LA HIPOCRESÍA Y LA APARIENCIA: EL PESIMISMO Y EL DESENCANTO.
Alumno: Álvaro Anríquez
Profesora: Consuelo Díaz M. Ayudante: Romina Lopresti. La hipocresía y el contraste entre lo que se es y lo que se aparenta son factores muy presentes en La vida es sueño (1635) y La vida del Lazarillo de Tormes (1554). En ambas obras se retrata una visión de desencanto para con el mundo, la pérdida de la inocencia ante la existencia de la maldad. La versión sacramental de La vida es sueño muestra una alegoría en que Sombra intenta tentar al hombre con un fruto, el Albedrío le sugiere que lo coma, pero Entendimiento le advierte que no debe hacerlo. Es claramente una referencia al mito de Adán y Eva y el pecado original. Hombre arroja a Entendimiento al despeñadero con ayuda de Albedrío, come del fruto y se produce un caos, anunciando la desgracia que ha de caerle. Los elementos le reprochan lo que ha hecho y se da cuenta de que fue con maldad que se le dio aquel fruto que con tentadora apariencia despertó su apetito, mas sólo trajo desdicha. “¿Qué frenesí, qué letargo/ qué ira, qué rabia, qué furia/ se va de mi apoderando? / el áspid era sin duda/ el que, con humano rostro, / bien que inhumana hermosura/ me dio la hechizada poma (…) tengo ojos, y no ven; / tengo oídos, y no escuchan; (…) sin Entendimiento/ ni Albedrío que me acudan… (Calderón de la Barca 270). Aquí Hombre entiende, siendo ya demasiado tarde, que cuando se hace caso únicamente a Albedrío, sin meditar las acciones antes de realizarlas, se pierde la verdadera libertad, pues se está a merced de almas hipócritas, que con su apariencia engañan a los desprevenidos. Este desencanto, el despabilamiento a punta de dolor, también le llega a Lázaro, cuando el ciego le da un golpe en la cabeza sin ninguna razón más que burlarse de él, aunque se excusa diciéndole que es una lección. Lázaro, alejado de su madre y sacudido por este golpe de realidad, reflexiona: “Parecióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que, como niño, dormido estaba. Dije entre mí: «Verdad dice éste, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues solo soy, y pensar cómo me sepa valer» (Anónimo)”. Se está solo ante el mundo y se debe actuar con cautela, aparentar constantemente y no mostrarse tal cual se es, pues eso lo pone a uno en una situación vulnerable. Existe maldad e hipocresía en el mundo y el autor lo explicita cuando esa maldad viene de quienes se hacen llamar cristianos. “… el autor apunta hacia el lado religioso con toda esta exploración implacable de la maldad humana, prueba abrumadora de la ausencia de caridad en el seno de una sociedad muy orgullosa de titularse cristiana” (Márquez 375). Hay una fuerte crítica a la iglesia y sus altos cargos de poder que, predicando la palabra de cristo, reafirmaban su posición de poder a través de la violencia. Existe un pesimismo que comparten Calderón de la Barca y el autor del Lazarillo de Tormes, aunque desde veredas distintas. El Lazarillo de Tormes muestra a un personaje que pierde la inocencia y se ve obligado a actuar de forma deshonesta para sobrevivir en un mundo lleno de maldad que aplasta a los incautos. Mientras que La vida es sueño muestra a un personaje que, libre de pecado, a penas es libre de hacer lo que esté a su disposición actúa de forma imprudente y daña a quien no lo merece, como al criado que arroja de un balcón. Y es que, al ser consciente de su nuevo poder, le dice a Clotaldo: “Pues, vil, infame, traidor/ ¿qué tengo más que saber, / después de saber quién soy, / para mostrar desde/ hoy mi soberbia y mi poder? (Calderón de la Barca II, III, 75-79). Al ser el despertar en el palacio una representación del nacer del ser humano (como queda claro con el auto sacramental) se puede inferir que la visión de Calderón de la Barca es de un ser humano que desde que llega al mundo es soberbio. Por otro lado, la visión del autor del Lazarillo de Tormes es de un ser humano que aprende a ser malo como acto de autodefensa. Ambos muestran cómo el poderoso, de tener la oportunidad, abusará del poder sobre quién tenga a su merced. En cualquier caso, la apariencia es clave en ambas obras, pues dista totalmente de la real esencia de las cosas y de las personas. La vida es como un sueño, frágil y efímero, que nos maravilla con el poder que podemos alcanzar y la aparente libertad de nuestros actos, pero nos desilusiona al hacernos despertar de pronto, contra nuestra voluntad. En La vida es Sueño, Segismundo, por dejarse llevar por sus instintos y no por la racionalidad, por no ocultar sus deseos y al menos aparentar templanza y prudencia, pierde la libertad que se le había concedido. “… el hombre que sueña está privado de libertad, lo mismo que Segismundo al ser en el palacio esclavo y víctima de sus pasiones. (…) en la vida real hay leyes morales (…) que no debemos transgredir. El