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Guatemala: la crisis del Estado de derecho y un débil sistema de partidos

November 9, 2017 by Steven Ambrus Deja un comentario

A mediados de 2015, decenas de miles de ciudadanos guatemaltecos salieron a las calles para protestar contra un
sistema de corrupción multimillonario al más alto nivel del gobierno y para exigir reformas. Hacia septiembre,
ministros y consejeros clave habían tenido que abandonar sus cargos, y el presidente del país estaba en la cárcel.

No obstante, hoy en día, dos años después de esa eufórica manifestación de poder popular, poco ha cambiado en la
dinámica estructural que tantos problemas ha generado en el país. En realidad, en Guatemala la política sigue
caracterizándose por un sistema de partidos con una base institucional débil, al servicio de intereses creados y a
menudo relacionado con fondos opacos.

Esa es al menos la opinión de Edgar Balsells, profesor y ex Ministro de Finanzas de Guatemala, que participó en una
reciente conferencia del BID sobre la formulación de políticas públicas en América Latina. En esa conferencia y en un
documento que será publicado próximamente, Balsells sostiene que las debilidades del sistema de partidos están en el
centro de numerosos problemas de su país y que se requieren reformas urgentes para emprender una nueva dirección.

Hace ya tiempo que se considera que un sistema de partidos fuerte es crucial para la capacidad del gobierno. En
trabajos de investigadores pioneros del BID y de unos cuantos colaboradores externos, realizados a comienzos de la
década de 2000, se consideraba que en dicho sistema normalmente habría un pequeño número de partidos bien
organizados y programáticos (e ideológicos) que perdurarían a lo largo del tiempo y que representarían posiciones
relativamente consistentes en materia de políticas. Esos partidos, que se consideraba fuertemente institucionalizados,
aumentarían la rendición de cuentas democrática y, además, contribuirían a asegurar que las políticas importantes
sobrevivieran a los cambios de gobierno.

Guatemala tiene un sistema de partidos con una base institucional débil

El sistema de partidos de Guatemala representa el opuesto de ese ideal. Es uno de los que tienen la base institucional
más débil de toda América Latina; la antigüedad promedio de un partido político es de solo seis años, y hay más de una
docena de partidos que compiten en cada elección, la mayoría de los cuales representan poco o nada en términos de
ideología. En efecto, desde la vuelta a la democracia en 1985, no hay ningún partido político que haya ocupado dos
veces el sillón presidencial. Muchos de ellos, entre los que se cuentan los dos más grandes a partir de 1999, han
desaparecido del todo.

El carácter transitorio y la falta de ideas dan a entender que los legisladores a menudo cambian de afiliación política
durante su carrera. Y lo que es aún más importante: significa que los partidos políticos no representan las preferencias
de los votantes en materia de políticas. Más bien, tienden a valerse de promesas clientelistas y están al servicio de
aquellos que ponen el dinero. Estos no suelen ser ciudadanos comunes. Constituyen poderosos intereses políticos y
comerciales de la oligarquía tradicional y los caciques locales.

En este sentido, Guatemala contrasta vigorosamente con El Salvador, un país donde el izquierdista FMLN y el
derechista partido ARENA tienen una fuerte impronta, redes nacionales y organizaciones sumamente disciplinadas, y
donde el dominio de los dos partidos a lo largo de los últimos 25 años ha proporcionado una estabilidad muy
necesaria.

El papel del sistema de partidos en los indicadores sociales bajos

Las consecuencias para Guatemala son drásticas. Las instituciones y la gobernanza inadecuadas, en las que el sistema
de partidos débiles y sumamente volátiles desempeña un rol clave, contribuyen a establecer indicadores sociales
preocupantemente bajos. Según un informe de 2016 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD),
estos indicadores arrojan una media de seis años de escolarización y tasas de pobreza que han aumentado hasta el
76%, con el 35% en condiciones de extrema pobreza. Entretanto, según Balsells, la corrupción y la influencia del dinero
de la droga en las elecciones sigue siendo un lastre para el sistema político.

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Las reformas, entre ellas la que atañe al financiamiento de las campañas políticas, podrían marcar una gran diferencia,
asegura el especialista. También lo harían una mayor centralización de la planificación y la regulación de las
operaciones del gobierno (para quitar el poder a las elites locales corruptas), junto con más democracia en todos los
niveles. Y, añade, la ayuda de la comunidad internacional debería quedar estrictamente condicionada a la aprobación
de esas reformas.

Si hay un lado positivo en esta historia, tiene que ver con los fiscales locales, que –junto con una comisión apoyada por
Naciones Unidas– han iniciado una lucha contra la corrupción. También tiene que ver con el gran número de
ciudadanos, organizaciones no gubernamentales y otros grupos de la sociedad civil que en 2015 se alzaron para exigir
una política más limpia y un gobierno más sensible a las necesidades de su pueblo. Estos objetivos, al margen de
cuánto se demoren las reformas, son pilares fundamentales para construir el futuro.

