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Albornoz Vásquez, María Eugenia, "Cuerpos de mujer y colores de piel. Acerca de la injuria en
Chile, 1739", en Albornoz Vásquez, M. E., Experiencias de conflicto: subjetividades, cuerpos y
sentimientos en Chile, 1739-1860, Santiago, Acto Editores, 2015, p. 18-39.

Nota: este texto fue redactado en 2007 y publicado en 2008 como “Corps de femme et couleurs
de peau: de l‟injure au Chili, 1739”, in Bernand Carmen; Boidin Capucine y Capdevilla, Luc
(coords.), „Amériques métisses’, CLIO, Histoire, Femmes et Sociétés, n°27, 2008, Paris,
http://clio.revues.org/7469.

Cuerpos de mujer y colores de piel:


acerca de la injuria en Chile, 1739
En la ciudad de Santiago, en el mes de julio de 1739, dos mujeres se enfrentan1. La disputa
deriva muy rápido hacia cuestiones íntimas: las injurias, recibidas e infligidas por cada parte,
cuestionan sus identidades sociales. El asunto, pleiteado en primera instancia ante el Alcalde
de primer voto de la ciudad, es sancionado por la Real Audiencia, supremo tribunal del
territorio2. La tenacidad de las dos mujeres invita no solo a medir la importancia que ellas dan a
las palabras injuriosas, sino también a meditar sobre sus expectativas, cuyo significado y
simbólica implican en primer lugar a sus cuerpos de mujeres. Esos cuerpos definen el grado de
integración de ambas mujeres a una sociedad atravesada por fuertes tensiones, en la que el
mestizaje, realidad inevitable, se revela sin embargo, con frecuencia, como un fenómeno que se
vive muy mal.

1. Las palabras de la cólera


Era invierno. Silveria, moradora en los extra-muros de Santiago 3 , necesitaba dinero. Para
obtenerlo, dejó su mantilla empeñada a Eusebia, viuda residente en la Calle del Carmen en el
barrio central de San Isidro. El monto acordado, aunque muy pequeño (un real y medio),
bastaba para cubrir sus necesidades. Sin embargo, cuando fue más tarde a recuperarla,
Eusebia le anunció que había entregado la mantilla a su hermana María. Silveria exigió el
regreso inmediato de su mantilla empleando la interpelación familiar de tú en vez de usted, y
agregó: “¿Acaso no me las quieres dar? ¿Te apetece quedártela, como ya has hecho antes con
otras?” Como respuesta, Eusebia la insultó tratándola de “perra, mulata, atrevida y
desvergonzada”. Silveria entonces le gritó, premunida de una piedra en la mano, “mulona, no
sabes hablar, la perra mulata eres tú”. Eusebia tomó un bastón para golpearla y le dijo “te haré

1
Archivo Nacional Histórico de Santiago (ANHCh), Fondo Real Audiencia (FRA), volumen (vol.) 2810, pieza (p.)
11, fojas (fs.) 251-271v. Este expediente forma parte de un vasto corpus de documentos levantado en el marco
de un estudio sobre las injurias en Chile durante los siglos XVIII y XIX, cuya reflexión está aun en curso. Se
trata de un caso excepcional respecto de los demás.
Nota para esta traducción: La transcripción íntegra del expediente en el que se basa este artículo, así como
las fotografías digitales de la totalidad de las fojas que lo componen, están disponibles para lectura en pantalla
y para descarga en la Revista Historia y Justicia n°1, 2013, http://revista.historiayjusticia.org.
2
Tres querellas firmadas por cada parte fueron sucesivamente depositadas en las oficinas del gobierno de la
ciudad de Santiago (el Cabildo), de la Capitanía General y de la Real Audiencia. Se conservan algunos
testimonios, las vistas de dos de los cinco abogados consultados y las sentencias dictadas; también se tiene
registro de otras piezas del procedimiento, entre las cuáles están las recusaciones Ŕ que hicieron ambas partes
alternadamente, de los abogados que fueron propuestos por los jueces como consejeros Ŕ, las alegaciones y
las apelaciones.
3
Se debe precisar que no se trata forzosamente del barrio más pobre de la ciudad, La Chimba, que se
encontraba también en la periferia. Todos los extractos que se citarán provienen del mismo documento, por lo
que no se repetirá la referencia.
2

