirar a Amnesia, que seguía sentada en mi


regazo.

—Me pegó. Me golpeó hasta que perdí al bebé. Sangré tanto, estaba tan
malherida, que pensó que iba a morir. Casi lo hice... Ahí es donde entras tú —le dijo
Sadie. La forma inexpresiva en que hablaba me puso los pelos de punta.

—¿Yo? —preguntó Amnesia, con la voz temblorosa.

Mis brazos la rodearon con más fuerza, como si pudiera protegerla de lo que
Sadie dijo a continuación.

—Tú eras mi sustituta —dijo—. Él te consiguió para que ocuparas mi lugar.


Excepto que nunca morí. En cambio, nos convertimos en hermanas.

169
Capítulo 19
Amnesia
—Todo esto es culpa tuya. Todo es tu culpa, Sadie.

»Saaaadie. Saadieeee.

Los sonidos de su llegada eran inconfundibles. Su intención aún más. Siempre


venía a esta hora. Y cada vez, decía lo mismo.

Al otro lado del lugar donde estaba encadenaba había otra chica. Alguien que
apenas se movía. Alguien a quien todavía no había visto.

Sabía que estaba allí porque podía oler la sangre. Podía oír sus gemidos de
dolor. A veces aparecía una anciana, con un cubo de agua y algunos trapos. Nunca se
acercó a mí. Nunca la vi tan claramente. Se acercaba a ese lado de la habitación y
empezaba el llanto.
170
Nunca hablaban. Solo escuchaba el goteo del agua, como si la estuvieran
sacando de un trapo. Y el llanto. Nunca pude saber quién lloraba, si la niña que apenas
se movía, la anciana... o ambas.

Entonces ella se iba. Tomaba su cubo y volvía a subir la escalera. Las rendijas
de luz del día que a veces veía me dolían físicamente porque sabía que, por encima de
nosotras, ahí fuera, la vida seguía.

Yo estaba desnuda. Las frías rocas debajo de mí eran incómodas y sucias. Me


dijo que podría ganarme unas mantas, incluso un catre. Nunca dijo cómo me lo
ganaría, pero a juzgar por el hecho de que la chica del otro lado de la cueva tenía un
catre, siempre supuse que no quería hacer lo que ella hacía para ganarse algo.

—Sadieee. Saaadiee.

Me estremecía cada vez que cantaba ese nombre. Sabía que era de ella, pero
cada vez que lo decía, sabía que venía por mí.

Me apreté contra la fría y dura pared, tratando de hacerme lo más pequeña


posible. Esperando y rezando para que se olvidara de mí y tal vez se fuera al otro lado
de la habitación. Algo que sabía que era un error esperar, pero lo hacía igualmente.

Sin embargo, no lo hizo.


El haz de su linterna me encontró. Me arrastró lejos de la pared, con las piernas
desgarradas implacablemente por el suelo irregular. El sonido de las cadenas al
traquetear me revolvió el estómago; el peso del brazalete metálico alrededor de mi
tobillo era como un yunque.

La última vez que vino, me defendí. Intenté tomar su linterna y golpearlo en la


cabeza. Acabé con un ojo hinchado, un labio ensangrentado y un mordisco que me picó.
Un mordisco en un lugar que me hizo estremecer.

Esta vez me quedé tumbada, tan tensa que sabía que me dolería mañana. Pero
me dolería mañana a pesar de todo. Ya no había nada en mí que no doliera.

—Todo esto es culpa tuya, Sadie —gritó al otro lado de la habitación mientras
me abría las piernas—. Si no te hubieras quedado embarazada, no habría necesitado
otra tú.

Me desmayé mientras me asaltaba. Mientras gruñía, gemía y sudaba sobre mí,


gritaba el nombre de Sadie.

Cuando terminó, abandonó mi cuerpo, pero me mantuvo inmovilizada. Las 171


mojaduras de su semilla salpicaron todo mi cuerpo. Sobre mi pecho y mi vientre. Gruñó
y gimió. Sentí arcadas.

Cuando terminó, intenté alejarme arrastrándome, pero me agarró del tobillo.

—Lo sabes bien, chica. —Me golpeó en el trasero, la piel me escocía


salvajemente. Me eché hacia atrás como él esperaba, con los ojos llorosos por el golpe.
O quizás por la agresión.

Su mano era áspera cuando hizo girar su dedo en el desorden que hizo en mi
pecho, y retrocedí cuando levantó el dedo saturado hacia mis labios...

—Ahh —jadeé, saliendo catapultada del regazo de Eddie y corriendo hacia la


puerta. Era una puerta pesada, difícil de abrir de un tirón, pero lo hice, saliendo a
toda prisa al pasillo, sin ver apenas nada, solo tratando desesperadamente de
escapar.

Las lágrimas corrían por mi rostro. El cabello se me escapaba y las rodillas


amenazaban con ceder.

Alguien gritó mi nombre, pero no me detuve. No podía. Las imágenes no me


dejaban en paz. El recuerdo... la tortura enfermiza...
El letrero del baño apareció a la vista. Cambié bruscamente de rumbo y me
abrí paso hacia el interior. Ni siquiera miré si había alguien más allí. Entré a toda
prisa y me arrodillé frente al primer retrete que vi.

La puerta del cubículo golpeó detrás de mí; todas las paredes del cubículo
vibraron con la fuerza de mi entrada.

Vomité. Me dolía la espalda por la fuerza y me ardía la garganta. Tosí y tuve


arcadas mientras vomitaba todo lo que tenía dentro, y un poco más.

Deseaba poder vomitar ese vil recuerdo. Deseaba que volviera al lugar de
donde vino...

Al infierno.

—Oh, mierda, nena —dijo una voz familiar desde atrás. El aire se agitó a mi
alrededor cuando la puerta del cubículo se abrió de un tirón. Eddie se agachó detrás
de mí. Sentí su palma en mi espalda.

—No me toques —dije, y luego me agité un poco más. Su mano se alejó de mí


y no me volví para ver si se había ido.
172
Me limité a llorar y a vomitar hasta que, literalmente, no quedó nada dentro
de mí más que recuerdos y dolor. Me desplomé contra la pared junto al inodoro, me
recosté y dejé que soportara mi peso.

Un movimiento por el rabillo del ojo me hizo saltar y llevarme una mano al
pecho.

—Soy yo —dijo Eddie en voz baja, extendiendo las manos en señal de


rendición. Estaba en la puerta del cubículo, sentado.

—Eddie —gemí.

—Estoy aquí —dijo.

—No puedo volver a entrar ahí —dije—, no puedo.

— No tienes que hacer nada que no quieras hacer.

—¿Está todo bien aquí? —dijo Mary Beth, entrando en el baño. Se detuvo en
seco cuando vio a Eddie, y luego se acercó lentamente para mirar a mi alrededor.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, con la voz baja.

—Sadie, eh... nos estaba contando cómo conoció a Amnesia —dijo Eddie, con
la voz apagada.
Mary Beth palideció.

—Quizá quieras que la doctora Kline hable con Sadie —continuó Eddie.

—¿Quiere que haga venir a la Dra. Kline? —se ofreció la enfermera.

—No. —La palabra me desgarró. Tosí y me apoyé en la pared—. No puedo


hablar de ello.

—Entonces no lo harás —dijo Eddie, tranquilizador.

—Dígale a la doctora Kline que, si quiere hablar conmigo, puede llamar a mi


teléfono —le dijo Eddie a Mary Beth—. Amnesia no estará disponible hasta nuevo
aviso.

Sentí, más que vi, que Mary Beth dudaba. Un momento después, su voz llegó
hasta mí.

—Recuerda lo que dije sobre un amigo.

Levanté la vista. Me ofreció una sonrisa. 173


—Gracias —balbuceé con sinceridad.

Salió del baño sin hacer ruido.

—Am —dijo Eddie. Su voz sonaba tan rota como me sentía yo—. Yo solo...

Sabía lo que quería. Me arrastré por el suelo hacia él. (Si estuviera en mi sano
juicio, yo también me encogería. El suelo y un retrete de un baño público. Puaj). Su
cuerpo se abrió de inmediato y dejé que me abrazara.

Empecé a llorar. Su consuelo acabó con lo que quedaba de los muros que
utilizaba para no derrumbarme del todo.

—Te tengo —murmuró, abrazándome—. Te tengo.

—No quiero saberlo —me lamenté—. No quiero saber nada más.

—Shh —intentó calmarme.

No se podía calmar a una persona después de un recuerdo tan vívido.

—Prefiero no tener respuestas que seguir con eso —balbuceé, agarrando su


camisa a puñados—. Por favor, no más —le supliqué—. No más recuerdos.

Todavía estaba llorando cuando me levantó, acunándome contra su cuerpo,


y abrió de una patada la puerta del baño. Me sacó del hospital y se deslizó en el
asiento del conductor de su camioneta, mientras me mantenía en su regazo. Estaba
tan pegada a él, que ni siquiera un kilo de grasa y una espátula gigante habrían
podido soltarme.

Condujo hasta la casa del lago, estacionó lo más cerca posible del porche
trasero y me llevó dentro.

Sus músculos vibraban contra mí mientras abría de una patada todas las
puertas que se encontraban en su camino. En el baño, me sentó en el lavabo,
moviéndose entre mis piernas.

Levanté la vista hacia él y me apretó las mandíbulas con las manos.

—Él le decía que era su culpa cuando me violaba. —Mi voz se quebró—. Por
eso creía que me llamaba Sadie.

Una lágrima, brillante y realmente perfecta, se deslizó por su ojo y recorrió


su mejilla. Nunca le había visto llorar. Era tan tranquilo, tan fuerte, que nunca pensé
que vería este día. De hecho, nunca se me ocurrió que hubiera algo en este planeta
que pudiera provocar una reacción así. 174
—Si pudiera tomar tu dolor, tus recuerdos... Demonios, si pudiera tomar tu
lugar en ese infierno, lo haría. Lo haría en una fracción de segundo.

Le agarré las muñecas, apretándolas con fuerza a pesar de que mi agarre era
tan débil que daba risa.

—Nunca te dejaría.

Con un gemido, me acercó a él.

—No te dejaré ir el resto del día, Am. Ni siquiera una vez.

—¿Lo juras? —susurré.

Él prometió:

—Por mi vida.
Capítulo 20
Edward
Su cuerpo temblaba como la última hoja que se aferra a un árbol desnudo en
la cúspide del invierno.

Horas y horas.

Tanto tiempo que me debatí internamente si debía ignorar sus deseos y


llamar a un médico.

Cualquier recuerdo que irrumpiera en su mente era peor que todo lo que
recordó antes. No estaba preparada para hablar de ello. Diablos, no estaba seguro
de que alguna vez lo estuviera. Sabía que el pequeño fragmento que me había
contado era solo una pequeña parte del conjunto.

No estaba seguro de querer conocer los detalles. El mero hecho de verla así,
175
sabiendo lo poco que sabía, me hirió más profundamente de lo que creía que podía
hacerlo cualquier cosa.

Sin embargo, tenía que vivir con ello. El recuerdo siempre estaría ahí en el
fondo de su mente, acechando, esperando para recordárselo. Me hizo sentir como
un cobarde porque si ella tenía que vivir con ello para siempre, entonces yo también
debería hacerlo.

—¿Amnesia? —murmuré.

—Eddie —respondió al instante. No creo que ninguno de los dos durmiera


mucho esta noche. Su voz estaba ronca de tanto llorar.

—Cuando estés lista, me gustaría saber qué recordaste.

—No quieres —protestó.

—Sí, lo hago. —Mantuve mi voz pasiva y acaricié su piel con el dorso de mis
nudillos—. Estamos juntos en esto.

—Si fuera más fuerte, te dejaría ir —murmuró mientras arrastraba su dedo


por la tela de mi camisa. Estábamos en la cama, pero después de todo, me había
quedado con la ropa puesta. Parecía lo correcto. Lo honorable.
—¿Qué? —dije, con el pecho oprimido. Levantando la cabeza, la miré,
sorprendido por esa respuesta.

—Lo haría —dijo de nuevo.

Deslizando mis manos por debajo de sus brazos, levanté su torso para que
estuviera ligeramente por encima de mí. El cabello le caía alrededor del rostro y la
mandíbula, haciéndole un poco de sombra, pero aun así pude mirarla fijamente a los
ojos.

—¿Por qué dices algo así?

Su labio inferior se tembló, y por unos segundos, dejé de respirar.

—Soy un desastre —confesó—. Y ahora tú también lo eres. Eres demasiado


bueno para ser un desastre, Eddie. Te mereces mucho más.

—Mírame —exigí. Sus ojos se alzaron—. No vuelvas a decir eso. Si tú eres un


desastre, entonces yo soy un cerdo que se deleita en el barro. Tu lugar está aquí,
conmigo. En mis brazos. Pase lo que pase. Incluso si te sueltas, seguiré sujetándote.
¿Me oyes?
176
—Pero...

—Sin peros —interrumpí.

—No lo entiendes. —Alargó la mano, tratando de acurrucarse cerca.

Cedí, dejando que se acercara. Su mano se aferró a mi camisa.

—Estar conmigo te pone en peligro. Pero no soy fuerte, Eddie. Soy débil. Te
necesito.

—Estoy aquí —murmuré—. Está bien.

—No está bien. —Su voz se quebró, y me aterrorizó que empezara a llorar de
nuevo—. Va a venir por nosotros —añadió, con un tono extraño en sus palabras.

Me quedé quieto.

—¿Qué?

—Él —advirtió Amnesia—. Sadie tenía razón. Se va a enfadar mucho


conmigo. Por irme. Por mi cabello. Por amarte.

—No te preocupes por él —dije, poniendo énfasis en mis palabras—. No


dejaré que te haga daño.
—No es por mí por quien me preocupo —respondió—. Es por ti. Va a querer
matarte.

La hice callar suavemente y empecé a pasar mis dedos por su espeso cabello.
Sabía que tenía razón. También sabía que estábamos tratando con un hombre sin
conciencia. Un monstruo.

La cosa era que no estaba tan preocupado como debería haberlo estado.

Va a querer matarte.

Sí, bueno, el sentimiento era mutuo.

177
Capítulo 21
Amnesia
Un pie delante del otro. Una respiración a la vez.

Un beso a la vez.

Así es como me iba a tomar esto.

Mi vida se sentía alterada. Irremediablemente.

Los pedazos de recuerdos que tenía eran perturbadores. Pero ayer. Eso había
sido casi devastador. Esos pedazos se juntaron, revelando una imagen más grande.
Un cuadro de horror que ninguna persona en su sano juicio podría pintar.

Ahora sabía mi nombre, bueno, mi nombre de pila.


178
Pero no era mi nombre. Era el nombre de la chica que vivió antes que yo. La
chica que vivió y finalmente murió a manos de un loco.

Ahora era Amnesia; aunque después de ayer, tampoco estaba segura de que
ese nombre encajara.

Ahora sabía cosas. Sentía cosas. Restos de lo que solía ser. Restos de lo que
nunca más quería ser.

Gracias a Dios por Eddie. Él era, literalmente, el pegamento para todas mis
grietas. No, no era su responsabilidad arreglarme. O curarme. Pero me ayudaba a
mantenerme unida hasta que pudiera curarme a mí misma.

Realmente la única manera de “sanar” de los horrores que una vez viví era el
tiempo.

Y una oración infernal que ya no recordaba.

No sabía cómo Sadie podía siquiera hablar. O sonreír. O hacer algo más que
llorar o mirar al espacio. Odiaba decirlo, pero el estado de fuga en el que se
encontraba la viuda... Ahora lo entendía.

Estaba más que claro que ella vivió el mismo tipo de infierno. Aquella anciana
que atendió a Sadie cuando luchaba por su vida, por una paliza y un aborto... glu, era
ella. Pero ella no vivía en ese agujero con nosotras.
Entonces, ¿dónde había estado?

¿Cómo pudo quedarse de brazos cruzados mientras dos chicas inocentes


eran torturadas, violadas y encerradas?

Me preguntaba si me habían lavado el cerebro tanto como a ellas.


Probablemente. ¿Tal vez? Intenté suicidarme. ¿Significaba eso que tal vez no me
habían lavado el cerebro del todo, que sabía lo equivocado que estaba todo, lo
ineludible, así que elegí la única salida que pude? La muerte habría sido mejor que
vivir esa vida.

Esta amnesia había sido una bendición. Yo era la afortunada de los tres.

A mi lado Eddie se removió. La profunda inhalación y la forma en que se


estiró contra mí me hicieron sonreír.

La amnesia fue quizás un golpe de suerte, pero la mayor bendición de todas


fue él. No conocía mucho, ciertamente no a mucha gente. Solo a los pocos que me
habían tendido la mano en Lake Loch. Pero no importaba si conocía a una o a cien
personas, porque entendía que no había muchas como él. 179
—Hola —murmuró, acercándome. Yo estaba de espaldas y giré la cabeza
hacia su rostro. Me besó en la punta de la nariz.

—Hola —le susurré.

Sus manos eran grandes. Podía tocar fácilmente un lado de mi rostro con una
sola mano. Nunca utilizó el hecho de ser más grande para intimidarme. O contra mí.
En cambio, lo utilizaba para hacerme sentir segura.

Acomodando el cabello detrás de mi oreja, me preguntó:

—¿Estás bien?

Asentí lentamente.

—Bien.

—Has dejado de temblar —observó, abrazándome con fuerza.

Le besé la mejilla y sonreí.

—Gracias por estar aquí.

—En ningún otro lugar preferiría estar.

Eso me hizo pensar en el hospital y en Sadie. Un sentimiento de malestar se


agitó en mi estómago. Intenté contenerlo.
—No quiero volver allí hoy. —Tras una breve pausa, añadí—: Quizá nunca.

—Verla es difícil —intuyó Eddie.

Asentí.

—Sé que dijo que éramos una especie de amigas. —Me estremecí por dentro,
pensando en la forma en que me llamaba hermana—. Y sé que solo nos teníamos la
una a la otra, pero verla hace que surjan cosas.

—¿Cosas que es mejor dejar olvidadas?

—Creo que sí —susurré.

—Lo entiendo.

—Me siento egoísta.

—No lo hagas. —Se apoyó en el codo para quedar por encima de mí—. Cuidar
de uno mismo no es egoísta. Es humano. Y francamente, necesito que lo hagas.

—¿Lo necesitas? 180


Asintió sabiamente.

—No estaré bien… hasta que tú lo estés.

—Te quiero —susurré.

Bajó la cabeza y me besó. Podría haberme fundido con él, podría haberme
perdido con él.

Eddie hundió su cabeza en mi cuello.

—Tengo que ir a ver la tienda.

—Por supuesto. —Me había olvidado de la tienda. Me quedé sin aliento—. ¡Se
supone que tengo que trabajar hoy!

Hizo un ruido.

—No. La dirección te da el día libre.

—¿La dirección? —pregunté.

Se le vieron los hoyuelos.

—Soy yo. Soy el jefe.

Fruncí el ceño.
—¿Me estás dando un trato preferencial porque me acuesto con el jefe?

—Tal vez —dijo.

Me reí. Me sentí bien. No sabía que podían existir momentos de felicidad y


confort en una tormenta. Pero él me enseñó que sí.

—En serio, cariño. Hoy estás libre. Y mañana. Tómate todo el tiempo que
necesites.

—No necesito tiempo libre —le dije—. Necesito vivir. Tener la vida que he
construido aquí. Es la única manera de demostrarme a mí misma que el pasado no
puede tener mi futuro. Es mucho para procesar y llegar a un acuerdo, pero sé que lo
haré. Especialmente contigo a mi lado.

—¿Estás segura? —Parecía preocupado—. Si te preocupa el dinero, te pagaré.


No quiero que te preocupes por eso.

—No me preocupa el dinero. —Le puse una mano en la mejilla—. No necesito


dinero. Ya soy una mujer rica.
181
Sus ojos se calentaron, las comisuras de sus labios se inclinaron hacia arriba.

—Así de increíble eres, Eddie. Después de todo lo que perdí, todo lo que me
quitaron, todavía siento que tengo mucho. Gracias a ti. —Bajé la voz—. Todo gracias
a ti.

Él gimió.

—Haces que sea muy difícil salir de esta cama, mujer.

—¿Puedes llevarme a casa de camino a la tienda? —le pregunté—. Quiero ver


a Maggie.

—Por supuesto.

—¿Vas a ir al hospital? —Mi voz era tímida. El solo hecho de pensar en Sadie
me provocaba un torrente de emociones difíciles.

Sus ojos se volvieron tristes.

—Sí. Después de registrarme en Loch Gen. Mis padres probablemente estén


ansiosos por hablar conmigo.

Asentí.

—Tal vez me tome el día libre.


La preocupación arrugó su frente. Me entraron ganas de jugar con sus rizos
arrugados por el sueño y no me resistí.

—¿Vas a estar bien hoy? ¿Quieres que me quede?

—Estoy bien —prometí—. Necesitas ver a tus padres, y yo necesito hablar


con Maggie.

—Vendré cuando termine —prometió.

—Tómate tu tiempo. —Comprendía perfectamente que, aunque estaba


comprometido conmigo, había muchos otros compromisos en su vida.

—Solo estoy a una llamada de distancia, ¿de acuerdo? Si necesitas algo, lo que
sea, llama.

—¿Y si necesito un beso?

—Sobre todo si necesitas un beso.

Me quedé en la cama mientras él se duchaba y se ponía su uniforme habitual 182


de jeans, zapatillas y una camiseta de Loch Gen. Cuando estuvo listo para irse, Eddie
me sacó de la cama y me llevó a su camioneta.

Lo tomé de la mano durante todo el corto trayecto hasta casa de Maggie. Me


acompañó hasta la puerta, me besó y esperó a que estuviera dentro para marcharse.

Lo amaba.

—¿Amnesia? —gritó Maggie, apareciendo en lo alto de las escaleras—. ¿Eres


tú?

—Sí, soy yo.

Sus hombros se desplomaron un poco.

—He estado preocupada por ti.

—Lo sé —me disculpé—. Lo siento, supongo que necesitaba un poco de


tiempo.

Sus ojos estaban muy abiertos cuando asintió.

—Por supuesto.

—Estaba pensando que tal vez podríamos hablar si tienes tiempo.

Ella sonrió.
—¡Sabes que lo tengo! Estaba a punto de preparar el desayuno. ¿Qué tal si
vienes a echarme una mano?

En la cocina, sacamos lo necesario para los huevos revueltos y las tostadas.


No estaba segura, pero cuando Maggie y yo pasábamos el tiempo cocinando así o
viendo realities malos, sentía que tal vez así sería tener una madre.

Era extraño pensar que en algún lugar tenía una madre. Y aún más extraño
era que no pudiera recordar ni la más mínima pista sobre ella.

No la extrañaba. Era difícil extrañar a alguien que no conocías.

—¿Dónde está Eddie esta mañana? —preguntó mientras batía unos huevos.
Me sentía un poco mareada todavía. La vista de la comida no era atractiva.

—Fue a trabajar y a ver a sus padres.

—Seguro que están preocupados por él.

—Han pasado muchas cosas —admití.


183
No dijimos nada más hasta que los huevos y las tostadas estuvieron en los
platos y nos sentamos a la mesa.

—Me contaron lo que pasó ayer en el hospital cuando fui a ver a Sadie.

Me estremecí.

—Las cosas que me contó, las recordé un poco.

—Fue malo —observó ella.

Desvié la mirada.

—Mucho.

—Bueno, a juzgar por las pocas cosas que Sadie compartió conmigo sobre sus
experiencias, no puedo ni imaginarlo.

—¿Sadie te lo contó?

Dejó a un lado el tenedor y levantó la vista.

—No mucho, pero estaba molesta, comprensiblemente, así que hablé con ella
un rato.

—No era mi intención molestarla —murmuré.

La mano de Maggie cubrió la mía.


—Nada de esto es culpa tuya. Tampoco de ella.

Me aclaré la garganta. Había algo que quería decir. O más bien preguntar. Me
pesaba, pero era una carga innecesaria. Necesitaba facilitar las cosas en lo que
pudiera, y aunque tener esta charla no era fácil, estaba en mi mano. Necesitaba usar
todo el poder que tenía ahora; si no lo hacía, podría replegarme sobre mí misma y
no recuperarme nunca.

—Ahora que sabemos que no soy Sadie, quería que supieras que... —Hice una
pausa y tragué saliva. Esto era duro. Era difícil sentir que no pertenezco, aunque lo
deseaba tanto—. Yo...

Maggie asintió con ánimo, mirándome como si pudiera decirle cualquier cosa.

—Entiendo que quieras que me vaya. Has sido muy generosa acogiendo a
alguien que ni siquiera conocías —murmuré, y añadí—: Y todavía no lo haces
realmente.

Maggie jadeó.

—¡Amnesia!
184
—No quiero que te sientas mal, como si tuvieras que dejar que me quede. Sé
que te sentías responsable de mí por culpa de Ann... y como no soy la hija de Ann...

—Detente ahí —dijo ella con firmeza—. Aunque aprecio tu consideración por
cómo me siento, debo decir que es una estupidez.

Mis ojos se dispararon y sentí que se ensanchaban hasta convertirse en


platillos.

—¿Acabas de llamarme estúpida?

Maggie resopló.

—Por supuesto que no. Pero la idea de que no te quiero aquí porque no eres
la hija de Ann, bueno, eso es una tontería.

Supuse que “tontería” era otra palabra para referirse a la estupidez.

Empecé a reírme.

Maggie trató de mantener una cara seria, pero luego se disolvió también, y
nos sentamos allí riendo sobre nuestros huevos.

Cuando terminamos, Maggie se aclaró la garganta y me miró con ojos serios.


—Es cierto que parte de la razón por la que te invité aquí fue porque podrías
ser la hija de Ann, pero esa no fue la única razón. Necesitabas a alguien. Todos
necesitamos a alguien a veces. Pero ahora que lo sabemos, no quiero que te vayas.

—¿No quieres? —pregunté, esperanzada.

—Por supuesto que no. —Se inclinó sobre la mesa—. ¿Puedo contarte un
secreto?

Asentí.

—Cuanto más tiempo pasaba contigo, más deseaba secretamente que no


fueras la hija de Ann.

Eso me sorprendió.

—¿Pero por qué?

—Me hacía sentir culpable por desear que fueras mía en su lugar.

Me puse a llorar. ¿Puedes culparme? 185


—Oh, cariño. —Maggie se acercó a la mesa y me rodeó con sus brazos—. No
quise molestarte.

—No lo hiciste —me lamenté—. Estoy llorando porque soy feliz.

—Bueno, gracias al cielo por eso.

Me reí sin aliento.

—¿Lo dices en serio?

—Lo digo de verdad. Tenerte aquí ha llenado mi vida de maneras que no


sabía que estaban vacías. No podría imaginarme viendo una mala televisión con otra
persona.

Sonreí, aguada.

—Y enseñando todas las recetas de mi familia. Pensé que morirían conmigo.

—No digas eso —juré con fiereza.

Maggie me dio una palmadita en el hombro y se sentó.

—Sé que Eddie ha estado detrás de ti para que te vayas a vivir con él y es solo
cuestión de tiempo, pero hasta entonces, eres bienvenida aquí. Incluso después.
Quiero que también consideres este lugar como tu hogar. Y espero que incluso
después de que Eddie te arrastre, tú y yo continuemos con nuestra relación.

Más lágrimas corrieron por mis mejillas y las aparté. Mi corazón estaba tan
lleno que sentía que mi pecho podría estallar.

—Me encantaría.

Las lágrimas llenaron sus ojos y volvió a abrazarme.

—Me alegro mucho.

—Te quiero —susurré mientras nos abrazábamos—. Gracias por estar aquí
para mí.

—Yo también te quiero, cariño —respondió Maggie.

Las dos tardamos un minuto en recomponernos, yo más que ella. Me había


preocupado por esto incluso antes de encontrar a Sadie. Me preocupaba que
estuviera viviendo la vida de otra persona y que, si descubríamos que no era Sadie,
toda la gente de aquí me diera la espalda. Bueno, parte de eso se hizo realidad. 186
No soy Sadie.

Pero estaba empezando a pensar que tal vez no importaba. No había estado
viviendo su vida. Estaba viviendo la mía.

Y a la gente a mi alrededor le gustaba porque era... yo.

—Se te enfrían los huevos —me amonestó Maggie, volviéndose a sentar en


su silla.

Hice una mueca.

—Realmente no tengo hambre.

Café en mano, Maggie frunció el ceño.

—¿Cómo estás realmente?

—No estoy segura —admití.

—¿Ver a Sadie desencadenó todo? —Su voz era de preocupación.

—Hablar con ella —acordé.

Maggie se retiró entonces, se sentó y bebió su café con una mirada pensativa.

—¿Pasa algo?
Levantó la vista, dejando a un lado su café.

—Yo también quería hablar contigo, pero después de nuestra charla, me


preocupa que no sea una buena idea.

—¿Qué? —Me di cuenta de que estaba dudando si decírmelo, así que la miré
con dureza.

Suspiró.

—Sadie no tiene las heridas extensas que tenías cuando Eddie te encontró.
Está deshidratada, desnutrida, tiene algunos moratones, cortes y rasguños... nada
que unos días en el hospital no consiga curar.

—¿Qué estás diciendo? —pregunté.

—Ella va a salir pronto.

—Y quieres que se quede aquí —supuse.

—Bueno, sí. Es la hija de Ann. No tiene otro lugar donde ir. 187
Una breve visión de ella quedándose en casa de Eddie se entrometió en mi
mente. Lo odié.

—Por supuesto —estuve de acuerdo—. Debería quedarse aquí.

