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El camino de la persona

Yáñez, E. (2004). Crisis y esperanza, Una mirada antropológica y ética al hombre


contemporáneo. RIL Editores, Santiago. Pp. 217-227.

¿Soy feliz? Una pregunta incomoda

Es un acto de prudencia preguntarnos cada cierto tiempo por el sentido de nuestras vidas,
es decir, buscar las razones por las cuales hacemos o dejamos de realizar ciertas acciones.

Hubo una época en que tuvimos muchas y grandes preguntas (existenciales), y nos
angustiaba no encontrar las respuestas. Hoy tenemos millones de respuestas almacenadas
en gigantescas bases de datos y, sin embargo, paradojalmente no somos más felices que
antes, pues, entre otras cosas, no sabemos qué hacer con tantas respuestas.

A medida que la ciencia y la técnica fueron avanzando, proporcionándonos mayor


comodidad material; a medida que el consumo se masificó, otorgándonos mayor
bienestar; a medida que la mentalidad economicista fue monopolizando nuestras vidas,
fuimos abandonando las preguntas fundamentales.

¿Para qué sirven, entonces, las preguntas?


Sirven como antídoto a la soberbia de creer tener todo resuelto y perfectamente
organizado. Podríamos afirmar que la pandemia del Covid-19 que asola a la humanidad
ha sido un duro golpe para aquellos que creen tener todo bajo control.

Son útiles para recordarnos que una de las manifestaciones propias de nuestra
racionalidad es la capacidad de cuestionarnos, y ello nos diferencia, entre otras cosas, de
los animales.

Sirven para mostrarnos el camino que debemos recorrer con humildad y asombro hacia
nuestro fin último. Necesitamos volver a preguntarnos sobre el sentido de nuestra
existencia, sin olvidar que la respuesta no la encontraremos en Wikipedia. Las respuestas
anidan en nuestro interior.

Inclinación natural a ser feliz:

Nada es más natural al hombre que ser feliz, y nada es más complejo, especialmente en
estos días, que alcanzar un estado de relativa plenitud que solemos llamar felicidad, “vida
lograda”, “vida buena”. Es evidente que todos buscamos ser felices, y en virtud de ello
encaminamos nuestros actos en procura de ese fin último.

No hay felicidad sin filosofar:

La pregunta por la felicidad es una pregunta existencial y/o filosófica, en la medida que
busca dar sentido y razón a nuestras acciones. Tarde o temprano aflora en nuestras vidas
la pregunta por el sentido. Tenemos una vocación (a la cual todos estamos llamados)
irrefrenable hacia la plenitud.

Filosofía y Felicidad:

Ser feliz no es sinónimo de existir. La felicidad requiere del trabajo de la inteligencia y la


voluntad. La inteligencia me presenta el bien verdadero y la voluntad quiere ese bien.

Tales de Mileto: La buena salud, el buen éxito en la vida y en la propia formación,


constituyen según el filósofo de Mileto, los elementos de la felicidad, inherentes a la
situación del hombre en el mundo y entre los otros hombres.

Demócrito: la medida del placer y la proporción de la vida, o sea, como el mantenerse


alejado de todo defecto y de todo exceso. Según él, felicidad e infelicidad pertenecen al
alma, ya que sólo el alma es la morada de nuestro destino.

Ya en Sócrates la felicidad es un estado del alma y no un mero sentimiento, vinculado


con la voluntad divina, pues ella supone estar atento a la voluntad de los dioses, que se
impone a voluntad humana.

Para Platón, la felicidad es posible cuando el hombre puede contemplar las esencias de
las cosas que para este filósofo son las ideas que provienen de un dios. Ideas
aprehendidas por la razón, más allá de la ilusión que nos ofrecen nuestros sentidos. Platón
negó que la felicidad consistiera en el placer y, en cambio, la consideró relacionada a la
virtud: son denominados felices los que poseen bondad y belleza.

Aristipo (435 a. C. - 350 a. C.) postula que la felicidad es el sistema de los placeres, es
decir, distingue entre el placer y la felicidad. Sólo el placer es el bien, porque solamente
él es deseado por sí mismo y, por lo tanto, es el fin en sí: el fin es el placer particular.

