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CULTURA POLITICA .

Conceptos Básicos
Ma. Alexandra Semprún.

Cada hombre, desde su perspectiva individual y social posee un sistema de


símbolos, normas, creencias e ideales que le brindan un marco de interpretación
de la realidad. Este conglomerado transmitido de generación en generación
constituye su cultura, la cual puede ser transformada según las vivencias
personales y de grupo.
De ella emerge la cultura política de una sociedad, la cual es el conjunto de
principios que rigen las conductas ciudadanas y sirven como patrón de
comportamiento al individuo y a la comunidad. Dichos principios o valores se
manifiestan en las actitudes frente al sistema político y económico en el cual se
desenvuelven. Es así que, en una sociedad en la cual los valores esenciales de la
cultura política han perdido vigencia, inevitablemente se producen cambios en la
estructura política, generando transformaciones en todo el ámbito social.
Ese concepto de cultura política presenta ciertas discrepancias que han
sido difíciles de aclarar. Al efecto, Lechner (1987, p.10) ha llamado la atención
sobre lo problemático que resulta un manejo tan amplio y diverso del concepto de
cultura política, con frecuencia poco operacionalizable en términos metodológicos.
Desde su perspectiva, la noción aparece como una categoría residual que abarca
de modo arbitrario, según las conveniencias del caso, una multiplicidad de
aspectos dispares.
El empleo demasiado extensivo y poco riguroso del término reduce su valor
informativo. En realidad, la noción carece de fundamentación teórica y ello dificulta
el análisis empírico; por consiguiente, concluye el autor, resulta difícil especificar
su contenido concreto. Considera igualmente Peschard (2001, p. 9), que una de
las manifestaciones de la cultura de un grupo es la orientada hacia la organización
del poder y el conjunto de elementos que configuran la percepción de una
población con respecto a éste, en este caso se habla de cultura política. En la
historia de la reflexión social y política son muchas las formas en las que se le
denomina “Espíritu Nacional”, “Conciencia Colectiva”, “Temperamento de un
Pueblo”; son algunas de las acepciones utilizadas al momento de referirse a la
manera en la cual una población interpreta e interactúa con su entorno político, su
estabilidad y sus procesos de cambio.

En ese marco conceptual, Peschard (2001, p. 10) define la cultura política


como la distribución particular de patrones de orientación psicológica hacia un
conjunto específico de objetos sociales –los propiamente políticos- entre los
miembros de dicha nación; en síntesis, se trata del sistema internalizado en
creencias, concepciones, sentimientos y evaluaciones de una población o en una
mayoría de ella. Tales creencias, convicciones y concepciones son elementos
subjetivos que conforman la cultura política de un grupo y que determinan
patrones de comportamiento relativos a las instituciones y al poder, pues es a
partir de ellos se conforman actitudes, valoraciones y comportamiento.

Mateos (2009) comenzó refiriéndose a la teoría de la cultura política como


el conjunto de concepciones subjetivas que prevalecen en la sociedad,
considerando que posee elementos cognitivos, afectivos y evaluativos, siendo su
contenido producto de la socialización política sumada a la experiencia personal.
Citando a Almond (1990) refiere que según esta teoría afecta la estructura política
y el desempeño gubernamental. Esta autora menciona la existencia de al menos
cinco perspectivas desde las cuales se aborda la cultura política:

a) El estructuralismo, enfoque centrado en las reacciones de la gente


ante lo político, y las diferencias entre las expectativas y el consenso.El
enfoque culturalista, según el cual existen cuatro premisas de la cultura
política: la primera de ellas es que está relacionada con la sociedad, y
constituye una manera de pensar y actuar. En segundo lugar, que
implica un conjunto de creencias, conocimientos, normas y hábitos. La
tercera de ellas es que constituye un elemento diferenciador entre un
grupo y otro, y por último, indica que une un conjunto de maneras de
pensar y son reguladoras del comportamiento social. Menciona a
Eckstein (1992) como representante de este enfoque.

b) El funcionalismo, corriente que interpreta la cultura política como las


interconexiones entre preferencias, intereses y concepciones de las
necesidades y los recursos, tomando también en consideración el
marco de acción referencial en el cual se sitúa el individuo
proporcionándole información sobre los objetos políticos y a través del
que aprende a reaccionar ante situaciones.

c) La teoría sistémica, uno de cuyos representantes es Easton (1965),


concibe la cultura política como fuera del entorno del comportamiento o
actividad de ese tipo. Plantea que las normas culturales transmitidas
de generación en generación influyen en la formulación de las
demandas (imputs) que realizan los ciudadanos, y los valores y las
creencias determinan el contenido de las demandas, proporcionando
además las reglas de juego de cómo éstas se presentan.

d) El Marxismo, es un último enfoque que coloca en un segundo plano el


concepto de cultura política per se, pues la interpreta como componente
de la
e) súper estructura de una sociedad, y la concibe como la representación
de la ideología burguesa en una sociedad y como un instrumento de
dominación de la clase capitalista sobre la clase trabajadora.

