Está en la página 1de 4

ENCUENTRO 2 “Cuaresma, tiempo de conversión y penitencia”

Objetivos

-Entrar en el misterio del Santo Tiempo de Cuaresma.

-Descubrirlo como tiempo especial de gracia para un encuentro más profundo con Cristo Resucitado.

Invocación al Espíritu Santo:

(Ver opciones al final del Libro)

Lectura: Mc 1,14-15:

¿Qué dice el texto?

La predicación de la Buena Noticia predicada por Jesús tiene como escenario a Galilea, y, de igual modo el
anuncio misionero de los Apóstoles, acerca de la Resurrección de Jesucristo, de entre los muertos, se da en
Galilea. Es allí donde los discípulos tendrán que ir con el que estaba muerto y ahora vive para siempre. (Mc
16,7) Galilea es el lugar del comienzo, del amor primero.
Por su parte, el evangelista San Lucas, nos relata la enseñanza por parte de Jesús en la Sinagoga de Nazaret.
Es allí donde el Maestro de Galilea, leyendo un pasaje de Isaías, se aplica a sí mismo el cumplimiento de las
profecías. “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar
la Buena Noticia…” (Lc4,18)
El contenido del anuncio contiene, podríamos decir tres artículos, entrelazados uno con el otro.
1) El tiempo se ha cumplido: Con el advenimiento de Jesús, el Salvador, las promesas del antiguo tes-
tamento han llegado a su plenitud. En Él se encuentra la esperanza del pueblo de Israel. Este tiem-
po se ha cumplido, porque precisamente se ha hecho presente el Rey, Mesías, hijo de Dios (Cf. 1,1)
2) El Reino de Dios está cerca: Si el Reino es una realidad que se hace presente en la persona de Jesús,
porqué dice ¿“está cerca” y no “está aquí”?. ¿Acaso el verbo de Dios ya no ha puesto su tienda en -
tre nosotros?, ¿no se ha encarnado, para estar precisamente entre nosotros como Emmanuel? Sí,
es verdad. Pero ante todo el reino es un don que se ofrece, “miren que estoy a la puerta y llamo”
(Apoc.3,20) Desde su dimensión de don, podemos decir que está cerca. Cuando aceptamos el
reino, le abrimos las puertas de nuestro corazón, podemos afirmar “está aquí”
3) Conviértanse y crean en el Evangelio: Estas dos acciones (convertirse y creer) están íntimamente li-
gadas. No se puede entender la conversión sin creer en Cristo, como tampoco hay una adhesión de
fe sin una conversión verdadera. Ahora bien: En la mentalidad del Antiguo Testamento “convertir-
se” era de alguna manera dar un paso hacia atrás, volver a la ley, a la alianza violada. Desde que el
reino se ha hecho presente en Jesús de Nazaret, la conversión no es ya un volver atrás, sino dar un
salto cualitativamente más grande hacia adelante, hacia Cristo el Buen Pastor. La conversión fun -
damental es creer en el Hijo que el Padre ha enviado, todo lo demás se da por añadidura. Tampoco
debemos entender conversión y acto de fe, como dos acciones consecutivas-sucesivas. Se dan al
mismo tiempo: En tanto que creo me convierto, y en la medida que me convierto creo. Esto es gra -
cia de Dios.

Meditación
¿Qué me dice el texto?

La cuaresma siempre es tiempo de preparación para algo nuevo. Un tiempo especial de gracia para recibir
con un corazón nuevo a Aquél “que hace nuevas todas las cosas” (Apoc1,5). “A vino nuevo…odres nuevos”
(Cf.Lc5,37)
No podemos pensar en la cuaresma como un tiempo que nosotros damos a Dios, sino un tiempo que Él nos
da a nosotros. No podemos poner nuestra humilde respuesta por encima del don recibido. La cuaresma no
es un camino para demostrarle a Dios, con nuestras acciones, lo bueno que somos; sino para tomar con -
ciencia, hacer experiencia de lo bueno que es Él con nosotros. Tan bueno que fue capaz de “amarnos aún
cuando éramos pecadores” (Cf.Rm5,8).

En el camino espiritual de la vida cristiana la cuaresma nunca es meta, sino medio para llegar a la Pascua de
Resurrección. Y así como en la peregrinación el pueblo de Israel por el desierto, era alimentado con el maná
que caía cada mañana del cielo; nosotros que formamos el nuevo pueblo de Dios, mientras peregrinamos
en el desierto de este mundo, hasta llegar a la tierra prometida del cielo, nos alimentamos con el verdadero
maná: La Palabra que sale de la boca de Dios.

A través de su Palabra, más tajante que espada de doble filo, Dios siempre nos interpela, nos anuncia una
Buena Noticia que es Él mismo. La Buena noticia de que mi culpa ha sido perdonada gracias a su sacrificio
redentor. La Buena noticia de que en Él, el hijo, somos todos hijos de Dios. La Buena noticia de la libertad
obrada por la verdad. La Buena noticia de que somos preciosos a los ojos de Dios.

