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Siete efectos políticos de la crisis

1. Efectos sobre la democracia. América Latina ha vivido un


importante periodo democrático, aunque las instituciones siguen siendo
débiles. El golpe de Estado y la crisis que atraviesa Honduras marcarán
un hito en esta tendencia histórica, de allí la importancia de recuperar lo
más rápidamente posible el Estado de derecho y el imperio de la
Constitución.

Pero, más allá de este episodio, lo cierto es que las últimas dos décadas han
mostrado un importante apego a los procedimientos democráticos, principalmente
la realización de elecciones abiertas y cada vez más transparentes, aunque en los
últimos años han tendido a reaparecer algunos cuestionamientos a los resultados
electorales. También las tendencias reeleccionistas, a partir de un cambio en las
reglas del juego, han erosionado la confianza ciudadana y polarizado muchas de
las sociedades de la región.

2. Mayores demandas sobre el Estado.   El cambio de paradigma no solo


afecta los marcos teóricos con los cuales se analiza la realidad y se construyen
hipótesis sobre la base de las cuales se toman las decisiones. El cambio de
paradigma luego del fracaso del Consenso de Washington, evidenciado en el
colapso generado por la crisis global, obliga a repensar el rol del Estado. En
particular, la capacidad del Estado para actuar en el contexto de la globalización,
tanto en relación con los fenómenos transnacionales y globales (pandemias, cambio
climático, crimen organizado, entre otros) como frente a cuestiones estrictamente
locales, ligadas a la convivencia democrática y la cohesión social. Los gobiernos
democráticos y sus instituciones son los que reciben las demandas de los
ciudadanos, tanto la demanda básica de protección y seguridad –frente a la
delincuencia– como otras necesidades esenciales (salud, alimentación, vivienda).

Un problema común a la mayoría de los Estados latinoamericanos es que fueron


desmantelados, triturados y reducidos a lo largo de las últimas dos décadas por el
neoliberalismo, que centró su mirada en el mercado y consolidó instituciones
públicas desarticuladas, sin recursos y con bajas capacidades de acción. En el
contexto de la crisis actual, el liderazgo democrático debe simultáneamente
reconstruir las capacidades estatales, en particular su capacidad de regulación, y
aplicar medidas de emergencia, tanto de carácter macroeconómico como social. Se
trata, entonces, de un contexto de demandas crecientes sobre Estados débiles. Si el
Estado no logra desarrollar esta tarea, se pueden producir situaciones críticas en
las cuales los gobiernos no pueden resolver las demandas básicas de la sociedad y
aparecen casi como «Estados fallidos»; es decir, Estados que no garantizan la
vigencia de la Constitución, el Estado de derecho, ni las garantías básicas para su
población. Aunque se trata de situaciones extremas, la crisis financiera global
puede empujar a muchos Estados a una situación de parálisis. Por eso, reforzar el
Estado democrático en la región es una tarea fundamental.
3. Más tensión y polarización política. América Latina presenta un nuevo
mapa político que ha tendido a consolidarse 14 y que incluye diferentes miradas y
perspectivas. Estas se diferencian en varios aspectos, tales como el rol del Estado y
el mercado, la inserción internacional, el papel de la inversión extranjera y la
función de las instituciones en el contexto democrático, entre otras. La crisis
económica y su impacto en la economía real de los países latinoamericanos pueden
tensionar los sistemas políticos y debilitar los espacios para el debate y la expresión
de propuestas.

La incertidumbre y el miedo propician estallidos sociales. Ya se han visto algunas


expresiones: el caso de los reclamos de los indígenas de la Amazonia en Perú es
quizás el que mayor relevancia mediática ha adquirido, con un saldo de casi medio
centenar de muertos, en una reedición del reclamo expresado en Argentina bajo la
consigna «Que se vayan todos». El golpe de Estado en Honduras es interpretado,
principalmente por los países de la Alternativa Bolivariana para las Américas
(ALBA), como una reacción contraria al cambio promovido por este bloque.

4. Dificultades en la consolidación del Estado de derecho.   Incluso antes


del estallido de la crisis los países de América Latina evidenciaban graves
dificultades en la aplicación de la ley. El Estado de derecho se encuentra
erosionado por la corrupción y, en muchos casos, por el crimen organizado. Las
debilidades institucionales dificultan un efectivo ejercicio de los derechos para el
conjunto de los ciudadanos: la ley no se aplica de igual forma para todos. Esta falta
de imperio de la ley –que en algunos casos llega a una pérdida del monopolio de la
fuerza– afecta gravemente la gobernabilidad y genera una creciente falta de apoyo
a los sistemas democráticos y a los gobiernos. La abstención electoral se ha
incrementado en la mayoría de los países y la participación de los ciudadanos es
escasa. Todo esto se traduce en un menor apoyo a la democracia, lo que redunda
en una mayor permisividad de actitudes, propuestas y acciones no democráticas en
las distintas sociedades.