poner en Las Recogidas”. Luego de eso, Silveria dejó el lugar gritándole “mestiza droguera”4.
Un poco más lejos, Silveria se encontró con María, la hermana de Eusebia, a quien le reprochó,
a gritos: “¿Acaso te he empeñado yo alguna cosa a cambio de las porquerías de tu huerta?”
María le respondió “oye, cállate la boca, que no soy una mulata como tú”; entonces Silveria le
gritó “la mulata eres tú, que aunque tengo el color prieto, no soy como tú”. Eusebia se querelló
contra Silveria ante el Alcalde de primer voto de la ciudad. Dos días después, Silveria hizo lo
mismo.
Los testimonios describen el arrebato de ambas mujeres y notan que los primeros insultos
fueron proferidos por las hermanas, que eligieron la palabra “mulata” para herir a Silveria. Se
pueden proponer diferentes interpretaciones. Por el momento, supondré que la cólera de
Silveria fue desencadenada, en primer lugar, por el hecho de que su mantilla no estuviera
depositada en casa de quien a ella la confió, bajo acuerdo de empeño, y en segundo lugar,
porque la mantilla estaba siendo utilizada por otra mujer, sin que su dueña estuviera al tanto.
Respecto de la cólera de Eusebia y de María, todo indica que se apoya en distintas causas
complementarias: ser interpeladas en el barrio en el que residen, delante de todos quienes las
conocen; que se ponga en evidencia que ellas han roto un acuerdo; que se les reclame el
objeto empeñado sin la consideración y sin la delicadeza que las hermanas estiman merecer.
Todo, por una misma mujer, Silveria.

2. Eusebia Villanueva y Silveria Hidalgo


Silveria y Eusebia pertenecen a la gran cantidad de gente que no es ni miserable ni privilegiada
y que se las arreglan para sobrevivir. Ellas administran su dinero y son respaldadas en sus
pasos judiciales por los abogados5; ninguna de las dos precisa ejercer algún oficio6, pero ambas
albergan en sus hogares a otras personas, que cumplen el rol de servidores sin paga, los
conocidos criados: Silveria cuenta con una niña que dice ser su mensajera. Eusebia está
rodeada de mujeres que viven bajo su techo. Sin embargo, este punto en común no basta para
establecer sus identidades sociales; es necesario observar más de cerca la condición de cada
una, el estado respecto del matrimonio y la calidad, que se usa como sinónimo de “raza” en el
lenguaje de la calle, e igualmente en aquél que es registrado en el expediente consultado7.
Silveria se presenta ante los jueces como mujer soltera y Eusebia es viuda. Esta referencia a la
carencia, de una parte, y al término, por otra, de un esposo, no es un azar: como todas las
mujeres de las sociedades cristianas, ellas deben precisar el vínculo que las une a un hombre,

4
La droguera o el droguero serían aquéllos que hacen o que venden preparaciones confeccionadas con
vegetales y sustancias habitualmente empleadas para sanar o calmar, las llamadas “drogas” de la época, cuya
circulación estaba autorizada por la Corona española sólo para los quirúrgicos encargados de las boticas de
medicinas, en general a cargo de religiosos. Los drogueros están entonces demasiado próximos, según quienes
desean conservar las normas y desconfían de quiénes las transgreden, de los brujos y las brujas, perseguidos
por la Iglesia católica. Sin embargo, en 1732 el diccionario anota un sentido metafórico para la palabra “droga”,
que también quiere decir “mentira o pretexto falaz”, y se agrega un ejemplo: “así, el que no trata verdad y está en
mala opinión se dice que cuanto habla o hace es una pura droga”. Es muy probable que la palabra empleada por
Silveria para insultar a Eusebia implique los dos significados. Diccionario de Autoridades, 1732, Real Academia
de la Lengua, Madrid, p. 343.
5
Todo procedimiento judicial es pagado, salvo cuando el “privilegio de pobreza” se aplica, lo que sucede cuando
el litigante logra probar que está en una situación miserable al momento del proceso. Este privilegio puede ser
solicitado por hombres y por mujeres; sin embargo, ni Silveria ni Eusebia acudieron a él.
6
En los procesos por injurias se encuentra con frecuencia la querella simultánea del acusado, que se
transforma a su vez en acusador (estas figuras son jurídicamente nombradas querella y contraquerella,
respectivamente). En los pleitos con querella y contraquerella, las confesiones de los acusados Ŕ raramente
presentes bajo forma de interrogatorio para este tipo de proceso Ŕ, etapa procesal en la que se nota esta
información, son raras. Es lo que ocurre con el caso de estas dos mujeres.
7
Albornoz 2006b.
3