Aristóteles enseñará que la felicidad es aquello que se busca por sí mismo y que se
encuentra en la contemplación de la verdad, por lo que, podemos deducir, ella estaba
reservada a unos pocos, principalmente a los filósofos, buscadores de la verdad.

“felicidad no es un hábito o una disposición, más bien se la debe considerar como una
actividad deseable por sí misma y no por causa de otra cosa, porque la felicidad no
necesita de nada, se basta a sí misma. Ahora bien, se eligen por sí mismas aquellas
actividades en que no se busca nada fuera de la misma actividad. Tales parecen ser las
acciones virtuosas, pues el hacer lo que es honesto y bueno pertenece al número de las
cosas deseables por sí mismas” Aristóteles, Ética Nicomáquea, 1098a 16 – 18.

Con el advenimiento del cristianismo, para autores como Agustín o Tomás de Aquino, la
felicidad plena se encuentra en Dios.
San Agustín: la felicidad es el estado subjetivo del hombre que ha alcanzado su fin o el
estado de aquel que tiene todo lo que quiere, es decir, una persona que independiente de
sus condiciones materiales, sociales, intelectuales, está colmado de Dios.
En sus Confesiones nos dice:
“La misma felicidad no es otra cosa que gozar de ti, para ti y por ti(90). Esta es la
verdadera felicidad y no hay otra. Los que piensan que hay otra clase de felicidad, buscan
otro gozo que no es el verdadero” (Libro X, Cap. XII, 32).
“La vida feliz es el gozo en la verdad, y gozarse en la verdad es gozarse en ti, ¡oh Dios,
que eres la verdad, luz mía, y salud de mi rostro, Dios mío! Esta es la felicidad que todos
buscan. Todos la desean, la única feliz. Todos quieren el gozo en la verdad” (Libro X,
Cap. XIII, 33).

Sto. Tomás: la felicidad es ese estado de posesión de todos los bienes y que sólo se
alcanza en Dios, es decir, en la otra vida.

El vocablo latino para designar la felicidad es felicitas, que se asocia con tener un buen
destino, una buena estrella (Cicerón), o cierta prosperidad. Felicitas proviene a su vez de
felix, que significa “fértil”, “fecundo”, “fructífero”. Es una palabra de origen agrícola. Un
hombre feliz es, entonces, una persona que ha tenido una vida fecunda, fructífera.

Thomas Hobbes (1588-1679):


“La felicidad en esta vida no consiste en la serenidad de una mente satisfecha; porque no
existe el finis ultimus (propósitos finales) ni el summun bonus (bien supremo), de que
hablan los libros de los filósofos moralistas (...). La felicidad es un continuo progreso de
los deseos, de un objeto a otro, ya que la consecución del primero no es otra cosa sino un
camino para realizar otro ulterior”.
Hobbes,T., El Leviatán, Editorial Universitaria, Universidad de Puerto Rico, San Juan
1995, pág. 87.
La felicidad es imposible, y “la vida del hombre es solitaria, pobre, desagradable, brutal y
breve”.

Locke nos habla de la felicidad “inmediata”, que él identifica con la ausencia de malestar:
Una parte muy pequeña de nuestra vida está exenta de tales molestias, como para
permitirnos sentir la atracción de un bien ausente que se muestra como remoto.

Jean Jacques Rousseau (1712-1778), la felicidad es una utopía, pues la verdadera


felicidad, fundada en costumbres morales se alcanza de modo comunitario, y ello es una
utopía, pues la sociedad hace esclavos, y por extensión infelices a los hombres.

Kant: se alcanza la felicidad cuando nuestros deseos y proyectos son alcanzados durante
nuestra vida. La felicidad es entonces un resorte “exclusivo” del hombre, sólo depende de
él. Para Kant el fin último de la vida no es ser feliz, sino actuar con buena voluntad, una
voluntad que es buena en la medida que está ordenada y conducida por las capacidades
racionales del individuo.

