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ECONOMIA EN EL PERU

Economía, pago de tributo y hechos relevantes que afectaron la economía de nuestro


país desde la presidencia de Fernando Belaunde Terry (primer gobierno ) hasta la
presidencia de Pedro Castillo

El segundo momento del


neoliberalismo en el Perú
Un segundo momento neoliberal lo encontramos en 1980, año en que retorna la
democracia luego del experimento nacionalista y estatista del Gobierno Revolucionario de
las Fuerzas Armadas (1968-1980). El reto del presidente Fernando Belaunde Terry era
cómo expandir de inmediato la economía para crear un millón de empleos, según su
promesa electoral, en tiempos en que ya empezaban a aplicarse en América Latina las
recetas de lo que luego se llamaría el Consenso de Washington.
 
Para esto nombró como premier y ministro de Economía a Manuel Ulloa Elías (Lima, 1922-
Madrid, 1992), quien se rodeó de un grupo de tecnócratas muy afines a la Escuela de
Chicago y al thatcherismo (su equipo económico, llamado Dynamo, estaba conformado,
entre otros, por Roberto Dañino, Pedro Pablo Kuczynski, Roberto Abusada y Richard
Webb, todos con formación académica en universidades anglosajonas). La idea era
modernizar el mercado reduciendo la participación del Estado, impulsando la austeridad
fiscal, eliminando la protección arancelaria de las industrias, fortaleciendo el sector privado
con créditos y estimulando la inversión extranjera.
 
Luego de hacer, ante el Congreso, un balance crítico de la herencia recibida, Ulloa lanzó
su programa en septiembre de 1980 que, aparte de liberalizar la economía, continuó con la
política de estabilización iniciada en la segunda fase del régimen militar para controlar la
inflación y garantizar la confianza de los inversionistas. En líneas generales, Belaunde y
Ulloa regresaban al modelo tradicional de liberalismo económico anterior a 1968, basado
en el crecimiento de laissez faire de orientación exportadora. Sin embargo, a este viejo
modelo se añadieron tres nuevos elementos que distorsionaron sus efectos, y que no
pudieron medir los asesores de Belaunde: la economía informal más grande y
empobrecida de América Latina, la presencia del narcotráfico y la inesperada guerra
interna desatada por el terrorismo de Sendero Luminoso.
 
El equipo de Ulloa pudo ser moderadamente optimista porque el ciclo exportador continuó
en un relativo auge y el país pudo aprovecharlo gracias a los proyectos iniciados por
el velasquismo, como el cobre de Cuajone y el Oleoducto Norperuano. La venta ilícita de
coca al creciente mercado norteamericano también ayudó (en 1982 fue el artículo más
“exportado” y generó un ingreso de 700 a 800 millones de dólares). El problema fue que, a
pesar de todos estos indicadores, el crecimiento económico disminuyó de 4.5% en 1980 a
menos del 1% en 1982. Belaunde no podía cumplir con su promesa populista
(casi keynesiana) de generar empleo.
 
Con todo, el esfuerzo en contener el déficit, la confianza en el programa de liberalización y
la mejora en la balanza de pagos, le permitieron Ulloa conseguir una serie de préstamos
de agencias y bancos internacionales para que el Presidente reactivara su amplio plan de
obras públicas y adquirir equipo bélico para las Fuerzas Armadas. El equipo de Ulloa,
además, reducía los subsidios y devaluaba la moneda para estimular al sector exportador.
Paralelamente, el Congreso le había dado poderes al Ejecutivo para corregir algunas
reformas del gobierno militar.
 
Pero, en realidad, no tenía mucho margen de maniobra, pues la Reforma Agraria y la
estabilidad laboral fueron respetadas por la nueva Constitución de 1979. En cuanto a las
empresas públicas, se vendieron algunas pequeñas pero las grandes no tuvieron
compradores. Lo que sí hubo fue un esfuerzo por reducir personal público y en algunos
ministerios se logró prescindir de más del 50% de los trabajadores. Como vemos, poco es
lo que se podía reestructurar dentro de un esquema liberal, y no solo por los impedimentos
constitucionales sino también por la potencial oposición de los grupos de izquierda,
incluida en APRA, en retroceder respecto a una serie de conquistas sociales y laborales.
 