En la actualidad, la perspectiva más referenciada en investigación social es


el de la "cultura cívica" desarrollada a raíz de las apreciaciones de Almond, Powell
y Pye (1965), basada en un enfoque estructural-funcionalista de la modernización
y de la transición de sociedades tradicionales a sociedades modernas. Estos
autores definen la cultura política como el conjunto de orientaciones psicológicas
de los miembros de una sociedad. Es el patrón de actitudes individuales y de
orientación con respecto a la política para los miembros de este sistema; Es el
aspecto subjetivo que subyace en la acción política y le otorga significados e
incluye diversas orientaciones:

a) Orientaciones Cognitivas
Es el conjunto de conocimientos y creencias con respecto al sistema
político y sus funciones, tal como igualmente lo expresa Downs (1957).

b) Orientaciones Afectivas
Se refiere al conjunto de sentimientos que tiene el individuo con respecto al
sistema específicamente apego, compromisos, rechazos y otros similares
respecto de los objetos políticos y sus estructuras.

c) Orientaciones Evaluativas

La existencia de "culturas parroquiales", definiéndolas como aquellas en los


cuales los individuos
manifiestan orientaciones sociales Este tipo de orientación constituye una
síntesis de las anteriores. Comprende juicios y opiniones sobre los aspectos
políticos y suponen la aplicación de determinados criterios de evaluación, citando
a Lipset (1981).

Almond y Verba (1963) refieren tres tipos básicos:

a) Las Parroquiales:
Se presentan en sociedades simples en la que las instituciones
específicamente políticas no existen o coexisten con otras de cariz económico o
religioso. La cultura política parroquial corresponde a aquellos grupos que
manifiestan poca o ninguna conciencia de los sistemas políticos nacionales. Tales
individuos se encuentran en cualquier sociedad, pero son relativamente escasos
en las sociedades occidentales modernas. Adicionalmente, los autores se refieren
altamente difusas y tienen poca o ninguna conciencia del sistema político como
entidad especializada. Dentro de un sistema de estructuras complejas puede
haber grupos de miembros que no tienen nociones específicas sobre la existencia
o funcionamiento de esas estructuras.

b) La Cultura Política de Sumisión

En este tipo de cultura política los conocimientos, sentimientos y


evaluaciones de los miembros de la sociedad se dirigen al sistema político en su
conjunto. Es decir, al rendimiento del sistema administrativo encargado de la
ejecución de las decisiones. En este caso, las orientaciones son de tipo pasivo-
permisivo.

La cultura política de sumisión suele estar presente en los regímenes


autoritarios. En este caso las orientaciones de los individuos hacia el sistema se
relacionan con el impacto que factores tales como el bienestar, los beneficios, las
leyes y las instituciones pueden tener sobre su vida, sin que estos tengan opción
de participación o cuestionamiento en las estructuras o toma de decisiones.

a) La cultura política de participación


Los protagonistas en este caso son los individuos, quienes se involucran en
los procesos e interaccionan entre sí; se ven a sí mismos como potencialmente
comprometidos en la articulación de las demandas y la adopción de decisiones.

Cabe aclarar que en la práctica política, rara vez se observan estructuras


políticas de tipos puros; la realidad es que estas son de tipo mixto, resultado de la
combinación de al menos dos de las orientaciones descritas anteriormente.

Por otra parte, la cultura política de una nación, de acuerdo a los


planteamientos de Welsch (1997) también debe aludir a la participación de los
individuos, buscando en tal sentido el protagonismo contemplado en normas
constitucionales, legales y procedimentales. De igual modo, Sodaro (2004, p. 209)
señala que el concepto de cultura política comprende el sistema de valores, reglas
morales, creencias, expectativas y actitudes compartidas por los miembros de una
sociedad con relación al sistema político y al contexto social.