Nietzsche (1844 – 1900):


“¿Qué es bueno? Todo lo que eleva el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el
poder mismo en el hombre. ¿Qué es malo? Todo lo que procede de la debilidad. ¿Qué es
la felicidad? El sentimiento de que el poder crece, de que una resistencia queda superada.
No apaciguamiento, sino más poder; no paz, ante todo, sino guerra; no virtud, sino vigor
(...). Los débiles y malogrados deben perecer: artículo primero de nuestro amor al
hombre. Y además se debe ayudarlos a perecer”.
Friedrich Nietzsche, El Anticristo, Editorial Alianza, Madrid 1994, pág. 28.

Richard Rorty (1931-2007): Si Aristóteles se pregunta ¿qué es la felicidad?, san Agustín,


¿cuál es la verdadera felicidad? Y Kant ¿cómo llegar a ser digno de la felicidad?, Rorty
se pregunta: ¿cómo crear mi propia felicidad y la de los demás en una sociedad pluralista
y democrática? Rorty asume que la felicidad se alcanza individualmente, sin los otros, o
incluso a pesar de los otros.

Julián Marías (1914–2005) en su libro La felicidad Humana plantea que la felicidad es un


“imposible necesario”(98). Para este filósofo español la felicidad es imposible de
alcanzar plenamente y lo sabemos. Sin embargo, es un ideal necesario que buscamos con
mayor o menor esperanzas de alcanzar. Aunque nunca va a ser plena y absoluta, la
buscamos incansablemente. Es un “imposible necesario”.

¿Quién tiene la razón?

¿Qué es la felicidad?
Sin paciencia, sin algo de talento, sin una dosis de sacrificio, sin una pizca de renuncia,
otro tanto de planificación, de proyección, y sin premura por el tiempo, es muy difícil
crear una obra maestra; es muy difícil alcanzar la perfección. Y la felicidad es una suerte
de obra maestra en la medida que ella supone una existencia buena, verdadera y bella. No
basta, entonces, con existir para ser feliz, se requiere de un trabajo de la inteligencia y la
voluntad.

La felicidad no es el producto de la espontaneidad. Una obra maestra no es producto del


puro talento, de la improvisación o de la intuición.

La felicidad, que se la ha convertido en un estado puramente subjetivo, emocional, en


donde no existe ningún parámetro objetivo para medirla, y por lo tanto, ser feliz es lo que
cada uno entiende por ser feliz (hasta que la propia vida nos restriega en la cara lo
contrario). Los pilares de la existencia no anclan ya en la realidad, sino en la conciencia
del individuo.

La “vida buena” es reemplazada por la “buena vida”. La razón cede sus derechos a la
imaginación, a la pasión, al sentimiento. Así las cosas, la felicidad es lo que cada cual
llama felicidad, convirtiéndose, así, en un peligro, pues, más temprano que tarde, no es
capaz de cumplir lo que promete con la consiguiente frustración del individuo.

Pareciera ser que cualquier camino, es decir, cualquier forma o actitud frente a la vida
nos conduce a la tan anhelada felicidad, sin mayor esfuerzo (a lo más económico).
Podemos suponer entonces, que estado de plenitud se alcanza de manera totalmente
independiente del modo de vida que cada uno escoja. ¿Es tan Así?
En el actual “mercado de las ideas”, aparece con una alta demanda el hedonismo. Fieles a
esta filosofía de vida, organizamos nuestra vida procurando evitar el dolor y buscando el
placer; procuramos “gozar de la vida”, esto es, satisfacer la mayor cantidad de deseos
posibles o maximizar nuestro placer y minimizar el dolor.

Freud (1856-1939). Este famoso psiquiatra austriaco afirmaba que la felicidad consiste en
la libre satisfacción de las necesidades materiales y/o biológicas que son las únicas que él
admite. No satisfacerlas gatilla un conflicto personal, como la neurosis.

Pero ¿qué tiene de malo “pasarlo bien”? Nada por supuesto, siempre y cuando esta
actitud considere el placer como un medio y no como un fin en sí mismo. El placer por su
naturaleza es siempre momentáneo.

El placer, en su justa medida y orden, es no sólo deseable, sino, además, necesario. La


diversión que viene del latín divertere y significa apartarse, desviarse, salirse de lo que
estábamos haciendo, es absolutamente necesaria para la vida.

