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que alegría
Nina Buday
Dentro de la espiritualidad cristiana, Dios es la propia felicidad, pues Él es la realización plena del
ser y la felicidad consiste en realizarse plenamente.
La felicidad, por lo tanto, tiene que ver con la intensidad con la que somos.
Está claro que también hay momentos, y son muchos, en los que la felicidad coincide con la
alegría, pero felicidad y alegría no son lo mismo. La alegría es un estado de buen humor, de
sentimientos “ligeros”; por eso mismo, es una “sensación” que viene y va.
Actualmente incluso se pretenden establecer indicadores para medir la felicidad de las personas
o buscar en las neurociencias la respuesta a preguntas que siempre acompañan la existencia
humana: ¿Qué es la felicidad? ¿Cómo se puede ser feliz?
Los antiguos filósofos griegos criticaron el modo de vida hedonista y la voracidad sin límite,
profundizaron en el concepto de felicidad como armonía del alma y como “justa medida” de la
justicia. La felicidad no era para ellos un “tener”, porque no depende de la posesión de
determinadas cosas, sin importar las que sean, sino que es un modo de ser del hombre y
depende de la manera con la que se relaciona con las cosas. La felicidad (eudaimonía) para
Platón no consiste en lo que uno tiene, sino en lo que se es.
Para Aristóteles la felicidad deriva de la contemplación de la verdad, fruto del nivel más alto del
conocimiento: “Cuanto más se extiende la contemplación, tanto más se extiende la felicidad, y a
quienes pertenece en mayor medida la contemplación, pertenece en mayor medida, además, la
felicidad” (Ética a Nicómaco, 1178b).
Epicuro hizo una escala jerárquica de necesidades y placeres, estableciendo que las necesidades
naturales y necesarias tienen un límite, pero las no necesarias no tienen límites, son como pozos
sin fondo, que aumentan la voracidad insaciable con exigencias cada vez más opresivas que
terminan haciendo infeliz al hombre. Sería como un círculo mortal donde lo necesario ya no
basta y se lo considera demasiado poco y se experimenta que nada alcanza.
Séneca invitaba a encontrar la alegría verdadera en el interior y no en las cosas que deseamos y
con gran ironía consideraba felices a los que son tenidos por más infelices, al igual que infelices a
los que son tenidos por los más felices. ¿Cuántos hombres y mujeres “exitosos” que no son
felices hoy?
Los grandes pensadores de la antigüedad al igual que las grandes tradiciones religiosas siempre
entendieron que la felicidad no depende del tener, sino del ser.
Cada situación en la vida, por más dura y difícil que sea es una llamada a responder desde la
libertad personal, de la cual siempre somos responsables. Hay que hacerse cargo de las propias
decisiones. No sentirme víctima de los acontecimientos, sino protagonista de cada una de esas
situaciones en las que he de decidir cómo vivir. Frankl escribe que la única libertad que a nadie
se le puede arrebatar es la de decidir interiormente, por la cual podemos elegir la actitud con la
que vivimos situaciones que externamente no se pueden cambiar.
El ser humano, si quiere, es capaz de desprenderse de muchas cosas que lo harán más libre
interiormente. Pero no solo es capaz de desprenderse, sino de autotrascenderse, de salir de sí
mismo hacia el otro, hacia valores más altos.
Según Frankl cuanto más el hombre busca su propia felicidad, entendida cómo búsqueda de
bienestar, más se diluye y se pierde a sí mismo, haciéndose infeliz. La felicidad para él no es algo
buscado en sí mismo, sino la consecuencia de una vida con sentido, de una vida orientada más
allá de uno mismo (autotrascendencia).
Las personas que viven según los estándares de “felicidad” del mercado y de la cultura orientada
hacia el éxito, muchas veces sienten que la vida no tiene sentido y el vacío existencial los aplasta
hasta sentir que la vida es absurda.
Solo quienes tienen una razón para vivir, un sentido por el cual dar todo de sí, alcanzan la
felicidad. Esto tiene que ver con el amor, con vivir para otros, con entregarse y no tanto con
pensar en pasarlo bien. Las personas más felices son personas entregadas a una causa o a otras
personas, son personas que incluso en situaciones de gran sufrimiento, pueden sobreponerse y
encontrarle sentido a su existencia.
Quienes no viven por vivir, sino que toman las riendas de su vida. Personas que nos parecen
excepcionales, lo son, porque en realidad viven con sentido, porque son realmente felices.
Tal vez no debamos preguntar a las personas si son “felices”, porque la palabra ha sido
demasiado malgastada y abusada, incluso se la asocia muchas veces a un estado ideal e
inalcanzable.
Tal vez siguiendo a Frankl sea más claro preguntar: ¿Tiene sentido tu vida? ¿Cuál es la razón por
la que vives? ¿Cuál es la finalidad de la vida? Allí encontraremos la respuesta a qué entendemos
existencialmente por ser felices. Para Frankl la respuesta está en salir de uno mismo al encuentro
de lo que nos trasciende.