que funda un espacio doméstico legitimado. Silveria se dice hija de don José Hidalgo; Eusebia
subraya que ella fue casada con el capitán don Juan de Sepúlveda. Padre y esposo son de esa
manera nombrados para significar la pertenencia de esas mujeres a una cierta categoría social
(como es sabido, el “don” es testigo de ello), muy de acuerdo con el orden religioso y con el
orden social.
Sin embargo, el padre de Silveria está ausente del hogar desde hace mucho tiempo,
prácticamente desde el inicio, y el marido fallecido de Eusebia se ausentó para siempre jamás.
Esos dos fantasmas recuerdan que, ante la justicia, las mujeres son definidas por el vínculo que
ellas mantienen con un hombre, el padre o el esposo, pero que también puede ser el patrón o el
notable de la localidad. Este vínculo no es forzosamente un lazo patronímico (al punto de anular
el apellido de la casada, por ejemplo), ni inflige sumisiones a sus actos, ya que en muchas
ocasiones y en varios ámbitos ellas se mantienen bastante independientes, en particular
cuando no pertenecen a las élites, como en el caso de Eusebia y Silveria. Se trata más bien de
un vínculo que une a un conjunto de personas, en asociación y referencia, que forja una
reputación supuestamente positiva, la llamada “buena reputación”. El orden de las cosas quiere
que la referencia sea un hombre y como la administración del reino tiene también a su cargo la
administración de la justicia de los súbditos del rey, para acceder a ella, más vale mostrarse de
acuerdo con esos requerimientos. Por otra parte, es una ventaja poder presentarse como hija o
viuda de un hombre reconocido por su entorno, porque se conquista así la atención que está
prometida a las gentes mejor consideradas. Incluso si, para este caso, no se trata más que de
residuos del pasado, ya que los cuerpos masculinos mencionados como referencia han
desaparecido.
Se debe notar que la exigencia de ese vínculo femenino al mundo masculino Ŕ y por lo tanto, la
definición de su identidad respeto de la tutela masculina y la expresión de ese compartir, que se
desea como algo positivo Ŕ, no es tan determinante, ni en la calle ni en la vida de todos los días:
ni Silveria ni Eusebia se nombran a sí mismas, ni se firman, como “doña”, como podrían haberlo
hecho, y solo uno de los escribanos se dirige de esa manera, a veces, respecto de Eusebia.

3. “Te haré poner en Las Recogidas”: clasificar a las malas mujeres


Más allá de la acumulación de insultos, bastante frecuente en este tipo de expedientes,
especialmente la reunión de perra mulata atrevida y desvergonzada8, se notará la manera en
que Eusebia se dice capaz de cambiar el destino de Silveria: la amenaza con enviarla a la Casa
de Recogidas, que es la casa de corrección para mujeres de comportamiento desviado. Este
rechazo de las conductas consideradas como insolencias, “atrevimientos” como se registra en
las fojas, y “desvergüenzas”, es corriente entre las personas que se dicen injuriadas 9 ; sin
embargo, nombrar el castigo de una mujer mediante un encierro distinto de la prisión penal es
más raro. ¿Será acaso un subterfugio propio de Eusebia el querer mostrarse cómplice de las
autoridades del orden? ¿Cuál es la necesidad de subrayar ese poder moral respecto de su
oponente?
Eusebia, en esta frase retenida por la memoria del barrio, pero que ella retiró de sus propias
quejas y querellas ante la justicia, se sitúa al lado de aquellos que tienen poder sobre la vida de
los otros. Eusebia subraya cada vez que puede su calidad de mujer española, situándose en la
cúspide de la escala social. Teóricamente, esta calidad debiera verse en el color de su piel,
idealmente blanca o sonrosada, aun cuando es evidente que los españoles residentes en el
territorio de Chile de esa época constituían una población racialmente mestiza desde mucho
tiempo atrás (y ello, ya desde el origen peninsular). ¿Tenía Eusebia verdaderamente la
capacidad de colaborar con las autoridades, que deseaban alejar a ciertas mujeres de la vida
8
Albornoz 2004.
9
Albornoz 2006c.
4