El crimen organizado inhibe el ejercicio de derechos básicos de los ciudadanos 15. A


menudo estos se encuentran «prisioneros» en sus hogares, con temor a salir a la
calle, y han perdido muchos espacios públicos, que hoy están en manos de la
delincuencia. La libertad de circulación ha desaparecido o se ha restringido en
muchas áreas de distintas ciudades latinoamericanas o a determinadas horas. El
Estado ha dejado de estar presente en muchos de estos espacios. Pero la cara
visible del Estado no puede ser únicamente la fuerza y la represión. El Estado debe
garantizar su presencia en el conjunto del territorio a través de sus diferentes
instrumentos y marcos institucionales, en especial la educación, la salud, la
vivienda, las obras públicas y la cultura. Esta debilidad del Estado puede
agravarse en momentos de crisis, tensión social y escasez de recursos.
5. Efectos en el nuevo ciclo electoral. Durante 2009 y 2010 se habrán
realizado elecciones en diez países de la región (Brasil, Bolivia, Chile, Colombia,
Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Honduras, Panamá y Uruguay). Esto significa
que se renovará prácticamente la mitad del liderazgo regional.

Los mandatos presidenciales en América Latina tienen una duración de cuatro años en
siete países, de cinco años en nueve países y de seis en dos. Si la crisis económica tiene una
recuperación relativamente rápida (escenario en «V»), podría registrarse una
recuperación económica a partir del segundo semestre de 2011, y más plenamente en 2012
y 2013. Si el escenario es en «L», todo el mandato presidencial será ejercido en un contexto
de recesión e incluso de estagnación. En cualquiera de los dos escenarios, lo cierto es que
los diez presidentes elegidos deberán convivir con condiciones sociales adversas, que no se
recuperarán rápidamente a menos que se apliquen políticas sociales efectivas que busquen
de manera concreta cambiar y mitigar el impacto de la crisis. Esto genera altos niveles de
incertidumbre respecto de la voluntad de la ciudadanía en relación con los procesos
electorales. El clima de temor podría derivar en procesos electorales altamente
polarizados, en los cuales la hostilidad y el enfrentamiento terminen debilitando la
democracia y generando el espacio para el ascenso de opciones políticamente autoritarias.
«Una crisis de esta magnitud requiere grados de unidad nacional más allá de los procesos
electorales. Es mediante un sistema de acuerdos políticos y sociales que las democracias de
la región podrán fortalecer la gobernabilidad y la viabilidad política de las medidas que
será necesario adoptar» 16.Como se señaló, los nuevos presidentes asumirán en 2010 (con
excepción del presidente de Brasil, que asume el 1 de enero de 2011). Por lo tanto, el
tiempo para conocerse y construir relaciones de confianza entre sí es muy breve. El
espacio para acordar políticas dentro de su periodo efectivo de ejercicio es, en el mejor de
los casos, de dos años, lo que podría desincentivar los procesos de integración.

6. Efectos sobre los procesos de integración. En general, los discursos que se


escuchan en la región coinciden en afirmar que la integración constituye uno de los
instrumentos principales para enfrentar la crisis. Sin embargo, la práctica y las acciones
desarrolladas por los distintos gobiernos muestran graves debilidades para coordinar
políticas y avanzar en el diseño de una agenda común. La falta de una perspectiva
estratégica compartida inhibe la construcción de la institucionalidad que la integración
requiere y el desarrollo de los espacios de convergencia necesarios para consensuar
políticas.Pero no se trata solo de la construcción institucional. Una tarea impostergable es
promover un mayor intercambio regional y ampliar las facilidades de acceso al comercio
intralatinoamericano. En un contexto de crisis económica global que se manifiesta en una
reducción del comercio, las miradas se vuelven hacia el mercado interno. El mercado local
de nuestros países debería ser el mercado latinoamericano. Esto exige pocos pero
significativos ajustes, lo que a su vez demanda una voluntad política capaz de concretarse
en plazos efectivos y acciones concretas. La Secretaria Ejecutiva de la Cepal, Alicia
Bárcena, lo señala en estos términos:

El comercio intrarregional también ha caído fuertemente, lo que es preocupante en lo que


se esperaría que el comercio entre los países de la región pudiera de alguna manera
contrarrestar la caída en otros destinos y orígenes, además de su potencial contribución a
la creación de empleo. Sin embargo, el comercio intrarregional no está reaccionando y
urge la creación de líneas especiales de financiamiento para defenderlo.
7. Impactos sobre el multilateralismo. Con la llegada de Barack Obama al
gobierno, el unilateralismo impulsado por la anterior administración
estadounidense fue dejado de lado. Se ha creado un nuevo clima y una nueva
forma de acercamiento ante los problemas internacionales. Hoy todos los países
reconocen que, por sí solos, no están en condiciones de resolver ninguno de los
grandes problemas globales. La crisis financiera ha demostrado de manera
palpable que la respuesta debe ser multilateral.

Este nuevo contexto abre una gran oportunidad para los países latinoamericanos.
Por primera vez en muchas décadas, América Latina participa de la mesa de
negociaciones en la que se decidirá la arquitectura mundial y los principales
procesos que organizarán la economía y la política global. Sin embargo, la
coordinación de los países latinoamericanos para presentar una visión compartida
ha sido, hasta ahora, muy deficiente. Más aún: no existe una idea compartida
sobre las reformas que propone la región. Y sin esta visión común, el peso de los
países latinoamericanos que participan en el G-20, y de la región en general, se
reduce.
La crisis económica mundial
Resumen

Las crisis económicas mundiales expresan las tensiones del régimen de


acumulación imposibles de resolver según el funcionamiento ordinario del sistema.
A la gran crisis de 1929 siguió una depresión superada definitivamente al enorme
costo de la II Guerra Mundial. Luego de la expansión de posguerra, la crisis de los
años setenta marcó una inflexión. Desde entonces sucesivas crisis se repitieron
periódicamente en las cuatro décadas siguientes, con lapsos cortos de
recuperación, hasta el estallido de 2007. Este trabajo revisa la crisis actual a la luz
de esos 40 años, analiza los ciclos coyunturales y los condicionantes estructurales,
los cambios en el pensamiento económico y los intereses en juego, las
regularidades y las divergencias entre las crisis desde 1929, las principales fuerzas
en pugna y las tendencias futuras que ya se avizoran.

Palabras clave: Crisis, ciclos económicos, crisis financieras, euro, dólar, China.

El término crisis referencia en una economía de mercado a la cuestión de los ciclos


o fluctuaciones económicas. No son factores externos al sistema, como los
desastres climáticos o las guerras, los que originan las crisis, aunque pueden
coadyuvar a ellas, sino elementos endógenos al mismo. En particular, lo que
caracteriza el periodo de contracción o recesión, cuya fase más aguda llamamos
crisis, es la disminución general de la actividad económica, reflejada en la baja de
la producción de bienes y servicios y del empleo, acompañada por una reducción
general del nivel de beneficios, precios y salarios.

Técnicamente la crisis se define como el punto de inflexión de un ciclo, el momento


