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LA MADRE Y EL PADRE INDIGENA, POR JOSE PORTUGAL CATACORA

I. - LA MADRE INDIGENA

Entre los seres que aportan su naturaleza para formar el patrón vital de
las generaciones, la mujer madre constituye el personaje más importante, cuyo
estudio es indispensable para el conocimiento del desarrollo humano de los
nuevos seres: los niños. Si su estudio adquiere una extraordinaria importancia
desde un punto de vista universal, es más importante estudiar a la mujer de
grupos humanos de desarrollo truncado, que tuvieron originales rasgos y que
aún los conservan, como los núcleos sociales del Altiplano del Titicaca.

La Mujer Indígena, Símbolo de la Madre Tierra

La maternidad indígena tiene una significación mítica que encierra el


complejo espiritual de las relaciones del hombre y la tierra, en el Altiplano de
Puno. Ella es, para el hambre aymara, la personificación de la Pachamama, la
madre tierra que da vida a cuanto existe y lo sustenta con los frutos que se gestan
sobre su faz.
Cuando las abejas humanas ponen la simiente de las plantas sobre sus
entrañas, por mandato divino, durante las primaveras, el dios inti o sol, la
fecundiza con el riego de la lluvia y ella, la madre tierra, se viste de aterciopelado
manto de esmeraldas, bordado de flores de mil colores y perfumado de
exquisitos aromas. Entonces el hombre altiplánico canta románticos qajhelos y
jarahuis y baila excitantes marines, poseído de infinita alegría. Los pinkillos y los
chagallos, las quenas y las largas, las zampoñas y los charangos, suenan por
doquier al compás de tambores y bombos. Y es que la diosa Pachamama, ha
sido fecundada, lo dicen los chacrales florecientes y se ve en los surcos de
turgentes frutos.

Similares sentimientos se reflejan en el alma de los hombres, cuando la


mujer ha concebido, cuando ella se hace madre y cuando va a frutecer a otros
seres. Se siente una alegría profunda cuando la mujer es fecunda, se le respeta
con sentimiento casi religioso cuando lleva en sus entrañas un nuevo ser y se le
venera cuando ha traído muchos hijos al mundo.

Por esa razón, las mujeres indígenas se desesperan por tener hijos. Y
cuando no los tienen son capaces de actos inauditos, toman pócimas y acuden
a una serie de supercherías.

Cierta vez, en el distrito de llave, pueblo aymara de la antigua provincia


de Chucuito, una mujer a la que su marido le enrostraba frecuentemente su
incapacidad para darle un hijo, hasta repudiarla, acudió al acto delictivo de raptar
un niño. En los pueblos del Altiplano los párrocos dedican el día domingo para
bautizar a los niños que nacen en las comunidades vecinas. La mujer que nos
ocupa. observó esto. Y un día le declaró a su marido que estaba encinta y que
no volviera a tocarla sexualmente. Poco a poco, cada día fue arropándose hasta
parecer naturalmente encinta. Y el marido regocijándose de que al fin sería
padre, aceptó la separación sexual con agrado. Así transcurrieron los nueve
meses y, faltando pocos días para el presunto parto, con la complicidad de una
vieja partera, raptó un niño. La vieja partera, aleccionada con el mayor detalle,
se prestó a llevar al templo una criatura de pocas horas de nacida, y cuando en
el bautisterio los padres y los padrinos se confundían en la algaraza del "suma
horasacpana "que sea en buena hora" después de la cristianización, la vieja
matrona desapareció en medio del gentío y no se la vio nunca más. Mientras
tanto la mujer de nuestro cuento, cuyo esposo había viajado por razones de
negocios, se encerró en su cabaña, anunciando que estaba de parto. Días más
tarde llegó el marido y encontró a su mujer madre, que le hacia el presente de
un niño. un hijo no de sus entrañas sino robado.

La Aptitud de la Mujer para la Maternidad

En una conferencia que ofreció José Jiménez Camacho, destacado


miembro del cuerpo médico de la Unidad Sanitaria Departamental, a más de un
centenar de maestros primarios, en la ciudad de Puno, entre otras observaciones
interesantes relativas a la sanidad rural, explicó que en el Hospital de Maternidad
de Lima, cuando aún era practicante, había observado que las mujeres indígenas
de las barriadas de Lima o las que viven en trance de servidumbre, daban a luz
a sus hijos con mucha facilidad y rapidez, sin sufrir complicación alguna. Y ya
profesional, en el hospital de Puno, ha vuelto a observar el mismo fenómeno. La
razón que determina esa facilidad para el alumbramiento está en que la mujer
nativa presenta una distancia íntima entre el orificio vaginal y el orificio rectal, por
lo menos, menor que lo que se observa en la mujer mestiza o blanca, y que esto
se debe, que la dilatación muscular no produce desgarramientos en la mujer
nativa; por lo tanto, ellas no llegan a sufrir hemorragias, como es frecuente entre
aquéllas.