—No quiero causarte más estrés si verla te trae recuerdos.

Me senté hacia adelante.

—Estaré bien. Creo que el shock inicial de encontrarla y saber quién es y


dónde había estado antes de que Eddie me encontrara ya ha pasado. No puedo decir
que me sienta completamente cómoda con ella, pero ella y yo tenemos mucho en
común. Y si hay alguien en esta ciudad que puede ayudarla a sanar, eres tú.

—¿Estás segura? —presionó Maggie—. Esta es tu casa también. Tienes un


voto.

—Voto que sí —dije, aunque me sentía aprensiva por volver a verla. De vivir
bajo el mismo techo.

—Le daré una habitación de invitados arriba para que sigas teniendo
privacidad abajo —añadió Maggie.

—Todo irá bien —le aseguré, deseando sentirme tan segura como sonaba mi
voz.
Capítulo 22
Edward
Era de tarde cuando llegué al hospital. Tenía que ponerme al día en Loch Gen,
y cuando entré, mis dos padres estaban allí. Esperando.

Encontrar a Sadie provocó una onda expansiva en nuestra adormecida


ciudad lacustre. Más que cuando apareció Amnesia. La sorpresa de no una, sino dos
niñas desaparecidas, que podrían haber sido la misma, era algo que nadie esperaba.

Por supuesto, abundaban los rumores y las especulaciones; no todos sabían


la verdad. Nadie más escuchó los espeluznantes detalles directamente de la boca de
Sadie.

Les conté una versión suavizada. Básicamente, Sadie y Am fueron víctimas


del mismo hombre. Ambas fueron secuestradas, retenidas como rehenes y abusadas. 188
Me tomó un tiempo asegurarles que lo estaba manejando, hecho que me
molestó un poco. Quiero decir, era un hombre adulto, por el amor de Dios. Pero al
mismo tiempo, lo entendía. Fui un completo desastre durante años después de la
desaparición de Sadie. Me costó mucho tiempo volver a encarrilarme, y ellos lo
habían visto todo.

Ahora era mayor. Más fuerte. Y mi corazón conocía el amor. Todo mi cuerpo
lo sabía. La gente suele decir que el amor te hace débil.

Quizás lo hacía porque te permitía salir herido. Me dolió mucho cuando vi el


dolor en los ojos de Amnesia.

Pero el amor no era una debilidad.

Era una fuerza.

Probablemente el vínculo más fuerte que había sentido. No me derrumbaría


bajo nada de esto porque tenía todo que proteger.

Sin embargo, gracias a Dios por mis padres. Sin ellos, Loch Gen
probablemente se quedaría sin abrir, y los residentes de aquí estarían enojados.
Especialmente la señora Scarlet; necesitaba su manzana nocturna.

Ellos mantenían el lugar en funcionamiento, y yo podía concentrarme en la


mierda de mi vida que era mucho menos estable. Al menos hoy. Amnesia tenía razón
esta mañana cuando dijo que teníamos que vivir. Teníamos que seguir adelante.
Estabilidad dentro del caos. Como adulto, estaba aprendiendo que esa era la clave.

El hospital me era tan familiar ahora. Probablemente lo conocía tan bien


como el personal. No era un lugar que quisiera conocer tan bien, pero los deseos y
las necesidades eran totalmente diferentes.

Me sentí culpable por no haber estado más allí. Por no haber vuelto ayer
después de que Amnesia se agotara, y esperaba que Sadie no estuviera enfadada
conmigo. O herida. Lo último que quería era que sufriera más daño.

Las enfermeras me saludaron al pasar. Asentí y seguí adelante.

Justo cuando estaba a punto de llamar, la puerta se abrió y la Dra. Kline salió.
Sus ojos se abrieron de par en par cuando me vio al otro lado. Retrocedí para dejar
espacio a su salida en lugar de pasar de largo.

—Doctora —dije, dejando que la puerta se cerrara tras ella.

—Sr. Donovan. —Inclinó la barbilla.


189
—Eddie —le corregí—. ¿Cómo está?

—Sabe que no puedo hablar de mis pacientes con usted.

Suspiré.

—Mire, no necesito nada privado. Pero una actualización general no es algo


que esté fuera de lo razonable. Especialmente en esta situación. Creo que usted lo
sabe.

La Dr. Kline dudó y luego suspiró.

—Ella tiene un largo camino por recorrer. Las cosas que le ocurrieron...
algunas de ellas son muy difíciles de curar.

—¿Imposible? —pregunté.

De nuevo, dudó.

—No puedo decirlo realmente.

—¿Porque no lo sabes o porque estás obligada a no hacerlo?

—No lo sé. —Su voz era baja—. No me he enfrentado a este grado de TEPT.

No sabía por qué, pero el diagnóstico me pilló desprevenido.


—¿Trastorno de Estrés Postraumático?

Se movió.

—No es solo para los veteranos militares. Cualquier tipo de situación


traumática puede hacer que la víctima sufra estrés postraumático.

—Ella le dijo algunas cosas a Am ayer. Tuvo un recuerdo y estaba muy


alterada, pero no quiso llamarle.

—Amnesia es mucho más fuerte mentalmente que Sadie —comentó la Dra.


Kline.

Eso me hizo sentir mejor, más esperanzado.

—¿Por la amnesia?

—Probablemente.

El miedo me apuñaló en las tripas.

—Entonces, ¿si sigue recordando? 190


—Realmente no puedo especular. —La Dra. Kline me desanimó.

La fulminé con una mirada plana, enfriando mis ojos hasta un tono de hielo.

—Hable claro —exigí.

La doctora tragó grueso. Vi la intimidación en sus ojos. Ni siquiera me sentí


mal por ello. Quería que se sintiera intimidada. Quería respuestas.

—Podría tener un impacto negativo.

—¿Cómo de negativo? —ladré.

Se irguió. Pensé que podría discutir, pero entrecerré los ojos.

—Tratar de adivinar lo que la mente hará en estas situaciones, señor


Donovan, es como jugar a la lotería. No lo sé.

Maldije, pasándome una mano por el cabello con brusquedad.

Ella me observó. Lo que vio la hizo ablandarse.

—Eddie —cedió—. Sé que estás muy preocupado por Amnesia.

—Por supuesto que sí. La quiero.


—Ya lo veo —observó—. Aunque sigo pensando que son muy dependientes
el uno del otro, veo el amor que hay entre ustedes. El amor en sí es sano.

Reprimí el impulso de poner los ojos en blanco. Estaba tratando de


encogerme la cabeza.

—Seré sincera contigo sobre Amnesia porque no me parece que sea una
violación de la confidencialidad. Eres prácticamente de la familia.

Hice un sonido grosero.

—Ella es mi familia.

La Dra. Kline asintió.

—Amnesia ha tenido seis meses de estabilidad. Seis meses de cuidados, amor


y terapia de quienes la rodean. La pérdida de memoria la ayudó mucho a curarse, la
ayudó a conocer a la gente de una manera que probablemente no era capaz de hacer
antes. Está en un lugar mucho mejor que Sadie. Aunque no puedo asegurarlo, creo
que Amnesia podrá llevar una vida normal.
191
—¿Y Sadie? —presioné.

—Es demasiado pronto para decirlo.

Me quedé en silencio, digiriendo las palabras, y ella lo aprovechó para


escapar.

—Discúlpeme. Tengo otros pacientes.

La dejé ir, sabiendo que le había sacado más información de la que quería dar.
No era mucha, pero era esperanzadora. Al menos para Am.

Dentro de la habitación, Sadie estaba sentada en el centro de la cama, vestida


con una bata de hospital y la sudadera negra de Loch Gen que le regalé el día que la
encontré en la isla. Me invadió una fuerte sensación de déjà vu al recordar cómo fue
la primera vez que vine a ver a Am después de que se despertara. Las dos eran
realmente muy parecidas en su aspecto.

Claramente, el psicópata tenía un tipo.

Y, quizás yo también lo tenía.

—¡Eddie! —Su cara se iluminó, y yo sonreí.

—¿Cómo estás hoy, Sadie?

—Mejor ahora que estás aquí.


Acerqué una silla a su cama y me dejé caer en ella.

—¿Cómo te sientes?

—Bien. Estoy lista para salir de aquí.

—¿No te gusta la comida del hospital? —bromeé.

—Oh, no, está bien —prometió, sin darse cuenta de que estaba bromeando—
. Es que no es mi casa.

Se me apretó el estómago. Su casa ya no era suya. Después de la muerte de


sus padres, la casa estuvo vacía hasta que fue subastada por el banco.

—¿Estás hablando de la casa de tus padres? —pregunté con cuidado.

—No —dijo ella.

Joder, no se referirá a ese agujero en el suelo, ¿verdad?

—Estoy lista para pasar más tiempo contigo —finalizó.


192
Ella pensaba que su casa estaba conmigo. Oh, eso picó. Como el agua salada
en un corte profundo. Parecía pequeña y herida en el centro de la cama, enterrada
bajo mi capucha y mirándome con ojos marrones muy abiertos. Yo era su hogar.

No le diría lo contrario, aunque sabía que no podía mudarse conmigo.


Rompería a Amnesia.

—¿Qué quieres hacer primero? —pregunté, cambiando de tema—. ¿Ver Loch


Gen? ¿Ir a la panadería? ¿Ir de compras?

Sus ojos se nublaron, y me preocupó haber dicho algo malo.

—¿Todo el mundo en la ciudad está hablando de mí?

No podía mentir. Me incliné cerca, como si estuviera contando un secreto, y


me aseguré de que mis hoyuelos estuvieran a la vista.

—Ya conoces a la gente de Lake Loch. Les encantan los buenos rumores.

Ella sonrió.

—Siempre lo hicieron.

—La señora Scarlet sigue obsesionada con las manzanas.

Se rio. Era un sonido puro que me hizo sentir que todo iba a estar bien.
—¿Necesitas algo? —pregunté—. ¿Qué te puedo traer?

—No necesito nada más que a ti —dijo. Tras un incómodo silencio,


continuó—: Pensaba en ti todo el tiempo. Me preguntaba si pensabas en mí. Siempre
me decía que yo era suya... pero recordaba a Eddie. Recuerdo que primero fui tuya.

Pensaba que había esperado escuchar esas palabras durante doce años.
Escuchar eso, verla... era lo que más había deseado. Había pensado que lo arreglaría
todo.

Estaba tan equivocado.

Tan completamente equivocado.

Me sentí casi asqueroso al escucharla decirlas. No porque me gustara


Amnesia. No porque no quisiera a Sadie (lo hacía a mi manera) sino porque era
ingenuo.

Eso no arregló nada. Casi lo empeoró todo.

No sabía qué decir o cómo reaccionar. Parecía que todo lo que podía decir 193
estaba mal. Ella esperó y me observó, queriendo abiertamente una respuesta que yo
no tenía. Con cuidado, elegí qué decir.

—Tú eras, no, eres mi mejor amiga. Por supuesto que pensé en ti. Todos los
días.

Ella asintió.

—Yo era tuya —susurró de nuevo.

—No eres la Sadie de nadie. Te perteneces a ti misma. Tienes el control de tu


propia vida.

Su ceño se frunció como si no entendiera del todo. Como si no supiera ser


dueña de sí misma.

—Pero yo... —Sus ojos se levantaron, la confusión nadando en la superficie, y


vi que las lágrimas estaban a punto de caer.

Me acerqué a ella y la abracé. Me rodeó con los brazos y me abrazó con fuerza.
Acaricié mi mano por su largo y suave cabello hasta que sentí que su cuerpo se
relajaba.

Nos quedamos así un rato. Todo el tiempo, me maravillé de cómo había


imaginado este momento un millón de veces, y en cada uno de esos millones, nunca
imaginé que se sintiera como ahora.
Sadie no era mi futuro. Tal vez nunca lo fue. Tal vez ella era solo un
catalizador, una desafortunada víctima de la vida que me llevó a donde realmente
pertenecía. Con quien realmente pertenecía.

No era justo. La vida rara vez lo era.

Después de un rato, Sadie se apartó, pero me tomó la mano y se aferró a ella.

—Pensaste que era yo, ¿no?

—Todo el mundo lo creía —dije, sabiendo que se refería a Amnesia—. Al


menos al principio.

—Por eso la quieres —murmuró—. Porque se suponía que era yo.

Todo dentro de mí se rebeló, se asqueó. Fue una reacción más fuerte de lo


que incluso yo esperaba porque, sí, era cierto. Primero me sentí atraído por Am
debido a Sadie. Porque creía que era ella.

Pero ahora, conociendo a ambas, las diferencias eran asombrosas.


194
No había que confundir a una con la otra.

Solo amaba a una.

Y no era a la chica cuya mano estaba sosteniendo.

—Te quiero, Sadie —le dije suavemente—. Como una amiga. Una mejor
amiga. Como hace tantos años.

—Éramos más —insistió ella.

—Pudimos haberlo sido —repetí. Todavía me dolía pensar en eso, incluso


sabiendo dónde estaba mi futuro.

Me bajé de la cama, preocupado por el rumbo de la conversación. Ya estaba


bastante confundida. Quería estar aquí para ella, pero quería tener clara nuestra
amistad.

Llamaron a la puerta y la interrupción fue bienvenida.

Miré a Sadie con una enorme sonrisa.

—¿Otra visita? Eres una dama muy popular.

Sus ojos se abrieron de par en par y con temor.

—¿Crees que es él?


Controlando mi reacción para no parecer enfadado, dije:

—De ninguna manera. Tal vez sea Maggie. Ya veré.

—Se supone que Maggie me va a traer ropa —dijo.

—Ustedes y su ropa —bromeé, aunque me sentía tenso por dentro.

Antes de abrir la puerta, miré por la pequeña ventana cuadrada y suspiré


aliviado.

—Es un amigo —le dije, y luego abrí la puerta.

Robbie estaba de pie al otro lado, con aspecto ansioso y un poco inquieto.

—Hola, hombre. ¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté, entrando en la


abertura.

—¿Es ella? —susurró.

—Sí. Esta vez no hay duda.


195
—¿Puedo verla?

Como respuesta, di un paso atrás y abrí la puerta de un empujón. Entró,


vestido de manera informal con unos jeans y un suéter negro. Su piel de color café
cremoso estaba más pálida que de costumbre, y bajo el rico color había una lámina
de blanco. Sus ojos oscuros se dirigieron al instante a Sadie y se redondearon.

—Hola, Sadie —dijo, claramente nervioso—. Me he enterado de que has


vuelto y quería venir a verte.

Sadie no dijo nada, solo se sentó y lo miró fijamente.

Robbie y yo nos miramos el uno al otro, y luego volvimos a mirarla. Me aclaré


la garganta.

—Sadie, ¿te acuerdas de Robbie? Fuimos a la escuela con él.

—Me acuerdo —dijo de repente—. Tú fuiste quien hizo que me secuestraran.

Robbie se sacudió como si ella lo hubiera abofeteado. Diablos, incluso yo


estaba muy sorprendido.

—Sadie, no fue culpa de Robbie —traté de razonar.

—Tú fuiste quien desafió a Eddie, ¿no? —preguntó ella, con la mirada fija en
él.
Tragó saliva.

—Sí y vine a disculparme. Quería que supieras que fue una estupidez y algo
que siempre lamentaré.

Ella lo miró fijamente. Solo le miró fijamente. La tensión en la habitación


crecía y crecía hasta ser casi asfixiante.

Sus ojos se desviaron de repente hacia mí.

—¿Le has perdonado?

Maldita sea. Nada como estar en la cuerda floja.

Asentí.

—Sí, Robbie es un buen tipo. Él y yo lo pasamos muy mal cuando te


secuestraron. Ayudó a buscarte. Los dos nos sentimos muy mal.

A mi lado, Robbie asintió sabiamente.

—Esto no fue tu culpa, Eddie —me dijo Sadie. Luego miró a Robbie—. Gracias 196
por ayudar a buscarme. Y por venir a visitarme.

Los hombros de Robbie se relajaron.

—Lo siento de verdad —se desahogó—. Cuando vi a Amnesia, toda la vieja


culpa y la vergüenza volvieron. Cuando me dijo que no me culpaba, sentí que se me
quitaba un peso que ni siquiera sabía que llevaba. Así que cuando supe que te habían
encontrado, supe que tenía que venir. Sabía que tenía que decirte lo mucho que me
arrepiento de haber hecho ese reto.

—¿Te disculpaste con Amnesia? —preguntó Sadie.

Él asintió.

—Pensamos que podrías ser ella. —Robbie hizo una mueca y me miró. De la
comisura de la boca, dijo—: ¿No debía decir eso?

Le di una palmada en el hombro.

—No, ella lo sabe.

—Bueno, si ella puede perdonarte, entonces yo también —razonó Sadie. No


tenía mucho sentido para mí, pero si lo tenía para ella, eso era lo único que
importaba.

—Está bien, Robbie. Te perdono.


Fui el mayor idiota del estado porque me pregunté si lo decía en serio.

Robbie se movió hacia ella, y ella se encogió hacia atrás. Me adelanté al


instante, deslizándome entre la pareja.

—Ella es un poco tímida todavía —dije, tratando de hacerle sentir mejor al


respecto.

—Por supuesto —dijo, dando un paso atrás—. Yo... me iré.

Asentí. Hablando de incomodidad.

Se inclinó a mi alrededor para mirar a Sadie.

—Gracias por recibirme. Me alegro mucho de que hayas vuelto.

—Gracias —respondió ella.

—Ya vuelvo —le dije mientras acompañaba a Robbie a la puerta.

En el pasillo, se volvió hacia mí.


197
—Amigo. Ella me odia.

—No. Es que ha pasado por muchas cosas.

Robbie negó con la cabeza.

—Reconozco el odio cuando lo veo. Una vez me miraste de la misma manera.

—Sí, y eso cambió. Dale tiempo. Ella también lo hará.

—No sé, hombre —murmuró—. Había algo en la forma en que me miró. Algo
en sus ojos que los tuyos nunca tuvieron. No creo que vaya a cambiar de opinión, y
realmente, no puedo culparla.

—Robbie. —Traté de pensar en algo alentador para decir. Me quedé en


blanco porque yo también vi la mirada en su rostro.

—No debería haber venido —continuó—. Es que... Amnesia me hizo sentir


mejor, menos culpable. Tal vez eso debería haber sido una pista de que no era Sadie.
Debería haber sabido...

—No te hagas esto, Rob. Toda esta situación está jodida.

—Sí, tal vez —murmuró. Empezó a decir algo, luego se detuvo.

—¿Qué es? —le dije.


Sacudió la cabeza, frotando la palma de la mano sobre la parte superior
zumbada.

—Es que, hombre, Sadie y Amnesia, son completamente diferentes.

Sí.

Obviamente, eran dos personas diferentes. Obviamente, no serían lo mismo.


Aun así, fue un shock. Para todos nosotros. Fue difícil separar a las dos mujeres al
principio porque, en nuestras mentes, fueron una en la misma durante tanto tiempo.

Pero oh...

Ya no era tan difícil. Las similitudes entre Amnesia y Sadie se reducían a la


apariencia.

Ahora veía lo poco parecidas que eran las dos mujeres.

198
Capítulo 23
Amnesia
Pasó una semana entera. Solo me quedé con Eddie dos veces, aunque
realmente quería quedarme más. Mi relación con Maggie también era importante, y
quería asegurarme de que lo supiera. Además, me dio tiempo para pensar y digerir
realmente el recuerdo que había tenido. No completamente, por supuesto, pero sí lo
suficiente como para ponerlo en perspectiva y no sentirme mal por ello.

Probablemente, siempre me costaría recordar que el pasado era solo eso, el


pasado, y que no podía inmiscuirse en el futuro a menos que yo lo permitiera. Creo
que lo más difícil fue aceptar que las cosas que me habían sucedido podrían
perseguirme para siempre, y que habría momentos en los que sí se inmiscuirían en
mi vida.

Y luego estaba el miedo. El miedo a recordar más. Que cuanto más volvieran 199
esos sentimientos de haber sido violada y abusada, más podría quedar lisiada. Tenía
miedo de eso, miedo de que mi pasado tuviera la capacidad de robarme el futuro.

No lo permitas.

Era una especie de mantra ahora, cuando sentía la agitación del pánico en lo
más profundo de mi estómago. Cuando parecía difícil mantener el control de la
realidad y sentía que me deslizaba hacia una especie de niebla de ansiedad,
respiraba profundamente y me decía que tenía el control.

A veces funcionaba. A veces no. Era un proceso. Estaba aprendiendo que eso
era la vida. Un proceso. Una serie de altibajos.

El ligero golpe en las puertas del otro lado de la habitación me hizo sonreír.
Como una niña vertiginosa, me deshice de las sábanas y crucé la habitación, con los
pies y las piernas descalzos al aire fresco de la mañana.

Saltando de un pie a otro, abrí la puerta para que Eddie pudiera entrar.

Me sonrió, con sus hoyuelos y sus dientes blancos, mientras cerraba la puerta.

—Pareces un conejito.

—¡Hace mucho frío esta mañana!


Me tomó por la cintura con un brazo y me levantó. Mis piernas rodearon su
cintura y me acurruqué en su cuello.

—¿Cómo es que estás caliente? Estabas fuera.

—Siempre tengo calor para ti, cariño —murmuró.

Levantando mi cabeza, me puso el vaso debajo de la nariz.

—Crema extra, solo para mi chica.

El calor se filtró en la palma de mi mano cuando envolví la taza, y me llevó de


nuevo a la cama. Las mantas aún estaban calientes por mi cuerpo, y los dedos de mis
pies se acurrucaron en la suave cabecera y suspiré.

Eddie se deslizó a mi lado y nos tapó con las mantas.

Sorbí el chocolate, disfrutando de la forma en que el calor del líquido se


deslizaba por mi garganta hasta llegar al estómago.

No quedarme con Eddie todas las noches era algo que no me gustaba. Pero sí 200
me gustaba cuando se colaba en mi habitación a primera hora de la mañana con un
chocolate caliente.

—¿Cómo está mi chica? —preguntó, acariciando el lado de mi cabeza.

Me incliné y le besé.

—Sabes a chocolate —murmuró. Volví a besarlo, esta vez lamiendo su boca,


acariciando nuestras lenguas.

—Tengo algo más para ti —dijo cuándo me retiré.

—¿Lo tienes?

Inclinándose un poco hacia un lado, metió la mano en el bolsillo trasero de


sus jeans y sacó un sobre blanco doblado por la mitad.

—Permítame presentarle —dijo con una floritura—, su primer cheque de


pago.

La emoción y el orgullo se dispararon en mi interior. Me levanté, doblé las


piernas debajo de mí y equilibré la bebida en mi regazo. Con cuidado, saqué el
cheque como si fuera algo precioso y raro.

Más o menos lo era. Nunca había ganado un sueldo. Ni había tenido un


trabajo. O dinero propio.
El papel era largo y rectangular, de un tono azul claro. Parecía profesional y
serio, y ahí mismo, en el lateral, estaba la cantidad con mi nombre.

—¡Todo esto es mío! —exclamé, bajando las manos y casi derramando el


chocolate caliente sobre los dos.

—Vaya. —Se rio—. ¿Qué tal si me quedo con esto? —Tomó la taza y la dejó a
un lado. Cuando se volvió, yo seguía maravillada con la cuenta, esperando que me
dijera que era solo un sueño—. Es todo tuyo.

Su confirmación iluminó mi rostro con una sonrisa. Sentí mucho orgullo en


ese momento, sabiendo que había ganado ese dinero. Que podía comprarme algo
que sería todo mío.

—Gracias —dije.

Sus ojos se suavizaron.

—No me des las gracias, cariño. Te lo has ganado. Abasteciste un montón de


estantes y entablaste una conversación cortés con los curiosos del pueblo.
201
—Nunca había tenido dinero —dije asombrada.

Una mirada triste pasó detrás de sus ojos, pero luego desapareció, y me
alegré. Este era un momento feliz.

—Ojalá fuera más. Al menos es mejor que el salario mínimo.

—¿Qué es eso? —pregunté.

Él gimió y enganchó su brazo alrededor de mí, acercándome.

—Qué inocente —murmuró.

Estaba demasiado feliz para preocuparme por lo que no entendía. En lugar


de eso, chillé ligeramente y lo abracé con fuerza.

Al echarme hacia atrás, volví a mirar el cheque. Se me ocurrió un


pensamiento y fruncí el ceño.

—Oh —dije, levantando la vista—. No tengo cuenta bancaria. ¿Cómo voy a


cobrar esto?

—Ya lo tengo —dijo Eddie y volvió a hurgar en su bolsillo trasero para sacar
otro sobre blanco doblado.

Miré dentro y vi un montón de billetes verdes. Me quedé boquiabierta y


levanté la vista.
—Tu paga es en negro, al menos hasta que tengas un nombre completo y una
cuenta bancaria. El cheque no es cobrable. Solo lo imprimí para que lo conservaras.
Recuerdes tu primera paga.

—¿Qué significa en negro? —pregunté, ligeramente confundida.

Eddie se rio.

—Solo significa que no tienes que cobrar el cheque. Ese dinero es tuyo. Solo
tómalo.

—Me lo voy a quedar —dije, apretando el papel contra mi pecho—. Gracias


por dármelo.

—¿Y qué vas a hacer con tu primer cheque? —preguntó.

Quería ir de compras. Comprar algo para mí, elegir una o dos prendas nuevas.

—Probablemente le daré algo a Maggie, ya sabes, para devolverle toda su


generosidad. —Pensé un momento, dándome cuenta de que Eddie había hecho lo
mismo por mí—. Y a ti también. 202
—Eres bastante increíble —dijo, inclinándose para besarme suavemente—.
Pero olvídalo —añadió, con la voz mucho más firme—. De ninguna manera voy a
aceptar dinero de tu parte, y sé que Maggie dirá lo mismo.

—Pero...

—Sin peros —concluyó.

Miré el sobre que tenía en la mano.

—Bueno, tengo facturas del hospital.

Él gimió, forzando mi barbilla hacia arriba con su dedo.

—¿Qué quieres hacer con ello, Am?

—Ir de compras —susurré.

Se rio. Luego volvió a reírse.

Fruncí el ceño.

—¿Qué?

—Hablas como una verdadera chica.

—¿Hay algo malo en ir de compras? —pregunté.


—Por supuesto que no.

—Estaría bien elegir algunas cosas para mí.

Su mirada era cálida al recorrer mi rostro. Su pulgar e índice tiraron de las


puntas de mi cabello.

—Vístete. Puedes venir conmigo a la tienda y pasar un rato comprando en la


calle principal.

—¡Tengo que trabajar! —declaré.

Hizo un ruido.

—Cubriré la tienda esta mañana. Son solo un par de horas. Puedes trabajar
esta tarde.

—No creo que la mayoría de los trabajos sean así —señalé. Estaba bastante
segura de que no podía ir y venir a mi antojo porque me apetecía comprarme unos
jeans nuevos.
203
—Supongo que tienes suerte —bromeó Eddie.

Definitivamente, no podía estar en desacuerdo.

Después de un beso, salí de la cama para vestirme. Tenía que ir de compras.

A pesar de las ganas de comprar, mi nariz tenía otras ideas.

Y, al parecer, mi nariz y mi estómago me gobernaban.

De camino a las tiendas, me distrajo, de forma muy decisiva, el aroma dulce y


mantecoso de los muffins de pan de mono y de los demás brebajes que me hacían la
boca agua en la panadería de Joline y Jeremy.

Por voluntad propia, mis pies se detuvieron y giraron. El timbre de la puerta


tintineó cuando entré. Respiré profundamente el aire con aroma a canela.

Joline asomó la cabeza al doblar la esquina y me vio, con la cara iluminada.

—¡Mira quién es! —exclamó y se acercó—. ¡Buenos días, Amnesia!

—Buenos días —dije, mirando a la vitrina.

—¿Dónde está tu otra mitad? —preguntó.


—Trabajando. Se supone que debería estar de compras, pero mi olfato me ha
traído hasta aquí.

Sonrió.

—¿Has desayunado?

—En realidad, no —dije—. Solo un chocolate caliente.

—Ah, sí —asintió—. Eddie se ha convertido en un asiduo de aquí por las


mañanas, recogiendo tu bebida favorita.

Sonreí. Le quería. Mucho.

—Bueno... —Joline señaló hacia el mostrador—. ¡Elige algo! Una chica tiene
que comer.

Tenía razón.

—Todo se ve tan delicioso, pero sabes que mi favorito es el muffin de pan de


mono —dije, mirando el solitario muffin. 204
—Tuvimos un gran pedido de esos esta mañana. Casi hemos agotado la caja.
Estaba en la parte de atrás, haciendo otra tanda.

—¿Oh? —me animé—. Maggie me ha estado enseñando a cocinar. ¿Es muy


diferente hornear? —Me encantaba cocinar. Se estaba convirtiendo rápidamente en
una de mis aficiones favoritas. Me daba curiosidad saber si disfrutaría igual de la
repostería.

Ella sonrió.

—Es un juego totalmente distinto. —Levantó una parte de la encimera,


creando un camino, y me señaló—. Ven y te enseñaré cómo se hace.

—¿De verdad?

—Por supuesto. Puedes tomar un muffin recién salida del horno cuando
terminemos.

—Me encantaría —dije, apresurándome a ir—. Me encanta cocinar.

—Bueno, también te va a encantar la repostería —dijo, guiándome hacia la


cocina de la panadería.

Aquello era como un mundo nuevo. Grandes sacos de harina, batidoras,


hornos y demás llenaban el pequeño espacio. Había una mesa alta y larga con el
mostrador de color más bonito que Joline llamó mármol. Era blanco con vetas de
gris oscuro que lo atravesaban.

