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ARTE Y HUMANIDADES

La filosofía política hoy.


Homenaje a Fernando Quesada

VARIOS AUTORES

UNIVERSIDAD NACIONAL DE EDUCACIÓN A DISTANCIA


ARTE Y HUMANIDADES (0101015CT01A01)
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

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ISBN (UNED): 978-84-362-6392-3

Depósito legal: M-13479-2012

Primera edición: abril de 2012

Impreso en España - Printed in Spain


Maquetación e impresión: Editorial Aranzadi, S. A.
Camino de Galar, 15
31190 Cizur Menor (Navarra)

6
Antonio García Santesmases
Coordinador

Manuel Reyes Mate

Jose Manuel Bermudo

Ramón Vargas Machuca

Juan Ramón Capella

Bernart Riutort

Pablo Ródenas

Pilar Aliegue

Jaime Pastor

M. Xose Agra

Joaquín Valdivielso

Francisco José Martínez

Javier Peña

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ÍNDICE

Prólogo (Antonio García Santesmases) ............................................................ 11

LA FUNCIÓN DE LA FILOSOFÍA POLÍTICA

LA FUNCIÓN DE LA FILOSOFÍA POLÍTICA


Manuel Reyes Mate ............................................................................... 21
LA FILOSOFÍA POLÍTICA DE AYER Y DE HOY: DE LA PASIÓN CRÍTICA A
LA PASIÓN NORMATIVA
José Manuel Bermudo ............................................................................. 27

PROBLEMAS DE LA DEMOCRACIA

LA DEMOCRACIA CONSTITUCIONAL COMO MODELO


Ramón Vargas-Machuca ........................................................................ 51
UN APUNTE SOBRE LA POLIARQUÍA DE LA GLOBALIZACIÓN
Juan Ramón Capella .............................................................................. 83

PROBLEMAS DE LA GLOBALIZACIÓN

INTERPRETACIÓN Y CRÍTICA DEMOCRÁTICA DE LA DOMINACIÓN


Bernat Riutort ....................................................................................... 97
LA VIOLENCIA BELICISTA DE LA ACTUAL RED MUNDIAL DE SOCIEDADES
Pablo Ródenas ...................................................................................... 107
ACERCA DEL PACIFISMO JURÍDICO EN EL TIEMPO DE LAS GLOBALIZA-
CIONES
Pilar Allegue ........................................................................................ 135

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LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

EL PAPEL DE LOS NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES

AUGE Y CRISIS DE LOS «NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES» (1968-2010).


DE LA CRÍTICA DE LA MODERNIDAD CAPITALISTA Y AUTORITARIA A LA
PERPLEJIDAD FRENTE A LA CRISIS SISTÉMICA
Jaime Pastor ......................................................................................... 167
LA CONVERSACIÓN FILOSÓFICO-POLÍTICA: NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES
Y FEMINISMO
María Xosé Agra .................................................................................. 177
LAS DEMANDAS DE JUSTICIA EN EL MOVIMIENTO ECOLOGISTA
Joaquín Valdivielso................................................................................. 197

LOS TRES IMAGINARIOS DE LA FILOSOFÍA POLÍTICA

HACIA UN NUEVO IMAGINARIO EN FILOSOFÍA POLÍTICA


Francisco José Martínez ........................................................................... 223
LECCIONES DEL PASADO Y POLÍTICA FUTURA
Javier Peña ............................................................................................ 235

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PRÓLOGO

Tengo la satisfacción de presentar este conjunto de ponencias que constituye-


ron las intervenciones desarrolladas en el homenaje a Fernando Quesada. Este
homenaje fue organizado por el Departamento de «Filosofía y Filosofía moral y
política», de la Facultad de Filosofía de la Uned. Es por ello de justicia comenzar
agradeciendo el apoyo al rectorado de nuestra univesidad para la realización de
estas jornadas (quiero agradecer especialmente la ayuda de la Vicerrectora Mercedes
Boixerau) al igual que la colaboración del Decano de la Facultad de Filosofía de la
Uned Manuel Fraijó y del Director de nuestro departamento Javier San Martín.

Las jornadas de homenaje contaron con un cartel anunciador magníficamente


diseñado por el profesor Jordi Claramunt y con la colaboración especial de los pro-
fesores Jesús Díaz Alvarez, Juan García Morán y Jose María Hernandez Losada.

Al presentar este libro-homenaje no puedo sino recordar la relación desarro-


llada durante tantos años con Fernando Quesada. Habla, con acierto, en su ponen-
cia, Reyes Mate, de la deuda impagable del Instituto de Filosofía del Csic con
Fernando Quesada. Describe muy bien aquel ambiente de entusiasmo de mitad
de los años ochenta. Creo que es un buen comienzo para recordar una peripecia
que muchos de los participantes en este homenaje hemos vivido. Fue un poco
antes, en el mes de diciembre de 1985, cuando me incorporé a la Facultad de
Filosofía de la Uned. También lo hizo entonces Francisco José Martínez. Ya se
habían incorporado anteriormente Manuel Fraijó y Carlos Gómez. En aquel
momento Fernando estaba de Catedrático en Santiago de Compostela y se incor-
poraría en el mes de abril a la Uned. Iniciábamos así una colaboración que ha dura-
do más de 25 años.

Fernando Quesada cumplió 70 años el 24 de abril del 2010. ¿Cómo ha sido


su evolución en estos años? Pienso que la primera característica a subrayar es una
gran continuidad en su trabajo. Una forma de visualizar esta continuidad es com-
parar el número de la revista Arbor de 1987 que coordina Fernando Quesada con
Jose María Gónzalez García y el manual de Filosofía Política Ciudad y ciudadanía.

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LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

Senderos contemporaneos de la filosofía Política del 2008. El número de la revista Arbor


aparece cuando se está iniciando el trabajo del Seminario de Filosofía Política del
CSIC. Se incluyen allí trabajos sobre la crisis de la democracia representativa, acer-
ca de los avatares del neoconservadurismo y del liberalismo, en torno a la moder-
nidad y la posmodernidad y se incorporan artículos sobre la cuestión ecológica, el
feminismo, la desobediencia civil y el movimiento por la paz. En el manual, publi-
cado poco antes de su jubilación, de nuevo Quesada convoca a una serie de pro-
fesores para profundizar en los temas de la ecología, del feminismo, de los nuevos
movimientos sociales, de la globalización, del nacionalismo, de la multiculturali-
dad, del liberalismo, del socialismo, de los avatares de la ciudadanía y del futuro
del Estado del bienestar.
Esa labor de editor en 1987 y en el 2008 se completa con otras muchas obras
en las que Fernando Quesada ha actuado igualmente como editor. Me refiero al
volumen sobre Filosofía Política de la Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, al
texto sobre los Problemas de la ciudadanía o al volumen que reúne los trabajos de
homenaje a Alberto Saoner.(1)
Esa labor de convocar, de reunir, de animar a diversos autores a publicar con-
juntamente ha sido decisiva para crear un grupo de trabajo interesado por los mis-
mos temas; un grupo que ha ocupado distintos lugares: el seminario de Filosofía Política
del Csic; la Revista Internacional de Filosofía Política y las reuniones de profeso-
res de distintas universidades españolas para crear un espacio de discusión y de
debate. Muchos de estos profesores han podido acudir a la llamada a este home-
naje; otros desgraciadamente ya no están entre nosotros como Alberto Saoner o Jose
María Mardones.
Esa labor de organizador, de animador, de editor en el sentido pleno de la pala-
bra, ha supuesto una entrega tan enorme que algunos de los temas tratados espe-
cíficamente por Fernando Quesada amenazan con ser preteridos a la hora del balan-
ce. Por ello ha sido muy importante que haya aparecido, también al final de su
vida académica, una obra como Sendas de Democracia donde aparecen algunos de los
temas que Quesada ha ido trabajando durante muchos años. Me gustaría decir algo
de esta obra para enlazarla con los temas que el lector se va a encontrar en este
libro-homenaje.
Quesada distingue tres imaginarios a la hora de configurar la evolución de la Filosofía
política. El primero se da en Grecia al articular un primer intento por pensar la
ciudad desde la perspectiva de la razón, por pensar la polis desde el logos. En la

12
PRÓLOGO

modernidad se da el segundo imaginario a partir de la superación de los plantea-


mientos de tipo teocrático; se va configurando a partir de ese momento un doble
modelo de pensar la política y la ciudadanía. La revolución americana y la revo-
lución francesa constituyen los dos paradigmas fundamentales.
Hoy estamos asistiendo al final de este segundo imaginario, al final de un ciclo
que comienza con el proceso ilustrado y que lleva a la actual crisis de la democra-
cia y a la reflexión sobre el malestar de la política. Una crisis que afecta tanto al
modelo anglonorteamericano como al modelo republicano. La distinción de la
Filosofía política moderna entre la democracia de los antiguos y la democracia de
los modernos, al igual que entre la libertad negativa y la libertad positiva permite
profundizar en dos conceptos de política y de Estado. En el concepto liberal se
pide al Estado que cuide el orden público, la propiedad y respete el derecho a la
privacidad. El Estado es el guardián de los poderosos. En el modelo republicano el
Estado se tiene que hacer cargo del progreso y del bienestar de la nación. El indi-
viduo encuentra su realización sintiéndose parte del cuerpo social y partícipe de
las decisiones de la colectividad.
El mayor interés de la obra de Quesada aparece a la hora de pensar en la posi-
bilidad de construir un tercer imaginario. Las ponencias de Javier Peña y de Francisco
Jose Martínez tratan este tema. Un imaginario que se haga cargo de todo lo ocu-
rrido a partir de la caída del socialismo real en 1989-91. Han sido muchos los que
han pensado que, tras el fin de la experiencia comunista, concluía también la posi-
bilidad de pervivencia del modelo social que hemos vivido en la Europa posterior
a la Segunda Guerra mundial. Un modelo que bebía en distintas fuentes y cuya
crisis hoy afecta tanto a la experiencia republicana en Francia como al modelo de
capitalismo renano en Alemania. Para profundizar en este tema son de gran inte-
rés las contribuciones de Bernart Riutort y de Juan Ramón Capella.
La democracia representativa se legitimó a partir del pacto social, del acuerdo
entre las fuerzas empresariales y las fuerzas sindicales que permitieron asegurar el pleno
empleo, los servicios públicos, el crecimiento económico, la redistribución de la
riqueza y posibilitaron abrir las oportunidades de vida a aquellos sectores sociales
que habían sido tradicionalmente excluidos. Sólo así llegaron a sentirse miembros
de una comunidad, ciudadanos de una nación.
Hoy estamos en un momento en el que no hay día en que nos despertemos
sin que nos recuerden que ese modelo no es sostenible, que nuestros hijos ten-
drán que vivir peor que nosotros, que el pleno empleo es un sueño que no vol-

13
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

verá y el trabajo precario una realidad a la que nos tenemos que acostumbrar.
Quesada analiza en Sendas de democracia los límites de esta democracia sin bienes-
tar que han desentrañado en sus obras Manuel Castells, Robert Castel, R. Dahrendorf.
Bauman, R.Sennet y otros. Son páginas en las que la tensión entre una economía
capitalista desbocada y unos sistemas de protección social en peligro son analiza-
das con sumo cuidado. Son páginas en las que aparece también el miedo que
comienza a planear en la cultura política actual. En nuestro libro de homenaje son
varios los autores que se refieren a este tema: unos desde la perspectiva de los nue-
vos movimientos sociales como Jaime Pastor o haciéndose cargo de las demandas
del movimiento ecologista como Joaquin Valdivielso. Otros lo hacen analizando
los problemas de la democracia representativa como Ramón Vargas Machuca.

Quesada da aliento a aquellas corrientes de pensamiento que tratan de mante-


ner la viabilidad del Estado social en el actual contexto de la globalización. Me
parece, sin embargo, que donde está el mayor interés de su obra no es en este
punto. Ya de por sí el esfuerzo de empalmar la tradición filosófico-política con el
debate que aportan las ciencias sociales sería dignos de todo elogio. No es aquí,
sin embargo, donde está la originalidad de Quesada. Creo que esta originalidad se
encuentra en profundizar en el otro gran problema que ha provocado lo ocurri-
do a partir de 1989.

Frente a las esperanzas de un mundo donde la caída del comunismo posibili-


tara la superación de la política de bloques y la ausencia de conflictos bélicos, hemos
ido viendo como se va configurando un universo político a la búsqueda de un
nuevo enemigo. La lógica de los bloques nos llevaba a vivir bajo el miedo a una
guerra nuclear. Pensábamos en el peligro de una carrera de armamentos que nos
llevara al exterminio de la especie. Cuando aquel mundo cayó hubo muchas espe-
ranzas de reconvertir la situación, de lograr, como proponía Gorbachov, institu-
cionalizar un nuevo pensamiento político. Las ponencias de Pablo Rodenas y de
Pilar Allegue profundizan en todas estas cuestiones.

Quesada analiza con sumo rigor las propuestas de Fukuyama y de Hunttigton


que nos llevan a pensar en un fin de la historia en el que el liberalismo capitalista
sólo tendría en frente al nacionalismo radicalizado y al fanatismo religioso. Hunttigton
hablaba de un choque de civilizaciones. Quesada conoce como pocos la obra de
Hunttignton y va analizando su relación con los movimientos neoconservadores
y con las lecturas religiosas acerca de la excepcionalidad norteamericana.

14
PRÓLOGO

Es de gran interés preguntarse si esta vuelta de los sentimientos religiosos no choca


con el concepto de ciudadanía, de democracia y de política con el que operaba la
modernidad. Esa religión expulsada por la puerta se vuelve a colar por la ventana
al visualizar un choque entre dos fundamentalismos: el fundamentalismo nortea-
mericano y el fundamentalismo islámico.
Es cierto que la expulsión de la religión de la plaza pública fue mayor en Europa
que en Estados Unidos. Quizás por ello muchos suscriben las tesis de Ratzinger y
abominan de la Europa actual a la que presentan como un continente a la deriva,
derrotista, nihilista, apaciguador, sin capacidad de reacción, dispuesto a sucumbir
ante cualquier embate y seducido por la dictadura del relativismo. Para ellos sólo
recuperando las raíces cristianas de Europa tendrán solución nuestros problemas.
El mundo ilustrado tiene que afrontar ese reto y mostrar que es posible una
crítica ilustrada de la ilustración, que no estamos abocados a elegir entre dos fun-
damentalismos, que cabe oponer otro concepto de democracia donde puedan
sobrevivir los sentimientos religiosos y se respete la autonomía de la política.
Son muchas las interrogantes que están ante nosotros. Interrogantes que a veces
nos hacen dudar al no estar dispuestos a aceptar la equiparación entre las culturas
y no desear tampoco asumir como propio el legado de un Occidente incapaz de
hacer su propia autocrítica.
Tras los debates posteriores al 11 de septiembre del 2001; tras vivir los efectos
de la guerra de Irak; tras percibir el carácter desquiciado del nuevo orden/desor-
den internacional, es cada vez más evidente la difícil compatibilidad entre un orden
jurídico legal a nivel estatal y un mundo internacional presidido por el desorden
y la lógica del más fuerte. En esta situación muchas veces quedamos sumidos en el
desconcierto. Tratamos por un lado de paliar la tensión internacional propiciando
un diálogo, incluso una alianza entre las civilizaciones, pero por otro nos damos cuen-
ta que sería suicida dar pasos atrás en las conquistas democráticas propiciadas por
un mundo laico
¿Cómo acercar Occidente y Oriente sin echar por la borda las conquistas demo-
cráticas que configuran lo mejor de nuestra cultura? Somos en efecto occidenta-
les pero la pregunta que nos acucia es qué Occidente es el que defendemos, qué
Occidente es el que queremos preservar.
Fernando Quesada ha trabajado durante muchos años estos temas y por ello se
nota su maestría al combinar los datos socio-económicos que reflejan las conse-

15
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

cuencias de la globalización para la práctica de las democracias realmente existen-


tes, con el conocimiento de las reflexiones estratégicas acerca de la configuración
del nuevo orden/desorden internacional. Estamos ante una obra intelectual, cuyas
preocupaciones datan al menos desde 1987(y de ahí la importancia del numero de
la revista Arbor) centrada en analizar cuidadosamente las consecuencias del neo-
conservadurismo, del neoliberalismo y del neoimperialismo.
A partir de ahí cabe la pregunta de si otro mundo es posible, si otras formas de
globalización son plausibles, si otras formas de democracia llegarán a articularse, si
otro imaginario llegará a cuajar. Es una pregunta que remite a la vieja cuestión que
preocupa a todos los que quieren hacer compatibles las tradiciones emancipato-
rias de la vieja izquierda con las propuestas de los nuevos movimientos sociales.
Estamos pues ante una aportación de sumo interés por pensar la política desde
la filosofía, desde una filosofía abierta a las ciencias sociales, que quiere entender la
especificidad, la autonomía de la política, sin caer en la pura lógica descriptiva del
poder y sin reducir la reflexión filosófica a un corolario de la filosofía moral. En ese
intento muchos naufragan y pocos sobreviven. Son muchos los que quedan apre-
sados por una ciencia descriptiva del comportamiento político sin connotaciones
morales y no faltan tampoco los que tratan de reducir la filosofía a unos consejos
morales bienintencionados pero desprovistos de toda consistencia histórica. No es
esa la tarea de la Filosofía política.
Cuando pensamos en estas jornadas consideramos que el mejor homenaje a
Fernando Quesada era convocar a aquellos que él había convocado durante muchos
años; se trataba de convocarlos para debatir sobre los temas que siempre habíamos
debatido: la teoría de la democracia, el papel de los nuevos movimientos sociales,
la construcción de los imaginarios o la reflexión acerca de la globalización. Se tra-
taba de hacerlo desde la Filosofía Política. Por ello quisimos comenzar planteán-
donos el lugar de la Filosofía Política. Reyes Mate recuerda la deuda impagable
del Instituto de filosofía con Fernando Quesada mientras Jose Manuel Bermudo ana-
liza con rigor y con ironía ese difícil lugar de la Filosofía Política actual. Un lugar
al que siempre volvemos, por frágil que sea su ubicación institucional, y al volver
somos conscientes del esfuerzo de nuestro homenajeado por darle consistencia
intelectual y continuidad práctica.

Antonio García Santesmases

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PRÓLOGO

Selección de textos de Fernando Quesada

Fernando Quesada y Jose M. Gónzalez García. Filosofía Política. Arbor, noviembre-diciem-


bre, 1987.
Fernando Quesada (ed.) Ciudad y ciudadanía. Senderos contemporaneos de la Filosofía Política.
Trotra. Madrid, 2008.
Fernando Quesada. Sendas de democracia. Trotta, Madrid, 2009.
Fernando Quesada (ed.) Filosofía Política II: Ideas políticas y movimientos sociales. Trotta,
Madrid, 1997.
Fernando Quesada (ed.) Problemas de la ciudadanía. UNED, Madrid, 2002.
Fernando Quesada (ed.) Un nuevo paradigma de la política. Antrophos, Barcelona, 2002.

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LA FUNCIÓN DE LA FILOSOFÍA POLÍTICA
LA FUNCIÓN DE LA FILOSOFÍA POLÍTICA
El «Seminario Filosofía Política de Quesada», modelo del Instituto de Filosofía

Manuel Reyes Mate


Instituto de Filosofía del CSIC

Conocí a Fernando Quesada fugazmente en Alemania a finales de los sesenta.


Luego, tras mi regreso a España, le encontré en Madrid, muy rojo y activo en el
seno de aquella cultura antifranquista. Pero fue en el contexto del Instituto de
Filosofía cuando se anudó una relación intelectual y personal que dura hasta hoy.
El Instituto de Filosofía del CSIC tiene una deuda impagable con Fernando
Quesada. Recuerdo que siendo presidente de este organismo José Elguero, el
Ministerio de Educación del primer gobierno de Felipe González, acometió un
proceso de racionalización del CSIC. Se fundieron muchos institutos y alguno,
como el Luis Vives, fue suprimido porque estaba realmente muerto. Siendo Director
del Gabinete del Ministro de Educación, José María Maravall, tuve la osadía de
plantearle la idea de un Instituto, alternativo, que incluyera como novedad un
departamento de ciencias de las religiones. Tanto él como Elguero apoyaron la
propuesta, así que me puse en contacto con Gómez Caffarena que aplaude la idea
aunque pronto se vio que teníamos ideas diferentes. Lo que quería Gómez Caffarena
era «nacionalizar» Fe y Secularidad, incluidos sus miembros. Nuestra idea era crear
un Instituto del CSIC y eso era otra cosa. Enseguida entro en contacto con Javier
Muguerza y Fernando Quesada que plantean ampliar el Instituto a áreas como
Ética y Filosofía Política.
El fruto de esas conversaciones es La Orden Ministerial de enero de 1986 que
da origen al Instituto de Filosofía. Javier Muguerza fue nombrado su primer direc-
tor y yo tuve el honor de ser el primer presidente del patronato.
El Instituto de Filosofía de la primera hora, que era entre asambleario y un
poco como el ejército de Pancho Villa, tuvo una seña de identidad que le marcó
en sus primeros años, que le dio una personalidad indiscutible y que sirvió de
modelo para lo mejor que se ha hecho en esa lugar, mientras existió como Instituto
en la calle Pinar. Me refiero al seminario de Fernando Quesada sobre filosofía polí-
tica. Ese seminario que nos convocaba a todos. Me refiero a los miembros del
Instituto y a quienes se preocupaban por definir el contenido de esta nueva disci-
plina y darla un status académico.

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LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

No olvidemos que hasta ese momento el espacio de la filosofía política estaba


ocupado por los filósofos del derecho, con una deriva clara hacia los problemas
institucionales de la política. A Quesada le interesaba lo político de la política.
El diferente enfoque puede verse bien en los dos volúmenes de Filosofía Política
de la Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía: el primero, coordinado por Quesada,
tenía por subtítulo «Ideas políticas y movimientos sociales», y, el segundo, a cargo
de Elías Díaz y Ruiz Miguel, «Teoría del Estado».
La filosofía práctica estaba dominada por la filosofía del derecho y por la Ética.
Quesada se planteaba un espacio propio. Y como el movimiento se demuestra
andando, nada mejor que defender el nuevo tratamiento filosófico de la política que
convirtiendo el seminario en un foro de debate en el que se encontraran teoría y
praxis, actualidad y principios, forma y fondo.
En ese seminario se libraban dos batallas: una teórica (el estatus teórico de una
filosofía política) y otra política (su reconocimiento académico). Quesada defen-
día la singularidad del enfoque filosófico de la política diciendo que el suyo no es
un discurso acerca del poder, sino la construcción racional de la polis. Puede cris-
talizar en una forma de poder pero que ya no será un poder natural sino mediado
racionalmente, de acuerdo con los criterios de racionalidad vigentes en cada momen-
to. Nada puede sustituir a esa mediación racional: no se puede «recurrir a discur-
sos vacíos ni utilizar metáforas poéticas», dice Aristóteles, porque «la ley —que es
ordinatio rationis— es una razón sin apetito». Llegados a este punto, Quesada sien-
te la necesidad de sacudirse de encima a mucho furtivo que quiere hacer su agos-
to con el éxito de la filosofía política. Me imagino que apunta a esos sedicentes
«científicos políticos» o a la sociología política o al derecho que confunden histo-
ria y pensamiento filosóficos con encuestas, estadística, recetas electorales o problemas
institucionales. Y no es que el filósofo posea conocimientos o secretos que le sitú-
en por encima de los demás. No. Tampoco es que él niegue a los demás su espa-
cio público. Su única e irrenunciable virtud consiste en remitir la construcción de
la polis a un proceso de «autorreflexión filosófica», es decir, que lo que debe guiar
ese proceso constructivo no es la conformación del poder, sino la difícil elección
«de lo bueno y de lo mejor» y para eso hay que poner en juego valores, ideas o prin-
cipios que escapan al mero consenso o al dictado de la eficacia. Precisamente por
eso, Quesada se ve obligado a ajustar las cuentas con la Modernidad que, al sindi-
car el principio de autonomía en una estrategia del consenso, ha abandonado «el
presupuesto filosófico-tradicional que estatuía la necesidad de un principio último
explicativo de la realidad». Se ha sacrificado ese supuesto «filosófico-tradicional»

22
LA FUNCIÓN DE LA FILOSOFÍA POLÍTICA

en aras de la weberiana autonomía de los ámbitos específicos. Hemos logrado una


gran desarrollo de las racionalidad específicas, sobre todo en la cada una de las cien-
cias, pero al precio de sacrificar «la relación interna de cada ámbito con el cono-
cimiento racional».

El mismo Quesada que tanto empeño puso en definir la naturaleza de la filo-


sofía política cuando era ninguneada, llama ya la atención en 1997 sobre el peli-
gro que corre ahora que se ha ganado la respetabilidad. Puede morir de éxito. Por
eso se siente obligado a pintar las líneas rojas que no debe superar la reflexión filo-
sófica de la política. No debe perder de vista, en primer lugar, que es una reflexión
filosófica. Para aclararlo recuerda el gesto de Meandro quien, tras la muerte del
tirano Polícrates, se dirige a los ciudadanos diciéndoles que, puesto que siempre
ha estado en contra del despotismo del tirano, ahora que parecería llegar su turno,
«depongo mi mando y convoco para vosotros la isonomía». Ese gesto conlleva un
desplazamiento de la naturaleza del poder. Si lo natural o instintivo es ejercerle
autoritariamente, haciendo valer el peso de la tradición, de la divinidad o de la
naturaleza, lo que Meandro propone es redefinirle racionalmente, es decir, plan-
tea la gestión del poder desde el supuesto de que todos somos iguales. La segunda
referencia es que la filosofía es, desde el origen, política. La filosofía no nace pre-
guntándose por qué el ser y no la nada, ni por el ser del ente, sino cómo enten-
dernos a nosotros mismos y qué organización darnos habida cuenta de lo que
somos. La política no debe perder de vista su capacidad filosófica y la filosofía no
debe olvidar su naturaleza política.

Fue un seminario abierto, generoso. Por allí pasó todo el mundo. Cuando en
el 1996, la Ministra Esperanza Aguirre encabezó la operación de derribo del Instituto
de Filosofía —bien secundada por cierto por el nuevo presidente del CSIC, César
Nombela, y por unos asesores internos del Opus Dei y otros externos que creía-
mos amigos pero que fueron seducidos por el glamour cultural de José María
Aznar— arguyendo que el Instituto era «poco plural», es decir, «rojo», esgrimimos
a modo de defensa la pluralidad y calidad de gentes que había visitado ese seminario.
Había naturalmente representantes de la tradición marxista, como Juan Ramón
Capella o Manuel Ballestero; del marxismo analítico, como Toni Doménech y sus
eternas teorías del juego. Perry Anderson, que era un fijo, venía de Londres.
Ludolfo Paramio hacía valer la sociología política y José Manuel Naredo. Había
buena vecindad con los filósofos del derecho: Elías Díaz y Paco Laporta. Notable
era la lista de invitados extranjeros: Habermas, Wellmer, Claus Offe, Rorty,
Benhabid, entre decenas de otros, pasaron por allí. Estaba muy presente la escue-

23
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

la de Frankfurt cultivada por Agapito Maestre (que nos mareaba con los nuevos
frankfurtianos: Dubiel, Schnädelbach, Honeth), Mardones, Gimeno... Por no
hablar de los colegas latinoamericanos que entendieron bien que aquello iba con
ellos: Garzón Valdés, Villoro, Salmerón y tantos otros. El seminario, realmente
intergeneracional, atraía a muchos jóvenes latinoamericanos y también a españo-
les como Antonio G. Santesmases, Ana Lucas o Francisco Martínez.
En el ánimo de los primeros ocupantes estaba la idea de que el Instituto fuese
«del Estado», es decir, un lugar de encuentro allende las recién estrenadas comu-
nidades autonómicas. Que la gente no viniera a Madrid sino a su Instituto. Este semi-
nario consiguió reunir a estudiosos de la filosofía política de todos los rincones de
España.
Crear un Instituto de investigación para la filosofía es todo menos evidente.
Asociamos investigación con ciencias empíricas y la filosofía se ubica en el extre-
mo opuesto. Teníamos que demostrar lo que significa investigar colectivamente en
filosofía sin caer en lo fácil que era trillar lo trillado, es decir, reproducir la figura
de los departamentos universitarios de filosofía. Teníamos que abrir brecha, crear
campos, servir a lo nuevo, en una palabra, inventarnos.
Ninguna otra actividad ha expresado mejor el espíritu fundacional que este
seminario de Fernando Quesada. Una actividad a la que Quesada se entregó gene-
rosamente. Sobre él recaía la responsabilidad de definir los temas, buscar a los inter-
vinientes y como todo estaba por hacer, Fernando asumió la tarea de crear una
biblioteca específica, haciendo de investigador y de bibliotecario de una tacada.
No creo que haya en la España de ese momento otro modelo parecido de inves-
tigación filosófica.
Hay otro aspecto del Fernando que yo conocí en el Instituto de Filosofía que
ha dado mucho de sí. Me refiero a su proyección lationoamericana. Los que allí estu-
vimos al principio queríamos que tuviera una dimensión iberoamericana. Nos
tomamos en serio la idea de una comunidad filosófica iberoamericana que venía de
lejos, del exilio. Nos tomábamos en serio lo de pensar en español. Ese interés ha
queda impreso en dos realizaciones paralelas y complementarias: por un lado, la
Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía y la Revista Internacional de Filosofía Política.
La primera, EIAF, tenía como partner a la Universidad Nacional Autonónoma de
México (UNAM) y el Instituto de Investigaciones Filosóficas (IIF). Por otro, la
Revista, RIFP, que dirigió desde el principio hasta ayer Fernando Quesada, com-
partió el proyecto con la Universidad Autónoma de México (UAN).

24
LA FUNCIÓN DE LA FILOSOFÍA POLÍTICA

Esos dos proyectos, ambiciosos desde el origen, han marcado las relaciones ibe-
roamericanas. Cuenta Horkheimer que cuando los amigos del «Café Marx» qui-
sieron desarrollar su idea de una revisión crítica del marxismo, organizaron un
seminario, en 1932, con Korsch, Lukac etc. y dijeron que así no, que había que ins-
titucionalizar la reflexión. Entones nació el Institut für Sozialforschung de Frankfurt.
Pues de eso se trataba con la EIAF y la RIFP. Gracias a esos dos proyectos nos
hemos conocido, descubierto, colaborado, incluso hasta leído. Hemos hecho una
parte del camino. Seguramente que queda otra parte por recorrer. Tenemos, en efec-
to, que tomarnos un poco más en serio y superar esa maldita manía de pensar que
un mal libro en inglés o en alemán es preferible a un buen libro en español. También
tenemos que pasar de habitar espacios comunes a preguntarnos qué significa pen-
sar en español, es decir, usar una misma lengua pero que alberga experiencias dis-
tintas y hasta opuestos. La RIFP y la EIAF han cumplido una etapa y queda por
recorrer otra. Es la hora de otra generación, lo que no significa que nos jubilemos
de pensar, pero hay que dejar paso. Fernando ha sabido anticiparse a los aconte-
cimientos avisando con tiempo que dejaría la dirección de la revista, dejando así
el campo libre y abonado para una renovación generacional.
Quisiera para terminar aclarar un aspecto a primera vista menor pero enorme-
mente significativo. Me he limitado a hablar de Fernando Quesada desde el Instituto
de Filosofía o, también, de su presencia en el Instituto del CSIC. Pero Quesada no
era investigador del CSIC, ni estaba en comisión de servicios en el IF. Era un cate-
drático de filosofía política en la UNED que donaba generosamente sus horas libres
a un proyecto en el que sencillamente creía. Ese Instituto que tenía las propor-
ciones de un departamento cualquiera de una universidad pública alcanzó en poco
tiempo una notoriedad bien reconocida. El secreto estaba en tipos como Quesada
que le entregaron generosamente su tiempo y talento sin nada a cambio, si no es
la satisfacción del trabajo bien hecho. Los que somos de plantilla en el Instituto, no
tenemos palabras suficientes de agradecimiento. Tal como se está poniendo de
competitiva y ensimismada la profesión, este gesto demuestra que había quien
ponía el proyecto por encima de los intereses. En su primera década el Instituto de
Filosofía fue un hervidero de actividad, pero la que le marcó, dio personalidad y
sirvió de modelo para otras investigaciones, fue «el seminario de Quesada».

25
LA FILOSOFÍA POLÍTICA DE AYER Y DE HOY: DE LA PASIÓN CRÍTICA
A LA PASIÓN NORMATIVA

José Manuel Bermudo


Universitat de Barcelona

1. DE LA CRÍTICA A LA NORMA

Creo que uno de los rasgos relevante de la filosofía política de nuestros tiem-
pos es el de su visible desplazamiento de su forma crítica a su forma práctica.
Desde la década de los setenta del pasado siglo se ha ido restableciendo en ella la
voluntad de verdad, maltratada en la época crítica precedente, de la mano de una
insoportable voluntad de creer que ha restaurado la pereza y la ingenuidad filo-
sóficas que creíamos perdidas para siempre. Estamos, pues, ante una época de res-
tauración de la fe, en la cual la fe en el nihilismo sólo es una de sus más exquisi-
tas figuras.
La historia, al menos en el campo del pensamiento, parece avanzar compulsiva-
mente. Hay momentos realmente históricos, caracterizados no tanto por unos
hechos relevantes, siempre subjetivos y de valor manipulable, cuanto porque en
ellos se escriben algunas páginas decisivas para el decurso inmediato de la historia;
momentos de ruptura, con frecuencia contingentes e impredecibles, en los que se
quiebra el rumbo necesario y aparece un nuevo insólito horizonte de posibilida-
des. Son escasos momentos en que la subjetividad revela su poder, en que se deci-
de el futuro inmediato, único futuro posible de decidir, en que se dibuja el con-
torno de alguno de los impredecibles meandros de la vida social. En esos momentos
privilegiados de apertura creativa (Rorty diría de creación de una nueva metáfo-
ra) se clausura el marco de posibilidades del rumbo de tediosos períodos inertes, en
los que la crítica había cedido el mando a la analítica, las metáforas a los concep-
tos (de nuevo Rorty: los poetas y forjadores de estado se retiran ante la entrada de
los técnicos especialistas en la repetición), y la incerteza de la libertad de lo inde-
terminado a la seguridad que emana del orden y la norma consolidados. Voltaire,
burlándose de Leibniz, en su Filosofía de la Historia (1765) contraponía a la opti-
mista visión del progreso del pensador alemán su propia idea de la historia como
sucesión espontánea de periodos de luces y sombras, los primeros escasos y bre-
ves, que así quedan sepultados y casi invisibles a la memoria, referentes inermes
ante los prolongados y anodinos tiempos de oscuridad y de barbarie, de dominio

27
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

de la identidad enmascarada en mil metamorfosis de lo mismo. En esos periodos


sombríos de la repetición, refractarios al cambio, donde los verdaderos vencedo-
res, sobrevivientes, recogen las cosechas sembradas por los otros indigentes, se
recupera la fe perdida en el inhóspito tiempo creativo de la crítica y la revolución,
renace la fe marginada en el trabajo de la negatividad del pensamiento. Son esos —
estos— tiempos de clausura y consolidación, en que toca ordenar y disciplinar el
espíritu y el cuerpo, recuperar de nuevo el discurso del bien y del mal, dictar las
virtudes y normalizar las conciencias; son tiempos de reconciliación con la positi-
vidad, aunque sea en su forma idealizada, única figura soportable de la realidad
para el pensamiento, única estrategia de simulación que cubre exitosa la vergüen-
za de la rendición. Parece como si a los momentos de libertad y de duda, donde
florece la crítica y la acción política e intelectual creadoras, les sucedieran inevita-
blemente los tiempos de la determinación y el orden; del ocaso de los ídolos se
pasa sin solución de continuidad al culto a lo real existente y a lo irreal posible. Y
en esa representación voltairiana del caprichoso devenir de la historia la concien-
cia filosófica, aireada por las olas, ve alternativamente insinuarse y esconderse la
luz en los horizontes; ondeada entre la esperanza y la resignación, perpetúa su
inevitable simulacro de rector de una historia en la que en realidad juega un papel
de mero conserje.

Pues bien, conforme a esta ontología de la historia parece que la década de los
setenta fue el cierre de uno de esos momentos de luz y libertad, el tiempo de la derro-
ta de una batalla que clausuró nuestro presente. Y debo insistir: nuestro presente,
no el futuro, siempre abierto, siempre cerrado, indecible, que no nos pertenece;
nuestro presente, ayer nuestro futuro, ése del que se ha dicho, con lucidez, que
no es lo que era. En esa batalla la filosofía crítica (de Sartre a Horkheimer, de
Adorno a Foucault), poderosa en las décadas anteriores, será derrotada a manos de
la nueva filosofía práctica (de Rawls a Levinas, de Habermas a Rorty). Toda aque-
lla herencia crítica, derivada de los llamados maestros de la sospecha (Marx, Nietzsche
y Freud), que había acabado con el ingenuo optimismo epistemológico positivis-
ta, último refugio regio de la voluntad de verdad, y que nos había ayudado a salir
no sólo del «sueño dogmático», al fin cosa de filósofos, sino de la adolescencia filo-
sófica…; toda aquella herencia crítica, digo, ha sido arrojada por el desbarrancadero
a su cementerio, a las cunetas yermas de una imprevisible historia que parece encon-
trarse más cómoda bajo la hegemonía del poder de la fe que arrastrando en si seno
la agitación de la incerteza.

28
LA FILOSOFÍA POLÍTICA DE AYER Y DE HOY: DE LA PASIÓN CRÍTICA A LA PASIÓN NORMATIVA

Una fe laica y progresista, sin hábitos ni liturgias, pero al fin fe, ha hecho acto
de presencia y ejerce despótica su hegemonía sobre las conciencias, dominando la
cultura (y ya se sabe, la cultura es la única mediación humana de la conciencia con
lo universal). Una fe triunfante, bien adaptada a los tiempos, intrínsecamente con-
temporánea, que ha aparecido en la más soportable y odiosa de sus figuras, la más
poderosa e implacable, la más atractiva e invencible: la que exhibe ostentosa su dis-
tancia respecto a lo sagrado, la que se muestra como genuina y espontáneamente huma-
na, como simple libre «voluntad de creer»; o sea, una fe liviana y tolerante, pater-
nalista y condescendiente, perfectamente adaptada a la sobrevivencia en una sociedad
capitalista que ha hecho con la fe lo que con las culturas: destruir su esencia y recre-
arlas en realistas simulacros; es decir, destruirlas en su existencia real y conservarlas
y venerarlas en su existencia imaginaria en los museos; quitarles la vida y revivir sus
fantasmas. Una fe sin santidad, sin jerarquía, fe enaltecida al presentarse sólo como
fe en este mundo, fe en lo humano como nuevo divino sobre la tierra; fe en una
sociedad humanitarista, pues el humanismo, excesivamente racional y exigente, ha
perdido valor de cambio en un mercado de medidas individualistas; fe en una socie-
dad tolerante, pues la justicia requiere excesiva energía y no es razonable una moral
que muestre la finitud del alma humana y genere conciencia desgraciada; una fe en
la vida pacífica y ecológica, de fácil venta, propuestas imaginativas para fascinar a
un espíritu devenido pasivo flujo de imágenes; fe incluso en un capitalismo ético,
tan ético que sus templos financieros exigen manifiestos rituales de inmolación de
la miserable «riqueza colectiva» para contentar a sus dioses; fe en cualquier cosa,
incluso en una sociedad liberal multicultural, donde el universalismo se redefine
como pluralismo y las determinaciones ontológicas como elecciones de supermer-
cado. Una fe, en definitiva, vaciada de valor de uso y recargada con valor de cam-
bio, insinuando tras su disfraz el terrible poder de dominio del capitalismo, que ya
no respeta lo otro de lo que se nutre. Una fe así, con sangre de simulacro, cuenta
con todos los números de la fortuna, con todos los certificados de triunfo.

En esta época de la fe renovada, de la fe ritornata, que diría Vico, la filosofía super-


viviente ha mutado de crítica a práctica, de negativa (de lo real) a constructiva (de
lo ideal); y dentro de esta línea de pensamiento reconciliador-reconciliado ha opta-
do por el encantamiento de figuras propositivas y normativas. Tal vez, como seña-
laba Kant, estamos condenados a ser arrastrados por la voluntad de legislar; pero hasta
en la tarea legisladora hay momentos constituyentes (muchos de los cuales bien
guardados en la memoria de los pueblos) y largos periodos de penosa y perversa ges-
tión de lo constituido; si se prefiere, fugaces momentos reales de libertad política,

29
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

de revolución, decíamos ayer, y periodos de control y determinación de la vida


social, de conservación del stablishmen, que también decíamos ayer. La filosofía
de nuestro tiempo ha roto su alianza con la función constituyente y se ha aliado con
la gestión del edificio, definiendo espacios normativos que dignifiquen y manten-
gan el conjunto. La filosofía de nuestros días parece alejarse al máximo de la tarea
negativa intrínseca al pensamiento libre, tanto que al asumir una función práctica,
constructiva, ni siquiera privilegia el momento del diseño del mundo ideal, sino que
apuesta más por tareas de mantenimiento, sacrificando retórica y orgullosamente,
como quien da un gran salto hacia delante, los «grandes relatos» en nombre de la
«ingeniería social».

Aunque, pensándolo bien, tal vez no podía ser de otra manera. La derrota
de la filosofía crítica enraizaba en la propia crítica de ésta —obsesiva, suicida, irre-
verente— a la Ilustración. Los filósofos de la crítica (o de la crisis) no sospe-
charon que, al desvelar cómo la Ilustración, esencial y originariamente antimí-
tica, devenía ella mismo mito, escupían al cielo; al sacar a la luz de la superficie
(¡siempre luz exterior, de lo otro!) que su voluntad de emancipación estaba con-
tagiada, si no era mera máscara de ella, de voluntad de dominio, la crítica de la
crítica se condenaba a dar origen a una crítica de la crítica crítica, como en otro
contexto desvelaba Marx: la crítica absoluta, sin referente, sin punto de apoyo,
sin compromiso, sin fin determinado, hecha desde el «entendimiento divino»
o desde el «ojo de Dios», o sea, hecha desde la nada, abonaba el camino del
amor a la nada, que humanamente se expresa en indiferencia axiológica hacia las
cosas. Rorty podía adorar la filosofía de Foucault (mientras odiaba su política)
y la política de Habermas (al tiempo que menospreciaba su filosofía). La filoso-
fía del francés aportaba belleza, vigor trágico, autenticidad existencial, pureza
crítica. Bastaba aprovechar su «inconsistencia existencial», que diría Kimlicka, con-
sumar su destino asumiendo que la reconstrucción radical nos retrotraía al ori-
gen, a la legitimación de los dos monstruos que la filosofía tuvo que vencer para
abrir un espacio para su discurso: el eros y el nomos, el deseo y el sentido común.
Y hoy el deseo y el sentido común elocuentemente imponen el modelo de vida
liberal como factum que no necesita fundamentación una vez la fundamenta-
ción ha sido desvelada como retórica. Círculo cerrado: la crítica a la Ilustración
deviene ilustrada, ya lo era en su origen, no pudo saltar sobre su sombra; y se
hunde con el hundimiento de su presa.

Podíamos decir, cara a pensar la inevitabilidad de ese suicidio de la filosofía crí-


tica como medio del inevitable retorno histórico de la fe en el devenir de la vida

30
LA FILOSOFÍA POLÍTICA DE AYER Y DE HOY: DE LA PASIÓN CRÍTICA A LA PASIÓN NORMATIVA

social, que llevaba en su seno la negación de sí misma. Jugando de lejos con el


vocabulario heideggeriano, podríamos decir que criticaban el ser (de la moderni-
dad) dando palos a algunas de sus formas de aparición, a algunos de sus entes.
Dando por sentado que el ser sólo se dignaba aparecer a la mirada de mentes pri-
vilegiadas (Kant, Hegel), la filosofía crítica olvidaba que, caprichoso, gusta de ocul-
tarse a la mirada y se burla apareciendo en metamorfosis efímeras. Si hubiera mira-
do a Diderot o a Hume tal vez la batalla en torno a la fe y la verdad hubiera tenido
otro desenlace. ¿Quién sabe?
Lo cierto es que Hume, en un áureo pasaje de su Treatise, nos da unas claves
para interpretar esta historia (de la filosofía) como escenificación de una maldita
lucha condenada a la ficción trágica:
«Hay un primer momento, nos dice, en que la razón parece estar en posesión del
trono: prescribe leyes e impone máximas con absoluto poder y autoridad. Por tanto, sus
enemigos se ven obligados a ampararse bajo su protección, utilizando argumentos racio-
nales para probar precisamente la falacia y necedad de la razón, con lo que en cierto modo
consiguen un privilegio real firmado y sellado por la propia razón. Este privilegio posee al
principio una autoridad proporcional a la autoridad presente e inmediata de la razón, de
donde se ha derivado. Pero como se supone que contradice a la razón, hace disminuir
gradualmente la fuerza del poder rector de ésta, y al mismo tiempo su propia fuerza, hasta
que al final ambos se quedan en nada, en virtud de esa disminución regular y precisa. La
razón escéptica y la dogmática son de la misma clase, aunque contrarias en sus operacio-
nes y tendencias, de modo que cuando la última es poderosa se encuentra con un enemi-
go de igual fuerza en la primera; y lo mismo que sus fuerzas son en el primer momento
iguales, continúan siéndolo mientras cualquiera de ellas subsista: ninguna pierde fuerza
alguna en la contienda que no vuelva a tomar de su antagonista»1.

No podía ser de otra manera, pues no se trata de dos facultades, sino de dos usos
de la misma facultad: una espada manejada alternativamente con la izquierda y la
derecha, o sucesivamente por dos contendientes (¿de izquierda y de derecha?) que
se conceden oportunidades o se dan descanso recíproco. Las razones para dudar y
las razones para creer dependen de la fuerza de la razón, del acero de la espada: por
tanto, sus desequilibrios sólo son existenciales, y así garantizan la eternidad del con-
flicto. Esta es la lúcida advertencia del pensador escocés: la batalla es inacabable en el
tiempo e inevitablemente infinita en sus figuras. La filosofía no va a ninguna parte,

1
Treatise, 187.
2
A. Flew, Hume’s Philosophy of Belief. Londres, MacMillan, 1969, 23 ss.

31
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

no avanza hacia ninguna parte; simplemente, escenifica el duelo interno de la razón2.