conocimiento de estas leyes (…) es lo que da a la vida todo su sentido. Si prescindimos de ellas el hombre se convierte en esclavo de sus pasiones” (Wilson, Casalduero 779) El ser humano está constantemente aparentando, desde la maldad como lo hizo Sombra para tentar a Hombre, o desde la intención de vivir en armonía con los demás y no perder su libre albedrío. En el caso del clérigo, que daba al Lazarillo una mísera ración de alimento, aparentaba desde la más malintencionada hipocresía, pues sabía que su comportamiento no es de alguien cristiano, y simulaba ser muy generoso delante de los demás. “Solamente había una horca de cebollas (…) De éstas tenía yo de ración una para cada cuatro días, y, cuando le pedía la llave para ir por ella, si alguno estaba presente, echaba mano al falsopeto y con gran continencia la desataba y me la daba diciendo: -Toma y vuélvela luego, y no hagáis sino golosinar” (Anónimo). Este engaño sobre el comportamiento propio también ocurre en el auto sacramental de La vida es sueño. El Hombre le echa la culpa al albedrío, sin hacerse responsable de sus actos, por estar encadenado. Es hipócrita, pues fue él quien decidió no hacerle caso a Entendimiento. El albedrío se defiende, diciéndole que jamás lo forzó a comer el fruto, pero el hombre, que en el fondo sabe que la culpa recae en él, le grita que se calle, no le gusta escuchar la verdad. Si bien la literatura religiosa tiene un fin didáctico y moralizante, en el Lazarillo de Tormes se critica implícitamente a quienes, desde su alto poder en la iglesia, pregonaban con estas ideas y censuraban las obras “profanas”. Esta novela aparece en la época de la reforma, dando paso al género de la novela picaresca. “Lo que el movimiento de reforma religiosa dio a la novela fue la «verosimilitud» y la «responsabilidad» que parecía necesitar (…): el deseo de retratar a los hombres como son con el fin de abrir los ojos de los lectores sobre las miserias de la naturaleza humana y sus mentes a la necesidad de prevenirlas o remediarla” (Bataillon, Parker 479). Despojaba de sus máscaras a quienes hipócritamente desde su religión en la práctica no vivían como verdaderos cristianos. No es coincidencia que uno de los personajes egoístas y violentos sea un clérigo. “La raíz del conflicto se hallaba en que aquel espíritu, fundado en el compromiso vital con un limpio cristianismo neotestamentario (…) creía ver a su alrededor una sociedad irremisiblemente anticristiana. Una sociedad que, tras quince siglos de cristianismo oficial, no aceptaba en realidad otros valores que la violencia, el placer y la riqueza.” (Márquez 377). La hipocresía de la inquisición era evidente, quienes repartían la palabra de un dios amoroso mancillaban su palabra abusando del poder que poseían. Pero la careta construida sobre la verdadera esencia que esconden las cosas no se queda en el contenido del texto, sino también en su forma. El Lazarillo de Tormes está escrito de manera epistolar, en primera persona y dirigido “a vuestra merced”. El hecho de que no se sepa la verdadera identidad del autor es también una forma de burlar la persecución por parte de los poderes que critica en el texto. Firmar con su verdadero nombre podría significar no sólo la censura sino poner su vida en peligro. A su vez, al estar dirigido “a vuestra merced”, da a entender que se dirige a alguien con poder dentro de la iglesia, a quien narrar los abusos sufridos por Lázaro no se trata tan solo de un acto anecdótico sino de denuncia. Un manifiesto sobre las incongruencias de los religiosos debía aparentar dialogar directamente con la iglesia, de lo contrario, sería censurado de inmediato y su difusión sería aún más complicada. “El verdadero problema espiritual del autor no se plantea en términos de iluminismo o de erasmismo más que como rebote de una convicción atormentada de que los ideales cristianos son traicionados por sus propios guardianes y vienen a definirse así, quiérase o no, como un gigantesco fracaso histórico” (Márquez 377). El autor burla al poder usando el poder de la apariencia para disimular su fuerte crítica, tal como Rosaura, que en La vida es sueño se disfraza de hombre para no ser descubierta. Los golpes, el hambre, la violencia física y psicológica sufrida por Lázaro son una denuncia de los valores corrompidos en una sociedad en que la religión es hegemónica, y en teoría la palabra de Cristo debiera primar. Las metáforas, alegorías y representaciones sirven en estas obras ya sea para burlar al poder como para transmitir su mensaje con mayor efectividad al público. El auto sacramental de La vida es sueño está escrito en un lenguaje completamente litúrgico, con los personajes convertidos en conceptos como la sabiduría, el amor, el poder, etc. “La Alegoría es el medio por el cual el «concepto» adquiere «cuerpo», transformando «lo no visible» en «lo animado»; es decir, es el medio por el cual el orden conceptual adquiere la expresión concreta que lo hace más directamente accesible a la experiencia humana” (Parker 805). Así, un texto que es más servicial a la iglesia también debe valerse de las herramientas literarias que disfrazan un concepto de otro, aunque fuere con un fin distinto al del Lazarillo de Tormes. Por otro lado, las marcas y heridas que quedan en el cuerpo de Lázaro también son representaciones de traumas y aprendizajes que le quedan producto de la violencia recibida. “Fue tal el golpecillo, que me desatinó y sacó de sentido, y el jarrazo tan grande, que los pedazos de él se me metieron por la cara, rompiéndomela por muchas partes, y me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día me quedé” (Anónimo). La apariencia física que queda en Lázaro es representación de su pasado, sus vivencias y la violencia sufrida. En La vida es sueño Segismundo termina comprendiendo -al igual que el autor del Lazarillo de Tormes- que, para desarrollarse en un mundo tan caótico, debe ceñirse a las reglas establecidas, aunque ello implique ser hipócrita en cierta forma, pues debe esconder sus rencores y deseos con el fin de no perder su libertad, tal como el autor del Lazarillo debe evitar la persecución y la censura. “… el protagonista es víctima de las pasiones, hasta que se ve obligado a dominarlas y a reconocer la inutilidad del orgullo en un mundo en el que todo es confusión. Entonces trata de regirse por normas morales, al principio por interés, luego por motivos infinitamente elevados” (Wilson, Casalduero, 777-778). El golpe con la realidad es tremendo en un principio para Segismundo, al enterarse del poder que siempre le fue oculto, similar al primer golpe que recibe Lázaro por parte del ciego, pero con reacciones -y posiciones- distintas. En el auto sacramental, Hombre -que en el drama es Segismundo- explicita su confusión respecto de su verdadero ser. “Pues ¿quién me trajo a una esfera/ tan rica, tan suntuosa/ y tan florida, que en ella/ la más reluciente estrella/ aún no se atreve a ser rosa? / Otra vez vuelva a dudar/ y otras mil, quién soy, quién fui/ o quién seré” (Calderón de la Barca 264). Ni por el instinto ni ante los valores y normas de la vida en sociedad el ser humano puede regirse completamente. El Lazarillo de Tormes, por su parte, no puede aprender sino a ser astuto, pues cuando es puro e inocente se aprovechan de él y lo maltratan, pero cuando roba para sobrevivir, si lo descubren su destino igualmente es malo. En el tratado primero, cuando se las ingenia para beber del vino del ciego, él se percata y le rompe la vasija en la cara. Así, Lázaro sólo puede aprender que debe ser hipócrita, cauteloso, desconfiado, aparentar y ser astuto pues al ser totalmente honrado no llegará a ninguna parte. Incluso al final de la novela, cuando ha conseguido estabilidad y el amor, jamás deja claro si los rumores acerca de la infidelidad de su esposa son ciertos. Pero Lázaro tampoco quiere saberlo en verdad, en la estabilidad que ha conseguido se siente feliz, y prefiere ignorar los rumores para no sufrir. “-Mirad, si sois mi amigo, no me digáis cosa con que me pese, que no tengo por mi amigo al que me hace pesar (…) De esta manera no me dicen nada, y yo tengo paz en mi casa” (Anónimo). Ambos textos demuestran que se debe ser algo hipócrita y aparentar no con fines malos, sino como acto de sobrevivencia, se debe aparentar para actuar con prudencia ante los instintos o inocencia que nos quitan la libertad y nos someten a ser esclavos.
Bibliografía:
Anónimo. La vida del Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades.
Burgos: 1554. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Web. 22 jun de 2023. Bataillon, Marcel y Parker, Alexander. “Fundamentos ideológicos de la picaresca” en Historia y crítica de la literatura española. Tomo 3. Barcelona: Editorial Crítica, 1983. 474-480. Impreso. Calderón de la Barca, Pedro. La vida es sueño. Bogotá: Fundación Gilberto Alzate Avendaño, 2009. Impreso. Calderón de la Barca, Pedro. La vida es sueño (Autos Sacramental). 1635 Canvas. Web. 21 jun de 2023. <https://udp.instructure.com/courses/22169/files/folder/Espa %C3%B1ola%20I%20-%202%C2%BA%20parte%20del%20semestre/Obras %20Literarias?preview=2787671> Márquez, Francisco. “Crítica social y crítica religiosa en el Lazarillo: La denuncia de un mundo sin caridad” en Historia y crítica de la literatura española. Tomo 2. Barcelona: Editorial Crítica, 1979. 374-377. Impreso. Parker, Alexander. “Presupuestos del auto sacramental” en Historia y crítica de la literatura española. Tomo 3. Barcelona: Editorial Crítica, 1983. pp 801-807. Impreso. Wilson, Edward y Casalduero, Joaquín. “La vida es sueño” en Historia y crítica de la literatura española. Tomo 3. Barcelona. Editorial Crítica. 1983. 777-786. Impreso.