Democracia sin partidos reales

19 de Marzo de 2019

Luis Mack

«El elector goza del sagrado privilegio de votar por un candidato que eligieron otros» (Ambrose Bierce).

En nuestra reflexión anterior explorábamos la contradicción de un sistema como el político guatemalteco, que tiene
una apariencia democrática, pero que en realidad esconde una realidad de crisis endémica y de deslegitimación
ciudadana. En las últimas semanas he podido estar en varios departamentos de la república y les he hecho a muchos
ciudadanos la pregunta de si tienen la esperanza de que el proceso electoral traerá un cambio positivo para Guatemala.
La respuesta ha sido unánime: no solo no se cree que el proceso electoral traerá algo bueno, sino que existe una gran
preocupación por que el resultado sea que llegue un candidato o una candidata que empeore las cosas.

La pregunta, por lo tanto, sigue en el aire: ¿qué motiva a los ciudadanos a seguir votando? Los datos disponibles, por
ejemplo, nos dicen que Sololá y Quiché, dos de los departamentos más pobres y excluidos del país, exhiben el récord de
ser los de mayor afluencia electoral, con asistencia de más del 80 % de los electores inscritos en el padrón electoral.
Una exploración más amplia probablemente demostraría que los lugares donde menos incidencia tiene la democracia
son aquellos donde los ciudadanos más acuden a votar. ¿Qué motiva al ciudadano pobre, excluido y sin acceso a
servicios por parte del Estado a tomarse la molestia de ir a votar? La hipótesis sigue siendo el clientelismo: el
ofrecimiento de bienes, servicios o infraestructura a cambio del voto. Pero esta hipótesis no ha sido probada
adecuadamente.

Por eso se dice que, pese a que votamos, en realidad no elegimos.

Un segundo misterio es el elevado número de partidos políticos pese a que el sistema electoral guatemalteco es
profundamente reductor de estos —tiene un umbral electoral elevado, así como barreras muy altas para la formación
de nuevos partidos políticos—. La respuesta a esta pregunta está en el tipo de partidos que se construyeron en nuestro
país: estructuras volátiles, centralizadas y profundamente autoritarias, ya que el que paga la factura del partido es el
que adquiere mayores cuotas de poder dentro de este. Por eso la Ley Electoral les otorga poderes extraordinarios al
comité ejecutivo nacional y, en especial, al secretario general del partido. Coloquialmente hablando, hay un chiste que
reza que lo que se necesita para formar un partido político en Guatemala no es ni la ideología ni el plan de gobierno ni
la estructura partidaria, sino solamente tres cosas: dinero, dinero, dinero.

El punto es que la democracia guatemalteca está enredada en una contradicción cíclica: aunque hay muchos esfuerzos
de cambio, la falta de confianza ciudadana y la centralidad extrema que los partidos tienen respecto de sus figuras
dirigentes paradójicamente favorecen una situación en la que, pese a que todo cambia, en realidad todo permanece
igual. La falta de confianza ciudadana limita la participación en las estructuras partidarias, y las nuevas fórmulas
partidarias terminan cayendo en un proceso paulatino de captura por parte, primero, de los financistas del partido y,

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luego, de los financistas de la campaña electoral. Al final, todos los esfuerzos chocan con esa realidad cíclica de
ausencia de interlocutores válidos que promuevan espacios de concertación, de agregación de preferencias y de
construcción de opciones políticas de mediano y largo plazo, lo que paradójicamente refuerza la despolitización del
ciudadano y la percepción permanente que tienen los guatemaltecos de un sistema que solo produce malas noticias.
Por eso se dice que, pese a que votamos, en realidad no elegimos.

El meollo del problema democrático guatemalteco, por lo tanto, es la ausencia de partidos reales que cumplan con las
funciones de intermediación que les otorga la teoría política. Tremendo desafío, pues construir opciones partidarias no
es tarea fácil. (Continuará).

Violencia y autoritarismo: cómo llegó América Central a sus peores días desde los sangrientos años
ochenta

La tentación autoritaria, la violencia y la corrupción amenazan con adueñarse de una región inestable
que lleva décadas tratando de afianzar la convivencia democrática

11 de julio de 202119:18

Ramiro Pellet Lastra

Un efectivo de las fuerzas de seguridad custodia un centro electoral en Nicaragua, en el ojo de la tormenta por la deriva
autoritariaMAX TRUJILLO - Europa Press

Autoritarismo, violencia, corrupción. La estrecha franja de América Central y la vasta cuenca del Caribe están
siendo azotadas por un frente de tormenta de todo orden,  que golpea con fuerza a sus inestables democracias. Se vio en
su mayor expresión hoy, con las inéditas protestas en Cuba, pero se palpita a diario desde Haití a Nicaragua.

Habrá que retroceder hasta la década de 1980 para encontrar un momento de mayor fragilidad en la región.  Ya no
están las decenas de miles de muertos de esa década tan desgraciada, con campos y ciudades regados
de sangre. Pero eso no es consuelo para los millones que ven vulnerados diariamente sus derechos más elementales,
y que ven a sus países zigzaguear otra vez a la deriva.