El pasaje nos anuncia una verdad: “El tiempo se ha cumplido…el reino de Dios está cerca” Ante el obrar de
Dios cabe la respuesta del hombre: ¿Qué debo hacer? La Palabra hecha carne, a través de sus labios, llenos
de gracia y de verdad nos da la respuesta: “Convertirnos…creer”

En nuestra historia de fe, se da una primera conversión, que nos llevó a seguir a Jesucristo, a decidirnos ca-
minar tras sus huellas; pero, el llamado a la conversión es diario. Siempre tenemos cosas de las cuáles con -
vertirnos, aspectos de nuestra personalidad, afectividad, psicología que necesitan convertirse al Evangelio.
Hay estructuras a cambiar, para no asfixiar en nuestros esquemas la frescura y belleza del Evangelio.

La llamada a la conversión tiene que herirnos el corazón. Los catequistas tenemos que dejarnos iluminar
por la luz de su evangelio para poder reconocer de qué cosas tenemos que convertirnos. No sólo se trata de
una conversión a nivel personal, sino también en nuestro modo de presentar el evangelio. Aparecida nos
hacía un gran llamado a la conversión pastoral.

¿Qué me enseña la Santa Iglesia?

Con el miércoles de Ceniza, comenzamos el tiempo litúrgico de la Cuaresma, cuarenta días que nos prepa-
ran para la celebración de la Santa Pascua: es un tiempo de particular esfuerzo en nuestro camino espiri -
tual.

El número cuarenta aparece varias veces en las Sagradas Escrituras. En particular, como sabemos, recuerda
los cuarenta años en los que el pueblo de Israel peregrinó en el desierto: un largo período de formación
para convertirse en pueblo de Dios, pero también un largo período en el que la tentación de ser infieles a la
alianza con el Señor estuvo siempre presente.

Cuarenta fueron también los días de camino del profeta Elías para alcanzar el Monte de Dios, el Horeb,
como también el período que Jesús pasó en el desierto antes de iniciar su vida pública y donde fue tentado
por el diablo.

Antes que nada, el desierto donde Jesús se retira, es el lugar del silencio, de la pobreza, donde el hombre
está privado de los apoyos materiales y se encuentra ante las preguntas fundamentales de la existencia, es -
tá destinado a ir a lo esencial y por ello es más fácil encontrar a Dios. Pero el desierto es también el lugar de
la muerte, porque donde no hay agua no hay tampoco vida, y es el lugar de la soledad, en el que el hombre
siente más intensa la tentación.

Jesús va al desierto y allí experimenta la tentación de dejar el camino indicado por el Padre para seguir
otros caminos más fáciles y mundanos (cfr Lc 4,1-13). Así Él se carga de nuestras tentaciones, porta consigo
nuestra miseria para vencer al maligno y abrirnos al camino hacia Dios, el camino de la conversión.

Reflexionar sobre las tentaciones a las que es expuesto Jesús en el desierto es una invitación para cada uno
de nosotros a responder a una pregunta fundamental: ¿qué cosa cuenta realmente en mi vida? En la prime -
ra tentación el diablo propone a Jesús cambiar una piedra en pan para calmar el hambre. Jesús responde
que el hombre vive de pan, pero no sólo de él: sin una respuesta al hambre de verdad, al hambre de Dios,
el hombre no se puede salvar (cf. vv. 3-4).

En la segunda tentación, el diablo propone a Jesús el camino del poder: lo conduce a lo alto y le ofrece el
dominio del mundo; pero no es éste el camino de Dios: Jesús tiene bien claro que no es el poder mundano
el que salva al mundo sino el poder de la cruz, de la humildad, del amor (cf. vv. 5-8).

En la tercera tentación el diablo propone a Jesús lanzarse del pináculo del Templo de Jerusalén y hacerse
salvar por Dios con sus ángeles, cumplir así cualquier cosa sensacional para poner a prueba a Dios mismo.
Pero la respuesta es que Dios no es un objeto al que se le impone nuestras condiciones: es el Señor de todo
(cf. vv. 9-12).

¿Cuál es el núcleo de las tres tentaciones que experimenta Jesús? Es la propuesta de instrumentalizar a
Dios, de usarlo para los propios intereses, para la propia gloria y para el propio éxito. Y entonces, en esen -
cia, ponerse uno mismo en el lugar de Dios, sacándolo de la propia existencia y haciéndolo parecer super -
fluo. Cada uno debería preguntarse entonces: ¿qué lugar tiene Dios en mi vida? ¿Es Él el Señor o lo soy yo?