Jeremy apareció de lo que parecía un almacén, llevando un enorme saco de


harina al hombro, con un delantal blanco cubriéndole el pecho.

—¿Conseguiste una codiciada invitación para entrar en la parte de atrás? —


preguntó, alzando las cejas cuando nos vio allí—. Oh, je,je, eso es un gran honor. Jo
nunca deja entrar a nadie aquí atrás.

—¡Te dejo entrar aquí, y no eres más que un problema! —replicó ella.

Él se rio.

—Eso es porque no puedes llevar estas bolsas de harina. —Como para


demostrar su punto, la hizo caer sobre el extremo de la mesa, y una gran nube blanca
se hinchó a su alrededor.

Solté una risita.

—Hombres —murmuró Joline—. Jeremy, ocúpate del frente. Estoy a punto 205
de poner a Amnesia a trabajar.

—Bueno, chica, fue un placer conocerte — dijo, deteniéndose a mi lado en su


camino hacia el frente—. Una vez que se haga cargo de ti, no querrás volver jamás.
—Luego se rio como si fuera lo más divertido que había oído y desapareció al doblar
la esquina.

—Perdónalo, cariño. Está claro que no es tan encantador como tu Eddie.

Mi Eddie. Me gustaba cómo sonaba eso.

—Creo que es genial —le dije.

—¡He oído eso! —gritó.

Joline puso los ojos en blanco.

—Ahora va a tener la cabeza grande durante días.

Sonreí y tomé el delantal que me ofrecía.

—Mejor ponte esto. Está a punto de ensuciarse.

Joline no perdió el tiempo y volvió al trabajo, pero al mismo tiempo me metió


de lleno en él. Antes de que me diera cuenta, mis manos estaban cubiertas de masa,
mi rostro espolvoreado de harina y el embriagador aroma de los dulces se pegaba a
mi piel.
Puso una radio mientras trabajábamos. No tenía ni idea de qué tipo de música
era ni de quién cantaba, pero me encantó. La energía general de la pastelería era
contagiosa. Era casi como perderse en un buen programa de televisión; entre la
música, la compañía y la actividad constante, no había lugar para pensar.

Me enseñó a engrasar los moldes para magdalenas, los suyos eran un poco
más grandes que la mayoría de los moldes que se venden en las tiendas, para que el
pan de mono no se pegara. Compartió sus secretos, como poner la masa de pan en
un lugar cálido para que subiera mejor y mantener una toalla húmeda sobre el bol
para evitar que se secara.

Aprendí que medir era mucho más importante en la panadería que en la


cocina. Con Maggie, nos guiábamos por el gusto; una pizca por aquí, una cucharada
por allá, pero en la panadería había que ser más preciso.

Hicimos dos docenas de muffin de pan de mono. La mitad de ellos llevaban


manzanas y pasas; la otra solo canela. Ambas estaban llenas de mantequilla y azúcar,
y se me hizo la boca agua incluso antes de que entraran en el horno.

Mientras se horneaban, sacó todo lo que necesitábamos para el glaseado que 206
se pondría por encima. Después de apilar todo en la encimera, Joline se apartó y se
limitó a decirme lo que tenía que hacer, y lo hice todo yo.

—Te está gustando mucho —comentó mientras yo añadía los ingredientes


simples en el bol para batirlos.

—Oh, sí —dije prácticamente a borbotones. Mis mejillas sonrojadas por el


calor de los hornos y la felicidad que sentía—. Esto ha sido realmente muy divertido.
Muchas gracias por compartir esto conmigo hoy.

—Aprendes rápido. Deberías volver otra vez. Puedo enseñarte aún más.
Normalmente estoy atrapada aquí con Jeremy, y a veces puede ser un aburrido
insufrible.

Me reí.

—¡He oído eso! —gritó desde el frente.

—¡No estaba susurrando! —gritó Joline.

Las dos nos reímos mientras empezaba a batir el azúcar glass con la nata,
convirtiéndola en un brebaje brillante y dulce.

De repente, vi una nube blanca por el rabillo del ojo y Joline emitió un sonido
estrangulado.
Me giré mientras ella jadeaba y se golpeaba el delantal. La acción solo estaba
creando una nube más grande.

—¡No lo hiciste! —maldijo, mirando fijamente a mi lado. Me giré de nuevo


para ver a Jeremy de pie justo en la esquina, con la mano cubierta de harina.

—¿Quién es ahora el aburrido insufrible?

—¡Me has tirado harina! —exclamó Joline.

— Nadie dijo que fuera el más brillante del grupo —me dijo Jeremy, socarrón.

Joline jadeó. Apreté los labios cuando ella pasó corriendo junto a mí y estalló
otra nube blanca. Un fino polvo blanco voló por todas partes, flotando en el aire y
cubriendo todo lo que tocaba.

Cuando se despejó un poco, nos quedamos con la vista de Jeremy de pie en el


centro, con el cabello completamente cubierto. También las cejas.

Me eché a reír.
207
—Oh, te parece gracioso, ¿verdad? —entonó, dando un paso adelante. Su
mano se dirigió al bolsillo de su delantal.

Me eché hacia atrás, extendiendo las manos en señal de rendición.

—Oh, no —dije—. No tiene ninguna gracia.

Sacó la mano, mostrando una palma llena de harina.

—¿Guardas harina en tu delantal? —pregunté, divertida.

—Ya lo creo —rugió y me la lanzó.

Grité y me lancé hacia atrás para evitarla, pero por supuesto llegué
demasiado tarde. La sustancia polvorienta me golpeó justo debajo de la barbilla.
Sentí que me cubría el cuello y las puntas del cabello.

Jadeé. Joline y yo nos miramos, sonriendo perversamente.

—Oh, mierda —exclamó Jeremy.

Todos nos abalanzamos sobre la harina más cercana disponible y


empezamos a lanzarla unos a otros, todos gritando y exclamando. Los gritos se
convirtieron en risas, y pronto toda la sala trasera se llenó de una nube blanca.

El timbre de la puerta principal sonó y el circo que habíamos montado los


tres se detuvo casi al instante. El silencio se impuso y la harina se instaló a nuestro
alrededor. Los tres nos miramos unos a otros y luego al enorme desastre que
habíamos hecho.

Apretando los labios, me preocupé por el trabajo extra que esto supondría.

Pero Joline y Jeremy empezaron a reírse, lo que luego se convirtió en una


carcajada.

—Pareces un muñeco de nieve —le dijo ella a su marido, dándole un golpe en


el centro, creando más polvo.

Nos volvimos a poner histéricos.

—¿Hola? —dijo una voz familiar.

—¡Tenemos clientes! —le siseó Joline a Jeremy.

Me apresuré a doblar la esquina, sabiendo quién estaba allí.

—¿Maggie? —grité.

En cuanto aparecí, Maggie se quedó con la boca abierta. 208


—¡Amnesia! —exclamó—. ¿Qué demonios te ha pasado?

Me miré a mí misma y luego volví a levantarme.

—Joline me estaba enseñando a hornear.

—Bueno, cariño, odio decírtelo, pero parece que no eres muy buena.

Me eché a reír, y entonces me di cuenta de que Maggie no estaba sola.


Tapándome la boca con una mano, toda la alegría que sentía empezó a disolverse en
pánico.

—Sadie —dije, sin poder evitar la conmoción en mi voz—. Estás aquí.

Sadie salió de detrás de Maggie. Iba vestida con unos jeans, unas zapatillas
amarillas y la sudadera que le había regalado Eddie.

Mi estómago se retorció, incómodo.

Era la primera vez que la veía desde el día en que me dijo que estaba
destinada a ser su sustituta después de que nuestro captor la golpeara tanto que casi
muere.

De repente sentí la garganta muy seca. Como si me hubiera tragado medio


kilo de harina.
—Me dieron el alta del hospital esta mañana —dijo Sadie, mirando mi
atuendo cubierto de harina—. Estábamos de camino a ver a Eddie.

Intenté con todas mis fuerzas que eso no me molestara.

Lo hacía. En todos los sentidos.

—Pensamos en pasar, tomar un café. Ver a Joline y Jeremy.

—Oh, Dios mío, ¿es Sadie? —gritó Joline, saliendo de la parte de atrás—.
¡Jeremy! ¡Sadie está aquí!

Se apresuró a rodearme y abrazó a Sadie. Jeremy la seguía de cerca. La


adulaban, hablaban y sonreían. Me alegré por ello. Necesitaba unos momentos para
recomponerse. No esperaba verla aquí esta mañana. Me sorprendió.

Fue una sacudida de realidad en lo que empezó siendo un día de ensueño.

Pronto, la charla se calmó y la pareja se retiró detrás del mostrador para


conseguir algunos cafés y unos cuantos pasteles para Maggie y Sadie.
209
El temporizador de la parte de atrás sonó. Joline se animó.

—Ahí está nuestro pan de mono, Amnesia. Voy a sacarlo. Luego puedes
glasearlo.

Maggie vino a mi lado, quitándome la harina de los hombros y el cabello.

Sonreí.

—Nos hemos dejado llevar un poco.

—Es agradable ver que te diviertes tanto.

—Hoy he recibido mi primera paga —le confié—. Se supone que tengo que ir
de compras.

—¡El día aún es joven!

Mis ojos se desviaron de nuevo hacia Sadie. Ella estaba tomando un café de
Jeremy y se dirigía a la mesa cercana para sentarse.

—Se viene a casa conmigo —dijo Maggie, con la voz baja—. Te lo habría
dicho, pero no sabía que le habían dado el alta hasta esta mañana.

—No pasa nada —dije.

Maggie me miró un instante más antes de asentir.


—Ten un buen tiempo hoy. Yo la acomodaré.

Asentí. Al sentir sus ojos, giré la cabeza y nuestras miradas chocaron. Me miró
fijamente sin parpadear, sus ojos marrones contenían algo que hizo que los dedos
de mis pies se retorcieran dentro de mis Adidas.

Quería correr. Cerrar los ojos y olvidar que estaba allí. Tenía miedo de
recordar. Tenía mucho miedo.

En lugar de eso, rodeé a Maggie y me dirigí a la mesa, dejándome caer en el


asiento frente a ella.

—¿Cómo estás, Sadie?

—Estoy bien, Lily. Es agradable estar fuera del hospital.

Se me cayó el estómago cuando me llamó así. Mis manos se pusieron


húmedas. Lo aparté todo y me centré en el momento actual. Asentí con entusiasmo.

—Sí, sentí lo mismo.


210
—¿Tú también vives con Maggie? —preguntó, dando un trago a su café.

Miré a Maggie, que estaba en la caja registradora, entregándole a Jeremy unos


billetes de dólar.

—Sí, desde que salí del hospital.

—¿Qué pasa con Eddie? —preguntó ella.

—Todos los médicos pensaron que era mejor que me quedara con Maggie —
le expliqué.

Ella asintió, lentamente.

—Me dijeron lo mismo.

—¿Pediste vivir con Eddie? —Las palabras salieron antes de que pudiera
arrebatarlas.

—Por supuesto —dijo, como si debiera haber sido obvio—. Vamos a visitarlo
ahora mismo en Loch General.

Sonreí, esperando que pareciera auténtico. Me frustraba lo que sentía cuando


estaba cerca de ella. Me sentía incómoda. Incómoda. Ligeramente intimidada... y un
poco celosa.

Bien. Bien. Tal vez más que un poco.


—Estoy seguro de que le gustará mucho —dije, extendiendo mi mano sobre
la suya—. Está muy contento de que hayas vuelto. Todo el pueblo lo está.

Su cabello era largo y brillante alrededor de sus hombros. Parecía recién


lavado y cepillado. Me hizo pensar en lo revuelto e irregular que estaba el mío
cuando salí del hospital.

Joline asomó la cabeza por la esquina y me llamó por mi nombre. Me levanté,


agradecida por la interrupción.

—¡El glaseado no espera a nadie! —me dijo.

Me reí por lo bajo y me puse en pie.

—Estoy ayudando a Joline. Debería ir a terminar.

Sadie me miró fijamente, concentrada. Después de un segundo, parpadeó y


asintió.

—No has vuelto para verme —dijo, con una leve acusación en su tono.
211
—Lo sé —respondí—. Lo siento. Tuve un recuerdo y me abrumó. Me asustó.
Tenía miedo de que volviera a ocurrir.

—No puedes fingir —dijo ella.

—¿Qué?

—No puedes fingir que no ocurrió. Lo hizo. Todo.

Sentí que mis entrañas se estremecían. Un fino temblor sacudió mis dedos.
Me levanté de la mesa.

—Sé que lo hizo —le dije en voz baja—. No estoy fingiendo.

Joline volvió a gritar mi nombre.

—¡Ya voy! —respondí. Luego volví a mirar a Sadie—. Realmente tengo que
ir.

—Te veré más tarde —dijo Sadie—. En casa.

Los escalofríos me subieron y bajaron por los brazos y las piernas, la nuca me
punzó de incomodidad y prácticamente corrí hacia el fondo.

Sadie y yo éramos ahora compañeras de piso.

¿O debería decir otra vez?


Capítulo 24
Edward
Cada vez que sonaba el timbre de la puerta, levantaba la vista. Era estúpido
porque sabía que no era Am. Sabía que estaba calle abajo, de compras, pero, aun así,
cada vez que las campanas hacían su claro anuncio, mis ojos se disparaban,
esperando verla.

Era una mañana lenta de trabajo. Hacer las cosas era difícil cuando estaba
constantemente mirando a la puerta.

Eventualmente, renuncié a la mierda que requería más atención, dejándola a


un lado hasta que ella viniera esta tarde. Al menos esperaba que su presencia me
permitiera concentrarme lo suficiente para hacerlo en ese momento.

Por ahora, me decidí por reabastecer algunos estantes y hacer algunas cosas 212
tediosas en la computadora, también conocido como registro, en el mostrador.

Hubo el típico ajetreo de la mañana, en su mayoría clientes habituales, pero


con algunos compradores matutinos no habituales que se apresuraron a comprar
algo de última hora.

Después de que el último cliente salió con bolsas de papel en mano, fui a la
parte de atrás para tomar una taza de café. El que bebí antes estaba empezando a
desaparecer. Pensé en Am, con la esperanza de que se estuviera divirtiendo, con la
esperanza de que encontrara algo para sí misma que realmente amara.

La verdad es que le aumenté un poco el sueldo. Ella no lo sabía y nunca lo


admitiría, pero podía hacer cosas así porque era el jefe. Nadie me decía lo que podía
y no podía pagar a mis empleados.

¿La favorecía? Apuesta tu trasero. Pero se lo merecía. Nadie lo merecía más.

Ese pensamiento hizo que mi mente se volviera hacia Sadie. Sentí una
punzada de culpa por mi último pensamiento. Quizá Sadie también se merecía algún
beneficio. Era difícil entender el hecho de que la Isla de los Rumores tenía dos
víctimas, tres si contabas a la viuda West, pero no tenía ganas de contarla, aún más
difícil aceptar que Sadie no era en quien más me enfocaba.

Durante mucho tiempo, lo fue. Todo y el fin de todo. Es extraño cómo tenía
más de mi atención en ausencia que ahora en su presencia. La vergüenza de eso hizo
que mi cara ardiera. A pesar de que iba a verla todos los días, a pesar de que me
preocupaba por ella, diablos, una parte de mí incluso la amaba, todavía sentía como
si de alguna manera la estuviera traicionando.

La verdad era que no importaba cuánto tiempo pasara con ella, sentado junto
a su cama o recordando, no conectaba con ella como solía hacerlo. Había algo entre
nosotros. Una barrera que estaba empezando a creer que solo yo sentía.

Sabía que probablemente eran los doce años que estuvimos separados. Las
cosas atroces y paralizantes que le sucedieron. Cómo cada vez que la miraba, veía a
una niña que fue golpeada tan brutalmente que perdió un hijo y casi muere. Me puso
enfermo... enfermo porque no lo detuve. Me sentía responsable, aunque no fui yo
quien infligió todas sus heridas.

La sentí alcanzarme. Sentí sus ojos, escuché su voz cuando me dijo que era
mía antes que de nadie más.

Podría ser un amigo para ella, pero no podría ser nada más.

Eso también me hizo sentir culpable. Ahora, después de todo este tiempo, 213
tenía la oportunidad de compensarla, enmendar toda la mierda que no había hecho.

No podía. No en la forma en que comenzaba a ver que ella quería.

¿Cómo podría un simple hombre corregir los pecados de un demonio? ¿Cómo


podría revertir las cosas horribles que la cambiaron irrevocablemente? Era
imposible. Había algunas heridas en esta vida que eran tan severas, tan
inquebrantables que se reían ante una disculpa.

Aprendí algo mientras continuaba visitándola. Al ver lo diferente que era no


solo de Amnesia, sino también de la Sadie que recordaba de la infancia.

Ella no fue la única que cambió por los eventos que sucedieron.

No me di cuenta hasta que volvió. Durante años y años, me aferré tan fuerte
a esa noche hace tantos años; no me permití ver algo que era tan completamente
esencial.

Yo también cambié.

Ya no era mi yo de catorce años. Tenía casi veintiséis. Un hombre. Un hombre


que estaba hastiado, casi hasta el cansancio.

Un hombre que estaba enamorado de alguien que no era Sadie. Es curioso


cómo miras en una dirección y la vida te tira en otra.

Afuera, en la tienda, las campanas anunciaron la llegada de alguien más.


La olla traqueteó un poco cuando la puse de nuevo en el quemador. En mi
prisa, el café se derramó por el borde de mi taza y golpeó el suelo.

—Mierda —murmuré, mirando a mi alrededor en busca de unas servilletas,


que rápidamente arrojé al suelo. El material blanco comenzó a absorber con el
líquido avidez. Para apurarlo, lo pisoteé con mi zapato, frotándolo un poco.

Cuando terminé, dejé la servilleta empapada donde estaba y me dirigí al


frente.

Sentí un pequeño aleteo en mi estómago, una sensación que nunca admitiría


tener. Anticipar la llegada Amnesia toda la mañana me estaba convirtiendo en un
cachorrito azotado.

Tal vez si le digo eso, me rascará la barriga... y luego permitirá que su mano
baje más.

El café casi se derrama de la taza de nuevo con ese pensamiento seductor.


Sonriendo, caminé hacia la puerta para ver si era quien esperaba.

—¡Eddie! —gritó una voz familiar. Pero no era la que esperaba.


214
Mis ojos se abrieron cuando rodeé el pasillo de exhibición y vi a Sadie allí con
Maggie a su lado.

—¿Sadie? —anuncié—. Estás aquí.

Se rio.

—Eso es lo que dijo Lily cuando la vi.

¿Vio a Amnesia? Sin darme cuenta, volví a buscar a mi chica.

Maggie lo notó y habló:

—La acabamos de dejar en la panadería. Joline le estaba dando una lección


de repostería improvisada.

Mis ojos se encontraron y sostuvieron los de Maggie.

—¿Está pasando un buen rato? —¿Se encontraba bien? ¿Cómo le fue al ver a
Sadie?

Maggie escuchó mis preguntas no formuladas y asintió.

—Estaba pasando un tiempo maravilloso.

Dejé escapar un suspiro silencioso, el alivio inundó mi cuerpo.


—Los médicos me dejaron salir —comenzó Sadie—. Así que, por supuesto,
quería venir y decirte, ver la tienda. —Parecía pequeña parada allí, mi sudadera con
capucha aun tragándola por completo. Su cabello estaba suelto alrededor de sus
hombros, nunca lo había visto de otra manera, y vestía unos jeans y tenis amarillos.

—¡Oh! —continuó—. Te trajimos un café de la panadería. —Se movió hacia


adelante para extender la gran taza blanca en una de sus manos. Al notar la taza que
ya estaba en mi mano, frunció el ceño—. Ah, ya tienes uno.

—Meh —me burlé—. Hice esto en la parte de atrás. Es terrible. Apesto


haciendo café. —Acepté el que me ofreció y tomé un sorbo, ignorando el hecho de
que me quemó la lengua—. Mucho mejor —mentí.

Sonrió. Eso hizo que la pequeña mentira estuviera bien, ¿no? El hecho de que
la hiciera feliz.

—¿Ustedes, señoras, vienen directamente del hospital? —pregunté,


llevándolas hacia el mostrador donde puse mi primera taza de café debajo.

—Sí, vamos de camino a casa —dijo Maggie. 215


La miré rápidamente, luego aparté la mirada. Esto no era algo de lo que Am y
yo habíamos hablado. El hecho de que iban a estar bajo el mismo techo. Todavía no
había vuelto al hospital desde ese recuerdo. Se mantuvo firme en no querer ver a
Sadie, y ahora iba a vivir con ella.

Los ojos de Maggie brillaron con disculpa, pero entendí su posición. No había
necesidad de arrepentirse.

Estaba atrapada entre las dos mujeres al igual que yo. Atrapada tratando de
no favorecer a una sobre la otra, tirada en ambas direcciones y sabiendo que
eventualmente algo se rompería.

Pensé vagamente en ofrecerme a llevar a Sadie a casa porque eso le daría a


Am el espacio que sabía que necesitaba. Pero si hiciera eso, ¿qué mensaje enviaría?

—Voy a hacer una cena especial esta noche —me dijo Maggie, recogiendo una
canasta cerca del mostrador—. Espero que te unas a nosotras.

—No me lo perdería —dije.

Sadie sonrió, se acercó a mi lado y deslizó su mano en la mía.

—Voy a comprar algunas cosas para la comida de esta noche. Sadie, ¿te
gustaría ayudar?

Sadie negó con la cabeza, acercándose sigilosamente a mí.


—Esperaba que Eddie me hiciera un recorrido. Quiero ver qué ha cambiado.

—Por supuesto —estuve de acuerdo.

—No tardaré mucho —dijo Maggie y se fue en busca de sus ingredientes.

—¿Qué quieres ver primero? —Miré a Sadie.

Se encogió de hombros.

—No importa.

—¿Qué hay de toda la mercancía que vendemos ahora? Puedes elegir una
camiseta. —Con su mano en la mía, la conduje a través de la tienda hacia la sección
de mercadería cerca del baño—. Diseñé todo esto yo mismo.

—¿Lo hiciste? —preguntó, mirando por encima de todo. Sus dedos


acariciaron una de las camisas azul oscuro con las palabras Lake Loch en el frente.

Asentí.

—Me divertí con eso. 216


Las palabras, aunque inocentes, fueron como un cuchillo en mí.

—Lo lamento. —Mi voz era áspera y baja.

Se animó, enfocándose en mí.

—¿Por qué?

Pasando una mano por mi cara, gemí.

—Porque eso pareció insensible. Decir que me divertí haciendo algo mientras
tú estabas ahí afuera…

Sadie agarró mi otra mano, girándose para que estuviéramos frente a frente.

—No te arrepientas de eso —susurró.

—Pero lo hago —refuté.

—Quería llamarte esta mañana. El médico no me dejó.

La alarma hizo retroceder mi pena.

—¿Estás bien? ¿Qué ocurre?

Sonríe suavemente.
—Siempre te preocupas por mí.

—Siempre —estuve de acuerdo.

—Todo está bien. Me dejaron salir, ¿no? —Desvió la mirada. Vi los fantasmas
en sus ojos. Estaban ocultos cuando volvió a levantar la mirada—. Quiero quedarme
contigo, no con Maggie.

Tragué con fuerza.

—El médico dijo que no es una buena idea.

—No me importa lo que dijo el doctor.

—Creen que es mejor que estés con una mujer después de todo lo que te ha
pasado...

—¡Te deseo! —estalló, su voz resonando alrededor de la tienda.

Todos los músculos de mi cuerpo se tensaron, mis sentidos en alerta máxima.

—Sadie. 217
Me empujó, pero luego, de repente, volvió en sí, envolvió sus brazos
alrededor de mi cintura y presionó su rostro contra mi pecho.

—Te quiero, Eddie. Me protegerás. Sé que lo harás.

La abracé de vuelta. Sentí el temblor de su cuerpo.

—¿Protegerte de qué? —susurré.

Levantó la cabeza.

—De él.

Sentí que mis ojos se entrecerraban, la ira al rojo vivo silbaba a través de mí.

—¿Quién es él, Sadie? ¿Cuál es su nombre?

—No se nos permitía llamarlo por su nombre —susurró con voz hueca.

La abracé más fuerte. No quería preguntar, pero maldita sea, ¿no tenía que
hacerlo? ¿Cómo protegería a alguien si no tenía idea de a lo que me enfrentaba?

—¿Sabes su nombre, aunque nunca lo usaste? ¿Alguna vez escuchaste a


alguien llamarlo por eso?

Asintió.
—Ella.

—¿Amnesia?

—Daniel —susurró—. Ella lo llamó Daniel.

—¿Le dijiste a la policía, Sadie? —pregunté—. ¿Saben a quién buscar?

Volvió a mirarme, suplicando con sus ojos marrones.

—No puedo decírselo a nadie más que a ti. No puedo. Él lo sabrá.

—Shh —la tranquilicé, empujando su cabeza contra mi pecho—. Está bien.


Con decírmelo es suficiente.

—Tienes que dejar que me quede contigo —suplicó, con la voz apagada—. Él
está viniendo. Nos quiere de vuelta.

—Nos —repetí, todo dentro de mí se heló.

Asintió.
218
—A Lily y a mí. Le pertenecemos.

Escalofríos corrieron por mi columna. Parecía atormentada por él, como si


una parte de él viviera dentro de ella.

—¿Dónde está? —exigí, alejándola de mi cuerpo, dándole una ligera


sacudida—. ¿Dónde está, Sadie? Dime.

—Está mirando —murmuró, con los ojos vidriosos—. Esperando. —


Parpadeó, sus ojos marrones se enfocaron de nuevo en mí con perfecta claridad—.
Él vendrá, pero quiero quedarme contigo.

Una lágrima se derramó por su mejilla y su labio inferior tembló.

Maldije, sabiendo que presioné demasiado. Pero maldita sea, alguien tenía
que hacerlo. Necesitábamos respuestas, y no las obtendríamos andando de puntillas.

—¿Eddie? —Sadie se aferró a mi espalda.

—Me quedaré en casa de Maggie esta noche, ¿de acuerdo? No dejaré que te
haga daño —le aseguré.

Eso pareció tranquilizarla, lo cual era bueno.

Pero hizo muy poco para tranquilizarme.


Capítulo 25
Amnesia
Ella nos llamó hermanas. Me llamó por mi nombre. Un nombre con el que no
me identificaba. Recordé, aunque brevemente, que nos trenzábamos el cabello y me
alegraba que estuviera en ese agujero conmigo.

¿Eso nos hacía amigas?

¿Podrían dos mujeres torturadas forjar una amistad en circunstancias tan


terribles, o fue puramente instinto de supervivencia?

Tal vez no era amistad, sino una especie de vínculo. Unidas por algo que solo
nosotras dos podíamos experimentar. Creo que un vínculo como ese sería más
fuerte que la amistad.

¿Por qué entonces?


219
¿Por qué sentía que estaba mirando a una extraña cuando miraba a Sadie?

¿Era la amnesia, el recordatorio, o era algo más?

Lo dije antes, y lo volvería a decir. Sadie me hacía sentir incómoda. El tipo de


incomodidad que se siente como si hubiera algo alojado en tu garganta. Algo espeso
e implacable, algo completamente seco que nunca bajaría sin importar cuántas veces
tragara, sin importar cuánta agua bebiera.

Mi cuerpo permanecía en un estado constante de hipervigilancia cuando ella


estaba en la misma habitación, diablos, bajo el mismo techo. Lo odiaba. Me sentía
culpable por eso. Traté de razonarlo.

Sin embargo, eso era lo que pasaba con los sentimientos, ¿no? Los sentías,
quisieras o no.

Sentí sus ojos durante toda la noche, cuando no estaba mirando a Eddie, claro.
El área entre mis omóplatos hormigueó cuando me excusé para acostarme más
tarde esa noche. Eddie se quedaría aquí esta noche, algo que no encontré inusual,
excepto que había algo en él esta noche. Algo no dicho.

Pregunté por supuesto. Ha estado así desde que fui a trabajar esta tarde. Él lo
negó, y al principio le creí, pero a medida que avanzaba la noche, mis nervios
comenzaron a crepitar con la intuición.
Estaba vestida con una de sus camisetas que había robado de su cajón cuando
se deslizó silenciosamente en la habitación. No dijimos nada, pero me acerqué a él y
me lancé directamente a sus brazos con un profundo suspiro.

Después de un momento, me eché hacia atrás, recogí el dobladillo de su


camiseta y se la saqué lentamente por la cabeza. Me ayudó levantando los brazos,
permitiéndome quitarla por completo.

Una vez que la quité, miré su piel, que parecía brillar en la oscuridad de la
habitación. Pasando mis manos por la extensión de su pecho, presioné un solo beso
sobre su corazón, luego me metí en la cama.

Sin nada más que sus calzoncillos, Eddie se deslizó a mi lado, asegurándose
de taparnos con las cobijas. Acercándome, me colocó a lo largo de él, presionando
mi oreja contra su pecho.

Parecía que había mucho que decir, muchas corrientes que viajaban por la
habitación.

Sin embargo, no dijimos nada, ni una sola palabra. 220


Todo lo que importaba era que él estaba aquí. Que yo estaba aquí.

Que estábamos juntos.

La oscuridad se cerró a nuestro alrededor como una gruesa manta. El


constante subir y bajar de su pecho debajo de mi cabeza era relajante. Mis ojos se
volvieron pesados por el sonido constante de los latidos de su corazón.