En el mismo orden de ideas, Varnagy (2002) menciona adicionalmente los


estudios y publicaciones acerca de cultura política de Inglehart (1990), quien
analiza estudios cuantitativos en los cuales compara las diferencias actitudinales
en cuanto a tópicos políticos diversos en sociedades con distintos niveles de
industrialización. Las conclusiones de Inglehart (1990) a partir de esta
comparación, señalan que la cultura política, entendida como un sistema
integrado de actitudes, valores y conocimientos, ampliamente compartidos en una
sociedad y transmitidos de generación en generación, es determinante de la
viabilidad democrática y también del desarrollo económico.
Otros argumentos manejados por Inglehart (1998) están fundamentados en
los resultados de el “Estudio Internacional de Valores”, proyecto de investigación
de grandes magnitudes, realizado por Inglehart, Basañez, Diez-Medrano, Halman,
Luijkx,(1999) entre otros, en más de sesenta países, incluida Venezuela, por
científicos sociales de cada país, utilizando encuestas estandarizadas aplicadas a
un grupo representativo de la población.

Cabe aclarar que Inglehart (1998) no es precursor al relacionar las


variables de cultura política y bienestar económico. Su aporte es señalar, con
sustentación basada en un trabajo de investigación de campo, que en las
sociedades de mayor desarrollo económico, surgen una serie de valores orientados
hacia el altruismo y a la calidad de vida, su tesis también incluye consideraciones
sobre cultura cívica, la cual conlleva, desde su punto de vista, una combinación de
satisfacción personal, satisfacción política, confianza interpersonal y apoyo al orden
social existente. Sostiene que mientras mayor y más satisfactoria sea la relación
entre estas variables en una sociedad, esta tiene mayor probabilidad de funcionar
como una democracia estable.

cultura, argumentando si más bien, en esta tesis, la estabilidad está


relacionada con el concepto de democracia.

Posteriormente, Putnam (1993), de la Escuela de Harvard, apoyándose en


una polémica investigación de campo realizada en diversas regiones de Italia,
estudió el funcionamiento de los gobiernos, y concluyó que el grado de confianza
interpersonal y la implicación cívica ejercida como participación son determinantes
“Para hacer que la democracia funcione”, tal y como tituló su libro más conocido,
publicado en coautoría Leonardi y Manetti (1993).
Es de rigor enfatizar que muchas de las aproximaciones hacia la definición
de cultura política que se han esbozado tienen como denominador común el
manejar los términos: “valores”, “opinión”, “participación”, “actitudes”, por tanto, es
imprescindible definirlas antes de abordar el tema específico de la cultura política
Wayúu.

En este sentido cabe considerar lo señalado por Inglehart (1990), quien


refiere el cambio de valores sociales y políticos a lo largo del tiempo, de
materialistas a post materialistas; así como el cambio en el enfoque culturalista el
cual sustituye al de la teoría de la elección racional, afirmando que estos últimos
están demasiado centrados en elementos económicos y subestiman los culturales.
Es decir, que en la concepción de cultura política el autor va más allá de la cultura
cívica de Almond y Verba (1963), planteando como elementos esenciales la
confianza interpersonal y ciertos niveles de satisfacción en relación al gobierno.

De igual manera, Putnam (1993) analiza la relación entre la forma y el


funcionamiento de las instituciones públicas y el entorno social, económico y
cultural; es decir, enfatiza que el desempeño de tales instituciones permite
describir nuevas formas de hacer política. Afirma que la presencia de capital social
o una comunidad mucho más comprometida permite explicar las diferencias de las
formas de funcionamiento de tales instituciones; así como la confianza en las
instituciones implica una participación y un sentimiento de eficacia política y
alineamiento con objetivos comunes.

En igual sentido, Fukuyama (1992), plantea que la democracia liberal es la


ideología final inventada por la especie humana, “la forma final de gobierno” y en
consecuencia significa “el fin de la historia”. (Fukuyama; 1992, p. 11). Aun más
allá, Fukuyama (1992, p. 12) advierte que no pensó en el fin de la historia como
acontecimiento, sino en la historia como el proceso humano único, evolutivo y
coherente. Para él, la democracia liberal implica que la sociedad ha llegado al
estadio en que han sido satisfechos sus anhelos más profundos, como lo
sostenían Hegel para la modernidad y Marx para el socialismo. Según este autor,
la resistencia y la lucha de los pueblos han demostrado que la política democrática
y la cultura no tienen un carácter unidimensional, sino múltiples expresiones de
acuerdo a las organizaciones sociales en las distintas zonas planetarias que
occidente ha pretendido eliminar, y que más recientemente, subsumiera en el
conflicto este-oeste y el frente común que logra construir entorno a los valores de
libertad y democracia.