urbana? ¿Podía Eusebia hacer que Silveria fuera encerrada, bajo el pretexto de que le había
expresado francamente Ŕ e indebidamente Ŕ su cólera? ¿Acaso la expresión de la cólera o de
la ira de una mujer en estado de necesidad podía bastar para alejarla de la comunidad?10.
La cultura católica de la delación y de la denuncia11 Ŕ ligada a la pedagogía del miedo12 Ŕ, la
vigilancia respecto de la buena conducta y el recelo respecto de las gentes diferentes permiten
a algunos disponer del cuerpo y del devenir de los otros. Muchos injuriados se declaran
satisfechos con los castigos que las autoridades reguladores de los conflictos infligen a los
culpables. Pero hay aquéllos, entre los cuáles se encuentra Eusebia, que expresan su deseo de
participar activamente del señalamiento de los cuerpos en falta, identificando a aquéllos que
dañan la tranquilidad común, que merecen el aislamiento, a los cuáles se debe enseñar a
ubicarse y, sobre todo, a ser útiles mediante el servicio y el sometimiento. Se debe recordar que
la Casa de Recogidas Ŕ cuya creación había sido solicitada por el Obispo en 1672 Ŕ, existía
desde 1735, y su reglamento, aparentemente bien conocido por todo el mundo, precisa que las
mujeres pueden ser enviadas allí por toda autoridad encargada de vigilar el comportamiento de
los demás (entre los cuáles, los Alcaldes o jueces capitulares, los jueces reales, los
Gobernadores y los sacerdotes). Esa decisión podía activarse sin necesidad de un proceso
judicial previo, por lo tanto, sin una orden de encierro: bastaba la “publicidad y notoriedad de los
“malos comportamientos” para justificar su reclusión13.
Aunque no formaba parte del entorno inmediato de Silveria, Eusebia entonces sí podía interrumpir
Ŕ por medio de su denuncia ante cualquier autoridad Ŕ la vida que ésta llevaba14. Es muy posible
que su sentimiento de poder por sobre ella reposara en la conjunción de dos características
delicadas que se daba en la persona de Silveria: su origen bastardo y el color de su piel.
El matrimonio define el estatus de los hijos que nacen en este mundo hispano-colonial católico15.
Silveria precisa que ella no es hija legítima y que ha nacido de una madre desconocida. Es por
lo tanto una hija natural, obligada a llevar para siempre esta mancha en el seno de una
sociedad que señala sin pausa distinciones feroces según las circunstancias de nacimiento.
Además, Silveria precisa que todo el barrio sabe que ha sido criada por una cierta María
Cavanilla, mujer a la que fue entregada por su padre para cuidarla hasta el día incierto en el que
él regresaría.
La presencia de los padres junto a sus hijos es deseada, pero no obligatoria ni frecuente en
estos tiempos. En particular es laxamente excusada en el caso de los hombres, a causa de sus
ocupaciones, con frecuencia situadas lejos de la vida del hogar. Por supuesto, estas
ocupaciones son diferenciadas; la ausencia paterna es un motivo de orgullo si es que éste se
encuentra sirviendo a la Corona y cumple una misión puntual importante; tampoco son mal
vistos los viajes de negocios. No obstante, en Chile, partir a la guerra con los mapuche al sur
del país 16 no tiene nada de extraordinario, ello remite a las obligaciones en un dominio de

10
Farge 2007.
11
Enciso Rojas 2000.
12
Amodio 2007 y Lavallé 2007.
13
Peña 1997, p. 6; ver también Laval 1935.
14
El ámbito de la exclusión social mediante el encierro de alguien, sin que para ello ocurra la intermediación o
legitimación de un proceso judicial, no ha sido suficientemente estudiado para el caso hispanoamericano ni
para este periodo. Como referencia, en Francia las “lettres de cachet” autorizan estos apartamientos de la vida
cotidiana; pero, para solicitar el encierro de alguien, se debe pertenecer al entorno inmediato del que es así
señalado. Véase Farge y Foucault 1982.
15
Albornoz 2006a.
16
El ejército español de Chile es más bien un conjunto de hombres mal vestidos y mal alimentados, poco
armados y ocasionalmente pagados, que ocupan los fuertes desperdigados en un vasto territorio que era
necesario proteger de las otras potencias europeas, combatiendo de tiempo en tiempo y comerciando
frecuentemente con los pueblos indígenas locales.
5