Un sueño profundo me envolvió, finalmente aliviándome de la


hipervigilancia que me ataba con fuerza. No sé cuánto descanso real obtuve.
Simplemente supe que, finalmente, algo se agitó a mi alrededor. Interrumpiendo
esas corrientes que había mencionado antes.

Una nueva vibra en mi habitación, como una canción de rock superpuesta a


un éxito del Top 100. No encajaba bien, no jugaba bien.

El sonido del latido del corazón de Eddie volvió a mí. El mismo sonido que
acababa de adormecerme ahora era lo mismo que me mantenía despierta.

Mi estómago se revolvió incómodamente. Me quedé allí con los ojos cerrados,


preguntándome si había tenido algún tipo de pesadilla que me dejó enferma y
conmocionada. Las náuseas se asentaron en lo profundo de mi estómago como una
serpiente enroscada esperando atacar.
Me moví, tratando de alejarme del sentimiento, pero no podía alejarme de
algo que ya estaba dentro de mí. Cerré los ojos con fuerza y me dije que solo era un
sueño, tratando de encontrar consuelo en los constantes latidos del corazón de
Eddie.

Allí no había consuelo. No ahora. Ahora, torcidamente, el sonido me inquietó


más. Causó calambres que apretaban mis entrañas, haciendo que los dedos de mis
pies se enroscaran en mis pies.

El sonido de los latidos de su corazón era como el tictac de un reloj. Una


bomba de relojería. Cada latido lo acercaba más a la muerte; cada golpe rítmico
podría ser el último.

El sonido era pura fragilidad, recordándome cuán voluble podía ser la vida.
Cómo podría perderlo en un instante.

Me quedé allí en silencio, retorciéndome contra él bajo las sábanas que se


sentían como mantas eléctricas muy altas.

Es solo un mal sueño. Eddie está bien. Todo está bien. Me prometí a mí misma, 221
comenzando a tomar respiraciones profundas y tranquilizadoras.

Justo cuando comencé a calmarme, el sonido de los latidos de su corazón se


hizo más débil hasta que estaba agarrando su brazo, esforzándome por escuchar el
sonido.

Y luego se detuvo por completo.

El último latido resonó a través de su ahora silencioso y vacío pecho,


rebotando alrededor de la cueva hueca de su caja torácica.

Con un grito ahogado, salté, presionando una mano contra mi pecho mientras
las lágrimas humedecían mis mejillas. Instantáneamente, lo miré, apartando el
cabello de mis ojos. Parecía tranquilo mientras dormía, los rizos caían sobre su
frente, su brazo aún estaba extendido debajo de donde yo había estado.

El constante y tranquilizador ascenso y descenso de su pecho demostraba


que estaba bien. Probaba que no estaba muerto. Solo para estar segura, extendí la
mano, presionando mi palma contra su piel. En el segundo en que su corazón latió
contra mi toque, me desplomé hacia adelante con alivio.

Pero tan pronto como llegó, algo se lo robó. Violentamente. Fríamente.


Inesperadamente.

Mi cabeza se levantó; mis ojos se abrieron.


A pesar de que mi boca se abrió, no salió ni un solo sonido.

Ella estaba allí. Al pie de la cama. Mirándonos a través de la oscuridad con


una presencia siniestra. Sus ojos sin pestañear. Mi mano voló a mi pecho, y nos
miramos a los ojos.

No podía ver su expresión, pero no tenía que hacerlo. La sentí.

¿Cuánto tiempo había estado parada allí, acechándonos mientras dormíamos,


vulnerable?

La ira irradiaba de ella, los celos en un segundo lugar cercano.

Mi mano golpeó el centro del pecho de Eddie.

—¡Eddie! —susurré-grité—. ¡Eddie!

Se sacudió tan rápido que me asustó. Con un rápido movimiento, se incorporó


y disparó su brazo directamente frente a mi cuerpo, creando una barrera. Entonces
todo su cuerpo giró, bloqueándome, protegiéndome.
222
Hizo todo eso sin siquiera saber qué era lo que quería.

—¿Qué? —dijo, el sueño evaporándose a una velocidad impresionante—.


¿Qué ocurre?

Agarré su brazo, que era como un cinturón de seguridad personal, y miré


hacia los pies de la cama.

—Ella está aquí.

—¿Qué? —Se dio la vuelta, siguiendo mi mirada.

Parpadeé. Parpadeó de nuevo.

—No entiendo…

Eddie miró entre el lugar donde Sadie había estado al acecho y yo.

—¿Quién está aquí?

—Sadie —susurré, todavía buscando en la oscuridad—. Estaba aquí,


observándonos.

Eddie no preguntó nada más. En cambio, encendió la luz de la mesita de


noche. Retrocedí casi al instante, sin estar preparada para la dura luz.

—¿Sadie estuvo aquí? —preguntó—. ¿Dónde?


Parpadeando, señalé hacia los pies de la cama.

—¡Justo ahí! —insistí.

—Nena —dijo, su voz suave—. No hay nadie allí.

—Lo sé —me lamenté—. Pero lo estuvo. Lo juro.

Me acercó.

—Fue solo una pesadilla.

—No —insistí, agarrando su brazo—. Sé lo que son las pesadillas. Esto fue
real. Ella era real.

—¿Por qué vendría ella aquí en medio de la noche? —preguntó, apartando el


cabello de mi cara.

—No lo sé —susurré. Me sentí estúpida y la duda comenzó a nublar mi propio


juicio.

¿Había estado soñando? 223


Apartándome, miré al final de la cama. Un sentimiento espeluznante se
apoderó de mí.

—Ella estuvo aquí —decidí con firmeza—. Lo hizo.

—De acuerdo —cedió Eddie—. Te creo.

—¿Lo haces? —Levanté los ojos.

Tomó mi cara entre sus manos.

—Siempre.

Lo peor de la ansiedad dentro de mí se calmó.

—Ven aquí —murmuró, recostándose, arrastrándome con él.

Me acosté contra él de nuevo, enrollando mi brazo con fuerza alrededor de


su cintura.

—Dejaré la luz encendida hasta que te duermas —retumbó su voz.

Asentí. El sonido de su corazón latiendo llamó mi atención. Levanté la cabeza


y me deslicé por su cuerpo para que mi oído descansara contra su hombro, no
directamente sobre el sonido.
—Ella estaba aquí —le dije de nuevo—. Mirando.

—¿Pero por qué? —se preguntó alrededor de un bostezo.

No tenía ni idea. Pero sabía una cosa. Lo que sea que haya sabido sobre ella
en el pasado, amigas o unidas por la situación, eso ya no parecía importar.

Esas cosas se habían ido, al igual que mi memoria.

Lo que sea que había estado haciendo aquí esta noche no era algo que haría
una amiga.

224
Capítulo 26
Edward
El tono bajo de vibraciones repetidas irrumpió en mi descanso. Amnesia
estaba prácticamente sobre mí, cubriendo mi pecho como piel. Lo primero que
pensé fue en Sadie, en cómo, hace solo unas horas, Am se despertó insistiendo en
que estaba aquí.

Inmediatamente después de ese pensamiento, la razón por la que me


desperté se hizo cargo. Agitando un brazo, agarré mi teléfono de la mesita de noche
y golpeé la pantalla sin mirarlo.

—Sí —casi ladré en la línea. Era temprano y no habíamos dormido bien


anoche.

—¿Eddie? —dijo Mary Beth, su voz baja. Conocía ese tono. 225
Totalmente alerta, me senté, aferrándome a Am para que no se me cayera.

—Mary B, ¿qué pasa?

—Pensé que querrías saberlo —dijo rápidamente. Podía escuchar el estrés


en su voz. El énfasis de Mary B no era algo que escuchara a menudo; por lo general
era bastante relajada—. Acaban de traer a Robbie.

—¡Qué! —exclamé, totalmente despierto ahora—. ¿Por qué?

Contra mí, Amnesia se agitó.

—Él está, mm, gravemente herido. Dentro y fuera de la conciencia. Todavía


no nos hemos puesto en contacto con sus padres. Es muy temprano y...

Estaba nerviosa.

—Mary —espeté, agarrando el teléfono con fuerza—. ¿Qué le pasó a Robbie?

Las palabras salieron disparadas, casi tropezando unas con otras.

—Alguien trató de matarlo.

Todo mi cuerpo se sacudió. Me moví, sentándome en el centro de la cama


para parpadear ampliamente. Salí de la cama y comencé a caminar.

—Ya voy —insistí, cortando la llamada.


—¿Qué ocurre? —preguntó Am, el miedo en su expresión.

—Llevaron a Robbie al hospital —dije suavemente, sin querer molestarla—.


Tengo que bajar a verlo.

—También voy. —Saltó de la cama, casi cayéndose de culo.

La atrapé, tirando de ella hacia arriba.

—No tienes que hacerlo.

Hace un sonido grosero, empujando mi pecho.

—¡También es mi amigo!

El orgullo se hinchó dentro de mí.

—Vístete.

Salimos corriendo por la puerta, corrimos por el patio y alrededor de la casa,


y saltamos a la camioneta.
226
De camino allí, Amnesia se volvió hacia mí.

—¿Dijo que tiene? ¿Está enfermo?

Agarré su mano, deseando tener algo no tan atroz para compartir.

—No, cariño —le dije y me desvié en una esquina—. Robbie no está enfermo.

—¡Entonces qué! —exigió.

—Mary Beth dijo que alguien trató de matarlo.

Am jadeó, aplastándose contra el respaldo del asiento.

Hicimos el resto del camino en silencio, luego corrimos de la mano hacia la


entrada de emergencias.

—Robbie —dije, golpeando mi mano sobre el escritorio.

—¿Eres familia? —preguntó la enfermera que me conocía desde que era un


niño.

Sentí mis labios curvarse.

—¡Sabes muy bien quién soy para él!

—Eddie —gritó Mary Beth, apareciendo a la vuelta de la esquina.


Dejamos a la enfermera idiota atrás mientras corríamos por el pasillo. Trató
de gritar que no podíamos pasar allí, pero le mostré el dedo.

Iba a contárselo a mi madre.

Oh bien.

—Mary, ¿qué está pasando? —exigí.

—¿Robbie está bien? —se preocupó Amnesia.

Mary nos hizo un gesto para que volviéramos a la esquina. Entramos en el


pasillo desde donde apareció.

—Fue apuñalado. Dos veces. Lo están preparando para la cirugía ahora.

—¡Cirugía! —jadeó.

Maldije en voz baja.

—¿Qué diablos pasó?


227
—Todavía no estamos seguros. Logró llamar al 911, pero cuando llegaron a
su casa estaba inconsciente. Ha estado entrando y saliendo de la conciencia desde
entonces. No han podido obtener ninguna información de él.

—¿Podemos verlo? —pregunté.

—La cirugía —me recordó y negó con la cabeza.

—¿Va a estar bien? —preguntó Amnesia.

Mary Beth vaciló, y fue entonces cuando supe que era realmente malo.

Pasando una mano por mi cabeza y por mi nuca, caminé por el pasillo,
tratando de averiguar cómo sucedió algo así.

Pasaban muchas cosas extrañas en esta ciudad, muchos secretos y rumores.


¿Pero asesinato? Estaba pensando que era la primera vez.

—Ve a sentarte en la sala de espera —instruyó Mary Beth—. Te avisaré tan


pronto como me entere de algo.

Me sentí impotente en el momento. Deseaba que hubiera algo que pudiera


hacer.

—Seguiré probando con sus padres —ofrecí. No era mucho, pero era algo.

Mary asintió, agradecida, y se fue rápidamente por el pasillo.


Tomé la mano de Am para guiarla hacia la sala de espera. Mientras
avanzábamos, el sonido de un chirrido vino desde atrás.

Amnesia miró por encima del hombro y se detuvo bruscamente.

—¡Robbie!

Di la vuelta y era él tendido boca abajo en una cama de hospital, con una
máscara de oxígeno atada al rostro, un gorro quirúrgico que parecía una redecilla
para el cabello sobre la cabeza, con la apariencia de que la muerte definitivamente
estaba llamando a su puerta.

—Rob. —Dejé ir a Amnesia y corrí a su lado.

—Tiene que esperar afuera —insistió un asistente.

Manteniendo el ritmo de la cama mientras rodaba hacia los ascensores, miré


a mi amigo. Sus ojos estaban cerrados, todo su rostro demacrado. No estaba
acostumbrado a verlo tan sin vida.

—Todo va a estar bien, Robbie. Amnesia y yo, estamos aquí. No vamos a 228
ninguna parte.

Amnesia corrió al otro lado de la cama y le tocó el brazo.

—Estamos aquí —le dijo—. Te amamos.

Mi corazón se apretó un poco. No estaba seguro de haberme dado cuenta


antes de cuán incondicionales eran los sentimientos de Amnesia. Era inocente a
pesar de tanta experiencia. Era prueba de que el bien existía.

La cama se detuvo frente a los ascensores y el asistente pulsó el botón de la


pared.

Observé a Am extender la mano para ajustar el gorro en la cabeza de mi mejor


amigo. Mientras se alejaba lentamente, la mano de Robbie salió disparada y le agarró
por la muñeca.

Amnesia jadeó. Su cuerpo cayó hacia adelante mientras él tiraba. Su pecho


chocó contra las barandillas de la cama a su lado.

Sus ojos estaban muy abiertos, un poco salvajes y llenos de dolor.

—Está bien —le aseguró Amnesia—. Todo está bien.

—¡Necesitas irte! —exigió jadeando.

El ascensor sonó y supe que se abriría en unos segundos.


Robbie movió la cabeza de un lado a otro, haciendo ruidos.

Quería decir algo. Alcancé la máscara que cubría su nariz y boca.

A pesar de la protesta del asistente médico, levanté la máscara y la cerní


sobre su rostro. Robbie volvió la cabeza hacia Am, todavía agarrando su brazo.

—¿Qué pasa, Robbie? —preguntó Amnesia, inclinándose cerca.

—Sadie —dijo con voz áspera, lo suficientemente claro como para que no
hubiera ningún error.

—Nos vamos —exigió el asistente, empujando la cama hacia el ascensor que


esperaba. Como si el tipo no hubiera escuchado a su paciente decir un nombre... dar
una acusación.

Respiró entrecortadamente. Los lados de sus ojos se arrugaron de dolor.

Ambos dimos un paso atrás sin una palabra.

Dijo una palabra. 229


Una palabra antes de que sus ojos se cerraran de nuevo y lo llevaran
rápidamente al quirófano.

En el momento en que las puertas se cerraron, nos miramos el uno al otro.

Sabía que la misma mirada que llevaba Amnesia se reflejaba en mi cara.

Sadie.
Capítulo 27
Amnesia
—Tal vez estaba confundido. —Su voz estaba llena de incredulidad.

Cuando no dije nada de inmediato, me miró. Sabía que quería que estuviera
de acuerdo. Era demasiado horrible para considerar cualquier otra cosa.

Cautelosamente, asentí.

—Definitivamente podría estarlo. Se veía terrible. —Para nada como el chico


con el que jugamos paintball. Siempre tenía una sonrisa lista, un chiste para todo.

Hoy no. Esta mañana, su cálida piel estaba cetrina, casi cenicienta. Sus labios
estaban secos y agrietados, haciendo que la palabra que habían formado pareciera
extra impactante.
230
Eddie se frotaba la palma de la mano repetidamente sobre la parte posterior
de su cuello, con los ojos bajos hacia el suelo.

—Tal vez cuando te vio, pensó en Sadie… ya sabes, porque te pareces. Porque
durante meses pensamos que eras ella.

—Tal vez —repetí.

Eddie levantó la mirada. Mi corazón se apretó porque sabía que estaba


sufriendo y también negaba lo que estaba pasando.

—Va a estar bien —le aseguré, cerrando la distancia entre nosotros para
abrazarlo—. Robbie es fuerte.

—Debería volver a llamar a sus padres —murmuró Eddie, alejándose.

Necesitábamos más detalles. ¿Qué le sucedió?

Mary Beth dobló la esquina, llevando un gráfico. Corrí hacia adelante, casi
chocando con ella.

—¿Qué le pasó a Robbie? —pregunté—. ¿Qué tipo de lesiones tiene?

La enfermera miró a su alrededor como si estuviera asegurándose de no


divulgar ninguna información frente a personas que le darían palmadas en las
muñecas por ello.
—Tiene múltiples puñaladas, como dije. La herida más profunda está en su
costado. Él… ah, perdió mucha sangre.

Jadeé, tambaleándome hacia atrás.

—¡Qué horrible!

Eddie dio un paso adelante, su frente se conectó con mi espalda. Era un muro
de fuerza para mí, incluso cuando él mismo estaba molesto.

—¿Saben qué tipo de arma?

Mary Beth no pareció pensar que era una pregunta extraña, lo que hizo que
se me retorciera el estómago. No quería pensar en todos los diferentes objetos con
los que alguien podría apuñalar a otro ser humano.

—Fue un cuchillo de cocina grande —confirmó—. No estoy exactamente


segura de qué tipo. Sin embargo, creo que la hoja estaba dentada. La hoja se dañó un
poco cuando entró y luego se retiró.

Tomé aire. Eddie puso su brazo alrededor de mi cintura. 231


—¿Dijo algo cuando lo trajeron? ¿Dijo quién le hizo esto? —exigió, su voz
áspera.

—No que yo haya oído. Estuvo inconsciente por un tiempo. La policía no


hablará con él hasta después de su cirugía y que pase el efecto de los anestésicos. —
Observé a Mary Beth colocarse el gráfico bajo el brazo y luego secarse los ojos.

Notó que la miraba y habló:

—Crecimos juntos. Todos nosotros, ¿sabes? ¿Quién haría algo así? ¿Por qué?

Me acerqué y la abracé. Era nueva en abrazar a la gente. Por lo general, solo


abrazaba a Eddie y, a veces, a Maggie.

Sin embargo, Mary Beth me devolvió el abrazo. No debe haber pensado que
era incómodo.

—Mantéenos informados, ¿de acuerdo? —susurré cuando me alejé—.


Estaremos esperando.

—Por supuesto —asintió, sollozando un poco.

Se fue a hacer su trabajo. Eddie y yo entramos en silencio en la sala de espera


vacía.
—Odio los hospitales —murmuró, dejándose caer en una silla. Casi de
inmediato, se levantó y comenzó a caminar.

—Debería llamar a Maggie —le dije—. Decirle lo que está pasando.


Preguntarle…

Se dio la vuelta, su mandíbula como granito. Sabía que estaba molesto, pero
tenía que decirlo. ¿No había que decirlo?

Después de ese sueño que estaba segura de que no era un sueño, después de
ver a Sadie parada siniestramente al pie de mi cama, mirándonos con acusaciones
que no entendí muy bien y ahora Robbie estando aquí, luchando por su vida.

Él susurró su nombre. Ambos lo escuchamos.

—No fue ella —entonó Eddie.

No estaba tan segura. Había algo en ella... algo roto. Él no quería verlo. Lo
entendía. Sería difícil esperar a alguien durante doce largos años, recuperarla, tener
la oportunidad de enmendar todo por lo que creías que eras responsable y luego
perder esa oportunidad también. Sentirse responsable de en lo que potencialmente
232
se había convertido.

—Probablemente no —le aseguré—. Pero al menos necesitamos saber si está


en casa. Por Robbie. Para su propia protección.

Una maldición baja salió de sus labios.

—Lo sé.

Sin embargo, en lugar de marcar el teléfono, Eddie se lanzó hacia adelante


para envolverme contra él.

—Lo siento —murmuró—. No fue mi intención molestarte.

—No lo hiciste. —Me agarré a su espalda—. Está bien. Esto es terrible.

Levantó la cabeza y le sonreí. Incluso en esta terrible circunstancia, sonreírle


no era difícil. Retirando el cabello que caía sobre su frente, incliné la cabeza.

—¿Puedo usar tu teléfono?

Asintió, sacándolo. El número de Maggie estaba programado. Pulsé el botón


y lo escuché sonar.

Justo cuando comencé a pensar que no iba a responder, su voz somnolienta


se escuchó en la línea.
—¿Hola?

—Maggie —respondí.

—¿Amnesia? —Su voz se volvió más alerta—. ¿Qué pasa? —La oí moverse—
. ¿Qué hora es? ¿Estás llamando desde abajo?

—Es temprano, y no. Estoy en el hospital.

—¡El hospital! —jadeó—. ¿Qué pasó?

—Estoy bien —le aseguré rápidamente—. Eddie también. Es Robbie, el mejor


amigo de Eddie —expliqué—. Fue apuñalado. Está en cirugía.

—¡Cielos! —exclamó—. ¿Cómo pasó esto?

—Por eso te llamo —le dije tímidamente. Mientras hablaba, miré a Eddie. su
rostro estaba demacrado, sus labios una línea dura—. Necesito que hagas algo.

—Claro, cariño. ¡Cualquier cosa!

Tragando saliva, seguí adelante. 233


—¿Puedes mirar y ver si Sadie está en su habitación?

—¿Sadie? —preguntó, y de repente jadeó—: No puedes estar sugiriendo…

Me sentí como una villana. Como la única persona que posiblemente podría
creer lo que dijo Robbie.

—Robbie dijo su nombre —traté de explicar—. Me agarró del brazo y dijo su


nombre.

—Ya veo.

No sabía lo que eso significaba.

—Si esperas, iré a comprobar.

Dejé escapar un suspiro.

—Gracias —murmuré.

La oí dejar el teléfono. Cerré los ojos con fuerza. Por favor, que esté durmiendo
en su cama. Por favor, que no sea ella.

Maggie se había ido por lo que pareció una eternidad. Tanto tiempo, de hecho,
aparté el teléfono de mi oído para asegurarme de que todavía estaba conectado.
Eddie me miró, con preguntas en sus ojos. Me encogí de hombros.

—¿Amnesia? —dijo de repente Maggie.

Mi respuesta fue instantánea.

—¿Ella está allí?

—Revisé su dormitorio. —La voz de Maggie era temblorosa—. Revisé toda la


casa.

Mi corazón se hundió.

—Maggie —supliqué. Dime que está en casa.

—No está aquí, Amnesia. —Mis ojos se posaron en los de Eddie—. Sadie no
está en esta casa.

234
Capítulo 28
Edward
No quería creerlo.

Todo en mi interior se revolvía, queriendo vomitar la idea misma.

¿Cómo?

¿Cómo se podía ignorar totalmente la verdad cuando la tenía delante de sus


narices?

—No fue ella. —Mi trasero golpeó la silla al decir las palabras. Mi propia voz
sonó hueca e incrédula.

Fue un débil intento de mentirme a mí mismo.


235
—Eddie. —Am se sentó en la silla a mi lado, inclinando sus piernas hacia mí.
Estaba tan cerca que sus rodillas me rozaban las piernas. Su pequeña y pálida mano
se extendió y cubrió la mía. Su piel estaba fría, lo que supuso una sacudida para mis
sentidos.

Mis ojos se dirigieron hacia ella, observando su aspecto por primera vez
desde que salimos corriendo de la casa. Solo llevaba unos jeans debajo de la camiseta
con la que había dormido. Mi camiseta.

Sus ojos parecían atormentados, y debajo de ellos había unas ojeras que
parecían moratones. Tenía el labio inferior ligeramente hinchado de tanto morderlo.
Era un hábito que tenía cuando estaba molesta.

Mi trabajo era protegerla. Incluso en medio de una tormenta de mierda.


Incluso cuando quería enfurecerme por lo injusto de todo, cuando quería negar lo
que sabía en el fondo.

Nada más importaba tanto. Ni mis padres ni la tienda. Ni Robbie. Ni siquiera


Sadie y el hecho de que ella podría ser... Bueno, no estaba seguro.

—Te estás congelando —murmuré—. ¿Dónde está tu abrigo?

—No pensé en ello —respondió—. Está bien.


—No. —Mi voz era dura y fuerte. Me pasé la camiseta de manga larga por
encima de la cabeza, transfiriéndola inmediatamente a la suya. La oí protestar
mientras su cara estaba metida dentro de mi camiseta, y le dije que se callara.

En cuanto apareció su cabeza, exigí:

—Brazos.

Con un profundo suspiro, introdujo los brazos. La tela era tan larga que le
cubría las manos.

—¿Y tú? —se preocupó.

Miré la camisa ajustada que llevaba debajo, de la más gruesa.

—Estoy bien.

Amnesia se inclinó hacia delante, presionando su palma contra mi mejilla.

—No. No lo estás.

No. No lo estoy. 236


—Me di cuenta —admití, con la voz baja, casi avergonzado.

—¿Te diste cuenta de qué?

—Ella no es como tú —murmuré.

—Por supuesto que no lo es. Somos personas diferentes. —Su voz era suave
y paciente. Mi corazón se apretó un poco.

Esto me dolía. Odiaba admitirlo, incluso a mí mismo. Reconocer que esta


situación era jodida y que no había nada que pudiera hacer al respecto. Me dolía
incluso pensar que Sadie podía hacer algo así.

Sacudí la cabeza, tratando de despejarla un poco.

—Quiero decir que está rota. Hay algo dentro de ella que no sobrevivió todos
estos años. Algo esencial. No está completa, no como tú.

—Mi mente me protegió —susurró.

La agarré de la cara, poniendo mi frente contra la suya.

—Gracias a Dios —dije con voz áspera—. Gracias a Dios, joder.

La idea de que Am estuviera tan dañada era más de lo que podía soportar.
—Intenté ignorarlo —continué—. Puse excusas. Se estaba curando. Estaba
traumatizada. Le llevaría tiempo adaptarse.

—Eso no son excusas. Es la verdad —insistió Am.

—Ella necesitaba más ayuda de lo que cualquiera de nosotros se dio cuenta.


Todos nos perdimos en el hecho de que volviera, de que se “salvara”. —Hice un
sonido sin humor—. No estaba salvada. En realidad, no. Le fallamos. Yo le fallé.

Am emitió un sonido de protesta, pero no iba a permitir que intentara


disuadirme de lo que sabía que era la verdad.

Con un gruñido, me levanté de golpe y recorrí toda la habitación.

—Ha dicho cosas, cosas que no me sentaron bien. Pero lo ignoré. Quería creer
que estaba bien. —Quería que esta mierda terminara. Doce años era mucho tiempo.

—¿Qué tipo de cosas?

Me giré.
237
—Ella me dijo que me pertenecía primero. Me dijo que la razón por la que te
amaba era porque pensaba que eras ella.

—Creo que todos hemos pensado eso —dijo Am, su voz tranquila.

Sabía que esas palabras la herían. Era otra de las razones por las que
intentaba mantener todo en secreto.

—No —insistí—. Era más. Estaba enfadada. —Lo pensé, permitiéndome ver
realmente—. Hay una ira subyacente en ella que intentaba ocultar. Que nadie quería
ver.

—Ella tiene derecho a sentirse enojada. Perdió mucho.

—Mierda —juré.

Amnesia se levantó del asiento. El dobladillo de mi camisa cayó hasta sus


rodillas.

—¿Qué?

—Robbie vino al hospital. Lo culpó, de hecho, lo acusó de ser la razón por la


que la secuestraron.

—Por el reto —conjeturó Am.


Mi estómago se retorció, mi corazón latiendo rápidamente. Oh, Dios mío. Era
cierto.

Sadie estaba enojada con Robbie. Lo culpaba por todo lo que le pasó. Todo lo
que perdió.

Miré a Amnesia, pensé en cómo insistió en que Sadie nos miró en medio de la
noche... justo antes de que alguien intentara matar a Robbie.

No podía enterrar mi cabeza en la arena, ya no. Había vidas en juego.

Vidas de las personas que amaba.

—Ella no sabe lo que está haciendo —gemí—. Ella simplemente no entiende.

Amnesia se acercó, poniendo sus manos en mi pecho.

—Vamos a ayudarla —me aseguró—. Nadie va a culparla después de todo lo


que ha pasado.

Contemplando los rasgos de Am, sus pecas, sus ojos marrones y su cabello 238
dorado, se me apretó el pecho. Si Sadie culpaba tanto a Robbie que intentó matarlo,
¿vendría también por mi chica? ¿La culparía por capturar mi corazón?

No podía dejar que eso sucediera.

—Tenemos que llamar a la policía.


Capítulo 29
Amnesia
Tantas preguntas sin respuesta. Cuantas más respuestas encontrábamos,
más necesitábamos.

Era más que frustrante que probablemente tenía todo lo que necesitábamos
saber encerrado en mi mente. Oculto incluso para mí.

Sabía que rogarme a mí misma no funcionaría. Negociar, incluso tratar de


forzar las respuestas, nada funcionaba. Lo había intentado todo.

Los únicos recuerdos que tenía llegaban a un alto precio, cuando menos lo
esperaba. En resumen, venían cuando querían, no cuando yo lo pedía.

Me sentía impotente mientras me sentaba en el centro de la sala de espera,


esperando a ver si Robbie vivía o moría. Esperando noticias de Maggie, de la policía...
239
de la propia Sadie.

La policía estaba buscando ahora, se había puesto una orden de búsqueda


para Sadie, y Eddie estaba fuera, en el pasillo, hablando con algunos agentes
uniformados.

Sabía que también querrían interrogarme, pero no tenía nada que ofrecer.

Ninguna idea. Ninguna respuesta.

Solo páginas en blanco. Páginas llenas de palabras escritas con tinta invisible.

Eddie estaba enloqueciendo. La culpa que se echaba a sí mismo y la


responsabilidad que cargaba era palpable. Sabía que le costó mucho admitir que
Sadie estaba más perdida de lo que cualquiera de nosotros creía.

Sabía que la única razón por la que lo admitió fue por mí. Por mí.

Quería devolverle algo. Dar en lugar de tomar.