La rapidez y la facilidad con que dan a luz las mujeres nativas se observa
en casos increíbles. Cierta vez, en una hacienda aymara del distrito de Chucuito,
una mujer indígena joven en estado grávido ya próxima al parto, pastoreaba las
vacas de la hacienda en un campo bastante alejado de su cabaña. Al atardecer,
como es común en estas regiones durante los veranos, el cielo se cubrió de
gruesos nubarrones y entre rayos, relámpagos, truenos, se desató una tremenda
tempestad. Ante aquel cambio de ambiente y porque sintió los primeros dolores
del parto, que cada vez se hicieron más agudos, trató de arrear con rapidez su
hato de vacas hacia su cabaña. Mordiendo una punta de la lliclla con que se
cubría, para resistir el dolor, insistió en su propósito, pero hubo un momento en
que no pudo soportar más y se acurrucó junto a un peñasco. Apenas se hubo
puesto cómoda para resistir los dolores, la criatura abandonó el seno materno y
la madre lanzó un prolongado: !ananay¡ ; mientras la lluvia mezcla de granizo y
viento cordillerano, cortada por rayos y truenos, golpeteaba el ambiente.

La madre india acudió a sus dientes para cortar el cordón umbilical,


recogió al hijo de sus entrañas en su grueso "phullu" o manto de espaldas, se
incorporó por sí misma y tras de su rebaño de vacas llegó a su cabaña una hora
más tarde, cuando la tempestad se había disipado y el sol de la tarde teñía de
arrebol e iluminaba las pampas y los cerros lejanos, como si así saludase el
nacimiento del nuevo ser.

Otro síntoma de aptitud para la maternidad es que la mujer india posee


grandes y bien desarrolladas glándulas mamarias: no hay caso de mujer nativa
que haya criado a sus hijos con alimentación artificial y sí más bien las hay en
que ella cría a su hijo al hijo del patrón, al mismo tiempo, porque tiene abundante
leche.

La Responsabilidad Maternal de la Mujer

La ternura de la mujer aborigen para sus hijos es entrañablemente


intensa. Y ella se traduce en la responsabilidad directa y personal que asume
frente a sus hijos. Nunca se confía de otras personas y nadie puede
reemplazarla. Los niños nativos no conocen biberón, ni leche en conserva,
mucho menos niñeras. El regazo de su madre cuando lacta, sus espaldas
cuando duerme sus manos protectoras, cuando camina, son los medios que y
cobijan sus primeros años infantiles. Ella prepara su comida y sus vestidos, y
sola vela toda su vida.

Cuida a sus hijos con un estoicismo indescriptible y cuando se muere se


conforma porque sabe que es un hecho natural, dispuesto por obra superior a
su influencia; pero cuando ocurre algo que ella puede evitar es capaz de hacer
los más increíbles sacrificios.

Una madre viuda fue separada de sus cinco hijos pequeños por el patrón,
a cuyo servicio murió su esposo. Los pequeños fueron llevados a la ciudad y
repartidos entre los parientes del hacendado como animalitos. Y mientras el
patrón se ufanaba de haber hecho una obra de caridad, una mujer envuelta en
harapos recorría de pueblo en pueblo, tratando de apoderarse de cuanto niño
encontraba, pues había perdido la razón.

Otra mujer que al saber que su hijo ya joven había sido detenido por la
leva para el servicio militar obligatorio, se presentó en el cuartel, se despojó de
sus vestidos y vistió con los suyos a su hijo que salió disfrazado de mujer y huyó.
Cuando las autoridades se dieron cuenta, el recluta detenido era una mujer vieja
que se negó a proferir palabra.

El Rol de la Mujer en la Familia

La mujer en las comunidades del Altiplano juega un rol principal en la


familia. Cuando el indio tiene que resolver algún problema, dice muy seriamente
antes de decidir: "que diría, pues, la mama". Parece ser síntoma de la herencia
legendaria de que Manco Cápac y Mama Ocllo, fundaron el Imperio Inca, en un
rol paralelo, como en ninguna otra cultura del mundo.

En algunos casos, la autoridad de la mujer. no sólo es paralela a la del


marido, sino que ella la asume plenamente.

Las comunidades campesinas del Altiplano se diferencian de un modo


general, en Comunidades libres y en comunidades de colonos. Las primeras son
dueñas de micro fundos, viven más cerca a las orillas del lago, dedicadas al
cultivo. Y las segundas son miembros de las haciendas que ocupan la mayoría
de las tierras.