Como dice el analista político mexicano Rubén Aguilar, quien conoce a fondo las desventuras sociales y políticas de sus
vecinos del sur, “hay un nuevo estadio, una nueva coyuntura general en la región centroamericana”, donde en el
terreno político sobresale un déficit democrático.

“Ya estaba como en el ADN de los gobernantes de Centroamérica esta idea de ser muy fuertes,
autoritarios, donde cerrar el espacio a cualquier tipo de manifestación en el temor de perder el
poder”, dijo Aguilar a LA NACION.

La tentación autoritaria se acompaña a menudo de un Estado visto como botín de guerra, y en contextos sociales con
altos niveles de desigualdad, ingreso y patrimonio que abren las puertas a cualquier aventurero. Y todo con los
máximos históricos de narcotráfico y en medio de un éxodo migratorio alentado por la violencia y la
miseria.

Una pared pintada con graffitis con un mensaje que alguna vez decía en español: "Resiste Nicaragua", fue pintado por
otro que ahora dice "Viva la revolución" en Managua

Crece el autoritarismo y también crece, en el caso de Haití, la anomia más absoluta, un sálvese quien pueda donde
gana el que tenga mejores armas. Sin más esfuerzo que el de una banda de ladrones, un comando se abrió
paso en la residencia del jefe de Estado y lo acribilló.

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Otros hombres armados, pero a las órdenes del gobierno, están acaso tramando en este momento el arresto del
enésimo crítico del régimen en  Nicaragua, que pobló de disidentes los calabozos de la funesta cárcel del Chipote.
Esos arrestos son una costumbre conocida en Cuba, desde luego, donde el instinto carcelario se acentuó en abril,  tras
la reunión anual del Partido Comunista. Hoy, Cuba es escenario de una inédita protesta: miles de cubanos salen a las
calles en contra del gobierno de Miguel Díaz-Canel.

El Salvador y Guatemala están ajustando, a su vez, las leyes para demoler los contrapesos al Poder
Ejecutivo. Y el presidente de Honduras cumple un segundo mandato desde 2017 pese a que la Constitución
autorizaba uno solo.

Pegado a Nicaragua en su frontera sur, Costa Rica se mantiene como el baluarte que siempre fue de la
democracia, no solo de América Central, sino de toda América Latina. También la República Dominicana, que
comparte isla con Haití, logró evitar el contagio del cataclismo vecino.

Nicaragua

“Se partió en Nicaragua otro hierro caliente, con que el águila daba su señal a la gente”, dice la canción del cubano
Silvio Rodríguez. Era un homenaje a la revolución sandinista de 1979, que lideró un joven llamado  Daniel
Ortega contra la dictadura de Anastasio Somoza.

Ese idealista Ortega se alejó de la canción de Rodríguez, del espíritu libertario y de cualquier viso de democracia, según
la comunidad internacional y el mismo Silvio Rodríguez, quien admitió hace unos años en Managua que “en el
actual contexto es imposible cantar esta canción”.

Ahora se acercan las elecciones de noviembre y Ortega va por un nuevo mandato. Para asegurar el triunfo, más
que encarar una campaña electoral, lanzó una campaña de detenciones a rivales, excompañeros de
revolución, periodistas, empresarios, y la lista continúa.

Son tantos los desafueros que casi todos los días hay una nueva noticia. La Comisión Interamericana de Derechos
Humanos (CIDH) denunció esta semana ante la OEA “una nueva fase de la represión” en Nicaragua, y pidió
proteger a cuatro opositores en “extrema situación de riesgo”.

Haití

El país más empobrecido, inestable, inseguro y vulnerable a catástrofes del continente americano, víctima regular de
ciclones, terremotos y golpes de Estado, se acaba de sumergir en otra de sus crisis proverbiales, con el asesinato del
presidente Jovenel Moïse.

Un comando armado entró a la residencia presidencial en Puerto Príncipe y lo ejecutó a sangre fría,
con doce disparos de armas de grueso calibre. El magnicidio -que según se sabe, contó con partícipes de
Colombia y Estados Unidos- reforzó la sensación de insensata anarquía que campea en el país desde hace al menos tres
décadas.

“No hay Estado en Haití. No lo ha habido en decenas de años y entonces pues queda todo al arbitrio de fuerzas del que
sea. Del dictador Papa Doc, y luego de Jean-Bertrand Aristide (tres veces presidente), que parecía la salvación
demócrata y no lo fue, etcétera”, dijo Aguilar.

El mandato de Moïse también fue turbulento. Enfrentaba acusaciones de corrupción y era desafiado por oleadas de
protestas contra el gobierno a menudo violentas. Y tenía enemigos jurados, lo que, en el caso de Haití,
equivale como está visto a una condena a muerte.

