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Para hablar de Conversión el Nuevo Testamento utiliza la palabra "metanoia", que quiere decir
cambio de mentalidad. La conversión (metanoia) a la que cada ser humano está llamado, lleva a
aceptar y hacer propia la nueva mentalidad propuesta por el evangelio.
La conversión es:
Un proceso: contante porque se desarrolla poco a poco. Es un camino que se recorre con
perseverancia, ininterrumpidamente sin cansancio.
Dinámica: Porque debe ser en constante movimiento
Es gradual porque pasa por etapas
Es permanente porque es un proceso que nunca termina
3. La conversión como actitud constante:
Es una transformación radical, cambio de toda mi persona, por dentro, cambio de mentalidad que se
vera reflejada en mi exterior.
Convertirse significa volverse, pasar de una situación vital a otra situación opuesta. En el lenguaje
humano, que trata de expresar realidades humanas, se habla de que una persona se ha convertido,
cuando cambia algunas pautas de comportamiento realmente importantes. Así, por ejemplo, un
drogadicto se convierte cuando deja las drogas y se pone en camino de rehabilitación; del mismo
modo se convierte el delincuente, que decide llevar una vida honrada; también una persona, más o
menos solitaria, se convierte cuando el amor irrumpe en su vida, al descubrir al hombre o a la mujer
de sus sueños.
Cuando empleamos la palabra conversión en el lenguaje religioso, nos referimos a la vuelta a Dios.
Alguien pronuncia nuestro nombre y nos volvemos para ver quién nos llama y qué quiere. Aquí, en
esta situación concreta, oímos nuestro nombre; nos volvemos y descubrimos que es Dios mismo
quien nos llama. Mirando de frente, cara a cara, a Dios, le preguntamos: ¿qué quieres de nosotros?
Se ha iniciado el proceso de conversión.
"Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo pregunté: ¿quién eres, Señor? Me respondió: Yo soy
Jesús Nazareno, a quien tú persigues... Yo pregunté: ¿qué debo hacer, Señor? (He 22,7-10; ver
también He 9,1-19 y 26,12-16). Así describe San Pablo su propia conversión.
Dios llama y el hombre, la mujer, se vuelve, al oir su nombre. Identifica a quien le ha llamado. ¡Es
Dios! Sí, es Dios, quien ordinariamente llama a través de mediaciones humanas (personas,
acontecimientos...). Todavía atónita por la sorpresa, la persona mira a Dios y le pregunta: ¿qué debo
hacer, Señor? La respuesta más concreta nos la da Jesús, la Palabra de Dios, que los hombres
podemos entender: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en
la Buena Noticia" (Mc 1,15).
A esta primera conversión llamamos conversión religiosa. Es un volverse a Dios, como respuesta
del ser humano a una llamada de Dios. Un pagano, o una persona bautizada en su niñez, pero que
nunca ha vivido con una referencia expresa a Dios, pueden, en un momento dado, o al final de un
proceso de búsqueda, experimentar una iluminación de Dios, que les llama a la conversión. Al
volverse a Dios y decir "Creo, creo en Ti, Señor", la persona se sitúa frente al Dios vivo (He 14,15),
se entrega a El, le acepta como la medida de su vida, apuesta por El e inicia un nuevo estilo de vida
ante Dios y ante los hombres.
En todo lo que sigue a continuación nos referimos a esta conversión religiosa y tratamos de
descubrir que no es sino la otra cara, la otra dimensión del acto de fe.