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SOCIOLOGÍA

POLÍTICA
CAPITULO 20

SOCIOLOGÍA POLÍTICA

Luis Moreno

I Sociedad, sociología y politología

Para los impulsores de la moderna teoría social (Tocqueville, Marx, Spencer,

Durkheim, Michels, Mosca, Pareto y Weber, por citar algunos de los más ilustres) 1, la

diferenciación entre sociología y ciencia política no era sustancial. Su objeto de atención

principal era la sociedad, una categoría analítica a estudiar holísticamente. Ellos se

consideraban científicos sociales en su concepción terminológica más amplia. La posterior

compartimentalización académica de las ciencias sociales ha sido efecto y causa de una

mostrenca especialización en sub-áreas de observación a menudo desligadas entre si. Quizá

haya sido la ciencia económica la que haya mostrado un mayor ensimismamiento disciplinar

con la ingente producción de modelos formales que orillan a menudo las varias aportaciones

de la antropología, la ciencia política, la psicología y la sociología.

Tampoco causa extrañeza que la producción científica de los estudiosos de la

sociología política encuentre dificultades de autoubicación disciplinar. En ocasiones sus

trabajos se reclaman acreedores de la sociología, a veces de la politología. Es esta una

bifurcación basada menos en diferencias epistemológicas o analíticas entre ambas disciplinas,

y más en razones profesionales, entre los cuales la segregación de departamentos

universitarios cabe ser destacada2. Sin embargo, la unidad en el ámbito interdisciplinar de la


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sociología política queda reflejada en el hecho de que las dos principales agrupaciones

profesionales internacionales de sociólogos y politólogos (ISA-Asociación Internacional de

Sociología e IPSA-Asociación Internacional de Ciencia Política) compartan un mismo Comité

de Investigación de Sociología Política3.

Cabe definir a la sociología política como el campo de estudio sociológico que

concentra su análisis en la interacción entre política y sociedad. Entre sus objetos y sujetos de

estudio principales se pueden identificar las actitudes y la conducta política, la cultura política,

la sociedad civil, la estratificación política, los movimientos sociales, los grupos de interés, los

partidos políticos, las élites, los autoritarismos y los procesos de democratización, las políticas

de poder y la violencia, y las bases sociales de las políticas públicas, sociales y del bienestar4.

II. Ideas, intereses , instituciones

Las grandes ideas que han jalonado la historia del pensamiento social son recurrentes

en los empeños de los contemporáneos sociólogos de la política. Sería impracticable en un

breve ensayo como el presente efectuar una revisión de aquellas ideas, nociones, conceptos y

categorías analíticas que han ocupado los trabajos y los días de los pensadores sociales de la

política5. Si es factible, empero, un repaso en escorzo de algunas de las ideas que han

reclamado la atención de sociólogos políticos influyentes en nuestro tiempo.

El poder, la autoridad y la influencia han concitado un interés analítico no siempre

reducible al estudio de lo ‘político’ en el seno las instituciones públicas del estado 6. Lo

político está presente también en la estructuración de todos grupos de relevancia social

(familias, empresas o iglesias, pongamos por caso). Recogiendo la tradición sociológica

clásica, el examen de la génesis y los desarrollos de las relaciones de poder --en la confluencia

de lo público y lo privado-- es tarea crucial para el sociólogo político 7. Ello conlleva

igualmente un examen de las acciones de los sujetos de la ‘política’ (burócratas, dirigentes,


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representantes electos) y de los partidos, sindicatos y movimientos sociales. Estos últimos en

pro del feminismo, del ecologismo, del pacifismo y, en general, las asociaciones cívicas y

voluntarias agrupan sectores de la ciudadanía que no se identifican necesariamente con los

partidos políticos tradicionales. El examen de la composición y acción de los actores y élites -

generalmente a través de su acción en grupos y organizaciones de diversa naturaleza-- es

crucial en el entendimiento de las relaciones del poder político y en la articulación de los

intereses societarios8.

El pluralismo organizativo es un rasgo característico de las democracias

contemporáneas. Quizá haya sido Robert Alan Dahl9 uno de los científicos sociales que con

mayor clarividencia ha teorizado y analizado sobre la existencia de intereses diferenciados y,

por ende, de las diversas interpretaciones del bien público o interés colectivo. Dentro del

‘juego pluralístico’, Dahl ha observado cómo en las modernas democracias la igualdad

individual entre ciudadanos suele ser sustituida por una paridad concurrencial entre

organizaciones de individuos. Tal igualdad entre grupos se ha convertido en las sociedades

capitalistas avanzadas como un equivalente funcional de la igualdad entre ciudadanos. El

pluralismo de tipo ‘secundario’ ha imposibilitado a menudo la ‘tiranía’ de las mayorías pero

ha permitido un protagonismo excesivo a ciertas minorías concentradas y fuertemente

organizadas.

Las interacciones entre los diferentes sectores y ámbitos societarios son múltiples. La

legitimación del orden social --del cual las instituciones democráticas son sólo una parte--

requiere también de una atención múltiple del investigador social en los procesos de

consolidación democrática. Recuérdese que el poder en las democracias es plural,

desconcentrado y se difunde funcional y territorialmente. Ello es resultado de los conflictos y

necesarios compromisos entre los numerosos grupos involucrados en su apropiación,

distribución y ejercitación. En ocasiones se ha descrito dicha situación como de ‘poliarquía’

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para significar los grados de pluralismo presentes en las sociedades democráticas

contemporáneas10.

A fin y efecto de superar imposiciones o hegemonías en las poliarquías, las prácticas

consociacionales han procurado la consecución de acuerdos estables y duraderos que

favorezcan la gobernabilidad democrática11. En contraposición a las democracias mayoritarias,

aquellas consociacionales responden a texturas sociales y sistemas de valores plurales, aunque

su manifestación política no se articule territorialmente como en el caso de las federaciones o

sistemas federales.