Nietzsche sólo ve en la larga tradición metafísica, de la que al fin se sale con su nuevo
discurso; pero Heidegger incluye a Nietzsche en la tradición metafísica, otorgándo-
se a sí mismo a exterioridad. Vattimo se venga del vengador, y hace justicia con la
hybris del alemán. Y Vattimo…, dejémoslo aquí. ¿Para qué seguir ilustrando lo que
resulta obvio: que el eterno retorno es la ficticia manera de pensar lo infinito?
La imposibilidad de un final definitivo determina que no se consiga una evi-
dencia desde la que construir el conocimiento absoluto y, al mismo tiempo,
que no se consigan argumentos convincentes para el escepticismo, para renun-
ciar a todo conocimiento. De esta forma se garantiza la eterna marcha del pen-
samiento, condenado a seguir escenificando su lucha. De forma definitiva, la
conciencia nos exige admitir que la luz encierra las sombras, que el orden lleva
en su seno el desorden, que la certeza se deja acompañar por la sospecha; que
no hay lugar para el «ojo de Dios», para la absoluta evidencia, sino para simples
posiciones elegidas desde profundos compromisos. Aquella máxima humeana
tan divulgada y vulgarizada según la cual la razón es esclava de las pasiones, en
el fondo quería decir eso: que no puede la filosofía dictar la política (ni como
rey-filósofo ni como filósofo-rey), pero sí descifrar y visibilizar por qué la polí-
tica es lo que es, si descubrir las cadenas de hierro bajo las guirnaldas de flores
(metáfora curiosamente usada por Rousseau y por Marx).
No obstante, en la descripción humeana la indeterminación de la victoria final
no convierte en incertidumbre cada uno de los momentos, tal que el hombre se
incapacitara para la conducta razonable. El filósofo escocés tiene un remedio con-
tra la tentación de recaída en la melancolía: bajo la incerteza de la lucha, nos advier-
te, la naturaleza se encarga de decantar la balanza, siempre con carácter provisio-
nal, para dar consistencia a la acción: «Hay que agradecer a la naturaleza, pues, que
rompa a tiempo la fuerza de todos los argumentos escépticos, evitando así que ten-
gan un influjo considerable sobre el entendimiento (...)»3. Y también agradecerle
que las del dogmatismo y la fe, frecuentes vencedores, no son victoria definitivas,
aunque en su obstinación lo parezca.
Y esta es la situación que debemos asumir: una filosofía que ha cuestiona-
do su legitimidad para destituir el orden y el desorden, que encuentra igual-
mente legítimo por no fundado cualquier orden o su ausencia. Con otras pala-
bras, el reto actual parece ser el de vivir sin fundamentos, que las filosofías «post»

3
Treatise, 187.

32
LA FILOSOFÍA POLÍTICA DE AYER Y DE HOY: DE LA PASIÓN CRÍTICA A LA PASIÓN NORMATIVA

cultivan. En el orden político esto se traduce en la eufórica propuesta del plu-


ralismo, interpretado como coexistencia de las diferencias, y que apenas enmas-
cara el frío reconocimiento en la indiferencia. El pluralismo es leído por algu-
nas miradas como orden de órdenes; otras lo codifican como desorden ordenado.
En cualquier caso, es una manera, la última, de pensar la libertad. En rigor, una
manera no filosófica de pensar la libertad. El precio pagado ha sido la deserción
política de la filosofía, retirada del espacio público; es decir, una política sin
filosofía, sin verdad. Aunque la filosofía fuera en rigor el precio a pagar por la
libertad política, por la democracia, habría muchas y buenas razones para pen-
sar que tal precio fuera excesivo; pero nos tememos que no sea así, pues al
mismo tiempo que se silencia el dogmatismo filosófico, intransigente e intole-
rante, se silencia en el mismo acto la crítica filosófica, la rebelión contra toda exte-
rioridad, que parece inseparable de la libertad. Nos tememos que el ostracismo
filosófico sea estéril, que la crítica a la filosofía en nombre de la libertad y de
los derechos sea una perversa falsificación de éstos.

2. MARCAS DE LA DERROTA

Como vengo diciendo, la batalla se pierde en los setenta, en que la filoso-


fía crítica sucumbe ante la ofensiva de la filosofía práctica en diversos frentes. Las
marcas de este giro a la fe aparecen en todos los debates relevantes de la filoso-
fía de nuestro tiempo, que bajo sus variopintas apariciones hacen transparente
el objetivo principal del nuevo discurso: invisibilizar el conflicto. No es extra-
vagante que así sea: la fe en la posibilidad de un mundo reconciliado pasa por
imponer una ontología en la que el conflicto es accidental y contingente, mera
anomalía o error corregible con buena voluntad y buen método, sobre todo,
con voluntad de consenso y con incansable diálogo. Sólo invisibilizando onto-
lógicamente el conflicto y silenciándolo políticamente, es posible la fe en una
sociedad armónica, pacificada; sólo así la fijación de las normas, que previenen
las anomalías y las corrigen, pasan a ser el objetivo indiscutible de una filosofía
práctica generadora del bien social. Esa invisibilización ontológica y ese silen-
ciamiento político del conflicto aparecen en todos los debates sociales de nues-
tra época. Como ilustración de los mismos elegiremos dos, el que se ha dado,
y se sigue dando, sobre la justicia, y el más reciente sobre la ciudadanía, que
acotaremos a la particularidad de la ciudadanía republicana, empeñada en ins-
taurar la virtud en el hombre y en el orden político.

33
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

2.1. La justicia

Tal vez el más relevante de estos debates, primero en el tiempo, fue el abier-
to en torno a la sociedad justa, donde la filosofía se aboca al desbarrancadero del
normativismo. Una vez más la filosofía olvida que sólo es una forma de la con-
ciencia social y, por ello, sometida a las determinaciones y vaivenes de la socie-
dad; una vez más se aliena en el atractivo simulacro de sentirse sujeto pensante
que, desde el ojo de Dios, dicta y propone normas y juicios; o sea, una vez más cae
en la alienación, en la huída idealista, en su eterna secreta vocación demiúrgica.
Pero incluso así, en su forma enajenada, hunde sus raíces en el presente que se
obstina en ocultar. Y, cumpliendo la «ley de Hume», persiste en los márgenes su
tarea crítica, desmitificadora de la fe, orientada al desvelamiento del amo oculto al
cual por encima de todo se sirve.

Aunque resulte insoportable para el desdivinizado y ególatra intelectual de


nuestro tiempo, la filosofía contemporánea nace y vive en el capitalismo; sea
como apología de la positividad, sea como crítica de la misma, hunde sus raí-
ces en la sociedad capitalista, carece de esencia y de historia propias, se consti-
tuye en su relación dialéctica, tipo amo-siervo, con la realidad social que la ali-
menta. Desde esta toma de posición, conviene recordar que el estado capitalista
burgués se presentó en la escena filosófica con el ideal de los derechos del hom-
bre y del ciudadano, auténtica filosofía del estado burgués, como dijera Marx.
Por eso el debate filosófico político por excelencia en el capitalismo ha sido y
seguirá siendo el de los derechos. Ese debate directo en torno a los derechos, que
se prorrogará en el tiempo en la medida en que éstos (que también en su seno
encierra el conflicto) son a la vez defensa política del débil y forma político jurí-
dica de dominación, en ocasiones cede el protagonismo a debates indirectos
sobre los mismos. Tras las dos guerras mundiales y la barbarie fascista y nazi,
era difícil seguir confiando en el orden liberal democrático, incapaz no ya de
defender su ideal, los derechos de los individuos, sino de respetarlos. La «socie-
dad justa» exigía más, nuevos derechos, sin duda, pero también más igualdad y
garantías de paz. ¿Qué otra cosa reclama Ernst Bloch en Derecho natural y digni-
dad humana, sino esta síntesis imposible?

En esos tiempos de postguerra el marxismo arraiga en el espacio intelectual aca-


démico y pone al descubierto las sombras de la sociedad capitalista. Y en esos momen-
tos, cuando más lo necesitaba, y contra los recalcitrantes neoliberales que seguían
con su vieja letanía de defensa a ultranza de los derechos de los individuos frente a

34
LA FILOSOFÍA POLÍTICA DE AYER Y DE HOY: DE LA PASIÓN CRÍTICA A LA PASIÓN NORMATIVA

la justicia (me refiero a los extravagantes «libertarianos» aferrados a su fe, como ejem-
plifican los Nozick, los Friedman, los Rothbard4), irrumpe uno de los más fecun-
dos debates filosófico políticos de la segunda mitad del siglo XX sobre la sociedad justa.
Se inicia propiamente en los años setenta, con Una teoría de la justicia (1971), la afor-
tunada obra de J. Rawls. Es un tanto enigmático que una obra de tan bajo perfil filo-
sófico y político haya tenido tan enorme impacto, pero en nuestra sociedad capita-
lista las cosas ocurren así, enigmáticamente, ocultando la realidad y arrastrándonos a
vivir en el simulacro. Basta una ojeada al libro publicado sólo un par de décadas más
tarde por Philippe van Parijs, ¿Qué es la sociedad justa? (1991), que cataloga y resume
decena de propuestas de «sociedad justa», para comprobar que el mundo filosófico
quedaba ordenado, clasificado y jerarquizado por la posición relativa de cada autor
ante la propuesta normativa de Rawls, en una desbocada carrera por definir la ver-
dadera justicia, por decir cómo los seres humanos deben vivir y actuar. La abun-
dancia de teorías de la sociedad justa no impidió que la crítica mostrara los límites del
debate: ya no se trataba de repartir justamente los bienes sociales en un estado, sino
plantear otras cuestiones: justicia internacional, justicia como reconocimiento de las
minorías, de las mujeres, problemas de identidad nacional y cultural… La vida buena
no se reducía a la vida justa; o la justicia ya no podía reducirse a la redistribución de
los bienes. Cualquier orden justo lo es (lo simula) en la medida en que logra silen-
ciar lo que excluye, lo que deja fuera, lo que niega; y aunque en momentos de debi-
lidad, la «razón crítica» ha ideo horadando esa fe e introduciendo lo que el orden
normativo de la justicia no puede asimilar: esas «diferencias» que, por no ser de sim-
ple elección, reversibles, contingentes, y por arraigar en la ontología del ser social, no
se dejan reducir sin violencia a la «paz perpetua».
En todo caso, ya es un tópico inamovible que la ofensiva de la filosofía practi-
ca comienza con la publicación de la obra de J. Rawls, Una teoría de la justicia.
Creo que estarán de acuerdo conmigo —sea cual fuera su juicio sobre este texto—
que Rawls se ha convertido en un referente obligado de la filosofía política de nues-
tro tiempo. Y que se ha ganado ese puesto precisamente por esta obra, sin duda de
menor calidad de otras como el Liberalismo político, más coherente aunque de más dilui-
do perfil filosófico. Respetaré —no me queda otro remedio— cualquier valora-
ción diferente que pueda hacerse de sus méritos, pero a mi entender es un texto
pesado, reiterativo, desordenado, de escasa y trivial conceptualización filosófica. Y,

4
R. Nozick, Anarquía, Estado y Utopía. México, FCE, 1988; D. Friedmann, The Machinary of Freedom. La Rochelle,
Arlington House, 1973; M. Friedmann, Capitalism and Freedom. Chicago U.P., 1962: M. Rothbard, For a New Liberty.
The Libertarin Manifesto. New York, Collier, 1978 .

35
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

sobre todo, es un texto de vuelo raso, que no pasa de ofrecernos como razonables
y elegibles unos principios de justicia culturalmente triviales y que filosóficamente
habrían de ser sospechosos. Su argumento latente es de una vulgaridad asombrosa.
Nos viene a decir que en nuestro contexto liberal-democrático, y dado que la polí-
tica no puede responder a una metafísica, a una filosofía, para cumplir con la exi-
gencia del pluralismo, no cabe otro criterio de fundamentación que la voluntad de
los individuos, o sea, la elección. Esta exquisitez liberal enseguida es acompañada por
una argumentación personal que podríamos sintetizar así:
«... yo ofrezco un paquete de principios de justicia, para que compitan con otros, como
las marcas en el supermercado, para conseguir mayor demanda, mayor “audiencia”; no
puedo otorgar un certificado de validez absoluto, pero confío en mi producto y en mi
intuición, que se rige por las ventas».

Claro, la filosofía no puede organizar un referéndum para verificarse, pero Rawls


está convencido de que sus principios serán los más elegidos, lo capta en el ambien-
te del «pluralismo razonable» (y los no-razonables por definición deben ser exclui-
dos). Se trata de un paquete de principios de justicia extendido por todo el merca-
do de nuestras sociedades democráticas (y las otras, exteriores al mercado, no interesan).
Y tiene bastante razón; no toda, pero sí bastante, pues su elección de los principios
está guiada por la técnica de marketing más consolidada: adecuar la demanda a la
sensibilidad y los deseos actuales. Rawls se limita a proponer como «principios de
justicia» los que de facto son dominantes en nuestra tradición cultural, es decir, en las
democracias capitalistas occidentales; e incluso legitima la técnica de adecuación entre
oferta y demanda en su inefable propuesta de «equilibrio reflexivo». Reconoce con
la humildad del poderoso que para otras culturas tal vez no sirvan, que en ellas tal vez
se necesiten otros, que no pretende universalidad. Hume estaría encantado de oírle,
pues el escocés consideraba que tan odioso es hacer política con un discurso filosó-
fico (inevitablemente dogmático en tanto que leal a los unos principios) como filo-
sofía con un discurso político (inevitablemente sometido a lo correcto y a la volun-
tad de pacto y conciliación). Pero Hume era un lúcido gran conservador, y sabía lo
que quería; y comprendía que no todos quisieran lo mismo.
Del paquete rawlsiano de principios de la justicia —por cierto, asombrosa-
mente disminuido— el más original y al que debe buena parte de su atractivo es
el llamado «principio de la diferencia». Este principio aporta a la propuesta, además
de la originalidad del nombre, y el mayor contenido ético, el mayor corazón, el mayor
atractivo moral que su competidor netamente liberal, el pack de Pareto. Éste,
genuinamente liberal, consideraba aceptable cualquier desigualdad que se genere

36
LA FILOSOFÍA POLÍTICA DE AYER Y DE HOY: DE LA PASIÓN CRÍTICA A LA PASIÓN NORMATIVA

sin «perjudicar a los demás» (envidia excluida); Rawls, más humano, más «social
liberal», estrecha el límite y exige como criterio de legitimación suficiente de una
política o de la acción individual que de su aplicación salgan beneficiados los más
desfavorecidos. Por tanto, un mensaje más humano, más sensible a la desigualdad.

Pero, ¿es realmente esa diferencia filosóficamente relevante? ¿Justifica realmente


tan simple y trivial propuesta de sociedad benevolente y humanitaria la sacraliza-
ción de su autor como uno de los grandes clásicos de la filosofía política? ¿Realmente
vale la pena seguir haciendo tesis de doctorado sobre la «posición original», el «velo
de la ignorancia», el «equilibrio reflexivo», la «razón pública» o el «overlapping
consensus»? Creo que si seguimos leyéndolo, redescribiéndolo y «reconstruyén-
dolo» es por un mérito que procede del exterior de su discurso. Este mérito radi-
ca en que, tras décadas en las que ningún pensador honesto relevante se atrevía a
legitimar el orden capitalista, un orden que había reinventado nuevas y sofistica-
das formas de barbarie, que montaba su opulencia sobre la destrucción y la mar-
ginalidad, y que, del mismo modo que destruía las «otras» culturas, las exteriores,
con que entraba en contacto, estaba destruyendo interiormente la cuya propia,
disolviendo los vínculos sociales, condenando la existencia humana al desarraigo y
la desafección políticos, a la indiferencia ante el dolor y la desigualdad, y al desierto
cívico y ético. La obra de Rawls aparecía como un mensaje de esperanza, al traer-
nos el mensaje de que podemos legitimar nuestro orden socio económico y los
valores que lo acompañan y sostienen, que lejos de provocarnos mala conciencia
debería fortalecer nuestro espíritu de orgullo y pasión. ¿Cómo es posible creer ese
mensaje sin cerrar los ojos a la experiencia diaria? De la manera más simple y más
tópica (y que, en el fondo, es sólo un modo de cerrar los ojos abriendo los más
penetrantes de la filosofía): distinguiendo la esencia y la existencia, la idea y su rea-
lización. De este modo, eliminado el mal de la esencia, queda como imperfección
contingente en la existencia, como meramente fenoménico y transitorio. Orgullosos
de nuestra esencia social, de nuestros valores, de nuestros derechos; tanto más orgu-
lloso cuento esos valores que configuran nuestro orden (ideal) sirven para descu-
brir y criticar las deficiencias del nuestro mundo (real). Estamos en el mejor de los
mundos posibles, pues es perfecto de la única manera que es posible la perfección,
en la idea, y sirve para detectar la imperfección e impulsar a corregirla allí donde
es inevitable su existencia, en la realidad, en las instituciones.

Con esa sutileza ontológica, de la que no es necesario ser consciente (para no


cuestionarla en exceso), comienza la gran carrera práctica y afirmativa de la filosofía:
la crítica anticapitalista cede terreno a la apología de un sistema económico y polí-

37
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

tico que, en las propuestas normativas idealizadas que la teoría filosófica liberal de
la justicia, se presenta como modelo en la idea y deseable o «menos malo» en su exis-
tencia. Una teoría de la justicia de Rawls es, antes que nada, una legitimación ideal
de nuestras sociedades (y ya se encargaba de dejar claro que sólo le preocupaba la
justicia en nuestras sociedades). Justificación «ideal», que cubre y diluye la reali-
dad, al presentar el mal como contingente y accidental. Lo importante es ahu-
yentar e invisibilizar la sospecha de que la barbarie pertenece a la esencia del capi-
talismo. Lo importante es proponer un modelo normativo en que el conflicto, la
lucha de clases, las desigualdades insoportables…, sólo aparecen como momentos
de disfunción, como anomalías; a partir de ese momento, la crítica, cualquier crí-
tica, no afecta al modelo, sino que se hace en nombre del mismo. Misión cumplida
de una filosofía práctica: se reconcilia con la «esencia» de la realidad reduciendo
su existencia a mera contingencia. Su tarea se vuelve afirmativa: afirmar las reglas,
la forma, el orden, contra sus enemigos. La crítica contra lo otro es, en el fondo,
la afirmación ideal de lo existente; la filosofía se pone al servicio del modelo, de la
norma, vigilando su cumplimiento como forma de su perfección. Y el debate «crí-
tico» contra Rawls se reduce a corregir las erratas de imprenta, a retocar estética-
mente el modelo ideal normativo.

2.2. La virtud

Otro debate indirecto sobre los derechos, semejante al de la justicia, se abrió ape-
nas unas décadas después, éste en torno a la ciudadanía. La recuperación del texto
de Theodor Hunfrey Marshall, Ciudadanía y clases sociales (1949), serviría de refe-
rencia para, a partir de él o contra él, construir modelos de ciudadanía para nues-
tro tiempo. Cada filósofo satisfacía su secreta envidia demiúrgica proponiendo el
formato de la vida buena, de la existencia ética, de la ciudadanía de calidad. ¿Quién
de nosotros no ha tomado posición al respecto proponiendo cómo debe ser el
hombre en sociedad?5.
Pues bien, dentro de esa necesidad de producir modelos éticos de ciudadanía
se incluye, como una subclase, la recuperación de la ciudadanía republicana, que
tiene entre sus habituales referentes a Philip Pettit, gracias a su libro Republicanismo.

5
Ver, por ejemplo, Fernando Quesada (director), Naturaleza y sentido de la ciudadanía hoy. Madrid, UNED, 2002; y
José Rubio Carracedo et. al. (eds.), Educar para la ciudadanía: perspectivas ético-políticas, en Contrastes. Revista Internacional
de Filosofía. Suplemento 8 (2003).

38
LA FILOSOFÍA POLÍTICA DE AYER Y DE HOY: DE LA PASIÓN CRÍTICA A LA PASIÓN NORMATIVA

A Theory of Freedom and Government (1997)6 y a Maurizio Viroli, por textos como
Repubblicanessimo (1999)7; y en nuestros medios académicos a Victòria Camps y
Salvador Giner, a Félix Ovejero, a Toni Domènech y Daniel Raventós, entre
otros muchos8. En este resurgimento del republicanismo conviven no sin confu-
siones y contradicciones los modelos republicanos de izquierdas y de derechas, no
siempre demarcados de las propuestas liberales y democráticas, o del humanismo
cívico, el igualitarismo y el comunitarismo. Propuestas apenas discernibles en el
cuerpo a cuerpo, en diálogo de amigos, pero que en la distancia resultan excesiva
y sospechosamente indiscernibles como para no verlos como flores estacionales.
A estas alturas de los tiempos me preocupan muy poco los contenidos en juego
en esos dos debates, del republicanismo de izquierdas, socio-igualitario, y del de dere-
chas, humanista y liberal; me preocupa lo que comparten, la voluntad normativa
que ha inundado nuestro espacio filosófico. Voluntad práctica que, bien sincroni-
zada con la sacralización del criterio político del consenso, ya nos ha mostrado
algunos de sus trágicos efectos: como empujar a la cuneta de la historia la filosofía
crítica que, prefiriendo la lúcida desesperación a la ignominiosa reconciliación,
arraigó en nuestra conciencia precisamente al anochecer, cuando la esperanza en
una radical transformación social se perdía por el horizonte; o como borrar del
horizonte político el referente de clase, incluso su inquietante sucedáneo en la
figura de los bloques, representación que permitía con cierta claridad, aunque a
veces de modo insuficiente, distinguir las dos orillas del río, el amigo y el enemi-
go9. A estas alturas de los tiempos deberían estar a la orden del día del discurso
filosófico preguntarse si pensar la posibilidad de una sociedad capitalista justa no
es una broma; si perseguir una ciudadanía ética en el capitalismo de consumo no
es una burla, y, en definitiva, concretándonos en lo que aquí nos interesa, si pos-
tular una vida republicana en el capitalismo global no es en el mejor de los casos
y con la mayor benevolencia de juicio un ingenuo anacronismo.

6
Editado en Oxford University Press, 1997 (traducción castellana, Republicanismo. Una teoría de la libertad y del gobier-
no. Barcelona, Paidós, 1999. Citamos de esta edición)
7
Editado en Roma, Laterza, 1999 (traducción catalana, Republicanisme, Barcelona, Centre d’Estudis de Temes
Contemporanis, 2006. Citamos sobre esta edición).
8
Ver, De Victòria Camps y Salvador Giner, El interés común (Madrid, CEC, 1992) y Manual de Civismo (Barcelona,
Ariel, 1998); de A. Domènech, El eclipse de la fraternidad (Barcelona, Crítica, 2004); de Daniel Raventós, La renta bási-
ca: por una ciudadanía más libre, más igualitaria y más fraterna (Barcelona, Ariel, 2001) de Félix Ovejero, La libertad inhós-
pita (Barcelona, Paidós, 2002) y el colectivo F. Ovejero et al. (Comps.), Nuevas ideas republicanas. Barcelona, Paidós,
2004.
9
Hoy se condena de forma unánime a Carl Schmitt no por su posición política (que se estudia poco y que cierta-
mente merece el rechazo) sino por su «ontología» política, la tópica distinción amigo/enemigo. Resulta insoportable a
nuestros oídos poner el conflicto en el fondo de nuestro ser.

39
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

No logro pensar la posibilidad de arraigo del republicanismo sin sentimiento patrió-


tico; y nada me parece más obvio que el deterioro del mismo, que la ausencia de
patria. Los consumidores, tanto o más que los proletarios, no tienen patria, no
pueden tenerla, ni la necesitan. Las «redes sociales», alternativa identitaria cuyos
efectos políticos hoy se nos escapan, no son propiamente inter ni multi, sino genui-
namente trans-nacionales. Nuestros estados democráticos en el capitalismo de con-
sumo se han liberado de los límites que ayer constituían su identidad y hoy los
ahogan. La idea de patria, de Rousseau a Robespierre síntesis del ideal republica-
no, hoy sólo parece soportable en el marco teórico nacionalista. Sólo los nacio-
nalistas tienen patria; sólo en el marco nacionalista tiene sentido y culto el patrio-
tismo. Pero ese patriotismo de hoy no es el de ayer; es el patriotismo de la nación,
en sentido de identificación prepolítica, de determinación ontológica, pensado y
vivido como destino, como manera de ser; poco tiene que ver con el patriotismo
del estado-nación, el «patriotismo constitucional» (que propone Habermas cons-
ciente de su ausencia, aunque no de su imposibilidad), pensado y vivido como
identificación política racional, como elección libre de un proyecto de vida en
común. Para los no nacionalistas, el referente de identificación es el estado-nación,
es decir, un orden institucional que conforma una forma de vida; y éste ha perdi-
do atractivo. Se ha debilitado la función de patria del estado-nación y, por tanto,
la forma de identidad política, racional, esencial al republicanismo. Un republica-
nismo sin patria es, como el vino sin alcohol o el pan sin colesterol, algo muy pro-
pio de nuestro tiempo: simulacro y banalidad.
Si la vida republicana, en sentido sustantivo de vida cívica, virtuosa, patrióti-
ca, solidaria, horizonte de sentido de la vida individual, encuentra un mundo refrac-
tario que las impide, ¿qué sentido tiene el mensaje republicanista? La respuesta
compleja exige abordar diversos registros. Pero, en los límites de este artículo, la
perspectiva de respuesta arraiga en el ya anunciado renacimiento de la voluntad
normativa, de la filosofía práctica. En el seno de ese éxito de la filosofía práctica nor-
mativa, convencida no sólo de que está en posesión de la idea de vida buena, sino
que se siente capaz de diseñarla institucionalmente, de editar códigos deontológi-
co y listados de virtudes morales y cívicas, de establecer las metodologías de pro-
ducción del buen ciudadano…, en su seno ha crecido como una de sus manifes-
taciones la reelaboración del discurso republicano. El republicanismo es actualmente
el discurso filosófico político regeneracionista más potente en los medios acadé-
micos y editoriales, disputando la hegemonía académica, ya que de momento no
parece disputarles la hegemonía social, a las dos posiciones que dominan en las ins-
tituciones, en la realidad política y económica, que son el liberalismo y la social-

40
LA FILOSOFÍA POLÍTICA DE AYER Y DE HOY: DE LA PASIÓN CRÍTICA A LA PASIÓN NORMATIVA

democracia. Su expansión en las últimas décadas, sincronizado con el desprestigio


creciente del neoliberalismo cínico y la paternalista socialdemocracia, potenciado
por la creciente inquietud que genera el capitalismo de consumo y sus exigencias
de globalización, la convierten en una propuesta ideológica relevante, que mere-
ce la atención crítica. Ante un mundo que parece perder su sentido y una patria
que se desvanece hacia fuera y hacia dentro, resurgen las cálidas imágenes de una
comunidad integrada, participativa y humanitaria de individuos libres y virtuosos.

En nuestros días y en nuestros espacios de pensamiento se llama incansable-


mente a «repolitizar la política», incluso por los intelectuales «orgánicos» (por res-
peto a Gramsci) de los partidos que apolillaron la casaca tricolor; hoy, desde el
liberalismo o desde la socialdemocracia, se propone como paliativo al mal presen-
te una dieta de moralidad republicana, cual simulacro de recuperación del tiempo
perdido. La paradoja de un pueblo, como el nuestro, que se acostó republicano y
despertó monárquico, no puede menos que mantener viva la curiosidad; pero,
además, si ese pueblo ya despierto de la noche militar no sólo reconoce al rey, sino
que lo ama y lo respeta a distancia y por encima de las instituciones y figuras polí-
ticas democráticas, si sacraliza a «su» rey, lo adora y lo aclama en rituales públicos
a la vieja usanza; y si los intelectuales y políticos de extracción republicana de ese
pueblo, soportando los gritos de su oculta conciencia, recurren a discursos legiti-
mistas pragmáticos (papel del rey en el 23F, papel simbólico de estabilización, dis-
creción y campechanía de la familia real, etc.)…; si estas cosas pasan en un país,
como ocurre en el nuestro, la curiosidad deviene un insoslayable reto intelectual.
Porque, si no somos capaces de pensar estos procesos, si no somos capaces de inter-
pretarlos como exigencias profundas de las formas sociales de producción y de
vida, lo viviremos como anécdota, como anomalía, o como aberración, pero siem-
pre como algo accesorio y contingente, negándonos a nosotros mismos el compromiso
de pensarlo como una manifestación esencial de nuestro tiempo y, por tanto, como
un lugar privilegiado para buscar las claves de comprensión de nuestro presente, que
hoy es casi lo único a lo que la filosofía puede aspirar con dignidad.

La contextualización del debate republicanista requiere dos referentes, el pro-


piamente político y el filosófico. Desde el referente político podríamos caracteri-
zarlo, de forma provocativa, como «hijos de la derrota». Considero que, política-
mente, el resurgimiento del ideal republicano en nuestro tiempo es una fuga ilusoria
de la conciencia forzada por la derrota de los dos ideales que han gestionado el
capitalismo, el liberal (que en sus orígenes era republicano) y el socialdemócrata
(que en sus orígenes era comunista). El originario liberalismo, que era en su esen-

41
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

cia republicano (surgió contra el despotismo, paternalista o inhumano, de la monar-


quía), ha devenido neoliberalismo, imagen fea, insoportable para los liberales hones-
tos, quienes horrorizados ante el monstruo huyen en fuga hacia el origen; huida radi-
cal, buscando un punto de la historia exento de la semilla del mal neoliberal, un
pre-origen pre-liberal que sirva de refugio y de comienzo de una nueva historia de
esperanza. Y lo encuentran en los republicanos liberales que teorizaron las revo-
luciones burguesa, la americana y la francesa.
Por su parte, el originario socialismo y comunismo marxista, mutó de esencia
anticapitalista a perversa socialdemocracia, representación de un confuso capitalis-
mo social; y el marxista derrotado, definitivamente cerrada la «puerta staliniana»
al socialismo, es también empujado a los orígenes en busca del punto cero desde
el que reiniciar la historia, lugar que encuentra en ese momento de la conciencia
en que la idea socialista era cosa del pueblo en vez de cosa de la clase obrera; o
sea, en los republicanos demócratas que radicalizaron la revolución francesa.
Dos figuras de la derrota que vuelven su mirada atrás, al punto cero antes del
error, antes de la deriva (de la deriva del liberalismo republicano al neoliberalis-
mo sin alma, de la deriva del republicanismo igualitarista hacia la lucha de clases).
¿Para qué? ¿Para reiniciar el camino y repetir la historia, esta vez sin desviaciones?.
¿Para vivir sin culpa, en la inocencia del origen? Como ya decía el joven Marx, el
anacronismo expresa siempre impotencia de la conciencia; seguramente lleva la
huella de la derrota que oculta.
Cara a lo que aquí pretendo, a saber, mostrar cómo el modelo de ciudadanía
que proponen los nuevos republicanistas oculta el conflicto y asume acríticamen-
te la posibilidad de una sociedad reconciliada, virtuosa, cívica y solidaria, dejaré
para mejor ocasión el republicanismo de izquierdas y centraré la atención en la
línea de neorrepublicanos de ascendencia liberal, formada en gran parte por libe-
rales con corazón, que se sienten decepcionados por la deriva liberal hacia un neo-
liberalismo sin alma, que ha roto la identidad nacional, fragmentado la comuni-
dad política y diseminado los proyectos de vida en la privacidad. El horror es el
rostro neoliberal del liberalismo, tan antisocial, tan antirrepublicano, que los neo-
rrepublicanos reniegan de su origen liberal, reniegan de su nombre y emplean
buena parte de su esfuerzo en limpiar todo contagio.
Interpretados como figuras de la derrota, los diversos discursos republicanistas
transparente su intrínseco anacronismo; pero no por su inactualidad dejan de estar
presente y de tener efectos. Aunque sean interpretados como fugas a lo imagina-

42
LA FILOSOFÍA POLÍTICA DE AYER Y DE HOY: DE LA PASIÓN CRÍTICA A LA PASIÓN NORMATIVA

rio, como Marx interpretaba la religión, también como ésta tienen sus efectos en
las conciencias y las posiciones de los hombres. Su anacronismo es sólo como pro-
yecto alternativo, pero como forma de conciencia que trata de ganar espacio social
es actual, muy actual, y en modo alguno neutral. En este sentido, y desde la carac-
terización ya apuntada de la filosofía práctica contemporánea por su misión de
invisibilización ontológica y silenciamiento político del conflicto, no resulta difí-
cil ver que el discurso republicanista cumple eficientemente esa función de ocul-
tación de forma objetiva.
Creo que este es el lugar apropiado para valorar el discurso republicanista, para
descifrar al mismo tiempo su doble carácter: propuesta anacrónica y función actual.
Así se puede comprender que su anacronismo, con aromas heroicos de derrota y
belleza de consolación utópica, y su puesta en escena como crítica de lo existen-
te, como alternativa purificadora, y con el aval de su apuesta por la comunidad y
la virtud, cuenta en su haber con una notable potencia seductora que garantiza el
éxito en su función de silenciar el conflicto y hacer impensable (e indeseable) toda
confrontación esencial.
Dos ejemplos nos bastan para ilustrar la función del discurso republicanista, que
tomamos respectivamente de dos de sus más reconocidos mentores (dejamos de lado
a los nuestros pues aquí no buscamos el cuerpo a cuerpo). El primero nos lo ofrece
Pettit, en el texto referencial del republicanismo, antes citado. La idea central que
vertebra su argumentación no puede ser más simple: frente a los liberales, que pien-
san la libertad como no interferencia, los republicanos piensan la libertad como no
dominación. No entraré en comentar esta débil y confusa idea; mi propósitos es otro.
Para un lector europeo —al menos, de la Europa occidental— resulta extraño que
en un estudio sobre la dominación apenas se ha referencia ni a Marx ni a los mar-
xistas. La lectura, ayudada por los cuidados «Índices analíticos», me permiten afirmar
que hay sólo dos referencias a Marx, una espuria y otra trivial. La primera es accidental
e indirecta, totalmente prescindible, pues aparece al hablar de I. Berlin y decir que
éste vincula la libertad positiva con «románticos como Herder, Rousseau, Kant,
Fichte, Hegel y Marx10». La segunda es también indirecta y de cortesía, pero tiene
algo más de interés para la argumentación que aquí sostengo. Aparece en una cita de
Marx en un pasaje en que intenta argumentar que la propuesta republicana puede ser
aceptable para los socialistas. Y dice: «Cuando el capitalismo empezó a desarrollarse

10
Ph. Pettit, Republicanismo. Ed. cit., 36.

43
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

en el siglo XIX, y cuando los agravios de una clase obrera industrial comenzaron a
crecer y multiplicarse, una de las principales ideas que sirvió para articular los descontentos
de los socialistas fue la de la esclavitud de los salarios (Marx, 1970, cap. 19»11. Eso es
todo lo que merece Marx y el marxismo en un discurso absolutamente centrado en
la crítica a la dominación y sus formas.
Bien mirado, no es extraño que así sea. La dominación que tiene presente en
pensamiento marxista tiene raíces más hondas y estructurales, enraíza en la esen-
cia misma del orden capitalista; en cambio, la dominación que combate el discur-
so republicanista es la de superficie: son los malos modos de los propietarios, sus exce-
sos, sus desconsideraciones, y sólo eso. Al mencionar la «esclavitud de los salarios»
podríamos esperar que abriera una nueva dimensión de la crítica a la dominación,
que afronta la crítica a la dominación capitalista, pero se trata de un espejismo. De
hecho, las dos únicas veces que aparece en su texto la palabra «capitalismo», como
si tuviera que ver poco o nada con la dominación, aparecen en esta misma pági-
na de la cita anterior. Una es la de la propia cita de Marx; la otra al decir que «Lo
que ellos (los trabajadores) hallaban rechazable, y lo que llevó a los socialistas a una
requisitoria contra el capitalismo temprano como sistema de esclavitud asalariada,
es el hecho de que, por poca que fuera la interferencia padecida por los trabajadores,
no dejaban de estar permanentemente expuestos a interferencias, en particular a
interferencias arbitrarias»12. Eso es todo: los socialistas se enfrentaron al capitalis-
mo como reacción a las interferencias arbitrarias de los patronos.
Como se puede apreciar, Pettit ni siquiera plantea el problema de la domina-
ción intrínseca al trabajo asalariado; en la primera cita simplemente relata el «des-
contento de los socialistas» por la esclavitud de los salarios; en la segunda cita lo
aclara al exponer su propia crítica, que sólo se dirige a la situación de los trabaja-
dores en la medida en que están expuestos a interferencias y «en particular a inter-
ferencias arbitrarias». Y ya sabemos cuáles son: los malos modos, los malos tratos,
los abusos de los patronos; o sea, cosas personales que en modo alguno expresan
la maldad del sistema; cosas accidentales que pueden corregirse con educación y leyes.
Como he dicho, coacciones o interferencias políticas, de superficie.
Ciertamente, no defiendo el dogma de asumir el marxismo; simplemente
denuncio como dogmático silenciarlo de esta manera. Hablar de dominación sin
someter a juicio al capitalismo resulta pueril. Si nos está proponiendo una socie-

11
Ibíd., 187.
12
Ibíd., 188.

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LA FILOSOFÍA POLÍTICA DE AYER Y DE HOY: DE LA PASIÓN CRÍTICA A LA PASIÓN NORMATIVA

dad, por supuesto capitalista, donde reine la libertad republicana, una sociedad
donde no haya dominación, no me parece aceptable que, en el ámbito filosófico
en que se sitúa el texto, no se afronte la crítica a los discursos que con lucidez y suti-
leza han desvelado los mecanismos del poder capitalista, aunque sólo fuera para
comentarlos, valorarlos, modularlos o criticarlos. Estas referencias de cortesía, aun-
que puedan hacerse en nombre de la «libertad negativa», no pueden legitimarse
desde una racionalidad crítica. Reducir el problema de la dominación capitalista a
las arbitrariedades de los patronos, a sus tratos personales despóticos, es o bien una
ingenuidad, que no creo, o una militancia ideológica que no puede cubrir sus ver-
güenzas con el manto del republicanismo.
Según Pettit, resulta que los socialistas conscientes habrían de adherirse al repu-
blicanismo cuando «los patronos, en algún ámbito, son colectivamente capaces de
poner en una lista negra a quien les resulte enojoso, como sin duda lo eran muchos
patronos decimonónicos, y si efectivamente el desempleo trae consigo privaciones»13.
La dominación del capitalismo para Pettit es sólo esa, la derivada de comporta-
mientos arbitrarios de los patronos, de excesos posibilitados por su posición de pri-
vilegio, que una sociedad republicana desecharía. Por eso dirá:
«La imagen de los trabajadores como esclavos asalariados les presenta dependientes de
la gracia y la merced de su patrono, obligados a cautelas y deferencias a la hora de tratar,
individual y colectivamente con sus jefes. Si esta imagen tiene que servir para mostrar las
lástimas de la condición obrera, tiene que fundarse en lo atractivo que resulta su contra-
rio: en el atractivo de la idea de que los trabajadores no deberían estar expuestos a la posi-
bilidad de interferencia arbitraria, que deberían disfrutar de libertad como no-domina-
ción»14.

No dudo de que cualquier trabajador asalariado quiera eliminar de su existen-


cia esas ofensas a su dignidad, y que las considere limitaciones de su libertad. Pero
también estoy seguro que esos mismos trabajadores sienten como dominación la
explotación que sufren, que unos se apropien del trabajo de otros, la desigualdad
profunda derivada de las relaciones de producción, la sumisión a una burocracia cuyo
fin es la reproducción del sistema, el sometimiento a una democracia procedi-
mental que disemina y silencia la voluntad del pueblo. Creo, incluso, que puede
llegar a considerar intolerable el engaño de una moral paternalista humanitarista
como la republicana, que invisibiliza la injusticia y neutraliza la voluntad de rebe-

13
Ibíd., 188.
14
Ibíd., 187.

45
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

lión. Pues bien, sobre estos y otros muchos aspectos de los mecanismos de de
dominación puestos en escena en la sociedad de consumo actual, con las bio y las
tecno ciencias a su servicio, los republicanistas guardan un silencio cómplice.
Plantearse radicalmente la no dominación ha de llevar como mínimo a plante-
arse su desaparición en todas su formas, y no sólo las recogidas en los ejemplos cita-
dos; y, tal vez, a plantearse la desaparición de sus condiciones de posibilidad, en vez
de quedarse en la corrección o sanción de los «abusos» y malos tratos personales. Es
decir, exige asumir el carácter intrínseco del conflicto en el orden social capitalista y
la necesidad de su supresión como vía de emancipación. Situar la dominación en la
superficie es reducirla a desviaciones personales, reversibles y corregibles, es decir,
hacer del conflicto, y de su manifestación en la dominación, algo contingente que
puede ser eliminado gracias a la virtud en la sociedad armónica republicana.
La segunda ilustración de la función mixtificadora del discurso republicanista nos
la ofrece Viroli en trabajos como Republicanismo. Aunque también sigue la línea
de Pettit en el tema de la libertad como no-dominación, aquí resaltaremos su otro
argumento a favor de propuesta republicanistas: la virtud. La idea de república vir-
tuosa que nos propone es realmente cálida y banal:
«Se trata de una virtud civil para hombres y mujeres que quieren vivir con dignidad
y, como saben que no se puede vivir con dignidad en una comunidad corrupta, hacen lo
que pueden, cuando pueden, para servir a la libertad común: ejercen la profesión a con-
ciencia, sin extraer de ello ventajas ilícitas ni aprovecharse de de las necesidades o debili-
dades de los otros; viven la vida familiar basada en el respeto recíproco, de manera que su
casa parezca más una pequeña república que una monarquía o una reunión de extraños
que se mantiene unida por interés o por la televisión; cumplen los deberes civiles, pero no
son en absoluto dóciles; son capaces de movilizarse para impedir que se apruebe una ley
injusta o para obligar a quien gobierna a afrontar los problemas de interés común; son
miembros activos en asociaciones de diverso tipos (profesionales, deportivas, culturales,
políticas, religiosas); siguen los acontecimientos de la política nacional e internacional;
quieren entender las cosas y no quieren ser guiados o adoctrinados; desean conocer u dis-
cutir la historia de la república y reflexionar sobre las memorias histórica»15 .

Parece una exhortación a la vida buena para adolescentes por el prior de una
comunidad religiosa. Y no se trata de un texto seleccionado con malevolencia,

15
M. Viroli, Republicanisme. Ed. cit., 107

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LA FILOSOFÍA POLÍTICA DE AYER Y DE HOY: DE LA PASIÓN CRÍTICA A LA PASIÓN NORMATIVA

sino que expresa a la perfección su idea de sociedad buena. Incluso nos ofrece un
amplio despliegue de los insondables caminos hacia la virtud:
«Para algunos, la motivación que prevalece en el compromiso procede de un sentido
moral y, más exactamente, del desdén contra las prevaricaciones, las discriminaciones, la
corrupción, la arrogancia y la vulgaridad; en otros prevalece un deseo estético de decen-
cia y de decoro; otros, aún, se sienten movidos por intereses legítimos: quieren calles segu-
ras, parques agradables, plazas bien cuidadas, monumentos respetados, escuelas serias, hos-
pitales auténticos; otros, finalmente, se esfuerzan porque quieren ganar estima y aspiran a
los honores públicos, sentarse a la mesa de la presidencia, hablar en público, estar en pri-
mera fila en las ceremonias. En muchos casos, estos motivos actúan simultáneamente, y se
retroalimentan»16.

Es un magnífico ejemplo de discurso prescindible (si no indigno) para la filo-


sofía. No hay ningún valor en la catequesis filosófica; las buenas maneras, los bue-
nos modales, el bien decir y el mejor estar, todas esas cosas razonables y decentes
que ayudan a soportarnos merecen el cuidado, pero no de la filosofía, que en ese
empeño niega en sí misma su irrenunciable esencia crítica. Ese es el discurso de
los padres de familia, de los sacerdotes, de los moralistas, de la gente de bien; pero
no lo veo propio de los filósofos.
«No hace mal a nadie», podríamos decir. Ya sé que es duro para nuestros oídos,
cultivados en el discurso de la hermandad, insinuar que «no todos somos hermanos».
Pero la realidad es tozuda —y la filosofía debe afrontarla— al imponer la confron-
tación en el seno de las cosas, y a pesar de haber declarado el derecho universal a
imponer al mundo nuestra representación (recordemos la exaltación de la subjeti-
vización del mundo de los postnietzscheanos y postheideggerianos), el mundo se
venga obligándonos a asumir que ahí mismo, en la representación, en el orden de
los conceptos, se rebela la imposibilidad de silenciar la contraposición, se abre paso
el ruido del conflicto. Los conceptos, le agraden o no a Viroli y los republicanis-
tas, junto a su potencia de definir y demarcar, de crear identidad, llevan indisocia-
blemente la de excluir y segregar, de oponer el nosotros al ellos. Un discurso tri-
vial, que no hace mal a nadie, como él defiende: «Este tipo de virtud civil no es imposible
ni peligrosa, y es republicana más que ninguna otra». Un discurso que es incoloro,
inodoro e insípido, o sea, acuoso, líquido como corresponde a la modernidad de
Bauman; que pretende la disolución de las diferencias, la indistinción de los luga-

16
Ibíd., 107-108.

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LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

res y las posiciones, como en los líquidos. Un discurso que clama contra la domi-
nación sin diferenciar entre dominadores y dominados; que clama por la fraterni-
dad, sin cuestionar la desigualdad; que sacraliza la virtud cívica, entendida como
disposición al sacrifico de la individualidad, para su perfección, al bien de la repú-
blica. Un discurso que en la idea borra las heridas y cicatrices, y ante la resistencia
de la positividad, que grita la ausencia de esa fraternidad, de esa virtud, de esa armo-
nía, sólo se le ocurre reducir la realidad a anécdota, a accidente. La realidad es
mala…, porque la gente no es como debería ser, porque no es virtuosa:
«El problema es que en nuestro país (Italia) este tipo de cultura civil está eclipsada por
otras muchas maneras de vivir, sobre todo por la cultura de la arrogancia y del servilismo.
Si quien gobierna y quien hace las leyes premiase más frecuentemente a quienes se lo
merecen y quien hace el bien por la república, en lugar de cubrir de honores a los espa-
bilados, la cultura civil de nuestro país ganaría fuerza»17.

Tal vez sí, si los hombres y los gobernantes fueran honestos, virtuosos y sabios,
todo iría mejor. No sé qué piensa de la rocambolesca vida político erótica de
Berlusconi, pero dudo que ante la misma cuestione el orden capitalista. ¿Acaso no
hay capitalistas virtuosos? No sé, sería complicado decirlo, habría que delimitar
muy bien la idea de virtud… En todo caso, esa no es la cuestión principal: ésta
consiste en decidir si una figura como la de Berlusconi sería posible sin su poder
económico y mediático y sin la asociación de hierro del poder económico y el
político. ¿Sería posible, realmente? Si la respuesta es no, ya sabemos por donde
debería pasar el camino a la república virtuosa.