en que de la prosperidad se pasa a la recesión. Pero este fenómeno también implica
una perturbación dramática de la vida de una sociedad. La idea de crisis —dice el
filósofo Edgard Morin— "está conformada por una constelación de nociones
interrelacionadas: la idea de perturbación [...], la de progresión de las
incertidumbres; la de parálisis y rigidez de aquello que constituía la flexibilidad
organizativa del sistema, de los dispositivos de respuesta y regulación". Con la
incertidumbre —añade Morin— "el hombre actual ha perdido la promesa de un
progreso predicho infaliblemente por las leyes deterministas de la historia o del
desarrollo lógico de la ciencia y de la razón" (Figallo y Ceretto, 2003: 23).
Proteccionismo económico y democracia
Aunque los foros internacionales, de acuerdo con una ortodoxia librecambista,
propugnan un orden económico globalizado como la mejor forma de incentivar el
desarrollo económico y el progreso de los pueblos, en los momentos actuales
determinadas ideologías están auspiciando políticas comerciales de claro signo
proteccionista. Este neoproteccionismo económico obedece a distintas causas. Sin
duda la principal es el auge que están alcanzado los brotes nacionalistas y los
movimientos populistas, auspiciados por la lábil excusa del retroceso del estado de
bienestar. Estas viejas ideas emergen revestidas con formas no muy diferentes de
las que ya se vivieron en los años treinta del pasado siglo a raíz de la Gran
Depresión, si bien ahora se manifiestan de forma más sofisticada. En los países más
desarrollados, las presiones proteccionistas se derivan principalmente del
desempleo y del temor a los movimientos migratorios motivados por las guerras, el
terrorismo y los desequilibrios sociales y económicos. ESTADOS UNIDOS sigue
siendo el espejo donde se miran casi todas las democracias occidentales. A pesar de ser
históricamente un ejemplo de libertad, tolerancia y acogida, la elección de un presidente
populista ha despertado un afán proteccionista y nacionalista que, sin ningún género de
duda, va a extenderse por el resto del mundo. Y así, en la misma Europa, ya pululan
proclamas proteccionistas que contradicen los principios que inspiraron el nacimiento de
la Unión Europea. Hemos de tener presente que las restricciones arancelarias, establecidas
de forma directa o mediante métodos más sutiles, acrecientan las dificultades para el
comercio, lo que puede conducirnos a una autarquía económica que nos hará más pobres,
con un mayor impacto negativo en los países menos industrializados. Pero si esta
previsible pérdida de libertad económica puede desembocar en unas relaciones
comerciales menos competitivas y más ineficientes, todavía pueden ser peores los efectos
sociales. Los nacionalismos y las corrientes políticas que impulsaron los movimientos
populistas del siglo pasado nos llevaron a los mayores fracasos sociales que puede vivir la
humanidad: dos conflictos bélicos mundiales y una posterior guerra fría. La democracia se
apoya en la libertad. Democracia y libertad son valores interdependientes y
complementarios. Son componentes insustituibles en el funcionamiento de cualquier
sistema político que aspire a alcanzar el bienestar de sus ciudadanos. La democracia y la
libertad favorecen el pluralismo y permiten la alternancia en el poder de los diferentes
partidos. En el ámbito internacional, las potencias más democráticas siempre han vivido
bajo el prisma del respeto, la tolerancia y la colaboración, en tanto que el proteccionismo,
la autarquía económica y los nacionalismos siempre nos han conducido a situaciones de
infaustos recuerdos.
Alemania nazi
La Alemania nazi o Alemania nacionalsocialista, conocida también como el Tercer
Reich,n 1 es el término historiográfico común en español al referirse al Estado
alemán entre 1933 y 1945, durante el gobierno del Partido Nacionalsocialista Obrero
Alemán (NSDAP) y su máximo dirigente, Adolf Hitler, al frente del país. Dicho partido, y
por tanto las políticas sociopolíticas aplicadas durante su época en el poder, fue
caracterizado por sus políticas totalitarias y dictatoriales y sus
ideologías racistas y ultranacionalistas, y es conocido más que nada por su papel en
la Segunda Guerra Mundial y eventos relacionados, entre ellos la perpetración
del Holocausto. Oficialmente, el nombre del Estado continuó siendo Deutsches
Reich (Reich alemán), como lo había sido a partir de 1871, modificando su nombre en
1943 a Großdeutsches Reich (Gran Reich alemán) por considerar la ideología
nacionalsocialista a todos los pueblos germánicos europeos y sus territorios —muchos
en efecto ocupados por la Alemania nazi en esa época—parte del Estado alemán
(Großdeutschland). Tanto el período de la Alemania nazi como el uso del
término Reich tocaron su fin tras la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial.
El 30 de enero de 1933, Hitler fue nombrado canciller de Alemania, jefe de gobierno, por
el presidente de la República de Weimar, Paul von Hindenburg, jefe de Estado. El Partido
Nazi comenzó entonces a eliminar toda oposición política y a consolidar su poder.
Hindenburg murió el 2 de agosto de 1934 y Hitler se convirtió en dictador de Alemania al