Una vida virtuosa no elimina ni la diversión ni el ocio que producen placer. Lo que
debemos evitar es el hedonismo que nos “vende” una falsa felicidad, hecha a la medida
de nuestros deseos y/o caprichos, indolora, fácil de alcanzar, sin renuncia, sin
mortificaciones y por supuesto, a “bajo costo”.

Nos atrapa la ilusión de que, adquiriendo, consumiendo y desechando bienes materiales y


sensibles podemos alcanzar la felicidad. El problema no es adquirir bienes, es el afán
inmoderado o desordenado de adquirirlos. La publicidad(109) se encarga la mayoría de
las veces de asociar la idea de consumo con éxito, poder, estatus social y como corolario
de felicidad.

Ocultamos nuestro miedo a preguntarnos por nuestra vida y nuestro destino, nuestro
miedo a preguntarnos: ¿soy feliz?

Un mundo que va muy de prisa, necesita de una “felicidad ya hecha”, “instantánea”, o a


corto plazo, “envasada” y de consumo rápido, que no nos implique esfuerzo. la idea de un
bien arduo y difícil de conseguir prácticamente ya no tiene cabida. En la actualidad la
sociedad se organiza para facilitarle la vida al hombre.

Hay un gran acuerdo: a) Todas las personas buscan ser felices; b) La felicidad sólo es
posible en los seres racionales. Los animales no son susceptibles de ser felices. ) la
felicidad, entonces, no se la puede reducir, a momentos pasajeros de alegría, por la
satisfacción de un deseo particular.

La felicidad es un estado permanente del alma, en el cual la voluntad se encuentra


saciada. Ella no desea nada más, porque se poseen todos los bienes. El problema se
presenta cuando se trata de precisar su contenido, es decir, cual es el objeto capaz de
saciar la voluntad y producir ese estado del alma.
Ningún bien particular puede saciar la voluntad que apetece el bien universal. Esto sólo
puede hacerlo Dios. Lo recién señalado no implica que se desconozca la necesidad de
algunos bienes exteriores necesarios para alcanzar la felicidad, que Aristóteles
identificaba con una riqueza suficiente que permita el ocio para poder filosofar o
participar en la polis, y que nosotros identificaríamos con los bienes materiales necesarios
para llevar una vida digna.

La felicidad radica en el “ser”, pero requiere de un cierto “tener”. ¿Cuáles serían estos
bienes capaces de entregar cierta plenitud al ser humano? Son de tres tipos: a) bienes del
cuerpo, es decir, la salud, b) bienes exteriores (materiales), vale decir, aquellos
suficientes para satisfacer las necesidades básicas, como alimentación, salud, vivienda
digna, educación, c) bienes del alma, como el amor, tener amigos, una buena familia.

Ser virtuoso cuesta trabajo. La vida buena o feliz supone la autorrealización de la


persona, es decir, una vida plena, que admite el fracaso, el dolor y el sufrimiento, no para
quedarse en ellos, sino para crecer y aprender de ellos, dándoles verdadero sentido.

No podemos ser felices sin amor. Este es un dato de la experiencia, no una teoría
filosófica. El amor da sentido a nuestras vidas, pues querer el bien del otro por el otro
mismo (esposa/o, hijos/ as, amigos, colegas, etc.), y alegrarse por sus logros, es a lo que
estamos llamados. La constante sospecha ante cualquiera que se me acerca o quiere
recorrer conmigo el camino, hace imposible la felicidad.

¿Cuándo la pregunta por la felicidad se vuelve incomoda? Cuando nos enfrenta a una
existencia artificial, cuando devela una vida de apariencias, cuando nos sitúa ante el
espejo de nuestras propias miserias. Es una pregunta incomoda, porque la hacemos en
soledad, a puertas cerradas.

Ser feliz, significa vivir bien y en el bien, vivir verdaderamente, no de las apariencias,
vivir bellamente, vale decir, llevar una vida equilibrada, íntegra, armónica.

La felicidad, en cuanto fin último del hombre, es una suerte de obra maestra existencial,
que requiere de tiempo, paciencia, sacrificios, renuncia, perseverancia, ayuda,
inteligencia, voluntad, cierta dosis de talento y de fortuna.

¿Podemos ser felices en esta vida?

La perfección de nuestro estado presente, es orientarse hacia la otra vida, recordando


siempre que somos peregrinos en esta tierra.

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