17
Ibíd., 108.

48
PROBLEMAS DE LA DEMOCRACIA
50
LA DEMOCRACIA CONSTITUCIONAL COMO MODELO

Ramón Vargas-Machuca
Universidad de Cádiz

La publicación de este libro-homenaje al profesor Fernando Quesada coinci-


de con la conmemoración del bicentenario de la Constitución de Cádiz de 1812,
símbolo de libertad política en España y en la otra orilla del Atlántico durante el
periodo fundacional de las actuales repúblicas iberoamericanas. Aquellos constitu-
yentes aspiraban a construir una nación de ciudadanos libres e iguales y anhelaban
unos valores que aún resuenan como fundamento de ese gran contrato de convi-
vencia que llamamos democracia. Hoy disponemos de un arsenal más nutrido de
razones en favor de la democracia como proyecto de ética pública que goza de un
reconocimiento general. Sus postulados remiten a principios como el de libertad
e igualdad, a valores como la tolerancia y el pluralismo y singularmente a la idea
del control del poder. De ahí que la democracia se haya convertido en un crite-
rio básico y universalizable de justicia. Pero no basta con unos principios y crite-
rios ético-morales de referencia. Se requiere, además, un diseño institucional que
fije reglas, actores colectivos y pautas que apunten en la dirección del proyecto
normativo de de la democracia. Es decir, hace falta un modelo que especifique las
condiciones de factibilidad y favorezca los procesos coherentes para el logro de los
objetivos previstos y las aspiraciones declaradas. La democracia constitucional,
cuyos componentes y propiedades analizamos seguidamente, representa ese mode-
lo y una buena guía para saber hasta qué punto actuamos de modo congruente
con los valores de la democracia.

1. EL ESTADO, COMUNIDAD POLÍTICA DE REFERENCIA

La democracia como base de su legitimidad no sólo suministra razones de jus-


ticia sino que también aspira a producirla. Y para ello se vale de los recursos de la
autoridad política. La viabilidad de la democracia depende de una efectiva capaci-
dad de gobernar que le habilite para lograr la armonía entre lo justo y lo eficien-
te, distintivo de un buen gobierno. A pesar de la crisis que experimenta, la estata-
lidad sigue siendo la circunstancia imprescindible para la viabilidad de la democracia
como gobierno. Sin la acción de un Estado sólido y bien estructurado se resiente

51
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

la ejecutoria, el potencial de eficacia de la democracia y, en consecuencia, la con-


fianza de los ciudadanos en las instituciones políticas. Este argumento fundó his-
tóricamente el crédito del Estado moderno como modelo de «comunidad políti-
ca relevante». Ha tenido su continuidad en la figura del «Estado social y democrático
de derecho», marco de referencia insustituible para el gobierno político de la acción
colectiva que ampara la igualdad política y un espacio de ciudadanía común1. Así
pues el instrumento de referencia de la gobernabilidad continua estando en la exis-
tencia de comunidades políticas estatales fuertes y bien plantadas, que tengan a la
democracia constitucional como modelo de «buen gobierno», capaces de mejorar
sus componente de conocimiento y de coordinación dentro de ellas y respecto de
otras y que no dejen la resolución de conflictos en manos de agencias poco trans-
parentes, exentas de control democrático y muy vulnerables a las presiones de los
más poderosos grupos de interés, de jugadores ventajistas o con poder de veto ya
sea en un escenario global o local.
Ahora bien, la existencia de un Estado no depende de ningún orden jurídico
establecido. La democracia constitucional no crea al Estado sino que lo presupo-
ne. Es más, su buen funcionamiento requiere que la unidad política donde opera
esté bien configurada empezando por sus fronteras, dominio y demos. «Antes de
jugar hay que tener una idea clara de quiénes son los otros jugadores y cuál es el
campo de juego, empezando por sus límites físicos»2. De ahí que cierto consenso
duradero sobre la comunidad política estatal, su ámbito jurisdiccional y compe-
tencial así como una aceptación básica de las reglas constitutivas y de los procedi-
mientos de su reforma representen un factor de de cohesión para el logro de una
ciudadanía igual. Elementos capitales de la estatalidad son la cohesión territorial y,
además, una Administración pública solvente

1.1. Cohesión y reparto territorial del poder

La capacidad de «territorializar» el poder distingue al Estado de otros poderes


y le ha permitido alumbrar comunidades políticas (Estado-nación) en las que la
primacía de su poder resulta expresión de una vida en común. La pertenencia a la

1
«Si no hay Estado, no hay democracia» (Holmes, Stephen y Carl Sunstein, 1999, The Cost of Rights. Why Liberty Depends
on Taxes, Nueva York, W W.Norton & Company:14). Es más, sin un Estado bien plantado, la democracia a otras esca-
las (local, regional o transnacional) o en otros ámbitos no políticos de la vida social no es posible o no funciona adecua-
damente (Suleiman, 2003: 36 y ss.).
2
Schmitter, Philippe 1994. «Dangers and Dilemmas of Democracy». Journal of Democracy 5/2: 65.

52
LA DEMOCRACIA CONSTITUCIONAL COMO MODELO

comunidad estatal —y no otro rasgo identitario étnico, cultural o lingüístico—


habilita como ciudadanos iguales y produce la adscripción legal de derechos3. Así
se evita que las diferencias identitarias de cualquier tipo alienten discriminación
sobre los individuos o sobre las minorías. Por tanto, el que la integridad territorial
del Estado esté bien definida, reconocida y preservada constituye un factor de esta-
bilidad imprescindible para el normal funcionamiento de cualquier régimen polí-
tico. Con disputas agónicas permanentes sobre cual sea la comunidad política rele-
vante, su territorio o el reparto del poder entre sus distintas partes ningún régimen
funciona razonable y eficazmente.
Aceptada la premisa de que los buenos funcionamientos de la democracia requie-
ren cohesión territorial, señalemos algunos de los criterios sobre la distribución terri-
torial del poder que hagan más viable y eficaz la capacidad de gobernar, que contri-
buyan a un mejor control del gobierno y al acomodo razonable de las reclamaciones
identitarias vinculadas al territorio. El reparto territorial de competencias entre los
distintos niveles de gobierno debe ser, en primer lugar, una variable dependiente de
una economía de escala de la gobernabilidad, de tal manera que la eficacia en el des-
empeño de la función de gobierno induzca la escala, aconseje en cada caso si hay que
descentralizar, centralizar o transnacionalizar. En segundo lugar, la relevancia e inten-
sidad de las reivindicaciones nacionalistas cuentan y mucho a la hora de configurar polí-
ticamente el territorio y el reparto del poder. Pero la deferencia con tales reclamos iden-
titarios no debe producirse al precio de convertir en subalternos los principios
democráticos o al precio de desactivar el control democrático diluyendo las respon-
sabilidades políticas o afectando a derechos como la igualdad de influencia política4.
El debate sobre estos asuntos acostumbra a poblarse de equívocos. Algunos vie-
nen provocados por la llamada «falacia de composición», que consiste en extrapo-
lar a las entidades colectivas propiedades privativas de los individuos (la idea de auto-
gobierno, el derecho a decidir, la figura de los derechos…) para darle fuste normativo
a las demandas de determinados grupos y a las reclamaciones territoriales5. Otra
fuente de equívocos radica en esa indocumentada ecuación que enlaza descentra-
lización y progresismo eclipsando la competición izquierda/derecha6. Se olvida que

3
En la tradición francesa la vinculación entre ciudadanía y pertenencia a la comunidad estatal es el «primer princi-
pio republicano» (Suleiman, 2003: 174).
4
Sosa Wagner, Francisco e Igor Sosa Mayor, 2007, El Estado fragmentado. Modelo austro-húngaro y brote de naciones en
España, Madrid, Trotta: 200.
5
Russell Hardin 2000, «Fallacies of Nationalism», en Shapiro, Ian y Stephen S. Macedo, Designing Democratic Institutions,
NOMOS XLII, New York, University Press: 185.

53
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

el criterio de cercanía o distancia carece, en principio, de relevancia normativa. La


cercanía vale lo mismo para hacer al poder más democráticamente controlable que
para volverlo más vulnerable a la tentación de particularizar la gestión de lo públi-
co, de sobornar o de ser sobornado. Además, si a la hora de configurar el dominio
de lo público la aspiración determinante es el logro de lo identitario o maximizar
la proximidad, podrían resultar nuevas naciones-bonsáis o poderes públicos con
escasa capacidad. Como decía Hobsbawm, un Estado-nación no construido con
criterios étnicos ofrece menos riesgos de violencia uniformadora, más oportunida-
des a una gestión eficaz de los asuntos públicos y a una convivencia de mayor plu-
ralidad sentimental que uno cortado al talle de cuestiones étnicas7.
Llegados a este punto, me resulta inevitable unas consideraciones de actuali-
dad referidas a nuestro país. Tras un proceso continuado de descentralización inten-
siva en los últimos decenios, España ha pasado de ser un Estado centralista a con-
vertirse en un Estado compuesto gracias al desarrollo de la estructura del «Estado
de las Autonomías»8. Este modelo singular de gobierno multinivel, que no se defi-
ne en origen como federal sino como algo singular y distintivo, fue tomando pau-
latinamente una deriva federalizante a partir del referéndum de Andalucía y de los
acuerdos de 1981 entre PSOE y UCD. Pero el que hoy las competencias de unas
y otras comunidades no sean muy distintas, genera en determinadas comunidades
una espiral de reivindicaciones que revela una disposición permanente a tejer y
destejer la estructura constitutiva del Estado. La asimetría y la bilateralidad busca-
da siempre por los nacionalismos históricos y lograda en ocasiones por algunos
gobiernos autonómicos merman la eficacia y capacidad de coordinación del gobier-
no del Estado, difuminan la atribución de responsabilidad a los distintos niveles de
gobiernos y debilita el principio de igualdad de influencia política. La aplicación
de las apuestas estatutarias por la bilateralidad termina representando un superplus
del poder representativo para aquellas Comunidades Autónomas que puedan ejer-
cerla. Gracias al doble voto de decisión que la bilateralidad determina, los repre-
sentantes de aquéllas deciden en los asuntos de todos, pero los demás no pueden
condicionar ni decidir en algunos de esos asuntos referidos a su comunidad9. Con

6
Sosa Wagner, Francisco, 2005: «Estudio introductorio. El Estado se desarma», en Darnstädt, Thomas: La trampa del
consenso, Madrid, Trotta: 49.
7
Hobsbawm, Eric, 1998, Naciones y nacionalismo desde 1780, Barcelona, Crítica.
8
Blanco 2005. Los orígenes del Estado Autonómico hay que rastrearlos en la Segunda República . Cf. los textos
decisivos de Azaña sobre el problema de la autonomía en España (Manuel Azaña: Sobre la autonomía política de Cataluña, Madrid,
Tecnos, 2005, edición que cuenta con un excelente «Estudio Preliminar» de Eduardo García de Enterría, pp. 9-82).

54
LA DEMOCRACIA CONSTITUCIONAL COMO MODELO

la intención de compensar el sentimiento de agravio comparativo, algunas otras


comunidades han encontrado en la emulación reivindicativa la respuesta para res-
tituir la igualdad, lo que obviamente no hará si no incrementar esa dinámica con-
tinua de diferencia y emulación. Sólo si se recupera el sentido de la responsabili-
dad, la lealtad federal y subsidiaridad del Estado, se frenaría una escalada que violenta
el principio de «comunidad relevante» y unidad de acción del gobierno produ-
ciendo disfunciones e ineficacias, que debilita, en suma, esa superioridad moral del
Estado de Derecho actual que garantiza la igualdad de derechos y deberes de todos
los ciudadanos, la cohesión de la sociedad y la cooperación entre la unidades polí-
ticas de distinto nivel (Blanco, 2005:143-145).
Ha ocurrido que el acomodo de los nacionalismos vasco y catalán se ha solapa-
do con una política de descentralización territorial de manera que la cuestión polí-
tica y legal de la distribución territorial del poder se ha enmarañado con la cuestión
más ideológica de la identidad nacional. Pensar que las disputas sobre la estatalidad
o el acomodo de los nacionalismos periféricos nacionalistas se resuelven con des-
centralización ha resultado toda una ingenuidad. Pero además, este asunto se ha veni-
do proyectando como un problema irresoluble y central de la agenda política debi-
do a que las condiciones de la competición política en España y el sistema electoral
acordado en el proceso de consolidación democrática otorgan en la práctica a los
nacionalistas vascos y catalanes un papel crucial de bisagra en el Parlamento. Aunque
el proceso de descentralización ha constituido un éxito relativo, procedería acome-
ter ya una evaluación de los rendimientos de este proceso descentralizador: calibrar
hasta qué punto ha dado cumplimiento a los objetivos asignados; qué consecuen-
cias no deseadas ha producido; si ha favorecido un desempeño más eficaz del poder
político y la Administración pública así como un mayor control democrático de los
políticos. Sólo a partir de los resultados de esta evaluación procedería abrir una agen-
da de reformas viables y pensadas para reforzar los consensos políticos básicos.

1.2. Administración pública eficaz

Un componente clave de la efectiva capacidad de gobierno radica en el buen


funcionamiento de la Administración Pública y otras agencias especializadas de

9
Alonso, Sonia, 2008, «Multinational Democracy and the Consequences of Compounded Representation. The Case
of Spain», Wissenschaftszentrum Berlin für Sozialforschung (WZB), Discussion Paper SP IV 2008-202.

55
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

naturaleza análoga. Sin embargo, el papel de la Administración ha venido siendo


contestado de un tiempo a esta parte y desde distintos flancos. Hay quienes en
nombre de una mayor eficiencia piden reducir el papel del Estado en su dimen-
sión de agencia competente para la provisión de bienes y servicios. De otro lado,
las múltiples prácticas de sometimiento de la actividad de las administraciones a los
insaciables intereses partidistas desprofesionalizan la función pública poniendo de
manifiesto una seria patología del ejercicio de la autoridad, la representación y el
liderazgo políticos (Suleiman, 2003: 155; 271-278). Frente a estas maniobras cobra
todo su vigor tanto la recomendación de Weber de mantener la distinción entre
política y administración, como la de Schumpeter según la cual no hay buena
democracia sin un Estado fuerte, pero en la medida en que no toda la autoridad públi-
ca se solape siempre con la esfera del decisionismo político10. A nuestro juicio,
pues, sigue vigente el principio de que la Administración pública representa el ins-
trumento básico de la acción del Estado para el logro de los objetivos de interés gene-
ral y la provisión de bienes y servicios públicos. El interés general al que sirve la
Administración está objetivado en normas legales, programas y directrices surgidas
de las instituciones representativas de un Estado democrático. Es decir, la Adminis-
tración depende del «soberano» (poder político), al que debe lealtad. Carece, pues,
de capacidad para determinar el contenido del interés general y bienes políticos
que sí contribuye a realizar. Éstos se decantan políticamente en la Constitución y
en las disposiciones que emanan de las asambleas legislativas y autoridades guber-
nativas competentes. Específicamente corresponde a los gobiernos en sus distin-
tos niveles y con arreglo a sus respectivas competencias dirigir la Administración
que debe dejarse dirigir por aquéllos.
Lo que una democracia valiosa espera de las Administraciones públicas son
básicamente dos cosas: alta productividad y resultados con arreglo a sus cometidos
específicos y capacidades técnicas requeridas para ello; y en segundo lugar, some-
timiento de la burocracia y agencias afines a los diversos regímenes tasados de res-
ponsabilidad y control de la calidad del servicio público que prestan11. Como su pri-
mordial misión las Administraciones y demás agencias públicas están destinadas a
aportar eficacia (grado de realización de los objetivos fijados) y eficiencia (logrados
con los medios previstos y a un coste proporcionado) en su condición de instru-
mento capital para una efectiva capacidad de gobierno. Para ello las Administraciones

10
Schumpeter, Joseph, Capitalismo,socialismo y democracia, Barcelona, Folio, 1984:368-375.
11
Gormley Jr, William T. y Steven J. Balla, 2004, Bureaucracy and Democracy. Accountability and Performance, Washintong,
D.C., CQ Press.

56
LA DEMOCRACIA CONSTITUCIONAL COMO MODELO

públicas necesitan de otros criterios organizativos complementarios. En primer


lugar, el de jerarquía, a fin de garantizar un funcionamiento coherente y unitario
de unas organizaciones complejas como la Administración y poder supervisar el
cumplimiento de las directrices así como las acciones previstas para ello. Circunstancias
de orden social y político obligan a que el criterio de jerarquía necesite comple-
mentarse con el de descentralización y el de coordinación para así buscar la efica-
cia en las acciones de gobierno multinivel. De un lado, el alto componente de
conocimiento técnico que demanda la elevada complejidad de nuestros entornos
sociales ha hecho que las Administraciones, a la hora de afrontar de modo solven-
te determinados asuntos públicos, depositen su capacidad de respuesta en múltiples
agencias especializadas y no en una organización generalista (descentralización fun-
cional). De otro lado, en un Estado compuesto como el español en el que la titu-
laridad y ejercicio de determinadas competencias se han desconcentrado o transfe-
rido a diferentes órganos administrativos y a otros sujetos políticos, las Administraciones
públicas requieren combinar los procesos de descentralización con una eficaz capa-
cidad coordinadora12.
Nadie duda de que la calidad del servicio que prestan las Administraciones depen-
da también de las acciones de sus funcionarios y empleados. La mayoría de países
democráticos tienen ya muy estandarizados los principios y criterios con los que
medir la calidad del trabajo de sus empleados, tal como se recogen en los diferentes
Estatutos del personal al servicio de las Administraciones y Agencias públicas. Regulan
el acceso a la función pública y la carrera profesional de acuerdo con criterios de
mérito y capacidad, huyendo de privilegios, favoritismos y discriminaciones que
arruinan el principio de igualdad de oportunidades y alientan lo que se conoce como
«selección adversa». Partiendo de esta premisa básica, los criterios constitutivos de
un ejercicio valioso de la Función pública se resumen en los siguientes: imparciali-
dad que rinde tributo a la objetividad y la transparencia, de tal suerte que los moti-
vos por los que se actúa se confundan con un conjunto de razones sólidas, fundadas
en valores pertinentes, confesables y por todo ello públicas y bien argumentadas; una
información apropiada; neutralidad que garantiza actuaciones y recomendaciones
guiadas por evaluaciones y opciones técnicas y no sesgadas por intereses particulares
o endogámicos. Finalmente y para salvaguardar los criterios anteriores es crucial la inde-

12
Betancor, Andrés 2008, «Del gobierno y la Administración», en M. Jiménez de Parga y F. Vallespín, La Política, Madrid,
Biblioteca Nueva: 210-212.

57
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

pendencia de los empleados públicos, a saber, el que éstos no puedan ser removidos
o penalizados en su carrera profesional de modo arbitrario.

De otra parte, el desempeño de la Función pública está sometido a una doble


dependencia, jerárquica y legal. Responde a un doble tipo de control, interno y exter-
no. Tratándose de una organización piramidal, los empleados, cuyas pautas están
regladas por normas propias que definen sus funciones, tienen que responder ante
sus superiores jerárquicos que supervisan en detalle su actuación y disponen de la
potestad disciplinaria. Ante todo las Administraciones públicas están sometidas al
Derecho: sus iniciativas han de ejercerse por el órgano específico y competente, deben
seguir procedimientos tasados y previamente establecidos y están bajo el escruti-
nio de un estricto control de legalidad y judicial. El sometimiento al imperio de la
ley expresa de la mejor manera su condición de poder instrumental al servicio de
un interés general necesariamente «empotrado en el Derecho» (Habermas), pre-
viene contra el uso arbitrario o fraudulento de sus recursos y evita lesionar dere-
chos de los ciudadanos y grupos sociales. La garantía última del control de legali-
dad, la tutela de derechos e intereses legítimos de ciudadanos y sociedades frente
a las actuaciones u omisiones de las administraciones públicas, descansan en los tri-
bunales que dictaminan sobre la potestad reglamentaria y actos de aquéllas. Existe,
además, una suerte de control corporativo que ejercen grupos de expertos («pares»)
o las respectivas asociaciones profesionales para evaluar si los empleados públicos
en el ejercicio de sus competencias se adecúan a los correspondientes códigos deon-
tológicos. Queda el control político, ya que las Administración, en última instan-
cia, debe responder ante la autoridad política de la que depende y sobre la que
recae la facultad y obligación tanto de marcar las directrices como de supervisar y
evaluar su cumplimiento.

En resumen, la Administración pública garantiza imparcialidad, parsimonia,


«impersonalidad» y responsabilidad gracias a una adecuada combinación de sol-
vencia técnica y sistemas de control. Pero todas estas propiedades están orientadas
a servir a los ciudadanos a los que hay que proporcionar eficacia y seguridad, trans-
parencia y un trato igual. Así que el buen funcionamiento de una Administración
pública, cuyas prestaciones y usufructo de sus servicios estén disponibles para el
conjunto de la ciudadanía, resulta un factor clave de justicia redistributiva y una igual
ciudadanía. A su vez, consolida un mecanismo de distribución del poder público
que obstaculiza un desempeño discrecional y representa una de las figuras emble-
máticas de la «accountability horizontal», factor imprescindible de una democracia
valiosa (O’Donnell, 2004).

58
LA DEMOCRACIA CONSTITUCIONAL COMO MODELO

2. ESTADO DE DERECHO Y DEMOCRACIA

Si la política es vista como el reino del poder por antonomasia, la figura del
Estado de Derecho expresa históricamente la idea del sometimiento del poder a
las reglas del derecho. Los mecanismos que el Estado de Derecho ha ido desple-
gando históricamente, han domesticado al poder político y han creado espacios
de inmunidad para el ciudadano, escudos que blindan frente a las posibles interfe-
rencias arbitrarias y abusivas de todo poder, dando lugar a una «sociedad civiliza-
da». El Estado de Derecho se erige hoy en el marco global que distingue a este
tipo de sociedades y engloba, no ya el sistema político, sino el conjunto de la acti-
vidad económica y la vida social.

La unión de Estado de Derecho y democracia representa una condición irre-


basable del desarrollo político de la autonomía moral y la protección de los dere-
chos humanos al tiempo que expresa los contenidos de una forma básica de justi-
cia de la que emanan criterios para ordenar la interacción social, repartir cargas y
beneficios, adscribir bienes y recursos. Así que la interdependencia normativa y
funcional entre Estado de Derecho y democracia es hoy casi total. Sin la seguridad
jurídica que proporciona el primero, no logra la segunda funcionamientos valio-
sos. La democracia, por su parte, aporta una génesis de las normas y una manera de
encauzar el proceso político que dotan al Estado de Derecho de una legitimidad
irreemplazable. Comprobar su funcionamiento se ha convertido en un venero de
elementos expresivos de la calidad de toda democracia. De ahí que sea importan-
te explicar cómo se configura en una democracia constitucional. Por razones ana-
líticas, desdoblaremos el Estado de Derecho en tres componentes: imperio de la ley,
repertorio de los derechos y división horizontal del poder.

2.1. El imperio de la ley

Desde un principio la idea de Estado de Derecho se asocia a gobierno de las leyes


y estipula la juridicidad de todos los actos del Estado. Así, éstos se hacen previsi-
bles y proporcionan seguridad a quienes les deben acatamiento. Con indepen-
dencia de cuál sea la fuente del derecho y a quién en justicia le corresponda ejer-
cer la autoridad política, la noción de imperio de la ley implica un conjunto de
reglas que establecen las bases de la cooperación social y vinculan a los gobiernos.

59
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

El principio de legalidad parte del supuesto de que la ley es «el lenguaje de


la voluntad soberana»13. En su acepción más básica significa que el poder se ejer-
ce mediante reglas que deben ser coherentes, claras y precisas (formuladas de
una manera definida y con pretensión de detalle); abstractas, generales y uni-
versales (que regulan acciones-tipo no individuales, y reflejan un tratamiento y
consecuencias jurídicas iguales formalmente para todos); estables y prospecti-
vas, y por tanto predecibles; accesibles a todos y explícita y públicamente esta-
blecidas14. Gobernar mediante este tipo de normas, lejos de ser un «formalismo
vacío», disciplina los hechos y actividades del «soberano» con independencia de
quien se arrogue la condición de tal. Incluso en los regímenes autoritarios, supo-
ne una limitación y cierto freno en el ejercicio del poder. Y es que esos rasgos
estructurales o exigencias internas del sistema legal dotan de cierta imparciali-
dad a la configuración del poder y responden a un conjunto de valores norma-
tivos que permite hablar de ética del legalismo o moralidad interna del dere-
cho15.
Pero legal no es simplemente lo que acuerden los órganos legislativos compe-
tentes o lo que decida un soberano legítimo. Unos y otro no pueden crear leyes
a su antojo o modificarlas según y como le convenga. En un Estado de Derecho
ningún poder es absoluto. Además de por medio de leyes, debe actuar en el marco
institucional de lo que previa y tasadamente determina el sistema legal legítima-
mente constituido. El sometimiento del poder al sistema legal no sólo impone
determinadas conductas al conjunto de los ciudadanos, sino que predetermina y
define el ámbito, acceso y ejercicio del poder, objetiva las condiciones del titular
de la competencia jurídica, del que hace las leyes y del que las hace cumplir. Así
que hay aspectos y contenidos del Estado de Derecho que vinculan a los poderes
públicos y a los particulares, y que se condensan en la conocida divisa nemo de legi-
bus solutus.
La necesidad de diferenciar el que crea las reglas de aquel que las aplica con-
sagra como desarrollo natural del imperio de la ley la existencia de un poder
judicial independiente y experto, formado por jueces y tribunales que actúan
con transparencia e imparcialidad y garantizan el derecho de los particulares a la

13
Decía Stéphane Dion que «pocas cosas hay más peligrosas que un gobierno que se coloca por encima de las leyes
y sin embargo sigue exigiendo obediencia a sus ciudadanos» (La política de la claridad, Madrid, Alianza, 2005: 354).
14.
Ratz, John, 1977, «The Rule of Law and its Virtue», The Law Quarterly Review, n.º 93:198-201.
15
Walrom, Jeremy 1989, «The Rule of Law in Contemporary Liberal Theory», Ratio Juris 2/1: 84. Laporta, 2007:
cap. VII.

60
LA DEMOCRACIA CONSTITUCIONAL COMO MODELO

jurisdicción decidiendo sobre las controversias de aquéllos entre sí o con el poder


político. La independencia de los magistrados, la fortaleza de ánimo para aplicar
el derecho de acuerdo con su conciencia, venciendo presiones externas que
sobre ellos se puedan ejercer, representan signos de que el desempeño de la fun-
ción constitucional de la jurisdicción cumple su sentido genuino si bien el poder
judicial encuentra precisamente la razón de su auctoritas en el recto ejercicio de
sus funciones, la administración de justicia en su condición de servicio público
que protege a los ciudadanos requiere como condición básica de su legitimidad
garantizar el derecho de los particulares a la justicia, es decir el igual acceso a
unos tribunales que les proporcionan igual trato y la misma protección jurídica.
En este sentido, el papel de la Administración de justicia como servicio públi-
co es crucial para el cumplimiento de aspiraciones como la accesibilidad de todos
los ciudadanos a una justicia eficaz, el trato imparcial y equitativo a los usuarios
del servicio, la satisfacción de los estándares de eficacia y dignidad en el funcio-
namiento de la justicia y sistema penitenciario. Siendo accesible a todos al tiem-
po que justa y eficaz, la justicia se legitima y constituye un valor ético incorpo-
rado a nuestra cultura. Por eso seguimos recordando con admiración aquella
historia que se cuenta sobre los jueces prusianos que ordenaron a Federico «el
Grande» reconstruir el molino y compensar al pobre molinero por los perjui-
cios causados por la arbitrariedad del monarca al derribarlo. Al conocer la sen-
tencia el humilde justiciable exclamó: «Aún quedan jueces en Berlín…» (Laporta,
2007: 246).

En todo sistema jurídico hay normas de diverso rango. La constitución como


«ley de leyes» es un sistema de reglas que define la sustancia, alcance y procedi-
mientos de la actividad estatal, demarcando lo que puede ser disputado en la con-
tienda política ordinaria y lo que está constitucionalmente blindado. La suprema-
cía de la constitución pretende reforzar el consenso fundacional y proteger la clave
de bóveda del edificio de la democracia. En primer lugar, preserva la circunstan-
cia más básica de la democracia, es decir, la supervivencia y estabilidad de la comu-
nidad política. En segundo lugar, blinda frente a posibles intromisiones de la mayo-
ría el repertorio de derechos fundamentales, impidiendo que puedan cometerse
injusticias contra las personas o las minorías que deslegitimarían el desempeño de
la democracia. Salvaguarda también los mecanismos básicos que articulan la sepa-
ración de poderes, la independencia judicial, la estructura territorial, los procedi-
mientos decisorios así como la configuración básica del sistema representativo y la
competición política. Finalmente, la supremacía constitucional consolida acuer-

61
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

dos y compromisos que, de una parte, tratan de apaciguar o no airear conflictos enquis-
tados, «cuentas pendientes» que producen polarización y extreman los enfrenta-
mientos y, de otra, intentan encauzar ciertos problemas de la «acción colectiva»
en la vida política.
Para mantener esta supremacía de la constitución y su núcleo se recurre nor-
malmente a dos mecanismos o artificios técnicos: a) reservar a determinados jueces
la potestad de decidir si la legislación ordinaria se adecua a la constitución; b) establecer
requisitos muy estrictos y exigencias difíciles de cumplir para reformar la constitución
(mayorías reforzadas y aprobaciones múltiples en cámaras de segunda lectura, refe-
réndum ratificatorio, posponer la decisión un tiempo, convocar elecciones para que
la asamblea que vote la reformas sea distinta de la que inició el procedimiento, etcé-
tera). De esta manera, la reforma resulta un objetivo casi insuperable y el contenido
de la constitución, al menos su núcleo, se nos proyecta como intocable a fin de que
ninguna mayoría pueda subvertir las bases (derechos y mecanismos) sobre las que se
construye la democracia. Claro que no son pocas las tensiones que deja abiertas este
atrincheramiento de los textos constitucionales: manifiesta un conflicto, no entre
constitución (reglas constitutivas) y democracia, sino entre protección de esas reglas
y democracia16; queda en pie, además, la disputa sobre a quién hay que adjudicar la
competencia de interpretar y desarrollar el contenido de las reglas; en definitiva, per-
manece el dilema entre intangibilidad de la constitución y derechos de participación
política (Laporta, 2007: 221).

2.2. El «Estado de los Derechos»

Otro componente inexcusable hoy en día de un Estado de Derecho consiste


en la efectiva garantía y protección de los Derechos Humanos17. Además de pro-
mover justicia procesal gracias al imperio de la ley, el Estado de Derecho aporta una
prima de legitimidad cargada de contenido moral por remitirse a determinados
principios de justicia que le conducen casi de modo natural a una teoría substan-

16
Sánchez-Cuenca, Ignacio, 1998, «Institucional Commitments and Democracy», Archives Europèennes de Sociologie,
XXIX: 78-109.
17
En los Pactos Internacionales de Derechos Humanos («Pactos de Nueva York») y Declaración Universal de los Derechos
Humanos de la ONU, que forman la llamada Carta Internacional de Derechos Humanos, se consagra un repertorio de derechos
civiles, políticos y sociales, la mayoría de los cuales aparecen recogidos en decenas de constituciones, declaraciones y tra-
tados internacionales..

62
LA DEMOCRACIA CONSTITUCIONAL COMO MODELO

tiva de los derechos18. Ésta comprende la protección de un sistema de libertades bási-


cas y derechos iguales para todos que claman por su realización y que son parte
esencial del ideal de la democracia y elemento constitutivo de su despliegue como
procedimiento. Hay una congruencia básica entre derechos, cuya protección pro-
curan las disposiciones constitucionales, y democracia.
En primer lugar, la dotación de derechos y libertades blinda a los particulares
frente a las intromisiones de un Estado excesiva o torcidamente paternalista, salvaguarda
un perímetro de su autonomía personal frente a interferencias de otros y prohíbe
que puedan ser compelidos a hacer determinadas cosas. En expresión feliz de
Garzón Valdés los derechos representan una suerte de «coto vedado» para el poder
político, incluido el de las mayorías19. Pero la protección de los derechos no agota
su alcance en la idea de permiso para hacer y prohibición de interferir. Otra dimen-
sión más comprensiva de los derechos, que una densa democracia constitucional
aspira a realizar, concibe los derechos, además de cómo fueros (entitlements), como
conjunto de capacidades que incluye: a) que las personas dispongan de oportuni-
dades diversas y relevantes por su valor; b) que puedan elegir razonable —con auto-
nomía moral y discernimiento para poder cribar las preferencias— y efectivamen-
te —pudiendo remover los obstáculos que interfieren negativamente su realización—;
c) y que logren funcionamientos valiosos en un sentido determinado20. Además,
los derechos tienen la consideración de bienes públicos, o lo que es lo mismo,
bienes disponibles para todos y sin que su disfrute por parte de unos exija la pri-
vación por parte de otros21. En suma, los derechos, al tiempo que blindan contra
la voluntad arbitraria de otros, aunque sean la mayoría, garantizan una circunstan-
cia vital digna y valiosa para afrontar las múltiples adversidades de la existencia en
comunidad.
Y para que esta dotación de derechos y libertades de los ciudadanos, base de la
seguridad y desarrollo de las personas así como del buen funcionamiento de la
democracia, tenga un alcance preciso y proteja de igual modo a todos, debe pro-
yectarse como un conjunto de derechos directamente ejercitables gracias a que
están «positivizados» jurídicamente en un tejido de leyes, un sistema de garantías

18
Dworkin, Ronald 1992, El imperio de la justicia, Barcelona, Gedisa.
19
Garzón Valdés, Ernesto, 1989, «Representación y Democracia, Doxa, n.º 6.
20
Sen, Amartya 2004, «Capabilities, Lists, and Public Reason: Continuing The Conversation», Feminist Economics, vol.
10/ 3: 77.
21
Mueller, Dennis C. 1993, Public choice II, Cambridge University Press: 11.

63
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

institucionales y procedimientos judiciales previamente establecidos y bien deter-


minados. Y si bien corresponde al soberano democrático ponerlos en vigor, su
desarrollo y disponibilidad efectiva no pueden estar al albur de los resultados de la
competición electoral ordinaria o de una incierta decisión judicial. Su aplicación,
disfrute y ejercicio dependerán, más bien, de cómo operen en su conjunto las ins-
tituciones y mecanismos del Estado de Derecho.

2.3. División, control y equilibrio de poderes

Un Estado de Derecho estructura las distintas funciones del poder estatal de


manera que resulte un poder distribuido y no concentrado. En él, sus distintos
elementos integrantes se controlan mutuamente (se vigilan, se supervisan, se
someten a escrutinio e incluso se regulan), operan como contrapeso unos de
otros y tienden a equilibrarse a fin de que ninguno sea tan fuerte como para
dominar a los demás (Holmes, 2003: 50). El Estado de Derecho se proyecta
como la figura moderna del viejo ideal republicano de «gobierno mixto»; o
como aplicación de aquella visión de Montesquieu según la cual «los poderes con-
trolan a los poderes y los intereses a los intereses». Un Estado de Derecho bien
plantado contribuye a que se extienda la «accountability horizontal», uno de esos
distintivos saludables de la democracia moderna que dificulta la formación de una
casta institucional que anteponga sus intereses corporativos y practique la colu-
sión. El Estado de Derecho complementa así esa dimensión pluralista de la
democracia que contribuye al arraigo de sociedades abiertas (Dahl, 1990). Ahora
bien, que el poder estatal esté dividido no implica control. En teoría, sus distintos
elementos integrantes podrían operar en paralelo, ejercer al margen unos de
otros sus respectivas funciones. Sin embargo el Estado de Derecho, además de
la independencia de unos poderes respecto de otros, regula una cierta interde-
pendencia en virtud de la cual se fiscalizan mutuamente por si en sus ejecuto-
rias se producen abusos de poder, pretensiones de dominio de unos sobre otros
o bien interferencias indebidas en sus funciones respectivas.
La expresión más primigenia de la división de poderes en un Estado de Derecho
radica en la existencia de un Poder judicial que oficia la jurisdicción en cualquie-
ra de sus expresiones de manera independiente e imparcial. Además de la función
primordial, antes comentada, de contribuir a hacer efectivos el imperio de la ley
y el derecho de los particulares a la justicia, el poder judicial ejerce el control judi-
cial de los actos del ejecutivo y el legislativo. Opera como custodio de la legalidad

64
LA DEMOCRACIA CONSTITUCIONAL COMO MODELO

de los actos del poder ejecutivo y, en su caso, legislativo. Vigila que no se pro-
duzcan abusos de sus prerrogativas o un ejercicio discrecional de ellas, que no se
alteren los bienes jurídicos consagrados en las leyes y pactos constituyentes, que se
cumpla lo preceptuado y se respetan los derechos individuales. El control judicial
funda su auctoritas en el valor deliberativo de sus razonamientos y en los fundamentos
epistémicos de sus decisiones; también la funda en que no está constreñido ni por
las presiones ni por la premura de un mandato representativo, lo que le otorga una
distancia y un horizonte temporal muy convenientes para el desempeño de sus
funciones.
¿Debe el control judicial extenderse hasta el punto de que los jueces ten-
gan el monopolio de la interpretación de las reglas constitucionales? No está
tan claro que la primacía y efectividad de la constitución deba descansar sobre
los jueces y que éstos tengan la competencia de aplicar directamente los prin-
cipios constitucionales22. De esta manera se les está otorgando a los jueces una
suerte de «poder constituyente informal» que ejercen cuando dirimen sobre
cuestiones constitucionales. La inquietante cita del juez Charles Evans Hughes
para describir el papel de la justicia constitucional —«la constitución es lo que
los jueces dicen que es…»— alimenta las reservas ante la figura de los «jueces guar-
dianes de la constitución» (Laporta, 2007: 148, 194). Por ese motivo en la tra-
dición continental europea tras la Segunda Guerra Mundial y gracias a la inspi-
ración de Kelsen se impuso que el control de constitucionalidad fuera un control
externo, semipolítico y semijurídico, ejercido por un Tribunal Constitucional
separado del sistema judicial. La existencia de una jurisdicción constitucional, decía
García Pelayo, culmina el proceso de desarrollo del Estado de Derecho23. Pero
la justicia constitucional no es más que un recurso prudencial con el que trata-
mos de proteger un haz de derechos morales y evitar riesgos de alteración del
núcleo básico del sistema democrático en la competición política.
Es un hecho que este mecanismo de protección añadido a la intangibilidad de
la constitución, restringe aún más el campo de acción del legislador y aumenta el
peligro de que el control de constitucionalidad con sus interpretaciones invada la
legítima esfera de la mayoría democrática24. A nuestro juicio, ni los jueces ni tam-

22
Dworkin, Ronal, 1992, «Law as interpretation», en Aarnio, Aulis y Donald N. MacCormick (eds.), Legal Reasoning,
vol. II, Aldershot, Dartmouth: 255-278.
23
García Pelayo, Manuel, 1986, El estado de partidos. Madrid: Alianza: 132.
24
Ruiz Miguel, Alfonso, 2004, «Constitucionalismo y Democracia», Isonomia, Revista de Teoría y Filosofía del Derecho
(México), nº 21: 51-84.

65
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

poco la jjurisdicción constitucional pueden ejercer de «legiferentes» suplantando


el papel del Parlamento. En todo caso, deben hacer de «legislador negativo» (Kelsen).
Su competencia debe limitarse a justificar la necesidad imperativa de una rectifi-
cación por parte de los representantes, impidiendo así con sus resoluciones que el
proceso democrático se haga indigno de la confianza depositada en él. Corresponde
a los representantes democráticos concretar positivamente los términos de esa rec-
tificación ordenada por el tribunal competente. En primera instancia el control
correspondería a la justicia constitucional, pero en último término al legislador
ordinario. De esta manera queda abierto el cauce de la revisión democrática de las
decisiones judiciales constitucionales y se satisface el criterio de que el poder de
decidir, en última instancia, descanse en quien tiene el poder de dictar la regla y
no en el quien la aplica25.
Finalmente y debido a la creciente complejidad, grado de tecnificación e inter-
dependencia de nuestras sociedades, ha ido creciendo en los últimos años una plé-
tora de instituciones destinadas a ejercer distintos controles sobre la mayoría de las
actividades de naturaleza pública y también sobre algunas otras de naturaleza pri-
vada si bien de interés público. Nos estamos refiriendo a ese conjunto de organis-
mos reguladores, arbitrales, consultivos, de supervisión y evaluación, encargados de
velar por el rigor jurídico y solvencia en aquellos campos de actividades sobre los
que cada una de estas instituciones tiene la competencia26. La eficacia de este tipo
de instituciones depende de si tienen un ámbito de actuación bien delimitado, sus
miembros ejercen su cometido con competencia técnica, independencia, neutra-
lidad, imparcialidad y transparencia y sus actuaciones están sometidas al pertinen-
te control judicial o administrativo.
Conviene alertar sobre ciertas desviaciones relacionadas con el recto funcio-
namiento de este aspecto del Estado de Derecho. De un lado, algunos dominios
del Estado de Derecho se están convirtiendo en una prolongación del campo de
la competición política ordinaria27, síntoma de una disfunción aún más grave a la

25
Waldron, Jeremy sostiene que la «última palabra» sobre el alcance de los derechos corresponde a los ciudadanos o
a sus representantes y no a un tribunal (Derechos y desacuerdos, 2005, cap. XI, Madrid, Marcial Pons).
26
Junta Electoral, Tribunal de Cuentas, Consejo de Estado, Comisiones Nacionales de la Competencia, del Mercado
de Valores y de la Energía, Agencia de Evaluación de Políticas Públicas…
27
Acostumbra a imputarse la «politización» del Estado de Derecho a que la composición de esos organismos —Consejo
del Poder Judicial, organismos reguladores, consultivos y demás agencias de control, asesoramiento o inspección— tiene
su origen en una decisión política, sea del gobierno o del Parlamento. Pero el problema no es quién nombra a sus com-
ponentes, sino para qué y por qué se les nombra: si para que ejerzan su competencia pericial de manera solvente e impar-
cial, o para que avalen con un dictamen las preferencias de sus patrocinadores políticos…

66
LA DEMOCRACIA CONSTITUCIONAL COMO MODELO

que asistimos sin demasiado escándalo. Se están consolidando en nuestras demo-


cracias procesos de ocupación de unos poderes por otros y de confusión entre ellos.
Ello desvitaliza la separación de poderes y favorece la aparición de fenómenos inde-
seables de colusión. De otro lado, organismos y agentes no electos que tienen
encomendados el control de legalidad actúan no pocas veces como un verdadero
«poder de veto», ya sea para mantener el statu quo político, ya sea para alterarlo,
distorsionando el funcionamiento normal de una democracia28. Así que, bien por-
que «se politiza la justicia» o bien porque «se judicializa la política», el Estado de Derecho
viene convirtiéndose en arma arrojadiza. Se subvierte así el desarrollo normal de
una competición política, alimentando un sectarismo rampante que ya comienza
a extenderse a otros ámbitos aparentemente menos «politizados» de la vida públi-
ca29. Ante este fenómeno preocupante, insistimos en que la apelación al Estado de
Derecho o a las prerrogativas constitucionales así como el llamado «activismo judi-
cial», no deben nunca servir para suplantar el papel de los representantes ni pue-
den convertirse en instrumentos que alteren las condiciones de la contienda
democrática.

3. REPRESENTACIÓN POLÍTICA Y PARTICIPACIÓN CIUDADANA

La solvencia de la participación ciudadana en una democracia constitucio-


nal depende, en buena medida, del funcionamiento de la representación polí-
tica. Ésta institucionaliza la relación entre los ciudadanos y los que han sido ele-
gidos para actuar en su nombre. No obstante desde hace tiempo nuestras
sociedades experimentan una crisis generalizada de la institución de la repre-
sentación política en tanto que vehículo privilegiado de la participación políti-
ca. A juicio de los más optimistas ello no supone una crisis de la participación
ciudadana; a lo sumo, una cierta diversificación generacional de los repertorios
de un activismo ciudadano que no cabe limitar a la participación electoral y
partidaria sino que abarca también a las acciones de protesta y al asociacionis-

28.
Agentes con poder de veto son aquellos cuyo acuerdo se requiere para promocionar o impedir cambios políticos.
De un lado están los agentes institucionales, quienes por imperativo legal o constitucional ejercen un poder en objetiva com-
petencia con otros poderes. De otro, los agentes «faccionales», aquellos cuyo poder de veto deriva de su condición de
miembro o sostén de una coalición gobernante mayoritaria (Tsebelis, George, 2002: Veto Players: How Polítical Institutions
Work, Princeton, Princeton University Press).
29
Maravall, José María, 2003, El control de los políticos, Madrid, Taurus, cap. 4.

67
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

mo civil30. Otros más escépticos, lejos de avizorar en el horizonte el adveni-


miento de una nueva clase cívica, constatan simplemente una evidente despo-
litización de la acción participativa, originada en buena medida por el funcio-
namiento deficitario de la representación política. A la baja productividad de
sus componentes institucionales y propiedades constitutivas cabe achacar, en
parte, el descrédito de las democracias.

3.1. Propiedades de la representación democrática

Aunque la disputa sobre la naturaleza y alcance de la representación política


dura ya varios siglos, puede considerarse, a estas alturas, que la expresión más ele-
mental pero también más insustituible de la representación democrática radica en
esa suerte de «delegación activa» que es, de un lado, la rendición periódica de cuen-
tas de los representantes y, de otro, el control y la fiscalización que sobre éstos ejer-
cen los representados. Se trata de una propiedad fundamental para el correcto fun-
cionamiento de la democracia y su corazón institucional. Se distingue porque
corresponde, en última instancia, a los representados individualmente determinar
quiénes están autorizados a decidir por ellos, sobre qué cosas y cómo. En un gobier-
no representativo de carácter democrático el poder y la vulnerabilidad de los de arri-
ba proceden de la voluntad y la palabra de los de abajo. Éstos, más que maximizar
sus preferencias, minimizan los riesgos de que un gobierno se comporte arbitraria
o despóticamente. De todas formas, la facultad de los representados de poder man-
tenerlos en sus puestos o removerlos empuja a los representantes a dar cuenta de
sus actos, a mostrarse más receptivos con las demandas de aquéllos y, en todo caso,
a procurar su bienestar o satisfacer sus intereses fundamentales. Es de esta manera
como en una democracia representativa alguien se ve a sí mismo como ciudada-
no y dota de cierta eficacia a su pretensión de ser escuchado31. Por tanto, cuantos
más dispositivos habilite el sistema para impedir los posibles abusos desde el poder
y cuantas más ventanas tenga para que los políticos se asomen a rendir cuentas de
su actuación permitiendo a los ciudadanos observar su comportamiento, mejor
para la democracia.

30
Morales, Laura, 2005: «¿Existe una crisis participativa? La evolución de la participación política y el asociacionis-
mo en España», Revista Española de Ciencia Política, n.º, 13: 51-87.
31
Pitkin, Hanna F. 1985, El concepto de representación, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales: 251.