Cuba

Al contrario que Haití, las cosas estaban al menos hasta hoy bajo control en Cuba. Demasiado control.  Eso no sería
nada novedoso, si no fuera porque el régimen del presidente Miguel Díaz-Canel descubrió este año
que la maquinaria represiva, quizás algo oxidada por el paso del tiempo, dejaba cabos sueltos.

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Desde la cúpula del partido se dieron cuenta que el pensamiento crítico se movía a sus anchas en las redes
sociales. Pero eso no debía llegar al poder. Durante la cumbre anual del Partido Comunista, en abril, los
dirigentes decidieron tender sus propias redes contra estos peligrosos disidentes armados de celulares.

También detectaron que los nuevos artistas se estaban soliviantando. ¿Acaso ya nadie canta a la revolución?, se
indignaron los viejos camaradas. Lanzaron así una feroz oleada de detenciones para suprimir las críticas en el
ciberespacio, en la vía pública y donde fuera.

Hoy, el control encontró fisuras, cuando miles de cubanos salieron a las calles a protestar.

El Salvador

El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, durante un discurso ante el Congreso. El Legislativo votó este año
destitución y reemplazo de jueces de la Corte Suprema y del fiscal general

Nayib Bukele accedió a la presidencia salvadoreña en 2019 con un amplio apoyo popular. Quedaban en el camino los
partidos que ocupaban la escena política desde los acuerdos de paz de 1992 que sellaron el fin de la lucha armada.

Votado en su momento como la esperanza del cambio, Bukele conserva todavía el respaldo de la gente.  Pero también
acumula críticas por la tendencia, común en la región, de borrar las distinciones entre los poderes y
dejar básicamente uno solo en pie, el Poder Ejecutivo.

El Congreso, bajo control de su partido, reemplazó a los jueces de la Sala del Constitucional de la Corte Suprema y al
fiscal general. Ante las críticas internacionales, Bukele respondió: “Con todo respeto: estamos limpiando
nuestra casa, y eso no es de su incumbencia”.

Guatemala

Manifestantes participan en una protesta exigiendo la renuncia del presidente guatemalteco Alejandro Giammattei, en
la Ciudad de Guatemala el 22 de noviembre de 2020AFP

Cuando el médico y cirujano Alejandro Giammattei cumplió su primer año en la presidencia de Guatemala, en


enero pasado, dijo que “el compromiso actual del gobierno superará todas las expectativas”, aunque subrayó que eso
dependía de que “los guatemaltecos empecemos a unirnos”.

Había sido investido el 14 de enero de 2020 con una aprobación superior al 80%, según sondeos de medios locales. Sin
embargo, un año después la cifra cayó a cerca del 40%, de acuerdo con las mismas fuentes.

¿Cómo conseguir la unidad? La manera que encontró, o la que más llamó la atención fronteras afuera, fue que su
partido aprobara este año en el Congreso la reforma de la ley de organizaciones no gubernamentales. La norma le
permite al mandatario autorizar a voluntad el cierre de las ONGs, pilares de la sociedad civil, que a su
juicio alteren el orden público

Honduras

El presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, junto a la primera dama, Ana García. Hernández se las ingenió
para saltarse la prohibición de presentarse a un nuevo mandato en 2017 y logró ser reelecto.Reuters

Como tantos líderes latinoamericanos, al presidente hondureño Juan Orlando Hernández también le sobrevino el


afán de permanencia.

Dos años antes del final de su mandato, Hernández buscó el visto bueno de la Corte Suprema para presentarse a la
reelección en 2017. Cumpliendo sus deseos, la Corte hizo los deberes y declaró inconstitucional el
artículo 239 de la Carta Magna que prohibía un nuevo período.

Pero no todos los tribunales le dan buenas noticias al líder hondureño. Una corte federal de Nueva York condenó en
abril pasado a su hermano, Juan Antonio ‘Tony’ Hernández, a cadena perpetua por narcotráfico.

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El mismo tribunal también calificó durante el proceso a Honduras de “narcoestado”, tras un juicio que
abordó la corrupción arraigada al más alto nivel político, en la policía, las Fuerzas Armadas y el sistema judicial.

Guatemala: de la limitación a la libertad al autoritarismo

By Eslibertad Guest Author

Published on agosto 17, 2021

Ciertamente no ha existido en la historia de la humanidad un periodo tan propicio para hablar de libertad como el que
actualmente estamos viviendo. Cuarentenas, encierros, acciones arbitrarias por parte de los gobiernos, limitaciones a
la acción individual; toda una serie de medidas dirigidas hacia la sociedad con el pretexto de salvaguardar la vida de las
personas y mantener el orden frente a la crisis sanitaria del covid-19.

Luis Javier Medina Chapas

Luis Javier Medina Chapas, estudiante de la Licenciatura en Ciencia Política con especialización en Políticas Públicas
en la Universidad de San Carlos de Guatemala, Coordinador Local en Estudiantes Por la Libertad Guatemala y
miembro de la Red Mundial De Jóvenes Políticos Capitulo Guatemala en el área de trabajo decente y crecimiento
económico.