Lo único que se me ocurrió que podría igualar lo que él había hecho por mí
eran respuestas. No las tenía... pero sabía dónde conseguirlas.

Saliendo de la sala de espera, me moví sigilosamente por el pasillo y doblé la


esquina. El ascensor empezaba a cerrarse, así que me apresuré a entrar antes de que
las puertas se cerraran por completo.
Sola en la pequeña cabina, me apoyé en la pared y traté de dominar los
salvajes latidos de mi corazón. No sabía si esto iba a funcionar, pero tenía que
intentarlo.

Es cierto que algunos recuerdos era mejor olvidarlos... pero no podíamos ser
verdaderamente libres hasta que algunas cosas fueran recordadas.

En realidad, ni siquiera tenía que recordar. Solo tenía que saber.

El ascensor se abrió para mostrar el piso que había seleccionado. Salí al


silencioso pasillo. Caminé con cuidado a lo largo de la pared, tratando de pasar lo
más desapercibida posible, esperando que nadie me viera y que, si lo hacían, no se
molestaran en decirme que me detuviera.

Llegué hasta la puerta de la sala grande, pero entonces alguien gritó mi


nombre.

Haciendo una mueca de dolor, me giré, sabiendo que mi mirada era de


vergüenza.

—Dr. Beck—dije—. Me alegro de verle.


240
—Amnesia. —Se detuvo frente a mí—. Sabes que no deberías estar aquí.

Suspiré, dejando de lado la actuación inocente.

—Supongo que te has enterado de lo de Robbie en Urgencias. Sobre la


desaparición de Sadie y la sospecha de su apuñalamiento.

—Todavía no puedes estar aquí —dijo, firmemente.

—¡Vamos, Dr. Beck! —estallé—. ¡Tengo que estar aquí! Si no puedo confiar
en mi propia memoria para ayudar a todos los que me importan, ¡entonces tengo
que intentar al menos esto!

Me estudió durante un largo momento y luego suspiró.

—Todavía está catatónica.

—No me importa —respondí, firme—. Solo quiero hablar con ella. Tal vez me
escuche. Tal vez responda.

—Ha pasado más de un mes —advirtió—. Ni siquiera estoy seguro de que


pueda oírnos.
—Entonces no importará si entro ahí —le dije—. Por favor, doctor Beck. La
viuda West es mi única oportunidad de saber algo. La seguridad de la gente del
pueblo podría depender de esto.

Miró por el pasillo y luego volvió a mirarme.

—Solo unos minutos.

—Gracias —dije, sintiéndome aliviada.

—Amnesia —advirtió, poniendo una mano ligeramente en mi hombro—. No


la toques. Y si hace algo, sal de esa habitación inmediatamente.

Aunque no estaba frente a él, sonreí. Mi mano cubrió la suya.

—Yo también me preocupo por usted, Dr. Beck.

Retiró su mano. Su voz era ruda.

—Cinco minutos.

No perdí tiempo y entré directamente. La habitación estaba silenciosa, estéril 241


y oscura. Los recuerdos de cómo se veía mi propia habitación cuando me desperté
por primera vez del coma me inundaron. Recordé lo confundida que había estado.
Cuan débil, mental y físicamente estaba.

Ahora era más fuerte, en ambos sentidos, pero sabía que aún me quedaba un
largo camino por recorrer. Sin embargo, este era un paso en la dirección correcta,
enfrentarme a mis demonios.

La viuda West estaba acostada boca arriba en la cama de hospital. Su delgado


cuerpo estaba cubierto por una bata de hospital y las mantas simples le llegaban
hasta la cintura. Tenía una vía intravenosa en el dorso de la mano, pero por lo demás
no había ninguna otra máquina. Sus ojos seguían abiertos, como la última vez que la
vi. Estaban vidriosos, algo lechosos. Totalmente espeluznante.

Esperaba que me siguieran con la mirada cuando pasé por el borde de su


cama y me moví hacia el otro lado.

No lo hicieron. Permanecieron fijos, mirando al frente y ligeramente hacia el


techo.

Su largo cabello gris le caía por los hombros. Era grueso y de aspecto
ordinario, su piel pálida, pero todos los moretones de antes estaban curados.
Podría parecer casi pacífica si no fuera por la forma en que se veían sus ojos.
Si no fuera por la forma en que sus labios parecían permanentemente torcidos en
una dolorosa mueca.

No había flores en la habitación. No había tarjetas ni globos de felicitación.


Las paredes estaban desnudas, la habitación era fría y sencilla. Ni siquiera el ruido
de la televisión llenaba el vacío.

¿Cómo era?

Estar perdido en tu propia cabeza. Estar solo día tras día. ¿Era preferible a lo
que vivió antes, o era simplemente un mecanismo de defensa, como mi amnesia?

No quería admitirlo. Odiaba reconocerlo, pero la viuda West y yo teníamos


algunas cosas en común. Me pregunté si tal vez una vez compartimos el mismo tipo
de vínculo que tenía con Sadie.

—Soy yo —dije, arrastrando en silencio una silla hasta el lado de la cama—.


Amnesia.

Era desconcertante hablar y no saber si te escuchaban. No ser reconocida.


242
Pero me esforcé a hacerlo y de todos modos hablé. Fingiendo que sí me escuchaba.

—Ha pasado un tiempo desde que estuve aquí —le dije—. Sé que realmente
no nos gustamos mucho.

No tiene sentido mentir, ¿no?

—La verdad es que ya no estoy enojada contigo. Lo había estado, ya sabes.


Muy enojada. Intentaste secuestrarme, noqueaste a Eddie. Me acosaste. Tú, ah, me
dijiste una vez que deseabas que hubiera muerto.

Nada. Silencio.

Tragué saliva.

—Lo entiendo. —Me incliné hacia atrás y simplemente decidí desahogarme.


No por ella, sino por mí—. Probablemente estabas en una posición difícil.
Confundida y atrapada como yo. Al igual que Sadie. Sé que él también te lastimó. Los
doctores me dijeron. Vi los moretones. Recuerdo esa noche cuando dijiste que, si no
hacías lo que él quería, te castigaría. —Hice una pausa por un segundo, recorriendo
con mis ojos su rostro demacrado—. Lo siento. Sé que no fui yo quien te lastimó de
esa manera, pero aun así lo siento mucho. Solo recuerdo un poco, y eso solo es
suficiente. No le desearía a nadie lo que nos pasó, ni siquiera a ti. Lo que hiciste, lo
que hice... incluso lo que Sadie hizo. Era supervivencia, ¿no? Y sobrevivimos. Las tres.
Una enfermera pasó junto a la ventana, al final del pasillo. Doblé mis manos
en mi regazo.

—Supongo que eso nos une un poco. No realmente como amigas, porque creo
que ya hemos superado ese tipo de relación. En el sentido de que somos las únicas
que podemos entender realmente lo que nos hizo.

»Por cierto, está desaparecido. Él. El hombre que nos hizo daño. Todavía no
puedo recordar nada de él. Su rostro. Su nombre. Sé que me hizo daño. —Ahogué el
recuerdo. La voz me temblaba ligeramente cuando continué—: Sé que él... me violó.
Sadie dijo que yo era su reemplazo cuando pensó que ella iba a morir. Había una
mujer. Ella bajaba a la tierra a veces. Iba a donde Sadie yacía y la atendía. A veces la
oía llorar. Eras tú, ¿no? —Me miré las manos, que ahora estaban fuertemente
unidas—. Te preocupaste por nosotras, aunque lo ayudaste.

Me senté hacia delante, la emoción me impedía quedarme quieta.

—¡No lo entiendo! No entiendo por qué lo ayudaste. ¿Dónde te quedabas en


la isla? ¿Dónde te mantuvo? ¿Te quedaste en la casa? ¿Conocía a tu marido? Solo
necesito saberlo. Necesito saber algo. Cualquier cosa. ¿Quién es él? ¿Qué quería de 243
nosotras?

Se me escapó una lágrima y la aparté con furia.

—Sadie me dijo que me llamaba Lily. No sé si creerle, pero en realidad, ¿por


qué iba a mentir sobre eso? No sé de dónde vengo, quién era o a quién dejé atrás. Ni
siquiera necesito saberlo. Pero necesito saber quién es. ¿Dónde está?

La viuda permaneció inmóvil. Sus ojos lechosos seguían mirando hacia


arriba, su cuerpo no cambió. Ni siquiera el aire que nos rodeaba se movía con algún
tipo de indicación de que estuviera escuchando.

—Tal vez realmente no te importa —murmuré—. Tal vez solo le seas


completamente leal y te quedes así hasta que mueras. Pero, por favor —le rogué—.
Si puedes oírme, si puedes entenderme, por favor despierta. Por favor, dime dónde
está y qué quiere.

Silencio.

Absolutamente nada.

Me eché hacia atrás en la silla, me encorvé, y crucé los brazos sobre el pecho.
Mis pensamientos se dirigieron a Robbie. Me pregunté cómo estaría, si la cirugía
estaba casi terminada y si todavía estaba vivo.
—Encontramos a Sadie. Fuimos a tu isla y allí estaba ella, dentro del agujero.
Ni siquiera estaba cerrado como de costumbre. Dijo que él no estaba allí, pero que
iba a volver y que tenía que quedarse. Eddie la convenció de que abandonara la isla.
Ella ha estado aquí por un tiempo ahora. Acaba de ser dada de alta del hospital.

Algo en la habitación cambió.

El aire cambió; una sensación de conocimiento recorrió mi columna


vertebral.

Me senté, mirando su forma inmóvil.

—No creo que Sadie pueda soportar todo lo que ha pasado. Parece enojada.
Sigue diciendo que va a volver. Ella, um, apuñaló a mi amigo hoy, intentó matarlo, y
ahora nadie puede encontrarla. Está en cirugía ahora mismo. No sé si vivirá. La
policía está buscándola, pero no puedo evitar sentir que esto tiene que ver con él. Si
supiera quién es. Dónde podría estar. ¿Crees que está con él ahora? ¿Crees que
todavía la controla?

Esperé una respuesta. Esperé tanto tiempo para que ella parpadeara, para un 244
pitido aleatorio de la máquina intravenosa. Observé sus dedos incluso por un
estremecimiento.

Me desahogué. Rogué por ayuda.

No obtuve nada a cambio.

Finalmente, me cansé, mi paciencia y mi esperanza se agotaron. Quería ir a


buscar a Eddie, quien seguramente se estaba preguntando adónde había ido ahora.
Debería habérselo dicho, pero sabía que solo intentaría detenerme. Quería saber
sobre Robbie y llamar a Maggie.

—Valía la pena intentarlo —me dije a mí misma, utilizando el lado de la cama


para mantener el equilibrio mientras me impulsaba a ponerme de pie. Después de
arrastrar la silla a su lugar, volví a colocarme al lado de la cama y miré fijamente a la
viuda.

Extendí la mano y rocé su mano con mis dedos.

—Espero que al menos, dondequiera que estés, tengas algo de paz.

Mientras me alejaba, su dedo se movió. Una sacudida repentina, tal vez una
reacción involuntaria.

—¿Viuda West? —susurré, inclinándome sobre ella, mirando sus ojos


empañados.
No volvió a moverse. Sus manos permanecieron inmóviles.

Con un suspiro, me retiré. Su mano salió disparada y me agarró la muñeca.


Solté un chillido, sorprendida con la guardia baja.

—¿Escuchaste algo de lo que dije? —pregunté, dejándola continuar


sosteniendo mi brazo—. Por favor, si sabes algo, por favor dímelo.

Su boca se movió lentamente, como si estuviera tratando de recordar cómo


formar palabras. Mi paciencia casi se derrumbó, esperando, tratando de no agarrarla
y sacudirla. De repente, sus ojos se cerraron. Los vi moverse bajo sus párpados.

Por favor, recé en silencio.

Cuando sus ojos se abrieron de nuevo, no estaban tan vidriosos, aunque


seguían teniendo una película sobre ellos, lo que me hizo preguntarme cómo de
coherente era.

—Es mi hijo —dijo, con la voz casi susurrada—. Mi… hijo.

No había forma de contener mi reacción. Jadeé y mi muñeca se soltó de su 245


ligero agarre. Su mano cayó sobre el colchón junto a su cuerpo.

¿Su hijo? ¿Cómo es posible?

—Creía que tu hijo había muerto —dije, recordando la lápida del Niño Amado
junto a la de su difunto marido.

—¿Dónde... está... él? —balbuceó, sus dedos tratando de encontrar los míos
una vez más.

Agarré su mano y la apreté ligeramente con la mía.

—No lo sé. Nadie lo sabe. ¿Adónde habrá ido?

—No… bueno —dijo, sus ojos se cerraron—. Encuéntralo. Él hará... —Su voz
se detuvo a mitad de la frase.

—¿Él hará qué? —pregunté, casi desesperada. Levanté su mano, dándole un


apretón—. ¿Él hará qué, viuda West?

—Mi hijo —gimió. Entonces su mano se aflojó.

—¡Viuda West! —exclamé, levantando su mano de nuevo—. ¡Sra. West!

Ella no respondió. Sus ojos permanecieron cerrados, su cuerpo inerte contra


la cama. Me lancé sobre ella y puse mi oído en su pecho. El sonido de los latidos de
su corazón estaba allí y era fuerte. Con un gran tirón, me aparté de ella.
No iba a obtener más respuestas de ella. Demonios, fui increíblemente
afortunado de haber obtenido lo que ella dijo.

Salí corriendo de la habitación. El Dr. Beck estaba de pie en la estación de


enfermeras cercana.

—¡Ella se despertó! —le dije, apresurándome—. Se movió y parpadeó. Sin


embargo, creo que se quedó dormida.

—¿Estás bien? —preguntó, estudiando mis movimientos frenéticos.

—¡Sí! —insistí y comencé a salir corriendo—. Estoy bien. ¡Solo ayúdala!

Corriendo por el pasillo hacia los ascensores, lo único en lo que podía pensar
era en llegar a Eddie, en contarle la nueva información que tenía. Sabía que no era
mucho, pero era algo.

Las puertas del medio se abrieron y me adelanté. Un cuerpo salió corriendo,


y ambos casi chocamos.

—¡Amnesia! —exclamó Eddie, agarrándome por los hombros—. ¡Gracias a 246


Dios! ¿Dónde has estado?

—¡Hablé con ella! —estallé—. ¡Me lo ha dicho!

—¿Te dijo qué? —preguntó, dándome una suave sacudida.

Levanté la vista hacia su rostro preocupado, pero la imagen empezó a


desvanecerse, empezó a cambiar... hasta que ya no era él a quien veía. Hasta que ya
no estaba de pie en el pasillo del hospital.

Mis dedos se clavaron en sus bíceps mientras luchaba contra lo que sabía que
iba a ocurrir.

—No —dije, pero fue inútil.

Me sacaron del presente y me arrastraron brutalmente al pasado.


Capítulo 30
Amnesia
El olor a humedad y a tierra mojada me quemaba la nariz. Uno pensaría que a
estas alturas ya estaría acostumbrada al olor, pero no lo estaba. Puede que nunca lo
esté.

Era peor cuando llovía, y esta noche, u día, había llovido muchísimo. Incluso
nosotras podíamos oírlo aquí abajo. Sadie lloraba y gritaba desde su catre, al otro lado
de la habitación, mientras la lluvia golpeaba el suelo por encima de nosotras y los
truenos retumbaban tan fuerte que la piedra que nos rodeaba temblaba.

Le dije varias veces que todo iría bien, que la tormenta no nos haría daño aquí
abajo. No sabía si me había oído por encima de la lluvia y de sus propios gritos, pero
se lo repetí de todos modos.
247
Estaba encadenada. Creo que ella también lo estaba. Las rocas estaban frías
contra mi piel, pero cuando me sentaba abrazada a mí misma, no era tan malo. Mi
rincón de roca se mantenía algo caliente por el calor de mi cuerpo, pero ahora no
estaba sentada allí.

Me estiré y me arrastré por el suelo todo lo que pude, acercándome todo lo que
pude a Sadie.

Odiaba oírla llorar. Parecía que era lo único que hacía. Cuando él bajaba en
medio de la noche mientras dormíamos. Y ahora durante la tormenta. Aquí no había
paz. No para nadie.

Finalmente, la tormenta se calmó y el olor a tierra húmeda se hizo presente. Me


llevé las rodillas al pecho, las rodeé con los brazos y enterré el rostro contra mí misma
para intentar alejar lo peor del hedor. Sadie estaba más tranquila ahora que la lluvia
había cesado. Pensé que podría estar durmiendo.

Tenía problemas para dormir aquí abajo. Temía que me hiciera cosas peores
cuando estuviera inconsciente. Prefería estar despierta y conocer el dolor con
seguridad.

El familiar e inconfundible chirrido de la puerta de la trampilla me hizo


ponerme rígida. Me senté, apoyé mi cuerpo contra la pared y levanté la mirada.
Cuando la luz del sol no brilló, sentí una punzada de profunda tristeza. Echaba de
menos el sol. No lo sabía y nunca lo diría, pero siempre que él bajaba aquí, había una
cosa que me gustaba.

Durante breves momentos, a veces incluso un minuto entero, la luz del sol se
colaba en esta húmeda y oscura prisión. Me recordaba que había vida por encima de
nosotras, que el sol aún brillaba, aunque yo no pudiera verlo.

Me preguntaba si seguiría sintiendo el calor en mis mejillas, si el aire seguiría


teniendo el aroma del sol.

Sin embargo, cerraba esa puerta demasiado rápido, apartándonos de cualquier


tipo de placer, bajando a este agujero para traernos más dolor.

Todavía me dolía de la última vez que había bajado. Mi cuerpo se sentía


desgarrado e hinchado. Mi piel todavía tenía el escozor de sus mordiscos. Cometí el
error de gritar la primera vez que me mordió.

Eso le gustó.

Lo hizo una y otra vez.


248
Me sentí como un juguete para morder.

No volví a gritar, aunque por dentro gritaba. Finalmente, se aburrió de los


mordiscos y pasó a nuevos horrores.

Mi cuerpo se estremeció violentamente mientras esperaba que bajara. Sabía


que Sadie seguía muy mal, aunque sabía que había ido a verla el día anterior.

No sabía a quién venía esta vez, quizás a mí. Podría ser por ella. Si iba hacia ella
esta noche, lo llamaría, lo alejaría, hacia mí.

Podría aguantar otra noche. No estaba segura de que ella pudiera. La tormenta
pareció exprimir todo lo que le quedaba esta noche.

Una linterna se encendió y bajó. Vi los pies de una mujer y suspiré audiblemente.
No era él.

Era ella.

No sabía nada de ella, solo que había venido a ver a Sadie. Nunca se había
acercado a mí, ni siquiera me había mirado.

No pude evitar preguntarme sobre ella, quién era, por qué estaba aquí. Por qué
no vivía aquí abajo con nosotras.
Se acercó en silencio a Sadie, se dejó caer a su lado y habló en voz baja. Después
de curar las heridas de Sadie y asegurarle que la tormenta había terminado, recogió
su pequeño saco de provisiones y empezó a marcharse.

—Espera —grité, mi voz mansa, pero escuchada.

Los pasos de la mujer se detuvieron arrastrando los pies sobre la piedra. El haz
de la linterna giró hacia mí.

Me aparté de ella, sin querer ser vista, sin querer verme a mí misma.

—¿Tienes una tirita de más? —pregunté, tímida. Sabía que podía meterme en
problemas por esto, pero en realidad... ¿no me estaban castigando ya?

—¿Por qué? —dijo ella, con la voz baja.

—Yo... tengo una mordida en el hombro. No deja de sangrar. —Sentí que mi


labio inferior se tambaleaba. Me lo mordí para que parara—. Me duele.

Se quedó parada durante mucho tiempo, tanto que pensé que tal vez no me
creía. ¿Por qué iba a mentir? No era como si tuviera algo que ganar. 249
Cuando pensé que se iba a dar la vuelta para irse, no lo hizo. En lugar de eso, se
acercó y se agachó frente a mí.

—¿Dónde? —preguntó.

Con las manos temblorosas, me incliné hacia delante, mostrándole el lado de mi


hombro dolorido.

—Aquí.

La luz iluminó la lesión y cerré los ojos ante la visión que ofrecía. Sabía que era
grave. Sentí el cálido goteo de sangre a su alrededor, sentí cómo la piel palpitaba y
ardía.

Pero...

Era peor de lo que había imaginado.

Era como si masticara mi piel. No solo un mordisco limpio, sino como si


intentara hacer de mi hombro una comida. Pero lo disfrutó, royéndome como si fuera
cuero crudo, lamiendo mi sangre mientras yo gemía contra el suelo.

La mujer hizo un ruido, luego dejó caer el saco al suelo y utilizó la luz para
rebuscar en su contenido.
Abrió una pequeña toallita de algún tipo y, sin previo aviso, la pasó por la zona.
Grité un poco y me puse rígida, preocupada de que mi muestra de dolor hiciera que me
golpearan.

—No pasa nada —dijo—. Parece doloroso.

Me limité a asentir, temiendo decir algo más.

Me limpió, hizo unos cuantos ruidos y me aplicó una especie de crema antes de
cubrirme por completo con un gran vendaje.

En cuanto terminó, suspiré aliviada.

La mujer empezó a recoger sus provisiones y luego cerró el saco.

Antes de que se pusiera en pie, la agarré de la muñeca.

—Gracias —le dije.

Pareció sorprendida de que le diera las gracias. Tal vez no debería. Pero era la
primera muestra de amabilidad, por terrible que fuera, que conocía en mucho tiempo. 250
Si olvidara cómo apreciar la amabilidad de cualquier tipo, ¿no me convertiría
en una causa perdida? ¿No me haría menos humana?

—¿Por qué? —susurró ella.

—Porque ahora duele menos.

Algo pasó a nuestro alrededor en el aire, pero no pude nombrar la sensación.


Empezó a alejarse de nuevo. La solté, pero la detuve con mi voz.

—¿Quién eres tú? —pregunté. Tenía que saberlo.

—Soy su madre —respondió al cabo de un instante.

La conmoción me invadió.

—¿Es tu hijo?

—Sí —dijo ella, con la emoción tapando su voz—. Lo siento.

Su disculpa hizo que la emoción brotara dentro de mí. La ira.

—Lo sabes. —Me senté hacia delante, haciendo sonar la cadena que llevaba en
la muñeca—. Sabes que lo que nos está haciendo está mal —acusé.

—Sí.
—Pero lo ayudas.

—Él... no está bien. No entiende que lo que hace está mal.

—¡Eso no hace que esté bien! —exigí—. Deberías conseguirle ayuda de verdad.

—No puedo —susurró.

Cerca, vi a Sadie sentarse, escuchando atentamente. Sin duda, ella también


tenía todas esas preguntas.

—¿Por qué no puedes? —pregunté. No estaba en posición de exigir nada.

En realidad. Sí. Sí, estaba en toda posición de exigir respuestas.

—Me lo quitarán. Es lo único que me queda.

Caí de espaldas contra la pared, conmocionada y destrozada. Ella sabía que lo


que hacía estaba mal. Lo sabía, y no le importaba.

—Lo siento —se apresuró a decir, y luego se alejó a toda prisa, hacia la escalera
que conducía a la libertad. 251
—¿Cómo has podido? —grité tras ella, con la ira quemando mi garganta—.
¿Cómo pudiste dejar que nos hiciera esto?

No esperaba una respuesta, pero una salió de la oscuridad.

—Porque si no son ustedes, serán otras. Ustedes dos son un pequeño precio a
pagar por su libertad, por la seguridad de todos los demás.

No dije nada a eso. Estaba demasiado sorprendida y horrorizada para


comprenderlo.

No éramos más que un sacrificio. Juguetes para un loco.

El sonido de su salida del agujero me hizo levantar la vista.

El sonido de los cerrojos que nos encerraban me hizo llorar.

Esperaba haber encontrado un aliado. En cambio, todo lo que encontré fue otro
enemigo.
Capítulo 31
Edward
—No deberías haber hecho eso —la regañé, aunque en realidad no era un
regaño. ¿Cómo podía reprender a la mujer que amaba cuando estaba acurrucada en
mi regazo, apretada contra mi cuerpo y temblando por lo que fuera que se había
apoderado de su cuerpo y mente?

Aunque estaba enojado. Estaba al rojo vivo, queriendo dejar una abolladura
del tamaño de un puño en cualquier cosa cercana.

—Te-tengo algo de in-información —dijo, sus dientes castañeteando


ligeramente.

—No valía la pena el precio que pagaste.

—Creo que tal vez sí —refutó ella.


252
El modo en que se estremeció demostró que estaba equivocada. La forma en
que se derrumbó en mis brazos cuando salí del ascensor me dio la razón.

El corazón casi se me paró en el pecho cuando se quedó inmóvil en mis


brazos, sin responder a ninguno de mis intentos de despertarla.

Nunca había visto nada parecido. No hasta Am. La forma en que el pasado se
apoderaba de ella, barriendo sin previo aviso todo el presente y arrastrándola
literalmente al pasado.

Aunque parecía un poco tranquila mientras sostenía su cuerpo entre mis


brazos, era todo lo contrario. Sabía que en su mente se libraba una guerra. Sabía que
no estaba realmente presente conmigo cuando un recuerdo se apoderaba de ella.

Los minutos que tuve que esperar, para evitar perder, literalmente, la cabeza,
fueron largos y arduos. La llevé por el ascensor, de regreso al piso donde habíamos
estado esperando. Mary B me vio bajar con ella y abrió la boca para gritar pidiendo
ayuda. Una firme sacudida de mi cabeza y las palabras murieron contra su lengua.

Nos llevó a una habitación vacía, la más cercana que pudo encontrar. Era
mucho mejor que la sala de espera, ya que no estaba seguro de qué tipo de condición
tendría Am cuando volviera a mí.
Esta vez no salió corriendo de la habitación ni vomitó todo el contenido de su
estómago. Pero tampoco había sido un camino de rosas.

En cuanto la solté, su cuerpo se puso rígido en mi regazo. Me quedé quieto


durante mucho tiempo, con los brazos y las manos alrededor de ella por si se sacudía
tan rápido que se caía de mí hacia el suelo. Pero no la toqué. Tenía miedo de hacerlo.
Tenía que ver en qué estado se encontraba antes de envolverla.

Lo último que quería era que se sintiera atrapada o confinada.

Levantó la vista, con la respiración agitada y la humedad cubriendo sus


mejillas. Apreté la mandíbula, con los dientes traseros chocando mientras intentaba
no reaccionar como quería, sino que intentaba ser lo que ella necesitaba.

Am se acercó a mí, metió los dedos en la parte delantera de la camisa y se


acurrucó en mi centro. Esa era mi señal, la señal de que estaba bien abrazarla fuerte.

Nos quedamos sentados un rato. No dije nada, aunque tenía muchas ganas de
echarle la bronca.

¿Qué diablos estaba pensando al desaparecer así? Salir de la sala de espera


253
mientras hablaba con la policía. Cuando vi que se había ido, mi maldito pecho casi se
derrumbó.

Un miedo salvaje me atravesó, la adrenalina aumentó y busqué en todos los


lugares en los que pude pensar. Justo cuando estaba a punto de perder la cabeza, me
acordé de la viuda.

—No vuelvas a hacer eso —entoné. Supongo que no había terminado de


regañarla.

—Lo siento —gimió—. Por favor, no te enojes.

Gruñí. Lo juro, las mujeres, está en particular, serían mi muerte.

—No estoy enojado contigo, nena. —Mis dedos se arrastraron arriba y abajo
a lo largo de su costado—. Me asustaste.

—Solo quería ayudar.

—Lo sé. —Besé la parte superior de su cabeza.

—¿Sigue la policía aquí?

—Ni idea —comenté como si ni siquiera importara. Aunque, por dentro, todo
estaba en alerta máxima. ¿Por qué quería saber de la policía? ¿Tenía algo que
contarles? Quería exigir las respuestas, pero sabía que no debía hacerlo. Presionarla
le causaría dolor, y francamente, eso superaba mi necesidad de información.

—¿Dónde estamos? —Ella miró a su alrededor, aún sin levantar su mejilla de


mi pecho. Era revelador, ya sabes. El agarre.

Ese recuerdo no había sido agradable.

Estaba empezando a preguntarme si tenía algo bueno de su pasado para


recordar. Todo lo que recordaba era el infierno.

—Solo una habitación privada. El mismo piso que la sala de espera.

—¿Se sabe algo de Robbie?

—Todavía no.

—Tuve otro recuerdo —me informó. Su voz era baja, asustada de sacar el
tema.

—Porque viste a la viuda West —susurré. 254


—Ella es la única con respuestas —se defendió Am—. Tenía que intentarlo.

—Verla desencadenó un recuerdo. —Mi voz era plana e infeliz.

Amnesia se levantó en mi regazo, sentándose para que estuviéramos cara a


cara.

—No —refutó—. Fue lo que ella dijo.

Mis cejas se dispararon.

—¿Ella se despertó?

Asintió.

—Le conté sobre Sadie, Robbie… todo. Le rogué que me dijera dónde podría
estar. Al principio, pensé que no podía oírme, pero luego… respondió.

—¿Qué dijo? —exigí.

—Es su hijo —entonó Amnesia, dejándose caer contra mi pecho. Sus dedos
regresaron al frente de mi camisa, torciendo la tela—. El hombre que nos secuestró,
es el hijo de la Viuda West.

—Su hijo —repetí. Mi mente estaba dando vueltas—. Pero…


—Lo sé. La lápida que vimos. Ella debe haber tenido un bebé que murió...
antes de tenerlo a él. Luego, casi para sí misma, Am agregó—: Es por eso que ella no
quería perderlo. Demasiada pérdida.