68
LA DEMOCRACIA CONSTITUCIONAL COMO MODELO

En una democracia, el procedimiento por excelencia para controlar a los gobier-


nos son las elecciones. Por medio de los comicios, los ciudadanos tienen la posi-
bilidad de sancionar a aquellos gobiernos que han tenido una mala gestión y de
premiar a aquellos que lo han hecho bien, haciendo efectivo el principio de la res-
ponsabilidad política (accountability vertical). Pero no siempre los ciudadanos tie-
nen la posibilidad de discernir con claridad si los gobiernos están actuando de acuer-
do con sus intereses, y no siempre los gobiernos proporcionan la información
suficiente para que los ciudadanos puedan evaluar su actuación (Maravall y Sanchez-
Cuenca, 2008). De ahí que uno de los indicadores de una democracia valiosa sea
el funcionamiento de mecanismos destinados a que el poder se ejerza de forma
transparente y pública. Al tener que afrontar el juicio ciudadano en esas condi-
ciones de transparencia, los representantes y poderes públicos se ven impelido a
argumentar sus propuestas con las mejores razones disponibles a los ojos de sus
«mandantes» y a justificar de modo imparcial sus acciones u omisiones así como
sus resultados y consecuencias. En síntesis, una buena representación depende de
la efectividad de los mecanismos establecidos para disuadir el comportamiento
irresponsable de los gobiernos; pero también de los recursos y oportunidades a dis-
posición de los ciudadanos para hacer juicios informados sobre la acción de sus
representantes, condicionar la oferta de éstos y poder actuar en consecuencia pre-
miando o castigando sus iniciativas y su comportamiento sin ser coaccionados ni
manipulados32. Además, tales posibilidades de control en manos de los representa-
dos estimularían la «sensibilidad» de los representantes empujándoles a responder a
sus intereses públicos más urgentes.
Justamente la sensibilidad es la otra propiedad que se atribuye a la relación
representativa entre ciudadanos y políticos e implica que a la hora de tomar deci-
siones los representantes deben ser receptivos a las opiniones y deseos de los repre-
sentados (responsiveness). En consecuencia, un gobierno cabalmente representa-
tivo debe adoptar políticas e iniciativas congruentes con las señales que de distintas
maneras envían los electores o los ciudadanos en general. Tales señales se detectan
no sólo en las elecciones, sino a través de encuestas, campañas en los medios de
comunicación, movimientos asociativos, manifestaciones de protesta y demás for-
mas de movilización. Y aunque por lo general en la política moderna la tarea de
representar no se asocia a instrucciones vinculantes o a revocabilidad inmediata,

32
Maravall, Jose María, 1999: «Accountability and Manipulation», en Przeworski, A., Stokes, S y Manin, B eds.:
154-196.

69
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

hay quienes relacionan la sensibilidad con cierta idea de mandato. Desde este punto
de vista, los manifiestos y programas deberían tener el alcance de un contrato firme
que comprometa la acción ulterior del partido o coalición vencedora y permita a
los representados comprobar el grado de cumplimiento de las políticas y sus resul-
tados, así como evaluar la ejecutoria de los gobernantes (Stokes, 2001: cap. 6).
Cada una de las propiedades indicadas —responsabilidad, transparencia y sen-
sibilidad— alerta sobre distintos aspectos que hasta el presente han ido configu-
rando la representación política. En cualquier caso, el desempeño compatible de
los cometidos diversos de la representación entraña dificultades y contradiccio-
nes. Y es que no resulta fácil ser deferente con las demandas de las personas y al
mismo tiempo comportarse responsablemente en la acción de gobierno, ni con-
ciliar la independencia necesaria del representante, la receptividad hacia los inte-
reses del representado, la gobernabilidad, la transparencia absoluta y el control
desde abajo. A nadie se le escapa que, según se ponga el acento en uno u otro de
los aspectos reseñados, la relación representante/representado tendrá un sentido
y un alcance ético-político diferentes33. El ejercicio de la representación es, pues,
tarea no exenta de paradojas de la que sólo cabe esperar rendimientos parciales.
Así las cosas, un funcionamiento valioso de la representación democrática
sólo provendrá de una adecuada combinación de sus diversas propiedades: una
suerte de «sistema mixto» que concilie cierta independencia de acción del repre-
sentante con receptividad hacia las señales venidas de los representados, dispo-
sición a cumplir los compromisos electorales con comportamiento responsable
y sentido de la gobernabilidad en virtud del cual el gobernante se hace cargo
de sus iniciativas y no escamotea ni las razones de la elección ni el alcance de
sus consecuencias. En suma, la calidad de la democracia representativa está en
función de la mejora del arbitrio de los ciudadanos frente a los liderazgos con-
currentes (responsabilidad), del alcance de las demandas ciudadanas satisfechas
(sensibilidad) así como de quiénes sean sus partícipes y beneficiarios dada la lógi-
ca expansiva de sus valores, procedimientos y criterios redistributivos (inclusi-
vidad). El alcance normativo de la representación democrática así entendida se
aquilata, ante todo, atendiendo a los recursos y oportunidades disponibles en

33
Sobre las insuficiencias y contradicciones de la representación entendida como una suerte de adición de sensibili-
dad y mandato —responsiveness— en relación con las preferencias de los electores cf. Power, C. Binghaml, 2005, en «The
Chain of Responsiveness», en Diamond, Larry y Leonardo Morlino (eds.), Assessing the Quality of Democracy. Baltimore,
MD, Johns Hopkins: 62-76.

70
LA DEMOCRACIA CONSTITUCIONAL COMO MODELO

manos de los ciudadanos para dos logros capitales: de una parte, limitar la dis-
crecionalidad de los gobernantes y fiscalizar la ejecutoria de los representantes
con alguna intervención en la selección de los candidatos y mecanismos apro-
piados de seguimiento y control de su ejecutoria; de la otra, condicionar la ofer-
ta política y evaluar sus resultados, habilitando cauces que permitan a los ciudadanos
dar ciertas instrucciones a sus representantes y así obligarles a especificar mejor
su contrato, compromisos y tareas. Ello les da cauces y oportunidades de par-
ticipación, les permite elegir a los mejores, domeñar a los poderosos e influir
en los procesos de decisión relevantes ejerciendo un control prospectivo y no
sólo retrospectivo sobre los políticos y sus políticas34. Y finalmente, el buen
funcionamiento de la institución de la representación política tiene un carácter
educacional, en tanto que contribuye a refinar el juicio político de los ciudadanos;
en suma, proporciona fiabilidad a la democracia como régimen de la acción
colectiva incrementando la confianza y el grado de satisfacción de los ciudada-
nos con las instituciones democráticas y los resultados de su funcionamiento.
El que estas aspiraciones no se vean frustradas va a depender de que la competición
política satisfaga ciertas exigencias relacionadas con el pluralismo y el principio de
inclusión, y de que cumpla algunas condiciones básicas de igualdad. La oferta polí-
tica no debe reducirse a poder elegir entre personas, sino también entre distintos
programas que se correspondan con la pluralidad de intereses dignos de ser toma-
dos en consideración por razones de justicia y elementales consideraciones de
imparcialidad. Esto supone rebajar los costes de entrada en la competición políti-
ca a fin de que demandas y grupos de individuos por lo común excluidos puedan
acceder al palenque democrático, siendo, a la postre, los propios afectados quienes
estén en condiciones de ponderar y defender sus intereses relevantes de manera
coherente y sin sesgos que los distorsionen.

3.2. Las instituciones de la representación política en la «democracia


de partidos»

Las instituciones de referencia para desarrollar las propiedades de la represen-


tación democrática son el sistema electoral, el parlamento y los partidos políticos.

34
Manin, Bernard, Adan Przeworski y Susan Stokes, 1999: «Elections and Representation», en Przeworski, A., Stokes,
S y Manin, B eds.: 48-49.

71
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

Aunque históricamente el parlamento ha figurado en el imaginario político como


el lugar por antonomasia de la representación, el despliegue práctico de la demo-
cracia representativa ha hecho que desde comienzos del siglo pasado comenzaran
a cobrar más trascendencia los otros dos componentes institucionales de la repre-
sentación. La relevancia del sistema electoral en tanto que procedimiento regula-
dor de la intervención de los ciudadanos para designar sus representantes viene
determinada por los cometidos que tiene asignados: asegurar la igual repercusión
del voto de cada ciudadano y la responsabilidad de los representantes ante los repre-
sentados; favorecer la formación de mayorías estables de gobierno; facilitar la com-
petencia política y oportunidades para la alternancia; promocionar el pluralismo y
la representación de minorías al tiempo que los compromisos entre grupos étnicos,
religiosos o de otros rasgos identitarios muy acentuados. Sin embargo, y a pesar
de que buena parte de las instituciones claves de la democracia están, de una u otra
manera, conectadas con el mecanismo electoral, tampoco el sistema electoral ha
constituido la piedra angular de la democracia representativa. El juego electoral, sin
duda, refleja las patologías del sistema político, decanta los síntomas del malestar de
nuestras democracias. Cargamos, incluso, sobre las espaldas del sistema electoral lo
que debe imputarse a las condiciones políticas estructurales sobre las que la demo-
cracia representativa se ha venido levantando, particularmente su definitiva trans-
formación en una democracia de partidos, la tendencia sin freno de la actividad
política a la completa profesionalización o su dependencia de las exigencias del
mercado y la lógica mediática35. El hecho es que en el devenir histórico de la
democracia representativa tanto la función parlamentaria como el régimen electoral
experimentaron sucesivas mutaciones, muchas de las cuales han sido inducidas por
la transferencia en la práctica de los recursos y cometidos de las función represen-
tativa a los nuevos partidos de masa o a los viejos partidos remozados que inicia-
ron su carrera triunfal a comienzos del siglo XX hasta convertirse en lo principa-
les agentes sobre los que se asienta la democracia representativa.
Convertida en una «democracia de partidos» que compiten electoralmente
entre sí para definir quién gobierna y quién representa al pueblo, los partidos osten-
tan el monopolio de la representación en casi todas las democracias occidentales.
Pueden ser más abiertos ó más cerrados, con más democracia interna o con menos,

35
Equivocadamente se suele esperar demasiado de las reformas electorales, cuando los padecimientos de nuestras
democracias no remitirán con cambios recurrentes de las reglas electorales (el caso de Italia) que, a lo más, pueden valer
como muleta institucional de un proyecto más amplio de reforma democrática (Montero, José Ramón 2000: «Reformas
y panaceas del sistema electoral», Claves de Razón Práctica, n.º 99: 32-38).

72
LA DEMOCRACIA CONSTITUCIONAL COMO MODELO

más transparentes o menos transparentes, con contenido ideológico o sin ningún


programa conocido, pero ningún ciudadano alcanza la condición de representan-
te en nuestras democracias sin pertenecer o constituir un partido. El funciona-
miento de los partidos políticos constituye uno de los factores determinantes del
rendimiento de la democracia representativa36. La crisis de ésta va unida a la crisis
de los partidos. Y si bien la mayoría de los ciudadanos consideran que sin partidos
no puede haber democracia, su descrédito atraviesa todos los países. Se ha denun-
ciado la falta de variedad en la oferta, su desconexión absoluta con la sociedad que
representan o la ausencia de democracia interna y se ha relacionado la baja cali-
dad de los partidos políticos con la desafección política.
En nuestro país, tras casi cuarenta años de ausencia de organizaciones políti-
cas, la transición democrática optó por otorgar a los partidos políticos un papel
central en el entramado institucional, adoptando de esta forma el modelo de demo-
cracia de partidos que estaban desarrollando los países de su entorno. Bajo este
marco, los partidos en España se han constituido como los principales protagonis-
tas del juego democrático y representan un nexo crucial entre la política y la socie-
dad civil. Aunque, desde la transición, su legitimidad como principales agentes de
representación política no ha menguado, las actitudes de desconfianza y desafec-
ción hacia los mismos sí han ido, en cambio, en aumento. «Se ha extendido la idea
de que la política ha sido crecientemente controlada por oligarquías burocráticas, de
que los representantes han pasado a depender más de las maquinarias partidistas que
de los votantes, de que se ha implantado un fuerte clientelismo político y de que los
partidos carecen de democracia interna»37. En consecuencia, se imputa a la deficiente
ejecutoria de los partidos la desconfianza hacia las principales instituciones de repre-
sentación democrática, la falta de interés en la política y los escasos niveles de
participación.

4. DEMOCRACIA EN LA SOCIEDAD

Aunque el modelo de democracia constitucional se configura a partir de insti-


tuciones políticas, una sociedad civil robusta puede ayudar, y mucho, a un des-
arrollo adecuado de algunas de las propiedades capitales de este modelo de demo-

36
Vargas-Machuca, Ramón, 2008, «Representación» en Arteta, Aurelio, ed., El saber del ciudadano, Madrid, Alianza:168-
176.
37
José María Maravall, 1995, Los resultados de la democracia, Madrid, Alianza Editorial: 298.

73
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

cracia. Casi nadie discute este aserto, sobre todo tras los procesos de transición polí-
tica del último tercio del siglo XX en Europa del Sur y del Este, Latinoamérica o
Sudáfrica, ya sea por lo crucial del papel movilizador de la sociedad civil para el
éxitos de algunos de ellos o ya sea porque otros han embarrancado debido a la
ausencia de una pujante sociedad civil. La idea de sociedad civil expresa un tipo de
interacción que la diferencia del Estado y la economía. Sociedad civil, Estado y
economía se distinguen porque cada uno de estos dominios tiene una manera pro-
pia de coordinar la interacción social y promueven tipos de actividad diferentes. El
Estado ejerce un poder de supremacía legítima gracias al monopolio legal de la vio-
lencia para así garantizar seguridad y justicia. La economía, por medio de empresas
privadas y a través del mercado, procesa las demandas de los consumidores tratan-
do de satisfacerlas al tiempo que suministra bienes y servicios. El Estado regula el fun-
cionamiento básico de los mercados y ejerce un papel rector, supervisor y promo-
tor de ciertos procesos productivos. Condiciona los mercados, no los destruye. Por
su parte, la sociedad civil refleja la capacidad autoorganizativa que la vida en comu-
nidad es capaz de desarrollar a fin de satisfacer múltiples intereses colectivos.

4.1. «Democracia asociativa»

Los ciudadanos aprenden a participar, a corresponsabilizarse, a coordinar sus


acciones a partir de la discusión con otros en el seno de comunidades pequeñas en
las que desarrollan un interés por los asuntos colectivos. Participar en redes aso-
ciativas estimula la identificación mutua de los miembros de las asociaciones en
tanto comparten determinados sentimientos y valores, cultivan un sentido de per-
tenencia a algo cuya preservación precisa relaciones de confianza, obligaciones de
reciprocidad y cierta densidad moral38. Esta manera de implicarse en el proceso
social produce ganancias informativas, un trasiego de información «privilegiada» y
propia de la que carecen los otros. En nuestras sociedades altamente diferenciadas
la importancia del asocianismo aumenta exponencialmente39. Hoy en día, la per-

38
Dice Baurmann que la implicación asociativa conlleva la existencia de normas de equidad —cumplir los propios
deberes, asumir una parte justa de las cargas y rendir en pos de los objetivos comunes—, así como el establecimiento de
ciertos mecanismos de control que disuadan y prevengan las violaciones de las propias normas (Michael Baurmann, 1998,
El mercado de la virtud. Moral y responsabilidad social en la sociedad liberal, Barcelona, Gedisa, 105-106, 156).
39
El aumento de la complejidad en las sociedades desarrolladas y la diferenciación funcional y social que conlleva
asemejan a nuestras sociedades «más a una masa nerviosa que a una jerarquía ejecutiva» y las hace, desde el punto de vista
de la lógica de la acción colectiva, cada vez más «policéntricas» (Niklas Luhmann, 1993, Teoría política en el estado de bien-
estar. Madrid, Alianza).

74
LA DEMOCRACIA CONSTITUCIONAL COMO MODELO

tenencia a algún tipo de asociación constituye un modo casi necesario de aspirar


a la autorrealización. Así pues, la capacidad auto-organizativa representa, junto a
la regulación política y el funcionamiento de los mecanismos de mercado, un
recurso crucial para la reproducción estable y la capacidad de integración de dichas
sociedades en un contexto de transformaciones incesantes.
Muy especialmente, el potencial del asociacionismo se vincula a uno de los
pilares de la democracia: el pluralismo. Una democracia funciona sobre la base de
una pluralidad de grupos que reflejan el mapa de intereses divergentes y puntos de
vista relevantes de una sociedad y compiten entre sí tratando de convertir sus capa-
cidades organizativas en oportunidad de hacer oír sus respectivas voces, condicio-
nar la oferta política e influir en las decisiones de los gobiernos. Así lo vio Robert
Dahl en su seminal trabajo, Poliarquía, en el que desarrolla aquella idea de demo-
cracia que a la postre se impuso en el debate constituyente de los Padres Fundadores
de la república americana: una buena democracia es la que está formada por una
heterogeneidad de grupos con intereses divergentes que incluye a la mayor parte
de la población, impide la formación de mayorías tiránicas y osificadas y da lugar
a un poder repartido, controlado y, en consecuencia, limitado a fin de que ninguno
de ellos pueda dominar completamente a los otros (Dahl, 1990). Una senda aná-
loga tomó Tocqueville, para quien una vigorosa red asociativa que condense el
pluralismo de grupos desactiva la formación de una clase política endogámica con
interés primordial en su propia reproducción y fuerza a los políticos a defender el
interés de los votantes.
Es verdad que el mapa organizativo de una sociedad es una referencia a la hora
de calibrar el funcionamiento de su democracia. Pero también refleja sus asimetrías
de poder, de tal manera que no pocas veces los peor situados coinciden de hecho
con los menos organizados. La potencialidad democrática atribuible a una socie-
dad civil pujante representa una oportunidad, no un destino y depende de si ese
entramado asociativo tiene o no sesgo cívico. En concreto, el asociacionismo cívi-
co, que en buena medida se alimenta del trabajo voluntario, se distingue del estric-
tamente privado porque no busca exclusivamente el interés particular de sus miem-
bros. Sus actividades tienen un horizonte más amplio: presta un servicio comunitario
o trata de satisfacer una necesidad o interés colectivo específicos (de los vecinos, de
una ciudad, de un grupo afectado o sensible) y en sus distintas manifestaciones rei-
vindica, por lo común, causas en cuya defensa aporta razones con presunción de
justicia. Se diferencia también del activismo político, orientado a «politizar» cier-
tos aspectos y parcelas de la vida económica y social así como al control de los

75
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

recursos del poder estatal con cuyo concurso se aspira a dar cumplimiento a un
programa y sea vinculante, por medio de la ley, para el conjunto de la comunidad
(Young, 2002: 146-148). Más bien, el asociacionismo cívico tiende a limitar el
poder «sistémico» del Estado y el mundo económico.
Gracias a su mayor información, capacidad de coordinación y una más inten-
sa motivación para el activismo, las asociaciones cívicas encapsulan la participación
social, canalizan impulsos comunitarios e incluso aplican políticas públicas en sec-
tores como el sanitario, educativo, el de la atención a personas dependientes e
inmigrantes, en el campo de la cooperación internacional, muchas veces al mar-
gen del Estado pero cada vez más como colaborador imprescindible en la gestión
de lo público. Estas capacidades de las redes sociales, ya sea de autoorganización o
de alerta sobre posibles desviaciones, además de ser un nutriente de hábitos cívi-
cos, contribuyen a desarrollar lo que cabe denominar el espacio público de la socie-
dad civil40.
Hay que huir de una visión angelical del asociacionismo voluntario, al que ni
por principio ni para siempre acompaña el impulso ético o la inspiración democrática.
Las asociaciones cívicas no son inmunes a derivas viciosas como perder su sentido
originario y hacerse subalternas de otras pretensiones o cautivas de los intereses
endogámicos de sus oficiantes, defectos que solemos imputar la mayoría de las
veces a otras agencias de la interacción social, sobre todo, al mundo de la política
formal. Así pues, densidad asociativa no es igual a excelencia democrática41. El
potencial democrático de una rica vida asociativa, lejos de ser automático, depen-
de de la naturaleza, las prácticas y los contextos que distinguen y marcan la vida de
unas u otras organizaciones. Entre esos elementos que determinan la compleja
«ecología asociativa» no es el menos relevante el nexo Estado/asociaciones que
debe basarse en una relación fluida y equilibrada, sobre la base de la fortaleza, inde-
pendencia y colaboración mutua. La influencia sobre los procesos políticos de los
distintos poderes sociales, también de las distintas asociaciones, debe operar bajo con-
diciones de transparencia. Las relaciones de asociaciones y corporaciones con el
Estado deben justificarse en la «esfera pública» y basarse en la reputación acredita-
da por el capital social o cultural de aquéllas, en tanto gracias a éste prestan servi-

40
Cohen, Jean y Andrew Arato 2000, Sociedad civil y teoría política, México, F.C.E.
41
Encarnación, Omar G. 2003: The myth of civil society: social capital and democratic consolidation in Spain and Brazil,
Nueva York, Palgrave MacMillan.

76
LA DEMOCRACIA CONSTITUCIONAL COMO MODELO

cios a la comunidad y contribuyen al logro de bienes públicos y objetivos con-


gruentes con los valores democráticos.

Cuando se extrapola el alcance de las disfunciones de la democracia en las


instituciones políticas, se alienta la idea de que una buena democracia sólo es
factible en la sociedad civil como ámbito alternativo al Estado, hasta el punto de
atribuir a las asociaciones voluntarias la primacía en la promoción y gestión de
la democracia. Pero el que la participación voluntaria en organizaciones no guber-
namentales constituya un recurso importante para el desarrollo de hábitos demo-
cráticos no permite sentenciar el destino antipolítico o «impolítico» de la buena
democracia. El asociacionismo civil no puede suplir las funciones de una insti-
tucionalidad estatal regida por principios de justicia democrática. La dotación de
la autoridad del Estado, sus recursos de poder, su capacidad constrictiva y regu-
ladora, centralizadora y de coordinación, su propia escala y ámbito, en una pala-
bra, el potencial de eficacia y legitimidad de las instituciones políticas resultan al
respecto insustituibles. La dispersión y diversidad de asociaciones, el resultado
inevitablemente asimétrico de la agregación de iniciativas voluntarias de ciuda-
danos no pueden reemplazar la responsabilidad preeminente de la comunidad
política democrática —el Estado—. A la postre será la orientación más o menos
inclusiva y sensible a los requerimientos de la justicia democrática de la acción
del Estado la que determine el sentido de la interacción entre asociacionismo
cívico y comunidad política. Pero aun siendo ingente la responsabilidad del
Estado, tal cosa no justifica la demasía delegativa que suele acompañar a la acción
estatal y que tiende a desresponsabilizar a los ciudadanos. Sólo una sinergia coo-
perativa entre asociacionismo cívico y comunidad política dará como resultado
una politeya democrática valiosa.

4.2. Democracia como «contestación»

La democracia antes que gobierno representó un ideal de protesta, una forma


de resistencia al poder, si bien a veces con expectativas de reemplazarlo. Ya los
Levellers previnieron que frente al pueblo como gobernante había que preservar
al pueblo como sujeto gobernado frenando el poder del primero. Así que la demo-
cracia no sólo es el gobierno que se constituye gracias a la intervención del pue-
blo sino también la oposición que ejerce el pueblo contra las decisiones u omi-
siones de ese gobierno. La democracia como oposición, forma insustituible de la

77
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

participación política, permite encauzar el desfase real entre lo que aquélla debe
ser y lo que es de hecho. En lo que tiene de control crítico externo al poder polí-
tico y de desafío a sus inercias, las iniciativas de la democracia como contestación
han surgido en la esfera de «el mundo de la vida» en expresión de Habermas, se han
configurado originariamente en ese entramado complejo de asociaciones y movi-
mientos sociales que podemos caracterizar como «democracia en la sociedad civil».
Un tejido asociativo denso y diverso, dinámico y atento no sólo busca que los
gobiernos sean sensibles a sus iniciativas, sino que trata de mejorar los rendimien-
tos del control de los políticos: velan por el cumplimiento de las promesas electo-
rales y controlan el curso de las políticas que anuncian y acometen; vigilan para
que haya una redistribución justa de las influencias así como una gestión transpa-
rente y eficaz de los servicios públicos.
Ocurre que las democracias reales se desenvuelven en contextos de asimetrí-
as de poder y contradicen el principio de igual influencia política y sus expecta-
tivas de justicia universalizable, aspiraciones que explican su gran crédito moral.
Conviven con prácticas de exclusión social y política que afectan a ciertas cate-
gorías de personas y minorías a las que se discrimina o a las que simplemente se
ignora. Pues bien, han sido los movimientos cívicos los que primeramente han
reaccionado ante esta situación impulsando múltiples iniciativas para que voces e
intereses de otro modo preterido, es decir, «otras causas» y las causas de los «otros»,
comenzaran a ser escuchadas en público no tanto por su capacidad de presión o
influencia sino por la justicia de sus razones. Han evitado que estas reclamaciones
fueran «una voz que clama en el desierto» y han promovido foros de contesta-
ción, algunos de los cuales, lejos de ser una simple réplica de la acción opositora
de la competición política convencional, han superado el umbral de la irrelevan-
cia logrando que los gobiernos se sientan interpelados y más vulnerables42. Buena
parte de estas acciones opositoras surgidas en el seno de la sociedad civil han logra-
do eliminar barreras de «entrada» y una mejor integración de los «peor situados»
o los que padecen injustamente algún tipo de exclusión o merma de sus dere-
chos. Con ello no sólo ayudan a enriquecer el pluralismo, sino que orientan la
contestación hacia quienes ocupan el gobierno y los ámbitos de poder y no con-
tra los fundamentos del régimen político, lo que amortigua la desafección a la
democracia (Dahl, 1990).

42
Pettit, Philip 1999, «Contestatory democracy», en Shapiro y Hacker-Cordón Casiano:163-191.

78
LA DEMOCRACIA CONSTITUCIONAL COMO MODELO

4.3. La competencia cívica de los ciudadanos

Toda buena política requiere el cultivo de ciertas cualidades de carácter entre


los ciudadanos que los equipe adecuadamente para participar en el gobierno, para
controlarlo u oponerse a él. Si afloja la implicación de los ciudadanos y el efecto
contagio desmotiva a la mayoría, entonces los bienes públicos de una sociedad se
deterioran y sus patrones normativos pierden vigor. Como dijera Hart, la estabi-
lidad de una comunidad política y de su orden jurídico depende de que sus miem-
bros adopten un «punto de vista interno», una motivación «intrínseca» a sus prin-
cipios constitucionales, lo cual significa que tengan a estos principios como auténticas
pautas de su comportamiento y adquieran un compromiso libre pero leal y deci-
dido con las instituciones centrales instituidas para la creación de bienes públicos43.
La experiencia ha probado una y otra vez la correspondencia entre disposiciones
personales y rendimiento institucional. Es más, las disposiciones predominantes en
los individuos terminan siendo un indicador fiable del éxito o fracaso de los dise-
ños institucionales que se han tomado como referencia.
En su clásico libro La cultura cívica, Almond y Verba, recogiendo una tradición
que arranca en Aristóteles, insisten en que el buen funcionamiento de la demo-
cracia demanda un sentido de la responsabilidad pública no sólo en las elites polí-
ticas sino también en los ciudadanos44. En ese sentido es pura «quimera liberal»
aquello de que el buen funcionamiento de la democracia es un subproducto vir-
tuoso de «vicios privados» o un bien de todos que resulta de procurar el de cada
uno. Al contrario, para que las instituciones funcionen de manera estable y cohe-
rente los ciudadanos tienen que gobernar sus deseos, así como procurar su auto-
perfeccionamiento y el del orden social. El florecimiento de la democracia deman-
da una mínima coherencia afectiva junto con la adquisición de conocimientos y hábitos
que se correspondan con el ethos democrático. No pueden los ciudadanos aspirar
a una democracia valiosa y ser al mismo tiempo irresponsables, no respetar los
derechos de los otros o desentenderse de los bienes comunes. Lamentablemente,
nuestras sociedades no están proporcionando las cualidades de carácter que la vida
democrática requiere (deliberar, cooperar, responsabilizarse...) y, por tanto, las
pasiones de los ciudadanos demasiado a menudo se disocian de los valores demo-
cráticos y sus preferencias reales resultan exógenas a este régimen político.

43
Hart, Herbet. L. A. 1961, The concept of Law, Oxford University Press: 77 y ss.
44
Almond, Gabriel A. y Sidney Verba, 1963: The Civic Culture: Polítical Attitudes and Democracy in Five Nations,
Princeton, NJ: Princeton University Press: 3.

79
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

La competencia cívica —esa acertada combinación de motivaciones y dispo-


siciones entre las que están la obediencia y lealtad al marco legal e institucional, la
tolerancia, la capacidad crítica de los ciudadanos45— representa un ejercicio de
autocomprensión colectiva que permite a los ciudadanos calibrar hasta qué punto
las instituciones y el desempeño de sus principales actores políticos, incluido ellos
mismos, son congruentes con el modelo democrático y sus pautas. Estimula fun-
cionamientos valiosos ya que cuanto mayor es la competencia cívica, mayor es la
probabilidad de un aprovechamiento apropiado de las oportunidades institucio-
nales. La competencia cívica depende de diversos factores como la cultura domi-
nante en el seno de la cual tiene que desenvolverse así como de las políticas rela-
cionadas con el sistema educativo y el fomento del conocimiento, la cultura y la
opinión crítica. Depende también de que exista un buen sistema de normas, expre-
sión de principios y bienes políticos básicos suficientemente acreditados, con el
que hoy afortunadamente contamos gracias al modelo de democracia constitucio-
nal. Finalmente, la competencia cívica evidencia su rendimiento cuando los responsables
públicos y los ciudadanos en general se toman en serio ese sistema de normas, le
muestran su aprecio y subrayan su congruencia político-moral. Y es que no habrá
democracia valiosa sin demócratas convencidos y consecuentes.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

BLANCO, ROBERTO. 2005. Nacionalidades históricas y regiones sin historia. A propósito de la


obsesión puritana. Madrid: Alianza.
DAHL, ROBERT. 1990. La poliarquía: participación y oposición. Madrid: Tecnos.
HOLMES, STEPHEN. 2003. «Lineages of the Rule of Law». En Maravall, J. M. y Przeworski,
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LAPORTA, FRANCISCO. 2007. El imperio de la ley. Madrid: Trotta.
MARAVALL, JOSÉ MARÍA y SÁNCHEZ-CUENCA, IGNACIO. 2008. Controlling Governments.
Cambridge: Cambridge U. P.
O’DONNELL, GUILLERMO. 2004. «Accountability horizontal: la institucionalización legal
de la desconfianza política». Revista Española de Ciencia Política, 11: 11-31.

45
Mougan, Carlos, 2008, «Calidad de la democracia y virtudes cívicas» en R. del Águila, S. Escámez y J. Tudela
(eds.), Democracia, tolerancia y educación cívica. Madrid, Ediciones UAM: 49-63.

80
LA DEMOCRACIA CONSTITUCIONAL COMO MODELO

PETTIT, PHILIP. 1999. «Contestatory Democracy», en Shapiro, Ian y Casiano Hacker-


Cordón (eds.), Democracy’s Value: 163-19. Cambridge: Cambridge U. P.
P RZEWORSKI , A DAN , S TOKES , S USAN y B ERNARD M ANIN (eds.). 1999: Democracy,
Accountability and Representation. Cambridge: Cambridge U. .
STOKES, SUSAN. 2001. Mandates and Democracy: Neoliberalism by Surprise in Latin America.
Cambridge: Cambridge U. P.
SULEIMAN, EZRA. 2003. Dismantling Democratic States. Princeton: Princeton U. P.
YOUNG, IRIS M. 2002. Inclusion and Democracy. Nueva York: Oxford U. P.

81
UN APUNTE SOBRE LA POLIARQUÍA DE LA GLOBALIZACIÓN

Juan Ramón Capella


Universidad de Barcelona

Este homenaje es merecido por el propio trabajo intelectual de Fernando


Quesada, situado en la punta de los problemas de hoy, que ha investigado con
inteligencia y honestidad, y sobre todo con independencia. Fernando Quesada no
ha sido de los que rondan al poder y mendigan sus beneficios; esto, que no debe-
ría ser un mérito, lo es en los tiempos que corren. Y homenaje merecido, tam-
bién, por su capacidad para reunir la colaboración de los filósofos políticos de
España: creo que gracias a él muchas personas hemos podido coincidir en seminarios
y mesas redondas, y aprender los unos de los otros. Igualmente por impulsar la
estupenda Revista de filosofía política.

Presento aquí un esbozo de la cuestión sobre la que pretendo trabajar en los


próximos años, en forma meramente tentativa, sin pretensiones. No soy capaz de
aportar otra cosa.

PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

¿Se puede sostener el relato político moderno acerca de la democracia y la ciu-


dadanía en la época de la globalización?

¿Se puede seguir manteniendo la idea de que al obedecer a la ley el ciudada-


no no hace más que obedecerse a sí mismo en las condiciones limitadoras que
impone la vida en sociedad?

¿Se puede sostener aún la idea de un gobierno de leyes y no de personas?

¿Se puede afirmar la separación entre la esfera privada y la esfera pública?

¿Se puede sostener que en el plano de las duras realidades la democracia, a pesar
de la pretensión oficializada de la imposición de gobiernos democráticos en todo
el mundo, ha sido sustituida por algo a lo que podemos llamar poliarquía?

83
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

Y su corolario: es menester caracterizar la poliarquía para que podamos con-


traponernos a ella, y proponer en cambio ideales democrático-igualitarios reno-
vados, a la altura de los tiempos.

CONCEPCIÓN SUSTANTIVA O PROCEDIMENTAL DE LA


DEMOCRACIA

Recordaré el título, planteado en forma interrogativa, de un ya viejo libro de


S.Ch. Kolm, Las elecciones ¿son la democracia? (1977). Pues lo que se presenta hoy
en el pensamiento hegemónico como «democracia» es un conjunto de procedi-
mientos, de los cuales el más importante es el electoral, sobre la base del recono-
cimiento de derechos políticos (dejemos de momento de lado los derechos socia-
les) a la población, constituida así en demos, en ciudadanía.

Lo que obvia esta concepción procedimental de la democracia es, en primer lugar,


la formación de la cultura política de la población para que su revestimiento de
derechos políticos no sea una mera fórmula de contenido heterónomo, esto es,
impuesta —esa cultura política— por otros. También deja de lado que en una
época de migraciones una parte sustantiva de la población no se puede construir
como demos al estar vinculada la institucion jurídica de la ciudadanía a la nacio-
nalidad, y no a la vecindad. Dicho de otra manera: la población comprende o abar-
ca crecientemente metecos que no forman parte del pueblo, o «nación» en el sen-
tido no romántico de la palabra.

La concepción procedimental de la democracia mira para otro lado cuando se


trata de la democracia interna de las instituciones de mediación política, de los par-
tidos políticos, donde la promoción a los organismos dirigentes y la determina-
ción de sus políticas es fundamentalmente obra de los organismos dirigentes mis-
mos, sin que la base o demos de los partidos pueda hacer otra cosa que expresar
aquiescencia en lo fundamental. Las instituciones de mediación tienden a conver-
tirse, más que en los partidos de cuadros de que hablan los politólogos, en empre-
sas de servicios políticos, en intermediarios entre los poderes extrapolíticos (eco-
nómicos, militares, massmediáticos) y las instituciones públicas; pero no tanto —por
razones que veríamos si hubiera tiempo o espacio para ello— entre éstas y el empe-
queñecido demos enano contemporáneo.

84
UN APUNTE SOBRE LA POLIARQUÍA DE LA GLOBALIZACIÓN

La concepción procedimental de la democracia ignora las características de lo


que Bourdieu ha llamado el campo político, un terreno de juego desnivelado y
con abismos en los que queda sumergida la opinión llamada, con un expeditivo
totum revolutum, «antisistema», lo que entre otras consecuencias tiene la de que
la proporcionalidad entre voto y representación sea ficticia, con clausura del siste-
ma electoral y de financiación de los partidos sostenida por los operadores domi-
nantes en el campo; con vallas opuestas a la entrada de nuevos equipos; con difi-
cultades para desprofesionalizarse para los cuadros partidarios alternativos que logran
entrar en ese campo.
La concepción procedimental de la democracia ignora, en fin, la relativa deste-
rritorialización de la formación de las políticas esenciales practicadas en los tiempos
de la globalización, con la consiguiente limitación de la autonomía de los legisladores
estatal-nacionales. Nada como la crisis económica actual lo ha puesto tan clara-
mente de manifiesto. En Europa el poder financiero está imponiendo un recorte
substancial de los derechos sociales, y las instituciones políticas, sin considerar opcio-
nes distintas, acatan la ley material del poder económico y la convierten en ley jurí-
dica formal. Dicho de otro modo: las instituciones supuestamente representativas de
la voluntad general legislan todo lo contrario de lo que quiere la voluntad general.
En estas condiciones, la concepción procedimental de la democracia convier-
te en un insulto a la inteligencia hablar de cosas tales como patriotismo constitu-
cional (sobre todo si se tiene en cuenta que la constitución de referencia para quien
inventó esa expresión fue redactada, en lo esencial, por un teniente coronel del
ejército norteamericano en la zona alemana ocupada por éste1, fenómeno que
vemos casi calcado hoy en países desgraciados como Iraq o Afganistán).

1
La Ley Fundamental fue redactada por el Parlamentarischer Rat (Consejo Parlamentario), un órgano de 65 miem-
bros nombrados por los gobiernos de los once estados federados de la Alemania Occidental, a instrucción del mando mili-
tar de las zonas de ocupación estadounidense, británica y francesa. El 8 de mayo de 1949, el Parlamentarischer Rat apro-
bó la Ley Fundamental con mayoría absoluta (y las voces en contra del Partido Comunista, entre otros); el 12 de mayo fue
ratificada por los gobernadores militares y, los días siguientes, por los parlamentos de los estados federados.
En una sesión tumultuosa durante la noche del 19 al 20 de mayo de 1949, el parlamento de Baviera rechazó el pro-
yecto constitucional, exigiendo mayores competencias para los estados federados. Sin embargo, en la misma sesión, se
aprobó con una escasa mayoría que la Ley Fundamental también sería válida para Baviera en caso de que dos tercios de los
otros estados federados la ratificaran.
Desde 1949, la Ley Fundamental ha sido modificada unas sesenta veces. Las reformas más importantes fueron la rein-
troducción del servicio militar obligatorio y la creación de las Fuerzas Armadas Federales en 1956; la llamada Constitución
para el Caso de Emergencia con la posibilidad de restricciones de derechos civiles en el caso de guerra, aprobada en 1968
por la Gran Coalición.

85
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

Lo anterior no significa que una concepción sustantiva de la democracia pueda


ignorar los procedimientos. Éstos son esenciales. Ninguna institución democráti-
ca puede existir sin ellos. Pero dentro de esta esencialidad de los procedimientos,
hay que tomarse muy en serio la conclusión de C. Castoriadis: hay que inventar
nuevas instituciones, o instituciones nuevas, capaces de vehicular la democratiza-
ción en el presente.

LA DEMOCRATIZACIÓN COMO PROCESO

Me limitaré a recordar una propuesta del último Lukács a propósito de la demo-


cracia: conviene verla en forma histórica, sustantivándola si acaso como un proceso,
el proceso de democratización social. Este modo de ver nos evita considerar pura y
simplemente democráticos sistemas políticos que negaban —o niegan— a las muje-
res la participación política, pero permite diferenciarlos de los que la niegan a todos.

Esa manera procesal de contemplar la democracia nos evita darla por sentada.
Permite comprender tanto sus avances como sus retrocesos. Y también que pue-
dan producirse simultáneamente avances y retrocesos respecto de la democratiza-
ción en aspectos distintos de un proceso social complejo.

La democratización como proceso permite contemplar los avances de la igual-


dad. Así, permite ver que a pesar de la involución de la democratización política
se han dado pasos sociales en el sentido de la democratización social, como el pro-
ducido por el movimiento feminista y en general antisexista que ha logrado liqui-
dar algunas de las discriminaciones legales y en cierta medida las discriminaciones
sociales en razón del sexo o de las orientaciones sexuales. Y también permite ver
que el universo de los derechos sociales, pese a estar gravemente amenazado cuan-
do menos por el dumping social de la producción globalizada, y progresivamen-
te restringido, no sigue exactamente los pasos de la involución política.

LA CONCEPCIÓN SUSTANTIVA DE LA DEMOCRATIZACIÓN

Desde un punto de vista sustantivo la democratización se concibe como distribución


del poder entre el pueblo. Es lo contrario de la concentración del poder en la
sociedad.

86
UN APUNTE SOBRE LA POLIARQUÍA DE LA GLOBALIZACIÓN

En términos estatal-nacionales el siglo XX, contempló dos grandes sistemas de


concentración del poder: el nazi y el estaliniano. El primero supo subordinarse ente-
ramente a sí mismo el poder económico e inició la primera gran experiencia de
hegemonía cultural desde el poder estatal. El segundo concentró todas las especies
de poder. Fueron sin embargo poderes «no globales». En el siglo XXI, el poder se
ha globalizado. Nunca tanto se ha concentrado en tan pocas manos, en la simbio-
sis de poder económico, militar-industrial, cultural y político. Por citar a Luis García
Montero —pues los poetas y en general los artistas siempre han anticipado lo que
el saber científico-social explica post festum—, «ha sido el capitalismo el que le ha
dado el tiro de gracia al viejo sueño democrático» (diario Público, 4 de abril, 2010).

No es posible analizar aquí la historia del progresivo debilitamiento del ideal demo-
crático a partir de las contingencias de la guerra fría y luego del auge del neolibe-
ralismo y de la última globalización. Pero habrá que hacerlo para desvelar los meca-
nismos concretos, la microfísica si se quiere decir así, por lo que el proceso de
democratización se ha invertido hasta convertirse en su contrario.

A estas alturas es preciso reafirmar la temprana percepción del joven Marx (los
artículos de los Anuarios franco-alemanes) según la cual la igualdad social es el fun-
damento de la democratización. No parece posible que la vieja aspiración a la
democracia pueda resurgir entre las gentes si no se producen avances en el terre-
no de la igualdad, de la igualación social de los seres humanos. Éste será sin duda
el terreno de la pugna necesaria para escapar a la cacotopía social, a la antiutopía
si se quiere, que dibuja con precisión creciente el modelo de poder globalizado
contemporáneo.

LA POLIARQUÍA

Señalaré a continuación algunos aspectos que caracterizan lo que denomino


poliarquía. Aproximémonos a la noción de poliarquía:

Como detallaré más adelante, el poder, en el mundo globalizado, se ha trans-


formado, al concentrarse sus diversos aspectos: poder político, poder económico,
poder cultural, poder militar.

87
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

EN LA ESFERA PRIVADA

Simplificando mucho, cabe decir que, en el ámbito de lo no público, la insti-


tución característica de la modernidad es la empresa, y que la combinación de
medios materiales y humanos con finalidades productivas mediadoras del lucro
privado ha asumido, para los aspectos centrales o básicos de la producción, la forma
jurídica de la sociedad por acciones.

Las legislaciones establecen para el gobierno de éstas una democracia de los


propietarios, en la forma de una asamblea o junta general de accionistas que dele-
ga en consejos de administración a los que corresponde adoptar las decisiones fun-
damentales y designar a los encargados de llevarlas a la práctica. Sin embargo las gran-
des concentraciones de capital de las empresas multinacionales contemporáneas
escapan por completo a estas previsiones legislativas.

El control empresarial efectivo está en manos de minorías accionariales muy


pequeñas capaces de imponerse a una mayoría de capital que se halla accionarial-
mente en estado disperso: de empresas menores interesadas, de fondos de inversión
e instituciones parecidas, de grandes o pequeños accionistas particulares. El mino-
ritario grupo de control (o núcleo duro de los consejos de administración) absor-
be en sí, de hecho, los derechos políticos del accionariado. Y los cambios en los gru-
pos de control sólo pueden efectuarlos otras empresas, esto es, los grupos de control
de otras empresas, mediante operaciones bursátiles masivas como las OPA (a menu-
do con intervención del poder político por debajo de la mesa). En el período ante-
rior a la crisis económica actual hemos asistido a una auténtica orgía de OPAS
mediante las cuales se alteraba, concentrándose, el capital productivo y el finan-
ciero, al objeto de afianzar su presencia en los mercados y en las cadenas produc-
tivas internacionalizadas. Y, en la etapa de la crisis, a una reorganización de los
capitales: primero, porque hay empresas que quedan sin posibilidades y son absor-
bidas, y, segundo, porque el volumen de capital hace posible aguantar mejor las caí-
das de ventas y la morosidad.

Para nuestro discurso, lo substancial de todo esto es que los derechos políticos
—los derechos de dirección y control empresarial— de los accionistas quedan
reducidos a la posibilidad de comprar o vender participaciones, esto es, a nada. En
la esfera empresarial la democracia de los propietarios ha muerto. Manda el núcleo
duro de los consejos de administración. De responsabilidad inexigible.

88
UN APUNTE SOBRE LA POLIARQUÍA DE LA GLOBALIZACIÓN

EL ABISMO ENTRE FINANCIACIÓN Y PRODUCCIÓN

Eso tiene consecuencias en la forma de un divorcio, de un abismo, entre lucro


y producción. O entre el lado financiero de las grandes empresas y su lado productivo.
La producción sigue siendo inevitable condición del lucro, pero sólo en general.
En concreto es posible obtener lucro incluso en condiciones de decisiones de
inversión erróneas, de producción decreciente, de difusión de humo informativo
y de balances falseados (por no hablar de los artificios financieros de la etapa neo-
liberal pura, hasta la crisis y nuevamente en ella). Como el objetivo de la inversión
de capital es el lucro, y la producción un mero medio para el lucro, y ahora en
realidad para el lucro del núcleo duro de la dirección empresarial, la racionalidad
de la producción deja de estar asegurada. En general, por mencionar una de las
consecuencias del déficit de racionalidad de la producción señalaré la problemáti-
ca ecológica creada por la producción contemporánea (por no hablar de la cues-
tión ínsita en el modo capitalista de producir: la explotación relativa de los traba-
jadores, el que la mayoría de la humanidad viva para producir en vez de producir
para vivir). El mayor lucro y el menor riesgo para el capital —por contar con
garantías de las instituciones públicas— se obtiene fundamentalmente, hoy, de las
industrias de la muerte: de las industrias de guerra y servicios bélicos

EL NUEVO PODER CULTURAL Y DE FORMACIÓN DE OPINIÓN

Publicitar los productos es una necesidad de la producción masiva de bienes


que empezó a manifestarse en el siglo XIX. Hoy, el desarrollo de la actividad publi-
citaria ha generado una nueva rama industrial: la de la industria publicitaria o mass-
mediática. Que se ha desarrollado hasta convertirse en una verdadera industria de
producción de sentimientos de carencia, o necesidades, entre la población. Esta
industria se ha apropiado de los medios de comunicación de masas, y los grupos empre-
sariales en este campo tienden a configurar un oligopolio, con sus OPAs, etc.,
como en cualquier otro tipo de empresa capitalista. Incluso los media públicos no
abiertos aparentemente a la publicidad lo están de hecho, al identificarse con los mode-
los culturales impuestos. Cuando existe opinión pública autónoma, suele estar en
estado de división y desorientación política.
La ocupación del espacio comunicativo, con la relativa salvedad de internet,
ha suscitado la práctica ostracitación de la disidencia del espacio público. La formación
de la llamada opinión pública se realiza en lo substancial entre los límites deter-

89
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

minados por esta industria. Los propios periodistas se mueven en sus empresas en
un estrecho callejón cuyas paredes determinan lo aceptable. La titularidad de la
libertad de expresión ha pasado a ser esencialmente de las empresas (incluso lo tie-
nen jurídicamente reconocido).