Ulloa tuvo que renunciar en diciembre de 1982. Su programa de liberalización no dio
resultados: el PBI era muy pobre (1.8%), la agricultura no despegaba, la minería se
estancó y la industria casi se desplomó debido al ingreso de las importaciones (los
aranceles se habían rebajado del 66% al 32%), especialmente el estratégico sector textil.
Como si esto fuera poco, las exportaciones caían, especialmente los minerales, mientras
aumentaban las importaciones. Reaparecieron el déficit fiscal y el de la balanza de pagos,
asomó la inflación y se bloquearon los créditos extranjeros luego de que estallara la crisis
de la deuda latinoamericana con la insolvencia de México.
 
La responsabilidad del Ministerio de Economía recayó ahora en Carlos Rodríguez-Pastor
Mendoza (Lima, 1935-Michigan, 1995), otro tecnócrata vinculado al gran capital
internacional (había sido presidente del Wells Fargo International Bank), quien no tuvo más
remedio que ceder a un plan de restructuración propuesto por el Fondo Monetario
Internacional para lograr un crédito de 500 millones de dólares. El nuevo reajuste incluía
reducción del gasto público, mayor restricción de la demanda e incremento del ritmo de
devaluación y de los tipos de interés. Al final, los esfuerzos no sirvieron de mucho por las
iniciativas populistas de Belaunde en inflar el aparato estatal con más trabajadores y en
sus obras de infraestructura, como la Marginal de la Selva, postergada por la dictadura
militar. Pero el clientelismo del Presidente no fue el único obstáculo de Rodríguez-Pastor:
la naturaleza completó el desastre por la irrupción del fenómeno de El Niño (1982-1983). 
 
Como vemos, el punto de quiebre en el manejo económico del segundo belaundismo fue
1983, que empujó al país a una terrible recesión. El impacto de la naturaleza y la crisis
financiera global desplomaron las exportaciones y los sueños del Presidente. Respecto a
1979, las exportaciones se redujeron en un 50%, por ejemplo. Recogiendo otras cifras, el
PBI se desplomó en 12%, la industria en  21%, la inversión privada en 34% y los salarios
reales en 31%. El ingreso per cápita llegó a los niveles de 1960. Lo único que subían era la
inflación (que superó los tres dígitos), el subempleo y el sector informal. El país se
acostumbró a la eliminación progresiva de subsidios, al incremento del precio de la
gasolina y de las tarifas de algunos servicios, como la electricidad, y a una política de
“minidevaluaciones”.
Pero ese fatídico 1983, el Instituto Libertad y Democracia (ILD), fundado por el economista
Hernando de Soto (Arequipa, 1941), invitaba a Lima a las dos celebridades del
neoliberalismo, Friedrich Hayek y Milton Friedman. Fundado en 1979 en el marco del Foro
Economía Social de Mercado, el ILD se convirtió en el núcleo académico de la derecha
liberal peruana. En mayo de 1980, llamó a una cruzada ideológica y sugirió la proscripción
de libros marxistas y ciertos textos escolares; firmaban el documento Guillermo Hoyos
Osores, Hernando de Soto, Mario Vargas Llosa, Sandro Mariátegui Chiappe, Andrés
Townsend Ezcurra y Enrique Chirinos Soto. Ellos tomarían como bandera el
neoliberalismo para desbaratar lo que había experimentado el gobierno militar de los
setenta. Ese fue el propósito político de El otro sendero, publicado en 1986 por Hernando
de Soto, cuando se había hundido en su segundo fracaso el arquitecto Belaunde y el Perú
vivía la euforia heterodoxa del primer gobierno de Alan García.