Los hombres de las comunidades libres o micropropietarios, se desplazan


hacia las ciudades, los valles de la costa o las zonas selváticas, a trabajar o en
plan de negocios, con mucha frecuencia y por largas temporadas, a veces por
años. Mientras esto ocurre, los hogares son conducidos por las esposas, sin que
se advierta la ausencia de los maridos, quienes retornan sólo para las grandes
tareas agrícolas como la siembra o las cosechas. Y los hombres de las
haciendas están obligados a realizar faenas permanentes en la casa finca del
patrón de quien dependen, durante semanas o meses, en tareas como levantar
cercos, construir cabañas, sembrar o cosechar, ejecutar la matanza del ganado,
trasquilar lana, además de cuidar los ganados del patrón: también tienen que
servir en turnos mensuales como pongo y khipo, mandadero en casa o para
distancias. Mientras dura la ausencia del hombre, la mujer maneja el hogar con
autoridad plena.

Esta autoridad moral de la mujer como madre ofrece una implicancia muy
positiva para la regulación de la conducta de los hijos, quienes conscientes
desde pequeños, de la autoridad natural de la madre, tienen una actitud
disciplinada, sugerida por la maternal influencia de la ternura filial

La Moral Sexual de la Mujer

La mujer que ha llegado a la edad de la adolescencia. a la edad de la


madurez para la procreación. puede usar de su sexo con naturalidad, sin
prohibiciones que le causen traumas de ninguna especie.

La moral indígena acepta la unión entre jóvenes de ambos sexos como


algo natural y aún más, la auspicia y la ampara.

En las comunidades indígenas del Altiplano. especialmente en las


comunidades ubicadas en el área de las zonas aldeanas al lago. dentro de las
provincias de Chucuito, Huancané y Puno, es costumbre consuetudinaria de los
nativos, contribuir a la celebración de las fiestas patronales de los pueblos que
hacen de capitales provinciales o distritales, con comparsas de danzas y bailes.
Cada vez que se aproxima una festividad, la juventud de uno y otro sexo se reúne
por las noches en algún lugar de la comunidad. al pie de una colina o sobre ella.
dentro de un canchón o a veces en medio de la pampa. pero ubicado en lugar
estratégico, para ensayar las danzas, los bailes, la música y las canciones. Lo
hacen a la intemperie porque a aquellas citas concurren centenares de personas
y las comunidades campesinas no cuentan con salones para servicios sociales
de amplitud. Se reúnen después de la puesta del sol y danzan y bailan hasta la
media noche. Después del ensayo se retiran los jóvenes por parejas, rumbo a
sus chozas, por sendas solitarias o por entre los chacrales, a la luz de noches
lunadas que invitan al romance O bajo la sombra de noches lóbregas que invitan
al amor.

Los padres y la población campesina saben lo que ocurre en aquellas


circunstancias nocturnas, pero nadie lo prohíbe ni lo observa Pues se piensa que
mientras mejor se entiendan las parejas, mejor resultará la danza o baile con que
la comunidad contribuirá a la celebración de la virgen patronal o del santo patrón
que se festeja.

Pero el auspicio y el amparo tienen una pequeña limitación que se


relaciona con la religión del sol que tuvieron sus antepasados: y es que, por
respeto al sol, que todavía permanece en la jerarquía de sus valores religiosos,
el acto sexual no se debe consumar de día, bajo la luz del sol.

El siguiente relato nos confirma esta observación. En una hacienda


cordillerana, una tarde en que la peonada estaba ocupada en apacentar los
ganados dentro de los cercos, el rodeante que vigilaba la actividad, le dijo en son
de chisme a un indio viejo: " oye tata, ayer la he visto a tu hija, la Pituca, con
fulano, detrás del cerco de vacas haciendo el amor...” El padre indio,
visiblemente enfadado, reaccionó con cólera y preguntó a qué hora fue. El
rodeante explicó que fue al atardecer, cuando el sol sy ocultaba y ya oscurecía.
"¿Fue después de la entrada del sol?" interrogó ansioso el indio. "Sí", contestó
el chismoso. "Ah, entonces no tiene importancia. La noche se ha hecho para eso,
porque de noche no se ofende ni a Dios ni a la gente", Y siguió naciendo su
tarea, tranquilamente, como si nada hubiera ocurrió.

El Símbolo de la Virginidad

En la comunidad de Yanaque, de las orillas occidentales del Lago Titicaca,


se observa la original costumbre de que las niñas nativas lleven un chullo largo,
moteado y de borde plizado. Pero se lo quitan cuando la niña ha llegado a la
edad de los trece o catorce años.
Las gentes explican esto diciendo que se lo quitan porque la niña se ha
convertido en mujer, algo así como que ha llegado a la adolescencia o a la aptitud
para usar del sexo, Otras veces dicen, simplemente, que el chullo es signo de
soltería.

Pero investigando a fondo, se pudo descubrir que el chullo es prenda que


simboliza la virginidad. La mujer lo lleva mientras está virgen y se lo quitan,
apenas la ha perdido. Lo más interesante es que con ajuste a su moral sexual,
se lo quitan sin sentir pudor ni verguenza, con una naturalidad que nadie le
reprocha, ni lo comenta.