frontera del imperio español. Ningún prestigio particular se desprende de ello y la mayoría de
los hombres actúan de esa manera; pero, en espacios judiciales, nombrar a un pariente directo
enrolado en el ejército del rey no está demás, sobre todo si el soldado no tiene grado, como es
el caso del padre de Silveria.
A pesar de este abandono paterno, subrayado por los vecinos, Silveria lleva el apellido de su
padre, Hidalgo: ella insiste en ser nombrada de ese modo y en firmar, por su propia mano, de
esa manera. Este apellido, que significa literalmente “hijo de alguien”, otorgó un orgullo
particular a los conquistadores del siglo XVI; es por lo tanto la expresión de un deseo antiguo, el
de llegar a ser otro, de mostrar su pertenencia a una pequeña parte de un linaje. Pero a los ojos
de Eusebia ese atributo no era suficiente: Silveria sigue siendo una huérfana bastarda cuya
única herencia es ese apellido tan común y al mismo tiempo, tan lleno de sueños y anhelos17.

4. “Aunque soy de color prieto no soy mulata como tú”: la réplica de una excluida
Silveria fue criada por María Cavanilla, una mujer parda que, como todas las personas de piel
oscura, precisaba, cuando debía señalar su identidad, que era de condición libre. Esta
precisión era importante para las personas cuya piel denotaba orígenes africanos: la posición
social de las “gentes de color” es demasiado cercana de la que está destinada a los esclavos,
más aun cuando las elites (y aquéllos que deseaban aparecer cercanos a éstas, como
Eusebia), los miraban como un conjunto indiferenciado, con igual desprecio y desconfianza,
ya que, junto a los indios y a los mestizos, ellos constituían la “canalla”, palabra empleada en
este expediente por Eusebia y sus testigos, para señalar a la plebe que provoca miedo y que
es necesario controlar18.
Silveria no niega su piel oscura; pero no acepta ser tratada de “mulata”. Esta palabra no ha sido
escogida al azar: las injurias tienen un sentido preciso, no son nunca una negligencia ni
tampoco son dichas sin reflexión previa19. Su reacción muestra hasta qué punto ella sabe lo que
dice su piel: la expresión que sube a su garganta, “aunque tengo el color prieto”, es la expresión
de su desgarro. Silveria reconoce su color oscuro Ŕ los testigos, de ambas partes en litigio, la
nombran indistintamente mulata o parda20 Ŕ y borra con este gesto el poder nocivo del insulto
que le es lanzado21. Al mismo tiempo, Silveria toma distancia de la idea, presente en todos
lados, a lo largo y ancho del continente hispanoamericano, que convierte a la mulata en una
mujer de mala vida22.
En el imaginario colonial las mulatas son mujeres coquetas a quienes les gusta atraer la mirada
de los hombres. Desde el siglo XVI existen leyes que les prohíben llevar cierta vestimenta y que
las obligan, incluso mediante decretos, a mostrar una actitud mesurada23. En los discursos de
las elites, la mulata es una mujer perdida, con la cual se debe evitar contraer matrimonio a

17
Silveria nota que Eusebia “ha sido casada con un hombre inferior y de padres no conocidos, argumento de
que no será tan acendrada su nobleza como presume”. Su palabra marca una fisura en la imagen de la viuda,
fisura que no fue desmentida por la parte adversa: su marido, el capitán don Juan de Sepúlveda, habría tenido
orígenes dudosos, ya que totalmente desconocidos, y no solamente inadecuados, como los de Silveria.
18
Remitimos, a falta de un estudio particular sobre el caso de Chile, al dossier Plèbes urbaines d’Amérique
latine, publicado por la revista Caravelle n° 84-2005, en particular a los trabajos de Carmen Bernand y de
Roland Anrup con María Eugenia Chávez, que tratan sobre Buenos Aires y sobre Nueva Granada,
respectivamente.
19
Albornoz 2004.
20
Algunos testigos afirman que ellos siempre han creído que Silveria es mulata y que ella es la hija de María
Cavanilla, llamándola con ese apellido en vez de Hidalgo. Desean atestiguar de la realidad de su color y, en
consecuencia, que no hubo injuria como ella reclama.
21
González 2005.
22
Castillo 2005 y Zúñiga 2000.
23
Fra Molinero 2000.
6