El impacto de la naturaleza y la crisis


financiera global desplomaron las
exportaciones y los sueños del Presidente. 
La responsabilidad del Ministerio de Economía recayó ahora en Carlos Rodríguez-Pastor
Mendoza (Lima, 1935-Michigan, 1995), otro tecnócrata vinculado al gran capital
internacional (había sido presidente del Wells Fargo International Bank), quien no tuvo más
remedio que ceder a un plan de restructuración propuesto por el Fondo Monetario
Internacional para lograr un crédito de 500 millones de dólares. El nuevo reajuste incluía
reducción del gasto público, mayor restricción de la demanda e incremento del ritmo de
devaluación y de los tipos de interés. Al final, los esfuerzos no sirvieron de mucho por las
iniciativas populistas de Belaunde en inflar el aparato estatal con más trabajadores y en
sus obras de infraestructura, como la Marginal de la Selva, postergada por la dictadura
militar. Pero el clientelismo del Presidente no fue el único obstáculo de Rodríguez-Pastor:
la naturaleza completó el desastre por la irrupción del fenómeno de El Niño (1982-1983). 
 
Como vemos, el punto de quiebre en el manejo económico del segundo belaundismo fue
1983, que empujó al país a una terrible recesión. El impacto de la naturaleza y la crisis
financiera global desplomaron las exportaciones y los sueños del Presidente. Respecto a
1979, las exportaciones se redujeron en un 50%, por ejemplo. Recogiendo otras cifras, el
PBI se desplomó en 12%, la industria en  21%, la inversión privada en 34% y los salarios
reales en 31%. El ingreso per cápita llegó a los niveles de 1960. Lo único que subían era la
inflación (que superó los tres dígitos), el subempleo y el sector informal. El país se
acostumbró a la eliminación progresiva de subsidios, al incremento del precio de la
gasolina y de las tarifas de algunos servicios, como la electricidad, y a una política de
“minidevaluaciones”.
Pero ese fatídico 1983, el Instituto Libertad y Democracia (ILD), fundado por el economista
Hernando de Soto (Arequipa, 1941), invitaba a Lima a las dos celebridades del
neoliberalismo, Friedrich Hayek y Milton Friedman. Fundado en 1979 en el marco del Foro
Economía Social de Mercado, el ILD se convirtió en el núcleo académico de la derecha
liberal peruana. En mayo de 1980, llamó a una cruzada ideológica y sugirió la proscripción
de libros marxistas y ciertos textos escolares; firmaban el documento Guillermo Hoyos
Osores, Hernando de Soto, Mario Vargas Llosa, Sandro Mariátegui Chiappe, Andrés
Townsend Ezcurra y Enrique Chirinos Soto. Ellos tomarían como bandera el
neoliberalismo para desbaratar lo que había experimentado el gobierno militar de los
setenta. Ese fue el propósito político de El otro sendero, publicado en 1986 por Hernando
de Soto, cuando se había hundido en su segundo fracaso el arquitecto Belaunde y el Perú
vivía la euforia heterodoxa del primer gobierno de Alan García.

Aspecto económico
 Mediante la Ley de Reforma Agraria se iniciaron las
expropiaciones de tierras, pero desde el Congreso, se
obstaculizó la ejecución de dicho proceso para no
afectar a los grandes latifundios.
Se nacionalizó la Caja de Depósitos y Consignaciones,

creándose en su reemplazo el Banco de la Nación, para
centralizar el cobro y recaudación de impuestos.
 Sobre el asunto de los yacimientos petroleros de La
Brea y Pariñas (julio de 1968), se anunció un acuerdo
de ley conveniente para los intereses del Estado.
El 12 de agosto de 1968 se firmó el Acta de Talara, convenio entre
el Gobierno y la IPC (International Petroleum Company) que
estipulaba:

1. Los yacimientos e instalaciones destinados a la


extracción de petróleo crudo y gas se transferían al
Estado peruano para ser administrados por la Empresa
Petrolera Fiscal.
2. El Estado consideraba candelada cualquier deuda que
tuviera la IPC.
JUAN VELASCO ALVARADO
1977
El ajuste económico