fusionar las oficinas y los poderes de la Cancillería y la Presidencia. Un referéndum
nacional celebrado el 19 de agosto de 1934 confirmó a Hitler como único Führer (líder)
de Alemania. Todo el poder estaba centralizado en la persona de Hitler y su palabra se
convirtió en la ley suprema. El gobierno no era un organismo coordinado y cooperativo,
sino una colección de facciones que luchaban por el poder y el favor de Hitler. En medio
de la Gran Depresión, los nazis restauraron la estabilidad económica y acabaron con el
desempleo masivo utilizando un fuerte gasto militar y una economía mixta. Utilizando el
gasto deficitario, el régimen emprendió un programa de rearme secreto masivo y la
construcción de amplios proyectos de obras públicas, incluida la construcción de
autopistas. El regreso a la estabilidad económica impulsó la popularidad del régimen.
El racismo, la eugenesia nazi y, especialmente, el antisemitismo, fueron rasgos
ideológicos centrales del régimen. Los nazis consideraban a los pueblos
germánicos como la raza superior, la rama más pura de la raza aria. La discriminación y
la persecución de judíos y gitanos comenzaron en serio después de la toma del poder.
Los primeros campos de concentración se establecieron en marzo de 1933. Los judíos y
otras personas consideradas indeseables fueron encarceladas,
y liberales, socialistas y comunistas fueron asesinados, encarcelados o exiliados. Las
iglesias cristianas y los ciudadanos que se oponían al gobierno de Hitler fueron
oprimidos y muchos líderes encarcelados. La educación se centró en la biología racial,
la política de población y la aptitud para el servicio militar. Se redujeron las
oportunidades profesionales y educativas de las mujeres. La recreación y el turismo se
organizaron a través del programa Fuerza a través de la alegría, y los Juegos Olímpicos
de Verano de 1936 mostraron a Alemania en el escenario internacional. El ministro de
Propaganda, Joseph Goebbels, hizo un uso eficaz del cine, las manifestaciones masivas
y la oratoria hipnótica de Hitler para influir en la opinión pública. El gobierno controlaba
la expresión artística, promovía formas de arte específicas y prohibía o desalentaba
otras.
Desde la segunda mitad de la década de 1930, la Alemania nazi hizo demandas
territoriales cada vez más agresivas, amenazando con la guerra si no se cumplían.
El Sarre votó por plebiscito para reunirse con Alemania en 1935, y en 1936 Hitler envió
tropas a Renania, que había sido desmilitarizada después de la Primera Guerra Mundial.
Alemania se apoderó de Austria en el Anschluss de 1938, y exigió y recibió la región de
los Sudetes de Checoslovaquia en ese mismo año. En marzo de 1939, el estado
eslovaco fue proclamado y se convirtió en un estado cliente de Alemania, y
el protectorado alemán de Bohemia y Moravia se estableció en el resto de las tierras
checas ocupadas. Poco después, Alemania presionó a Lituania para que cediera Memel
al Tercer Reich. Alemania firmó un pacto de no agresión con la Unión Soviética e invadió
Polonia el 1 de septiembre de 1939, iniciando la Segunda Guerra Mundial en Europa. A
principios de 1941, Alemania y sus aliados europeos en las potencias del
Eje controlaban gran parte de Europa. Los Reichskommissariats tomaron el control de
las áreas conquistadas y se estableció una administración alemana en el resto de
Polonia. Alemania explotó las materias primas y la mano de obra tanto de sus territorios
ocupados como de sus aliados.
El genocidio y los asesinatos en masa se convirtieron en señas de identidad del
régimen. A partir de 1939, cientos de miles de ciudadanos alemanes con discapacidades
mentales o físicas fueron asesinados en hospitales y asilos. Los escuadrones de la
muerte paramilitares de Einsatzgruppen acompañaron a las fuerzas armadas alemanas
dentro de los territorios ocupados y llevaron a cabo matanzas en masa de millones de
judíos y otras víctimas. Después de 1941, millones de personas más fueron
encarceladas, obligadas a trabajar hasta la muerte o asesinadas en campos de
concentración y campos de exterminio nazis. Este genocidio se conoce como
el Holocausto.
Si bien la invasión alemana de la Unión Soviética en 1941 fue inicialmente exitosa, el
resurgimiento soviético y la entrada de los Estados Unidos en la guerra significaron que
la Wehrmacht (fuerzas armadas alemanas) perdiera la superioridad en el Frente Oriental
en 1943, y a fines de 1944 ya había sido empujado a la frontera anterior a 1939. Los
bombardeos aéreos a gran escala de Alemania se intensificaron en 1944 y las potencias
del Eje fueron rechazadas en Europa del Este y del Sur. Después de la invasión aliada de
Francia, Alemania fue conquistada por la Unión Soviética desde el este y los otros
aliados desde el oeste, y capituló en mayo de 1945. La negativa de Hitler a admitir la
derrota provocó la destrucción masiva de la infraestructura alemana y muchas muertes
adicionales relacionadas con la guerra en los últimos meses. Los aliados victoriosos
iniciaron una política de desnazificación y llevaron a muchos líderes nazis
sobrevivientes a juicio por crímenes de guerra en los juicios de Núremberg.

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