causa de su disposición a la transgresión: ella está gobernada por los impulsos de su cuerpo. El
baile, el sexo, el canto, la desnudez y la risa serían los signos de sus excesos y de sus
desbordes, de su apetito de placer24. Espontánea y apasionada, ella sería la antítesis del otro
modelo, representado por la mujer española: honesta, reservada, sometida y silenciosa.
Frente a lo anterior, Silveria hace una distinción que le permite utilizar de otro modo el
estereotipo adherido a esa palabra. Su deseo es alivianar su cuerpo femenino, que está
atravesado por la “mala raza”, del peso irreductible que condena su futuro para siempre. Silveria
propone clasificar a las mujeres de su sociedad en función de su conducta, antes que según la
sangre y el color de cada una. A través de esta distinción, que releva de una cierta sofisticación
del lenguaje, Silveria opera un desvío de la simbólica y reelabora las categorías.
Silveria sabe que las fronteras permanecen inmóviles, así como el azar marca en la superficie
de los cuerpos la mezcla de las sangres. Para ella la palabra “mulata” ya no designa su piel
oscura carente de virtudes, muy por el contrario; esa palabra está investida de un solo sentido,
figurado, aquél del comportamiento de una mujer que ha caído en la debacle. Así, la “verdad”
no reposaría sobre una mezcla de razas, respecto de la cual ella no puede hacer nada, sino
sobre el comportamiento y la reputación de cada mujer, primera responsable de su propio
comportamiento. Silveria rechaza el primer sentido del término, que remite al color de la piel; en
cambio, rodea su materialidad, borra el estigma25 y subraya el rol de la agencia individual en la
forja de la imagen social que debe transmitirse.
Para lograr a la vez buen comportamiento y buena reputación, Silveria sabe que su mejor aliado
es su mantilla, que ha empeñado. A partir del conflicto judicializado en el expediente, se
entiende que esa mantilla es un objeto deseable más allá de su bajo valor económico, ya que la
hermana de Eusebia la ha apreciado e incluso la ha llevado puesta. No hay que olvidar que la
mantilla, tela ornamentada que cubre la cabeza y los hombros, esconde de la mirada de los
demás los cabellos, la cara y la parte alta del pecho, enmarcando el cuerpo femenino y
protegiendo la honestidad de las mujeres en todas aquellas circunstancias peligrosas para ellas.
Este trozo de tela ilustra cruelmente la fragilidad de Silveria. Su bastardía y su piel oscura no
borran sus ganas de existir en el rango de las mujeres respetadas: poseyendo una mantilla,
ella se preocupa de su reputación, que debiera reflejar su comportamiento sexual y social. No
obstante, por penurias económicas, se vio obligada a separarse de un aliado simbólicamente
precioso, que luego quiso recuperar porque protegía su reputación. La mantilla es la prueba
de que Silveria se encarga de disolver la maledicencia que pesa sobre las mujeres como ella:
es la guardiana de su pudor femenino, el objeto que la distingue de las otras hijas bastardas
de piel oscura.
Individuo despreciado pero que aspira a elevarse socialmente, Silveria quiere ser reconocida
como mujer en función de sus actos, y no según la mirada hacia la envoltura de su cuerpo. Ella
quiere participar en la construcción de su propio estatus social y no sufrir aquél que le es
atribuido por su color, característica exterior que la sobrepasa, que, aunque quisiera, no puede
ocultar. Ya que no puede cambiar de piel, ella cambia el sentido de la palabra que insulta su
cuerpo, y por ahí, modela su identidad. Como tampoco puede cambiar la piel de las hermanas
que la insultan, ella desplaza el sentido del término hacia su connotación moral: ésa es la razón
de su grito, las llama “mulatas” sabiendo bien, como todo el barrio lo sabe, que ellas no lo son.
El mensaje es subversivo: no debiera poder despegarse la piel para llegar a ser “vista” como
una mujer respetable. Con sus palabras, Silveria rechaza plegarse a la norma establecida y
muestra hasta qué punto está dispuesta a defender otra26.