Aunque la opinión pública no ha dejado de existir enteramente, el nuevo poder


cultural publicitario ha hecho inconcebibles para la mayoría de las poblaciones
otros modos de vida —y otros estilos de vida— que los existentes. Los grandes
modelos culturales resultan inatacables. La caricatura de democracia que vivimos,
la caricatura de la ciudadanía, son mostradas en el relato massmediático como
democracia y ciudadanía verdaderas.

DEL DEMOS A LA PLEBS

La involución afecta también al demos. Éste no se constituye solamente por


tener derechos, sino por poseer una cultura política democrática («derechos polí-
ticos» los hay en muchos estados africanos y de la antigua URSS nada democráti-
cos). Esta cultura está disminuida por la imposición heterónoma de los modelos
culturales massmediáticos. Pero también por la debilidad de los derechos y liber-
tades, que no pueden llevar las hipotéticas tomas de consciencia de la ciudadanía
a los centros de poder contemporáneos. El demos es crecientemente sustituido
por algo que se puede denominar la plebs (en el sentido de ausencia de organici-
dad política de la población, distanciada de lo político porque le ha sido arrebata-
do o no lo alcanza) En la hipotesis de que alguna vez haya podido llegar la volun-
tad de la ciudadanía hasta el núcleo del Estado, hoy el núcleo del verdadero poder
ya no se concentra en éste. Las políticas ecológicas, económicas, militares e inclu-
so las educativas quedan determinadas hoy por organismos metaestatales.

LA POLIARQUÍA: SOBERANO DIFUSO Y GOBERNANCIA

El poder, en el mundo globalizado, se ha transformado, al concentrarse sus


diversos aspectos: poder político, poder económico, poder cultural, poder militar.

90
UN APUNTE SOBRE LA POLIARQUÍA DE LA GLOBALIZACIÓN

LA GLOBALIZACIÓN HA CREADO UNA RED DE NUEVAS


INSTITUCIONES DE PODER

Algunas son públicas y dependientes de Naciones Unidas: el Fondo Monetario


Internacional y el Banco Mundial (que ya existían desde 1948). Otras son públi-
cas —de los gobiernos— como los diferentes «Ges»: el G7, el G20; las institucio-
nes ligadas a los Tratados de Libre Comercio.
Otras instituciones son públicas pluriestatales, como la propia Unión Europea,
o bien se trata de las llamadas «instituciones independientes» —ejemplo: el Banco
Central Europeo— que no tiene que responder ante nadie.
En el ámbito privado, pero de relevancia general, hay que mencionar las ins-
tituciones normativas privadas, como el Comité de Basilea, de regulación banca-
ria y financiera; hay comités análogos, siempre privados, que establecen normati-
vas sobre otros aspectos de las finanzas: sobre las garantías exigibles, sobre la
contabilidad. Estas instituciones funcionan como un poder legislativo privado que
toma sus decisiones por el consenso de sus miembros pero que afectan a las vidas
de todos. Cuando conviene —como en los años anteriores al estallido de la crisis—
las empresas se saltan sus propias normas.
A ellas se debe añadir las instituciones privadas de lex mercatoria establecidas
en los diferentes ámbitos industriales.
En el ámbito cultural, ha sido ya mencionada la concentración de poder en
núcleos empresariales multinacionales, conocidos por su denominación o por sus
principales dirigentes: Televisa, Murdoch, Berlusconi.., o, en España, los grupos Planeta,
Prisa y Zeta, asociados a los núcleos multinacionales.
En el ámbito político-militar, es decisivo el poder de los Estados Unidos, con
bases geoestratégicamente situadas en los puntos clave del planeta, principalmen-
te en torno a las fuentes de energía actual y futura y a sus vías de transporte, unido
al de sus aliados subalternos (Otan, etc.). Una parte de la política se ha vuelto opaca
por la desmesurada dimensión adquirida por los servicios secretos de algunas poten-
cias o incluso de estados menores.
Todo ello permite hablar hoy de un soberano difuso supraestatal —al que me
he referido reiteradamente en otros lugares—, superpuesto y sobrepuesto a la ins-
tituciones políticas estatal-»nacionales». Éstas deben inclinarse ante el soberano
difuso, que es a lo que prefiero denominar ahora régimen poliárquico.

91
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

El poder de algunos elementos de la poliarquía es tal, sobre todo el de sus legis-


ladores privados, que es capaz de incidir sobre el de otros elementos suyos. Así, el
complejo militar-industrial norteamericano ha modelado la línea política exterior
general de la propia presidencia norteamericana, sea quien sea quien la detente, y
determinado directamente algunas de sus iniciativas concretas. Los ejemplos pue-
den ser innumerables, afectando en lo substancial a modos de instrumentar la acción
militar (con servicios privatizados), y sobre todo en el ámbito de las políticas indus-
triales que se refieren a la producción químico-farmacéutica, a la informática, y
en relación con las políticas medio-ambientales.

LA POLIARQUÍA DE LA GLOBALIZACIÓN ES INAFERRABLE HOY

No hay poder judicial para la poliarquía. Porque está asociada a la globalización,


esto es, a la deslocalización. Y la idea de magistratura va asociada a la territorialidad.
Parecen necesarias instituciones democráticas globales (y por eso nuevas): una
organización mundial de las naciones más representativa y más efectivamente nor-
mativa.
El discurso legitimador de la poliarquía es el de la eficacia. Se reconoce el carác-
ter no democrático de este poder, pero su eficacia —en el sentido de la necesidad
de intervención urgente, etc.— se antepone a cualquier otra consideración.

LA GOVERNANCE O GOBERNANCIA

Con un nombre nuevo se designa en realidad un renovado marketing políti-


co: un conjunto de técnicas para imponer decisiones a las poblaciones por organismos
no democráticos.

CONCLUSIÓN

La conclusión no puede ser en este caso otra cosa que el replanteamiento de los
problemas inicialmente planteados, ahora justificado. En particular:
¿Se puede sostener el relato político moderno acerca de la democracia y la ciu-
dadanía en la época de la globalización?

92
UN APUNTE SOBRE LA POLIARQUÍA DE LA GLOBALIZACIÓN

¿Se puede seguir manteniendo la idea de que al obedecer a la ley el ciudada-


no no hace más que obedecerse a sí mismo en las condiciones limitadoras que
impone la vida en sociedad?
¿Se puede sostener aún la idea de un gobierno de leyes y no de personas?
¿Se puede afirmar la separación entre la esfera privada y la esfera pública?

93
PROBLEMAS DE LA GLOBALIZACIÓN
INTERPRETACIÓN Y CRÍTICA DEMOCRÁTICA DE LA DOMINACIÓN

Bernat Riutort
Universitat de les Illes Balears

Quisiera agradecer al Departamento de Filosofía y Filosofía Moral y Política de la


UNED y al profesor y amigo Antonio G. Santesmases la organización de este homenaje
a la figura y a la persona de Fernando Quesada Castro.

APUNTE HISTÓRICO

Conocí al profesor Quesada al final de los años ochenta cuando dirigía el


Instituto de Filosofía Política del CSIC. En aquel entonces, con el derroche de
entusiasmo que le caracteriza, Fernando andaba muy atareado en la organización
de debates y seminarios en el citado Instituto sobre «la transición española», sobre
el concepto y la realidad de la democracia y en torno a la reflexión crítica del lugar
y del papel de la Filosofía Política. El profesor Albert Saoner y quien escribe (pro-
fesores de la UIB) al establecer contacto con Fernando tuvimos de inmediato las
puertas abiertas para participar en la viva discusión que llevaban a cabo y entrar en
la red de interacción del colectivo de colegas que allí confluían provenientes de
diversas universidades españolas. Pasar a formar parte de este ámbito de reflexión
y amistad resultó altamente gratificante para el que fuera maestro y amigo Albert
Saoner y decisivo para mí trayectoria intelectual y personal. Más tarde, en este teji-
do de amistad, confianza y debate laboriosamente tramado por Fernando la siguien-
te generación de Filosofía Política de la UIB representada por Joaquim Valdivielso
encontró apoyo y acomodo, de manera que es para nosotros un motivo de satis-
facción y un honor participar en este acto de homenaje.
Al comenzar los años noventa, estimulados por la iniciativa, el empuje y la
visión de Fernando, el colectivo de profesores/as de Filosofía nucleados en los
encuentros del Instituto de Filosofía se implicó en un proyecto intelectual y aca-
démico de alcance; la construcción en la universidad española de un lugar para la
Filosofía Política, contribuyendo de manera destacada a impulsar su espacio dis-
cursivo y académico; y la formación a partir del citado colectivo de profesores/as

97
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

españoles/as y de otro colectivo de profesores/as mexicanos/as de un foro ibero-


americano de Filosofía Política, plasmado, en primer lugar, en los encuentros mexi-
cano-españoles de Filosofía Política y en la fundación e institucionalización de la
Revista Internacional de Filosofía Política de la que Fernando ha sido director
hasta ahora y, posteriormente, fundando y promoviendo los Simposios Iberoamericanos
de Filosofía Política que se vienen realizando desde entonces. Por otra parte, con
el propósito de fomentar el debate filosófico-político, Fernando ha editado y par-
ticipado en numerosos libros colectivos a los que subyace un compromiso críti-
co-discursivo con la realidad social y política, contrastando favorablemente con
otros proyectos editoriales afectados por las modas académicas y por la compla-
cencia con los ideas hegemónicas.

APUNTE INTELECTUAL

Si existe un tema en el que Fernando Quesada ha desarrollado una reflexión pers-


picaz, profunda y crítica desde múltiples perspectivas, tomándolo y retomándolo
de manera recurrente es el que da título a uno de sus libros recientes, «sendas de la
democracia». Su complejo pensamiento filosófico, político, histórico, antropológi-
co y social compone un mosaico que integra una reflexión hermenéutico-crítica
y reconstructiva de las sendas de la democracia. El compromiso intelectual, moral
y político, con la comprensión-realización práctica del sentido de la democracia
atraviesa su interpretación de la Filosofía Política, razón por la que crítica incan-
sablemente sus distorsiones, manipulaciones, incumplimientos y negaciones.
Para Fernando Quesada la democracia no puede ni debe ser reducida a instru-
mento institucional de dominio de unas elites que se turnan en el gobierno, ni a
la plasmación consensual de la voluntad colectiva de una comunidad prepolítica,
o a la resultante de «equilibrios razonables liberales» que configura un ámbito ins-
titucional de toma de decisiones, tampoco a un procedimiento técnico-institu-
cional legitimado encaminado a la «gobernanza» colectiva, menos aún a la gestión
institucional de lo que resta una vez las «supuestas» eficientes relaciones capitalis-
tas de mercado han colonizado la mayoría de las interacciones sociales, ni siquie-
ra a un bello ideal de gobierno destinado a permanecer en la esfera dialógico-con-
trafáctica.
Para Fernando —sugerimos— en una democracia los ciudadanos de una socie-
dad plural, constreñidos por las necesidades, las limitaciones, las desigualdades,

98
INTERPRETACIÓN Y CRÍTICA DEMOCRÁTICA DE LA DOMINACIÓN

injusticias y poderes, son los interpretes de sus propias necesidades, instituciones,


problemas, identidades, voluntades y deseos, de manera falible, pública y abierta a
nuevas posibilidades. La libertad de los ciudadanos se desarrolla en la práctica en los
contextos sociales, institucionales y normativos democráticos, no los precede. La
democracia es el ejercicio de la capacidad hermeneutico-crítica de los sujetos de la
sociedad democrática, los ciudadanos, es esta capacidad en desarrollo la que igua-
la a los ciudadanos y confiere a la democracia su sentido emancipador. La demo-
cracia es una institución social y política-moral con una compleja historia de con-
tradicciones, conflictos, avances, retrocesos, luchas, acuerdos, afanes, desmanes,
intereses y necesidades, historia en la que se han cuestionado, se cuestionan y se cues-
tionarán en el espacio público deliberativo las relaciones de dominación instituí-
das. Es en el curso del proceso de cuestionamiento público-deliberativo en el que
se desvelan y critican los desiguales poderes institucionalizados y naturalizados en
el que se genera el nuevo sentido moral y político secular compartido configura-
dor del imaginario político democrático.

Creemos que por elaborado que esté el pensamiento de Fernando es un pen-


samiento en construcción que resiste la sistematización. Su voluntad de com-
prender y de críticar la desigualdad, la dominación, la injusticia y la falsa con-
ciencia donde pervive, donde cristaliza o donde se forma, tiene una intención
práctica moral y política que confluye con su profundo trabajo hermenéutico-
crítico, con su penetrante ilustración histórica, con su esfuerzo por el análisis del
presente y con el sentido de apertura al futuro. Al modo marxiano, el concepto
riguroso, la crítica del discurso, la teoría de la historia, el diagnóstico de la época
y el analisis concreto, forman un material que mantiene y aviva la tensión refle-
xiva. En Fernando destaca la permanente y falible puesta al día de sus análisis sobre
la cambiante realidad económica, social y política en los que filosofía política, his-
toria del pensamiento, ciencia social y hermenéutica-crítica se anudan en un dis-
curso siempre polémico del que nutre sus aportaciones sobre la base de un impro-
bo trabajo de documentación crítica del asunto objeto de reflexión crítica. De
esta manera su pensamiento es emplazado por el cambio histórico y por los nue-
vos elementos que constantemente surgen a revisarse y actualizarse, reinterpre-
tando y matizando su diagnóstico de la época en el que adquieren significación y
sentido los conceptos y discursos puestos en juego.

Sin animo de interpretar el complejo pensamiento de Fernando que abarca


estas y muchas otras dimensiones que para hacer justicia al interés y la profundidad
de su trabajo filosófico no podemos ni siquiera mencionar, en estos breves apun-

99
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

tes traemos a colación las anteriores estilizaciones sobre la democracia y la forma


de abordar la taréa de la Filosofía Política para emmarcar e inspirar el sentido del
tercer apunte sobre una urgente «tarea del presente», reflexión que, por otra parte,
es responsabilidad de quien escribe.

APUNTE SOBRE UNA TAREA PARA EL PRESENTE

Desde la década de los ochenta hasta ahora el discurso económico hegemóni-


co entre el establishment académico, mediático, empresarial y político, la síntesis
neoclásica en la versión de la filosofía económica neoliberal, ha focalizado su aten-
ción en los asuntos considerados relevantes; la globalización de los mercados; la
«flexibilidad» de los factores; la «utilidad» del cálculo económico aplicado a las rela-
ciones sociales; el crecimiento inducido por la economía del conocimiento; la
«figura» del emprendedor que «asume riesgos»; la rentabilidad de los mercados des-
regulados; la «bondad» para la economía local, nacional o regional de la inversión
corporativa; la «virtud» de la elite financiera que disfruta de libertad inversora; la «exce-
lencia» de los derechos de la propiedad intelectual; la «necesidad» de adaptación
del Estado a la globalización y asuntos por el estilo. Mientras las otras voces que no
se adaptan a los intereses del establishment procedentes de amplios sectores y sen-
sibilidades sociales —que en otros tiempos elaboraron otras concepciones y para-
digmas económicos y políticos— fueron y son acalladas no sin resistencia por diver-
sos y contundentes medios, there is no alternative.

Los graves problemas de solvencia generados por el impago de las hipotecas


subprime en Estados Unidos, la supercrisis financiera que desencadenó y las con-
secuencias de la misma en la economía real, han sumido a los centros del capita-
lismo en una «gran recesión» que, según creían los partidarios del paradigma hege-
mónico, era cosa del pasado. En tal circunstancia, ha vuelto el debate sobre la
intervención del Estado y el keynesianismo. No obstante, los análisis y propuestas
realizados desde los pináculos de poder empresarial, político, mediático y académico
no conducen a cuestionar el ultra falseado paradigma neoclásico-neoliberal. Pasada
la alarma de la primera hora sobre la capacidad del sistema financiero de superar la
bancarrota que llevó a las elites hegemónicas a aceptar políticas de fuerte estímu-
lo público de inspiración keynesiana, ahora, para enfrentar el que consideran «gran
peligro», la deuda pública, retornan a las creencias hegemónicas que nunca aban-

100
INTERPRETACIÓN Y CRÍTICA DEMOCRÁTICA DE LA DOMINACIÓN

donaron, así como a las terapias de choque aplicadas antaño en áreas del planeta sobre
la base de duros y antisociales programas de estabilización.

La teoría neoclásica en la versión neoliberal vuelve a campar por sus fueros


como si la crisis fuese ajena a sus creencias en los idealizados mercados autorregu-
lados, a los intereses financiero-corporativos que subyacen a estas creencias y a los
diagnósticos y terapias recetadas e impuestas a las debilitadas sociedades de muchas
partes del mundo, con nefastas consecuencias sociales para sus numerosas víctimas.

Si consideramos críticamente los supuestos idealizados, los intereses afines a los


mismos y las consecuencias prácticas derivadas de ellos, en lugar del panglosiano reino
de armonía y el crecimiento presentado como «el mejor de los mundos posibles»,
resultado de los mercados libres y de la acción de sus agentes «optimizadores»,
emerge la parte encubierta por este lenguaje neutralizado y naturalizado, desta-
cando que la teoría de los mercados globales autorregulados y la eficiencia econó-
mica ignora intencionadamente las relaciones de poder.

Ni la teoría neoclásica ni la versión hegemónica neoliberal consideran la domi-


nación de las poderosas minorías del capitalismo global que configuran la legisla-
ción y detentan la gran propiedad, la información y los conocimientos decisivos sobre
quienes, con escaso o nulo poder, se hallan al otro lado del proceso y carecen de
control suficiente sobre la legislación, los títulos de propiedad, información y cono-
cimientos decisivos de los procesos económicos, o sea, la gran mayoría de los hete-
rodesignados por la teoría como «agentes económicos neutrales» en la realidad eco-
nómico-social son la gran mayoría de trabajadores, mujeres, autónomos, agricultores,
jornaleros, cuidadoras, pequeños empresarios, funcionarios de escalas medias y
bajas, inmigrantes, parados, artesanos, pensionistas, minorías étnicas, etc.,

La legislación, la propiedad, la información y el conocimiento son las potesta-


des y las capacidades clave en la articulación de las relaciones sociales de produc-
ción y delimitan las posiciones de las relaciones de poder en los mercados, condi-
cionando el conjunto de los derechos y de los deberes intercambiados en sus
transacciones. Por otra parte, la gran mayoría de los ciudadanos desposeídos de las
citadas potestades y capacidades se halla abocada a la explotación, la integración, la
vulnerabilidad y el consumismo. Estos ciudadanos son los perdedores anónimos
de la globalización capitalista y carecen de los medios de producción, de la infor-
mación, de la comprensión, de la cohesión, del discurso y la voz con los que
demandar reconocimiento de sus conocimientos, intereses y valores y que en la

101
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

globalización neoliberal financiarizada son impelidos al conformismo, la disper-


sión, la precariedad, el individualismo, la inseguridad y la indefensión.

La teoría neoclásica en sus diversas versiones parte de la exclusión por abstrac-


ción de las relaciones de poder económico respecto de los idealizados agentes eco-
nómicos racionales en los mercados globales «como si» estas relaciones fuesen aje-
nas a la «auténtica naturaleza» de su constitución. Por otra parte, en el caso de
existir las relaciones de dominación en la economía real, para los neoclásicos, son
extrañas a la racionalidad económica de los mercados, corresponden a la ciencia
política y las ha de estudiar esta disciplina de conocimiento. Sin embargo, en la
práctica, la filosofía y la política neoliberal del bloque de poder de los centros del
capitalismo financiarizado ha dirigido la construción de los mercados capitalistas
globales, aunque presente como «natural» y «neutral la operación teórico-ideoló-
gica de exclusión por abstracción de las relaciones de dominio económico.

Por otra parte, en este mundo neoclásico idealizado quien no tiene capacidad
adquisitiva no aparece en el mercado como demandante, es decir, no existe; quien
tiene escasa capacidad adquisitiva sólo aparece en la medida de ésta capacidad adqui-
sitica concreta en los mercados, es decir, existe sólo como potencial y discreto
demandante de ciertos tipos y cantidades de bienes y servicios y carece de exis-
tencia en aquellos mercados que requieren una mayor solvencia; y, quien tiene
una gran capacidad adquisitiva aparece en función de la misma en los mercados, pudien-
do demandar una mayor cantidad, calidad y diversidad de bienes y servicios, afir-
mando su existencia en los mercados de manera multiplicada.

Los demandantes solventes son quienes disponen de la capacidad económica


capaz de transformarse en demanda de bienes o servicios, o en su caso, de fuerza
de trabajo o dinero. Los «deseos» aparecen en los disintos mercados bajo la forma
de la demanda solvente, no son externos a la legislación vigente, a la institucición
de la propiedad y a la posición adquisitiva de los individuos-agentes en los mercados,
lo que implica que los deseos no son meras exteriorizaciones en forma de deman-
da de los procesos psicológicos individuales libres, neutrales y fruto de cálculos de
utilidades. Si cambia la forma concreta de la legislación, de la institución de la pro-
piedad y la posición adquisitiva de cada agente, cambia la demanda que, por otra
parte, en muchas ocasiones, más que ser fruto de los cálculos de utilidad es indu-
cida por múltiples mecanismos institucionales de persuasión, económicos, sociales,
políticos e ideológicos, eso sí, partiendo de las diversas capacidades-posiciones
adquisitivas de los agentes en los mercados.

102
INTERPRETACIÓN Y CRÍTICA DEMOCRÁTICA DE LA DOMINACIÓN

La idealización neoclásica de la «soberanía del consumidor» puede ser útil


como un instrumento analítico de la teoría para consideraciones de simplifica-
ción teórico-formal, o para ciertas aplicaciones ad hoc, no obstante, si lo que se
pretende es explicar el comportamiento real de los demandantes de las socieda-
des capitalistas complejas se deben introducir otras determinaciones fundamen-
tales entre las que figuran la formación de la legislación, la distribución de la renta
y la propiedad, y la desigualdad en la información y el conocimiento, todas las
cuales están entreveradas de relaciones de poder, de lo contrario el sesgo de las
categorías de la «teoría económica pura» puestas en juego para dar cuenta de la
realidad devienen en el mejor de los casos la forma de encubrirla y en un feti-
chismo ideológico.

Por esta razón las elites hegemónicas neoliberales y conservadoras de la era glo-
bal presentan a través de sus poderosos medios de comunicación, su industria cul-
tural de masas y el complejo académico más institucional en la ciencias sociales, la
facticidad supuestamente neutral y científica de la razón económica hegemónica como
presunta validez, neutralizando su lenguaje respecto al poder, los valores y los inte-
reses, como si trataran de elecciones de agentes racionales en mercados eficientes
que se autorregulan, como si los análisis y propuestas de los economistas del esta-
blishment estuvieran basados en leyes objetivas.

Naturalizando el sistema económico como si fuera un orden necesario de inter-


acción que responde a la ley del equilibrio general de los mercados, incluyendo
en tal operación de naturalización sus malas consecuencias económicas y sociales
interpretadas como «necesarias» para «el bien» de la sociedad ya que conlleva un
principio de eficiencia según el cual no es posible otra configuración de los mer-
cados que mejore el bienestar de un agente sin empeorar el de algún otro. Con
tal operción discursiva se desautoriza de antemano cualquier análisis crítico que
cuestione los supuestos de la equivalencia entre facticidad del capitalismo global
financiarizado realmente existente y validez del discurso económico que legitima
el capitalismo neoliberal.

Desde las agencias ideológicas hegemónicas, o sea, las instituciones intelectual-


comunicativas que elaboran, reproducen y difunden los discursos, programas y
valores de los poderes económicos-políticos, se ha articulado un gran relato que inmu-
niza la realidad con respecto de la crítica; no se cuestiona la validez del marco ins-
titucional y el contexto en el que se ha producido, ni los intereses de los agentes
que lo han impulsado y lo impulsan, ni la eticidad hegemónica individualista y

103
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

propietarista puesta en juego con la violencia antropológica y social necesaria para


amoldar las sociedades a tales prescripciones.

Con la supercrisis financiera acaecida en los centros del capitalismo mundial y


con la economía real de los mismos centros mundiales del capitalismo en plena
recesión, con sus malas consecuencias sociales, hasta el momento presente, el dis-
positivo institucional hegemónico ha logrado por una parte, disciplinar y persua-
dir a las grandes y dispersas masas de damnificados y, por otra, dirigir la gestión de
la crisis desplazando sobre las mismas el grueso de los costes.

Una posición crítica no acepta los supuestos de la neutralidad y de la naturali-


zación, ni la equivalencia entre facticidad y validez del discurso neoliberal hegemónico
para dar cuenta de lo acontecido en el capitalismo desde la década de los ochen-
ta, por el contrario: i) cuestiona la capacidad de explicación del paradigma neo-
clásico, en sus diversas versiones, en particular, la neoliberal hegemónica; ii) criti-
ca las transformaciones en las relaciones de poder en la economía y sus consecuencias
en la política y la sociedad, su institucionalización y desarrollo; iii) denuncia las
crecientes asimetrías de poder entre los capitales financiero-corporativo globales y
las instituciones y agentes cuyo radio de acción económica y social se circunscri-
be al ámbito estatal; iv) constata que para los grandes poderes económicos trasna-
cionales se ha reducido la relevancia de las agencias sociales y políticas de la polí-
tica institucionalizada en cada Estado; v) afirma que en estas condiciones mengua
la capacidad de reforma «progresista» económica y social, se debilita la democra-
cia y aumenta el arbitrio de los poderes dominantes y la desigualdad social, tanto
en la escala global, como en la nacional y regional y; vi) objeta que desdibuja y
aleja la transformación emancipadora.

Sin embargo, estas dinámicas no clausuran la apertura de la historia al cambio.


El desempeño de los agentes en los conflictos sociales y políticos es decisivo para
la continuidad de estas tendencias a un mayor dominio del capital trasnacional
sobre la mayoría de ciudadanos o, al contrario y alternativamente, para estimular
un potencial cambio democrático en sentido emancipador.

La crisis económica y social de gran dimensión en la que ha entrado el capi-


talismo global en sus tres principales centros, con el reguero de malas conse-
cuencias que provoca y provocará y con su impacto sobre la vida cotidiana de la
mayoría de la ciudadanía, posibilita, al tiempo que urge, la reconstrucción del
discurso social crítico orientado a la emancipación, así como, la formación prác-

104
INTERPRETACIÓN Y CRÍTICA DEMOCRÁTICA DE LA DOMINACIÓN

tica de agencias y agentes empeñados en la democracia económica, social, polí-


tica y cultural que configuren e instituyan alternativas a la dominación.
Una Teoría Crítica de nuestra era ha de reflexionar desde la vertiente analíti-
ca y crítica sobre las relaciones de dominación en la economía política del capita-
lismo global para que sus discursos reviertan en la explicación y la comprensión
del sentido de la globalización económica y sus malas consecuencias, en un momen-
to en el cual la supercrisis financiera contamina la base de la economía real con sus
graves costes sociales y perversas consecuencias políticas. Esta reflexión crítica ha
de ser una labor colectiva, fruto del debate permanente de la ciudadanía, las insti-
tuciones democráticas y las disciplinas sociales, recibiendo de ellas interpelaciones
y sentidos. Tal reflexión crítica ha de explicar la conexión entre las relaciones de
dominación y la dinámica económica tal como es, incluyendo las dimensiones y
las consecuencias que no aparecen en los relatos hegemónicos y sus consecuencias
asociada, la desigualdad, la injusticia, la explotación, los conflictos sociales, los daños
políticos-morales, el desamparo de los débiles y el deslizamiento hacia un escena-
rio global de crisis económica, social y política con crecientes incalculables e irre-
versibles riesgos civilizatorios. Ante tal situación la Teoría Crítica ha de rehacer
de manera rigurosa y decidida su compromiso moral y político con el debate públi-
co, horizontal y participativo con la formación democrática de alternativas en sen-
tido emancipador, promoviendo la construcción teórica y práctica de un nuevo
imaginario secular democrático como tarea urgente de la era global.

105
LA VIOLENCIA BELICISTA DE LA ACTUAL RED MUNDIAL
DE SOCIEDADES1

Pablo Ródenas
Universidad de La Laguna

PALABRAS INICIALES

Podría hacer que mis palabras iniciales fueran una rememoración, entre emo-
cionada y nostálgica, de la fraternal relación que he mantenido con Fernando
Quesada durante el último cuarto de siglo. Recordar el ilimitado entusiasmo con
el que nos reunimos profesores de diferentes Universidades —desde la segunda
mitad de los ochenta hasta entrados los noventa— en el Seminario de Filosofía
Política dirigido de forma incansable por Fernando y secundado con mesura por
Alberto Saoner, todo ello bajo la fra ternal acogida de Javier Muguerza y el
Instituto de Filosofía del CSIC, por entonces en proceso de relanzamiento. Podría
recordar aquellas inolvidables Jornadas de Filosofía Política convocadas desde el
Seminario en diferentes Universidades de diversas comunidades y países, siem-
pre con distintos invitados. Recordar también la animosa creación, junto a los cole-
gas mexicanos de la UAM, de la Revista Internacional de Filosofía Política, dirigida
por el propio Fernando hasta 2010. Recordar la interrupta creación de la Asociación
Española de Filosofía Política, que llegó a tener su borrador acabado de estatu-
tos y cuya legalización decidimos paralizar por razones prudenciales tal vez exce-
sivas (que en su momento no compartí). En fin, podría recordar la génesis de
toda una variada serie de publicaciones de filosofía política impulsadas siempre
por Fernando…
Pero al hacer balance de estos largos y apasionantes veinticinco años creo que
hay dos aspectos, uno más objetivable y otro más subjetivo, que resaltan por enci-
ma de todo lo demás en la labor de Fernando Quesada. En primer lugar, su incan-
sable contribución a que la hasta entonces proscrita —o domesticada— filosofía
política de habla española2 haya germinado de nuevo en las Españas (no sólo en la

1
Intervención en las Jornadas La filosofía política hoy, homenaje a Fernando Quesada, sesión «Globalización y violen-
cia», Madrid, 22 de abril de 2010.
2
Quiero recordar aquí los esfuerzos que un poco antes habían hecho Elías Díaz y Javier Muguerza, junto al propio
Fernando Quesada, para que se crease el Área de Filosofía del Derecho, Moral y Política, desaparecida una década después,
en una miope, interesada y antidemocrática maniobra político-administrativa.

107
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

Península y las Islas sino también en Iberoamérica), coincidiendo con el lento re-
nacer que empezaba a vivir desde unas décadas antes de la mano de pensadores
como Berlin, Plamenatz o Rawls. Más pronto que tarde, la historia de la recien-
te filosofía política en español habrá de reconocer la contribución de Fernando
Quesada, desoyendo a quienes por ahora han logrado empalidecer o ignorar su
innegable aportación. Ligado a esto, en segundo lugar, hay que constatar el talan-
te con el que Fernando ha afrontado esta labor, que ha sido siempre constructivo
a la vez que crítico, pluralista a la vez que comprometido, tolerante a la vez que
vehemente y exigente a la vez que generoso. Quienes hemos trabajado tantos años
en la distancia pero a su lado no podemos, si somos sinceros con nosotros mismos,
más que corroborarlo con irrestricto agradecimiento.

Así pues, la participación de Fernando Quesada en el renacer actual de la filo-


sofía política en español, siempre desde un talante libre, polémico e insobornable
hace que este homenaje vaya mucho más allá de una mera convocatoria académi-
ca más. Es un acto de justicia poética al que me sumo sin vacilación alguna, con
alegría y agradecimiento (y conmigo se suman también Juan Claudio Acinas y
Roberto Rodríguez Guerra, colegas de la Universidad de La Laguna, que no han
podido trasladarse desde las islas).

BREVE INTRODUCCIÓN

En este tiempo, he seguido de cerca las preocupaciones intelectuales de Fernando


Quesada, más si cabe en la última década, centradas en los problemas de auto-
comprensión y auto-transformación del mundo contemporáneo, en la perspecti-
va de una emancipación re-ilustrada y evitando caer en el occidentalo-centrismo.
Estas preocupaciones, que también comparto, hicieron que cambiase a última hora
el tono de mi intervención. Decidí presentarles un fragmento de ideas heterodo-
xas (y polémicas) sobre la cuestión de la violencia belicista del mundo, del mundo
de las sociedades glocalizadas del imperio, como lo llamo. Para que sea más fácil situar
lo que de entrada quiero plantear, me acojo al horizonte ético-político que para el
tiempo actual establecen dos textos que no deben quedar en el olvido, que deben
seguir siendo leídos. Citados por orden cronológico, Desde la perplejidad (Ensayos
sobre la ética, la razón y el diálogo), de Javier Muguerza, y Sendas de democracia
(Entre la violencia y la globalización), de Fernando Quesada.

108
LA VIOLENCIA BELICISTA DE LA ACTUAL RED MUNDIAL DE SOCIEDADES

Con su libro, Muguerza se adelantó en mucho a nuestras actuales percepciones,


señalando la condición ineludible de los seres reflexionantes de nuestra época,
la perplejidad. La perplejidad no es tan solo «un signo de los tiempos que vivi-
mos, sino también, y en cualquier tiempo, un acicate insustituible de la refle-
xión filosófica3. Una condición perpleja que Muguerza gusta definir «diciendo
que, ante todo, es un estado de tensión (…) a la manera de un estado de ten-
sión inapaciguable entre la indigente ignorancia y la opulenta certeza». Todo
ello sin ocultar que «para la inmensa mayoría de los mortales (…) la perduración
de un estado de irresuelta perplejidad tiene bastante más de pesadilla, y hasta de
maldición, que de dádiva o regalo de los cielos». En fin, un especialista en diag-
nósticos culturales como Gilles Lipovetsky, por ejemplo, ha venido a plantear
que vivimos en una «sociedad desorientada» …solo que casi dos décadas des-
pués4.
Por su parte, Quesada con Sendas de democracia presentó un marco socio-polí-
tico de diálogo muy crítico con pensadores de variado espectro, como Bobbio,
Dahl, Giddens, Huntington, Rawls, Sartori, Walzer, etcétera. Desde esa platafor-
ma asentó la idea de que «la globalización económica, tal como la conocemos, sig-
nifica la ruptura del imaginario político que ha venido construyéndose desde la
modernidad»5. Porque para Quesada el proceso constitutivo del imaginario moderno
«está marcado por las diversas etapas que la idea de ‘contrato social’ abrió desde la
modernidad», que en su fase actual incluye la crisis del sujeto emancipatorio, la
consolidación del nuevo paradigma tecnológico y el desafecto hacia la democra-
cia liberal. Esta impugnación le llevó a buscar «nuevas sendas de democracia» y a
explorar los elementos adecuados al diagnóstico y propuesta de un «nuevo imagi-
nario político-democrático» como horizonte vital incluyente de todos los seres
humanos.
Así, pues, nuestra condición perpleja, de una parte, y las ansias de un nuevo
imaginario existencial, de otra, pueden ser el escenario adecuado para situar las dos
drásticas tesis que paso a enunciar de forma sucinta, para centrarme luego en la
segunda. Primera tesis: vivimos en una época de nueva «traición de lo intelectua-
les». El librepensamiento emancipador dominante de las últimas décadas se ha des-

3
J. Muguerza, Desde la perplejidad (Ensayos sobre la ética, la razón y el diálogo), Madrid, FCE, 1990, pp. 45-46.
4
G. Lipovetsky y J. Serroy, La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada, Barcelona, Anagrama, 2010.
5
F. Quesada, 2006, Sendas de democracia. Entre la violencia y la globalización, Rosario (Argentina), Homo Sapiens, 2006,
pp. 268 y 14.

109
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

entendido de su razón de ser —que no es otra que el afrontar los problemas fun-
damentales de la humanidad sin recurrir a dogmas encorsetados y transformismos
epigonistas—. La tarea del pensar contra-hegemónico no puedo iniciarse sin una
previa y radical autocrítica intelectual de los confortables modos cínicos, hipócri-
tas y buenistas de complicidad con el statu quo mundial, autocrítica sin la que no
es posible ex novo y sin autoengaños afrontar las lacerantes nuevas realidades que
asedian a los casi siete mil millones de seres humanos que por primera vez pue-
blan el planeta. Segunda tesis: el núcleo determinante de los principales males con-
temporáneos está conformado por el fenómeno de la violencia belicista ínsita en
las actuales formas de vida globalizada, cuyo rasgo básico es su capacidad de trans-
ferencia epidemiológica a todos y cada uno de los ámbitos sistémicos de la vida. Me
centraré en esto último en lo que queda.

REPENSAR LA VIOLENCIA BELICISTA

«En la violencia estamos, se está», escribió José Luís Aranguren en cierta oca-
sión. «Homo homini lupis, el hombre es lobo para el hombre, lo que no es el lobo
para el lobo. El verdadero problema es pues el de salir de esa violencia de todos
contra todos», apostilló a continuación6. La violencia belicista que corroe a las
sociedades del siglo XXI no es una condena o un misterio que —por mandato divi-
no o determinación natural— tengamos que aceptar a ciegas, sin poder dilucidar
su naturaleza y sin poder tratar de erradicarla. Por eso, al investigar en qué con-
siste, la primera tarea que se me plantea es la de sortear una serie muy habitual
de tópicos —falacias argumentales— que se convierten en auténticos obstáculos
interpretativos. Estas falacias son consecuencia, a su vez, de una cierta adicción
al autoengaño interesado, esto es, la disonancia cognitiva egocentrista a la que los
seres humanos nos solemos someter en busca de buena conciencia ante las res-
ponsabilidades que como ciudadanos podamos tener respecto a los horrores, terro-
res y errores del acontecer local y global. Al estudiar el fenómeno de la violencia
las argumentaciones incurren una y otra vez en diferentes y unidimensionales
reduccionismos explicativos. Y son muy comunes los de tipo tecnológico, eco-

6
J. L. L. Aranguren y J. Muguerza, «Problemas éticos de la utilización de la violencia», Revista Internacional de Sociología
2: 102-112, 1992. También, J. Muguerza, «La no-violencia como utopía», en A. Sánchez Vázquez, El mundo de la violen-
cia, México, Fondo de Cultura Económica, 1998.

110
LA VIOLENCIA BELICISTA DE LA ACTUAL RED MUNDIAL DE SOCIEDADES

nómico, biológico y moral, de los que quiero apartarme puesto que tratan de
comprenderla desde una causalidad simple falseadora e inoperante7.
Para evitar semejantes falacias recordaré, en primer lugar, que algunos estu-
dios psico-biológicos de las dos últimas décadas están permitiendo distinguir con
toda nitidez entre agresividad y violencia. «El ser humano es agresivo por natu-
raleza, pero pacífico o violento por cultura», se ha escrito. De este modo la cul-
tura puede «hipertrofiar nuestra agresividad que, de ser un instinto al servicio de
nuestra supervivencia, puede pasar a ser una conducta intencionalmente dañina
para el otro ser humano por razones muy distintas de la propia eficacia biológi-
ca». Por eso, «la violencia es, en definitiva, el resultado de la interacción entre la
agresividad natural y la cultura»8. De esta manera, la violencia resulta ser la con-
secuencia de la cultura, concebida en sentido antropológico («cultura de la vio-
lencia» habría que llamarla en sentido sociológico, e «incultura» en sentido moral).
Sería así la cultura —la consciencia cognoscitiva y la conciencia moral en sus
interacciones, es decir, la razonabilidad o irrazonabilidad predominante en la
coexistencia humana— la que inhibiría o desinhibiría la agresividad, la que se
ocuparía de que los individuos transformen su instinto de supervivencia en un va-
riado repertorio de acciones a favor o contra la integridad y la dignidad de otros
individuos o grupos en sociedad.
De esta manera, la violencia consiste en principio en aquella acción (o ame-
naza de acción) y omisión (o amenaza de omisión) que tienden (intencionalmen-
te o no) a causar ofensa y daño a otros seres humanos en sus entornos, ofensa y
daño del que son responsables (directos o indirectos) los agentes mismos de esas
acciones, omisiones o amenazas. La violencia es, pues, tanto un poder (general-
mente) de dominación, como un medio para los poderes de dominación, ya que
su médula es la coerción, el uso de la fuerza en alguna de sus formas. A partir de
esta vasta consideración se hace preciso que introduzca una distinción conceptual

7
Si las falacias tecnologicista y economicista son falacias antipolíticas ultraliberales, con las que nos autoengañamos hacien-
do que la industria y la hacienda ocupen a cualquier precio una función preferente en nuestras vidas, las falacias biologi-
cista y moralista son también falacias antipolíticas, pero más que ultraliberales son ultraconservadoras; producen un segun-
do autoengaño que consiste en radicar la violencia belicista en la naturaleza biológica de los seres humanos, de modo que
la agresividad se convierte, de una parte, en el fundamento del egoísmo posesivo —la voluntad irracional de dominio—
y, de otra parte, en la justificación moral de un presunto derecho al ejercicio de la fuerza —la ley del más fuerte, que ya
defendieron Calicles y Trasímaco.
8
J. Sanmartín, La violencia y sus claves, Barcelona, Ariel, 2000, pp. 19-24. También, A. Raine y J. Sanmartín, Violencia
y psicopatía, Barcelona, Ariel, 2000, y J. Sanmartín (coord.), El laberinto de la violencia. Causas, tipos y efectos, Barcelona,
Ariel, 2004.

111
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

respecto a dos tipos diferenciados de violencia, una socio-política y otra ético-


política (o, desde el punto de vista poli(é)tico que suscribo9, una violencia de tipo
biopoli(é)tico y otra de tipo iuspoli(é)tico).
En primer lugar, la distinción biopoli(é)tica procura distinguir la violencia direc-
ta, entendida de forma analítica como la acción de ofender y dañar física, psíqui-
ca y socialmente a través del uso inmediato de la fuerza, de la violencia indirecta,
concebida a su vez como violencia mediata de tipo estructural o ideológico10. Por
una parte, la violencia estructural se refiere a la realización de determinadas accio-
nes institucionales que forman parte de algunos poderes individuales y societales que
producen injusticia social, además de inducir en ocasiones al ejercicio de la violencia
directa; y por otra parte, la violencia ideológica remite a todas aquellas acciones
discursivas que sirven para seudojustificar el ejercicio de la violencia directa y de
la violencia estructural, así como para inhibir o desacreditar las legítimas respues-
tas discursivas o realizativas de quienes las sufren (añadiré, sin desarrollarlo más,
que formas de la violencia ideológica son de esta manera la violencia creencial, la
violencia argumental y la violencia informativa). Planteada así, no cabe duda alguna
de que la violencia es en principio inaceptable desde el punto de vista poli(é)tico,
es decir, resulta siempre ilegítima11.
En segundo lugar, la distinción iuspoli(é)tica trata de no confundir la violen-
cia habitual (a la que me acabo de referir como violencia de tipo biopoli(é)tico),
entendida a su vez como violencia ilegítima y comprendida como la acción de
ofensa y daño instrumental de la vida digna de los individuos/personas, con la posi-
bilidad de una violencia inhabitual, la violencia legítima, radicada en una posible

9
La filosofía poli(é)tica, dando primacía a lo ético-político, trata de ocuparse de forma integral de las relaciones socia-
les de poder, siendo así en realidad filosofía sociopoli(é)tica. La subdivido en geopoli(é)tica, ecopoli(é)tica, biopoli(é)tica y iuspoli(é)tica,
para los casos en los que el enfoque se centra de forma preferente en el análisis de los lineamientos de lo situacional, lo mate-
rial, lo existencial y lo normativo, respectivamente (esta subdivisión está introducida, y desarrollada en lo que hace al cuarto
lineamiento, en P. Ródenas Utray, «Política, poli(é)tica, iuspoli(é)tica», en E. Garzón Valdés, J. Muguerza y T. R. Murphy,
Democracia y cultura política, Las Palmas, Fundación Mapfre Guanarteme, 2009; para acercarse en alguna medida a los res-
tantes lineamientos pueden verse J. Agnew, Geopolítica. Una re-visión de la política mundial, Madrid, Trama, 2005; J. M.
Naredo, Raíces económicas del deterioro ecológico y social. Más allá de los dogmas, Madrid, Siglo XXI, 2006; M. Bull, «Vectores
de la biopolítica», en New Left Review 45: 7-25, 2007, e I. Mendiola (ed.), Rastros y rostros de la biopolítica, Barcelona,
Anthropos, 2009.
10
Siguiendo en parte a Johan Galtung, «Violencia, paz e investigación sobre la paz»; en Sobre la paz, Barcelona,
Fontamara, 1985; también J. Galtung, Tras la violencia, 3R: reconstrucción, reconciliación, resolución. Afrontando los efectos visi-
bles e invisibles de la guerra y la violencia, Bakeaz, Bilbao, 1998, y Paz por medios pacíficos. Paz y conflicto, desarrollo y civilización,
Bilbao, Bakeaz, 2003.
11
Véase P. Ródenas, «Legitimidad como hegemonía emancipadora (Hacia un enfoque ético-político de la legitimi-
dad)», en J. M. González y C. Thiebaut, Convicciones políticas, responsabilidades éticas, Barcelona, Anthropos, 1990.