Para una mejor clarificación en este análisis, cabe reseñar el planteamiento


de Fernández y Romero (2002), quien asevera que las identidades colectivas, es
decir, las representaciones de los grupos sociales deben ser interpretadas desde
su sistema socio-histórico y no fuera de este; señalan que en el nivel individual se
presentan como actitudes, gestos, palabras, expresiones, formas de socialización y
demás actuaciones simbolizantes; y en el nivel colectivo se expresan a través de
las relaciones sociales, los comportamientos y prácticas sociales, que asumen
también diversas formas en cada individuo. En ambos casos, las identidades son
organizadas
Tales postulados de Inglehart (1998) han sido objeto de algunos cuestionamientos
importantes; así, Jackman y Millar (1980), y posteriormente Merelmann (1991),
realizan críticas acerca de la interrelación entre la estabilidad y lacultura,
argumentando si más bien, en esta tesis, la estabilidad está relacionada con el
concepto de democracia.

Posteriormente, Putnam (1993), de la Escuela de Harvard, apoyándose en una


polémica investigación de campo realizada en diversas regiones de Italia, estudió
el funcionamiento de los gobiernos, y concluyó que el grado de confianza
interpersonal y la implicación cívica ejercida como participación son determinantes
“Para hacer que la democracia funcione”, tal y como tituló su libro más conocido,
publicado en coautoría Leonardi y Manetti (1993).

En este sentido cabe considerar lo señalado por Inglehart (1990), quien


refiere el cambio de valores sociales y políticos a lo largo del tiempo, de
materialistas a post materialistas; así como el cambio en el enfoque culturalista el
cual sustituye al de la teoría de la elección racional, afirmando que estos últimos
están demasiado centrados en elementos económicos y subestiman los culturales.
Es decir, que en la concepción de cultura política el autor va más allá de la cultura
cívica de Almond y Verba (1963), planteando como elementos esenciales la
confianza interpersonal y ciertos niveles de satisfacción en relación al gobierno.

De igual manera, Putnam (1993) analiza la relación entre la forma y el


funcionamiento de las instituciones públicas y el entorno social, económico y
cultural; es decir, enfatiza que el desempeño de tales instituciones permite
describir nuevas formas de hacer política. Afirma que la presencia de capital social
o una comunidad mucho más comprometida permite explicar las diferencias de las
formas de funcionamiento de tales instituciones; así como la confianza en las
instituciones implica una participación y un sentimiento de eficacia política y
alineamiento con objetivos comunes.

En igual sentido, Fukuyama (1992), plantea que la democracia liberal es la


ideología final inventada por la especie humana, “la forma final de gobierno” y en
consecuencia significa “el fin de la historia”. (Fukuyama; 1992, p. 11). Aun más
allá, Fukuyama (1992, p. 12) advierte que no pensó en el fin de la historia como
acontecimiento, sino en la historia como el proceso humano único, evolutivo y
coherente. Para él, la democracia liberal implica que la sociedad ha llegado al
estadio en que han sido satisfechos sus anhelos más profundos, como lo
sostenían Hegel para la modernidad y Marx para el socialismo. Según este autor,
la resistencia y la lucha de los pueblos han demostrado que la política democrática
y la cultura no tienen un carácter unidimensional, sino múltiples expresiones de
acuerdo a las organizaciones sociales en las distintas zonas planetarias que
occidente ha pretendido eliminar, y que más recientemente, subsumiera en el
conflicto este-oeste y el frente común que logra construir entorno a los valores de
libertad y democracia.

Para una mejor clarificación en este análisis, cabe reseñar el planteamiento


de Fernández y Romero (2002), quien asevera que las identidades colectivas, es
decir, las representaciones de los grupos sociales deben ser interpretadas desde
su sistema socio-histórico y no fuera de este; señalan que en el nivel individual se
presentan como actitudes, gestos, palabras, expresiones, formas de socialización
y demás actuaciones simbolizantes; y en el nivel colectivo se expresan a través de
las relaciones sociales, los comportamientos y prácticas sociales, que asumen
también diversas formas en cada individuo. En ambos casos, las identidades son
organizadas a partir de representaciones cognitivas, de diversas fuentes de
origen, y por las condiciones históricas - materiales concretas.