24
Albornoz 2006a.
25
Gómez 2005.
26
Farge 2007.
7

5. Las mujeres ante la justicia o la aceptación resignada de una “exclusión protegida”


Las instituciones destinadas por la Corona a aliviar los dolores experimentados por los súbditos
más frágiles establecen una cierta forma de escucha respecto de las mujeres solas, sin
parientes masculinos a los cuales recurrir. Abandonadas a la imbecilidad de su sexo, obligadas
a declarar el color y calidad que según los usos, las definen, deben también nombrar a los
hombres respecto de los cuáles ellas fueron, o siguen estando, sometidas. Pero eso no basta.
Para acceder a la reparación de la herida provocada por las injurias 27 , y para lograr el
restablecimiento de su identidad social, es necesario que cada una de las dos litigantes sepa
construir un relato personal de su situación, inyectándole una dosis mínima, idónea, de
femenina fragilidad. Sobre todo, Eusebia y Silveria tienen que resaltar ante los jueces lo que
ellas podrían perder si los auxilios pedidos no llegan. Cada mujer debe producir un relato
convincente y adaptar su personal situación a la negociación exigida por las autoridades del
orden28. La recompensa de este esfuerzo será la mantención, e incluso (a veces) la mejoría, de
su vínculo social, y por lo tanto, la legitimación de su identidad.
Silveria debe reafirmar su fragilidad de mujer mestiza huérfana y ultrajada. No obstante, para
conseguirlo, debe salir del anonimato y repetir delante de los jueces las injurias sufridas.
Igualmente, debe demostrar tanto habilidad para domesticar su orgullo Ŕ o quizá su pudor Ŕ, a
todas luces socialmente mal situado, como dureza de carácter. En este orden español, guiado
por la cultura jurídica de las Siete Partidas, es necesario humillarse para pedir justicia, incluso si
ese gesto no garantiza de ningún modo la obtención eficaz de la justicia anhelada. La existencia
real de su propio derecho a obtener justicia29 necesita, de parte de cada litigante, relatos y
gestos explícitos: el espíritu atormentado es llamado a decirse30, para probar la urgencia que
tiene en querer recuperar la consideración y el respeto de los demás. Si no se muestra de ese
modo, los jueces no podrán (no querrán) actuar. Es el aspecto reparador de la justicia del rey31,
que toma en cuenta Ŕ cuando logra verla Ŕ, la singularidad de sus súbditos necesitados, que
están en situación de carencia, que sufren32.
Silveria debe expresar en voz alta su condición de mujer sin vínculo de familia, su calidad de
mestiza surgida de los negros africanos y la profundidad de sus dolencias, para reclamar la tutela
de las instituciones que, al mismo tiempo, la clasifican a ella en uno de los lugares más bajos de
la escala social. Mediante un arreglo que no excluye la perversidad, estas mismas autoridades
debieran oír, más finamente que ninguna otra, las penas de su alma, que emanan de un cuerpo
marcado irreductiblemente por tres características fijas: su piel, su sangre y su sexo.

6. Los hombres de la justicia frente a las querellas femeninas


La América mestiza, valorizada por sus elites según categorías anteriores a su nacimiento33,
engendró maneras dolorosas y alegres de vivir la mezcla de las sangres. El periodo colonial fue
una cantera del mestizaje, que se expandió sin cesar y que nunca dejó de ser cuestionado34. La

27
Albornoz 2003.
28
Farge 2007.
29
La expresión siempre es empleada, en estos documentos, en su forma negativa: “de lo contrario mi derecho perece”.
30
Albornoz 2006a.
31
Ricœur 2005, p. 16.
32
Farge 1997 y Farge 2007.
33
Para un estudio sobre los orígenes de los valores atados a la raza negra en la cultura católica, véase
Madero 1992.
34
Las primeras décadas republicanas y las más recientes transcurren aun de esta manera: el Chile de
nuestros días todavía hace distinciones entre los que poseen de piel de oscura, los ojos y cabellos negros Ŕ
individuos que sutilmente rechazados Ŕ, y los demás. Son los trasfondos de un orden social en el que la clase
social permanece ligada a las apariencias exteriores, en la que la blancura hace soñar porque ella continúa
8

transgresión, la audacia de los cuerpos entrelazados se leían en la piel de la descendencia,


