Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Meditación: la conversión
El término conversión hace referencia a “transformar, hacer algo distinto, cambiar en algo
diferente”. Es decir, algo que deja de ser de un modo para ser de un modo nuevo.
- En el AT, escrito en hebreo, se usa el término shub. Quiere decir “volver atrás”, sobre
los propios pasos, retornar al buen origen, aquel desde donde nos hemos empezado
a desviar.
Pienso que en San José tenemos un buen ejemplo de esta conversión: los planes que
Dios le propuso sin duda que estaban fuera de sus esquemas:
o La noticia de María, de que estaba embarazada…
o El sueño del ángel…
Dios se cruzó por su camino y lo invitó a ir más allá de su propio modo de pensar
para entrar en el del Reino. Se puede decir que Dios vino a desordenarle la vida: tuvo
que dejar su tierra, la tierra de sus seguridades, para caminar aferrado a la única
seguridad de una promesa…
En esta meditación vamos a hablar de tres conversiones a las que Dios nos llama en nuestra
vida: la conversión de la fe, la conversión de la confianza y la conversión del amor. Son tres
conversiones de las que se habla en el NT: cada una resalta un aspecto diverso de esta
metanoia evangélica, y la idea es que cada uno de nosotros descubra la adecuada para sí
en este momento de su vida.
1. La conversión de la fe
«Convertíos y creed» no significan dos cosas diferentes y sucesivas, sino la misma acción
fundamental: ¡convertíos, es decir, creed!
Prima conversio fit per fidem, dice santo Tomás de Aquino: “La primera conversión es
creer”. La fe es la primera y fundamental conversión. Ella es la puerta por la que se entra en
el Reino y en la salvación.
Se puede decir que con Jesús conversión y salvación se han intercambiado de puesto. Ya no
es más primeramente la conversión por parte del hombre y, en consecuencia, la salvación
como recompensa por parte de Dios (salvación entendida como la acción liberadora de Dios
en nuestra vida); sino que es primero la salvación, como ofrecimiento generoso y gratuito
de Dios y, después, la conversión como respuesta del hombre.
Es decir, no es: «conviértanse para ser salvados», sino más bien: «conviértanse porque
están salvados, porque la salvación ha venido a ustedes».
Reflexión del joven en “Te puede pasar a ti” de Juan Gonzalo Callejas, mientras hablaban
con Juan Manuel Cotelo en la casa rodante: él no se lo esperaba.
Por eso, si alguno ha venido a este retiro porque está lejos de Dios, pídale la gracia de
experimentar con fuerza su amor para poder convertirse y empezar una vida nueva.
2. La conversión de la confianza
Los discípulos preguntan por lugares, seguramente porque han tenido una discusión sobre
el tema y quieren que Jesús la zanje. ¿Qué supone la discusión? Que su preocupación ya no
es el Reino, sino el propio lugar en él, y hacen cálculos. Quieren asegurarse un buen lugar.
Y Jesús, al ponerles a un niño al frente, les está diciendo de un modo muy fino que no
entienden nada, que, como le dijo a Pedro, “piensan como los hombres, no como Dios”.
El niño no calcula, lo espera todo. Los cálculos proceden de la lógica humana, de la lógica
de los adultos. El niño, en cambio, desconoce los límites de las posibilidades y por lo tanto
está siempre abierto a asombrarse, es terco hasta la locura y abierto a todo lo que es nuevo.
Una persona con una actitud así le deja las manos libres a Dios para que haga y deshaga.
Sabe que para Dios no hay nada imposible, que Dios no se rige por nuestras categorías
humanas sino que es soberanamente libre y poderoso.
Entonces, si alguno de los que estamos aquí siente que no podrá ser un buen discípulo o
una buena discípula de Jesús hasta que sea una persona más fuerte, sepa que es todo lo
contrario. Sus necesidades o sus heridas son la ocasión para que Cristo entre y pueda
transformarse en su verdadera seguridad. No teman en convertirse en niños. No traten de
gestionar sus vidas sólo a partir de sus esfuerzos porque estos tarde o temprano se
revelarán insuficientes. Más bien ábranle a Jesús su pobreza y déjenlo entrar ahí.