El gobierno de Francisco Morales Bermúdez significó un cambio drástico en la política económica. Aunque en un
inicio señaló que iba a “profundizar” las reformas, poco después se deshizo de los militares “de izquierda” y detuvo,
excepto por la reforma agraria, los procesos iniciados por Velasco. En junio el empresario y ministro de Economía
Walter Piazza aplicó un plan de emergencia contra la inflación y el déficit fiscal que consistió en el recorte del gasto
público afectando los servicios que brindaba el Estado a la población y elevando el precio de la gasolina, lo que
incidió en el aumento de los precios de primera necesidad. El plan profundizó el giro ortodoxo que el anterior
ministro Luis Barúa venía aplicando y logró el apoyo del Fondo Monetario Internacional. El rechazo al plan vino de
la izquierda y el movimiento popular.
ALAN GARCIA
ALBERTO FUJIMORI

Su objetivo inmediato principal era detener el curso de la inflación galopante. Más allá
de eso, los objetivos incluyen la protección de repudio y la sustitución de
importaciones, de regreso a la plena participación en el comercio mundial y los
sistemas financieros, la eliminación de controles de precios internos y los subsidios,
elevar los ingresos públicos y la celebración de los gastos del gobierno estrictamente a
los niveles de ingresos corrientes, iniciando una situación de emergencia social
programa para reducir el impacto del ajuste para los pobres, y dedicar una mayor
proporción de los recursos del país a la inversión rural y la corrección de las causas de
la pobreza rural. En la práctica, las nuevas medidas salió en pedazos, dominado por una
preocupación inmediata para detener la inflación, las medidas adoptadas en el primer
año no se ha completado el programa.

La preocupación por la inflación era bastante natural, después de la fuerte subida de


1989 y los meses inmediatamente anteriores al cambio de gobierno. La tasa mensual
de inflación osciló entre el 25 por ciento y 32 por ciento en el segundo semestre de
1989, superó el 40 por ciento en junio de 1990, y ascendió a 78 por ciento en julio. El
déficit del gobierno central aumentó de un 4 por ciento del PIB en enero de 1990 al 9
por ciento en mayo. La oferta monetaria del país aumentó seis veces entre enero y
finales de julio. El nuevo gobierno tuvo que actuar con rapidez, y lo hizo.

La acción inmediata más dramático fue el de eliminar los controles de precios para el
sector privado y de los productos para elevar los precios de los productos del sector
público para restablecer el equilibrio financiero de las empresas públicas. El precio de la
gasolina, previamente conducido hasta el equivalente a doce centavos de dólar de los
Estados por galón, se multiplicó por treinta veces. Para el índice de precios al
consumidor (IPC), los choques causó un aumento del 136 por ciento en un día.

La eliminación de los controles de precios en el sector privado y el aumento de los


precios cobrados por las empresas estatales tenía tres objetivos. En primer lugar, los
aumentos de precios para las empresas del sector público y los servicios públicos
estaban destinados a restaurar los ingresos a un nivel que permitiría al gobierno
detener los préstamos del Banco Central. En segundo lugar, el aumento de los precios
fue la intención de reducir la demanda agregada mediante la reducción de la liquidez
de las empresas y el poder adquisitivo de la población. En tercer lugar, con todo lo que
un precio mucho más alto en relación con el poder adquisitivo del público, se esperaba
que las fuerzas del mercado comenzaría a funcionar para impulsar los precios de
algunos de vuelta, invirtiendo la tendencia a largo de los aumentos con el fin de ayudar
a romper el control de las expectativas inflacionarias.

Para respaldar el impacto de los shocks de precios, el gobierno declaró que mantendría
sus propios gastos dentro del límite de los ingresos corrientes y dejar las otras dos
grandes corrientes de la creación de crédito del Banco Central: la financiación del
Banco Central para el crédito agrícola y para el sistema de los subsidios de apoyo tasas
diferenciales de cambio. Los tipos de cambio múltiples en vigor según García iban a
estar unidos, y la tasa unificada iba a ser determinado por las fuerzas del mercado.
Además, la competencia de las importaciones para frenar la inflación y el acceso a los
insumos importados para la producción que tanto se mejorará mediante la eliminación
de las restricciones cuantitativas y la reducción de las tasas arancelarias.