—Daniel —susurré.

—¿Quién?

—Ese es su nombre. —Bajé la mirada—. Sadie me lo dijo.

—No lo recordaba.

—Ella dijo que no se te permitía llamarlo así —le expliqué, tratando de


hacerla sentir mejor por no saberlo.

Amnesia se estremeció contra mí.

—No está bien. Le pasa algo.

Gruñí. Eso era evidente. Nadie en su sano juicio le haría lo que ese maldito
enfermo había hecho. 255
—¿Qué más dijo, Am?

—No mucho realmente. Quería saber dónde estaba. Parecía casi desesperada
porque lo encontráramos. Tuve la sensación de que estaba asustada de que él
estuviera ahí fuera... sin supervisión.

Hice un sonido grosero, mi pecho se sacudió con fuerza.

—Sí, porque él tenía mucho más control cuando ella lo supervisaba.

Amnesia inclinó la cabeza hacia arriba.

—Creo... creo que tal vez lo hacía.

Mi mandíbula se apretó.

—¿Qué recordaste?

Su voz se volvió monótona, sus miembros rígidos a pesar de que trataba de


consolarla.

—Ella me ayudó una noche, me dio primeros auxilios en un… —Ella levantó
la vista, tímida—. Una herida en mi hombro.

Ahora era yo quien estaba rígido.

—¿Qué tipo de lesión?


—No quieres saberlo.

—Sí. —La sacudí ligeramente, tratando de hacerla entender—. Sí, quiero.

Tenía que saberlo. Tenía que al menos intentar comprender, cargar con los
mismos recuerdos que ella. Ya no estaba sola. Yo cargaría con esto con ella.

—Era un monstruo. —Su voz estaba tensa. Cansada—. Le gustaba


morderme… masticar mi piel.

Mordí el interior de mi boca, mordí tan fuerte que el sabor metálico de la


sangre golpeó mi lengua.

—Continua —dije con voz áspera.

—Era la primera vez que hablaba con ella o que tenía contacto con ella. Por
lo general, solo se preocupaba por Sadie. Le pregunté. Me dijo que era su madre.
Parecía arrepentida...

—No lo suficientemente arrepentida. —El comentario se me escapó.


256
—No. No lo suficiente. Dijo que sabía que él no estaba bien. Parecía creer que
él no entendía que lo que nos hacía estaba mal.

Me reí. Esto era repugnante.

—¿Por qué lo ayudaría? ¿Por qué dejaría que nos torturara de esa forma?
Encerradas en un agujero, sin luz solar... sin esperanza.

—Am. —Acaricié su cabello. Por un momento, se detuvo, frotando su mejilla


contra mi pecho.

—Tu camisa —susurró ella, todavía frotando su mejilla sobre la tela.

—¿Qué pasa con ella?

—No me gusta —susurró—. Hay demasiado entre nosotros.

Me saqué la camisa sobre mi cabeza, arrojándola al suelo frente a nosotros,


donde se deslizó unos metros antes de detenerse en el centro de la habitación.

Amnesia envolvió sus brazos alrededor de mí, arrastrándose tan cerca que
era casi como si estuviera tratando de meterse debajo de mi piel. En el momento en
que su mejilla golpeó mi pecho desnudo, suspiró y su cuerpo se estremeció de alivio.

Tragué con dificultad. La emoción tan densa me hizo sentir que podría
ahogarme.
—Me haces sentir segura —susurró.

—Estás a salvo —juré.

—Ella dijo que no podía perderlo. No quería que se lo llevaran. Lo escondió


allí, en la isla. Dudo que alguien supiera que tenía un hijo.

—Nadie en Lake Loch lo sabía —dije, revisando los chismes y el conocimiento


de la ciudad de toda una vida—. Siempre estaba sola cuando venía por provisiones.

—Ella pensaba que la gente se lo llevaría si supieran lo que era.

—Ella tenía razón —gruñí.

—Lo hizo sonar como si fuéramos responsables de mantenerlo contenido.


Ella me dijo… Dijo que éramos un pequeño precio a pagar por la seguridad de todos
los demás.

La viuda perdió a su marido y su hijo creció hasta volverse loco. Podía sentir
lástima por ella, el hecho de que perdió un hijo, un marido, y todo lo que le quedaba
era su hijo. Podía simpatizar con su dolor y comprender que tenía miedo de perderlo 257
todo.

Pero no lo hacía.

A mis ojos, esta mujer no era mejor que el hijo que soltó sobre dos niñas
inocentes. ¡Mira lo que había hecho! Había destrozado a Sadie y llevado a Am al
suicidio. Todo para tratar de mantener a su hijo en control.

Sin embargo, no puedes controlar la oscuridad, no cuando no tienes luz.

—¿Dijo dónde podría estar? —pregunté. La necesidad de encontrar a este


tipo y destrozarlo era tan fuerte que me temblaban los dedos.

—No. Pero tengo la sensación de que no iría muy lejos, no con sus tres
posesiones aquí.

—Tú no eres de él —exigí.

—Él no lo ve de esa forma. —Su voz era pequeña—. Sadie y la viuda parecen
pensar lo mismo.

—No —gruñí—. Me importa una mierda lo que alguien piense, diga o haga.
No eres suya.

Su mano se apoyó en mi pecho.

—Lo sé.
La abracé con fuerza, pensando en que todo este tiempo el mal vivía justo en
nuestro patio trasero. ¿Eso nos hacía a todos responsables? ¿Todo el pueblo de Lake
Loch tenía la culpa por no darse cuenta de lo que estaba ocurriendo delante de
nuestras narices?

—Todavía no sé de dónde vengo —dijo Am, atrayendo de nuevo mi


atención—. Tengo la sensación de que ni siquiera la viuda lo sabe. Es como si un día
se hubiera ido, probablemente en un ataque de ira por Sadie... y hubiera vuelto
conmigo.

Y esa psicópata de su madre actuó como si hubiera llevado un perro a casa y


lo hubiera encadenado. Dejó que se quedara con ella.

Malditos enfermos. Los dos.

—No importa de dónde vienes —le dije apasionadamente—. Porque ahora


estás donde perteneces.

La puerta se abrió y Mary Beth entró. Mi cabeza se levantó tan rápido, mis
instintos protectores a toda marcha. Mary debe haber visto la mirada salvaje en mis 258
ojos; los de ella se ensancharon y sus labios formaron una pequeña O.

—Yo... Robbie ha salido de la cirugía —dijo, dando un paso atrás hacia la


puerta.

Me obligué a relajarme y le hice un gesto para que se acercara.

—¿Cómo está?

—Está estable pero aún en estado grave. Los médicos son optimistas, pero
por supuesto no prometen nada. Quieren darle un par de días.

—¿Podemos verlo? —preguntó Am, animándose.

Mary Beth negó con la cabeza.

—Todavía está en recuperación, muy sedado.

—¿Cuánto tiempo? —pregunté. Parecía que ya llevábamos días esperando


aquí.

—No estoy segura. Probablemente no te dejarán verlo hasta mañana.

—¿La policía sigue aquí? —Am quería saber.

Mary B asintió.
—Van a poner uno fuera de su habitación una vez que se haya instalado. Sus
padres también están aquí.

—Gracias —le dije, sincero—. Te agradezco mucho que me hayas llamado.

Ella asintió y susurró:

—¿De verdad crees que fue Sadie?

Se corrió la voz rápidamente. Gran sorpresa. No.

—No podemos estar seguros —dijo Amnesia, pero al mismo tiempo dije:

—Sí.

Ella me miró, sorprendida y preocupada.

—Eddie...

Toqué su rostro, sonriendo tristemente.

—Está bien, Am. No quiero creerlo, pero ¿quién más podría ser? 259
Después de escuchar que Sadie no solo había sido maltratada y torturada,
sino que había estado expuesta a dos malditos chiflados durante once años, parecía
casi imposible que no se contagiara.

Lavado de cerebro + Maltrato + Encarcelamiento = suficiente para volver a


cualquiera lo suficientemente loco como para matar.

Mirando a Amnesia, no pude evitar maravillarme de la maldita suerte que


tuvo. Lo malditamente afortunada que era.

Podría haber sido como Sadie. Como la viuda. Pero no lo era. Su mente
descubrió la mejor defensa de todas.

La amnesia.

Protegerla parecía más importante que nunca.

—Espero que la encuentren —dijo Mary Beth malhumorada—. Espero que


reciba la ayuda que necesita.

—Yo también —acordé.

—Está bien, bueno, si quieres irte a casa, puedo llamarte para informarte
sobre Robbie. Realmente no creo que puedas verlo hasta mañana como mínimo.
Estará en recuperación el resto del día. La policía probablemente ni siquiera podrá
interrogarlo.

—Gracias —asentí.

Se dio la vuelta para irse, mirando hacia atrás.

—¿Puedo decir que ustedes dos se ven terrible? Realmente espero que sigan
mi consejo y se vayan a casa. Descansen un poco.

Me reí.

—Qué manera de ser realista, Mary B.

Amnesia se rio.

—Para eso están los amigos —bromeó, y luego volvió al trabajo.

—Necesito decirle a la policía lo que sé. No es mucho, pero tal vez su nombre
ayude. Es algo.

—Sí —murmuré—. Es algo. 260


—¿Eddie? —Amnesia levantó la mejilla.

Gruñí.

—Si quieres salir a buscar a Sadie, lo entiendo. Deberías ir.

—¿Estás bromeando? —me burlé—. Te doy la espalda por un segundo y estás


interrogando pacientes y teniendo recuerdos.

Está bien, lo intenté. Era una broma, pero esa mierda no tenía gracia.

—Te prometo que me portaré bien —prometió, con un pequeño brillo en sus
ojos.

Tal vez era un poco divertido.

—Me quedo contigo —me comprometí—. Eres lo más importante para mí. —
No era como si no estuviera asustado por Sadie. Una parte de mí quería ir a buscarla.
Sentía que podría ser el único que podría razonar con ella. Aunque probablemente
tratara de descuartizar a mi mejor amigo, aún me preocupaba por ella. Todavía
quería conseguir su ayuda.

—Esto no es su culpa —murmuré—. Ella solo...

—Lo sé. —Amnesia puso su mano sobre la mía—. Lo sé.


Presioné mis labios en su frente y nos quedamos en silencio.

Todo el tiempo que estuvimos sentados allí, no pude evitar preguntarme...

¿Dónde diablos podría estar Sadie?

261
Capítulo 32
Amnesia
El agotamiento se me pegaba como el sudor en verano. Para cuando
hablamos con la policía y esperamos más noticias sobre Robbie, era la hora de cenar
cuando salimos del hospital.

Sentía los ojos arenosos, como si hubiera medio kilo de arena debajo de cada
párpado. Tenía la boca seca, incómoda. Todo mi cuerpo se sentía como si hubiera
tomado una clase de ejercicios salvajes que me hicieron esforzar hasta la última
pizca de energía.

Fuimos primero a casa de Maggie, donde encontramos comida calentada en


el horno y una nota en el mostrador. Estaba afuera buscando a Sadie y volvería más
tarde.
262
Sabía que Eddie también estaba conflictuado sobre si quería salir a buscarla,
pero su gran sentido de la lealtad hacia mí lo mantuvo alejado. Era conmovedor, pero
también me hizo sentir culpable. No quería ser la razón por la que hiciera algo de lo
que se arrepentiría.

—Vamos, cariño —dijo, tocando ligeramente mi codo—. Tienes que comer.

Miré los platos que sostenía. Estaban llenos de pollo al horno, macarrones
con queso y verduras. Mi estómago refunfuñó, pero el resto de mí se rebeló.

—No tengo hambre.

—Oigo a tu estómago —dijo con tono inexpresivo.

Mi estómago era estúpido.

Le seguí hasta la sala de desayunos y me senté. Él se zambulló de inmediato,


mientras que yo me contentaba más con agarrar y empujar la comida.

—Lo siento —dije finalmente.

Su tenedor se congeló a medio camino de su boca. Su mirada se deslizó.

—¿Por qué?

—Por ponerte en el medio. Por hacerte sentir que tienes que elegir entre
Sadie y yo. No es así, lo sabes. Nunca te pediría que no la vieras. Que no te importe.
Un fuerte estruendo llenó el silencio cuando dejó caer el tenedor. Todo su
cuerpo giró hacia mí, sus rodillas chocaron con el costado de mi pierna.

—No me pusiste en el medio —dijo firme.

—Pero sientes que tienes que elegir.

Apretó los labios.

—Sí, tal vez.

Mi corazón se hundió un poco.

—Pero en realidad, no hay elección. Creo que eso es lo que me hace sentir
peor.

Levanté la mirada. Él encontró y sostuvo mi mirada con la suya. El amor


brillaba en el fondo de sus ojos azules.

—Recuerda lo que te dije, Am. Te elijo a ti. Siempre. Pase lo que pase.

Se me humedecieron los ojos. Él lo era todo para mí. Eddie me había dado 263
tanto.

—Te quiero —susurré.

—Lo mismo digo. —Torció los labios en una sonrisa.

Me reí.

—¡Iré contigo! —dije, dándome cuenta.

—¿Qué?

—Iré a ayudar a buscar a Sadie. Entonces podrás estar conmigo y buscarla.

Su rostro se ensombreció.

—No.

—¿Pero por qué?

—No voy a exponerte a más mierda que pueda traumatizarte. Jesús, Am. Ya
has pasado por bastante.

—Soy más fuerte de lo que crees.

—Oh, soy muy consciente. Es tu fuerza la que me asusta, cariño. Pero incluso
los fuertes pueden volverse débiles.
Fruncí el ceño, sin saber muy bien a qué se refería. ¿Mi fuerza era algo bueno
o malo?

—Has sido fuerte durante mucho tiempo. Por ti misma. Ya no tienes que
hacerlo sola. Deja que te proteja.

Tal vez debería haber luchado contra él, pero estaba demasiado cansada para
intentarlo. La verdad era que quería su protección. La anhelaba.

—¿Qué tal si nos quedamos en mi casa esta noche? —sugirió, apartándose de


la mesa.

—¿Qué tal si nos quedamos allí a partir de ahora?

Se quedó quieto.

—¿Qué?

Me puse de pie, tomando su mano.

—¿Sigue en pie esa invitación a mudarme contigo? 264


Los ojos de Eddie se encendieron.

—Por supuesto.

Sonreí.

—Bien, entonces me gustaría volver a casa.

Me levantó y me hizo girar. Solté una risita. Cuando sus pies se calmaron, dejó
que mi cuerpo se deslizara por el suyo. Nuestros rostros quedaron paralelos, mis
pies seguían flotando sobre el suelo.

Eddie se adelantó y unió nuestras bocas. Contuve la respiración durante todo


el tiempo que nos besamos, sin perder el aire.

Cuando por fin nos separamos, esbozó la mayor sonrisa que le había visto en
todo el día.

—Toma un bolso —me dijo, dándome una palmada en el culo—. Vamos a


casa.
Capítulo 33
Edward
La he vuelto a sentir.

La atracción por el lago. Era como un imán, una canción que solo yo podía
escuchar. El impulso de ir a la orilla, de dejar que las lanzas heladas de las olas me
agarraran la piel y me helaran hasta los huesos, era enorme.

No sé por qué, pero tenía una conexión con el lago Loch. Casi como si la masa
de agua y yo fuéramos amigos. O tal vez enemigos.

De cualquier manera, estábamos cerca. El lago jugaba un papel importante


en mi vida, como si fuera una persona, un personaje que conocía. Me hablaba,
tomaba de mí, me devolvía.

Todo lo que sabía era que cuando quería algo, no importaba lo que fuera, yo
265
era impotente para luchar contra él.

Me costó salir con cuidado de debajo de Amnesia. Su piel desnuda y sedosa


directamente sobre la mía era casi más poderosa que la invocación de la orilla. Podía
darme la vuelta, apretar su cuerpo contra el colchón y enterrarme en su calor líquido
tal y como lo había hecho en el momento en que entramos en esta habitación apenas
unas horas antes.

Pero estaba intrigado. Intensamente. Siempre hubo una conexión con el agua,
pero nada como la noche en que encontré Amnesia.

La noche en que el lago me devolvió el corazón.

Se formó un pozo hueco en mi vientre, una sensación que recordaba bien.


Cuando mi corazón aún pertenecía al mar y el hueco era el dueño de mi pecho, cómo
resonaba con el sonido del vacío, recordándome día tras día lo que me faltaba.

La sensación me asustaba. Me asustaba más que casi todo, porque era la


sensación de soledad. La sensación de que tal vez el lago había cambiado de opinión
y quería recuperar lo que me había regalado.

¿Amigo o enemigo?

Después de ponerme un pantalón deportivo, me puse al lado del colchón y


miré mi corazón. Mi regalo del lago Loch.
Por favor, no me la quites.

La luz de la luna brillaba a través de un pequeño hueco en las cortinas, un


trozo de plata se extendía sobre ella, iluminando su cabello corto, haciéndolo brillar.
Su piel era cremosa y pálida en la oscuridad, su cuerpo seguía enroscado hacia donde
yo había estado, con la mejilla apoyada en la almohada.

Me lo juro.

Por mi vida.

Serás mía para siempre.

Me di la vuelta, salí del dormitorio en silencio y me moví por la oscuridad


familiar. Esta noche aguantaría la atracción del lago, aunque no fuera más que para
negar lo que pensaba recuperar.

Aunque la temperatura exterior era fría, iba con el pecho desnudo. Mis pies
también estaban desnudos. Sentí la primera bofetada de aire invernal cuando salí
del porche al césped, más parecido a pequeñas dagas de hielo que a la verde y
amable alfombra.
266
Tras el choque inicial de mi piel con el aire, me olvidé de ello. Los pezones
tensos, los músculos contraídos y el cabello alborotado... lo ignoré todo y atravesé el
patio en dirección al agua negra y ominosa.

El silbido del viento pasó volando por mis oídos. Mi cabello se apartó
ferozmente de mi rostro y mi frente, como si intentara llevarme de vuelta a la
comodidad de mi casa.

Vuelve, me advirtió.

Seguí avanzando.

La luna colgaba baja esta noche, parcialmente bloqueada por las nubes
oscuras, pero lo suficientemente visible como para iluminar como un foco que se
extendía sobre el agua, resaltando la forma en que se agitaba de forma bastante
portentosa. Todos los árboles crujían, las hojas dispersas por el suelo se empujaban
y tiraban en varias direcciones.

Unas pocas estrellas brillaban en lo alto, pero no lo suficiente como para


causar impacto. No lo suficiente como para atraer la mirada.

El sonido de la orilla se hacía más fuerte, parecía más violento a medida que
me acercaba. Metiéndome las manos en los bolsillos del pantalón, seguí adelante.
Mis omóplatos se juntaron con la tensión. No me molesté en intentar luchar.
Tenía la sensación de que el lago quería una pelea esta noche.

Así que una pelea era lo que tendría.

Los dedos de mi pie derecho fueron los primeros en tocar el agua. La piel
empezó a hormiguear inmediatamente. La inclinación a retroceder ante la gélida
temperatura era natural, pero me mantuve firme. Ambos pies se hundieron en las
oscuras olas. Avancé lo suficiente como para que el agua me tragara ambos hasta los
tobillos.

Extendí los brazos, contemplando la implacable masa de agua. Maravillado


por los secretos que guardaba y por la forma en que albergaba tan
despreocupadamente una isla de locos.

—¡Estoy aquí! —grité—. Sé que me quieres. Aquí estoy.

Sonaba como un lunático, aparentando no gritar a nadie. Pero sabía a quién


me dirigía. Mis palabras podrían haber caído en oídos sordos, pero el lago escuchaba
de todos modos.

—No entiendo por qué te llevaste a Sadie. O por qué me disté a Amnesia —
267
continué, lanzando las palabras al viento—. ¡No puedes tenerla de vuelta!

Una ola se acercó, salpicando mis piernas y mojando la parte inferior de mis
pantalones. Tal vez estaba soñando. Tal vez me estaba volviendo loco, pero mis
palabras parecían evocar una reacción. Un gran vendaval sopló en el agua, y las olas
se volvieron desafiantes.

—¿Qué quieres? —lancé las palabras. Estaba enfadado y confuso. También


estaba ligeramente avergonzado.

Estaba de pie en un lago helado en medio de la noche, sin apenas ropa,


desafiándolo como si me sugiriera una guerra.

La violenta respuesta del viento y del agua fue todo lo que obtuve. Permanecí
allí hasta que mis pies se entumecieron y el entumecimiento comenzó a subir por
mis piernas y a burlarse de las puntas de mis dedos.

No sabía lo que esperaba, pero fue más de lo que obtuve.

De repente, una sensación de malestar se apoderó de mí, subiendo tan rápido


que mi estómago se revolvió y las ganas de vomitar me hicieron cosquillas en la
garganta. Mi cuerpo se agitó. Dando la espalda al agua, me quedé mirando mi casa.
Examinando su contorno, el patio y todo lo que la rodeaba, buscando algo. Cualquier
cosa. Mis ojos se posaron finalmente en la ventana del dormitorio, donde Amnesia
yacía durmiendo en mi cama.
Saber que la había dejado allí sola me produjo una sensación espeluznante.
Tal vez eso era lo que quería el lago. Tal vez quería quitarme para que no pudiera
luchar.

Una gran ola se estrelló contra mí, golpeándome justo detrás de las rodillas.
Mis piernas se doblaron, pero no me hundí. El material empapado de mis pantalones
se aferraba a mis piernas, los grilletes de peso alrededor de mis tobillos.

Un sonido salió de mi garganta y levanté un pie para volver a casa. Algo chocó
contra la otra pierna. La que seguía anclada en el agua. Me detuve. Volvió a chocar
conmigo, se apartó brevemente y volvió a chocar contra mí.

Girando sobre sí mismo, bajé de un pisotón y el agua salpicó a mi alrededor.

Tardé un momento en asimilar la visión. Para que la realidad de lo que estaba


viendo se filtrara en mi mente.

El barco apareció de la nada. Una pequeña embarcación de madera no mucho


más grande que una canoa. La parte delantera era puntiaguda. La punta fue lo que
me golpeó, la superficie áspera a pesar de estar mojada. El borde se enganchó a mis 268
pantalones, enganchando el material como si quisiera arrastrarme al mar.

Lo pateé hacia atrás, enviando el bote hacia un lado. Era largo, lo suficiente
para que cupieran unas cuantas personas en su interior. En el borde había un largo
remo de madera anclado por una abrazadera.

En la parte posterior de la embarcación, pude distinguir lo que parecía ser


una barra metálica alta que sobresalía en la noche. Había un gancho en el extremo,
y supe que era para una linterna que no estaba allí.

No conocía el barco; no era uno que hubiera visto antes. La idea de usar una
linterna me pareció arcaica, pero también sirvió de precursora de otros
pensamientos.

Las visiones de la luz parpadeante y oscilante de la Isla de los Rumores se


repitieron en mi cabeza. El brillo de lo que siempre pensamos que era la linterna de
Sadie. Sadie deambulando por la isla de noche, esperando que su... amo regresara.

Para traer de vuelta a su hermana, su reemplazo. Lo que era suyo.

Jadeé, el sonido más parecido a un grito de iluminación.

Santo cielo.
La barca chocó contra mis espinillas, obligada a acercarse de nuevo por el
agua feroz. Podría haber pensado que el lago estaba trabajando en mi contra,
tratando de evitar que me precipitara al lado de Amnesia.

Tengo que volver a Am.

Pero no era así.

El lago me estaba advirtiendo.

Amigo o enemigo, aún no lo sabía. Tal vez era siempre cambiante como la
marea. ¿Pero esta noche? Esta noche, el lago Loch parecía ser un amigo.

Cuando aparté la embarcación de madera, justo después, algo surgió del agua.
Un brazo blanco como el papel salió disparado de las profundidades de tinta. Desde
el dedo hasta el codo, el brazo se alzó como si intentara agarrarse a alguna cuerda
invisible para remolcarse hacia arriba.

Observé cómo la figura emergía del agua, al principio centímetro a


centímetro, y luego subió el resto del camino, con gotas de agua salpicando
alrededor del cuerpo como si fuera el Tiburón el que se acercara a morder.
269
El hombre era alto y corpulento, no muy fornido, pero tampoco delgado.
Tenía el cabello oscuro, de longitud indeterminada, pegado a la cabeza. Las cejas
oscuras le cubrían los ojos de forma gruesa, dura y chillona contra su rostro
mortalmente pálido.

La camisa blanca abotonada que llevaba estaba transparente por el agua.


También estaba pegada a su cuerpo, mostrando zonas blandas, por ejemplo,
alrededor de la cintura.

La camisa estaba abotonada hasta el final, pareciendo un lazo alrededor de


su cuello y muñecas. Se movía con rigidez y lentitud, y me pregunté por qué coño
estaba en el agua y no dentro de su barco.

Unos pantalones de vestir oscuros le cubrían la parte inferior, al menos en las


caderas, donde no estaba bajo el agua. Llevaba un cinturón y la camisa metida por
dentro, como si se dirigiera a una reunión de negocios y no a ser parido, literalmente,
en un lago oscuro y cruel en mitad de la noche.

Todos los músculos de mi cuerpo se enroscaron, preparándose para una


lucha que sabía al instante que se avecinaba. El agua se hinchó a mi alrededor,
dándome una sensación de flotabilidad, como si tratara de fortalecerme.

Sí, el lago era definitivamente un amigo esta noche, pues me había convocado
aquí abajo no para quitarme algo, sino para ayudarme a conservarlo.
—Así que eres tú. —La voz del hombre se impuso al viento.

—¿Quién? —escupí. No estaba seguro de qué coño estaba pasando, pero


sabía que, fuera lo que fuera, no requería de bromas y saludos felices.

—El que cree que puede reclamar lo que es mío.

La comprensión me golpeó tan fuerte que me habría caído de espaldas, pero,


como ya he dicho, el lago de esta noche era como unos pesados grilletes que me
mantenían en su sitio.

—Tú —gruñí, y mis ojos se dirigieron por encima de su hombro hacia la


inminente presencia de la Isla de los Rumores.

Me miró, me midió con un solo barrido y luego hizo caso omiso de lo que vio.

—Puede que hayas sido lo suficientemente fuerte como para frustrar los
intentos anteriores de recuperar lo que es y siempre será mío —entonó,
atravesando el agua hacia mí—. Pero no eres rival para mí.

Me reí. El sonido hizo que se me erizara el vello de la nuca. 270


—Eres él —escupí—. El hombre que encadena a las mujeres y las mantiene
en un agujero. El hombre que robó la vida a dos chicas e hizo que una estuviera tan
desesperada por escapar que intentó morir.

No había palabras, ni siquiera pensamientos que pudieran acercarse a lo


mucho que odiaba a este hombre.

—He venido por ella. —No negó lo que había dicho. No tuvo que hacerlo.
Puede que nunca hubiera visto su cara antes, pero le conocía. A Daniel. Apestaba a
estragos y a enfermedad mental.

El último paso que dio nos puso cara a cara. El viento nos rodeaba y el agua
se agitaba debajo de nosotros. En mi interior ardía tanta ira que me sentía como un
pedernal listo para encender una llama que nunca podría apagarse, ni siquiera en
un cuerpo de agua.

Me incliné tan cerca que supe que podía sentir mi aliento caliente en su cara.
Sus ojos eran oscuros, vacíos y fríos. No había ningún hombre aquí. Ningún
sentimiento. Era una cáscara, una mera casa para el diablo.

—Lo único que vas a conseguir aquí es un viaje de ida al infierno.

En el momento en que las palabras salieron de mis labios, me eché hacia atrás
y le lancé el puño. Toda la fuerza que tenía fue a parar a ese golpe. El impulso me
hizo avanzar. El sonido de los huesos crujiendo nos rodeó en el momento en que mi
puño chocó con su cara.

Su cabeza se echó hacia atrás y su cuerpo se sacudió como si hubiera recibido


una bala. Luego, como si fuera de goma, volvió a retroceder. Me eché hacia atrás para
golpearle de nuevo, pero él atrapó mi puño en el aire y apretó. Los huesos de mis
dedos gritaron de dolor, pero no lo demostré. En lugar de eso, sentí que el agua me
soltaba y di una patada hacia arriba, clavando los dedos de los pies en su riñón. El
agarre de mi mano se aflojó, y me lancé hacia delante como un defensa, tomándolo
por la cintura, y empujando. Los dos caímos, él hacia atrás y yo encima. El agua me
cortó los brazos y la cintura mientras me levantaba a horcajadas sobre él. Empujó
hacia arriba, pero volví a enterrarle el puño en la cara, haciéndole retroceder.

Le di un pisotón, justo en el centro del cuerpo, haciendo que se enroscara un


poco sobre sí mismo. Vi cómo su cuerpo desaparecía bajo el agua, para volver a salir
a la superficie. Con los dientes desnudos, el agua goteando de sus rasgos, haciéndolo
parecer rabioso. Se abalanzó sobre mí. Esta vez caí hacia atrás y fue él quien se puso
encima. Me dio un puñetazo, luego me rodeó el cuello con las manos y me apretó.

Subí mi pierna entre las suyas, yendo directamente por sus pelotas. Sus
271
muslos se cerraron de golpe, atrapando mi tobillo y protegiendo su trasero.
Frustrado, intenté retirarme, pero me levantó con una mano, por el cuello, fuera del
agua. Debajo de mí, oí cómo se agitaban las olas, pero mis ojos no abandonaron su
rostro.

—Ella es mía —entonó—. No me iré sin ella. Sin las dos.