Sucede excepcionalmente que, si la mujer pierde la virginidad, sin


alcanzar aún la pubertad, se lo quita inevitablemente. Pues, en una ocasión
encontramos en una familia campesina una niña que apenas tenía algo más de
diez años y que ya no llevaba chullo. Un poco alarmados y sabedores del
secreto, preguntamos a los padres, lo ocurrido con la niña. Y los padres
explicaron que como tienen pactado el matrimonio con el hijo del vecino XX, "que
ya es mayorcito, seguro pues, ya habrán cometido su travesura, pero qué vamos
a hacer, tienen que casarse".

El Signo de Esterilidad

Así como la maternidad y la fecundidad son consagradas, la esterilidad


es execrada.

Según la creencia indígena existe una oculta e inexplicable relación entre


la cabellera y la fertilidad o la esterilidad. Pues la mujer con abundante y
desarrollada cabellera es muy codiciada por el hombre, porque se la cree
fecunda y se afirma que ella dará muchos hijos, pero la mujer con cabellos poco
desarrollados, escasos o calva, se supone que no es apta para tener hijos.

En la oficina de la Guardia Civil de Ayaviri, capital de la Provincia de


Melgar, un hombre acusado por su mujer de haberla abandonado, declaró que
había procedido así porque era una qarauma. El adjetivo que en castellano
quiere decir "cabeza pelada”, significa, según la interpretación nativa, mujer
infecunda.

La significación es tan honda para el prejuicio, que en algunas


comunidades de la misma provincia se cree que quitando la cabellera a una
mujer se la puede convertir en estéril. Así en una oportunidad, en plena calle, se
insultaban dos mujeres jóvenes, quienes eran presuntas rivales por el amor de
un hombre. Una de ellas la amenazó, diciendo: "Ahora verás, te voy a pelar la
cabeza para que sepas...". Quería decir que quedaría incapacitada para concebir
y que, sería repudiada por el hombre disputado.

Como una afirmación más de esta idea prejuiciosa, las mujeres ancianas
pierden la cabellera o tienden a ser calvas, porque como es natural en la vejez,
ellas se tornan estériles; pero los indígenas afirman que las mujeres no pierden
la cabellera por simple vejez, sino que la pérdida de cabellos es síntoma de
infecundidad.

La Prostitución de la Mujer

Garcilaso, en sus Comentarios Reales, menciona la existencia de las


"pampay runas" como sinónimo de meretrices; pero la observación de la
conducta sexual de la mujer campesina, no da indicios de haber existido tal
práctica; el análisis objetivo de las causas que determinan la existencia del
meretricio en las sociedades de cultura occidental, también descarta toda
posibilidad de que ella haya existido.

Sabemos que la prostitución es consecuencia de causas económicas que


arrastran a la mujer hacia el meretricio en las ciudades; pero en la época incaica
y aún antes no hubo miseria económica que justificase su existencia.

El fenómeno que se produjo después de la conquista y que tal vez se


convirtió en costumbre impuesta por los españoles, es que éstos, en sus viajes
de búsqueda de minas, encontraban a las mujeres en cualquier parte y las
poseían, sin que mediara factor económico. Más bien se produjeron uniones
maritales, pero estos casos tuvieron lugar con las mujeres de la aristocracia inca,
no con las mujeres de las comunidades.

Sabemos que las mujeres nativas se resistían a ser poseídas por los
españoles, hasta el extremo de untarse el cuerpo con materias fecales, como
cuentan las tradiciones cusqueñas.

En las comunidades campesinas actuales no existe meretricio. En


cambio, cuando las mujeres nativas, por algunas causas, como el servicio que
prestan a sus patrones en las poblaciones o cuando se trasladan a las grandes
ciudades y se emplean como domésticas, y en tales casos el estipendio que
reciben es mísero, por contagio moral de las mujeres blancas o mestizas, son
arrastradas al meretricio clandestino. A estas mujeres se les llama "tuta-tutas",
porque ellas deambulan por los extramuros o lugares solitarios de las
poblaciones durante las noches y se entregan a cualquiera por unos soles.

Esta costumbre prolifera particularmente en las ciudades grandes donde


se acantonan batallones militares del ejército; ella no puede extenderse a los
campos porque la moral del campesino no la acepta y las mujeres de tal
conducta, jamás vuelven a sus comunidades de origen.

La Vestimenta de la Mujer Indígena

El atuendo femenino en el vestir es sencillo, saludable y permanente, de


un modo general, pero también ofrece variedad de formas.

La mujer aymara lleva como vestido de diario un camisón o almilla larga,


una o dos polleras sujetas a la cintura por una gruesa y larga faja de artístico
tejido de colores, una chaqueta de la que puede prescindir, una manta larga de
bayeta negra que cubre la cabeza y la espalda, con un sombrero o montera de
variadas formas. La mujer quechua en vez de polleras lleva faldellines que ellas
llaman pistuna.
Los días de fiesta, el atuendo en el vestir se incrementa notablemente,
pues el lujo femenino consiste en llevar el mayor número de polleras. En algunas
zonas aymaras como en las comunidades de los distritos de Chucuito, Acora,
llave, Juli, Pomata, las mujeres llevan hasta doce polleras, de bayeta las
interiores y de castilla las exteriores.