 Guatemala no fue la excepción a este tipo de acciones y, luego de más de 14 meses conviviendo con medidas
restrictivas y una pandemia que parece no acabar, nos vemos envueltos cómo sociedad en otro ejemplo de estas
prácticas arbitrarias y enemigas de la libertad: el autoritarismo. Según el diccionario de la Real Academia Española
(2021) el autoritarismo es el: “régimen o sistema político caracterizado por el exceso o abuso de autoridad”. A esta
definición debemos agregarle los comentarios del ilustre pensador Friedrich Hayek (2014) quien afirma que: “A la
democracia se opone el gobierno autoritario” (p 141). 

     Ahora bien, ¿Qué relación hay entre el autoritarismo y el contexto guatemalteco? Es importante mencionar que el
país en los últimos meses ha sufrido de ciertas medidas de carácter antidemocrático y que han sido justificadas por el
contexto en el que vivimos. Tales disposiciones, las cuales provienen del gobierno de turno del presidente Alejandro
Giammattei, son un claro freno a las garantías individuales de la locomoción, asociación y por supuesto la libertad de
expresión. 

Pero, ¿Cuáles son estas medidas restrictivas y nocivas para la libertad? Para explicar lo que ha sucedido es necesario
aclarar que en Guatemala existe un marco legal denominado “Ley de Orden Público”. Dicha reglamentación de
carácter constitucional tiene como supuesto objetivo el mantener la seguridad, el orden público y la estabilidad del
Estado a través de la limitación de garantías constitucionales (INAP, 2020). Dicho en otras palabras, tal ley faculta al
ejecutivo a decretar estados de prevención o de alarma en caso de una calamidad, desastre o, como se ha visto
recientemente en el país, para imponer “orden” y estabilidad.

Pero aún no hemos llegado a lo grave del asunto, si bien a priori dicha ley ya es un tanto nociva en lo que respecta a las
libertades individuales y las garantías humanas frente al aparato estatal, el mal uso de tal reglamentación y el tinte
político que se le ha impregnado ha provocado que la libertad en el país se encuentre en jaque. Muestra de ello es que
en 18 meses de  la actual administración se han decretado nada más y nada menos que 12 Estados de excepción, es
decir, un Estado en donde se limita y restringe todo tipo de reuniones y se le otorga   la capacidad al gobierno para
disolver manifestaciones previamente no autorizadas, además le permite militarizar los servicios públicos a lo largo del
territorio nacional y limitar la circulación de vehículos en lugares y horas determinadas.

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     Con todo lo que conlleva el estado de prevención y las capacidades que se le otorgan al gobierno, ¿no es evidente la
coacción y la limitación a la libertad por parte de dicha medida? debemos entender que acciones como estas no son
propias de un régimen democrático y donde se respete la libertad de expresión y la libre asociación, todo lo contrario,
se asemejan más a dinámicas de un régimen militar o una dictadura. Con 36 años de democracia participativa y
libertades de tipo social y política, ¿Por qué nuevamente permitimos este tipo de prácticas a nivel estatal?

     Y si, quizás salga a relucir el argumento de que es para “protegernos” o para evitar que las manifestaciones y
movilizaciones sociales, causadas por el malestar generalizado de la población hacia la elite política, provoquen un
aumento de casos por covid-19. Sin embargo, los meses han demostrado que las medidas restrictivas y que coaccionan
a los individuos en la búsqueda de sus fines no son la solución, peor aún en un país con altos índices de pobreza,
desnutrición, desigualdad y desarrollo humano en donde, en vez de proteger el bienestar individual y colectivo, tales
medidas agravan el descontento y las carencias que cómo país tenemos. Por otro lado, este tipo de conductas debilitan
aún más a la libertad de expresión y los canales que la ciudadanía posee para exigir y expresar sus demandas a los
gobernantes, generando en la sociedad una disociación entre la elite política y la ciudadanía y que a largo plazo puede
repercutir en el ascenso de un líder populista, radical y demagogo.

     Ciertamente la coyuntura actual nos enseña que la libertad es irrenunciable, ya sea si se habla de libertades
políticas, libertad de expresión o de libertad de prensa. Si dicho baluarte se pierde la sociedad corre el riesgo de caer
presa de autoritarismos, figuras antidemocráticas e incluso regímenes totalitarios. A todo esto es útil recordar aquella
famosa frase de Miguel de Cervantes en el libro de Don Quijote de La Mancha:

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden
igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe
aventurar la vida “

     Es momento que la sociedad guatemalteca se dé cuenta del peligro de seguir aceptando medidas y disposiciones
unilaterales. Pasamos de reglamentaciones con el pretexto de la seguridad a prácticas autoritarias y que contravienen
derechos y garantías constitucionales, ¿Qué vendrá después? Es imperante detener esta constante que lo único que
hace es minar aún más la libertad y la democracia, de lo contrario más temprano que tarde los precedentes serán
tantos y las restricciones tan comunes que la libertad en su plenitud se volverá, lamentablemente, en un recuerdo más
para la sociedad guatemalteca.