112
LA VIOLENCIA BELICISTA DE LA ACTUAL RED MUNDIAL DE SOCIEDADES

acción, opuesta a la anterior, de respeto y defensa no instrumental de esa vida


digna. La violencia legítima puede resultar, en ejercicio y a término, una forma
paradójica y excepcional de violencia biopoli(é)tica, un contrapoder de emancipación,
puesto que supone un uso extraordinario, defensivo y limitado de una violencia como
poder de emancipación que-se-opone-a-la-violencia como poder de dominación,
a la violencia ilegitima en sus formas directa, estructural e ideológica, violencia
normalizada que por el contrario es ordinaria, ofensiva e ilimitada12.
Añado que al proponer esta redefinición de la violencia, aplicable en diferen-
tes escalas de extensión y de intensidad (como a continuación veremos), se puede
formular la que he denominado ecuación histórico-moral —es decir, socio-
poli(é)tica— de de la violencia junto a sus dos principios históricos. La ecuación
sociopoli(é)tica de la violencia se puede expresar así: el ejercicio de la violencia es
inversamente proporcional al respeto efectivo de los derechos humanos, y vice-
versa, el respeto efectivo de los derechos humanos es inversamente proporcional
al ejercicio de la violencia. Y, como tal, esta ecuación de la violencia es la resul-
tante de los que llamo principios de la violencia: principio socio-político (o bio-
poli(é)tico) y principio ético-político (o iuspoli(é)tico). El principio biopoli(é)tico
de la violencia plantea que la violencia sigue teniendo un valor social, económi-
co y cultural creciente (como poder de dominación) en el presente histórico de
la humanidad. Mientras que el principio iuspoli(é)tico de la violencia nos dice que
la violencia (como poder de dominación) está teniendo un valor moral y jurídico
decreciente en la historia de los seres humanos, aunque sea un decrecimiento arduo
y no lineal (favorable a los poderes de emancipación normalizadamente no-violentos).
Todo ello se deja resumir bien en la afirmación de Eric Hobsbawm que seña-
la que «después de unos 150 años de declive secular, la barbarie ha ido en aumen-
to durante la mayor parte del siglo XX, y no hay ninguna señal de que haya ter-
minado»13. Y así es, en efecto. Porque la barbarie, como hemos visto, continúa su
desbocado cabalgar, de modo que en la contradicción entre estos dos principios
se encierra la posibilidad de comprender el actual malestar humano. Pues no hay
forma alguna de compatibilizar el principio biopoli(é)tico de la violencia, que es

12
El ius contra bellum y el ius in bello —al contrario que el ius ad bellum— forman parte pues de las concepciones con-
temporáneas de la «legítima defensa» que son las que esta idea de la violencia legítima trata de fundamentar argumentada-
mente, siendo esto lo que me separa de las concepciones fuertes de la no-violencia, sobre las que se construyen los con-
ceptos del pacifismo absoluto.
13
E. Hobsbawm, «La barbarie: guía del usuario», Sobre la historia, Barcelona, Crítica, p. 253. El cambio de intensidad
y escalas en el estudio de la violencia se encuentra bien estudiado en C. Tilly, Violencia colectiva, Barcelona, Hacer, 2007.

113
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

la síntesis explicativa de su ejercicio cada vez más desinhibido, con el principio


iuspoli(é)tico de la violencia, que es la síntesis prescriptiva que prohíbe su ejerci-
cio. Porque la cultura de la violencia y la cultura de la no-violencia se oponen
frontalmente en la actualidad, sin posibilidad alguna de transacción de la segunda
con respecto a la primera.

GENERALIZACIÓN Y TRANSFERENCIA DE LA VIOLENCIA


BELICISTA

Si después de esta redefinición de la violencia en general paso a centrarme por


un momento en la idea de belicismo contenida en la expresión básica «violencia
belicista», lo primero a señalar es que el término «belicismo» no es sinónimo del de
«militarismo». Aunque diferencio el belicismo del militarismo, no uso tampoco el
primero como un antónimo del segundo. Usaré la idea de belicismo en un senti-
do mucho más amplio. Desde luego, en sentido estricto ambas ideas se pueden
situar y relacionar en un mismo plano y luego diferenciar y oponer, consideran-
do que el belicismo es a la violencia en acto lo que el militarismo sería a la ame-
naza de violencia. Es decir, en principio el belicismo sin militarismo quedaría vacio
y dejaría de ser ejemplificador, mientras que el militarismo sin belicismo quedaría
ciego y carecería de credibilidad.

Sin embargo, a mi juicio el término «belicismo», en tanto que violencia en


acto, debe tener —al menos en nuestro tiempo— un uso mucho más extenso y abar-
cador que el recogido en los diccionarios como la simple «tendencia a tomar parte
en conflictos armados». Creo que debe ser concebido, por el contrario, como la com-
pleja «tendencia a tomar parte en toda clase de conflictos violentos», que es el uso
que doy a la expresión «violencia belicista» después de analizar los procesos de su
doble generalización extensiva en nuestro tiempo. Es decir, primero la transmu-
tación de la violencia generalizada en guerra (pero en guerras que ya no se sirven
solo de los ejércitos y armamentos tradicionales, pues el militarismo actual ha cam-
biado y en parte se ha «privatizado») y luego la transferencia de la guerra a todos
los restantes ámbitos de la vida (más allá —claro está— de la reclusión de la idea
de guerra en su restringido corsé tradicional), ámbitos como los de los estados, las
economías, los derechos, las culturas, las religiones, etcétera, concebidas belicosa-
mente, esto es, transferencia en definitiva de la violencia a la vida entera de las
sociedades y las personas.

114
LA VIOLENCIA BELICISTA DE LA ACTUAL RED MUNDIAL DE SOCIEDADES

Entendiendo entonces que la analítica de la acción violenta implica considerarla


como acción ilegítima de ofensa y daño (físico, psíquico y social) instrumental de
la dignidad de las personas a través del uso inmediato o mediato de la fuerza, su gene-
ralización implica adentrarnos en la fenomenología de las acciones violentas que con-
forman la guerra, analizándolas en tanto que acciones violentas en red, que además
son transferidas a todos los ámbitos sociales. Toda generalización de la violencia
se convierte de esta manera en ilegítima y, por tanto, en belicista (ya que no hay
contención en esas acciones que por definición son acciones dañosas normalizadas,
ordinarias, ofensivas e ilimitadas). En consecuencia, la guerra ha de ser redefinida
como una red injusta de acciones de violencia ilegítima que se realizan en cualquier
ámbito de la vida societal e individual.
Es preciso recordar que a partir del final de los años cuarenta del pasado siglo
la legitimación de la guerra, entendida de modo convencional, empezó a venirse
abajo de forma paulatina, a raíz de las secuelas de la Segunda Guerra Mundial y
de toda una serie de intervenciones militares de EE UU y URSS14. Pero ese pro-
ceso de deslegitimación del militarismo y del belicismo entró a su vez en profun-
da quiebra a partir de 1991, con el fin de la Guerra Fría y la llegada de las nuevas
guerras del siglo XXI, con nuevas legitimaciones (apoyadas en tópicos ambiva-
lentes como los de «derecho de injerencia», «intervenciones humanitarias», «gue-
rras preventivas», «exportación de la democracia», etcétera). En las dos últimas
décadas la guerra es ya mucho más que una mera «situación de hecho caracterizada
por la existencia de un conflicto desarrollado mediante la fuerza armada entre dos
grupos diferentes y con cierta similitud entre sí»15, como pretendía la politología ante-
rior a los noventa.

14
Las invasiones de EE UU en Corea, Vietnam, Granada y Panamá, en los años 1950, 1965, 1983 y 1989, y las de
la URSS en Hungría, Checoslovaquia y Afganistán, en 1956, 1968 y 1979. No había en aquellas injerencias belicistas nin-
guno de los elementos legitimadores que se suelen reclamar en la seudojustificación de la guerra: ni legalidad, ni agotamiento
de otros recursos, ni proporcionalidad, ni adecuación a los fines proclamados. De ahí el constante incremente de su des-
legitimación poli(é)tica por parte de cada vez más amplias minorías de la opinión pública mundial y el correspondiente
crecimiento de los movimientos antimilitaristas contra ambas superpotencias y sus respectivos bloques militares (OTAN y
Pacto de Varsovia) y no militares (CEE y COMECON) en el periodo de reparto bipolar del mundo.
15
Cfr. A. Ruiz Miguel, De la justicia de la guerra y de la paz, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1988, p. 49
(véanse especialmente los caps. 3, 4 y 7). Esta restricción de la idea de guerra es el principal hándicap del que adolece esta
excelente monografía, que desde un «pacifismo relativo» que admite el circunstancial uso de la fuerza por razones de legí-
tima defensa termina casi perdiéndose en los procelosos «problema de la justicia de la guerra» (perspectiva del ius ad bellum)
y «de la justicia de la conducta bélica» (perspectiva del ius in bello), que desde el punto de vista que aquí he adoptado son for-
mulaciones mal planteadas, seudoproblemas en sentido estricto (el primero huelga en el ius contra bellum, y el segundo no puede
ser entendido como una «conducta bélica», sino como «conducta de legítima defensa ante la agresión bélica»).

115
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

Estas perspectivas politológicas estándar sobre la guerra no resultan ya útiles


para lo que ahora interesa comprender: en concreto, que la guerra ya no es —si es
que alguna vez realmente lo fue— un juego de iguales16. Las guerras contempo-
ráneas, por el contrario, son todo menos un juego en similitud de condiciones:
son el trágico antijuego de la inequidad y la injusticia. Aunque una guerra pueda
ser considerada desde fuera (por ejemplo, desde la teoría de juegos) como una
suerte de metajuego, no por ello podrá dejar de ser considerada, si queremos ser
lúcidos antes que lúdicos, como una violenta confrontación excepcional y desor-
denadora-reordenadora (como sucede en las guerras calientes), o como una vio-
lenta confrontación normalizada y organizadora (como ocurre con las guerras frías).
Con otras palabras, la guerra en el siglo XXI está resultando ser una violenta prác-
tica de búsqueda del poder y del dominio —cuando no del exterminio físico e
intelectual— de individuos y comunidades en desigualdad de condiciones17.
En nuestro tiempo una adecuada noción de guerra debe incorporar tanto
las guerras calientes (o guerras en sentido restringido), como las guerras frías (o
guerras transferidas) y guerras «tibias» (o guerras ni calientes ni frías). Hace ya casi
dos siglos que Carl von Clausewitz escribió que la guerra era un acto de violencia
cometido para obligar al enemigo a cumplir la voluntad del actor violento, por
lo que su meta es desarmar o destruir al enemigo, o amenazar con hacerlo. Pero
los rasgos de ese «acto de violencia» son ahora, en las sociedades del siglo XXI,
radicalmente distintos, mucho más incivilizados que en tiempos de Clausewitz,
tal y como muestra el análisis empírico, incluyendo la aplicación de la ecuación
y principios de la violencia antes planteados. Propondré a este respecto una sen-
cilla definición omniabarcante de guerra: guerra es todo orden que se funda-
mente en una confrontación basada en la generalización de la violencia ilegíti-
ma. Es decir, desarrollando esta definición: gue rra es todo enfrentamiento
mediante coerción coactiva o coerción suasiva, que se realiza mediante el ejer-

16
Recuérdese el ejemplo del ajedrez, que es una avejentada metáfora de la guerra pero de la «guerra como juego», a
la vez que símbolo del honor militar: en él los ejércitos contendientes parten de la igualdad de reglas, recursos y opciones
y los pulsos estratégicos y tácticos, ofensivos o defensivos, son el resultado de cálculos libres y lúdicos, algo que poco tiene
que ver ya con la guerra actual.
17
No es cuestión de despreciar la utilidad de las definiciones restringidas de guerra, en las que se describe a los agen-
tes, los recursos y las acciones. Pero tampoco de olvidar que estas definiciones suelen incorporar su entendimiento como
«un medio para alcanzar un fin, un arma que puede utilizarse para buenos o malos propósitos» (sic), como plantea C.
Eagleton, citado por Hans van der Dennen (en «Sobre la guerra: conceptos, definiciones, datos de investigación. Un breve
examen de la literatura y la bibliografía existente», UNESCO, Anuario de estudios sobre paz y conflictos, Barcelona, Fontamara,
1986, p. 118, subrayado mío). Este insostenible relativismo político-moral sobre la guerra hace más útiles aún las concep-
tualizaciones incluyentes y amplias (como las que aquí defendemos) tanto de la guerra como de la violencia.

116
LA VIOLENCIA BELICISTA DE LA ACTUAL RED MUNDIAL DE SOCIEDADES

cicio sistemático y generalizado de la violencia de alta o baja intensidad, de tipo


directo, estructural o ideológico, realizada por seres humanos en cualquier ámbi-
to constituido por la distinción amigo/enemigo, ya se trate del universo físico
en general («guerra de las galaxias»), de un universo mental en particular («gue-
rra psicológica»), o de universos intermedios como son la tierra («guerra ecoló-
gica»), los estados («guerra interestatal o intraestatal»), los mercados («guerra
económica», «guerra financiera», «guerra de divisas»), los hogares («guerra patriar-
cal», «guerra de género», «guerra sexista»), etcétera18.
¿Qué decir de expresiones habituales en el discurso partidista como «guerra
contra el hambre», «guerra contra la pobreza», «guerra contra el analfabetismo»,
«guerra contra el terrorismo», sabiendo en lo que desgraciadamente se suelen con-
vertir? Del mismo modo que parecen «justas» las guerras se comprueban injustas,
las que se estiman «santas» resultan endemoniadas, y las que aparentan ser «civiles»
terminan siendo inciviles, las de «independencia» de dependencia, las «revolu-
cionarias» antirrevolucionarias, las de «liberación» de dominación, las de «inter-
vención» de ingerencia, las de «prevención» de ocupación. El lenguaje ordinario
de ordinario nos traiciona. ¿Es que se puede equiparar, en una situación moralmente
asimétrica, la acción de quienes tratan de dominar, exterminar y destruir a otros con
la actitud de resignación de esos otros (o con su menos frecuente actividad de resis-
tencia legítima)?
La guerra, pues, antes que una situación general de violencia compartida, es
una violenta actividad singular de parte. Y si es crucial no confundir las partes con
el todo, menos aún conviene —dado que en toda guerra siempre hay más de
una parte— igualarlas. Nunca se debe equiparar a las partes, por principio, en
una situación de guerra. Desde luego, nunca al agresor con el agredido, al que

18
La guerra es una política que, como tal política, ha sido previamente contaminada por el criterio amigo/enemigo
propio de la guerra (P. Ródenas, «Los límites de la política», en F. Quesada (ed.), Filosofía política I. Ideas y movimientos
sociales, Madrid, Trotta, 1997, y «La política como guerra (Una crítica poli(é)tica)», en Laguna. Revista de Filosofía 5: 87-
103, 1998). En este sentido, carecen a mi juicio de interés todos aquellos enfoques de la guerra que tratan de buscar sus
«causas» o sus «fines» en la religión, en la moral, en la psicología, en la biología, en la economía, en la política, etcétera, máxi-
me si se trata de enfoques simples reduccionistas y unilaterales. El ejercicio de la guerra es un ejercicio del poder intraes-
pecífico de dominación y de exterminio, y sus causas y fines son esos poderes de humana inhumanidad diseminados en todos
los ámbitos de la vida, tanto materiales como espirituales. La guerra caliente es aquí entendida como guerra en sentido
convencional o restringido: se trata de la modalidad en la que la violencia que se ejercita en el enfrentamiento coercitivo-
coactivo es de alta intensidad. La guerra fría queda entendida como una modalidad de enfrentamiento coercitivo-suasivo
en la que la confrontación se realiza mediante el uso de formas de violencia de baja intensidad. La guerra tibia, como un
orden en el que se suceden de manera continua la confrontación coactiva y suasiva propias de la guerra caliente y de la gue-
rra fría, orden al que sería inexacto denominar con el desatino de «ni guerra ni paz».

117
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

ofende con el que defiende. Porque los primeros recurren a la violencia de forma
ilegítima, es decir, ordinaria, ofensiva e ilimitada, mientras que los segundos lo
pueden hacer —si es que llegan a hacerlo— de modo legítimo, esto es, extraor-
dinario, defensivo y limitado. Puede haber, claro está, y de hecho casi siempre
hay, situaciones de guerra en las que, en ejercicio y a término, todas las partes beli-
gerantes (o fracciones poderosas de cada una de esas partes) sean netamente ofen-
sivas y dañinas para la vida digna de cualquier persona o sociedad. Sin embargo,
esto último en nada facilita la presunta justificación de la guerra; al contrario,
hace más evidente que su injusticia es patente y, por tanto, injustificable. No
puede haber «guerras justas»; la justicia es y será siempre discordia ante la guerra,
como ya dijera Heráclito, y esto es así pese a las vacilaciones del pensamiento
políticamente correcto19.

Por otra parte, como hemos visto, la generalización de la violencia transmu-


tada en guerra conlleva su transferencia a todos los ámbitos de la vida, a los que
se devuelve y en los que se deposita. La idea de «transferencia» a la que aquí aludo
procede de la teoría psicoanalítica y está relacionada con los conceptos de «iden-
tificación proyectiva», de Melanie Klein, y de «transformación proyectiva», de
Wilfred Bion. La identificación proyectiva se puede entender en relación a los
procesos de «transferencia» y «contratransferencia» emocional e ideacional que se
producen entre analizado y analista, a partir de lo que Bion llama «transforma-
ciones en movimiento rígido» y «transformaciones proyectivas», en tanto que pro-
cesos inconscientes que transportan a otro ámbito determinadas invariantes,
procesos frente a los que cabría construir interpretaciones conscientes de tipo
argumental20. Mi aplicación analógica, como es obvio, se sale de ese marco (el
marco terapéutico de la relación paciente-médico) para situar los procesos de
transferencia y contratransferencia en las relaciones entre individuos/personas,
con acceso o no a la condición ciudadana, y sus praxis impregnadas de violencia
y guerra. Dicho con más precisión, para situarlos en las relaciones entre los indi-
viduos/personas y sus prácticas penetradas de la violencia belicista propia de la

19
Ejemplo típico de estas vacilaciones son autores progresistas como Michael Walzer y Mary Kaldor (véanse sus res-
pectivos Guerras justas e injustas. Un razonamiento moral con ejemplos históricos, Barcelona, Paidós, 2001, y Reflexiones sobre la
guerra, Barcelona, Paidós, 2004; y Las nuevas guerras. Violencia organizada en la era global, Barcelona, Tusquets, 2001, y El poder
y la fuerza, Barcelona, Tusquets, 2010). Para una crítica de la noción de guerra justa desde el derecho véase C. Ramón y
J, de Lucas, «La vuelta de un oximorón. A propósito de la guerra justa», en N. Sánchez Durá (ed.), La guerra, Valencia, Pre-
Textos, 2006, y D. Zolo, La justicia de los vencedores. De Nuremberg a Bagdad, Buenos Aires, Edhasa, 2007.
20
R. López Corvo, Diccionario de la obra de Wilfred R. Bion, Madrid, Biblioteca Nueva, 2002.

118
LA VIOLENCIA BELICISTA DE LA ACTUAL RED MUNDIAL DE SOCIEDADES

geopolítica, la economía/ecología, el derecho y la cultura hoy realmente exis-


tente, pero contrafácticamente reversible21.
La crítica interpretativa y argumentada de estos procesos inconscientes de trans-
ferencia transversal de la violencia belicista en todos los ámbitos de la vida es la
que abre, a partir de las mediaciones entre sentido de la realidad y sentido de la
posibilidad, el camino práctico hacia un hipotético y contrafáctico tercer imaginario
civilizatorio como el que postula Fernando Quesada22, un imaginario de socieda-
des menos injustas. Pero la violencia belicista es hoy transversal. Como señalaré a
continuación, resulta ser el rasgo glocal más específico del mal social de la socie-
dad-mundo imperial. Las relaciones estatales, económicas, jurídicas, culturales y
religiosas predominantes en la asimétrica red mundial de sociedades solo pueden
entenderse como formas de guerra realizadas por medios coercitivos, distintos a
los de la guerra convencional o guerra caliente (que se basa en la coerción coacti-
va de la violencia directa). La transversalidad de la violencia belicista faculta así el
análisis de su transferencia política a ámbitos ajenos a los de la guerra convencio-
nal, como son aquellos de los que también se ocupa la sociopoli(é)tica cuando
estudia los procesos políticos del unilateralismo situacional, la desposesión material,
el disciplinamiento existencial y la imposición normativa aceptada y legitimada
por los individuos y sociedades, pese a ser —desde una postura poli(é)tica equita-
tivista— inaceptables e ilegítimos. El terrorismo, entendido también en sentido
amplio23, es el ejemplo más nítido de la generalización y transferencia de la violencia
a la guerra y de esta, en tanto que violencia belicista, a los más recónditos lugares
de la vida ordinaria.

ESBOZO DE LAS SOCIEDADES ACTUALES

A partir de esta teorización de la violencia belicista, voy a concebir a las socie-


dades actuales como sociedades en las que la violencia está alzaprimada en todos
los órdenes de la vida. ¿En qué me baso para ello? Arrancaré de la consideración

21
P. Ródenas, «El sujeto de la política (en diálogo con Aranguren y Muguerza)», en F. Quesada (ed.), Naturaleza y
sentido de la ciudadanía hoy, Madrid, UNED, 2002, y «Los límites de la política», Op. cit.
22
F. Quesada, Sendas de la democracia, Op. cit.
23
Entendiendo por terrorismo «el ejercicio de cualquiera de las formas de la violencia ilegitima de manera indiscri-
minada con la intención de generar terror y lograr dominio y poder sobre los otros» (P. Ródenas, «Repensar la guerra
(legitimidad y legitimación de las nuevas formas de violencia bélica)», en B. Riutort (ed.), Conflictos bélicos y nuevo orden mun-
dial, Barcelona, Icaria, 2003, pp. 30-33.

119
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

general de que las sociedades son mundos políticos que están constituidos e ins-
tituidos por un conjunto de vectores o lineamientos espacio-temporales de in-
teracción social (y, por tanto, de poder organizado) que se superponen y se in-
tersectan24. El orden de cada sociedad-mundo se delimita de esta manera y sus límites
marcan la discontinuidad con el entorno, entorno conformado a su vez por otras
sociedades-mundos. Sin demorarme en estas consideraciones generales, paso a
concretarlas en las sociedades del presente, las sociedades de principios del siglo
XXI, que emergieron con gran rapidez en los pasados años noventa a partir de
su gestación en las profundas transformaciones experimentadas —sobre todo en
lo tecnológico, lo económico, lo cultural y lo militar— durante las tres décadas
anteriores25.
Con bastante acierto nuestras sociedades han sido caracterizadas desde la teo-
ría político-social estándar como mundos políticos de relaciones sociales que
están configuradas a partir de vectores o lineamientos de poder harto conocidos.
A saber: i) un lineamiento político-tecnológico: la revolución informacional; ii)
un lineamiento político-económico: el capitalismo reestructurado; iii) un line-
amiento político-cultural: el consumismo masificado; y iv) un lineamiento polí-
tico-militar: la guerra legitimada. Entenderé estos lineamientos de conexión
«interna» del poder societal como rasgos interpretativos que aluden a procesos
históricos recientes de cada sociedad-mundo y que designan factores políticos
particulares que aparecen ligados entre sí de forma concreta. De entrada, aten-
diendo, por un lado, a la forma con la que se presentan las sociedades —el espec-
táculo— y, por otro, a la mayor visibilidad que posee el primero de los li -
neamientos mencionados —el poder informacional— las llamaré «sociedades

24
Cfr. M. Mann, Las fuentes del poder social, vol. I, Madrid, Alianza, 1991, pp. 13-58. En la perspectiva de Mann las
relaciones ideológicas, económicas, militares y políticas de las sociedades configuran redes que son, a su vez, tipos ideales
de fuentes de poder. Con ello logra apartar la teoría del poder de su reducto convencional, el ámbito del estado, exten-
diéndolo acertadamente a otros ámbitos sociales. Sin embargo, su reconstrucción conceptual queda incompleta al no rea-
lizar la misma operación con la teoría de la política, que en su teorización sigue desacertadamente recluida en el ámbito
estatal, razón por la cual no la voy a asumir (una crítica y reconstrucción del concepto de política —no confundida ni con
el poder ni con el estado— puede verse en P. Ródenas Utray, «Una definición de la política», en F. Quesada (ed.), Filosofía
política. Razón e historia, Suplementos Anthropos 28, 1991).
25
La expresión «sociedades de principios del siglo XXI» se refiere aquí a una concepción que juega con el siglo XX
del calendario gregoriano como «siglo XX corto» (que iría de 1914 a 1989-91 y que sería westfaliano y bipolar) y, en con-
secuencia, del siglo XXI como siglo en su inicio «largo» (pues empezaría a partir de 1989-91 y sería transwestfaliano y
unimultipolar). De esta manera, las sociedades actuales o sociedades de principios del siglo XXI se interpretan como las que
se abren a una nueva época en la década de los noventa. Porque la perspectiva sociopoli(é)tica que me he impuesto no puede
asumir las diferentes convenciones métricas del tiempo histórico (china, hebrea, cristiana, islámica, etcétera) más que como
meras convenciones cronológicas, que son útiles solo en una genérica y primera aproximación.

120
LA VIOLENCIA BELICISTA DE LA ACTUAL RED MUNDIAL DE SOCIEDADES

informacionales del espectáculo»26. A partir de este esbozo veré cómo la violen-


cia belicista aparece y se sobrepone en todos y cada uno de estos rasgos.
Así, conviene subrayar que cada mundo de relaciones sociales de poder debe
ser interpretado como un orden político en un doble sentido. Por una parte,
porque esos lineamientos de poder surgen de acciones políticas específicas (es
decir, de políticas tecnológicas, económicas, culturales y militares), y por otra, por-
que esas políticas son impulsadas preferentemente desde la agencia que —en
exclusiva o en colaboración con otras (por ejemplo, empresas, partidos, ONG,
etc.)— viene siendo considerada por antonomasia como sede de la política, esto
es, el estado contemporáneo, que en el presente suele ser o bien una poliarquía
más o menos democrática o bien una oligarquía seudodemocrática. En las socie-
dades complejas de nuestro tiempo está habiendo y habrá siempre contradicciones
y disputas —mayores o menores— entre los poderes que aspiran a la suprema-
cía y hegemonía interna (y cuando es posible, también a la supremacía y hege-
monía externa).
Dado que pienso que todas y cada una de las sociedades del planeta están hoy
de alguna manera articuladas entre sí, tengo que pensar también que en conjunto
conforman un complejo orden de órdenes, es decir, un ordenamiento global de orde-
namientos locales. Interpreto entonces que las sociedades actuales se articulan entre
sí a partir de macro-vectores o macro-lineamientos de poder espacio-temporal
entre los que destacaré los referidos a cuatro de sus dimensiones. Desde la pers-
pectiva no estándar que he llamado poli(é)tica, definiré estos lineamientos de conec-
tividad «externa» entre cada sociedad-mundo tratando de asumir sus características
propias y algunos de los aspectos novedosos que hay que tener en cuenta, aspec-
tos relativos a las políticas (a las que me referiré a continuación) del unilateralis-
mo, la desposesión, la imposición y el disciplinamiento de la vida humana en el
planeta Tierra.

26
Cfr. P. Ródenas Utray, «La sociedad informacional del espectáculo (Una aproximación poli(é)tica)», en Laguna. Revista
de Filosofía, 7: 13-38, 2000. Con la denominación (excesivamente aséptica desde el punto de vista político) de «socieda-
des informacionales del espectáculo» rindo homenaje a Guy Debord, por una parte, y a Manuel Castells, por otra, puesto
que algunas de las ideas de sus obras más conocidas suponen el punto de partida explícito de mi análisis. Sin embargo, no
por ello puedo hacer mías esas obras en su conjunto: algunas de sus ideas me resultan imposibles de asumir. Sin ir más
lejos, la noción misma de «sociedad red» de Castells, puesto que a mi juicio bordea un cierto determinismo tecnológico,
que aunque moderado (y retóricamente rechazado por el propio Castells), dificulta la comprensión de los restantes rasgos
que mencionamos.

121
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

ASIMETRÍA DE LA RED MUNDIAL DE SOCIEDADES

Concibo el conjunto de las sociedades actuales conformando un mundo polí-


tico irreductiblemente conectado y asimétricamente ordenado en una red glocal de
poderes27. El nuestro resulta ser así un mundo político de mundos políticos que
está constituido e instituido por un conjunto de macro-vectores o macro-linea-
mientos espacio-temporales de interacción social y poder organizado que se inter-
sectan conformando una estructura que ha de ser interpretada atendiendo al actual
proceso de desbordamiento —contradictorio y conflictivo— de las soberanías
nacionales westfalianas, soberanías que hasta hace pocas décadas no eran cuestio-
nadas. En concreto, las sociedades del siglo XXI (que de entrada he llamado socie-
dades informacionales del espectáculo) componen el mundo que de salida deno-
mino «mundo de sociedades glocalizadas del imperio»28. Lo hago de este modo en
atención a la forma en red mediante la que se articula el ordenamiento global de
ordenamientos locales —la glocalización— y a la mayor visibilidad del núcleo de
poder dominante en el conjunto de la red —el poder imperial—, como a conti-
nuación veremos.
Para entender los principales procesos y factores histórico-políticos que se obser-
van en el presente, necesito caracterizar la estructura de la glocalización asimétri-
ca que vivimos a partir de los macro-lineamientos de poder aludidos. Voy por par-
tes. A mi juicio, los principales de estos macro-lineamientos son: i) un lineamiento
geopoli(é)tico: el unilateralismo situacional; ii) un lineamiento ecopoli(é)tico: la
desposesión material; iii) un lineamiento iuspoli(é)tico: la imposición normativa;
y iv) un lineamiento biopoli(é)tico: el disciplinamiento existencial. Estos vectores
aparecen como hebras de poder dinámicas y estructurales que, entretejidas, nos
van a revelar que las políticas que predominan son desigualitarias y provienen de
poderes coercitivos de dominación (los «poderes de dominación» están confor-

27
Usaré el término «glocal», propuesto en su día por Roland Robertson, para plantear la pluriversalidad cognosciti-
va de las miradas hacia lo social-genérico desde lo social-particular. Resalto así que la mirada a la articulación del orden glo-
bal viene determinada ineludiblemente por las diversas focalizaciones locales. Como tal, la glocalización niega de facto tanto
la mirada solo-global, de foco único y generalista, como las miradas solo-locales, de focos particularistas y miopes. Para un
análisis conceptual de la globalización alejado de las distorsiones economicistas puede verse Globalización y cultura, de John
Tomlinson (México, Oxford University Press, 2001).
28
Véase P. Ródenas Utray, «Las sociedades glocalizadas del imperio (Una aproximación poli(é)tica)», en Laguna.
Revista de Filosofía, 19: 77-107, 2006. Si no de sociedad red, hablaré en cambio de «red de sociedades» o «sociedades en red»
(las «sociedades-mundo») para referirme al orden glocal, entendiendo que una red es un sistema más o menos estable de
relaciones entre nodos y conectores que crecen y se reconfiguran (a este respecto véase R. Solé, Redes complejas. Del geno-
ma a Internet, Barcelona, Tusquets, 2009).

122
LA VIOLENCIA BELICISTA DE LA ACTUAL RED MUNDIAL DE SOCIEDADES

mados por acciones políticas coercitivas —coactivas o suasivas— fundamentadas


en la sobreposición desigualitaria de la fuerza de unos seres humanos sobre otros
bajo modos de discriminación étnica, subordinación sexual, explotación econó-
mica, opresión gubernamental y sumisión militar)29. Aunque no puedo desarro-
llar aquí la teorización específica de cada uno de estos vectores (en su interrela-
ción con los demás), se hace obligado dejar constancia de que el entretejido de
todos ellos no ha surgido, precisamente, de la preponderancia de una estructura
de poderes emancipadores basados en principios-guía como el que proclama la ile-
gitimidad de toda dominación humana30.
Al contrario, el orden mundial del tiempo presente ha de ser preferente-
mente interpretado como un orden injusto. Lo interpreto así porque se trata
de un mundo político que está conformado por una estructura glocal de pode-
res de dominación imperial cimentada en la supremacía militarista y en la hege-
monía capitalista, informacional y consumista31. Entiendo la diferencia entre
«supre macía» y «hegemonía» de la siguiente manera: la supremacía es com-
prendida como hegemonía sobrepuesta por la fuerza coercitiva-coactiva y la
hegemonía como supremacía disputada mediante el uso de fuerzas coercitivas-
suasivas (esto es, persuasivas o disuasivas). Quiere esto decir que el militarismo
adquiere primacía como directriz frente al capitalismo en la actual estructura de
poderes de dominación imperial, al contrario de lo que se piensa desde el eco-
nomicismo preponderante en las teorías estandarizadas. He ahí, pues, el mundo
de las sociedades belicistas. Como se observa, la nuestra no es una interpretación
desmayada, ni convencional, sino todo lo contrario. No queda otra opción,

29
De forma analítica, entenderé el «poder» como capacidad disposicional y relacional, en un sentido muy amplio y
no exclusivamente peyorativo, distinguiendo entre poder individual y societal, por una parte, y entre poder de dominación
y de emancipación, por otra (véase P. Ródenas Utray, «Problemas de legitimación del poder», en F. Quesada (ed.), Ciudad
y ciudadanía. Senderos contemporáneos de la filosofía política, Madrid, Trotta, 2008). Distinguiré la «coerción-coactiva», como
empleo directo de la fuerza (física o no) contra los individuos/personas, de la «coerción-suasiva», como empleo indirecto
o mediato de la fuerza a través de instituciones, doctrinas, etcétera.
30
Si miro hacia la parte medio vacía del «recipiente social» para calibrar la parte medio llena, puedo adelantar que la
estructura actual de las sociedades-mundo no ha surgido del predominio de políticas fundamentadas en el respeto recí-
proco de valores como la dignidad, la autonomía y la igual libertad de las personas de todas las culturas y latitudes, que
son las políticas que ineludiblemente han de caracterizar —tal como postularemos— a las sociedades que luchen efectiva-
mente contra la injusticia. Todo lo contrario, ha surgido de la imposición de políticas desigualitarias concretas que dan
lugar a esas distorsiones de las relaciones sociales a las que llamo unilateralismo, desposesión, imposición y disciplinamien-
to. Sobre el principio de ilegitimidad de toda dominación entres seres humanos puede verse P. Ródenas Utray, «Legitimidad
como hegemonía emancipadora», Op. cit., pp. 73-114.
31
En adelante, para simplificar y mientras no haya advertencia en contrario, me refiero a la actual hegemonía eco-
nómico-tecnológico-cultural como capitalismo a secas.

123
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

pues esta interpretación se asienta en la realidad empírica y aspira además a no


admitir autoengaño alguno.
Hay que tener en cuenta que el militarismo —al que con anterioridad ya
me he referido— y el capitalismo son dos de los principales componentes de la
violencia belicista de nuestro tiempo32. Como regímenes de predominio polí-
tico de las milicias y los capitales (o regímenes de legitimación del monopolio
de la hostilidad y la codicia, respectivamente), estos dos componentes siempre
se han dado en la modernidad vinculados a un tercero, el estatalismo, entendi-
do a su vez como el régimen de predominio político de los estados (o régimen
de legitimación del monopolio de la coacción). El militarismo y el capitalismo
no pueden entenderse en la modernidad por separado y al margen del estatalis-
mo, porque —como ha escrito Paul Kennedy— «por lo general se necesita de
la riqueza para sostener el poder militar y del poder militar para adquirir y pro-
teger la riqueza»33.

32
Sin ser exhaustivos, otros de los componentes de la violencia belicista de no menor importancia son el racismo y el pa-
triarcalismo, entendidos como regímenes de predominio de las políticas étnicas (legitimación del monopolio de la discrimina-
ción) y las políticas varoniles (legitimación del monopolio del sexismo), respectivamente. La violencia tiene una relación muy
fuerte con ambos regímenes de coerción, aunque en el caso del patriarcalismo (o patriarcado) no siempre suele ser recono-
cida. Sobre el racismo véase M. Wieviorka, El espacio del racismo, Barcelona, Paidós, 1992, y El racismo: una introducción,
Barcelona, Gedisa, 2009. Sobre el patriarcalismo pueden verse G. Lerner, La creación del patriarcado, Barcelona, Crítica, 1990;
C. Pateman, El contrato sexual, Barcelona, Anthropos, 1995; C. Amorós, «Para una teoría nominalista del patriarcado», La gran
diferencia y sus pequeñas consecuencias… para las luchas de las mujeres, Madrid, Cátedra, 2005), y F. Quesada, «La pertinencia polí-
tica del concepto de patriarcado», en Sendas de la democracia, Op. cit. Para Lerner, el patriarcado es la manifestación e institu-
cionalización del dominio masculino sobre las mujeres y los niños de la familia y la ampliación de ese dominio masculino
sobre las mujeres a la sociedad en general (Op. cit., pp. 340-341). Para Amorós, además, hay un imaginario patriarcal que
viene a ser un dispositivo o conjunto de representaciones que funcionan a la vez como causa y como consecuencia de un
sistema de prácticas pactadas, algunos de cuyos rasgos son la naturalización de las jerarquías entre varones y mujeres en las que
estas aparecen subordinadas, la constitución de la masculinidad como sistema de prestigio, la transaccionalidad de las mujeres
en los pactos de varones, y las variaciones y relevos en la heterodesignación normativa de la feminidad («Violencia patriarcal
en la era de la globalización: de Sade a las maquilas», en Mujeres e imaginarios de la globalización, Rosario (Argentina), Homo
Sapiens, 2008, pp. 217-221). Se puede encontrar una crítica a usos distintos al que hago de la idea de patriarcado en P. Uría,
El feminismo que no llegó al poder. Trayectoria de un feminismo crítico, Madrid, Talasa, 2009, págs. 34-48.
33
P. Kennedy, Auge y caída de las grandes potencias, Barcelona, Mondadori, 2004, p. 10. Es decir, en palabras de Charles
Tilly, «aquellos que ejercían la coerción, que tuvieron parte principal en la creación de los Estados nacionales, se valieron,
para sus propios fines, de manipuladores de capitales, cuyas actividades generaron ciudades» (en Coerción, capital y los Estados
europeos 990-1990, Madrid, Alianza, 1992, p. 40). Además, el estatalismo en la contemporaneidad debe ser considerado como
un estatalismo de nuevo tipo, ya que por primera vez es —o empieza de alguna manera a ser— transwestfaliano, en rup-
tura de las soberanías nacional-estatales. Como ha reconocido un crítico como Danilo Zolo, «todo el sistema de Westfalia
está declinando, porque la soberanía “exterior” de los estados nacionales está siendo sofocada por el poder, muy superior,
de autoridades supranacionales, mientras que la soberanía “interior” está siendo erosionada, además de por la interferen-
cia de fuentes normativas exteriores, por una serie de contrapoderes locales que reivindican espacios de autonomía cada vez
más amplios» (en Globalización. Un mapa de los problemas, Bilbao, Mensajero, 2006, p. 89).

124
LA VIOLENCIA BELICISTA DE LA ACTUAL RED MUNDIAL DE SOCIEDADES

Siendo así, la violencia belicista —conceptualizada con amplitud, tal como


antes la presenté— es el atributo que mejor define a estos regímenes de hostili-
dad, codicia y coacción legitimada, y es, por tanto, la cualidad más característica de
la vida social en el actual ordenamiento imperial de las sociedades-mundo. Dado
que —como en su momento señaló Samuel P. Huntington34— este ordenamiento
tardomoderno es unimultipolar (es decir, asimétrico, con una sociedad muy pode-
rosa, algunas otras bastante potentes y otras muchas —semiperiféricas y periféri-
cas— bastante o muy subordinadas), no se puede obviar lo dicho: que el orden
mundial actual es como es porque la violencia militarista y capitalista es de suyo y
ante todo el atributo o principal cualidad —negativa— de los nodos y conectores
de esta red imperial de sociedades, especialmente de los núcleos más relevantes.
Estos últimos representan, por la densidad y número de sus conexiones, a los pode-
res supra-soberanos que dominan bajo coerción al mundo para que siga conformado
como está35. Pues no solo en ellos se genera violencia belicista de forma con-
centrada, sino que la transfieren de forma irremisible y sin excepción al resto de nodos
de la red, aumentando la conflictividad —latente o explícita— que de por sí con-
lleva la vida humana.
Para terminar, como no será factible analizar el belicismo en la totalidad de la
red, analizaré tan solo —a título de ejemplo— cómo se genera en el más podero-
so de sus núcleos y cómo se transfiere al resto.

LA VIOLENCIA BELICISTA DEL SUPREMUS HEGEMÓN IMPERIAL

La hipótesis de la violencia belicista —según la ecuación supremacía milita-


rista más hegemonía capitalista— tiene en este inicio largo del siglo XXI una base
empírica difícil de negar. El militarismo capitalista imperial se ha gestado par-

34
S. P. Huntington, «La superpotencia solitaria», en Política Exterior 71: 39-53, 1999. Para la nueva cartografía geo-
política véase J. Pastor, «Geopolítica, guerras y “Balcanes globales”», en J. A. Brandariz y J. Pastor (eds.), Guerra global per-
manente. La nueva cultura de la inseguridad, Madrid, Catarata, 2005.
35
Un nodo en una red asimétrica de escala libre es más relevante cuanto mayor es el número y la densidad de sus cone-
xiones (Solé, Op. cit.). Las redes sociales pocas veces logran ser absolutamente distribuidas (completamente simétricas y
plenamente democráticas). Esto hace que la metáfora unidimensional de la «horizontalidad» de las redes (usada por muchos
autores, Castells entre ellos) no sea muy apropiada. Las redes reales incorporan también una «verticalidad» que viene a
señalar la relevancia de sus principales conectores (el número y la densidad de sus conexiones). Desde este doble enfoque,
las relaciones en red son relaciones de poder (véase en este sentido P. Ródenas Utray, «Problemas de legitimación del
poder», Op. cit.). Llamo red imperial a las redes de sociedades completamente asimétricas en las que los poderes de domi-
nación sobreponen la fuerza de manera desigualitaria.

125
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

ticularmente en esa gran estatalidad que es EE UU, el nodo y conector más


relevante de la red mundial de sociedades, el «hegemón», «superpotencia» o
«hiperpotencia» que establece la completa asimetría de la red imperial, con la
colaboración competitiva de las potencias intermedias, declinantes y ascenden-
tes. Expresiones como las citadas son formas eufemísticas de referirse a la recien-
te consolidación de USAmérica como el núcleo imperial que da fundamento
el nuevo orden imperial. Se juzgue este hecho con mayor o menor benevo-
lencia, su existencia es admitida de forma generalizada. Durante todo el siglo
XX han sido los propios estadounidenses los que más tendieron a negar la natu-
raleza protoimperial de su progresivo y sui generis expansionismo nacionalista.
Hasta el 11 de septiembre de 2001. Desde entonces, mediante una recompues-
ta nueva narrativa, desapareció todo rastro de pudor y la sociedad USAmericana
pasó a autocomprenderse de forma abierta como el benigno centro imperial del
mundo36, pero centro imperial de nueva naturaleza, no diseñado a imagen y
semejanza de los imperios hasta ahora conocidos37. Así lo señalan muchos intér-
pretes y, en concreto, los que a continuación citamos.
Michael Mann y Chalmers Johnson, que son autores que forman parte de la
minoría de intelectuales estadounidenses que a partir del 11-S no se vio arras-
trada al enaltecimiento irracional de la «razón de la fuerza» (y que incluso han
mirado hacia atrás de modo autocrítico, descubriendo sus fundamentos históri-
co-políticos), han analizado con honestidad y lucidez el conglomerado militarista-
capitalista estadounidense. Véanse como muestra algunos de los datos que sumi-
nistran. En 2003 el presupuesto militar USAmericano equivalía al 40% del total
mundial y superaba el gasto combinado de los 24 países que más gastaban (un
gasto que además era 25 veces mayor que el combinado de los siete estados que
la cúpula gobernante de EE UU identificaba como sus principales enemigos)38.
Desde entonces la brecha ha seguido y seguido aumentando de forma sostenida hasta
el presente39. Por este motivo, Mann escribió: «Recordemos que, desde el punto

36
Para un juicio muy benevolente véase N. Ferguson, Coloso. Auge y decadencia del imperio americano, Barcelona,
Debate, 2005.
37
Como ha reconocido Danilo Zolo, un adversario cualificado de la idea de imperio: «El lema “imperio”, tal como
se usa hoy en Occidente, presenta valores semánticos que en gran parte no coinciden con las acepciones de “imperio” y
de “imperialismo” características del pensamiento marxista y ampliamente difundidas en el siglo pasado. Respecto a las
teorías marxistas, los usos recientes son menos ambiciosos en el plano político y también menos elaborados en el plano
teórico, pero precisamente por esto desarrollan relevantes funciones simbólicas y comunicativas» (D. Zolo, «Universalismo
y “pluriversalismo” ante el nuevo orden mundial. Entrevista», Revista Internacional de Filosofía Política, 27: 188, 2006).
38
M. Mann, El imperio incoherente. Estados Unidos y el nuevo orden internacional, Barcelona, Paidós, 2004, p. 29, cursiva
nuestra.

126
LA VIOLENCIA BELICISTA DE LA ACTUAL RED MUNDIAL DE SOCIEDADES

de vista militar, Europa no es más que un gusano. Incluso peor: Estados Unidos es
la única superpotencia militar». Es decir, el supremus imperial.
En este sentido, Johnson precisa:
«Nuestro país despliega más de medio millón de soldados, espías, técnicos, profesores,
contratistas y trabajadores civiles en otras naciones, como también casi una docena de des-
tacamentos militares en portaviones en todos los océanos y mares del mundo. Contamos
con numerosas bases secretas fuera de nuestro territorio para controlar lo que las personas
de todo el planeta, e incluso nuestros propios ciudadanos, se dicen o se comunican (…).
Nuestras instalaciones militares y de espionaje, repartidas por todo el globo, generan bene-
ficios a las industrias civiles que proyectan y fabrican armamentos para nuestros ejércitos
y a las que se encarga de la construcción y mantenimiento de nuestras avanzadillas. (…) Sectores
enteros de la economía estadounidense han pasado a depender de los militares para sus
ventas»40.

Pero esto no es todo. Puesto que en toda sociedad hay que distinguir «esta-
mento militar» y «militarismo», el militarismo sería, según juzga Johnson, la prin-
cipal de las características de las instituciones USAmericanas. El militarismo es el
«fenómeno que tiene lugar cuando las fuerzas armadas de un país colocan su pre-
servación institucional por encima del objetivo de la seguridad nacional o de su
compromiso con la integridad de la estructura de gobierno de la que forman parte».
A su juicio, las instituciones militaristas de EE UU tienden por naturaleza a des-
plazar a todas las demás instituciones del gobierno encargadas de la política inter-
na y de las relaciones con otros países, y eso es lo que habría estado ocurriendo
con el Pentágono, la CIA («el ejercito privado de los presidentes») y otras agencias
con cometidos militares41. Pues el estado USAmericano cumple, en su análisis, los
tres indicadores que acostumbran a señalar la aparición del militarismo: uno, el
surgimiento de una clase de militares profesionales y la posterior glorificación de

39
En efecto, la brecha ha crecido: en 2007 el gasto militar de EEUU representó el 45 por ciento del total mundial,
seguido del Reino Unido, China, Francia y Japón, cada uno entre un 4 y un 5 por ciento (Yearbook 2008 del Stockholm
International Peace Research Institute). De hecho, «durante los ocho años de la presidencia de George W. Bush, el gasto
militar se incrementó a su nivel más alto en términos reales desde la segunda guerra mundial, sobre todo debido a las gue-
rras en Afganistán e Irak». Además, los conflictos en esos países «se han financiado principalmente a través de asignaciones
complementarias de emergencia fuera del proceso presupuestario regular». Estos conflictos «seguirán requiriendo grandes
recursos presupuestarios en el futuro cercano, aun cuando se produjese un retiro anticipado de la tropas de EE UU» en los
años diez de este siglo (Yearbook 2009).
40
C. Johnson, Las amenazas del imperio. Militarismo, secretismo y el fin de la república, Barcelona, Crítica, 2004,
p. 7.
41
Ibíd., pp. 32 y 112-149.