Durante los días de fiesta la india lleva en la espalda el infaltable qepi o


atado, a veces abultado con cosas y otras como simple ornamento de vestir.

El material de que están confeccionados los vestidos femeninos es la


bayeta burda y tosca, pero la de los días de fiesta es de lana muy fina. El color
es generalmente blanco o negro, lo blanco para el vestido interior y lo negro para
el vestido exterior. También se usa el color rojo o el verde en el vestido interior y
el amarillo, en sus distintos matices, en el vestido exterior.

La materia prima que se emplea para fabricar los tejidos es la lana, y ésta
responde a las condiciones telúricas del medio físico, donde el frio es
permanente; pues durante el año se advierte sólo dos estaciones: una fría y
lluviosa, que se agudiza en los meses de enero y febrero, y otra más fría aún y
seca, que culmina en los meses de junio y julio. Por esta razón el material
empleado en el vestir es permanente, varía muy poco.

Además, en el vestido de la mujer nativa, se advierte una infinita variedad


de diferencias que se objetivan en la cantidad de polleras, en la extensión de las
mismas, en el diseño de los jubones y sus adornos, en la forma de sus monteras
y otras prendas, como os prendedores o tupos que llevan. Pues, los prendedores
de la mujer de la zona lacustre son en forma de peces y los de las mujeres
cordilleranas, en forma de cucharas.

Para tener una idea de la variedad de formas de vestidos, además de


poner como ejemplo la provincia de Puno donde es muy fácil distinguir a la mujer
acoreña de la mujer chucuiteña, a ésta de la de Icho, a ésta de la de Pichacani,
a ésta de la de Paucarcolla o Atuncolla, y a ésta de la de Capachica, por el modo
de vestir.
II.EL PADRE INDIGENA

El otro ser, el padre nativo, que aporta con sus características como
legado vital para la generación de los hijos, ofrece también típicas
manifestaciones, derivadas de la cultura original que tuvieron sus antepasados
y que él, a pesar de los cuatro siglos de dominación que ha sufrido su raza, sigue
conservando, aunque mezclado con lomas de vida occidental, que lo presentan
como un ser mixtificado, pero que en el fondo conserva su pureza peculiar.

La Paternidad Prematura

La historia de la cultura peruana informa que en la época incaica los


jóvenes alcanzaban el derecho de formar familia, uniéndose en matrimonio con
una mujer, entre los 18 y 20 años y. consiguientemente, el derecho natural de
engendrar, después de una serie de pruebas de resistencia física, que les
permitía demostrar hallarse enteramente aptos para la paternidad, durante la
fiesta del Huarachico.

Esta costumbre era de una significación extraordinaria como aporte vital


del padre para asegurar el mejoramiento de la especie a través de las
generaciones.
Pero aquella costumbre ha sido modificada a lo largo de la historia, por
cierto, no por influencia de la cultura conquistadora, sino por haberse complicado
las relaciones tierra-hombre en las zonas bajas del Altiplano; pues el Lago
Titicaca está orillado de tierras fértiles que dan lugar al desarrollo intenso de la
agricultura. en el primer plano. Por eso en este plano hay regiones muy pobladas.
Tal ocurre en las pampas de llave, Acora y Chucuito en la zona occidental, o las
de Conima, Moho, Vilquechico y Taraco, en el lado oriental. lugares donde la
población ha crecido desmesuradamente y el derecho a la propiedad de la tierra
se ha multiplicado por haberse subdividido extremadamente.

Las tierras se han microdividido hasta el extremo de que en familias muy


numerosas las nuevas generaciones son dueñas apenas de unos surcos.

Como un medio de frenar esta fragmentación, se pactan matrimonios de


los hijos, a veces desde que han nacido, entre personas poseedoras de terrenos
limítrofes o cuando los dueños de terrenos colindantes tienen conflictos
judiciales, para evitarlos se plantean transacciones a base de un pacto
matrimonial, pero en ambos casos, la razón es la tierra y la manera de poseerla.

Estos pactos se realizan en diversas formas; ocurren entre padres de


niños recién nacidos, entre mujer ya madura y un hombre que es una criatura o
viceversa. Entonces los niños que son objeto de tales pactos, sin más documento
que la palabra, apenas han llegado a la edad de la pubertad y la adolescencia,
pueden ejercer el derecho natural de la unión sexual.

Las uniones llegan hasta el matrimonio en trance de prueba, cuando así


lo determina el pacto.

En la comunidad de Yanaque, del distrito de Acora, cierta mujer se unió


en vida marital con un niño de diez años. Fuimos testigos de que mientras la
esposa, que por la edad podría ser su madre y hasta su abuela, se dedicaba a
su tarea de tejer, el niño esposo se subía sobre sus hombros, jugando, y ella
tenía un látigo para mantenerlo tranquilo.