Dahl ha considerado que el pluralismo requiere de una regulación pública que sea

capaz de equilibrar los intereses funcionales, además de facilitar la agregación de intereses

difusos. Precisamente en aquellas democracias donde los intereses difusos no consiguen dar

vida a mayorías sociales coherentes, se generan condiciones favorables a los intereses de las

minorías más fuertes. Para Dahl en las democracias contemporáneas no se puede establecer

apriorísticamente el bien público o interés colectivo. En todo caso, la renuncia a la idea

preconcebida del bien público debe acompañarse de una acción permanente por la

consecución de marcos institucionales que mejor faciliten su búsqueda. Como liberal

progresista, Dahl ha incorporado generalmente en sus análisis y proposiciones teóricas una

visión pragmática característica de la moderna escuela filosófica norteamericana. Las

instituciones, por tanto, deben favorecer la cooperación entre los individuos y garantizar que

las decisiones más justas se impongan sobre los intereses particularistas de los grupos no por

más minoritarios menos poderosos.

En línea con lo anterior cabe subrayar el interés durante los últimos decenios de los

sociólogos políticos por la comprensión y explicación de la acción colectiva de grupos y

organizaciones en las democracias contemporáneas12. Entre las escuelas más fértiles destaca el

neocorporatismo, el cual se contrapone al viejo 'corporativismo' inspirador de los fascismos

europeos del período de entreguerras, y doctrina de vocación autoritaria y conservadora. El


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neocorporatismo, o moderno corporatismo, hace referencia a un fenómeno económico,

político y cultural de carácter pluralista o democrático que articula el orden social

contemporáneo. Tal visión hunde sus raíces en la corriente de sociología clásica iniciada por

Durkheim que ha teorizado alternativas asociativas a la disgregación social impuesta por el

capitalismo.

Ya durante los años 50 y 60, y bajo el impulso de Robert Merton se desarrolló en los

Estados Unidos una importante corriente de estudios de las organizaciones formales 13. Las

especulaciones sobre corporatismo, neocorporatismo y sociedad corporativa14 encontraron una

vinculación con la obra weberiana concerniente a los aparatos burocráticos y empresariales de

control. Durante los decenios de los años 70 y 80 el interés de los sociólogos políticos por el

corporatismo se concentró en la génesis, formulación y aplicación de grandes pactos entre

grupos y agentes sociales para la resolución de conflictos sociales. En concreto, las

negociaciones y acuerdos democráticos entre patronales, sindicatos y gobiernos en la fijación

de políticas económicas para combatir la inflación y asegurar un crecimiento sostenido fueron

objeto de numerosos estudios empíricos y propuestas teóricas explicativas.

El hecho de que las prácticas neocorporatistas se efectuasen mediante procedimientos

en paralelo a los habituales de la democracia representativa no cabe ser interpretado como una

menor atención de sociólogos y politólogos hacia las tradicionales instituciones de

concurrencia partidaria, y aquellas de índole política que afectan en mayor medida la vida

pública (gobiernos, magistraturas y parlamentos). En no pocos países democráticos avanzados

han sido precisamente los particulares entramados institucionales nacionales los grandes

condicionadores en la fijación y negociación de los acuerdos entre las grandes corporaciones

sociales.

El neoinstitucionalismo se inscribe en esta corriente de revitalización conceptual y

analítica. La mayor parte de las propuestas descriptivas y normativas neoinstitucionalistas se

generaron inicialmente en los círculos académicos norteamericanos como new


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institutionalism. Señala dicha escuela de pensamiento, en sus tres variantes más características

(sociológica, de elección racional e histórica), que las instituciones moldean las preferencias y

objetivos de los actores en los procesos decisionales, particularmente los políticos y

organizativos. Además, mediante el establecimiento de las ‘reglas del juego’ de poder e

influencia, se condicionan igualmente los resultados de dichos procesos.15

En su vertiente más sociológica, el neoinstitucionalismo entiende que las decisiones

individuales son el producto no sólo de entramados institucionales sino de marcos de

referencia de mayor amplitud social. Los individuos se encuentran encajados (‘embedded’) en

contextos culturales y organizativos que prefiguran los propios conceptos de ‘autointerés’ y

‘utilidad’. El concepto de ‘embededness’ subraya los decisivos roles que la cultura, las

relaciones sociales, la identidad grupal y la actividad económica juegan en la conformación de

los intereses de las personas y en el cariz estructurante o contingencial de su conducta política.

III. Conducta política y estudios comparativos

Ya en el período de entreguerras la sociología electoral y la politología en Estados

Unidos se habían desarrollado considerablemente teniendo a la ‘conducta política’ como

objeto principal de investigación. Estudios sobre las pautas de comportamiento de los

votantes, la identificación partidaria, o las actitudes y opiniones ciudadanas sobre políticas,

programas y asuntos de interés electoral se multiplicaron. El behavioural movement enfatizaba

la necesidad de observar y explicar las acciones políticas de los ciudadanos subyacentes a los

entramados institucionales.

En relación a los estudios electorales, la necesidad de disponer de amplios datos

sociodemográficos propició una considerable expansión profesional y académica con el

desarrollo de numerosas consultorías demoscópicas y laboratorios de análisis de voto.

Alienamientos y desalineamientos electorales fueron interpretados en referencia a la clase, la

estructura ocupacional, la generación, el género o la religión. En este sentido, cabe argüir que
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la expresión‘sociología de la política’ 16 --o aún ‘sociología de los políticos-- quizá describiese

mejor la variada panoplia temática involucrada en el análisis conductista de representantes y

representados de las democracias contemporáneas.

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