Las nuevas políticas de gran ayuda para reducir la tasa de inflación, aunque no llegó a
lograr la estabilización completa. Frente a una tasa de inflación que había llegado
aproximadamente a 2.300 por ciento en los doce meses hasta junio de 1990, la tasa de
139 por ciento para los doce meses hasta diciembre de 1991 puede ser visto como una
mejora dramática. Sin embargo, este último era todavía más del doble techo de
intención del gobierno para 1991 y sigue siendo muy alta en relación a las tasas
mundiales fuera de la inflación. El último trimestre de 1991 parecía más prometedor,
con una tasa mensual de hasta un 4 por ciento, pero se había elevado a 7 por ciento en
marzo de 1992. Peligros inflacionistas se mantuvo claramente molesto, especialmente
teniendo en cuenta dos factores que deberían haber dejado la inflación más decisiva:
un nivel muy deprimido de la demanda interna y un aumento inesperado de la tasa de
cambio real, lo que hace de dólares más barato.

La demanda interna ha llevado a cabo por la combinación de la crisis de los precios en


el inicio del programa de estabilización, pronunciada caída de los salarios reales, la
reducción de los déficit del gobierno, y la restricción del crédito mucho más estricta.
Todas estas son medidas deliberadas para detener la inflación, la aceptación de los
costos probables de un mayor desempleo y la restricción de la producción si es
necesario para ese fin. En 1990 el PNB cayó un 3,9 por ciento, lo que agrava la caída del
19 por ciento entre 1988 y 1990. En 1991 la producción se volvió ligeramente hacia
arriba, con una ganancia de 2,9 por ciento del PNB. Esa situación dejó a la producción
per cápita esencialmente sin cambios desde 1990 y el 29 por ciento por debajo de su
nivel anterior de una década.

El éxito incompleto de la inflación detener creó un conflicto político sumamente difícil.


La recuperación podría, en principio, ser estimulado por las políticas crediticias más
expansivas y menores tasas de interés, lo que favorecería una mayor inversión, la
depreciación de la moneda para ayudar a los productores competir con las
importaciones y las exportaciones mejoradas. Pero la inflación sigue y el miedo a
acelerar su ritmo de crecimiento sostenido en lugar de mantener una rienda muy
apretado en el crédito y por lo tanto bloquea las acciones necesarias para la
recuperación. Este conflicto se agudizó por la cuestión de qué hacer con la nota de
cambio: el tipo de cambio real fue exactamente en la dirección equivocada para la
recuperación apreciando cuando la depreciación fue tanto esperaba y necesitaba.

La decisión de suprimir los controles sobre el tipo de cambio que se esperaba llevar a
una mucho más alta de tipo de cambio de precios, para fomentar las exportaciones, y
que permita la liberalización de las importaciones sin un déficit externo creciente. Sin
embargo, cuando la tasa fue puesto en libertad, el precio del dólar bajó en vez de subir.
Este efecto inicial podría ser explicada por las restricciones impuestas a los estrechos de
liquidez, lo que impulsó las empresas y personas que tenían saldos en dólares para
convertirlos a la moneda nacional con el fin de seguir operando. Este movimiento,
presumiblemente debería haber ido en reversa cuando las tenencias de dólares se
acabó, pero totalmente dieciocho meses más tarde no se había producido la reversión.
Dólares se mantuvo demasiado barata como para hacer que las exportaciones rentable
y barato también para muchos productores para competir contra las importaciones por
varias razones, incluyendo la continua afluencia de dólares provenientes del tráfico de
drogas en los mercados de la calle y luego en el sistema bancario. Una segunda razón
ha consistido en el nivel de continua baja de los ingresos nacionales y la producción, y
la restricción correspondiente de la demanda de importaciones en comparación con lo
que estaría en una economía en expansión. Pero quizás las razones más fundamentales
han sido el ajuste constante de la liquidez en términos de moneda nacional y las tasas
resultantes altos de interés para préstamos en moneda nacional, que están fuertemente
a favor de dólares por intereses en lugar o repatriación del extranjero. Todo esto
significa que la economía ha tenido ningún problema de tipo de cambio, sino también
que los incentivos para producir para la exportación se han celebrado hasta
severamente, cuando tanto en el corto plazo la recuperación y el crecimiento a largo
plazo tanto necesitan el estímulo de las exportaciones en aumento.