La Constitución Física de los Padres

La "raza humana” de la que hemos hablado siempre, inspirada por su


extraordinaria contextura física, ha ido perdiéndose a lo largo de los tiempos. El
nativo de hoy ya no es el hombre de hercúleos músculos que circulaba por los
caminos de la historia El de hoy presenta una pobre constitución física, una
muscula. tura flácida, amarillenta y carente de lozanía y vigor.

¿La razón de esta especie de degeneración?. La falta de una nutrición


integral y racional, la ausencia de hábitos higiénicos, las enfermedades
epidémicas y endémicas, los vicios consuetudinarios de la coca y el alcohol, el
hambre que producen las sequías y las inundaciones, y la explotación que
ejercen los mestizos y
blancos, bajo cuyas influencias deprimentes viven desde hace siglos. Todo ello
ha contribuido a que el aspecto físico del hombre pierda su constitución
saludable.

Pero lo que sigue sorprendiéndonos es que, no obstante, su apariencia


esmirriada, sigue demostrando una vitalidad que paradójicamente contrasta con
su aparente débil naturaleza; pues el nativo, actualmente, puede desplegar
grandes esfuerzos físicos y resistir tranquilamente los rigores de las depresivas
fuerzas telúricas de su medio.

El nativo es el único ser capaz de vivir largos años de longevidad, en


alturas que median entre los 4 y los 6 mil metros sobre el nivel del mar, sin sufrir
de males cardiacos y con una capacidad respiratoria muy superior al hombre
común. es el único que puede vivir en chozas frágiles a pesar del material pétreo
de su construcción, carente de puertas y ventanas, donde filtran el frio, el polvo
y la humedad de la lluvia, sin sufrir enfermedades frecuentes. Es el único capaz
de resistir trabajos forzados cuando es colono de finca o comunitario; pues
laborea chacras, cría animales, construye casas, con suma fortaleza. Es el único
capaz de caminar largas jornadas de viaje por caminos escabrosos, recorriendo
cada día 50 ó 60 kilómetros de distancia, durante 8. 10, 15 días o más, ya que
puede venir a Lima o viajar a Tacna, Moquegua. Arequipa o La Paz, a pie, en
plan de comerciante. Hasta hace poco lo hacía a Lima sin emplear ningún
vehículo, formando comisiones para gestionar la creación de escuelas en sus
comunidades. Es el único hombre capaz de levantar pesos que sobrepasan el
suyo, cuando en las ciudades se dedica a cargador o changador. En la ciudad
de Puno se les veía, hasta hace poco, trasladando mercaderías de la estación
de los ferrocarriles a las casas comerciales, llevando sobre sus hombros seis,
siete y hasta ocho arrobas de peso. En fin, es el único que no obstante
encontrarse al margen de la civilidad, mantiene la producción en las industrias
extractivas del país, la agricultura, la ganadería y sus derivados; y construye
caminos, aeropuertos y edificios en las ciudades.

Las Virtudes Sociales

Las virtudes sociales con que el padre aporta como patrón de conducta,
con el que se identificará el hijo, o como paradigma que servirá de valor humano
para orientar la vida de las generaciones, es realmente de extraordinaria
trascendencia. De ello deriva la natural autoridad que adquiere el hombre dentro
de la comunidad; autoridad que crece en proporción directa con su edad.

El hombre nativo posee serenidad espiritual, responsabilidad para


trabajar, integridad moral y actitud cooperativa.

Pocos hombres como el nativo peruano y muy especialmente el puneño


aymara acusan una serenidad espiritual y una alegría interior admirables, las que
se objetivan en la lentitud de sus movimientos y de sus reacciones mentales y
en su parquedad para hablar pues con un sí o con un no, suelen resolver grandes
problemas. El nativo es incapaz de encolerizarse con la facilidad y frecuencia
que el blanco o el mestizo, excepto cuando se atenta contra sus derechos sobre
la tierra. El nativo no comete un crimen sino cuando está bajo los efectos del
alcohol, durante las festividades religiosas que son oportunidades de
abundantes libaciones. López Álbujar cuenta en su relato "El trompiezo" que aun
el problema de la traición conyugal, el nativo lo resuelve sin inmutarse.

El posee un natural espíritu de responsabilidad que está conectado con el


trabajo y el valor del tiempo; cuando viaja, no se limita al solo caminar, va
trabajando, trenzando sogas o tejiendo. Y aún las formas de su esparcimiento
están conectadas con el trabajo para la satisfacción de necesidades; no de otro
modo se explica que la cacería de vicuñas, la cacería de aves, la cosecha de
papas o el recogimiento de chuño, se hacen como actividades de esparcimiento,
aunque la finalidad sea utilitaria.