Me lanzó de nuevo al agua, empujándome hasta que mi espalda desnuda rozó


el suelo rocoso. El agua oscura me bañó el rostro, nublando mi visión, mientras sus
manos me apretaban el cuello hasta que sentí que mi tráquea iba a colapsar.

Me retorcí y pataleé, tratando de agarrar su mano con la mía.

Hubiera jurado, mientras luchaba bajo la superficie y mis pulmones


empezaban a suplicar oxígeno, que por encima de mí le oía reír.
Capítulo 34
Amnesia
Discernir el sueño de la realidad se estaba convirtiendo en un problema para
mí.

Y quizá también lo era confiar en mí misma para distinguir la diferencia.

Mi brazo se estiró, buscando la comodidad en la que había llegado a confiar.


Cuando la palma de la mano se encontró con las sábanas, que se habían enfriado, el
estado de alerta saturó el descanso que había tenido.

Al abrir los ojos, miré el espacio que siempre ocupaba Eddie. Ya no estaba.
Estaba sola bajo las sábanas.

La habitación estaba aún muy oscura. Todavía no había amanecido. Era


demasiado temprano para que estuviera levantado haciendo café, y no le oí en el
272
baño. La ansiedad me atravesó; el pecho se me oprimió incómodamente mientras
me ponía de espaldas.

Algo iba mal.

Sin dudarlo, me levanté, casi cayendo hacia atrás cuando me di cuenta de que
no estaba sola. El jadeo fue tan inesperado, mi sorpresa tan grande, que empecé a
toser.

Con los ojos llorosos, forcé el reflejo y miré fijamente a los pies de la cama.

A Sadie.

Parpadeé. Volví a parpadear. ¿Estaba realmente allí? ¿O era solo un sueño?

—Soy real —dijo Sadie. El sonido de su voz me puso la piel de gallina.

Volví a jadear, cruzando los brazos sobre mi pecho expuesto.

—No es nada que no haya visto antes —comentó Sadie—. Las dos. Estamos
muy familiarizadas con la visión de la otra desnuda.

Un repentino y terrible destello de memoria me atravesó.

Las dos de espaldas. Las dos hombro con hombro. El cambio entre nosotras... El
sonido de su respiración pesada.
—No —exclamé, poniéndome las manos sobre las orejas como si eso fuera a
detener las imágenes.

Sorprendentemente, lo hizo.

Gracias a Dios.

Con el pecho agitado, mi mirada se dirigió al lugar vacío a mi lado. ¿Dónde


estaba Eddie?

—Está ocupado —me informó Sadie.

Olvidando que estaba desnuda, estallé, enfadada.

—¿Qué le has hecho?

—Nada. Nunca le haría nada a Eddie. Le quiero. —Lo dijo con tanta calma, sin
pasión, como si estuviera hablando de cerrar el agua o sacar la basura.

—Si lo amaras, ¡no habrías intentado asesinar a su mejor amigo! —grité. La


adrenalina me recorrió y me aferré a ella. 273
Me moví por el lado de la cama, agarrando las bragas que había abandonado
en el suelo cuando llegamos a casa. Deslizándolas sobre mis piernas, tuve un breve
recuerdo de cómo se sentían al ser arrastradas por las yemas de los dedos de Eddie,
por mis caderas, por mis rodillas, hasta que desaparecieron.

Anoche había sido la primera noche que hacíamos el amor desde el recuerdo
que tuve en el hospital. Después de recordar que me habían violado y utilizado como
sustituto de Sadie.

Pensé que sería difícil intimar así después de que el recuerdo se arraigara en
mi cerebro. Después de recordar que era básicamente un juguete humano para
masticar y revivir el dolor de mi cuerpo después de que ese hombre le hiciera cosas
desmedidas.

No fue difícil en absoluto.

Ese hombre ni siquiera era un factor en los momentos que compartía con
Eddie. Cuando estaba desnuda bajo él, o sobre él, con sus manos sobre mi piel, todo
lo que sentía era amor.

Había estado nervioso. Sabía que pensaba en lo que yo había pasado. Eddie
fue cauteloso conmigo, pero luego la pasión pura nos invadió a los dos, y nada más
importó.
—No sé por qué te molestas con la ropa. —Sadie interrumpió mis
pensamientos—. Sabes que no te dejará conservarlas.

—No importa lo que él quiera —dije, tirando de un par de sudaderas,


alcanzando una camiseta.

—¿Estás segura de eso?

Lo que escuché en su voz me asustó. Me detuve en seco, levantado la mirada.

—¿Dónde está Eddie?

—Afuera.

Corriendo hacia la ventana, empujé la cortina para asomarme al patio trasero.


Era fácil verle en la oscuridad.

No estaba solo.

Me quedé sin aliento.

Sin tener en cuenta a Sadie, corrí hacia delante para ayudarle. Sadie me 274
empujó hacia atrás. Me tropecé, mirándola fijamente.

—¡Eddie va a salir herido! —me enfurecí—. ¡Tenemos que ayudarlo!

—Él está bien.

—Dijiste que le querías —le lancé las palabras—. Si lo hicieras de verdad, no


te quedarías aquí así.

Me miró fijamente. Algo parpadeó en sus ojos, como si lo que dije hubiera
tocado una fibra sensible. Lo que sea. No iba a esperar, y no iba a razonar con alguien
que estaba claramente desequilibrada.

En lugar de pasar junto a ella, me acerqué a la cama, llevándome la camisa.


Tirando de ella sobre mi cabeza, salí corriendo por la puerta del dormitorio, gritando
el nombre de Eddie.

El sonido de los pies golpeando detrás de mí no fue una sorpresa, pero los
ignoré.

Por el pasillo, giré hacia la cocina y corrí hacia la puerta trasera. Agarré el
pomo y tiré. Sadie se abalanzó sobre mí por detrás, forzando la puerta a cerrarse.
Entre ella y la madera, retrocedí de un tirón, intentando apartarla y abrirla de nuevo.

Alcanzando a mi alrededor, la cerró con un golpe.


—¡Sadie! —jadeé—. ¡No tienes ni idea de lo que estás haciendo!

El sonido distintivo de una cuchilla afilada raspando una superficie cercana


me hizo detener.

—¿Qué...?

El dolor, agudo y estremecedor, estalló a lo largo de mi cuerpo.

Un sonido gorgoteante salió de mi garganta. Caí contra la puerta, haciéndola


golpear de nuevo. Instintivamente, mi mano se dirigió a la fuente de mi dolor,
golpeando el mango de un cuchillo.

Jadeando, miré. Definitivamente había un cuchillo clavado en mi costado.

Me giré, me apoyé en la puerta y miré a Sadie. Sus ojos brillaban y su pecho


se agitaba.

—Oh, lo sé —dijo—. Sé exactamente lo que estoy haciendo.

El verdadero miedo me atravesó como el rayo más brillante de una tormenta. 275
Actuaba como si fuéramos enemigas. Como si me odiara.

Tal vez lo haga.

—Me apuñalaste —dije, aunque estaba perfectamente claro. Mis piernas


empezaban a tambalearse y la sangre brotaba alrededor de la hoja, saturando mi
camisa. Bajé la mirada, rodeando el mango con la palma de la mano. ¿Debo sacarlo?
¿Dejarlo dentro?

Ambas cosas parecían igual de dolorosas.

El cuchillo no parecía demasiado grande. Solo se había clavado a medias en


mi costado.

—¿Realmente pensaste que te dejaría salirte con la tuya?

Comencé a deslizarme por la puerta. Pensé en Eddie y rogué a Dios que


estuviera bien. Sabía quién estaba ahí fuera con él.

Sabía que era él.

Había venido por mí como todo el mundo dijo que haría. Quería que volviera.

Moriría antes de volver a esa isla.

Pero primero, tenía que asegurarme de que Eddie estuviera a salvo.


Luché contra mis piernas plegadas, mi cuerpo caído. Inspiré y exhalé
rápidamente, cualquier cosa para retrasar el dolor.

—¿Salir con qué? —pregunté, perdiendo la batalla mientras mi trasero caía


al suelo. El movimiento hizo que el cuchillo en mi costado se sacudiera, y el dolor me
hizo gritar.

—Ella me lo dijo, Amnesia —gritó Sadie, la emoción que no había visto en ella
antes brotaba de sus poros—. Me contó todo sobre tu plan.

— ¿Mi plan? —jadeé, con la mano sobre el cuchillo.

—No fue suficiente con escapar, ¿verdad? —Se puso de pie sobre mí y
enfureció. Miré a mi alrededor en busca de algo que pudiera utilizar para
defenderme—. Tenías que quitarme mi identidad. Mi vida.

— ¿Qué? —Me olvidé del arma y levanté la vista. Me dolía el costado. Quería
sacar el cuchillo. Tenerlo clavado en mí era una tortura.

Ella emitió un sonido de enfado y dio un pisotón hacia delante, se agachó y


me arrancó el cuchillo con un movimiento salvaje. Grité y me caí, desparramada en
276
el suelo.

—¡Te ha observado todos estos meses, Lily! Te ha acosado y tú ni siquiera lo


sabías. O tal vez no te importaba. Todo el mundo pensaba que eras yo, y tú viste la
oportunidad de tener la vida que sé que siempre quisiste.

Apreté la mano contra el costado que sangraba, tratando de aplicar presión,


mientras la sangre resbaladiza y caliente cubría mi mano.

—Le dijiste a todo el mundo que eras Sadie. Te arrimaste a Eddie y utilizaste
el hecho de que me quiere para acercarte a él. Engañaste a todos, a la gente del
pueblo, al hospital. Incluso a mi Eddie.

—No —insistí, sentándome—. No sabía quién era. No tenía ni idea de quién


eras tú.

—¡Mentiras! —se enfureció—. La viuda me lo contó. Ella volvía de verte y me


lo contaba todo. Cómo planeaste quitarme la vida y dejarme en esa isla para que
muriera. Nunca planeaste volver por mí. Ni siquiera te importaba.

Oh, Dios mío. Siempre sospechamos que le habían lavado el cerebro... ¿pero
esto? Ni en un millón de años esperé que envenenaran a Sadie contra mí.

—Eso no es cierto —imploré, luchando por ponerme de pie. Me sentí


ligeramente mareada, pero lo aparté—. No estábamos seguros de quién era yo. No
podía recordar nada. Nada en absoluto. Cuando nos dimos cuenta de que
probablemente no era Sadie, fui yo la que presionó. Fui yo quien quiso averiguarlo
con seguridad.

Me miró fijamente mientras lloraba. No podía decir si me creía o no.

—Eddie sí te quiere. Él...

—¡No hables de Eddie! ¡Me enferma verte durmiendo en su cama, en sus


brazos! ¡Él es mío! Siempre lo fue. ¡Tú me lo quitaste!

—No. —Me puse en pie, enderezándome, manteniendo aún la mano en la


herida.

El cuchillo seguía en su mano, agarrado con tanta fuerza que sus dedos
estaban blancos. Tenía miedo de que intentara apuñalarme de nuevo, pero esta vez
estaría alerta, preparada.

—Te mintieron, Sadie. La viuda West y él. Mintieron.

—Todo es culpa de él, sabes. 277


—¿De Daniel? —pregunté, tratando de seguir la conversación mientras me
acercaba al pomo de la puerta.

—¡De Robbie! Si él no hubiera hecho ese estúpido desafío, nunca me habrían


secuestrado. Nunca te habrían llevado a esa isla, y yo estaría con Eddie.

—Trataste de matar a Robbie —dije.

—Quería vivir aquí con Eddie. ¿Lo sabías? No quería ir con Maggie. Eddie
tenía miedo de dejarme. Tenía miedo de hacerte daño. Sé que quiere estar conmigo.
Lo veo en sus ojos. Me echaba de menos. Él mismo lo dijo.

—Por supuesto que te extrañó.

—Entré en tu habitación esa noche. Lo vi en tu cama. Es asqueroso. Es todo


lo que dijo. No eres más que una mentirosa. Odias que me haya encontrado, ¿verdad?
Querías que me quedara fuera.

Apenas podía seguir su loco desvarío. Dios mío, estaba completamente


retorcida y confundida. La habían estado alimentando con mentiras desde que
escapé de esa isla, volviéndola lentamente contra mí...

¿Había sido este el plan todo el tiempo?


Todos los intentos de la viuda West por llevarme de vuelta a la isla fracasaron,
así que, en su lugar, decidieron intentar otra cosa.

—Le estás ayudando —jadeé, acercándome a la manilla de la puerta,


envolviendo mi mano resbaladiza alrededor de ella—. Le estás ayudando a
arrastrarme.

Ella sonrió.

—Estoy recuperando mi vida, Lily. Tu tiempo como Sadie ha terminado.

— ¡No soy Sadie! —grité—. Soy Amnesia.

—No —entonó ella, dando un paso adelante—. Tú eres suya.

Si abría la puerta de golpe y salía corriendo, ¿qué me esperaría? ¿Estaba


corriendo hacia una trampa?

¿Y Eddie? No podía dejarlo ahí fuera.

Las lágrimas inundaron mi cara; la sangre corrió por mi cadera, saturando 278
mis pantalones.

—No puedes pensar realmente que solo me llevará a mí —dije, tratando de


entenderla—. No solo me obligará a volver con él, sino también a ti.

Ella negó con la cabeza, dando un paso atrás.

—No. Dijeron... dijeron que, si les ayudaba a recuperarte, entonces podría


quedarme aquí. Podría tener a Eddie.

—Mintieron —grité, con un sollozo que brotó de mí.

Sadie dudó, y me lancé a abrir la puerta.

— ¡Eddie, ayúdame! —grité.

Se escapó de mi resbaladizo agarre, y Sadie volvió a cerrarla de un golpe,


empujándome de lado contra el extremo del mostrador.

Con un grito estrangulado, volvió a levantar el cuchillo y lo lanzó hacia abajo.


Grité histéricamente y esquivé la hoja, cayendo de nuevo al suelo.

Levantándome, desvié a Sadie cuando intentó apuñalarme de nuevo.

Fuera, oí a Eddie gritar mi nombre.

Le devolví el grito.
De repente, Sadie dejó de atacarme, retrocedió por completo, lanzó el cuchillo
a mis pies y salió corriendo por la puerta.

279
Capítulo 35
Edward
¿Cuánto tiempo tardaba en ahogarse?

¿Cuánto tiempo hasta que todo el oxígeno se consumiera dentro de tus


células? ¿Cuánto tiempo hasta que tus pulmones se encogieran y gritaran, se
desinflaran y murieran?

No era tranquilo aquí abajo de la superficie. La muerte en el lago Loch no era


pacífica. No era en absoluto como Amnesia explicó la forma en que se sintió esa
noche, cómo flotó pacíficamente, casi felizmente a través de un universo oscuro y
silencioso de tranquilidad.

Amnesia.

La realidad se precipitó como una aguja de veinticinco centímetros clavada


280
en mi columna vertebral. Volvió la claridad, y los pulmones me dolían tanto que
pensé que, aunque me diera un poco de aire, nunca volverían a ser los mismos.

No importaba.

Medio muerto no era muerto. Todavía había vida en mí.

Todavía había lucha.

Yo era lo único que se interponía entre Amnesia y este monstruo.

Él podría ser fuerte, pero yo era más fuerte.

Usando hasta la última pizca de energía que tenía, retorcí todo mi cuerpo y
me agarré. Su agarre se aflojó un poco y mi mano salió del agua para agarrar sus
pelotas.

No me importaba luchar de forma sucia. Este psicópata no tenía nada de


limpio.

Se soltó por completo y me levanté, jadeando mientras le retorcía las pelotas


con tanta fuerza que me dolieron los nudillos. Gritó y me golpeó. Recibí los golpes y
aguanté. Sus rodillas se doblaron, pero retorcí con más fuerza.

El chapoteo que hizo fue enorme. Lo dejé caer, liberando sus pelotas.
Aproveché su dolor para asestarle unos cuantos puñetazos en el costado de la
cabeza, y luego le di otro en la mejilla, en el mismo lugar donde le había roto el hueso
antes.

Las burbujas estallaron en la superficie. Se impulsó hacia arriba, pero lo


empujé hacia abajo.

Su cuerpo luchó y se sacudió. Me sentía como un pescador tratando de


atrapar la presa de su vida.

Ante mí nadaron visiones del aspecto de Amnesia flotando en el lago. La


forma inocente en que se aferró a la sudadera con capucha la primera vez que la
envolví. La primera vez que sonrió. Su cara cuando hablaba de un plátano. La forma
en que susurraba mi nombre cuando hacíamos el amor.

Lo empujé más abajo de la superficie, sus patadas conectaron, pero no me


importó.

Me imaginé a Sadie acurrucada en aquel agujero, con la bata transparente


cubriendo su cuerpo. Pensé en el bebé que le habían sacado a golpes. La forma en
que debió sufrir. 281
Con un grito de rabia, levanté al hombre, sacando su rostro jadeante del agua.
Él escupió y gritó.

Le escupí en la cara. Luego le di otro puñetazo. Sus dientes me cortaron los


nudillos. La sangre empezó a correr en finos riachuelos por el dorso de mi mano.

—¡Enfermo hijo de puta! —rugí, empujándolo de nuevo bajo el agua.

Para sujetarlo, me senté sobre él. Luchó y forcejeó... hasta que dejó de hacerlo.

En el momento en que sentí que su cuerpo se aflojó, me alejé de él, asqueado.

No me arrepentía de haberlo matado. Diablos, fue casi demasiado amable


para un hombre como él.

Con frío, dolorido y aterrorizado, grité el nombre de Amnesia. El agua opuso


menos resistencia esta vez y me precipité hacia la orilla. Oí un grito ahogado dentro
de la casa y supe que algo iba mal.

Mi pie tocó la hierba y empecé a correr. Una figura pesada y húmeda se


abalanzó sobre mí por detrás, saltando como un elefante que quiere montar a
caballito. Hice un sonido de sobresalto y planté los pies en el suelo, dando un
respingo hacia arriba, lanzándolo por encima de mi cabeza. Aterrizó frente a mí y
rodó. Con el pecho agitado, miré y lo vi con la cara llena de moratones y sin la mitad
de los botones de la camisa.
—Siempre vuelvo. —Se echó a reír—. Siempre.

Le di un puñetazo en la cabeza y su risa se convirtió en una tos. Al mirar a mi


alrededor, vi que su barca se balanceaba cerca, me apresuré a acercarme a ella,
agarré el remo y lo liberé de su abrazadera.

Estaba de rodillas cuando regresé. Sin vacilar, golpeé el remo como si fuera
un bate y le di un buen golpe en las costillas. Cayó boca abajo, despatarrado.

No estaba dispuesto a arriesgarme, así que lo golpeé de nuevo en la nuca. Su


cuerpo quedó inmóvil, y palpé a su alrededor, encontrando desgraciadamente el
pulso. Al menos, estaba inconsciente.

Por ahora.

El sonido de un grito desgarrador atravesó la noche y mi cabeza se levantó.

—¡Amnesia! —rugí.

Ella volvió a gritar.


282
El sonido de la puerta mosquitera golpeando me alarmó.

—¡Eddie! —suplicó.

Pum, pum, pum.

Era como si intentara salir, pero algo la retenía, la mantenía contenida.

Me dirigí hacia el sonido, deteniéndome bruscamente, y todas las palabrotas


que conocía salieron de mi boca. Miré detrás de mí al hombre que deseaba que
estuviera muerto, pero que no lo estaba, y fruncí el ceño.

Rápidamente, lo agarré por el brazo y empecé a correr, arrastrando su cuerpo


por el suelo detrás de mí como si fuera una reserva de Loch Gen.

No iba a dejarlo tan cerca de la orilla. No le iba a dar la oportunidad de


escapar.

Lo solté a medio camino de la puerta trasera, sin querer arrastrarlo


demasiado. Aunque la situación era grave, todavía tenía suficiente ingenio para no
querer que Amnesia lo viera.

No tenía ni idea de qué tipo de recuerdos le provocaría su cara, pero sabía


que podría no recuperarse.

Justo antes de llegar al porche, un borrón salió del interior, haciendo que la
puerta se golpeara contra el lateral de la casa.
—¡Eddie! —gritó histérica—. ¡Ayúdame!

Apenas tuve tiempo de prepararme antes de que se lanzara a mis brazos y


prácticamente se arrastrara por mi cuerpo. Temblaba como una hoja, con la cara
hundida en mi cuello. Largos mechones de cabello sedoso volaron sobre mi hombro
desnudo. Instintivamente, mis brazos la rodearon, ofreciéndole consuelo y
protección.

El agua goteaba de mi cabello y caía sobre mis ojos.

—Está intentando matarme —dijo contra mi cuello—. Por favor, protégeme.


No dejes que me hagan daño otra vez.

—Shh. —Me tranquilicé cuando un movimiento en la puerta me llamó la


atención y una figura salió tambaleándose lentamente. Tenía la mano pegada al
costado y los hombros encorvados. Estaba herida, sangrando.

—Amnesia —susurré.

Sadie se apartó de mis brazos, con las manos aún sujetas a mi cuello.
283
—Sí, Amnesia, Eddie —respondió—. Está tratando de matarme. Quiere
separarnos.

Y entonces me di cuenta de algo.

El lago no era amigo ni enemigo. No para mí.

Era su propia entidad, un omega.

Tenía su propio conjunto de reglas y equilibrios. Su propio sistema de justicia


y castigo.

Se llevó a Sadie, pero me dio Amnesia.

Entonces Sadie regresó. Yo tenía uno de sus secretos.

El lago Loch pudo haberme advertido, pero no fue sin consecuencias. No fue
sin culpa.

Iba a tener que elegir. Aquí y ahora. El pasado o el presente.

Sadie o Amnesia...

La chica que perdí o la chica que encontré.


Capítulo 36
Amnesia
Sabía que no debía mirar en el patio, pero mis ojos se quedaron allí de todos
modos.

Pero no en lo que sabía evitar.

No, había algo aún más horrible que mis recuerdos en la oscuridad.

Los rotos son los más confabuladores. Tal vez porque alguna vez fueron
víctimas, porque el comportamiento tortuoso se volvió tan normal que se convirtió
en realidad. Una persona se vuelve muy buena para convertirse en algo si vive lo
suficiente.

¿No me había vuelto buena siendo Sadie?


284
Sin embargo, había una diferencia, ¿no? Una diferencia entre ser algo porque
no sabías nada mejor y ser algo porque era todo lo que sabías. Porque fue un
comportamiento aprendido.

En realidad, eso no sonaba tan diferente.

Y me hizo sentir peor.

Mi cabeza palpitaba. Me sentí confundida. Todos mis pensamientos estaban


revueltos, y la visión de Eddie, un punto brillante en el patio oscuro, con Sadie
envolviéndolo mientras le rogaba que la protegiera de mí, era uno de mis miedos
más profundos.

Ver a Eddie alejarse de mí. Verle decidir que lo único que veía en mí era a
Sadie era uno de mis mayores temores.

Aquí estaba yo, sin embargo, mirándolo a la cara.

Confiaba en él de todo corazón. Las palabras que me susurró en la oscuridad


de la noche, al amanecer, incluso en el almacén en pleno día, se arremolinaron
dentro de mí, dándome esperanza.

Me prometió que yo era para él. Le creí.

No sería humana, sin embargo, si la vista de su primer amor aferrada a él,


llorando, no socavara la confianza que sentía. Esta situación era totalmente jodida.
Las cosas que Sadie me dijo probablemente me perseguirán para siempre.

Ella estaba loca. No. No estaba loca. Loca, para mí, requería una falta de razón.
Falta de empatía y comprensión.

Sadie tenía empatía. Principalmente por ella misma y por lo que perdió, pero
también por Eddie. Sabía que lo amaba. Demonios, tal vez fue ese amor lo que le
impidió enloquecer por completo todos estos años. Tal vez por eso ahora se aferraba
a él con tanta fuerza. El pensamiento fue tan triste que las lágrimas brotaron de mis
ojos ya borrosos.

También entendía que le habían robado años de su vida. Hubo momentos de


claridad en sus ojos cuando se dio cuenta de lo que había perdido, lo que nunca
recuperaría.

No, Sadie no estaba loca. Estaba rota. Probablemente destrozada.

Dejada mirando sus pedazos destrozados sin idea de cómo volver a armarse.
Había sido vulnerable, y eso la hizo susceptible al lavado de cerebro. Estaba
convencida de que lo único que le quedaba era desterrarme de vuelta a la Isla de los 285
Rumores y fingir que nada de esto había sucedido.

El abuso mental que soportó posiblemente superó al físico. Después de todo,


las heridas físicas se curan… ¿pero el abuso mental?

Hace eco dentro de tu piel para siempre.

Lamenté la forma en que me odiaba. Incluso lo entendí. Demonios, en su


posición, yo también me odiaría. Para ella, yo no era más que un reemplazo. Escapé
de esa isla sin mirar atrás. La dejé allí para que se pudriera sola. Para preguntarse
cómo tomé su nombre. Su amor. Su familia y su vida.

Mi amnesia era una tarjeta para salir gratis de la cárcel... pero lo que ella no
entendía era que nada en la vida salía gratis.

Observé a unos metros de distancia cómo Eddie la envolvía con fuerza,


asegurándose de que estuviera completamente contra su pecho. Su mano acarició la
parte posterior de su cabeza, deslizándose por la longitud de su largo cabello.

Sentí que me estaban destripando con un cuchillo.

Oh, espera, eso ya sucedió. Eso probablemente explicaba ese dolor.

De todos modos, dolía.

Aunque la abrazó, sus ojos se clavaron en los míos. Tenía miedo de gritarle.
Miedo de decirle lo que realmente sucedió y defender mi caso. Volvería a perder la
cabeza. No tenía idea de lo que ella haría. No pensaba que le haría daño a Eddie. Pero
no estaba dispuesta a correr el riesgo.

Después de todo, eran dos contra uno.

Sabía sin mirar exactamente dónde yacía. Que no estaba muerto. El aire
todavía crepitaba con su energía enferma y retorcida. Solo su presencia me hacía
sentir débil. Me hacía sentir miedo y desesperanza. ¿Cuánto tiempo pasé
sintiéndome así?

El tiempo suficiente para desear la muerte.

Estaba herida y sangrando. Mi cuerpo se sentía frágil, tal vez mi mente aún
más frágil. Si Sadie decidiera que Eddie estaba de mi lado de alguna manera, podría
volverse contra él y tendría ayuda. Sabía mejor que la mayoría de la gente el tipo de
daño que el hombre podía causar.

En lugar de decir algo, me desplomé en la puerta, con la mano presionada


contra mi costado mientras la sangre brotaba lentamente entre mis dedos. Me
estaba mareando, estaba cansada y confusa. Incluso a través de ello, sin embargo, 286
podía escucharla. Sadie derramó su retorcido sentido de la verdad, diciéndole que
estaba jugando con él desde el principio. Diciéndole que mi amnesia solo había sido
un juego.

Le pregunté con los ojos, sin palabras, solo con el corazón.

Me conoces.

Me conoces sin saber, sin oír.

Conoces mi corazón.

—¿Dónde estás herida? —le preguntó Eddie a Sadie, acariciando su cabello


nuevamente. Una parte de mi corazón se desinfló. Todo dentro de mí duele.

—No lo estoy —respondió Sadie, alejándose. Sus ojos se apartaron de mí, y


sentí frío en el instante en que se fueron—. Llegué hasta aquí antes de que ella
pudiera hacer algo.

—¿Por qué está sangrando Amnesia? —preguntó, manteniendo su voz suave.

Me animé con renovado interés.

—Lily. Tuve que apuñalarla —dijo Sadie—. Para mantenerla alejada de mí.
Estaba tratando de lastimarme, tratando de robar mi vida.

Sus ojos se dirigieron a mí, luego rápidamente de vuelta a ella.


—Es la mitad de la noche. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Vine a verte.

—Mira hacia allá, Sadie —dijo, haciendo un gesto con la cabeza.

—No quiero —dijo, su voz pequeña.

—Él está aquí —entonó Eddie—. ¿Es él?

Tuve que hacer un esfuerzo para no mirar. De hecho, me encogí de nuevo en


la puerta.

—Sí —susurró.

—¿Cómo supiste que él venía?

—Me dijo. Se suponía que debía estar lista.

El ceño de Eddie se arrugó. Le habló como si tuviera toda la paciencia del


mundo, como si intentara entenderla.
287
—¿Lista para qué?

—Para él.

Como si la mera mención del hombre fuera un catalizador, un gemido bajo


llenó el aire.

—¡No! —La voz de Eddie estalló junto con el sonido de pies golpeando—.
¡Atrás, Am!

Mi cuerpo se dobló, mi espalda golpeó la puerta y comenzó a deslizarse hacia


el suelo. Apretando mis ojos cerrados, gruesas lágrimas rodaron por debajo de mis
párpados, deslizándose por mis mejillas. Segundos después, subió los escalones y
unas manos familiares y cálidas se deslizaron a mi alrededor, levantando mi forma
paralizada.

—Está ahí fuera —gemí—. No vi nada. Sadie me apuñaló.

Una sensación de entumecimiento mezclada con una sorda oleada de histeria


burbujeó dentro de mí.

—Lo sé, nena —susurró y me levantó por completo. Incluso cuando se movía
con tanta urgencia, era amable. Siempre tan amable conmigo.

—Estoy sangrando —dije, aunque eso era bastante obvio.


Me sentó en el mostrador de la cocina, rápidamente agarró una toalla y la
presionó contra mi costado. Grité, y él hizo una mueca.