cuyo color oscuro era la marca evocadora de la deriva sensual que precipitaba las almas a los
infiernos. Esta marca era más pesada y menos soportable para las mujeres: raza y género
señalados, matrices acogedoras pero fatales, tentadoras festivas pero en falta, la mulata y la
parda multiplicaban las razones de ser, a la vez, mujeres deseables y castigables. Ellas
encarnaban el eslabón principal de una cadena pensada como peligrosa, cuya perpetuación el
orden deseaba impedir.
Silveria conoce esta simbólica de repercusiones cotidianas, este sistema de representaciones
que se vive en las prácticas ordinarias de todos los días. Es imposible saber cómo ella soporta
esa mirada sobre ella: ¿con la resignación y la vergüenza recomendada por los curas? ¿Con
indiferencia, con desafío, quizá incluso con humor? Lo que es seguro, es que ella expresa el
dolor de verse insultada y no cesa de solicitar a las autoridades del país para que el alcance de
las injurias sea bien aquilatado. Si Eusebia es la primera en querellarse ante un juez capitular,
la tenacidad de Silveria implicó toda la continuación del proceso judicial: ella recusó a los
abogados nombrados, rechazó la sentencia del Alcalde de la ciudad, llevó siempre la primera
sus insistentes quejas y alegatos, peticiones presentadas al Gobernador y Capitán General, y
más tarde a los Oidores de la Real Audiencia.
¿Hasta dónde podía llegar una mujer mestiza, huérfana, sola y soltera en esta lucha
encarnizada por una consideración legítima, en una ciudad que buscaba excluirla precisamente
porque ella portaba la “mala raza” y que era huacha 35 ? ¿Qué resultado esperar de su
perseverancia ante las instancias de justicia? A pesar de sus esfuerzos, Silveria no encontró el
eco que ella esperaba: la mirada masculina sobre esas “querellas de mujeres” resultó ser la del
desprecio36. A dos meses y medio del inicio del proceso, Julio de Ayala, un abogado requerido
como asesor para dar su opinión sobre el caso, justifica su rechazo de ejercer su consejo de la
manera siguiente:
“Las injurias verbales en contra del crédito de las litigantes, que parece que en las de
su sexo no se deben estimar con el rigor de su sonido material […] de efecto de que
así como el hombre cuando se enfurece se ha de ahogar con la primer arma que
encuentra furor administrar, la mujer, caldinariamente 37 hija de la naturaleza de la
lengua, que es la más ligera […] las de esta causa […] obran sin reflexión ni libertad y
como tales no deben ser juzgadas con rigor sino con piedad, verbalmente moderadas
y no por escrito corregidas”.
Los jueces desearon poner término al proceso lo más rápido posible. Las sentencias nombran
el “perpetuo silencio” para poner fin a una disputa considerada menor38: tres semanas después
del inicio de la querella, el primer abogado consultado sugirió esta fórmula para clausurar el

caracterizando la cúspide de la jerarquía, allí donde reinan los privilegios y sobre todo, la consideración y el
respeto, incluso a veces la admiración que viene de los otros. La preferencia marcada por un fenotipo en
detrimento de otro es mayoritario en el país, y subraya la transmisión a lo largo de los siglos, de las jerarquías
sociales y morales marcadas por el rechazo del mestizaje.
35
Según los documentos consultados, en el siglo XVIII esta palabra era empleada en el territorio de la Capitanía
General de Chile para los nacimientos ilegítimos. Hoy en día la palabra acentúa peyorativamente la ausencia de
madre o de padre. Designa también al hijo de mujer soltera. Montecinos 1993 y Salazar 2006 [1990].
36
Albornoz 2003.
37
Las comillas son mías. Surge una hipótesis respecto de esta palabra en particular: es posible que el
abogado haya confundido la palabra “caldinariamente”(sic) (inexistente en los diccionarios) con otra que es
fonéticamente vecina, “cardinalmente”. Esta última proviene de “cardinal”, que quiere decir principal,
fundamental y primero; a partir de ahí se puede subrayar la calidad cardinal o principal de una cosa
(Diccionario de Autoridades, 1729, p. 169). El autor de la expresión “caldinariamente” consideraría como
principales y esenciales los vínculos entre las nociones mujer, lengua y oralidad.
38
Albornoz 2007.
9

asunto y no verse obligado a dictar penas. La sentencia dictada por el Alcalde de la ciudad
ordenó lo mismo al final del mes de octubre. Y una vez consultados, los Oidores de la Real
Audiencia la repitieron, a mediados de noviembre, agregando “no se admita escrito y no sean
oídas”. En tres ocasiones las dos mujeres fueron severamente invitadas a vivir en paz y en
buen entendimiento. Sus reclamos y sus cóleras perturbaban demasiado el espacio social,
masculino, de justicia: sus voces debían por lo tanto extinguirse y toda palabra judicialmente
expresada sobre el asunto debía, a partir de entonces, serles prohibida.

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