El nativo es un hombre honrado por excelencia. Entre ellos no se roban,


no se sobornan ni se engañan. Las casas en las punas no tienen puertas y si
algunas tienen, ellas carecen de cerraduras y sin embargo no se registran robos.
La palabra del nativo tiene más valor que muchos documentos que se firman en
la sociedad blanca o mestiza ante notarios públicos y jueces. Pedro Condori
debía una cantidad de dinero a su compadre. Este murió y Condori pagó el dinero
a la viuda, que recibió el pago sorprendida, porque ignoraba la existencia de la
deuda.

Su actitud cooperativa ancestral permanece incólume en muchas formas.


La propiedad colectiva de la tierra, que subsiste en forma de aynoqas: el cultivo
a medias o el préstamo de pedazos de tierra para sembrar; el trabajo reciproco
como el ayni, la ya napa o la minka; las actividades sociales como la jaljhata, el
lan o el qepi. o la actividad comercial como el pasancacu, son prácticas de
cooperativismo que reflejan tal actitud.

Los Vicios Sociales

Podemos precisar tres vicios sociales típicamente campesinos, el


coquismo, el alcoholismo y la pleitomanía.

Los cronistas de la conquista están de acuerdo en afirmar que las hojas


de la coca eran sagradas y que se la empleaba sólo en las grandes ocasiones
de rituales religiosos, pero desde la conquista ha venido generalizándose la
frecuencia de su uso hasta hoy que el nativo no deja de chajchar la coca ni un
solo día. Por tanto, se ha convertido en un vicio, ya que la cocaína es una de las
drogas llamadas heroicas. Pensamos que el indio acudió al masticado de la coca
como una actitud mística, porque su acción le hacía menos sensible a los
sufrimientos que el conquistador español le impuso, pero poco a poco se fue
acostumbrando hasta que no pudo desprenderse de su uso. El nativo de hoy
masca coca para matar el hambre, para matar la cólera, para matar la tristeza,
para olvidarse de sus desgracias.

El alcoholismo no tiene el mismo carácter que el coquismo. Podemos


pensar que el nativo no es el alcohólico consetudinario de otras razas, sino
alcohólico agudo, pues sólo bebe en las grandes festividades; pero, eso sí, en
estos casos bebe hasta la total embriaguez, hasta la inconciencia. Y en este
hecho podemos registrar como algo negativo en su aporte paternal, pues durante
las festividades, en estado de embriaguez el indio se entrega a la práctica
Crapulosa del amor y con frecuencia nacen hijos cuya paternidad suele ignorar
la mujer, porque sucedió en estado de inconsciencia. De allí resultan los "hijos
de la fiesta", cuyo apellido no se sabe. Más de una vez hemos apadrinado la
cristianización de "hijos de la fiesta".

La pleitomanía podemos ubicarla en el plano de los vicios porque afecta


la personalidad espiritual y la moral del nativo, especialmente porque está
vinculada con el complejo tierra hombre. Se genera por la posesión de la tierra.
El indio no concibe que nadie, particularmente el mestizo o blanco, le arrebate
su tierra. El defiende su derecho de propiedad a veces sin medir las
consecuencias económicas y depresivas que importa defenderla ante los
estrados judiciales. Se han visto casos en que el nativo pleitea por su tierra
durante decenas de años, dejando litigios como legado a sus hijos, quienes
siguen pleiteando en la misma forma que el padre. Y se han visto casos en que
se han gastado diez, cien y más veces el valor de la parcela, por no perder su
derecho de propiedad. Cierta vez un hombre joven consultó un caso de defensa
que heredó de su padre; el abogado, honesto, le explicó que la otra persona con
sólo haber poseído la tierra el tiempo transcurrido, había ganado el derecho de
posesión y que no está defendible, pero el nativo insistió hasta que logró que se
presentaran recursos a su favor. Otro indio perdió el pleito sobre su tierra, desde
luego injustamente, en el juzgado de primera instancia; apeló y se fue a la capital
departamental. Su contrario era un hacendado, y claro está: perdió también en
la Corte Superior. El damnificado siguió apelando y tuvo que viajar hasta la
capital de la República, donde al fin se le reconoció sus derechos. Pero había
empleado diecisiete años y gastado varios miles de soles, cuando la tierra estaba
valorizada en apenas 400 pesos.

La pleitomanía indígena repercute en la conducta de los padres porque


los obliga a ausentarse de la casa; y en sentido social, ella determina que la
abogacía sea un oficio bien rentado en las provincias de Puno.

El Rol Social del Padre

El rol social del padre indio ocupa generalmente un segundo plano en el


hogar, pero fuera de él, en la comunidad adquiere una significación trascendente.