—Lo siento —gimió—. Presiona. Pon tanta presión sobre esto como sea
posible. —Apretó mi mano contra la toalla. El aliento siseó entre mis dientes. Un
teléfono golpeó a mi lado—. Llama al 911 —exigió.

Miró a su alrededor y luego se abalanzó sobre el cuchillo ensangrentado que


yacía en el suelo.

—¿Con esto te apuñaló?

Asentí.

—Tiene lavado el cerebro, Eddie. Le dijeron que la dejé allí para que muriera
y robarle la vida. Te robé.

—Lo sé —respondió, sombrío.

—Pero cómo…
288
Con el cuchillo en la mano, se lanzó hacia adelante. Me estremecí, recordando
cómo era que se deslizara tan fácilmente en mi cuerpo. Su toque fue gentil, sin
embargo, cuando ahuecó mi cabeza, presionando un suave beso en la línea de mi
cabello.

—Te amo. Tanto. Nunca olvides eso.

Un sonido como si alguien entrara en el porche lo hizo retroceder.

—¡Eddie! —gritó Sadie, un poco de histeria en su grito.

—No deberías haber venido por mí —susurré, asustada—. Deberías haberte


quedado con ella.

Con los ojos muy abiertos y enojados, me dijo:

—No salgas. No importa lo que escuches.

—Pero…

¡Oh, ¡Dios mío, él iba a volver allí

—¡Prométemelo! —chasqueó.

Me resistí.

—No puedo.
—Llama a la policía. Quédate adentro —ordenó de nuevo, luego salió
corriendo. La luz de la luna se reflejaba en la hoja manchada de rojo del cuchillo
mientras avanzaba.

289
Capítulo 37
Edward
¿Cómo eliges entre el pasado y el presente?

No se puede.

El pasado se fue; no va a volver. El futuro es solo una promesa, no una


garantía.

Pero el presente, esa era la elección. Era ahora, y sin él, no habría futuro.

En este momento, mi corazón latía por Amnesia. Siempre lo haría.

Era una elección fácil.

Casi choco con Sadie cuando salí catapultado por la puerta. 290
En el momento en que vi ese gancho en la parte trasera de ese bote, lo supe.
Me habían engañado. A todos nos habían engañado.

Sadie incluida.

Aunque sabía que era la responsable de apuñalar a mi chica, aunque sabía


que tenía un odio profundamente arraigado contra Amnesia, no podía culparla.

Ella era la víctima más grande de todos aquí. Una parte de mí siempre sería
responsable de eso.

El verdadero villano estaba afuera, y su arrogancia sería su perdición.

La puerta de la casa se cerró de golpe detrás de mí mientras salía corriendo.


Saber que Am estaba dentro, lejos de él, era lo único que me permitía la precisión
resuelta para acabar con esto de una vez por todas.

Moriría antes de dejar entrar a alguien en la casa. Tomaría mi último aliento


defendiéndola si eso fuera necesario.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Sadie, mirando más allá de mí hacia la


puerta.

—Todo estará bien ahora —le dije, deslizando un brazo alrededor de su


cintura—. La policía está en camino.
—¿Qué? —Se apartó de mí—. ¡No!

—Nos van a ayudar, Sadie. Se lo van a llevar a donde no pueda lastimarte


nunca más.

—¡Teníamos un trato! —gimió, mirando hacia Daniel.

—No lo mires —dije, tomando su mano—. Mírame.

Escuchó, sus ojos redondos y aterrorizados atrapados por mi mirada.

—¿Qué trato?

—Se la llevará de vuelta a la isla, para que tú y yo podamos recuperar nuestra


vida.

—¡No dejaré que se la lleve! —gruñí, perdiendo momentáneamente la calma.


Mierda, mierda, estaba perdiendo la paciencia.

Empezó a llorar, profundos gemidos que francamente me preocuparon.

—Pero si él no la toma, entonces me tomará a mí. No quiero ir, Eddie. Quiero 291
quedarme aquí contigo.

—Tampoco dejaré que te lleve, Sadie. Lo juro. Confía en mí.

—Sí —dijo, un poco más sobria. Su cabeza se inclinó.

Daniel se había puesto de pie y se tambaleaba hacia nosotros.

—¡Son mías! —gruñó.

Empujé a Sadie detrás de mí y planté mis pies, preparándome para otra pelea.
A lo lejos, las sirenas atravesaban la noche y ofrecían la promesa de poner fin a todo
esto.

Daniel también las escuchó. El sonido lo detuvo en seco. Miró en la dirección


de dónde venían y luego a mí. Su rostro ensangrentado y golpeado se oscureció.

—Esto no ha terminado todavía. Siempre vuelvo.

Empezó a retroceder, con pasos más rápidos a cada segundo, hacia el lago y
su bote.

Oh diablos, no.

Con un grito, corrí hacia adelante. Trató de escabullirse más atrás, pero sus
heridas lo retrasaron. Mis heridas solo me impulsaron.
Lo agarré por la parte delantera de su camiseta mojada y hecha jirones y tiré
de él hacia adelante. Giró su puño alrededor, conectándolo con un lado de mi cabeza.

—¡No! —gritó Sadie.

Me tambaleé hacia atrás y se abalanzó sobre mí. A ciegas, arremetí con el


cuchillo. Gruñó y cayó hacia atrás.

Enderezándome, vi que lo había cortado, pero solo en el brazo. La sangre


manchó la manga de su camisa mientras jadeaba, mirándome con puro odio.

Con un grito de batalla, Daniel se lanzó hacia adelante, corriendo hacia mí


como un toro cargando una bandera roja. Me moví en el último segundo, levanté el
brazo como si me preparara para lanzar un gancho de derecha y enterré la hoja en
su centro.

Hizo un gemido y se tambaleó hacia atrás. Me quedé allí, preparado y listo,


pero no volvió. En cambio, se tambaleó hacia atrás, como si estuviera tratando de
escapar. Después de solo unos pocos pasos, cayó a las aguas poco profundas del lago
Loch. 292
Sadie gritó y corrió hacia él.

Observé con horror y confusión cómo caía de rodillas junto al hombre que
abusó de ella durante años, llorando por él.

Él gimió y salté hacia adelante, corriendo a su lado y alejándola de él,


aterrorizado de que hiciera una última cosa para hacerla sufrir.

—Siempre vuelvo —dijo, tosiendo. El rojo cubrió sus dientes.

Desde arriba en el porche, Amnesia gritó mi nombre.

Daniel se rio.

—No esta vez —aseguré y me agaché, agarrando el mango de la hoja y


girándolo.

Gritó hasta que el sonido se redujo a un gorgoteo húmedo, y finalmente se


desvaneció.

Luces rojas y azules llenaron la oscuridad, rebotando en el costado de la casa.


Las fuertes sirenas se apagaron, dejando atrás nada más que el sonido del llanto de
Sadie, el viento y las olas.

Miré a Daniel. Sus ojos me devolvieron la mirada, pero ya no veían. El agua se


estrellaba sobre él, llenando su boca, filtrándose en su nariz y tirando de su cabello.
Su camisa estaba manchada de rosa ahora, y su cuerpo solo se movía en la dirección
en que lo empujaba el agua.

—¡Eddie! —gritó Amnesia, su voz transportada por el viento.

Me di la vuelta, mirando hacia donde salía cojeando del porche, mirando


hacia donde yo estaba. Un oficial trató de tomarla del brazo, pero lo empujó, tropezó
un poco y siguió hacia mí.

Dejé a Daniel donde yacía y corrí hacia ella, deteniéndome solo cuando estuvo
a una distancia de contacto. Tenía miedo de tirar de ella contra mí. Su camiseta
estaba empapada en sangre.

—Tenemos que llevarte a Urgencias —le dije, preocupado.

—¿Es él…? —Sus ojos comenzaron a desviarse por encima de mi hombro.

Me acerqué, envolví mis brazos alrededor de sus hombros y con cuidado tiré
de ella.

—No mires —ordené, protegiéndola con mi cuerpo. 293


—¿Está muerto?

—Sí, está muerto.

—¡Eddie! —Uno de los oficiales se acercó corriendo—. ¿Qué diablos pasó


aquí?

—Hay un cadáver en la orilla. Él es quien secuestró a Am y Sadie… Trató de


llevárselas de nuevo esta noche.

El hombre envió de inmediato a algunos oficiales hacia la orilla.

—Necesitamos un médico —continué, tirando hacia atrás para que el oficial


pudiera ver la herida en el costado de Am.

—Ve a que te miren eso. Hablaremos después de que la escena esté segura.

No fue necesario que me lo dijeran dos veces. De camino a la ambulancia,


Amnesia tropezó. La recogí.

—¿Tú qué tal? —Hizo una mueca—. ¿Estás bien?

—Estoy bien mientras tú lo estés.

—Tú… lo mataste —murmuró.


—Lo mataría de nuevo si pudiera.

Los paramédicos me indicaron que la pusiera en una camilla, y así lo hice. Sus
ojos comenzaron a desviarse hacia la orilla, y me paré frente a ella una vez más.

—Sadie está llorando —susurró Am—. Está llorando sobre su cuerpo.

—Lo sé —dije, sombrío.

Me tomó la mano y se la di de buena gana. Su camiseta estaba cortada,


dejando al descubierto la desagradable herida de cuchillo en su costado.

—Definitivamente va a necesitar puntos de sutura —anunció el médico.

—Ve con ella —me dijo, apretándome la mano—. Ve con Sadie.

—Quiero quedarme contigo —murmuré, sintiéndome culpable pero incapaz


de negar lo que sentía. Casi la pierdo esta noche. Estuvo demasiado cerca.

—Estaré aquí —prometió—. Tenemos unos minutos antes de que tengamos


que irnos al hospital, ¿verdad? —le preguntó al paramédico. 294
—Sí —respondió—. También tendremos que llevar a la otra víctima a la parte
de atrás.

—Ve con ella —instó Amnesia—. Vendrá si se lo pides.

Sabía que lo haría, pero de alguna manera, eso me hizo dudar más. Parecía
mal, casi como si yo no fuera mejor que Daniel y la viuda. Usándola. Retorciendo sus
sentimientos contra ella. No quería ser como ellos.

Quería ayudarla, pero tampoco quería darle ninguna falsa esperanza de que
hubiera una posibilidad de algo más que una amistad.

—Está tan confundida en este momento —agonicé, tratando de discernir qué


hacer.

Una mujer rodeó el costado de la ambulancia. Estaba vestida un poco al azar,


como si tuviera prisa.

—¡Dra. Kline! —dijo Amnesia sorprendida.

—He estado alerta desde que Sadie desapareció. ¿Llamaron, dijeron que
estaba aquí?

Asentí, pero Amnesia respondió:

—Sí, está muy perturbada. Él Murió.


—Apuñaló a Amnesia. No tiene idea de lo que está haciendo —añadí.

—Ya veo. —La Dra. Kline frunció el ceño.

—¿Serás capaz de ayudarla? —preguntó Amnesia, preocupada a pesar de la


herida en su costado.

—Sí. Ya hice arreglos para que Sadie reciba la mejor atención posible en un
centro de Portland. Va a estar en buenas manos.

—¿Se va ahora mismo? —pregunté, sintiendo que todo esto era tan
repentino.

—Es lo mejor para ella. Así no podrá lastimar a nadie más ni a ella misma.

Sabía que era lo mejor, pero aun así apestaba.

—La traeré —le ofrecí.

El paramédico abrió una toallita grande y la presionó contra el costado de


Amnesia. Su respiración salió entre sus dientes, sus ojos se cerraron. 295
—Está bien —le dije, apretando su mano, deseando poder soportar el dolor.

La Dra. Kline dio un paso adelante y me puso una mano en el hombro.

—Quédate aquí con Amnesia. Iré a buscar a Sadie.

Me eché hacia atrás, mirándola a los ojos.

—Es lo mejor —dijo suavemente—. Al menos ahora mismo.

Dudé, queriendo resistirme. Parecía que de alguna manera le estaba dando la


espalda a Sadie.

La Dra. Kline parecía conocer la dirección de mis pensamientos.

—Hazlo por ella. Será menos confuso más adelante. Me aseguraré de llamarla
cuando esté más estable, más en contacto con la realidad.

—¿Alguna vez lo estará? —me preocupé.

—Creo que sí. —Sonrió—. Cuida de Amnesia —dijo, señalando a Am.

—Gracias, Dra. Kline —gritó.

La Dra. Kline le dio un pequeño saludo con la mano.

—Nos vemos en nuestra próxima sesión.


Cuando se fue, Amnesia me miró. El paramédico cubrió su herida y anunció
que nos dirigíamos solos al hospital. Sadie nos seguiría en otro vehículo.

Me subí a la parte de atrás después de que estuvo cómodamente sentada y


miré a Sadie, quien finalmente se había alejado del cuerpo y ahora estaba con la Dra.
Kline. Ella levantó la mirada; nuestros ojos se conectaron a través del patio.

Tuve una visión de la chica que una vez conocí, feliz y despreocupada. Las
lágrimas quemaron la parte de atrás de mis ojos.

Entonces ella hizo algo. Levantó la mano e hizo una X sobre su corazón y
sonrió.

Le devolví la sonrisa. El gesto antiguo me dio esperanza de que todo estaría


bien.

Las puertas de la ambulancia se cerraron, cortando las luces intensas y el


sonido de la gente hablando. Me volví hacia Amnesia, finalmente solo con mi chica
en el centro del caos y el asesinato, literalmente.

—Gracias por protegerme. —Tomó mi mano.


296
Sonreí, me deslicé más cerca y tomé su rostro.

—Gracias por quedarte en la casa.

—Se sintió como una debilidad —admitió.

—No hay nada débil en ti, Am. Te protegiste durante años y años sin ayuda.
Pero ya no estás sola, cariño. Me tienes a mí y siempre te protegeré.

Una lágrima rodó por su mejilla. La aparté con el dorso de los dedos.

—Finalmente terminó —susurró.

—Finalmente terminó —repetí.

La ambulancia se puso en marcha y se alejó de la casa.

—¿Ahora qué? —preguntó, apoyando su cabeza en mi hombro.

—Ahora te darán puntos —bromeé.

—Después de eso —dijo, sentándose para darme un pequeño empujón. El


movimiento la hizo estremecerse.

—Fácil —le advertí, levantándola con cuidado en mi regazo.


Sus dedos rozaron algunos golpes y moretones en mi cara. Se inclinó y los
besó suavemente.

—Después de eso, viviremos felices para siempre —le dije, besándola en la


punta de la nariz.

Sonrió.

—¿Conseguiste esa línea de una película?

—Es una buena línea. Se aplica totalmente aquí —dije razonablemente.

—Solo se aplica si es verdad —susurró.

Levantando su barbilla con mi pulgar, le pregunté:

—¿Qué piensas?

Sus ojos marrones se suavizaron. Las pecas en su nariz y mejillas parecían


estrellas.

—Es verdad —decidió. 297


Mis labios reclamaron los suyos.

Definitivamente era verdad.


Epílogo
Amnesia
Nos casamos a orillas del lago Loch. Justo en nuestro patio trasero para ser
exactos. Nuestros invitados estaban en la hierba; los pies de Eddie y los míos en el
agua.

Algunos probablemente pensaban que estábamos locos por hacer del lago
una parte tan importante de nuestro día. Un lago que causó tanto dolor y confusión.
Un lago que estuvo a punto de robarnos nuestro “felices para siempre” más de una
vez.

Pero lo que no entendían...

El lago también nos unió.

El lago Lochlain fue, en muchos sentidos, el catalizador de la boda en la que


298
nos encontrábamos hoy.

Por supuesto, algunos pensaban que el lago no era ninguna de estas cosas.
Era solo un lago, solo una masa de agua sin espíritu ni carácter real. Yo sabía mejor
que la mayoría que esto era lo más alejado de la verdad.

Podría haberme ahogado aquella noche que salté del puesto de caza. Estuve
a punto de ser arrancada de las profundidades por un loco que se negaba a dejarme
ir.

Pero estaba protegida.

Llevada por las olas, oculta bajo las turbias profundidades.

Y aunque no podía recordar, comprendía que a veces estuve acunada por el


agua hasta que Eddie me ponía a salvo.

A veces, cuando me paraba en la orilla y miraba la corriente siempre


cambiante, que de alguna manera siempre se sentía igual, me preguntaba si el agua
que rodeó mi prisión durante muchos años era la misma que me liberó.

Los médicos dicen que mi amnesia se debe a un trauma. Mi terapeuta me dijo


que era la forma en que mi mente me protegía. Muchas conclusiones lógicas y
sensatas para explicar por qué no podía recordar mucho de mi pasado.
Sin embargo, yo tenía una razón propia. Una que no era tan científica. Una
que probablemente me haría pasar más tiempo con el psiquiatra de cabecera si
alguna vez expresaba la teoría.

El lago.

De alguna manera, el lago Loch arrasó con todo mi pasado. Sabía, incluso sin
verlo, que todos mis recuerdos, mi antigua identidad y mi origen yacían en el fondo
del agua. Abajo, en sus profundidades, entre las rocas más grandes, los peces más
perezosos, y quizás incluso el propio monstruo del lago Ness.

Yo era un secreto más que el lago probablemente nunca revelaría.

Y eso me parecía bien.

El lago podría tener mi pasado. A cambio, obtuve un futuro.

Me dieron amnistía.

Libertad.
299
Había restos de antes, fragmentos de claridad que el lago me mostraba. Eran
horribles y en parte no deseados, pero no innecesarios.

No entendería el verdadero regalo de la amnistía si todo permaneciera


olvidado.

Así que allí estábamos, en la orilla, junto al agua, que el día de nuestra boda
estaba tranquila y pacífica. La superficie era tan suave que parecía de cristal y
reflejaba el hermoso paisaje de Maine como un espejo. El día de principios de
primavera era frío, pero lo único que sentí fue que los rayos del sol brillando sobre
nosotros.

Mientras decíamos nuestros votos, mientras me comprometía a amarlo para


siempre, en la riqueza o en la pobreza, en la memoria y en la amnesia, incluso
después de la muerte, miré la isla al otro lado del agua y sonreí.

—Por primera vez —anunció el ministro—, el comienzo de una nueva vida


juntos...

—Una nueva era —interrumpió Eddie, acercándose a mi vientre suavemente


redondeado con su enorme mano.

Un pequeño revoloteo estalló dentro de mí, pero no eran mariposas, no hoy.


Hoy era la agitación de nuestro hijo que aún no había nacido.
(PD: Eso es lo que pasa cuando estás tan enamorada que no piensas ni una
sola vez en el control de la natalidad).

(PDD: A veces, no pensar, no saber, resulta en algo maravilloso).

La gente en el césped se rio. Cubrí la mano de mi nuevo marido con la mía.

—Una nueva era —estuve de acuerdo.

El ministro inclinó la cabeza y sonrió.

—Permítanme presentarles, oficialmente, al Sr. Eddie Donovan y a su esposa,


la Sra. Amn…

Tanto Eddie como yo levantamos la vista, preguntándonos si se acordaría.

—La Sra. Amnesty Donovan.

Resulta que Amnesia ya no era una buena opción para mí. Ya no era un
“borrado completo de la memoria”. Estaba llena.

Tan increíblemente llena, y eso en sí mismo era mi libertad. 300


Sonreí mucho, pero duró poco porque Eddie me arrastró contra él y aplastó
su boca sobre la mía.

El agua se precipitó hasta nuestros tobillos, el lago Loch nos dio su


aprobación. La gente aplaudía y soplaba la fría brisa primaveral.

Detrás de nosotros, el ministro se aclaró la garganta. Rompimos el beso.

Eddie me tomó de la mano y nos dimos la vuelta, de espaldas a la Isla de los


Rumores, de cara a nuestra casa del lago, a nuestra familia y a nuestros amigos.

Miré primero a Maggie, que lloraba de felicidad. Me lanzó un beso y yo sonreí.

Renunciando a la tradición de darse la vuelta, levanté el ramo de rosas


blancas que tenía en la mano y se lo lancé a Mary Beth. Sus ojos se abrieron de par
en par cuando cayó en sus brazos y le guiñé un ojo. Apostaba totalmente por ella y
por Robbie.

Con una mano en la de Eddie y otra en la del niño que habíamos creado,
salimos del agua y nos dirigimos a la multitud que nos esperaba.

—Espera a ver el pastel que hice —dijo Joline, corriendo a nuestro lado—. Es
lo mejor que he hecho nunca.

—Seguro que lo es —le dije sinceramente.


Jeremy se puso detrás de ella.

—Por Dios, mujer, deja que se deleiten en su resplandor matrimonial. El


pastel puede esperar. —Joline lo miró mal y él le dio una palmadita en el hombro a
Eddie—. Disfruta de ese resplandor mientras dure.

Eddie se giró hacia mí, estrechándome contra su pecho.

—Creo que nunca va a desaparecer.

Nuestro beso me transportó a un lugar donde éramos los únicos dos en la


orilla. Nadie más estaba al alcance del oído, el pastel era lo más alejado de mi mente.

—¡Felicidades, cariño! —dijo Maggie, interrumpiendo la burbuja de felicidad.

Volvimos a separarnos y la realidad regresó al vernos rodeados por los


padres de Eddie y la única madre que conocería.

La abracé con fuerza.

—Gracias por todo. Te quiero mucho. —Respiré profundamente—. Mamá. 301


Sus brazos me rodearon con fuerza. Cuando se retiró, las lágrimas corrían por
su rostro.

—Será mejor que vuelvas. Voy a llorar por todo el vestido.

—No me importaría.

—Vamos, señora —dijo Eddie, tomándome de la mano de nuevo—. Tengo la


sensación de que, si no vamos a ver el pastel y todo el catering que hicieron el
restaurante de Joline y Maple, puede que nos impidan entrar en nuestra propia
recepción.

—Me gusta cómo suena eso —le dije.

—¿Que nos impidan entrar en nuestra propia recepción de boda? —se


extrañó.

—Señora —corregí—. Ser tu señora.

Los dos hoyuelos aparecieron y sus ojos azules brillaron con la sonrisa
lobuna que transformó su rostro.

—Bien, porque es permanente.


Empezamos a seguir a los invitados mientras se dirigían a una gran carpa
blanca montada allí mismo, en nuestro césped. Eddie se detuvo, mirando hacia atrás
por encima del hombro, con los ojos barriendo el lago y la isla en la distancia.

—Estás pensando en ella —observé, comprendiendo completamente.

Sus ojos volvieron a los míos, un poco más apagados que antes.

—Solo deseo que ella pueda ser tan feliz como nosotros. Que se le hubiera
concedido algún tipo de... —Su voz se apagó mientras buscaba la palabra adecuada.

—¿Amnistía? —terminé por él.

—Sí, tal vez —estuvo de acuerdo.

—Sadie encontrará su libertad —le prometí. Tampoco me sentí mal por ello,
porque sabía que en el fondo era verdad—. Ella está recibiendo toda la ayuda que
necesita ahora. Le llevaría un tiempo. Sus recuerdos y experiencias siempre estarán
ahí. Pero es una superviviente. La viuda West, por otro lado... Tengo la sensación de
que probablemente va a pasar el resto de su vida en una institución. No hay forma
de salvarla. Pero Sadie, va a encontrar su felicidad para siempre al igual que tú.
302
Los brazos de Eddie se deslizaron alrededor de mí. Entre nosotros, mi vientre
redondeado rozaba su centro.

—Igual que nosotros.

Asentí.

—Te quiero —prometió, sus labios rozando los míos mientras hablaba.

—Lo juro —susurré, hundiendo mis dedos en los rizos oscuros y salvajes de
su cabeza—. Por mi vida.

Sonrió, presionando su frente contra la mía.

—Serás mía para siempre.

Y lo era.

FIN
Imitación de los muffins de pan de mono
de Joline
¡Porque ella no me da su receta
secreta!
Ingredientes

3 botes de rollos de canela (tu marca favorita)

1 lata de relleno de tarta de manzana

½ taza de pasas (opcional)

¼ c de azúcar moreno
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¼ c de azúcar granulada

1 cucharada de harina

1 cucharada de canela

1 cucharada de sal

2 cucharadas de mantequilla derretida

4 cucharadas de leche (de cualquier tipo)

Moldes para cupcakes

Instrucciones

Precaliente el horno a 350 grados.

Coloque la lata de manzanas en un bol y córtela en trozos pequeños. Añada a


las manzanas el azúcar moreno, el azúcar granulado, la harina, las pasas (opcional),
la mitad de la canela (reservando la otra mitad para el glaseado) y la mantequilla
derretida. Saque los rollos de canela de las latas y córtelos en trozos pequeños.
Incorporar los trozos de panecillos a la mezcla de manzana. Mezclar todo.

Vierta la mezcla en moldes para cupcakes forrados con capacillos de papel de


aluminio. Llene cada molde hasta tres cuartos de su capacidad.
Hornee a 350 grados durante unos 25 minutos (dependiendo del horno).

Glaseado

Mientras los muffins se hornean, combine la leche, el azúcar glass y la canela


en un bol. Mezclar para crear un glaseado de canela para rociar sobre los muffins
calientes cuando salgan del horno. O también puedes usar el glaseado que se incluye
con los rollos de canela.

Rinde aproximadamente 24 muffins.

304
Nota de la autora
Nos encontramos de nuevo. Es el final de otro libro para mí y el final de este
dueto. Todavía estoy un poco confusa porque acabo de escribir el final hoy y tengo
el cerebro hecho papilla. Así que espero poder hilvanar unas cuantas frases más y
darles mi opinión.

Sé que este dueto tiene un aire diferente al de la mayoría de mis otros libros,
y ha sido divertido tomar una nueva dirección y hacer algo un poco distinto. Me
siento muy honrada por los lectores que han estado dispuestos a aceptar esta
historia y estos libros, aunque también se salgan de su norma.

Sin duda fue un reto escribir este dueto. Originalmente, había planeado que
Amnesia fuera un título independiente. Pero a veces los libros y los personajes tienen
otras ideas. Cuanto más me adentraba en el libro, más se desarrollaba la trama y,
sinceramente... más se complicaba. ¡Ja! A mitad de la escritura de Amnesia, me
conecté a Facebook y vi la portada de este libro. Tuve la misma reacción que con
Amnesia. Al instante, “Oh, vaya”, y “Esto es inquietante”. Y al instante, pensé, Oh Dios
305
mío, esto es perfecto. Esto ya no es un solo título. Hay dos libros, y esta es mi portada.
(Esta portada está diseñada por la misma artista que diseñó Amnesia: Cover Me
Darling). Le envié un mensaje a la diseñadora de inmediato y le dije que sería una
continuación impresionante, y ella estuvo de acuerdo.

En cuanto vi la portada, también se me ocurrió el título. A veces sucede así.


Todo encaja por sí solo y me quedo sentada en mi silla, preguntándome de dónde
demonios se le ocurrió a mi cerebro. Y espero que a estas alturas ya sepas que no es
Amnesia quien aparece en la portada de este libro, sino Sadie.

Me gusta el giro que supone que Am no sea Sadie después de todo y que haya
DOS chicas secuestradas, ambas muy parecidas en muchos aspectos. Me gusta el
misterio que rodea a ambas y a la isla. La forma en que todo el mundo tuvo que
aceptar la identidad de ambas chicas y cómo todo cambió y se desplazó a su
alrededor. Fue a la vez un reto y un placer escribir sobre una mujer que no tenía
realmente una identidad, que funcionaba en cierto modo con el hecho de que no
tenía ni idea de quién era o a dónde pertenecía.

Al mismo tiempo, esta historia es un poco desgarradora, ¿eh? Y bastante


oscura. Más oscura que la mayoría de los libros que he escrito antes. Tal vez sea eso
lo que la hace hermosa y, con suerte, un poco inquietante, al igual que las portadas.

Algunos datos divertidos y aleatorios sobre algunas personas, etc., de este


libro:
1. Está ambientado en Maine porque creo que Maine es precioso, y mi marido
creció allí.

2. Edward está inspirado en mi padre, quien tenía hoyuelos, cabello negro


rizado, ojos azules y mandíbula cuadrada. Era intratable y caía bien a todo el mundo.
Todo el mundo le llamaba Eddie. Además, mi padre falleció de cáncer cuando yo
tenía once años.

3. Joline debe su nombre a la tía de mi marido. Vive en Maine y trabajaba en


una panadería.

4. Tenía muchas ganas de hacer la receta de muffins de pan de mono que


aparece en la contraportada de este libro, pero no la he hecho porque no consumo
gluten y estas magdalenas decididamente lo tienen. PD: Si los pruebas, ¡cuéntame
qué tal están!

5. Creo firmemente en el monstruo del Lago Ness.

Espero de verdad que hayan disfrutado de esta historia, de sus giros y


vueltas, de los momentos desgarradores y de los momentos que les han hecho 306
desmayarse. Gracias por todo el amor y el apoyo que han mostrado a Amnesia Duet.
Quiero que sepan que se los agradezco y aprecio sinceramente.

Ahora, al siguiente proyecto... ¡que espero que también disfruten!

¡Hasta el próximo libro!

XOXO,

Cambria Hebert
Cambria Hebert
Cambria Hebert es la autora de la serie paranormal Heven and Hell, la serie
adulta Death Escorts, y las series para jóvenes adultos Take it Off y Hashtag.

Le encanta el latte de caramelo, odia las matemáticas y le tiene miedo a los


pollos (sí, pollos). Fue a la universidad para obtener una licenciatura, pero no pudo
escoger una especialización y acabó con un título en cosmetología. Así pues, ella
asegura que sus personajes siempre tendrán un buen cabello. Actualmente vive en
Carolina del Norte con su marido e hijos (tanto humanos como peludos) donde está
escribiendo la trama de su siguiente libro.

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