127
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

sus ideales; dos, la preponderancia de oficiales militares y representantes de la indus-


tria armamentística en altos cargos gubernamentales; y tres, la devoción por polí-
ticas en las que la preparación militar se transforma en la más alta prioridad del
estado42.
Mann ha empleado una metáfora que califica de «inquietante» para ilustrar la
supremacía militarista y la hegemonía capitalista del «proyecto imperial» USAmericano:
«el imperio estadounidense —escribe— resulta ser un gigante militar, un conduc-
tor desde el asiento de atrás de la economía, un esquizofrénico político y un fan-
tasma ideológico. Todo ello da lugar a un monstruo trastornado y deforme que
avanza dando tumbos por el mundo. Quiere hacer el bien e intenta extender el
orden y la buena voluntad, pero en su lugar genera más desorden y una violencia
aún mayor». Su conclusión es que «en realidad el nuevo imperialismo estadouni-
dense se está convirtiendo en el nuevo militarismo estadounidense»43. Así, EE UU
representa la más desarrollada sociedad informacional del espectáculo que poda-
mos hoy por hoy conocer. Pero con una característica que sobresale a todas las
demás: el lineamiento de poder político-militar («la guerra legitimada») se so-
brepone y contamina a los tres restantes anteriormente citados, el político-tecnoló-
gico («la revolución informacional»), el político-económico («el capitalismo rees-
tructurado») y el político-cultural («el consumismo masificado»), de modo que la
violencia belicista es transferida a todos los ámbitos de la vida societal estadou-
nidense, en concreto al ámbito tecnológico, al económico y al cultural, y expor-
tada además al exterior.
Por este motivo, Sheldon Wolin denomina «poder hacia fuera» o superpoder
a esta conjunción de poderes. Y se refiere a él de esta manera: «Es un poder inde-
terminado, impaciente con las restricciones, irrespetuoso de los límites en su esfuer-
zo por desarrollar la capacidad de imponer su voluntad en el lugar y el momento

42
Ibíd., pp. 70-78. En todo orden imperial identificado de forma empírica se realizan consecuentes políticas imperia-
listas y toda política imperialista identificada de manera empírica provendrá de un orden imperial. Esto, que en términos
amplios y no valorativos debería resultar del todo obvio, no lo es tanto desde el momento en que surgen y resurgen nue-
vos y viejos planteamientos economicistas relativos a la existencia tanto de un «imperio sin imperialismo» como de un «impe-
rialismo sin imperio». En parte el problema emerge por la incapacidad de distinguir el imperialismo militar del económico.
Tal como ha escrito Johnson: «La forma más simple de definir el imperialismo es como la dominación y explotación de los
estados más débiles por parte de los más fuertes» (y supongo aquí que los «estados más débiles» admiten e impulsan la trans-
ferencia de esa «dominación y explotación» a sus individuo/personas), de modo que su tesis dice: «El imperialismo con-
temporáneo se manifiesta de formas distintas y cambiantes, y ninguna institución en concreto —a excepción del militaris-
mo— define el fenómeno en toda su magnitud» (Ibíd., pp. 38-40).
43
M. Mann, El imperio incoherente, op. cit., pp. 26-28, cursivas mías. Por eso el último capítulo del libro de Mann
lleva por título «El nuevo militarismo» (pp. 293-308).

128
LA VIOLENCIA BELICISTA DE LA ACTUAL RED MUNDIAL DE SOCIEDADES

que le plazca. Representa la antítesis del poder constitucional»44. Un clarificador


ejemplo del poder-hacia-fuera basado en la transferencia de la violencia belicista es,
entre el millón de posibles ejemplos que se pueden citar, el del humillante trata-
miento dado en los primeros meses de 2010 por EE UU a Japón en relación a las
viejas y actuales reclamaciones de devolución de la ocupada militarmente isla de Okinawa.
No sólo se abrió de malas maneras desde el exterior una inaudita crisis política y
se hizo dimitir a los insuficientemente sumisos jefe de gobierno y jefe del partido
gobernante de esta potencia aliada. Es que además el estado japonés deberá pagar
varios millardos de dólares anuales al estadounidense en concepto de «apoyo a la
nación anfitriona» por su presencia y ampliación de la base militar instalada en su
propio territorio45. He ahí, descarnada, la razón de estado trasmutada en razón de
imperio, es decir, en la lógica interna del militarismo capitalista que define al nuevo
supremus hegemón de la red mundial de sociedades mediante la servidumbre
voluntaria, pactada o forzada de estas.

DILEMAS DE LA CONTENCIÓN DE LOS PODERES COERCITIVOS

Sin embargo, este nuevo núcleo del poder imperial no surgió de la nada. Llevaba
mucho tiempo en autoconstrucción compitiendo duramente con otros imperialismos,
en decadencia o en ascenso, ya que sus orígenes se remontan a principios del siglo
XIX, cuando sus élites declararon al resto del continente americano su zona de
influencia exclusiva. De la segunda guerra mundial, por decirlo con palabras de
Johnson46, la «nación salió convertida en la más rica y poderosa de la Tierra, y se
nombró asimismo sucesora del Imperio Británico». Y es después de 1989-91, en
los inicios del siglo XXI largo, mientras se descomponía la Unión Soviética, cuan-
do se asentó la actual fase de dominio supra-soberano no compartido del planeta,
bajo gobiernos tanto demócratas como republicanos, fase que alcanzaría su cenit a
principios de 2001 (ya en marzo la economía estadounidense entró en recesión
ante el hundimiento de la burbuja tecnológica; en septiembre se produjo el ataque
yihadista).

44
S. Wolin, Democracia S.A. La democracia dirigida y el fantasma del totalitarismo invertido, Madrid, Katz, 2008,
p.16.
45
Véase una impecable narración del coercitivo —coactivo y suasivo— trato recibido por los japoneses en diferen-
tes ámbitos de su vida en G. McCormack, «Obama vs. Okinawa», New Left Rewie 64: 5-26, 2010. McCormack define a
Japón como «un Estado cliente, es decir, un Estado que disfruta de los símbolos formales de la soberanía e independencia
westfaliana y por ello no es ni una colonia ni un Estado marioneta, pero que
46
C. Johnson, Op. cit., pp. 8-10.

129
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

Esto es, se asentaron los poderes de dominación imperial cimentados en la


supremacía militarista y en la hegemonía capitalista en el mundo. Primero, en los
noventa, se consolidaron las políticas monetaristas ultraliberales (privatización, des-
regulación, bajada de impuestos, recorte de gastos, disminución de déficit y deuda,
control de la inflación, etcétera). Preconizadas desde antes por Friedrich Hayek y
Milton Friedman y apoyadas por Margaret Thatcher y Ronald Reagan (junto al FMI
y el BM y conformando el llamado «Consenso de Washington»), estas políticas se
aplicaron en gran parte del mundo, empezando por Latinoamérica, con resulta-
dos cada vez más empobrecedores y desigualitarios para las mayorías47. Luego, a
partir de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y
Washington, EE UU entró, de la mano de una administración republicana dirigi-
da por una cúpula de halcones neoconservadores, en un frenético paroxismo cas-
trense-usurero de ocho años de duración y trágicas consecuencias para el mundo
y para USAmérica48. Fue la herencia militarista que a finales de 2008 dejaron (junto
a la crisis capitalista que Joseph Stiglitz llama la «Gran Recesión») al gobierno de
Barack Hussein Obama.
Tanto la crisis militar de 2001 como la crisis económica de 2008 fueron trans-
feridas de inmediato a la inmensa mayoría de sociedades del mundo. En concreto,
la crisis militar condujo en menos de un mes a la formación de una coalición inter-
nacional para la invasión de Afganistán y en menos de dos años a la invasión de
Irak; y la crisis económica devino ipso facto en crisis económica mundial49, una
crisis solo comparable a la de 1929, que todavía resulta —a la altura de 2010— de
incalculables y perniciosos efectos50. El unilateralismo situacional, la desposesión

47
No obstante, los noventa fueron para EE UU «la década más acaudalada de toda la historia de la humanidad» (J. Patterson,
El gigante inquieto. Estados Unidos de Nixon a G. H. Bush, Barcelona, Crítica, 2006, p. 475). Para una desinhibida apología
del capitalismo ultraliberal de la época véase Capitalismo, de A. Seldon (Madrid, Unión Editorial, 1994), que empieza así:
«El capitalismo no pide defensa sino alabanza» (p.17). Lo realmente ocurrido en las dos últimas décadas fue analizado por
Joseph Stiglitz en Los felices 90. La semilla de la destrucción (Madrid, Taurus, 2003) y en Caída libre. El libre mercado y el hun-
dimiento de la economía mundial (Madrid, Taurus, 2010).
48
Para hacerse cargo de algunos de los entresijos de ese paroxismo del que hablo pueden verse los relatos de J. Carroll,
La casa de la guerra. El Pentágono es quien manda, Barcelona, Crítica, 2007; N. Klein, La doctrina del shock. El auge del capi-
talismo del desastre, Barcelona, Paidós, 2007; R. Uesseler, La guerra como negocio. Cómo las empresas militares privadas destruyen
la democracia, Barcelona, Belacqua, 2007, y J. Scahill, Blackwater. El auge del ejército mercenario más poderoso del mundo, Barcelona,
Paidós, 2008. Respecto a lo sucedido el 11 de septiembre de 2001 resulta interesante leer los artículos que de inmediato
escribió Arundhati Roy, «El álgebra de la justicia infinita» y «La guerra es paz» (publicados bajo el primero de los títulos
en Barcelona, Anagrama, 2002) y también es útil consultar la sensata entrevista a J. L. Gordillo «Lo más prudente es pedir
una nueva investigación» (en CIP ECOSOCIAL-Boletín ECOS, nº 8, 2009, localizable en distintos sitios de Internet). Para
una aguda crítica desmitificadora del mitificado relato que la sociedad USAmericana ha permitido que se vaya constru-
yendo sobre los atentados véase S. Faludi, La pesadilla terrorista. Miedo y fantasía en Estados unidos después del 11-S, Barcelona,
Anagrama, 2009.

130
LA VIOLENCIA BELICISTA DE LA ACTUAL RED MUNDIAL DE SOCIEDADES

material, la imposición normativa y el disciplinamiento existencial aparecen entre-


lazados en el «poder hacia afuera» del supremus hegemón imperial y sus políticas
coercitivas de dominación supra-soberanas.
Al margen de las fracasadas prospectivas de los gurús de turno (que sin empacho
transitan pendularmente desde las retóricas del optimismo a las del pesimismo y vice-
versa, al estilo, por ejemplo, de los que se reúnen anualmente en Davos), el proble-
ma de la contención de la violencia ultramilitarista y ultracapitalista generada por el pro-
pio sistema imperial sigue, no obstante, abierto. Porque la contención únicamente
puede ser abordada desde la formación de una voluntad colectiva de carácter demo-
crático firmemente contraria al ejercicio supra-soberano, desbocado e impune, de la
coerción. Una voluntad política así es posible en teoría y a la vez improbable en la prác-
tica. Johnson la caracteriza de la siguiente manera:
«Existe un desarrollo de los acontecimientos que acaso podría detener este proceso: el
pueblo podría retomar el control del congreso, reformarlo, así como las leyes electorales
corruptas que lo han convertido en un foro para los intereses de determinados grupos,
transformarlo en una genuina asamblea de representantes democráticos y cortar el sumi-
nistro de dinero al Pentágono y a los servicios secretos de información. Poseemos una
sociedad civil fuerte, que sería capaz, en teoría, de superar los intereses enfrentados de las
fuerzas armadas y del complejo militar-industrial».

He ahí todo un programa alternativo, expresado con sencillez y sensatez. No


obstante, su autor —con razón— no se ve capaz de ser optimista51.

49
Stiglitz caracterizó así lo ocurrido en lo que se puede llamar el final de «los infelices 2000»: «El mundo está cayendo en
una grave desaceleración mundial, probablemente la peor del último cuarto de siglo, quizá incluso la peor desde la Gran
Depresión de 1929. Una crisis que, en más de un sentido, es made in USA, fabricada en Estados Unidos. Estados Unidos expor-
tó sus hipotecas tóxicas al resto del mundo en forma de títulos respaldados por activos. Exportó su filosofía desreguladora del
mercado libre, algo que ahora hasta Alan Greenspan, su sumo sacerdote, admite que fue un error. Exportó su cultura de irres-
ponsabilidad empresarial y la opaca práctica de las opciones de compra de acciones, que fomentan esa mala contabilidad que,
al igual que ocurrió en los escándalos de Enron y Worldcom hace unos pocos años, tan importante ha sido en este descalabro.
Como colofón, EE UU ha exportado su desaceleración económica» («El siguiente Bretton Woods», El País, 9-11-2008).
50
Robert Heilbroner escribió hace ya años que «el futuro del capitalismo concreto en que vivimos está caracteriza-
do por un altísimo grado de impredecibilidad, debido a la posibilidad de que muchas de sus tendencias internas al cambio
puedan ser estimuladas o bloqueadas, aprovechadas o pervertidas por los procesos políticos que forman parte inseparable
de cualquier nación capitalista» (El capitalismo del siglo XXI, Barcelona, Península, 1996, p. 29).
51
C. Johnson, Op. cit., p. 346. El párrafo citado termina de esta manera: «A estas alturas, sin embargo, resulta difícil
imaginar, tal como ocurrió con el senado romano en los últimos días de la república, cómo se podría resucitar al congre-
so y acabar con la corrupción endémica. Si esta reforma fracasa, Némesis, la diosa del castigo justo y la venganza, la que
sanciona el orgullo y la soberbia, espera con impaciencia el momento de reunirse con nosotros».

131
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

El reto para la sociedad estadounidense, y para el resto de sociedades del mundo,


es enorme. Máxime cuando la élite de poder del proyecto imperial USAmericano
—si no es rechazado desde dentro y desde fuera de su territorio— está exigiendo
a la propia sociedad estadounidense, y al resto de sociedades del mundo, que apo-
yen sus políticas ultramilitaristas y ultracapitalistas, internas y externas, políticas que
están incrustadas en el cerebro y corazón de su sistema castrense-financiero, como
ha quedado en evidencia con la involución de las políticas de la cúpula demócra-
ta estadounidense desde finales de 200952, involución tanto secundada por las decli-
nantes élites de poder europeo y japonés como consentida —aunque no sin con-
tradicciones y latente conflictividad— por las emergentes élites de poder brasileño,
ruso, indio y sobre todo chino. Pero esta involución no está diciéndonos que este-
mos a las puertas de un derrumbe del coercitivo poder hacia fuera USAmericano
en el actual mundo unimultipolar, como pretende el pensamiento geopolítico
estandarizado en Occidente, que oscila entre el triunfalismo y el derrotismo, sobre
todo en Europa, abandonada al final de los años diez a un catastrofismo occiden-
talista tan atemorizado como irracional53.
Desde nuestra perspectiva, el colapso de la supremacía y hegemonía del poder
USAmericano es un mito:

52
Los multilateralistas gestos de distensión geopolítica inicial, de corte militar, económico y ecológico, por parte de
Obama ante la ONU, la OTAN, la UE, la OEA, el G-20 y otros foros hacen de la necesidad virtud, pero son aún (cuan-
do reviso estas páginas) del todo insuficientes, ya que resultan tímidos gestos que se combinan con otros realmente preo-
cupantes: ratificación en su puesto del último Secretario de Defensa de Bush (el halcón conservador Robert Gates), aumen-
to de tropas en Afganistán y extensión de la guerra a Pakistán, nuevas bases militares en Colombia, continuidad del apoyo
a la gobernante ultraderecha israelí, inducción al fracaso de la Cumbre de Copenhague sobre el cambio climático, desva-
lorización del dólar para transferir los costos al resto del mundo, retraso del cierre de Guantánamo, etcétera, etcétera.
Resultaría absurdo pensar que tras la elección de Obama no se ocultan, operan y manifiestan profundas contradicciones en
la élite de poder estadounidense (sobre las élites de poder actuales —la llamada «clase superior» mundial— véase D.
Rothkopf, El club de los elegidos. Cómo la élite del poder global gobierna el mundo, Barcelona, Urano, 2008). No extrañó a nadie
que al finalizar el primer año de gobierno, Obama hubiese perdido ya un 20 % de sus iniciales apoyos internos; y que al
finalizar el segundo, con bajadas espectaculares en su aceptación, los demócratas perdiesen las elecciones legislativas e ini-
ciasen contrarreformas financieras y fiscales abiertamente pactadas con el conservadurismo republicano (el ahorro fiscal,
por ejemplo, será de unos 77.000 dólares de media para cada estadounidense perteneciente al 1% más rico, y poco menos
de 400 dólares para los contribuyentes pertenecientes al 20% más pobre —S. Pizzigati, «La historia oculta del acuerdo fis-
cal de la Casa Blanca», www.sinpermiso.info, 25-12-2010).
53
Véase este ejemplo del catastrofismo occidentalista, entre muchos de finales de 2010: «Un mundo desconfiado. Sin ideas
ni líderes. En mitad de una crisis económica, la mayor de los últimos 80 años, que coincide con una insólita transferencia de poder
desde Europa y Estados Unidos hacia Asia como no se había visto en siglos. Esta ha sido el año en que se han hecho plenamen-
te visibles los cambios del mundo unipolar de la superpotencia única hacia el mundo multipolar en que Estados Unidos tiene que nego-
ciar con los nuevos poderes emergentes y, sobre todo, con China, cada vez más explícita en sus ambiciones. (…) El lideraz-
go de Washington ha entrado definitivamente en crisis, después del desgraciado canto del cisne de la presidencia de Bush con las guerras
de Irak y Afganistán» (L. Bassets, «Sin ideas ni líderes», El País Semanal, 26-12-2010, cursivas nuestras).

132
LA VIOLENCIA BELICISTA DE LA ACTUAL RED MUNDIAL DE SOCIEDADES

«En este momento, no hay perspectiva de superación del poder militar de los EE UU
en lo tocante a sus dimensiones actuales —ha escrito José Luis Fiori—, a su velocidad de
expansión y a su capacidad de innovación, pese a su fracaso en Oriente Medio. Y tampoco
existe en el horizonte posibilidad ninguna de substituir a los Estados Unidos como ‘mer-
cado financiero del mundo’, debido a la profundidad y extensión de sus propios merca-
dos y de su capital financiero, determinados por la centralidad internacional de la mone-
da norteamericana. Basta mirar la reacción de los gobiernos y de los inversores del mundo,
que se están defendiendo de la crisis del dólar huyendo hacia el mismo dólar y hacia los
títulos del Tesoro norteamericano, a pesar de su bajísima rentabilidad y a pesar de que el
epicentro de la crisis esté en los EE UU»54. Nada, pues, permite aventurar que la crisis sis-
témica de la violencia belicista avance irremisiblemente y al margen de las voluntad de los
individuos y sociedades en una dirección única, la de una salida multipolar estable.

Por lo que respecta al supremus hegemón USAmericano, únicamente el paso


del tiempo permitirá dilucidar si la imprescindible voluntad de contención del
ultramilitarismo y el ultracapitalismo será —o no— la voluntad de la mayoría de
la sociedad estadounidense y, además, la voluntad de sus élites dirigentes y admi-
nistrativas durante el o los mandatos del presidente Obama. Pese a todo lo que le
separó de su predecesor, que no era poco, y a las grandes expectativas de cambio
que inicialmente suscitó en las fuerzas progresistas de todo el mundo55, no se debe-
ría olvidar que el mismo Obama desde su discurso de investidura ratificó (con un
lenguaje impreciso, susceptible de lecturas muy diversas e incluso contrapuestas) que
su país estaba «en guerra» contra un fantasma al que llamó «red de violencia y odio
de amplio alcance». Aun habiendo recibido inmerecidamente el premio Nobel de
la Paz de 2009, en ningún momento ha desmentido —ni antes ni después— su
acuerdo y apoyo a las ansias belicistas del hegemón supremus que constitucionalmente
encabeza. Todo lo contrario. Por tanto, la cuestión de si habrá o no una conten-
ción real y decidida de las violentas prácticas insertas en el sueño imperial esta-

54
J. L. Fiori, «La crisis económica, la izquierda y la dinámica geopolítica», www.sinpermiso.info, 19-04-2009.
55
J. Stratós, «Obama, del sueño calculado a la realidad por cambiar», www.pensamientocritico.org., 20-01-2009. El
desencanto no es solo por el componente ultramilitarista de sus políticas reales, sino también por el componente ultraca-
pitalista. Véase este balance de Vicenç Navarro para los años 2008-2010: «El porcentaje de las rentas nacionales derivadas
del trabajo ha ido descendiendo en EEUU y en la mayoría de países de Europa (incluyendo España), mientras que las ren-
tas del capital han ido aumentando. Dentro de las rentas del trabajo, los salarios son los que representan el porcentaje más
bajo de la renta nacional, que ha alcanzado en EEUU, y en la mayoría de países de la OCDE, el porcentaje más bajo desde
1945. En realidad, la situación de las familias trabajadoras se ha deteriorado marcadamente, deterioro que ha sido incluso
más acentuado como consecuencia de la crisis. Los salarios en EEUU, por ejemplo, han bajado un 2% durante el periodo
2008-2010, mientras que los beneficios empresariales han subido un 57%. Esta situación ha dado pie a grandes desigual-
dades» («Polarización social y crisis», Público, 23-12-2010).

133
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

dounidense queda aquí problematizada como un interrogante crucial del futuro


próximo —de hecho, no podrá ser dilucidada antes de bien avanzada la década de
los veinte si no en varias décadas más.

134
ACERCA DEL PACIFISMO JURÍDICO EN EL TIEMPO
DE LAS GLOBALIZACIONES1

Pilar Allegue
Universidade de Vigo

«Que nunca los indios de todas las Indias hicieron mal alguno
a los cristianos, antes los tuvieron por venidos de cielo, hasta que primero,
muchas veces hubieron recibido ellos o sus vecinos muchos males,
robos, muertes, violencias y vejaciones de ellos mismos»

Bartolomé de las Casas. «Brevíssima relación de la destruycion de las Indias, 1552».

1. INTRODUCCIÓN: «NOSOTROS PUEBLOS DE LAS NACIONES


UNIDAS»

El Preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas comienza con una declara-


ción de salvaguarda de las generaciones futuras del flagelo de la guerra mediante la
defensa de los derechos fundamentales del hombre, de la dignidad y del valor de
la persona humana en la igualdad de derechos —igualdad en droits— de hombres
y mujeres. Se compromete a promover el progreso social y a elevar el nivel de
vida dentro de un concepto más amplio de libertad, así como a unir fuerzas para
el mantenimiento de la paz. El Capítulo I, artículo 1.1, comienza promulgando
los fines de la ONU y dice que el primero, y principal de ellos, es el de «mante-
ner la paz y seguridad internacionales […] lograrlo por medios pacíficos, confor-
me a principios de justicia y derecho internacional». Es éste, según mi opinión, un
texto emblemático del «pacifismo jurídico», una realidad consecuente de la cultu-
ra político-jurídica occidental, en él se han plasmado los ideales ilustrados vincu-
lados al ideario racionalista moderno.
La paz como un objetivo de la sociedad política es una tesis común a los ius-
naturalistas ilustrados como consecuencia de la idea de que el estado de naturale-

1
Trabajo, revisado y corregido a partir de la ponencia presentada al congreso Traducción e Innovación
en Ética e Filosofía Política. XV Semana de Ética y Filosofía Política. Madrid, 27, 28 y 29 de marzo de 2007.

135
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

za es un estado inseguro. En él existen derechos naturales de igualdad, de liber-


tad, de vida, de propiedad… Pero falta un «tercero super partes», que restaure, en
caso de conflicto, la justicia, que sancione y garantice esos derechos naturales. Sólo
una sociedad civil-política pactada con reglas puede resolver estos conflictos. El
Derecho constituye así la estructura central de la sociedad civil, política.
Para gran parte de los ilustrados, entre los que se encuentran Locke, Hobbes,
Rousseau y Kant, la situación de inseguridad que viven en el estado de naturale-
za los individuos, también se vive y se repite en las relaciones entre naciones, que
soportan su propio estado de naturaleza al carecer de un órgano superior que garan-
tice sus relaciones y sus derechos.
El ius gentium hasta la ilustración tuvo como componente inseparable el dere-
cho de guerra2 porque la sociedad internacional carecía de una autoridad superior
que, por la fuerza, pudiese imponer la paz. Por esta razón el iustum bellum, la gue-
rra justa, debe señalar sus condiciones si así quiere ser considerada. La guerra fue
siempre una institución del ius gentium y, posteriormente, del derecho internacional
público.
La historia del pensamiento jurídico-político tiene ilustres representantes del
pacifismo jurídico, que con algunas variantes recibe diversos nombres: «cosmopo-
litismo jurídico», en el que reconocemos a Kant como uno de sus primeros artí-
fices. El término «pacifismo jurídico», se atribuye a H. Kelsen y a N. Bobbio.
Recibe el nombre de «globalismo jurídico» en Danilo Zolo; y el de «constitucio-
nalismo global» en Luigi Ferrajoli.
El debate sobre la pertinencia de un pacifismo jurídico es hoy de suma impor-
tancia, porque vivimos en un mundo globalizado en el que la guerra es utiliza-
da por las grandes potencias —a pesar de su prohibición en la Carta Fundacional
de la ONU— como sanción e instrumento cruel, agresivo e irracional en las
relaciones internacionales, justificando su uso con antiguos conceptos antitéti-
cos, contradictorios, como «guerra justa», «guerra humanitaria» o «guerra ética»,
«guerra contra el eje del mal y el terrorismo», o bien «guerra preventiva», cali-
ficando así, falsamente, lo que son guerras de agresión enmascaradoras de los
intereses geopolíticos o económicos de los EEUU y sus aliados. Guerras des-

2
La obra más importante de Hugo Grocio lleva por título De iure belli ac pacis libri tres, in quibus ius natu-
rae et gentium item iuris publici praecipua explicantur. La de Vitoria, un siglo antes en 1539, De iure belli e De Indis
posterior.

136
ACERCA DEL PACIFISMO JURÍDICO EN EL TIEMPO DE LAS GLOBALIZACIONES

tructivas, crueles y sangrientas, como las que han tenido lugar en África en
Angola, en Ruanda, promovidas por intereses económicos de las grandes poten-
cias que a través de gobiernos títeres se benefician de las riquezas naturales de
estos paises generando conflictos de terribles consecuencias para sus poblacio-
nes inocentes. Estas guerras cuestionan la razón jurídica en sí misma, porque
ésta sólo reconoce culpables o inocentes, y sin embargo, en su destrucción, las
guerras actúan desde la dialéctica schmittiana amigo-enemigo contra víctimas
inocentes, contra civiles que no son culpables, salvo, como afirma Zolo, que se
juzguen como tales por no ser capaces de librarse de un régimen tiránico. Tesis
contra la que impenitentemente se manifiestan Luigi Ferrajoli, Danilo Zolo,
Boaventura de Sousa Santos, entre otros. Nos preguntamos: ¿Qué significado tiene
hoy el pacifismo jurídico?

La extensión de este trabajo no me permitirá tratar a todos los representantes


del llamado globalismo o pacifismo jurídico, razón ésta por la que nos centrare-
mos en Norberto Bobbio y Luigi Ferrajoli desde el marco kantiano y kelseniano.
Asimismo, nos parece sumamente importante dialogar con uno de los críticos cua-
lificados de este globalismo: Danilo Zolo como realista jurídico

2. EL PACIFISMO JURÍDICO

Pero ¿qué es el pacifismo jurídico?

Denominamos pacifismo jurídico a una teoría jurídico-política que tiene en


Kant su antecedente más próximo. Defiende la conquista de la paz universal a tra-
vés del derecho internacional público. En ella, existen dos notas definidoras:

1. La supresión del ius ad bellum como sanción de los estados nacionales, legi-
timada por su soberanía. Soberanía que ha dejado de ser un poder absolu-
to y que, en caso de reconocerla, sería siempre compartida.

El recurso a la violencia, a la guerra, debe corresponder únicamente a instan-


cias jurídico-internacionales. Las únicas excepciones admisibles serían: la legítima
defensa frente a una agresión enemiga, o bien, la aplicación colectiva de sanciones
jurídicas internacionales.

137
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

2. La construcción de un sistema internacional institucionalizado, y autónomo


de los estados, que cuide la seguridad mundial y mantenga la paz median-
te el control de la fuerza.
Los representantes más cualificados son H. Kelsen y N. Bobbio. Esta teoría
puede considerarse inspiradora de la Carta de las Naciones Unidas del 26 de junio
de 1945.
Kant en La paz perpetua. Un proyecto filosófico3 sienta las bases de la creación de
una Sociedad de Naciones y posteriormente de la ONU, según Antonio Truyol,
como resultado de un proceso asociativo por parte de los estados en el camino
hacia la instauración de un Estado mundial y con él de una paz perpetua4 (cons-
truida perpetuamente). Kant afirma que «la idea racional de una comunidad pací-
fica […] no es en absoluto filantrópica (ética), sino un principio jurídico»5 que
conduce al Derecho cosmopolita.
Paz mundial, organización internacional —mundial— y Derecho cosmopoli-
ta. Estos tres elementos serán, posteriormente, tres de los pilares que reconocemos
en la Carta de las Naciones Unidas.
En principio tenemos un objetivo, una institución y un instrumento como el
derecho-derechos confluyendo en la consecución de ese Estado Mundial de
Derecho, que tiene sus límites y vínculos en los Derechos Humanos (o Fundamentales).
En este diseño la paz es su fin porque la guerra representa la violencia institucio-
nalizada, utilizada como sanción jurídica-política. La guerra como sanción, ins-
trumentalizada por instituciones y Estados, significa, sin embargo, un gran fraca-
so si definimos el derecho como técnica de resolución pacífica de conflictos y
regulación del uso de la fuerza6.

3
KANT, E.: La paz perpetua. Un proyecto filosófico. Trad. Joaquín Abellán. Madrid, Tecnos, 1985.
Existen diversas traducciones del título. El profesor Truyol y Serra se refiere a esta obra como Sobre la
paz perpetua…». Rodríguez Aramayo y Concha Roldán entre otros: Hacia la paz perpetua…». En nuestro
caso preferimos esta última porque indica algo inacabado, un proyecto a realizar.
4
TRUYOL Y SERRA, A.: «A modo de introducción: La paz perpetua de Kant en la Historia del derecho
de gentes», en ARAMAYO, R.; MUGUERZA, J. y ROLDÁN, Concha (eds.): La Paz y el ideal cosmopolita de la. Ilustración.
A propósito del Bicentenario de Hacia la paz perpetua de Kant. Madrid, Tecnos, 1996, pp. 17-29 (aquí p. 24).
5
KANT, E. Metafísica de las costumbres, primera parte, sección tercera, p. 62 (citado por Truyol, o.c., p.
24).
6
BOBBIO, N.: «Paz y guerra», en Teoría General de la Política. Ed. de M. Bovero, trad. de A. de Cabo,
G. Pissarello et al.. Madrid, Trotta, 2003, p. 558.

138
ACERCA DEL PACIFISMO JURÍDICO EN EL TIEMPO DE LAS GLOBALIZACIONES

3. ELEMENTOS FILOSÓFICO-JURÍDICO-POLÍTICOS DEL PACIFISMO


EN E. KANT Y EN H. KELSEN

3.1. El cosmopolitismo jurídico de E. Kant

El referente filosófico-político de Kant es Platón y su República, organizada pací-


ficamente en torno a la justicia y a la idea de Bien7, más su respuesta es contra la
tesis naturalista de Hobbes de la «guerra de todos contra todos», y como antítesis
radical racionalista opone la paz «perpetuamente»8 y universalmente 9a través de
un pacto social con sus límites y vínculos rígidos que serán las seis condiciones
preliminares —como fórmulas de prohibición— y los tres artículos definitivos
— como preceptos de obligación positiva—10 para lograr instaurar la paz perpe-
tua. Este pacto social está condicionado a la construcción de una federación (o
confederación) cuya forma de gobierno sólo puede ser republicana porque signi-
fica la participación del pueblo en la elección del soberano, la defensa de la liber-
tad, igualdad e imperio de la ley, dependiendo todos de una legislación común
para la toma de decisiones y como requisito para declarar la guerra. Será también
una cláusula de pacto perpetuo entre Estados, de tal manera que «el establecimiento
de esta comunidad sobre la tierra» permite afirmar «la idea de un Derecho cos-
mopolita que transforma el Derecho político y el Derecho de gentes en un Derecho
público de la Humanidad como complemento de la paz perpetua, constituyéndo-
se en condición»11.
La paz, para Kant, no existe en el estado de naturaleza porque los hombres no son
buenos por naturaleza, en él hay una constante amenaza de guerra. La guerra dice «es,
ciertamente, el medio tristemente necesario en el estado de naturaleza para afirmar
el derecho por la fuerza (estado de naturaleza donde no existe ningún tribunal de
justicia que pueda juzgar con la fuerza del derecho)»12. Como se desprende de esta
tesis la paz es una conquista. La paz debe instaurarse13. Esta paz tiene que recorrer
un camino expuesto en las condiciones previas y definitivas de La paz perpetua.

7
BRANDT, R.: «Observaciones crítico-históricas al escrito de Kant Sobre la Paz». Trad. Roberto R.
Aramayo y Concha Roldán, en La Paz y el ideal cosmopolita…, o.c., pp. 35-36.
8
PEREDA, L.: «Sobre la consigna: hacia la paz perpetuamente», en La Paz…, o.c., pp. 77-101.
9
Vide MUGUERZA, J.: «Los peldaños del cosmopolitismo», en Sobre la Paz…, o.c., pp 360 y ss.
10
Vide BRANDT, R.: «Observaciones…», o.c., pp. 39, 40, 41.
11
KANT, E.: La paz…, o.c., p. 30.
12
Ídem, p. 10.
13
Ídem, p. 14.

139
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

La unidad de la ética, de la política y del derecho en Kant está presente en su


filosofía político-jurídica. Esta unidad se manifiesta en su concepción del republi-
canismo, contrapuesto al despotismo (incluyendo en él también a la democracia
como un gobierno paternalista), porque el despotismo es la negación de la liber-
tad e igualdad y éstos son los valores que sirven de fundamento a la constitución
republicana, tal como expone en el primer artículo definitivo de La paz perpetua.
El principio de libertad, como primer principio y principal, nuclea por su uni-
versalidad y radicalidad la construcción político-jurídica de este autor. La libertad
jurídica (externa) es la facultad «de no obedecer ninguna ley exterior sino tanto
en cuanto he podido darle mi consentimiento»14.
De igual manera, la igualdad como principio también de la constitución repu-
blicana es una igualdad jurídica: «todos iguales ante la ley». Significa que esta
igualdad no es material sino el reconocimiento de los iguales como ciudadanos
delante de las leyes. Sin embargo, Kant distingue dos tipos de ciudadanos: ciu-
dadanos activos y ciudadanos pasivos fundando su suficiencia, su autonomía, su
capacidad de acción, en la propiedad. Los asalariados —por supuesto las muje-
res y los niños— son excluidos de una participación política por ser dependien-
tes y pasivos. El respeto de estos derechos individuales (que en mi opinión son
restrictivos y excluyentes) es la base de la constitución civil republicana que debe
conducir hacia la paz perpetua.
Sostiene, el autor, que «el modo de gobierno que es conforme a la idea del
derecho pertenece al sistema representativo, único en el que es posible un modo
de gobierno republicano. Y sin el cual el gobierno es despótico y violento (sea
cual fuera la Constitución)»15. Porque, la representación es una representación sólo
de autosuficientes.
El segundo artículo definitivo dice que el derecho de gentes debe fundarse en
una «federación de estados libres. Federación de pueblos, en cuanto estados, no
—advierte Kant—, en un estado de pueblos»16. Por esta razón lo que es correcto
«in thesi» lo rechaza «in hipothesi» y sus instintos de injusticia y enemistad sólo
podrán ser detenidos por una «federación en permanente y continua expansión»17.

14
Ídem, p. 16.
15
Ídem, p. 20.
16
Ídem, p. 21.
17
Ídem, p. 26.

140
ACERCA DEL PACIFISMO JURÍDICO EN EL TIEMPO DE LAS GLOBALIZACIONES

El tercer artículo definitivo sostiene que «el derecho cosmopolita debe limi-
tarse a las condiciones de la hospitalidad universal».Es el derecho de «visita» com-
pletando el derecho político y el derecho de gentes en un derecho público de la
humanidad, convirtiéndose así en un complemento de la paz perpetua.
El racionalismo universalista de Kant tiene su soporte en la unidad de todos
los hombres, de la humanidad y el individuo es su eje central.
El cosmopolitismo del filósofo de Königsberg, trasciende la defensa del marco
estatal como único defensor de los derechos naturales y de la justicia. En( Hacia)
la paz perpetua… sostiene, como hemos dicho anteriormente, la necesidad de
construir una federación (o confederación) republicana con una legislación común,
un derecho cosmopolita para la instauración de un estado mundial.
Es esta una tesis de madurez que el propio autor había propuesto anteriormente
en un texto publicado en 1784, es decir, once años antes, en Idea de una historia
universal desde el punto de vista cosmopolita18. En esta obra había defendido la nece-
sidad de construir un estado o ciudadanía mundial y cosmopolita para alcanzar la
paz a través de una «Liga de Naciones» donde todo estado, por pequeño y débil que
fuese, podría esperar su seguridad más allá del poder de las grandes sociedades orga-
nizadas.
La idea de una paz lograda a través del «establecimiento de una constitución
civil perfecta depende a su vez del problema de una reglamentación de las rela-
ciones interestatales y no puede ser resuelto sin solucionar previamente esto últi-
mo»19. Es esta una tesis muy reiterada en Kant que conjuga la «insociable sociabi-
lidad» individual en una tesis paralela en el ámbito interestatal.
En ( Hacia) la paz perpetua, el filósofo de Königsberg, y con ironía desde el
propio título, sostiene la búsqueda de la paz desde la razón y la praxis en una lucha
continua entre la inclinación natural a la paz y el instinto natural, también, a la
destrucción.
Esta pequeña gran obra de Kant, La paz perpetua, contiene otro elemento de suma
importancia y actualidad, a nuestro juicio: es aquél que, según el autor, permite
sostener la garantía de la Paz. Se refiere a la Naturaleza que separa y une pueblos

18
KANT, E.: Idea de una historia universal en clave cosmopolita y otros escritos sobre Filosofía de la
Historia. Trad. de Concha Roldán y Roberto Rodríguez Aramayo. Madrid, Tecnos, 1987.
19
Ídem, p. 13.

141
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

por razón del «provecho recíproco». Por instinto humano la garantía de la paz es
el «espíritu comercial», que no puede coexistir con la guerra. Es ésta una garantía
poco utópica. Reconoce Kant que el poder del dinero no es una garantía (de paz)
teórica, pero sí política20. Con esta afirmación nada inocente del poder de la «lex
mercatoria» cierra Kant el suplemento primero de La paz perpetua.
Sin embargo, como fundamento legitimador y sustentador de su grandiosa
construcción político-jurídica está la tesis kantiana de la unidad moral del género
humano.
Estos elementos constituyen el camino, según Norberto Bobbio, para la reali-
zación de un pacifismo institucional21.

3.2. El pacifismo jurídico de H. Kelsen

Hans Kelsen en La paz por medio del Derecho, en 1944, se pregunta cómo
asegurar la paz y eliminar la guerra, y la respuesta dice que es «unir todos y cada
uno de los estados, o al menos tantos como sea posible, en un Estado Mundial,
concentrar todos sus instrumentos de poder, sus fuerzas armadas y ponerlas a
disposición de un gobierno mundial sometido a leyes creadas por un parlamento
mundial»22. «La paz será garantizada por una jurisdicción obligatoria para los
conflictos internacionales»23. Kelsen en este texto defiende también, igual que
Kant en La paz perpetua, la superación del estado nacional (aunque sirva de
modelo analógico) en el camino hacia el federalismo. La guerra será imputable
y sancionable desde las personas físicas de los gobernantes que la declararon y que
deben ser sometidos a un Tribunal Internacional. Desde esta tesis será la racio-
nalidad jurídica universal la que juzgue como crimen la guerra. Para lograr la paz
es necesario perfeccionar el derecho internacional y sólo después de perfeccio-

20
KANT, E.: La paz…, o.c., p. 41.
21
BOBBIO, N.: Teoría General de la Política, o. c., p. 568
22
KELSEN, H.: La paz a través del Derecho. Trad. castellana de L. Echávarri; introd. de M. La Torre y
Cristina García Pascual. Madrid, Trotta, 2003. La edición anterior en castellano está traducida por el mismo
L. Echávarri en Buenos Aires, Losada, 1946. Vide en trad. Manuel Atienza, KELSEN, H.: Escritos sobre la demo-
cracia y el socialismo. Selección y presentación de Ruíz Manero, J., Madrid, Debate, 1998. En este trabajo se
recogen todos los elementos constitutivos de una democracia procedimental y una lúcida defensa del parla-
mentarismo que Kelsen atribuirá analógicamente desde el Estado de Derecho nacional al Estado Mundial
como condiciones.
23
KELSEN, H.: La paz… o. c.

142
ACERCA DEL PACIFISMO JURÍDICO EN EL TIEMPO DE LAS GLOBALIZACIONES

narlo pueden crearse las instituciones que «centralicen» el uso de la fuerza para
obligar a cumplir sus reglas. De tal manera que la guerra sólo sobrevivirá como
sanción penal legítima de la «civitas maxima» como instrumento de un ejérci-
to internacional (o policía).
En este texto, con respecto a la guerra, dice: «Hay verdades tan evidentes
por si mismas que deben ser proclamadas una y otra vez para que no caigan en
el olvido. Una de esas verdades es que la guerra es un asesinato en masa, la mayor
desgracia de nuestra cultura»24. En este libro defiende el autor que los estados y
los individuos deben someterse a un orden jurídico internacional que asuma
como principios la «no agresión unilateral» y la solución pacífica de los conflic-
tos, prohibiendo conductas que generen la guerra. De tal manera que, todos los
estados que constituyen la Liga permanente internacional para mantenimiento
de la paz creen un Tribunal Internacional, dotado de jurisdicción obligatoria y
permanente para «obligarlos a renunciar a la guerra y a las represalias como medios
de resolver los conflictos y obligarlos a someter todas sus disputas sin excepción
a la decisión de este tribunal»25. Kelsen, en este trabajo, recupera el término de
«guerra justa»26 como guerra de defensa, lícita solo en clave jurídica propia de
un derecho internacional primitivo. Únicamente de forma excepcional es admi-
sible la guerra justa. La teoría del bellum iustum, desde el derecho internacional
está justificada por el monopolio legítimo de la fuerza. Kelsen insiste en la idea
de que el derecho es el único instrumento para conseguir la paz. Es la autoridad
de lo jurídico perfeccionando el derecho internacional, en el control del uso de
la fuerza, quien garantiza la paz. Este monopolio de la fuerza, ha tenido su expre-
sión histórica en tres tratados importantes, consecuencia de las dos guerras mun-
diales: en 1919 el Pacto de la Sociedad de Naciones, en 1928 el Tratado de
Renuncia a la Guerra —Pacto Kellog-Briand—, y por último, en 1945 la Carta
de las Naciones Unidas.
La tesis kelseniana subyacente es la de que tanto el derecho estatal como el
derecho internacional son un orden coactivo. El problema, para este autor, es que
el derecho internacional es un sistema jurídico primitivo porque estás descentra-
lizado. Esta es la razón de que su objetivo sea la creación de órganos jurispruden-
ciales internacionales. La creación de un estado federal mundial es, según Kelsen,

24
Ídem, p. 36.
25
Ídem, p. 47.
26
Para algunos autores, entre ellos Massimo La Torre y Cristina García, significa la recuperación de una
tesis moral, más allá de la teoría pura del derecho.