Superar la tentación de someter a Dios a sí y a los propios intereses o de ponerlo en un ángulo y convertirse
al justo orden de prioridad, dar a Dios el primer puesto, es un camino que cada cristiano debe recorrer
siempre de nuevo. "Convertirse", una invitación que escucharemos muchas veces en Cuaresma, significa
seguir a Jesús de modo que su Evangelio sea guía concreta de la vida, significa dejar que Dios nos transfor -
me, dejar de pensar que somos nosotros los únicos constructores de nuestra existencia, significa reconocer
que somos criaturas, que dependemos de Dios, de su amor, y sobre todo "perdiendo" nuestra vida en Él
podemos ganarla.

Esto exige hacer nuestras elecciones a la luz de la Palabra de Dios. Hoy ya no se puede ser cristianos como
simple consecuencia del hecho de vivir en una sociedad que tiene raíces cristianas: también quien nace de
una familia cristiana y es educado religiosamente debe, cada día, renovar la opción de ser cristiano, es decir
dar a Dios el primer lugar ante las tentaciones que una cultura secularizada propone continuamente, ante
el juicio crítico de muchos contemporáneos.

Las pruebas a las cuales la sociedad actual somete al cristiano, de hecho, son muchas y tocan la vida perso -
nal y social. No es fácil ser fieles al matrimonio cristiano, practicar la misericordia en la vida cotidiana, dejar
espacio a la oración y al silencio interior, no es fácil oponerse públicamente a opciones que muchos consi-
deran obvias, como el aborto en el caso de un embarazo no deseado, la eutanasia en caso de enfermedad
grave o la selección de embriones para prevenir enfermedades hereditarias. La tentación de poner aparte
la propia fe siempre está presente y la conversión se vuelve una respuesta a Dios que debe ser confirmada
más veces en la vida.

Son ejemplo y estímulo las grandes conversiones como la de San Pablo en el camino a Damasco, o la de San
Agustín, pero también en nuestra época de eclipse del sentido de lo sagrado la gracia de Dios actúa y obra
maravillas en la vida de muchas personas. El Señor no se cansa de tocar a la puerta del hombre en contex -
tos sociales y culturales que parecen infestados por la secularización

En nuestra época no son pocas las conversiones intensas como el retorno de quien, luego de una educación
cristiana con frecuencia superficial, se ha alejado por años de la fe y luego redescubre a Cristo y su Evange -
lio. En el libro del Apocalipsis leemos: "Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno escucha mi voz y me
abre la puerta, entraré y cenaré con él y él conmigo" (3, 20). Nuestro hombre interior debe prepararse para
ser visitado por Dios y por ello no debe dejarse invadir por las ilusiones, las apariencias, las cosas materia -
les.

(De las catequesis del Papa Benedito XVI)

Oración.
Aquí estoy Señor, delante de tí, con mi presente y con mi pasado a cuestas; con lo que he sido y con lo que
soy ahora; con todas mis capacidades y todas mis limitaciones; con todas mis fortalezas y todas mis
debilidades.
Te doy gracias por el amor con el que me has amado, y por el amor con el que me amas ahora, a pesar de
mis fallas.
Sé bien, Señor, que por muy cerca que crea estar de tí, por muy bueno que me juzgue a mí mismo, tengo
mucho que cambiar en mi vida, mucho de qué convertirme, para ser lo que tú quieres que yo sea, lo que
pensaste para mí cuando me creaste.
Ilumina, Señor, mi entendimiento y mi corazón, con la luz de tu Verdad y de tu Amor, para que yo me haga
cada día má sensible al mal que hay en mí, y que se esconde de mil maneras distintas, para que no lo
descubra.
Ilumina, Señor, mi entendimiento y mi corazón, con la luz de tu verdad y de tu amor, para que yo me haga
cada día más sensible a la bondad de tus palabras, a la belleza y profundidad de tu mensaje, a la
generosidad de tu entrega por mi salvación.
Ilumina, Señor, mi entendimiento y mi corazón, para que yo sepa ver en cada instante de mi vida, lo que Tú
quieres que yo piense, lo que Tú quieres que yo diga, lo que Tú quieres que yo haga; el camino por donde
Tú quieres llevarme, para que me salve.
Ilumina, Señor, mi entendimiento y mi corazón, para que yo crea de verdad en el Evangelio, la Buena
Noticia de tu Salvación, y para que dejándome llevar por tí, trabaje cada día con mayor decisión, para
hacerlo realidad activa y operante en mi vida personal y en la vida del mundo. Amén
Acción.
En mi camino espiritual de catequista, me sentaré cada día de la cuaresma, junto al pozo de agua viva de la
Palabra de Dios, y meditaré el Evangelio, que la Iglesia mi madre me propone para rezar.

Lecturas para profundizar:


Catequesis de los Papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.

Los evangelios a tres columnas de las tentaciones de Jesús en el desierto. Mt 4,1-11; Mc 1,12-15; Lc 4,1-13

También podría gustarte