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IES-ESCUELA NORMAL SUP. GRAL.

MANUEL BELGRANO
ASIGNATURA: SUJETO DE LA EDUCACIÓN PRIMARIA I
DOCENTE: PROF. LIC. MARÍA FERNANDA FONZALIDA 2020
Texto extraído de:
Familias vs. Escuelas por Ruth Harf
(Novedades educativas N°222-Junio 2009).
¿Y la escuela para qué?

Queremos brevemente, en este aspecto, recoger ideas que nos parecen ineludibles para
entender la escuela en este siglo XXI.

Jacques Delors define cuatro grandes pilares para la educación del futuro:

1- Aprender a hacer (a trabajar, a modificar la realidad).


2- Aprender a ser (es decir, a tener realmente conciencia de quién es uno).
3- Aprender a aprender (una persona va a tener que educarse a lo largo de toda la
vida y, por lo tanto, la educación tiene que enseñarle el oficio de aprender).
4- Aprender a vivir juntos (es desafío de la construcción de la sociedad la idea de
estar con el diferente. No excluirlo, ni ignorarlo, sino aprender a vivir con él,
enriquecerse de la diferencia, enriquecerse con quien piensa y siente distinto.)

¿Quién se hace cargo de los niños y adolescentes?

Parece una pregunta sin sentido: podemos aprender con ideas en las que ya casi nadie
cree: en la casa se hace cargo la familia, en la escuela se hacen cargo los educadores, el
Estado supervisa agencias estatales que se ocupan de niños y jóvenes, etc.

La pregunta parece remitirnos a otra: “¿quién tiene la culpa de que los chicos no sean
como los de antes?

Y ahí parece comenzar un partido de fútbol donde todos tratan de tirar la pelota para el
campo del otro: la culpa es de la familia que ya no tiene ni ejerce autoridad y no pone
límites; la culpa la tiene la escuela porque no cumple con su función de enseñar, no los
contiene, los docentes no van, no les enseñan lo que necesitan para el día de hoy; la
culpa la tiene el Estado, que más que estado responsable parece un Estado en estado de
ausencia, etc.

No es correcto preguntar por culpas, sino cambiar las representaciones sobre niñez y
adolescencia y sobre las instituciones familia y escuela. La cuestión no es ver quién
tiene la culpa, sino más bien de qué estamos hablando: hasta qué punto los niños y
jóvenes deben ser comparados con niños y jóvenes de 10, 20 o 30 años atrás.
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Deberíamos preguntarnos un poco más acerca de las características de niños y jóvenes
de hoy y analizar en qué medida son escuchados, en qué medida son comprendidas sus
necesidades y demandas, en qué medida entendemos que pueden y saben mucho más
que los adultos pensamos, aunque a veces ese “mucho” sean cosas, saberes, ideas que
familia y la escuela no siempre comprenden, entienden o escuchan. Ideas que no
siempre comparten.

No es lo mismo decir que “los jóvenes no saben leer ni escribir”, que afirmar que “los
jóvenes no saben leer ni escribir como la escuela (con todo derecho) pretenden que
sepan”. Los jóvenes leen y escriben mensaje de texto, saben y leer y escribir para
chatear, saben participar en diferentes redes sociales “internáuticas”.

Que la familia y la escuela pretendan ignorar o no se esfuercen para reconocer las


características propias de esta infancia y de esta juventud, es quitar la posibilidad de
tomar estas modalidades o códigos como puntos de partida, aunque no necesariamente
como puntos de llegada.

“Los jóvenes no saben hacer síntesis, ni resúmenes, ni rescatar las ideas principales de
los textos” es una queja bastante generalizada. Nos agrada siempre contar que es
fácilmente comprobable la inexactitud de esta afirmación, proponiendo a algún joven
que resuelva la siguiente situación: “Te quedan 10 pesos de crédito en tu celular, anoche
conociste a una chica/chico sensacional, se lo quieres contar a tu mejor amigo/a; ¿qué le
escribirías, sabiendo que en cualquier momento se te acaba el crédito?” No les quepa la
menor duda de que pondrá de manifiesto su capacidad para tomar las ideas principales,
para hacer una síntesis adecuada y para resumir eficazmente la velada soñada en cinco o
diez palabras, ¡en dos o tres frases!

¿Quién se hace cargo? No es lo mismo que preguntar ¿A quién le paso el problema? Es


por ello que preferimos emplear la idea de grados de responsabilidad: la pregunta
adecuada sería:¿cuál es el grado de responsabilidad que le corresponde a cada una de las
personas y entidades que están en relación con niños y jóvenes? Es decir, todos nos
hacemos cargo, pero no del mismo modo. Todos asumimos diversas responsabilidades.
No quedan excluidos de esta responsabilidad compartida ni la familia, ni la escuela, ni
el Estado, ni los medios de comunicación. Pero es una discusión abierta o a abrir el
grado de responsabilidad que compete a cada uno, explicitar estos acuerdos y contratos
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y establecer mecanismos compartidos de sentimientos en el cumplimiento de estas
responsabilidades, compartidas pero no idénticas.

Familia y escuela: enfrentadas o cooperando

Otra vez planteamos mirar la situación de otro modo.

Familia y escuela pueden encontrarse al pensar en las expectativas respecto de los


aprendizajes de niños y jóvenes. Muchas veces se adjudica a las expectativas el carácter
de paquete: que quien preguntó por las expectativas tome el paquete y se haga cargo de
él.

Es por ello que sería interesante completar la idea con otro planteo: ¿A qué se
compromete cada una de las partes involucradas para que estas expectativas se
alcancen, se cumplan?

De este modo se llega al contrato compromiso…

Se entiende por “contrato” el trato que se hace con otro. Sirve para tender en forma
conjunta y participativa hacia el cumplimiento de las expectativas, pero ir juntos no
significa tener roles simétricos.

Por eso cuando planteamos: ¿A qué se compromete cada uno desde su rol?, dejamos en
claro la complementariedad, a partir del reconocimiento de responsabilidades diferentes.

Como en todo contrato, existe la posibilidad- para lograr acuerdos iniciales mínimos- de
discutir, de negociar, de explicitar las necesidades y las posibilidades de cada uno.

Por otro lado, todo contrato supone la posibilidad de revisión en el tiempo, la


posibilidad de recontratar.

La denominación contrato no sólo se refiere a las posibilidades de acción de cada uno,


sino también a las expectativas que cada uno tiene respecto de las posibilidades de
acción del otro.

Estas expectativas no están siempre explicitadas, por lo que luego, en el transcurso de la


vida institucional, puede suceder que algunos de los miembros se comporten con
respecto a los demás de acuerdo con los que cada uno de ellos cree que los otros
deberían estar haciendo.
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Desde el ámbito escolar, hablamos de un contrato en el cual se compromete cada uno de
los miembros que ejercen roles complementarios respecto de otro de los roles: docentes,
padres, alumnos, etc.

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