Como dijimos antes, por razones ancestrales, el rol de la mujer se impone


en el ambiente del hogar porque el hombre se ausenta con frecuencia. Se
ausenta del hogar cuando tienen que atender la defensa de su tierra a través de
los pleitos, como se ha dicho; cuando tiene que hacer de servicio gratuito
obligatorio como colono de la hacienda, para realizar faenas de cultivo, de
trasquila, de matanza, de edificaciones para la hacienda: cuando posee alguna
industria pequeña, como la alfarería o el tejido y tiene que vender sus productos
en los pueblos cercanos; cuando va a los valles de la costa o de la selva, en
busca de trabajo, en épocas de malas cosechas que ocasionan las lluvias
torrenciales o las sequias y en estos lugares se establece por largas temporadas;
en fin, cuando tienen que hacer el servicio militar obligatorio

Pero en cambio, en la comunidad el hombre es tenido en cuenta para


afrontar y resolver todos los problemas comunales, como construcción de locales
escolares, postas médicas, caminos, dotación de agua, etc.

Los más ejercen cargos de autoridad comunal, como alcaldes o


autoridades municipales, jilagatas o autoridades políticas, contadores y otros.
Este último cargo, a pesar de su origen colonial, sigue subsistiendo para llevar
la estadística de los contribuyentes.

El Trabajo del Hombre


El trabajo del hombre indígena es preponderantemente físico o manual.
En realidad, no existe el trabajo intelectual, como algo característico de la vida
social. Este fenómeno es necesario tenerlo en cuenta, pues la educación
intelectualista que realizan las escuelas de campo cae en el vacío porque no
responden a su necesidad social y lo que provocan es una especie de
desadaptación de las generaciones que asisten a las escuelas.

Las labores agrícolas, como el cultivo de papas, cocas, olluco, quinua,


cañahua o cebada; las labores del pastoreo de vacas, ovejas, llamas, alpacas;
las pequeñas industrias como los tejidos, la alfarería, el modelado; o las
derivadas de la agricultura, como elaboración de chuño blanco y negro, o de la
ganadería, como la esquila, la fabricación de chalona o cesina; y, todos los
demás trabajos que realiza, son de carácter físico.

La otra característica del trabajo que realizan los indígenas es que


ninguna de las tareas que cumple con esfuerzos físicos las hace en talleres bajo
techo; sino, siempre al aire libre, aun en épocas y días de lluvia o de fríos
invernales.

Estas características del trabajo, indudablemente han contribuido a que,


a pesar de la vida primitiva que lleva el campesino, goce de salud y fortaleza, y
esa vitalidad le sirve para transmitir una herencia biológica positiva a los hijos.

Los Vestidos del Hombre

Los vestidos del hombre nativo son siempre de lana de alpaca, llama u
oveja de acuerdo con la temperatura baja permanente en el Altiplano, donde se
observa durante el año una temporada, de noviembre a marzo, fría y lluviosa y
el resto del año, otra, siempre fría. pero sin lluvias.

Los hombres visten pantalones simples hasta el tobillo, algunas veces


abierto al terminar, mostrando los calzoncillos plizados, como en la zona
fronteriza con Bolivia o como en las alturas de Paratía o en Icho, muy cerca de
Puno. Los pantalones se sujetan con gruesas lajas tejidas de lana de color. La
camisa de bayeta, muy rara vez de tocuyo. más el chaleco y el saco corto,
completan el vestido masculino.

Prendas accesorias son el poncho, manta de tejido grueso y consistente,


de color blanco, gris o negro, el de diario; y verde o rojo el de fiesta. El poncho
es una manta cuadrada abierta al centro para que sobresalga la cabeza y caiga
la prenda sobre los hombros; el poncho lleva ribetes de colores. El poncho hace
juego con un chal grueso y largo, más el chullo de colores y el sombrero de lana
de oveja.

Los varones de la zona agrícola, cuando caminan por los campos o están
de viaje, llevan una manta que ellos llaman manteo, de color blanco, negro o café
oscuro, especie de lliclla, prenda última ésta que cargan sólo las mujeres, y un
zurriago, látigo finamente trenzado de cuero de vaca, con mango de madera
fuerte. chapeado con láminas de plata, que le sirve de compañero cuando viaja
a pie.

Los varones de las zonas altas, ganaderas, viajan a caballo, en este caso
ya no llevan el manteo: pero si alforjas de hilos de color. Y como vestido llevan
el qarabotas, especie de escarpines de gran tamaño que les cubre las dos
piernas, desde los tobillos, hasta las ingles, ceñido a las piernas con numerosas
hebillas y una correa a la altura de las pantorrillas.

En estas oportunidades el compañero de viaje es el caballo enjaezado


lujosamente, según la jerarquía económica de cada familia, Los arreos del
caballo son de fabricación casera: rienda y bozal de fino tejido de cuero, caronas
de frazadas usadas, montura o apero y pellones hechos de cuero de oveja, más
confortables que los pellones San Pedranos.

Los nativos de la cordillera suelen presentar más busto que piernas en


sus dimensiones antropológicas; y los de los bajos, lo contrario: piernas más
desarrolladas que el tórax. Esto se debe indudablemente a que éstos caminan
más a pie y aquéllos, no.

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