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Es un acto de prudencia preguntarnos cada cierto tiempo por el sentido de nuestras vidas,
es decir, buscar las razones por las cuales hacemos o dejamos de realizar ciertas acciones.
Hubo una época en que tuvimos muchas y grandes preguntas (existenciales), y nos
angustiaba no encontrar las respuestas. Hoy tenemos millones de respuestas almacenadas
en gigantescas bases de datos y, sin embargo, paradojalmente no somos más felices que
antes, pues, entre otras cosas, no sabemos qué hacer con tantas respuestas.
Son útiles para recordarnos que una de las manifestaciones propias de nuestra
racionalidad es la capacidad de cuestionarnos, y ello nos diferencia, entre otras cosas, de
los animales.
Sirven para mostrarnos el camino que debemos recorrer con humildad y asombro hacia
nuestro fin último. Necesitamos volver a preguntarnos sobre el sentido de nuestra
existencia, sin olvidar que la respuesta no la encontraremos en Wikipedia. Las respuestas
anidan en nuestro interior.
Nada es más natural al hombre que ser feliz, y nada es más complejo, especialmente en
estos días, que alcanzar un estado de relativa plenitud que solemos llamar felicidad, “vida
lograda”, “vida buena”. Es evidente que todos buscamos ser felices, y en virtud de ello
encaminamos nuestros actos en procura de ese fin último.
La pregunta por la felicidad es una pregunta existencial y/o filosófica, en la medida que
busca dar sentido y razón a nuestras acciones. Tarde o temprano aflora en nuestras vidas
la pregunta por el sentido. Tenemos una vocación (a la cual todos estamos llamados)
irrefrenable hacia la plenitud.
Filosofía y Felicidad:
Para Platón, la felicidad es posible cuando el hombre puede contemplar las esencias de
las cosas que para este filósofo son las ideas que provienen de un dios. Ideas
aprehendidas por la razón, más allá de la ilusión que nos ofrecen nuestros sentidos. Platón
negó que la felicidad consistiera en el placer y, en cambio, la consideró relacionada a la
virtud: son denominados felices los que poseen bondad y belleza.
Aristipo (435 a. C. - 350 a. C.) postula que la felicidad es el sistema de los placeres, es
decir, distingue entre el placer y la felicidad. Sólo el placer es el bien, porque solamente
él es deseado por sí mismo y, por lo tanto, es el fin en sí: el fin es el placer particular.
Aristóteles enseñará que la felicidad es aquello que se busca por sí mismo y que se
encuentra en la contemplación de la verdad, por lo que, podemos deducir, ella estaba
reservada a unos pocos, principalmente a los filósofos, buscadores de la verdad.
“felicidad no es un hábito o una disposición, más bien se la debe considerar como una
actividad deseable por sí misma y no por causa de otra cosa, porque la felicidad no
necesita de nada, se basta a sí misma. Ahora bien, se eligen por sí mismas aquellas
actividades en que no se busca nada fuera de la misma actividad. Tales parecen ser las
acciones virtuosas, pues el hacer lo que es honesto y bueno pertenece al número de las
cosas deseables por sí mismas” Aristóteles, Ética Nicomáquea, 1098a 16 – 18.
Con el advenimiento del cristianismo, para autores como Agustín o Tomás de Aquino, la
felicidad plena se encuentra en Dios.
San Agustín: la felicidad es el estado subjetivo del hombre que ha alcanzado su fin o el
estado de aquel que tiene todo lo que quiere, es decir, una persona que independiente de
sus condiciones materiales, sociales, intelectuales, está colmado de Dios.
En sus Confesiones nos dice:
“La misma felicidad no es otra cosa que gozar de ti, para ti y por ti(90). Esta es la
verdadera felicidad y no hay otra. Los que piensan que hay otra clase de felicidad, buscan
otro gozo que no es el verdadero” (Libro X, Cap. XII, 32).
“La vida feliz es el gozo en la verdad, y gozarse en la verdad es gozarse en ti, ¡oh Dios,
que eres la verdad, luz mía, y salud de mi rostro, Dios mío! Esta es la felicidad que todos
buscan. Todos la desean, la única feliz. Todos quieren el gozo en la verdad” (Libro X,
Cap. XIII, 33).
Sto. Tomás: la felicidad es ese estado de posesión de todos los bienes y que sólo se
alcanza en Dios, es decir, en la otra vida.
El vocablo latino para designar la felicidad es felicitas, que se asocia con tener un buen
destino, una buena estrella (Cicerón), o cierta prosperidad. Felicitas proviene a su vez de
felix, que significa “fértil”, “fecundo”, “fructífero”. Es una palabra de origen agrícola. Un
hombre feliz es, entonces, una persona que ha tenido una vida fecunda, fructífera.
Locke nos habla de la felicidad “inmediata”, que él identifica con la ausencia de malestar:
Una parte muy pequeña de nuestra vida está exenta de tales molestias, como para
permitirnos sentir la atracción de un bien ausente que se muestra como remoto.