Sodaro (2004, p. 209) señala que el concepto de cultura política comprende


el sistema de valores, reglas morales, creencias, expectativas y actitudes
compartidas por los miembros de una sociedad con relación al sistema político y al
contexto social; refleja el modo en que las personas piensan y perciben la vida
política. Consiste en una serie de actitudes hacia la autoridad, el gobierno y la
sociedad ampliamente compartidas por la población de un país.
Plantea Sodaro (2004, p. 217) que la cultura política raramente es estática,
los miembros de cualquier generación suelen estar influidos por los eventos
políticos experimentados en su juventud. Cuando sucesivas generaciones
adoptan las actitudes políticas básicas de sus padres con pocos cambios,
obviamente el cambio de la cultura política es leve, pero cuando segmentos clave
de una generación concreta incorporan actitudes políticas diferentes de las de la
generación anterior, la cultura política de ese país cambia en consecuencia.

En igual sentido, Sodaro (2004, p. 213) distingue las dimensiones del


concepto de cultura política en base a actitudes y valores hacia la autoridad, la
sociedad y la política o el Estado. En las actitudes hacia la autoridad refiere la
dicotomía sumiso – rebelde. Las personas pueden mostrarse muy sumisas con la
autoridad (en su familia o en la comunidad política), sintiendo fatalismo y
resignación. En otras, rechazan la autoridad, se muestran rebeldes, y también
puede darse el caso de ser respetuosas, pero no entablan relaciones de autoridad.

En las actitudes hacia la sociedad, por un lado, coexisten individuos muy


cooperativos, con niveles altos de tolerancia, confianza interpersonal, y disposición
al compromiso. Otros pueden ser muy conflictivos, con bajos niveles en los valores
descritos. En cuanto a la etnia wayúu investigada, ellos mismos aseveran ser
solidarios. Este nivel de compromiso, como se explicará, depende directamente de
la reciprocidad obtenida en la dinámica política.

También es importante acotar el argumento de Putnam (1995), quien afirma


que se necesita un mínimo de capital social para que las sociedades estén
sustentadas y para que el gobierno sea legítimo; ese capital social requiere estar
imbuido de normas, instituciones y organizaciones que promueven la confianza y
la cooperación entre todos los miembros de una sociedad que pretende emerger
del caos y saltar al éxito.
OpiniónPor opinión se entiende el dictamen o juicio formulado sobre un
asunto determinado. Al efecto, Habermas (2002) la categoriza como “pública”
cuando ocurre en espacios públicos y es una instancia crítica ante personas,
instituciones o bienes de consumo. Según este autor, el debate sobre críticas y
propuestas de distintos grupos, personas y clases sociales es el que permite el
consenso, sin el cual no es posible la construcción y la legitimación política.

Asimismo, para González (2002) la opinión pública posee un mínimo de dos


componentes complementarios entre si; uno de ellos es el punto de vista
expresado a través de un medio de comunicación y que expone los sentimientos e
intereses de un grupo de poder político o económico o de una minoría de la
sociedad. La opinión pública manifiesta el sentir de un sector y de los intereses de
la sociedad y el diagnóstico que esta hace sobre un tópico determinado.

El segundo componente que, según este autor, integra la opinión pública,


es la acción o la disposición a realizarla, que acompaña a la verbalización. El solo
hecho de emitir una opinión y colocarla en la agenda pública ya es acción; refleja
intención de generar un marco interpretativo que se materialice en movilización de
recursos económicos sociales y políticos en el sentido de la enunciación. En
síntesis, al opinar se está buscando generar una acción sobre el tópico del cual se
está emitiendo un juicio.

En este sentido, es posible medir las dimensiones del fenómeno de la


opinión, las formas en las cuales se manifiesta, cómo es publicitada y las
consecuencias que esta conlleva., en el caso de los Wayúu, implica el análisis del
contenido de las mismas y explorar los liderazgos, la conducta política y social y de
las reacciones que genera esta opinión, mostrando igualmente sus intereses y su
percepción o la imagen que se forjen sobre los asuntos políticos.
2.2.- Valores
Son muchas las acepciones de los términos “valor” y “valores” y todas ellas
se refieren a la apreciación subjetiva hacia un objeto, sea este material o
conceptual y que implican un individuo o grupo social. Para Fabelo (1996), los
valores representan las connotaciones personales o grupales que conducen al
individuo a elegir ciertas metas antes que otras. En la experiencia humana los
valores poseen una cierta fuerza orientadora que inclina al individuo a otorgarle
connotaciones personales a instituciones públicas y al sistema político en general.