El gobierno fue más exitoso en la parte de su programa dirigido a la liberalización del


comercio. Como se ha señalado, el arancel promedio se redujo en gran medida en dos
pasos, en septiembre de 1990 y marzo de 1991. Las restricciones cuantitativas fueron
eliminados, y la estructura arancelaria se ha simplificado en gran medida. La protección
efectiva se redujo a un nivel más bajo que en cualquier momento ya que los mid1960s,
con una estructura más coherente que dejó mucho menos espacio para la distorsión de
los incentivos.

A pesar de las medidas de estabilización y de reforma estructural han mostrado cierto


éxito por lo tanto, el programa de gobierno no ha tomado las medidas adecuadas para
prevenir el empeoramiento de la pobreza. Sus programas anunciados de la ayuda a
corto plazo en el suministro de alimentos y la redirección de largo plazo de los recursos
para sacar a la gente de la pobreza mediante programas diseñados para ayudarlos a
elevar su productividad aún no se han implementado de una manera significativa. Las
agencias privadas de beneficencia, las Naciones Unidas (ONU) y la Agencia de los
Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (AID) han ayudado considerablemente
a través de donaciones de alimentos para evitar la inanición. Sin embargo, el propio
gobierno ha hecho poco, ya sea para aliviar tensiones actuales sobre los pobres o para
abrir nuevas direcciones que prometen ganancias para ellos en el futuro.

Aspecto económico
El país se encontraba inmerso en una serie de problemas como la
corrupción generalizada en organismos del Estado, creciente
terrorismo (SL y MRTA), descenso de los salarios, agotamiento de
reservas internacionales, hiperinflación, devaluación monetaria,
atrasos en el pago de la deuda externa y ser considerado
inelegible por el Fondo Monetario Internacional.

Para solucionar esta situación, el gobierno de Fujimori, a través de


Juan Carlos Hurtado Miller, ministro de Economía, tomo las
siguientes medidas: eliminar los cambios diferenciados del dólar,
≪sincerar≫ los precios (se eliminaron los subsidios y el control de
precios), se propuso reducir la inflación y el déficit fiscal.

Para 1991 se abandonó el inti por el nuevo sol (un millón de intis)
como unidad monetaria. Los resultados fueron positivos: se bajó
la inflación de 397% a 15%, se logró la estabilidad financiera, se
logró la reinserción del Perú al FMI, la sostenibilidad económica. A
todo ese conjunto de medidas económicas se le denomino el
≪fujishock≫.
En 1991, el nuevo ministro de Economía, Carlos Boloña, propuso
una política neoliberal cuyos objetivos eran la apertura a las
importaciones, reducir la intervención del Estado, crear la Sunat
(administración tributaria), instalar el sistema de pensiones AFP
(Asegurados de Fondo de Pensiones) y el programa de
privatizaciones de empresas estatales: Compañía Peruana de
Teléfonos (Telefónica), Electrolima (Edelnor y Luz del Sur),
Refinería La Pampilla (Repsol), etc.

De esta manera, se produjo la expansión de la economía, se


controló la inflación y se produjo el retorno de la inversión
extranjera. Asimismo, se incrementó el desempleo y subempleo,
se elevó la pobreza a niveles drásticos, se redujo la actividad
sindical y se incrementó la actividad informal.
En 1993, el Perú se acogió al Plan Brady, programa de ayuda para
los países más pobres a través de políticas de condonación o
reducción de deudas.

VALENTIN PANIAGUA

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