29-04-2020

Guatemala es una de las seis autocracias de América Latina

De acuerdo a la edición 2020 del Índice de Transformación Bertelsmann (BTI), la dimensión analítica de
Transformación Política ha declinado de manera constante en Guatemala con el pasar de los años. Los indicadores del
BTI que se usan para evaluar su régimen político actual son cinco en total y en dos de ellos, para el período 2018-2020,
se manifiesta un desempeño menor al mínimo requerido en cada uno para mantener el estándar democrático: el
«Poder Efectivo para Gobernar» y la «Separación de Poderes» requieren cada uno un piso de 4 puntos para ser
considerados democráticos. En el caso de Guatemala, sendos indicadores se encuentran en 2020 a un nivel de 3
puntos, posicionando a este país como una autocracia.

Por Victoria Ariagno

Desde la segunda mitad del siglo XX Guatemala ha experimentado una variedad de gobiernos de naturaleza tanto
militar como civil. En 1996 el gobierno de Guatemala -en ese entonces, presidido por Álvaro Arzú Irigoyen- y la Unidad
Revolucionaria Nacional Guatemalteca firmaron los acuerdos de paz que finalizaron formalmente la guerra civil que
padeció el país durante 36 años. Fue un hecho que tuvo un impacto profundo en términos económicos y políticos,
plasmado, por ejemplo, en el fenómeno de desplazamiento interno de miles de personas y la agudización de la
polarización de la sociedad.

Actualmente, los clivajes y conflictos estructurales de Guatemala permanecen inalterables. El desplazamiento de


individuos por motivos forzosos sigue siendo un problema de gran envergadura en el país, motivado por deficiencias
democráticas fundamentales, que se ven plasmadas en la inestabilidad macroeconómica, la corrupción ligada a temas

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como el narcotráfico o la violencia generalizada, por mencionar algunas, y que se vienen arrastrando desde incluso
antes del fin de esta guerra interna.

Como fruto de los Acuerdos de Paz de 1996 se prohibió la participación del Ejército en los procesos electorales y se
limitó el control militar de la seguridad ciudadana. Estos acuerdos también fueron de utilidad para eliminar obstáculos
a la inversión extranjera, lo cual culminó en 2006 con la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) entre República
Dominicana, Centroamérica, con los Estados Unidos de América (el denominado DR-CAFTA), estimulando aún más la
inversión y la diversificación de las exportaciones.

Sin embargo, tanto los acuerdos, como también este TLC y numerosas iniciativas políticas, como la búsqueda de una
reducción del déficit presupuestario “mediante una política monetaria restrictiva, un aumento del impuesto al valor
agregado del 7% al 10% y esfuerzos para combatir la evasión fiscal generalizada” -objetivo promovido por la
administración del presidente Álvaro Arzú (1996-2000)-, no lograron explayar sus potencialidades, producto de la
débil voluntad política por mantener su compromiso hacia el Estado de derecho. Fue así como, en su lugar, florecieron
el lavado de dinero, el tráfico de armas y la trata de personas.

Se contempla también que, paralelamente a la reducción de la violencia física que trajo este nuevo período de paz, se
fue habilitando un espacio más propenso a la movilización política por parte de actores de la sociedad civil.

A partir de la administración del presidente Alfonso Portillo (2000-2004) se hicieron evidentes las conexiones entre
redes criminales, políticos y el aparato del Estado. El deterioro de los elementos de estatalidad se fue dando
paulatinamente. Casos que se ocultaron arbitrariamente del ojo crítico de la ciudadanía lograron ser encubiertos con
éxito gracias a la unificación de elites militares, políticas y económicas que acordaron su apoyo hacia acciones
antidemocráticas, como son las trabas a la visibilización de la información pública.

Así fue como, ya para el año 2016, el presidente Jimmy Morales (2016-2019) contaba con el respaldo del Congreso
Nacional, la Corte Suprema y el Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y
Financieras (CACIF), organización del sector privado que reúne a entidades gremiales. Esta coalición, conocida como
“Pacto de Corruptos”, fue instrumental a las iniciativas del Ejecutivo en contra de los magistrados de la Corte
Constitucional y especialmente en contra de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG). La
misma había logrado la disolución del partido político FCN-Nación mediante el que el presidente accedió a su cargo
público y el cual obtuvo financiamiento ilícito para su campaña electoral. A fines de su mandato, Morales decidió
suspender la renovación de las actividades de la mencionada comisión (que representaba a la Organización de las
Naciones Unidas) en Guatemala. Además, la CICIG encaminó otras investigaciones que involucraron a autoridades
estatales en la red criminal conocida como “La Línea”, las cuales desembocaron en el encarcelamiento del expresidente
Otto Pérez Molina y su vicepresidenta. El trabajo de la comisión acentuó aún más las dicotomías que se venían dando
en la opinión pública. Movimientos ciudadanos, como “Justicia Ya”, han reclamado la transparencia de las
instituciones y la no impunidad de las autoridades.