Esta tercera conversión es la de los que después de muchas idas y venidas empiezan a
aceptar con humildad su miseria radical y, por lo tanto, a desprenderse de sí mismos para
dejar ese lugar a Dios. Es la del duro reproche a la Iglesia de Laodicea que aparece en el
Apocalipsis:
«Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente… Porque eres tibio, no eres ni frío ni
caliente, te voy a vomitar de mi boca… Reanima tu fervor y conviértete» (Ap 3, 15-
16.19).
En las vidas de los santos, probablemente el ejemplo más famoso de la primera conversión,
la del pecado a la gracia, es el de San Agustín. De esta tercera, quizá el más gráfico sea el de
Santa Teresa de Ávila. Lo que dice de sí misma en su autobiografía ciertamente es exagerado
y dictado por la delicadeza de su conciencia, pero, en cualquier caso, puede servirnos a
todos para un examen útil de la conciencia:
Con estas caídas y con levantarme y mal -pues tornaba a caer- y en vida tan baja de
perfección, que ningún caso casi hacía de pecados veniales, y los mortales, aunque
los temía, no como había de ser, pues no me apartaba de los peligros. Sé decir que
es una de las vidas penosas que me parece se puede imaginar; porque ni yo gozaba
de Dios, ni traía contento en el mundo. Cuando estaba en los contentos del mundo,
en acordarme lo que debía a Dios era con pena; cuando estaba con Dios, las aficiones
del mundo me desasosegaban.
En el fondo, el dilema se reduce a que, como dice Jesús, “no se puede servir a dos señores”.
Entonces la pregunta es: ¿a quién sirvo? ¿a Dios o a mi propio egoísmo? Y es que si no vivo
en el amor de Dios que me libera, inevitablemente viviré para mí, dando rienda suelta a mi
hombre viejo.
Si bajamos a lo concreto: ¿cuándo nos ocurre esto? Cuando dejamos que sea el “yo” viejo
y pecador quien hable en nosotros, exprese libremente sus juicios, sus condenas, destile
resentimientos y rencores; cuando cedemos a iras, celos, autocompasiones. Nuestro
espíritu se nubla, se encierra, y se respira aire viciado dentro de nosotros.
Pero la clave nos la da el mismo San Pablo, al decir: “en el Espíritu”. Efectivamente, es el
Espíritu de Dios el que nos da el amor para desprendernos de nosotros mismos y poder
experimentar sus frutos: la paz, la alegría, la concordia, la comunión; en una palabra, “la
vida nueva”.
Mis “mini conversiones” en los momentos de oración matutinos, cuando llego ofuzcado,
preocupado o con algún padre atravesado, rumiando… y después de esas casi dos horas en
la capilla salgo manso, sereno.
Cierre
Quizá, de estas tres conversiones Dios nos pueda estar invitando a una de ellas
principalmente. O puede ser también que se nos aplique un poco de cada una… Pero en
cualquier caso, me parece importante terminar diciendo que la conversión, entendida en
sentido evangélico, no es sinónimo de renuncia, esfuerzo y tristeza, sino de libertad y de
alegría.
Porque Dios siempre nos invita a más, a crecer en el amor, a una vida más plena. Él quiere
entrar cada vez más en nuestra vida. Y sin importar el punto en que nos encontremos, en
esta Cuaresma nos invita a que caminemos hacia Él, de modo que al terminarla estemos un
poco más cerca Suyo, un poco más llenos de su amor. Todo, cualquier circunstancia en que
nos encontremos actualmente, puede servir para esto.
Fuentes:
Primera Predicación para la Cuaresma 2020 y 2021, R. Cantalamessa.