Sobre ese marco conceptual puede inferirse que la opinión que tiene un
grupo social está modelada por los valores propios de su cultura y por las actitudes
que estos manifiestan sobre temas específicos, tal como acontece con el pueblo
Wayuu; son conductas aprendidas de la sociedad, asimiladas en el proceso de
socialización.

En este sentido, Varnagy (2002, p. 4), expresa que los valores de la cultura
política de esa sociedad, pueden definirse como el conjunto de principios que rigen
sus conductas ciudadanas y sirven como guías de manera individual y como grupo
social, es decir, se presentan como valores tradicionales (p. 35);
En ese orden de ideas, expresa Sodaro (2004, p. 209) que la democracia
está basada en ideas como la libertad individual, la igualdad, la tolerancia y el
bienestar social, principios estos que se constituyen en la fuente principal de los
valores políticos. De allí que los valores (p. 16), en el criterio del autor, pueden
definirse como principios, ideales o cualidades vitales de índole moral que las
personas mantienen y a los que tratan de ajustar sus comportamientos.

2.3.- Actitudes
Según Anduiza y Bosch (2007, p. 267) son actitudes las orientaciones
estables que los individuos tienen respecto a la política, a los distintos elementos
del sistema político y hacia ellos mismos como actores.
Considera Sodaro (2004, p. 211) que las actitudes de los ciudadanos reflejan
percepciones individuales, y estas están profundamente influidas por las
orientaciones culturales de la sociedad en la que estos individuos viven. Estas
percepciones y actitudes pueden tomar caminos aparentemente irracionales con
consecuencias políticas perturbadoras.
Afirma igualmente Sodaro (2004, p. 212) que muchas personas, cuando se
enfrentan a una información contraria a sus preferencias, opiniones e inclinaciones,
encuentran maneras de ignorar o justificar los mensajes incongruentes con sus
disposiciones previas, en otros casos evitan información que piensan que no encaja
con sus creencias; esto es lo que se llamar según León Festinger (1957) la
disonancia cognitiva.

Asimismo, de acuerdo a lo señalado por Varnagy (2002, p. 4), en las


sociedades se muestran actitudes de una cultura política frente al sistema político y
económico en el cual se desenvuelve, generando acciones intencionadas y
encaminadas al objetivo de cohesionar su grupo, aún con sus diferencias; en
algunos casos se propician acciones tendentes a mantener la cohesión grupal,
conservando sus costumbres, respetando sus ancestros, defendiendo y
custodiando todo aquello que le mantenga identificado con su cultura de origen,
haciendo una valoración positiva de sí mismo.

Expectativas

En materia de expectativas Sodaro (2004, p 211) plantea que las creencias


acerca de lo político influyen en las perspectivas de la gente hacia el
funcionamiento del sistema político y su percepción presente, determinan su visión
a futuro del desenvolvimiento de lo político en lo referente a su participación en el
mismo y hacia la mejora, deterioro o estancamiento de su calidad de vida.

Tradicionalmente los partidos políticos han sido percibidos como


canalizadores de expectativas de cambio, otorgándoseles el rol de convertirse,
según Sodaro (2004, p286) en actores relevantes que sirven de mediadores y
conectan el pueblo y el Estado, organizan y articulan los distintos intereses sociales
y hacen llegar las demandas de la sociedad a las instituciones del gobierno, cuya
respuesta será de provecho o no a los sectores involucrados.

Estos intereses sociales deben estar anclados en las disposiciones


normativas que rigen los destinos del país y de su gente. Cabe preguntarse
cuales son las expectativas de vida de los venezolanos en este momento. ¿Podría
concluirse entonces que, como grupo social hemos visto cifradas nuestras
esperanzas en diferentes personajes, actores o representantes de partidos
políticos? Ha ocurrido que los venezolanos han centrado sus esperanzas, a lo
largo de la historia en distintos personajes que le han ofrecido mejorar nuestra
calidad de vida, pero sin cumplimiento efectivo posterior, lo que ha devenido en
insatisfacción y pérdida de confianza interpersonal.

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