En enero de 2019 resultó especialmente controversial la aprobación de una reforma a la Ley de Reconciliación
Nacional por parte del Congreso, puesto que implica una contradicción a los Acuerdos de Paz de 1996 y beneficia a
pasados perpetradores de violaciones a derechos humanos y crímenes de lesa humanidad.

Un año después asumió la presidencia el médico derechista Alejandro Giammattei, quien instituyó la Comisión
Presidencial Contra la Corrupción, en reemplazo de la CICIG (cuya retirada obligada respaldó) y en vistas a cumplir su
promesa de campaña de una “mano dura” contra este mal que aqueja al país.

Cabe destacar que en las últimas elecciones presidenciales el resultado de primera vuelta se revirtió durante la segunda
instancia, puesto que la socialdemócrata Sandra Torres fue derrotada en el ballotage. Además, un elevado nivel de
abstencionismo indicaría una debilitada legitimidad electoral, lo cual podría complicar la gobernabilidad democrática
y la aprobación de las tan necesarias reformas estructurales que requiere el país. Lo mismo sucede al no tener el
oficialismo mayoría en el Congreso, siendo el partido opositor Unidad Nacional de la Esperanza mayoría con 52
escaños; no obstante, es necesario aclarar que la presidencia del mencionado poder estará a cargo de un funcionario
del partido oficialista Vamos.

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  A partir de los datos recabados a través del Bertelsmann Transformation Index (BTI) 2020, se hace una indagación
específica de las variaciones más significativas que se dieron en ciertos indicadores. 

El análisis evolutivo de los tres ejes en los que se basa el Índice de Transformación de la fundación Bertelsmann
Stiftung, demuestra que: 

El índice de Transformación hacia una Economía de Mercado contó, durante 2006-2020, con un nivel de variación
menor al de los otros ejes. En el período actual se encuentra al mismo nivel que hace 14 años.

El indicador de Estabilidad Monetaria y Fiscal, dentro de este índice, demuestra que durante el período que se analiza,
la inflación se mantuvo relativamente estable, y lo mismo sucedió con la deuda pública que, incluso más allá de este
período específico, se sostuvo en una cifra de alrededor el 24% del PBI a lo largo de los 2010’s.

En el plano fiscal hubo un leve retroceso desde la llegada de Morales al poder, en 2016, puesto que desmanteló
numerosos alcances en materia de reducción de evasión fiscal, como fue el Plan de Reforma Fiscal de 2013, que
comprendía el aumento de los impuestos a las clases más ricas para así permitir a los guatemaltecos con menores
ingresos por año la exención del pago de impuestos.

La Performance Económica, otro indicador, demuestra un incremento del valor de la moneda local en los últimos dos
años, puesto que la política de deportaciones de la administración a cargo de Donald Trump afectó el ingreso de
remesas en el país, las cuales tienen un peso significativo en la economía guatemalteca. El PBI per cápita es el sexto
más bajo de la región y la economía se mantiene dependiente de sectores económicos tradicionales, como el azúcar. Se
ha impulsado el sector minero en los últimos cinco años aproximadamente, producto de las fluctuaciones en los
precios internacionales.

El mismo TLC firmado en 2006 sigue poniendo barreras importantes a la inversión extranjera directa, como son la
precaria infraestructura y la falta de trabajadores calificados. Se presenta, entonces, la necesidad de estimular la
inversión, el crecimiento del empleo y los salarios, para fomentar el crecimiento económico.

Además, actividades económicas a gran escala, como la minería a cielo abierto, el narcotráfico, conjunto con un
sistema escolar precario, casos de trata de personas y abusos sexuales son otros factores que afectan al empleo, trabajo
y medioambiente, que en última instancia repercute en la calidad de vida de la población; especialmente, afectando a
grupos que persisten vulnerables tanto económica cuanto legislativamente, como las comunidades indígenas y
campesinas, mujeres, niños, colectivo LGBTI.

Todo lo cual suscita el fenómeno de los desplazamientos internos que afecta a una enorme proporción de población
guatemalteca. En la comunidad de Laguna Larga, en la región de Petén, se registró en 2018 un total de 345 personas
desplazadas. Esta problemática se hace notar especialmente en el estudio del Índice de Gestión de la Gobernanza del
BTI.

Este índice obtuvo en el año 2020 el menor puntaje de los últimos 14 años. La lucha contra la CICIG fortaleció
mecanismos no democráticos en el accionar político; éste, motivado por la presión de grupos en el gobierno y de
intereses privados y cortoplacistas, impulsados por la corrupción. Esto refleja la decadente capacidad de Priorización
(indicador 14.1) que ha tenido la gestión de este último período analizado, que afecta, asimismo, la implementación de
políticas públicas y otras disposiciones gubernamentales (indicador 14.2).