Kant: se alcanza la felicidad cuando nuestros deseos y proyectos son alcanzados durante
nuestra vida. La felicidad es entonces un resorte “exclusivo” del hombre, sólo depende de
él. Para Kant el fin último de la vida no es ser feliz, sino actuar con buena voluntad, una
voluntad que es buena en la medida que está ordenada y conducida por las capacidades
racionales del individuo.
¿Qué es la felicidad?
Sin paciencia, sin algo de talento, sin una dosis de sacrificio, sin una pizca de renuncia,
otro tanto de planificación, de proyección, y sin premura por el tiempo, es muy difícil
crear una obra maestra; es muy difícil alcanzar la perfección. Y la felicidad es una suerte
de obra maestra en la medida que ella supone una existencia buena, verdadera y bella. No
basta, entonces, con existir para ser feliz, se requiere de un trabajo de la inteligencia y la
voluntad.
La “vida buena” es reemplazada por la “buena vida”. La razón cede sus derechos a la
imaginación, a la pasión, al sentimiento. Así las cosas, la felicidad es lo que cada cual
llama felicidad, convirtiéndose, así, en un peligro, pues, más temprano que tarde, no es
capaz de cumplir lo que promete con la consiguiente frustración del individuo.
Pareciera ser que cualquier camino, es decir, cualquier forma o actitud frente a la vida
nos conduce a la tan anhelada felicidad, sin mayor esfuerzo (a lo más económico).
Podemos suponer entonces, que estado de plenitud se alcanza de manera totalmente
independiente del modo de vida que cada uno escoja. ¿Es tan Así?
En el actual “mercado de las ideas”, aparece con una alta demanda el hedonismo. Fieles a
esta filosofía de vida, organizamos nuestra vida procurando evitar el dolor y buscando el
placer; procuramos “gozar de la vida”, esto es, satisfacer la mayor cantidad de deseos
posibles o maximizar nuestro placer y minimizar el dolor.
Freud (1856-1939). Este famoso psiquiatra austriaco afirmaba que la felicidad consiste en
la libre satisfacción de las necesidades materiales y/o biológicas que son las únicas que él
admite. No satisfacerlas gatilla un conflicto personal, como la neurosis.
Pero ¿qué tiene de malo “pasarlo bien”? Nada por supuesto, siempre y cuando esta
actitud considere el placer como un medio y no como un fin en sí mismo. El placer por su
naturaleza es siempre momentáneo.
Una vida virtuosa no elimina ni la diversión ni el ocio que producen placer. Lo que
debemos evitar es el hedonismo que nos “vende” una falsa felicidad, hecha a la medida
de nuestros deseos y/o caprichos, indolora, fácil de alcanzar, sin renuncia, sin
mortificaciones y por supuesto, a “bajo costo”.
Ocultamos nuestro miedo a preguntarnos por nuestra vida y nuestro destino, nuestro
miedo a preguntarnos: ¿soy feliz?
Hay un gran acuerdo: a) Todas las personas buscan ser felices; b) La felicidad sólo es
posible en los seres racionales. Los animales no son susceptibles de ser felices. ) la
felicidad, entonces, no se la puede reducir, a momentos pasajeros de alegría, por la
satisfacción de un deseo particular.
La felicidad radica en el “ser”, pero requiere de un cierto “tener”. ¿Cuáles serían estos
bienes capaces de entregar cierta plenitud al ser humano? Son de tres tipos: a) bienes del
cuerpo, es decir, la salud, b) bienes exteriores (materiales), vale decir, aquellos
suficientes para satisfacer las necesidades básicas, como alimentación, salud, vivienda
digna, educación, c) bienes del alma, como el amor, tener amigos, una buena familia.
No podemos ser felices sin amor. Este es un dato de la experiencia, no una teoría
filosófica. El amor da sentido a nuestras vidas, pues querer el bien del otro por el otro
mismo (esposa/o, hijos/ as, amigos, colegas, etc.), y alegrarse por sus logros, es a lo que
estamos llamados. La constante sospecha ante cualquiera que se me acerca o quiere
recorrer conmigo el camino, hace imposible la felicidad.
¿Cuándo la pregunta por la felicidad se vuelve incomoda? Cuando nos enfrenta a una
existencia artificial, cuando devela una vida de apariencias, cuando nos sitúa ante el
espejo de nuestras propias miserias. Es una pregunta incomoda, porque la hacemos en
soledad, a puertas cerradas.
Ser feliz, significa vivir bien y en el bien, vivir verdaderamente, no de las apariencias,
vivir bellamente, vale decir, llevar una vida equilibrada, íntegra, armónica.
La felicidad, en cuanto fin último del hombre, es una suerte de obra maestra existencial,
que requiere de tiempo, paciencia, sacrificios, renuncia, perseverancia, ayuda,
inteligencia, voluntad, cierta dosis de talento y de fortuna.