Tanto el Índice de Transformación Política hacia un Estado democrático, como el de la Gestión de la Gobernanza, si
bien tienen diferentes enfoques teóricos, presentaron variaciones durante los mismos períodos: de 2010 a 2014,
iniciada desde la presidencia de Álvaro Colom y agudizada durante la de Otto Pérez Molina, y de 2018 a 2020, durante
la presidencia del comediante Jimmy Morales, ambas figuras que, entre otros aspectos que se mencionan en el
presente informe, acarrearon una muy mala reputación política por su accionar perjudicial hacia el Estado y hacia la
sociedad guatemalteca.

La dimensión analítica de Transformación Política ha declinado de manera constante con el pasar de los años
(teniendo en cuenta que el BTI se calcula desde el año 2006 hasta el presente).

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Los indicadores de este índice, que se usan para evaluar su régimen político actual (según el criterio de la Bertelsmann
Stiftung), son cinco en total. En dos de ellos, para el período 2018-2020, se manifiesta un desempeño menor al
mínimo requerido en cada uno para mantener el estándar democrático (que exige que ninguno esté debajo de su
propio límite): el “Poder Efectivo para Gobernar” (indicador 2.2, dentro del criterio de Participación Política utilizado
en esta dimensión analítica) y la “Separación de Poderes” (indicador 3.1, dentro del criterio de Estado de derecho)
requieren cada uno un piso de 4 puntos para ser considerados democráticos. En el caso de Guatemala, sendos
indicadores se encuentran en 2020 a un nivel de 3 puntos, posicionando a este país como una autocracia.

Esta clasificación se corrobora en la realidad guatemalteca, siendo que las capacidades para Gobernar de Forma
Efectiva (indicador 2.2) son menoscabadas por la influencia de poderes de veto informales y grupos de interés, como
asociaciones económicas y especialmente estructuras criminales clandestinas, conocidas como Cuerpos Ilegales y
Aparatos Clandestinos de Seguridad (CIACS), las cuales florecieron particularmente en el escenario durante la guerra
civil que se vivió en el país. Las mismas sirven de apoyo a actividades ilegales, como el narcotráfico, el contrabando o la
fabricación de pasaportes falsos.

El Ministerio Público y la CICIG emprendieron investigaciones que desmantelaron las conexiones de estos cuerpos con
el aparato administrativo del Estado, nexos que les otorgaron un grado de impunidad tal que les permitió perpetuarse
inclusive finalizada la guerra civil y también imponer obstáculos a toda iniciativa de reforma judicial o legislativa que
vaya en contra de sus intereses; más aún, su poderío logró la misma disolución de la CICIG.

En lo relativo a la Separación de Poderes (indicador 3.1), si bien se da en la formalidad, el mecanismo de pesos y


contrapesos, que garantizaría un funcionamiento eficaz y mutuamente controlado de los poderes, ha mermado por la
coalición informal del gobierno que puede actuar sin temor a responsabilizarse ante el Estado de derecho. Por el
contrario, se maneja mediante la negociación entre sus integrantes y dictando disposiciones arbitrarias que suelen ir
en atropello de los intereses del pueblo guatemalteco como lo demuestran las protestas masivas a inicios del año 2019
acusando de corrupto al entonces presidente Jimmy Morales, quien redobló su negligencia hacia el Estado de derecho,
rechazando abiertamente la decisión de la Corte Constitucional de renovar el mandato de la CICIG.

Los principales desafíos para el desarrollo de Guatemala se dan en la Gestión gubernamental, lo cual termina
afectando su transformación hacia un Estado plenamente democrático. La corrupción resulta ser el mal más enraizado
en el funcionamiento de las instituciones de Guatemala, la cual corroe todo tipo de formulación democrática. Como
país que ha firmado y ratificado tratados de derechos humanos, como la Convención sobre la Eliminación de Todas las
Formas de Discriminación contra la Mujer; la Convención Internacional sobre la Protección de los Derechos de todos
los Trabajadores Migratorios y de sus Familiares, y la Convención sobre los Derechos del Niño, es obligación del
Estado garantizar los derechos de estos grupos de manera equitativa, a modo de reducir los niveles de desigualdad
social y económica que afectan a estos grupos. Su responsabilidad de garantizar el derecho a una vida digna implica
que el Estado adopte medidas de asistencia humanitaria, como acceso a una alimentación adecuada y al agua potable,
el acceso a un alojamiento salubre y habitable, servicios de asistencia y cuidados básicos para niños y niñas, y legalizar
el aborto, entre otras medidas.

El marco legal bajo el cual se formulan e implementan las políticas públicas en Guatemala debe replantearse, pero
antes, para lograr que esto se concrete, es necesario afianzar la autonomía del Poder Judicial, protegiendo a
denunciantes de corrupción y fiscalizando el financiamiento de la política.

En tanto las respuestas de las autoridades del Estado ante las demandas civiles se mantengan nulas, y mientras no se
elabore tampoco ningún diagnóstico preciso sobre las problemáticas, la sociedad tenderá a solicitar más ayu da a la
comunidad internacional, lo cual, a su vez, debilitará la credibilidad del gobierno guatemalteco y probablemente sufra
algún grado de exclusión en las relaciones internacionales.

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