143
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

el resultado de una «evolución larga y lenta que iguale las diferencias culturales
entre las naciones del mundo, sobre todo, si esa evolución es fomentada por una
labor política y educacional»27.
En 1955 y en los «Fundamentos de la democracia» reitera, en el apartado sobre
Democracia y Paz, el paralelismo entre la política interior y la exterior. Dice que
la política democrática tiene un ideal pacifista, y la autocrática imperialista. Aunque,
en las democracias también existen guerras de conquista, pero es necesaria una
mayor justificación porque sus resistencias internas son mayores. Para ello es pre-
ciso presentarlo como guerra defensiva contra un gobierno que no ama la paz.
Afirma el profesor austriaco que cabría la posibilidad, también, de declararla como
una opción real de «pacificación definitiva del mundo, o de una parte de él, para
lo que se propugna una organización internacional que presenta todos los rasgos carac-
terísticos de una democracia —una comunidad de estados con iguales derechos
sometida a un tipo de gobierno compuesto por representantes elegidos y a un tri-
bunal mundial, competente para dirimir los conflictos internacionales. Este sería
el primer paso para la construcción de un estado mundial»28, retomando nueva-
mente sus tesis anteriores.
La construcción de Kelsen se asienta sobre los presupuestos filosóficos neo-
kantianos. Danilo Zolo afirma que ya en 1920 Kelsen trata la unidad jerárquica
normativa del derecho interno e internacional desde un punto de partida, meto-
dológica y filosóficamente, del universalismo racionalista de Kant. Afirma este autor
que el carácter unitario del universo jurídico es para Kelsen «una hipótesis episte-
mológica», una opción generalísima a favor de la objetividad del conocimiento
que, presupone, una «razón universal objetiva», así como una «concepción obje-
tivista del mundo», homologando subjetividad individual con subjetividad estatal,
subordinando de esta manera el individualismo de los individuos al de los estados,
a la objetividad del ordenamiento29. Es, pues, a nuestro juicio una consideración
moral el sostener el monismo unitario jerárquico y, por ello, la superioridad del
derecho internacional sobre el estatal. Cristina García Pascual, afirma que Kelsen
reformulará y modificará a lo largo de sus escritos esta posición moral que retor-
na a elementos nucleares del a filosofía de Vitoria y Kant sobre el orden cosmo-

27
KELSEN, H.: La paz por medio… o. c., p. 46.
28
KELSEN, H.: Escritos sobre la democracia… o. c., p. 250.
29
ZOLO, D.: «El globalismo judicial de Hans Kelsen», en Los señores de la paz. Madrid, Dyckinson, 2005.
Artículo leído en http://www.juragentium.unifi.it

144
ACERCA DEL PACIFISMO JURÍDICO EN EL TIEMPO DE LAS GLOBALIZACIONES

polita30. La implicación del derecho de la moral y de la política están presentes de


igual manera que en Kant.
Para Danilo Zolo, «esta idea iusnaturalista e ilustrada» de la unidad moral del géne-
ro humano, será articulada y traducida por H. Kelsen en la «unidad y objetividad
de un ordenamiento jurídico, en la primacía del derecho internacional y en el
carácter «parcial» de los ordenamientos jurídicos nacionales; políticamente en la
necesidad de desalojar la idea misma de Soberanía»31. Esta idea característica de
Kelsen ha sido subrayada también por Renato Treves en su «Discurso inaugural»
en el Congreso sobre «Kelsen y el problema de la soberanía», quien recalcaba la
tesis kelseniana de la caída del concepto de soberanía frente a la exigencia de una
«civitas maxima», y de un ordenamiento jurídico internacional objetivo, univer-
sal, que se sitúe más allá de los estados y que no dependa de su reconocimiento
para alcanzar la paz. Una paz más kantiana, decía Treves, que neokantiana32. Para
defender esta tesis, Kelsen, necesita imperiosamente desmontar el dogma de la
soberanía y a ello dedicará la teorización del criterio de validez del Derecho, fun-
damentada en la teoría pura monista de derecho. El monismo jurídico interestatal
es el único que puede garantizar la paz, porque los ordenamientos jurídicos esta-
tales son parciales.
Desde el punto de vista del Derecho, la tesis kantiano-kelseniana, como hemos
visto, se concreta en la extensión a toda la Humanidad de una legislación univer-
sal, válida para todos, homologando los ordenamientos nacionales y consecuente-
mente eliminando las diferencias culturales, políticas y sociales. Esta unificación uni-
versal y esta primacía del derecho internacional en el globalismo jurídico —dirá
Zolo— exige una institucionalización internacional: un parlamento mundial que
produzca el derecho, una institución que interprete y aplique estas normas —sobre
todo penales. Consecuentemente, su jurisdicción debe ser también universal y obli-
gatoria, capaz de juzgar a los individuos y a los Estados. De tal manera que para

30
GARCÍA PASCUAL, C.: «Orden jurídico cosmopolita y estado mundial en Hans Kelsen», Cuadernos elec-
trónicos de Filosofía del Derecho, 2 (1999), p. 6 (http://www.uv.es/CEFD/2/
31
ZOLO, D.: «Una crítica realista del globalismo jurídico desde Kant a Kelsen y Habermas». Trad. Pedro
Mercado. Anales de la Cátedra Francisco Suárez, 36 (2002), pp. 197-218 (aquí 198). Los ensayos de Danilo
Zolo contienen rigurosas críticas al globalismo jurídico, destacando entre todas ellas por lo que respecta a
este tema I signore della pace. Una critica del globalismo giuridico. Roma, Carocci editores, 2001. Sobre una crí-
tica a la «guerra humanitaria»: Chi dice umanità Guerra, diritto e ordine global. Torino, Einaudi, 2000.
32
TREVES, R.: «Discorso inaugorale», en Kelsen e il problema della sovranità. Napoli, ed. Scientifiche
Italiane, 1984, p. 20.

145
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

Kelsen, sostendrá Zolo, la Declaración Universal de los Derechos Humanos de


1948 se eleva a «Norma fundamental», legitimándolos como principios político-
jurídicos constituyentes de la Cosmópolis33. En consecuencia, este globalismo jurí-
dico es el fundamento a niveles internacionales y motiva la existencia de las Naciones
Unidas como garantes de los derechos humanos y de la paz, con funciones cada día
mayores en los ámbitos policiales y militares, legitimando y exigiendo la creación
de fuerzas coercitivas propias, desde un ejército internacional hasta la realidad actual
del Tribunal Penal Internacional (Roma, julio, 1998)34. Asimismo, el presupuesto
obligado de todo este andamiaje es la existencia de una «comunidad jurídica universal
de los hombres» que tiene como sustrato un ideal ético común35.
En palabras de Norberto Bobbio «Kelsen es el jurista que no solo sostiene que
el fin principal del Derecho es la paz y no la justicia, sino que se arriesga a soste-
ner que el Derecho, en particular el Derecho internacional, es el único medio para
garantizar una paz estable y universal»36.

4. DOS REPRESENTANTES CUALIFICADOS

4.1. Norberto Bobbio. Pacifismo Jurídico-Pacifismo Institucional

En la introducción a Il Futuro della democrazia, Bobbio sostiene que después


de este libro (1984) se ha ocupado asiduamente del problema de la paz, estre-
chamente conectado al desarrollo de la democracia, y afirmaba: «una paz más esta-
ble en el mundo —no me atrevo a decir «perpetua»— se funda en la realización
de dos condiciones: el aumento del número de los estados democráticos en el sis-
tema internacional y en el avance del proceso de democratización del sistema
internacional»37.

33
ZOLO, D.: «Una crítica realista…», o. c., p. 198. Vide del mismo autor Cosmópolis. Polity Press,
Cambridge 1997. Hay trad. castellana de Rafael Grasa y Francesc Serra. Cosmópolis. Perspectivas y riesgos de
un gobierno mundial, Barcelona, Paidós, 2000.
34
Ver Crítica de Danilo Zolo sobre la inoperancia del Tribunal Penal Internacional. «Universalismo y
“pluriversalismo” ante el nuevo orden mundial» Entrevista realizada por Pablo Ródenas. Trad. Pilar Allegue,
Revista Internacional de Filosofía Política, 27 (2006).
35
Zolo, D. «Una crítica realista…», o.c., p. 200.
36
Bobbio en el texto de Zolo I signore della pace, Roma, Carocci, o. c., p. 98
37
Bobbio, N.: Il Futuro della Democrazia. Torino, Einaudi, 1984 (1.ª ed.), 1991 (2.ª ed. ). Citamos por
la 2ª ed., p. XI.

146
ACERCA DEL PACIFISMO JURÍDICO EN EL TIEMPO DE LAS GLOBALIZACIONES

El pensamiento de N. Bobbio es dualista y de «temi recurrenti». Por un lado, él


dirá de sí mismo «soy un dualista impenitente»38, y por otro, entre sus temas recu-
rrentes está la pareja de opuestos «paz-guerra». Para este autor, las relaciones entre
derecho y guerra son antitéticas, excepto en dos supuestos: el primero atiende a las rela-
ciones internacionales en las que la guerra —guerra justa— es la sanción incluso desde
la consideración de que el derecho tiene como fin (mínimo dirá Bobbio) la paz; el segun-
do supuesto se da cuando la guerra es el medio de instauración de un nuevo dere-
cho, es decir, cuando en sentido técnico-jurídico la guerra es revolucionaria39.
Nos interesa señalar que más allá de la posición de Bobbio está Ferrajoli, su
discípulo, quién sostiene una condena total de la guerra, sin supuestos excepcio-
nales y desde «razones jurídicas» necesarias para caminar hacia la paz. Para el pro-
fesor florentino el derecho es siempre un instrumento de paz y será la refundación
del derecho internacional público, representado por la institución de la ONU, la
que deba defender la prohibición jurídica de la guerra40.
Son numerosos e importantes los artículos que Bobbio dedica al problema de
la paz y la guerra. La paz, dirá Bovero, teniendo a Bobbio como referente, «es una
estrella polar en la ubicación de los fines supremos a los que la humanidad siem-
pre ha aspirado»41. En El problema de la guerra y las vías de la paz42, un ensayo
que, a juicio de Luigi Bonanate, es la más importante reflexión filosófica publica-
da después de la Segunda Guerra Mundial43 y sobre el que también Danilo Zolo
opina que ha sido considerada su obra más importante44, la posición asumida por

38
Bobbio, N.: «Epílogo para españoles», en La Figura y el pensamiento de Norberto Bobbio. Ed. de Ángel
Llamas, Madrid, U. Carlos III, BOE., p. 316. Vide en el mismo texto el excelente trabajo de Alfonso Ruiz Miguel,
elogiado por el propio Bobbio, «Bobbio: las paradojas de un pensamiento en tensión», en La figura… o. c., pp. 53-
75. También de Alfonso Ruiz Miguel: «Norberto Bobbio. Un siglo XX europeo», Claves de Razón Práctica, 141
(abril 2004), pp. 44-53. Sobre paradojas vid. asimismo BOSETTI, G.: «Introduzione. Un collezionista di ossimori»,
en Bobbio ad uso di amici e nemici. Y Libri di Reset. Venecia, Marsilio, 2003 (1.ª ed.), 2004 (2.ª ed.), pp. 7-13.
39
Bobbio, N.: «Paz y guerra», en Teoría general de la Política. Ed. de Michelangelo Bovero; trad.
Antonio de Cabo y Gerardo Pisarello et alii. Madrid, Trotta, 2003, p. 559.
40
Ferrajoli, L.: «Guerra, legitimidad y legalidad», en Razones jurídicas del pacifismo. Ed. G. Pissarello,
Madrid, Trotta, 2004, pp. 28-29.
41
Bovero, M.: «Bobbio, una filosofía per un futuro de Pace», La Stampa, 9 (luglio, 1990). Comentario
realizado a propósito de la presentación de Il terzo assente…
42
Bobbio, N.: Il problema della guerra e le vie della pace. Milano, Il Mulino, 1979. Trad. castellana
Jorge Binaghi. El problema de la guerra y las vías de la paz. 2.ª ed. Barcelona-Gedisa, 1992.
43
Bonanate, L.: «Un laberinto in forma di cerchi concetrici, Ovvero: Guerra e pace nel pensiero di
Norberto Bobbio», en Per una teoria generale della política. Scritti dedicati a N. Bobbio a cura di Luigi
Bonanate e M. Bovero. Florencia. Passigli, 1986, p. 15.
44
Zolo, D.: «Il Pacifismo cosmopolita di N. Bobbio», en I signore…, o. c, pp. 80-81.

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LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

Bobbio ante el problema de una guerra nuclear es la de un militante de un paci-


fismo total y que defiende la tesis del «pacifismo jurídico» o «pacifismo institucio-
nal». Las mismas tesis tratará en Il terzo assente, donde se pregunta si es posible
pasar de una paz entendida como guerra entre dos treguas a una paz gestada a tra-
vés del poder y reglas internacionales, eficientes y eficaces, que garanticen una
solución pacífica a los conflictos que puedan alterarla, y para tal fin señala dos vías:
la acción diplomática y la educación para la paz. Considera necesaria la creación de
un «terzo» poder, idóneo, capaz de resolver democráticamente las discrepancias y
rivalidades que puedan presentarse, sin embargo, para el profesor de Turín, este
«tercero» sigue siendo el gran ausente45. Denuncia la escalada incontrolada del
potencial armamentista como un crimen contra la humanidad y el problema de
que la suprema autoridad internacional (el tercero super partes de Hobbes) que
debe controlar el poder militar no garantice un sistema internacional seguro, orde-
nado y pacífico. Porque Bobbio —recordando a Hobbes, a quién considera el
mayor filósofo de la historia— dirá que en el ámbito internacional existe todavía
entre estados un Estado de Naturaleza atenuado, y por ello es necesario insistir en
la necesidad de extender la democracia e intensificar la democratización. «Jamás
se insistirá lo suficiente en la importancia de un tercero en una estrategia de paz»,
dice Bobbio46. No obstante la posición más conflictiva de Bobbio es la asumi-
da en la primera guerra del Golfo que toma, en principio, como ejemplo de
«guerra justa»47. Aunque un poco más tarde dirá que es «Justa pero evitable»48,
insistirá en que la creación y reforzamiento de «un poder común puede redu-
cir el uso de la fuerza: ésta es la vía del pacifismo institucional»49. Inicialmente
justificará esta guerra del Golfo porque es una guerra en legítima defensa —Es
lícita jurídicamente—, ya que está avalada por el Consejo de Seguridad de la
ONU, y Bobbio, en aquel tiempo, teme además el nacimiento de un nuevo
Hitler; por último, este profesor reconocerá que esperaba que a pesar de las
amenazas no estallase el conflicto.
Sin embargo, Bobbio, frente a las últimas guerras, ha ido variando su posición
y no siempre en un sentido tan claramente pacifistas. A propósito de ello Luigi
Ferrajoli y Danilo Zolo manifestarán su disconformidad respecto a la justificación

45
Bobbio, N.: Il terzo assente: Saggi sulla pace e sulla guerra. Turín, Sonda, 1989.
46
Bobbio, N.: «Paz y guerra», o. c., pp. 578-582.
47
Bobbio, N.: Norberto Bobbio, una guerra giusta? Sul conflicto del Golfo. Venezia, Marsilio, 1991.
48
Bobbio, N.: «Il mio dubbio: guerra giusta, ma inevitabile?», L´Unità, (9 de marzo de 1991).
49
Bobbio, N.: Norberto Bobbio…, o. c., p. 11.

148
ACERCA DEL PACIFISMO JURÍDICO EN EL TIEMPO DE LAS GLOBALIZACIONES

d la guerra en Serbia en una carta abierta que comienza así, «Caro Bobbio: non
siamo d´accordo»50, oponiéndose a sus declaraciones realizadas en una entrevista a
G. Bosetti51. La razón de su oposición es que el «pacifismo jurídico» de Bobbio
reconoce en el centro de su propuesta una autoridad jurídica superior —un tercero
super partes imparcial— y dice que su ausencia generará desorden y violencia.
Curiosamente, en esta guerra ese lugar ha sido usurpado por los EEUU como una
potencia que encarna el «derecho absoluto» y la «justificación ética» de la guerra,
pues bien, a pesar de ello Bobbio así lo ha admitido y defendido, en su defensa
podríamos decir que el profesor es un «superviviente» de las dos guerras mundia-
les y admira el papel de los EEUU en ellas, sobre todo en Italia.
El pacifismo jurídico postulado por Bobbio sigue las tesis de Kant y Kelsen, y
es deudor del contractualismo hobbesiano en el proyecto que obliga para alcanzar
la paz a construir un pacto entre Estados. Un pacto democrático, dirá el profesor
de Turín, que debe ser capaz de garantizar los derechos del hombre más allá de
los Estados, exigiendo una autoridad jurídica internacional y un derecho interna-
cional capaz de justificar, por ejemplo, las guerras de Irak o los Balcanes como
«guerras justas», justas no por «santas» sino, en este caso, por el «uso legítimo de la
fuerza»52.Bobbio frente a una pregunta de D. Zolo acerca de la tesis de la «guerra
justa « como guerra legítima jurídica y moralmente, responderá que se debe dis-
tinguir entre «violencia primera» y» violencia segunda».Quien usa la fuerza pri-
mero es le prepotente y quien la usa de segundo es el débil el que está obligado a
defenderse: las dos posiciones, dice nuestro profesor, no pueden ser puestas jurí-
dica y moralmente en el mismo plano…». El problema está en determinar quien
es el agresor y quien la víctima…»53
Luigi Ferrajoli nos recordará cuatro implicaciones en el magisterio de Bobbio
que lo situarán como un gran teórico: democracia y derecho, derecho y razón,
razón y paz y paz y derechos humanos54. El profesor de Turín, como filósofo del
derecho y de la política, ha vinculado democracia y paz, una paz internacional,
cosmopolita, una paz que implica el derecho y los derechos como única posibili-

50
Ferrajoli, L. y Zolo, D.: «Caro Bobbio: non siamo d´accordo», L´Unità, (27 de abril de 1991).
51
Bossetti, G.: Entrevista a Norberto Bobbio. «Il mio dubbio: guerra giusta, ma inevitabile?» L´Unità,
(9 de marzo de 1991).
52
Zolo, D.: «Il pacifismo cosmopolita de Norberto Bobbio», en I signori…, o. c., p. 77.
53
Bobbio en el libro de Zolo, D.: I signore…, o. c., p.102
54
Ferrajoli, L.: «Diritto e comportamenti», en Bobbio ad uso di amici e nemici. I libri di Reset. Venezia,
Marsilio, pp. 179-183, aquí p. 179.

149
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

dad de extensión de la democracia al mayor número de estados y la necesidad de


una mayor profundización en la democratización de todos ellos, condición sine
qua non de la paz, la cual no puede existir sin el derecho, «único medio para garan-
tizar una paz estable y duradera», dirá Bobbio55. Estos son los elementos de su paci-
fismo jurídico, en el que se reconocerá siempre deudor de Kelsen «como autor
emblemático del «pacifismo jurídico» o «institucional» como yo he llamado a mi
posición», afirmará Bobbio definiendo su propio pacifismo56.

4.2. Luigi Ferrajoli. «Pacifismo institucional».Constitucionalismo mundial.


Por una esfera pública global

Una de las tesis centrales de Ferrajoli, en mi opinión, es la necesidad de la cons-


titucionalización del derecho internacional, porque en ella no sólo se deben reco-
nocer los principios y derechos —hoy ya proclamados en la Carta de la ONU— ,
sino, y sobre todo, porque éstos deben ser garantizados como derecho positivo,
«como derecho sobre el derecho»57, y tomados en serio58, reconociendo su carác-
ter supraestatal y obligando en sede internacional «a prever las garantías idóneas
para garantizarlos»59. De tal manera que y, en consecuencia, se deben realizar para
ello sus cuatro propuestas necesarias para alcanzar la paz: elaborar un código penal
internacional que castigue los crímenes contra la humanidad; reformar la actual
jurisdicción internacional, estableciendo su obligatoriedad y competencia sobre la
responsabilidad de los Estados y sus gobernantes; tutelar como obligaciones inter-
nacionales los derechos sociales incluso en los países pobres; y desarmar progresi-
vamente a los estados miembros de la ONU, atribuyendo el monopolio de la fuer-
za legal a organismos representativos democráticos60.

55
Entrevista a N. Bobbio realizada por D. Zolo. «Teoria del diritto e ordine globale. Un diálogo con
Norberto Bobbio», en I signori…, o. c., p. 98.
56
Ibíd.
57
Ferrajoli, L.: «El derecho como sistema de garantías», en Jueces para la Democracia. Información y
Debate, 1992, pp. 16-17. Reeditado en Derechos de garantías. La ley del más débil. Trad. y prólogo Perfecto
Andrés, A. Greppi. Madrid, Trota, 1999, p. 22.
58
Ídem p. 31. Esta expresión es muy utilizada por Luigi Ferrajoli para reconocer la tesis de Ronald
Dworkin sobre los derechos en serio.
59
Ibíd.
60
Ferrajoli, L. y S. Senese: «Quattro proposte per la pace», Democrazia e Diritto, 1 (1992), pp. 243-
257. Recogido en «El derecho como sistema de garantías», o.c., p. 31.

150
ACERCA DEL PACIFISMO JURÍDICO EN EL TIEMPO DE LAS GLOBALIZACIONES

Los derechos fundamentales son límites y vínculos (sustanciales) del poder polí-
tico al transformarse en Derecho por su integración en las constituciones rígidas,
y su constitucionalidad es la garantía que obliga así a contemplar la «racionalidad
formal», pero también la «racionalidad material» weberiana. De forma análoga a lo
que sucede con las constituciones estatales, el derecho internacional debe ser por
un lado clave de interpretación y fuente de crítica y deslegitimación del existen-
te61; por otro lado, debe proyectar formas institucionales, garantías jurídicas y estra-
tegias políticas para poder realizar estos derechos, de tal manera que de la misma
forma que el modelo garantista estatal desde la transformación de la validez jurí-
dica en formal y sustancial afecta a la dimensión sustancial de la democracia al
refundarse sobre la igualdad, una igualdad en droits, este modelo constitucional
mundial de derecho, dada la situación de precariedad internacional en que vivimos,
es una necesidad. Es una necesidad urgente el que un nuevo derecho internacio-
nal protagonice la integración mundial presidida por el derecho como negación
de la guerra62. Para Ferrajoli la Carta de la ONU suscribe un pactum subiectionis
y no, simplemente, de associationis, que prohíbe la guerra y transforma las rela-
ciones internacionales desde un sistema de pactos y de relaciones bilaterales entre
estados —recordemos a Kant en La paz perpetua— en un verdadero ordenamiento
jurídico súper estatal —recordemos la tesis de Kelsen— , superando una libertad sal-
vaje propia del estado de naturaleza hobbesiano, que se proyecta en el uso de la gue-
rra entre los estados nacionales63. La guerra, afirma Ferrajoli, es la negación del
derecho y de los derechos. Es una irracional incongruencia, sostiene el profesor, la
calificación de la guerra como «inevitable» garantía de los derechos fundamenta-
les. Es una antinomia porque el derecho es garantía, pero garantía de los derechos,
comenzando por el derecho a la vida, y la guerra es destrucción64.
Desde esta tesis el conflicto de los Balcanes ha supuesto, para Ferrajoli, el aban-
dono del derecho como fundamento del orden mundial. La intervención de la
OTAN, en lugar de la ONU, como garante del orden mundial, vuelve a legitimar
la guerra como medio de solución de los conflictos, violando la propia Carta de la

61
Desasosiego y escándalo, denuncia Ferrajoli, causan la formulación utilizada insistentemente por un juris-
ta prestigioso, Gunter Jakobs, de «Derecho Penal del enemigo» como legitimación política del «terrorismo penal».
Vide «El Derecho Penal del enemigo», en Jueces para la democracia. Información y Debate, 57 (noviembre
2006), pp. 3-10.
62
Ferrajoli, L.: La sovranità nel mondo moderno. Nascitá e crisi dello Stato nazionale. Milano, Anábasi,
1995, pp. 45-46.
63
Ferrajoli, L.: «Guerra “ètica” e diritto», Ragion Pratica, 7 (1999) 13, pp. 117-128.
64
Ibíd.

151
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

ONU, que prohíbe el uso de la guerra —de la guerra de agresión— , limitándola


a intervenciones «de defensa» en los artículos 2 y 51 de la Carta, y alentando a
resolver los problemas «por medios pacíficos» en el art. 1.
El pacifismo jurídico de Ferrajoli es deudor de Hobbes, de Kant, de Kelsen
y de Bobbio, pero tiene importantes diferencias. La primera y principal es su
radical e incondicionada oposición entre guerra y derecho, como ha señalado
G. Pisarello65. No existe ningún supuesto excepcional como en Kant, Kelsen o
Bobbio que justifique el uso de la guerra: el derecho es su única alternativa de
resolución de conflictos. Los derechos fundamentales66 son vínculos y límites del
poder, y la Declaración Universal de 1948 establece en su Preámbulo el nexo entre
ellos y la Paz. Como fundamento axiológico, como criterio de fundamentación.
No existen guerras «justas», «éticas» ni «humanitarias», la guerra no construye la
paz sino que nos conduce a una vía sin salida, tal como podemos comprobar actual-
mente en las últimas guerras capitaneadas por los EEUU. El resultado en todos
ello ha sido la masacre de población civil inocente; la destrucción de las infraestructuras
necesarias para la vida como hospitales, escuelas, redes de conducción de agua,
etc.; y la profundización de las diferencias entre oriente y occidente, generando
rivalidades incluso étnicas y religiosas67. Con motivo del 11 de septiembre, Ferrajoli
denuncia lúcida y firmemente el error jurídico-político de la consideración de
«acto de guerra» aquello que debiera ser condenado como un acto criminal, que
debería ser calificado como «crimen contra la humanidad» y consecuentemente
juzgado por el derecho internacional. Los terroristas deben ser juzgados como cri-
minales, no como políticos, porque no son fuerzas estatales, públicas, no pueden
ser así considerados y legitimados. No son actos de guerra sino actos criminales, de
bandas de asesinos68. Desde la expresión «política interna del mundo» Habermas69
y Bonanate70 pondrán de manifiesto la íntima relación entre las llamadas política inte-

65
Pisarello, G.: «El pacifismo militante de Luigi Ferrajoli», en Razones jurídicas…, o. c.
66
Ferrajoli los define como «fundamentales» teóricamente y de forma estipulativa: son derechos subje-
tivos que las normas de un determinado ordenamiento jurídico atribuyen universalmente a todos en tanto per-
sonas, ciudadanos y/o personas capaces de obrar. En Los fundamentos de los derechos fundamentales, ed. de
A. de Cabo y G. Pisarello. Madrid, Trotta, 2001, pp. 291 y 315.
67
Ferrajoli, L.: Razones jurídicas…, o. c., pp. 27-49.
68
Ferrajoli, L.: «Per una sfera pubblica del mondo», Teoria política, XVII, 3 (2001), pp. 3-21. Reeditado
en Razones jurídicas…, o. c., pp. 81-150. Vide esta tesis en relación a la ley de partidos 6/2002 del 27 de junio
en Allegue, P.: «¿Cidadanía común, diferenciada ou cosmopolita? Retos da cidadanía nun mundo globalizado»,
Anuario de la Facultad de Derecho de Ourense, Universidade de Vigo, 2001, pp. 13-29.
69
Habermas, J.: L´inclusione dell´altro. Studi di teoria política. Milano, Feltrinelli, 1998, p. 139.
70
Bonanate, L.: «2001: la política interna del mondo», Teoria Política, 1 (2001), pp. 3 y 55.

152
ACERCA DEL PACIFISMO JURÍDICO EN EL TIEMPO DE LAS GLOBALIZACIONES

rior y política internacional, tesis que será asumida por Luigi Ferrajoli para ejem-
plificar el 11-S en su alternativa al vacío de poder público jurídico existente y a la
incorrección de las decisiones adoptadas. Nuestro autor refunda esta tesis en Por
una esfera pública del mundo, por una esfera pública global. La corrección de su análisis
acerca de la confusión entre derecho penal y guerra viene nuevamente ilustrada y
protagonizada por la fórmula antijurídica actualmente propuesta de «derecho penal
del enemigo», que consagra la disolución del derecho sustituyendo el binomio cul-
pable-inocente por el schmittiano amigo/enemigo y ocupando la guerra el centro
de la política y del derecho, destruyendo la asimetría derecho-guerra71.
Esta defensa sin excepción del derecho como paz y antinomia de la guerra lo
sitúa a Luigi Ferrajoli lejos de Kant, de Kelsen, de Bobbio —su maestro— , pues
como hemos visto este último llega a justificar la intervención del Golfo. Incluso
Habermas defenderá la «guerra humanitaria» de los Balcanes y lejos, muy lejos
está Ferrajoli también de M. Walzer que propugna la tesis de la «guerra justa»72 y
firma la llamada «Carta de América» a favor de la defensa de los «principios uni-
versales» y la estipulación de la «guerra justa» como sanción contra los terroristas,
islámicos en este caso, del 11-S73. Frente a estas justificaciones está la propuesta de
Ferrajoli, Zolo y Gallo, recogida en una Iniciativa Legislativa Popular de regular
el uso de la fuerza acorde a los Pactos de 1966 y al artículo 51 de la Carta de las
Naciones Unidas74.
Más allá del marco ilustrado es sugerente e importante la refundación de las tesis
jurídicas de Vitoria propuesta por el profesor Ferrajoli. Resituando el ius communicationis,
superando su asimetría y su dimensión utópica y, sobre todo, asegurando las efecti-
vas garantías del derecho positivo. De las propuestas del Francisco de Vitoria, dice Ferrajoli,
debemos retomar primero la tesis del «totus orbis», es decir, asumir la humanidad como
referencia centralizadora del derecho, superando a los viejos estados. Esta reasunción
puede plasmarse en dos de sus propuestas y transformar hoy en derechos de perso-
na los dos únicos derechos que han quedado reservados a los ciudadanos: el dere-

71
Ferrajoli, L.: «El derecho penal del enemigo», o. c., pp. 4-5.
72
Walzer, M.: Sulla guerra. Roma-Bari, Laterza, 2004. Ext. trad. castellana.
73
Muy interesante es el artículo de Fernando Quesada a propósito de la Carta de América como refun-
dación del mito constituyente americano, como «mito dinástico» de este pueblo en Quesada, F., Carta de
América, Revista Internacional de Filosofía Política, 31 (junio de 2003), pp. 258-267. Del mismo autor «11
de septiembre. El constituyente», en Ruitort, B. (ed.): Conflictos bélicos y nuevo orden mundial. Barcelona,
Icaria, 2003.
74
Ferrajoli, L., Zolo, D. y Galli, D. «Proposta di legge d´iniciativa popolare…», Emergency, 25 (2002).
Ver también Pisarello en Razones jurídicas…, o. c., p. 16.

153
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

cho de residencia y el derecho de circulación75. Reinventando esta tesis podremos


contribuir a elaborar, dice Ferrajoli, un constitucionalismo mundial que proporcio-
ne garantías jurídicas a las diferentes cartas de los Derechos fundamentales. Para este
iusfilósofo, la falta de garantías son las lagunas de garantías jurídicas que estamos obli-
gados a colmar. Continuando con Vitoria defiende su segunda propuesta la que reco-
ge la prohibición de la guerra. De tal manera que, trasladada al mundo de hoy, esta
condición para la paz, dice Ferrajoli, sólo puede cumplirse si la ONU y sus organis-
mos tienen el control de la fuerza y obligan a desarmar a sus estados miembros. La
tercera propuesta, como hemos adelantado, contempla los derechos de los pueblos,
que Vitoria de forma asimétrica atribuyó a los conquistadores, justificando las inva-
siones y depredaciones. Hoy como resarcimiento, sostiene nuestro profesor, a través
de las garantías del derecho positivo devolvamos a todos los pueblos del mundo el
«ius societatis et communicationis, el ius peregrinandi» en nuestras «provincias et illic degen-
di», así como el «ius migrandi» como el derecho de vivir en nuestros países ricos y de
adquirir la ciudadanía porque todos somos humanos. Reconoce Ferrajoli como últi-
ma e importantísima lección de Vitoria, la dimensión normativa de la ciencia jurí-
dica, del derecho internacional, unido a su carácter positivo y «artificial» —nada
natural— , producto, pues, de los hombres76. Son los derechos fundamentales, posi-
tivizados, garantizados en el modelo constitucional, los que sirven de nexo fundamentador
de la paz, y para Ferrajoli sin garantizar el derecho a la vida, a la integridad personal,
los derechos de libertad, los civiles y políticos y además los derechos sociales a la
supervivencia no puede existir la paz77. El derecho debe ser el instrumento de garan-
tía de la paz, de los derechos. En ¿Es posible una democracia sin estado?78 resume
en el último apartado, «Por una esfera pública global», lo que para él son exigencias
irrenunciables para alcanzar la paz, creando o recreando no tanto «instituciones de gobier-
no» como «instituciones de garantías», que tutelen los derechos y la paz. La primera
de ellas atiende a la paz como resultado del desarme generalizado, desde el monopolio
internacional de la fuerza y la prohibición de producción, comercio y posesión de
armas79, tesis no tan utópica si consideramos el referéndum brasileño y el Estatuto
de Desarme de 2004 y sus positivo resultados realizado por Lula80. Sería necesario

75
Ferrajoli, L.: «De los derechos del ciudadano a los derechos de la persona», en Zolo, D.: La cittadinanza.
Appartenenza, identitá, diritti. Roma-Bari, Laterza, 1994, pp263-282. Otra versión en Teoria Política, 9, 3
(1993), pp. 63-76. Reed. en español en Derechos y garantías…, o. c., pp. 97-124, aquí p. 117.
76
Ferrajoli, L.: La sovranità…, o. c., pp. 50-56.
77
Ferrajoli, L.: Los fundamentos…, o.c., pp. 314-316.
78
Ferrajoli, L.: En Razones jurídicas…, o. c., pp. 147-150.
79
Ibíd.

154
ACERCA DEL PACIFISMO JURÍDICO EN EL TIEMPO DE LAS GLOBALIZACIONES

crear la policía internacional prevista en la Carta de la ONU y hacer operativo ante


el Tribunal Penal Internacional la condena efectiva de la llamada «guerra de agre-
sión» del artículo 2.d. La segunda cuestión es la tutela de los derechos humanos refor-
zando o creando, como hemos dicho, instituciones internacionales de garantía. Como
tesis innovadora recoge Ferrajoli la implantación de un «sistema fiscal mundial» —
en esta dirección está la tasa Tobin, defendida por los llamados «movimientos anti-
globalización—». Pensamos además, nos dice, en la importancia del control de los recur-
sos marinos, cada día más escasos y de los espacios extraatmosféricos81. Por último,
la rehabilitación y reforma de la ONU es un objetivo por razones morales, jurídicas
y también políticas. La constitucionalización del derecho internacional y la consi-
guiente extensión del paradigma del Estado constitucional de derecho a las relacio-
nes internacionales conducen, afirma Ferrajoli, a la construcción de la esfera públi-
ca mundial como requisito de la paz.

5. UNA CONTRAPROPUESTA82

5.1. Danilo Zolo. Una crítica realista

A lo largo de su importante obra Zolo se autodefine como realista. En su


obra I signore della pace…, publicada en 1998 y en Cosmópolis de 1997 reali-
zaba una crítica rigurosa del iusglobalismo y defendía una vía diferente «hacia
un pacifismo débil»83. Cuestionando las principales tesis del globalismo jurídico
protagonizado por Kant, Kelsen, Bobbio, Habermas e, incluso, por «il suo amico
del cuore» Luigi Ferrajoli. Inicia su crítica, el profesor de Florencia, sobre el
paradigma de la constitución política del mundo, como alternativa única capaz
de instaurar —para los ius globalistas— un orden justo mundial y una paz esta-
ble y universal, garantizadas únicamente por una jerarquía de poder supranacio-
nal, una legislación universal (inspirada en la ética judeo-cristiana) y una jurisdicción
penal obligatoria84. Para Zolo, dos son los aspectos importantes a denunciar: en

80
Carbonel, M.: «Comentario bibliográfico», en Ferrajoli, L: Razones jurídicas del pacifismo. Suplemento
Derecho Penal. El Dial.com. Biblioteca jurídica argentina online. www.eldial.com, pp. 3 de 4.
81
Ferrajoli, L.: Razones jurídicas…, o. c., ibídem.
82
En este trabajo no podemos, por la limitación de espacio impuesta, tratar con la extensión y deteni-
miento que se merecen las tesis de Danilo Zolo, por lo que se hará una semblanza breve de sus posiciones.
83
Zolo, D. Cosmópolis, o. c., pp. 177-219. Vide I signore…, o. c., pp. 133 y ss.
84
Zolo, D. I signore…, o. c.. Ibídem.

155
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

primer lugar, una concepción racionalista y normativista del derecho que care-
ce de garantías en la práctica; en segundo lugar, el prejuicio etnocéntrico que
intenta unificar el mundo a través del derecho y es indiferente a las tradiciones
culturales, políticas y jurídicas del mundo no occidental85.
Rechaza, Zolo, tanto la premisa filosófica kantiana de la unidad moral del géne-
ro humano como la articulación kelseniana de la unidad y objetividad del ordenamiento
jurídico y primacía del derecho internacional. En el plano normativo, el univer-
salismo de Kant exige una globalización del derecho, y en el ámbito de la políti-
ca internacional significará el reforzamiento y extensión de las instituciones inter-
nacionales como la ONU. Se realiza, como consecuencia, una analogía entre la
centralización jurídica de los Estados nacionales y la que debe darse en una auto-
ridad supranacional para que el mundo sea pacífico, y análogamente se relacionan
también «sociedad civil» y «sociedad mundial»86.
Desde su perspectiva realista cuestiona ambas premisas del iusglobalismo:
La visión idealizada de la justicia internacional, producto de su concepción
racionalista y normativista del derecho, que subestima las relaciones complejas entre
derecho y procesos culturales y económicos, y atribuye un poder excesivo a la jus-
ticia supranacional, tan alejada de los contextos culturales y económicos de los
sujetos juzgados.
El prejuicio etnocéntrico, representado sobre todo en la doctrina de los Derechos
Humanos «universales» para Occidente87
Su propuesta, aun admitiendo el triunfo del pacifismo jurídico global, comien-
za con recomendaciones que aconsejan «prudencia ante la realización efectiva del
proyecto cosmopolita y el posible desmantelamiento del sistema westfaliano de
estados soberanos», y obliga a tener en cuenta el desarrollo desigual favorecido por
la globalización económica. Denuncia otro factor de no menor importancia en el
proyecto cosmopolita, el terrorismo internacional, que es respuesta a la concentración
de intereses del poder internacional de las grandes potencias88. Sin embargo, para
Zolo, a pesar de las aspiraciones cosmopolitas del iusglobalismo, éste se halla ancla-
do en la vieja Europa y en el iusnaturalismo clásico-cristiano idealista que pro-

85
Zolo, D. «Una crítica realista del globalismo jurídico…», o. c., p. 197.
86
Ídem, pp. 198-199.
87
Ídem, pp. 200-201.
88
Ídem, p. 216.

156
ACERCA DEL PACIFISMO JURÍDICO EN EL TIEMPO DE LAS GLOBALIZACIONES

pugna la «civitas maxima» y se fundamenta en la naturaleza moral del hombre y


en su unidad moral. Su propuesta, pues, parte de la tesis neo-groziana de una
«sociedad jurídica» que coordine, desde el principio de «igual soberanía» de todos
sus miembros según un modelo federalista, «un derecho supranacional mínimo».
Según Zolo, el «orden político mínimo» debe basarse en una «regionalización poli-
céntrica» del derecho internacional, frente a la jerarquización monista, que respe-
te las diferencias culturales, políticas y jurídicas. Un «derecho internacional míni-
mo» tiene que luchar «por una coordinación jurídica y una colaboración política
estrecha de los sujetos políticos internacionales» y mantener separada de esta tesis
«la idea de que la concentración del poder en órganos supranacionales sea válida para
los problemas que produce la globalización»89.
Zolo critica insistentemente la debilidad de la teoría del «globalismo jurídico» reco-
nociendo la gran importancia que ha adquirido desde la caída de la Unión Soviética,
vinculada a la hegemonía económico-militar de occidente y al desarrollo de las glo-
balizaciones. Esta debilidad se debe a su anclaje en una filosofía del derecho iusna-
turalista propia de la antigua Europa que sostiene «la doble creencia en la naturale-
za moral del hombre y en la unidad moral de género humano»90.. Como consecuencia
de esta tesis, la doctrina individualista-liberal de los derechos humanos se impone a
todas las culturas no occidentales como «la constitución política del mundo». De
tal manera que la guerra es producto del desorden y de la anarquía. De la ausencia
de una jerarquía de poderes supranacionales, de una legislación universal (inspira-
da en la ética hebraica-cristiana) y de una jurisdicción penal obligatoria»91.
La tesis defendida por Zolo de «un derecho supranacional mínimo» exige una
organización federalista respetuosa con los sistemas normativos de los estados nacio-
nales y unas competencias normativas de los órganos supranacionales, respetuosos
también con la domestic jurisdiction, evitándose de esta manera revueltas de la
«periferia» por ser respetuosa con las tradiciones culturales, políticas y jurídicas,
además de defender y proteger los derechos subjetivos. Un «derecho internacio-
nal mínimo» debe actuar en defensa de la paz, pero «debe mantener separadas por
un lado, la exigencia de coordinación jurídica y la estrecha colaboración política
entre sujetos internacionales, y por otro, la idea de que la concentración del poder

89
Ídem, pp. 217-218.
90
Zolo, D.: «Una crítica realista del globalismo jurídico desde Kant e Kelsen y Habermas», Anales de la
Cátedra Francisco Suárez, 36 (2002), p. 217.
91
Ibíd.

157
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

en órganos supranacionales sea una respuesta válida a los problemas de la globali-


zación»92.
Afirma Danilo Zolo que una valoración realista en los procesos de globaliza-
ción debe obligarnos a ser prudentes con los resultados de este proceso cosmopolita,
en donde grandes fuerzas económicas controlan los mercados globales desde la
soberanía de sus mecanismo de autorregulación. Por el contrario, en defensa del
pluralismo, de la diversidad cultural y complejidad del mundo sería necesario pro-
mover nuevas formas de equilibrio multipolar93. La guerra, sobre todo la «guerra
humanitaria», podría de esta forma revelar su auténtico rostro. Se trataría de expe-
rimentar, dice nuestro profesor, la capacidad de las instituciones y del derecho
internacional de favorecer la ritualización jurídica del conflicto entre estados y
dentro del Estado y procurar cualquier limitación de sus formas más destructi-
vas94.
Propondrá, el profesor florentino, un esquema de interpretación, no de expli-
cación, desde una epistemología y teoría jurídica-política realista que prefiere el
modelo del pluralismo, de la complejidad y diferenciación cultural, entendido
como un patrimonio evolutivo precioso que debe cuidarse95. En este texto, pro-
pone cinco puntos de partida desde su posición filosófica. Nos interesan funda-
mentalmente el 4.º y el 5.º. Estos cinco puntos son:
Una teoría «impura» del derecho internacional, desde la imposibilidad de «puri-
ficar» el derecho internacional separándolo de la política internacional e imposibilidad
paralela de esterilizar la política en todas sus formas…
La diferenciación estructural de los ordenamientos jurídicos.
Una generalización de la teoría de las «estructuras jurídicas». El problema de
las fuentes del derecho internacional.
Contempla la calificación jurídica de la guerra. Su tesis central es que la gue-
rra no puede ser considerada como sanción jurídica del derecho internacional.
Defiende un no a la bellum iustum porque la función primera del derecho inter-
nacional debe ser exponer el poder internacional al respecto de las reglas genera-

92
Zolo, D.: «Una crítica realista…», o. c., p. 218.
93
Zolo, D.: Chi dice umanità. Guerra, diritto e ordine globale. Torino: Inaudi, 2000., p. 222-223.
94
Ídem, p. 82.
95
Zolo, D: I signore…, o. c., p. 136-147.

158
ACERCA DEL PACIFISMO JURÍDICO EN EL TIEMPO DE LAS GLOBALIZACIONES

les y, por ello, a criterios de proporcionalidad, de discriminación y de medida en


el uso de la fuerza. No puede ser que en la época nuclear, la guerra sea conside-
rada incompatible con el derecho. En este tiempo (ver la Guerra del Golfo de
1991, con armas nucleares) destruye sin medida, sin proporción y sin discrimina-
ción, la vida, los bienes y los derechos de miles o centenares de miles de seres
humanos, prescindiendo de sus responsabilidades igual que el terrorismo, señala
Zolo, se sustrae a cualquier técnica normativa. Por otra parte, desde el punto de vista
de Zolo, los tribunales internacionales funcionan desde una filosofía de la pena
sólo retributiva-vindicativa, según la arcaica lógica sacrificial.
Por último, defiende un derecho supranacional mínimo, porque una autori-
dad cosmopolita, por muy democrática que sea, no puede ser intervencionista y ame-
nazar la integridad de las civilizaciones y de las culturas. Por ello, propondrá desde
un federalismo normativo, un derecho internacional mínimo, sin negar la necesi-
dad de una coordinación jurídica y estrecha colaboración política entre sujetos
políticos internacionales centralizados en órganos supranacionales.
Danilo Zolo frente a los universalistas se autodenomina pluriversalista96.

5. CONCLUSIÓN

El pacifismo jurídico es el ideario del mundo occidental desde la fundación de


la Carta de las Naciones Unidas en 1945 en San Francisco. La caída del bloque
soviético, hizo pensar en la posibilidad del fin de las guerras regionales, del inter-
vencionismo militar de las grandes potencias militares y de su amenaza nuclear.
Alentó en occidente la esperanza de una nueva era, de un mayor protagonismo
de las Naciones Unidas y la idea de una reforma más democrática de sus institu-
ciones. Las intervenciones militares «pacificadoras» de los años noventa en las gue-
rras del Golfo, incluso las llamadas «humanitarias» dirigidas por los Estados Unidos
y sus aliados europeos, parecían ir en la misma dirección: la defensa de los derechos
humanos sirviendo como justificación del intervencionismo acordado en las Naciones
Unidas y el triunfo de un modelo de pacificación universal desde una institución
cosmopolita con una normativa supranacional y unos tribunales penales internacionales
ad hoc, hasta la creación del Tribunal Penal Internacional que tiene aspiración uni-

96
««Universalismo» y «pluriversalismo» ante el nuevo orden mundial». Entrevista realizada por Pablo
Ródenas a Danilo Zolo…, o. c, 27 (julio, 2006), pp. 187-203.

159
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

versalista aunque Estados Unidos, China, Rusia e Israel no lo hayan aceptado. Es


una mirada muy occidentalista propia de juristas y teóricos políticos de esta con-
cepción geopolítica.
Un grave conflicto es que la guerra, en este contexto, aparece como una san-
ción internacional, aunque ya desde la Guerra del Golfo de 1991, el protagonis-
mo imperial de los Estados Unidos se manifiesta claro y la defensa de sus intereses
estratégicos-económicos marcan el objetivo central de sus intervenciones milita-
res, más allá de sus proclamas de defensa de los derechos humanos.
Desde el 11 de septiembre de 2001, las Naciones Unidas y su Consejo de
Seguridad han sido relegados en su autoridad. Los Estados Unidos se han erigido
en protagonistas de la «pacificación» mundial. El conflicto de las civilizaciones y
la «guerra contra el eje del mal» y la llamada «guerra preventiva» han sido el fun-
damento de razón para la justificación y recuperación de la «guerra justa» y la nece-
sidad de la «guerra preventiva», contrarias al ordenamiento de las Naciones Unidas.
Desde estas actuaciones de una de las grandes potencias fundadoras de las Naciones
Unidas el pacifismo jurídico parece estar cuestionado.
El fracaso del derecho internacional es legitimar la guerra como instrumento de
resolución de los conflictos internacionales, o bien, nacionales. Por ello la ONU
que tiene por objeto regular y controlar la fuerza desde el Consejo de Seguridad,
mediante normas, fracasa en un doble sentido. Por un lado, legitimando las «nue-
vas guerras», autorizando así el uso de la fuerza incontrolada que representa la gue-
rra contra una población civil sobre la que sus consecuencias de destrucción son impre-
visibles, frente al control que debe ejercer el Derecho.Por otro, la pérdida total de
credibilidad en una institución que no se respeta, ni se acatan sus normas en la
práctica, si los intereses egoístas e imperiales nacionales de un pais como los EEUU
están, desde su percepción, en peligro.
Las transformaciones de las guerras en este mundo globalizado y tecnificado
en el que vivimos han convertido los conflictos bélicos en homólogos al terroris-
mo, por sus métodos, por sus resultados incontrolables, como sostiene Zolo.Puesto
que el terrorismo se caracteriza por sus consecuencias imprevisibles e indiscrimi-
nadas contra una ciudadanía inocente, y entendemos, que el terrorismo puede ser
individual o de grupos, pero también de Estado.
Recuperar la tesis de la «guerra justa» como instrumento del gobierno mundial
significa retornar a las formas absolutistas e imperiales de otros siglos, sustituyen-

160
ACERCA DEL PACIFISMO JURÍDICO EN EL TIEMPO DE LAS GLOBALIZACIONES

do algunos elementos religiosos de otros tiempos por la defensa de los derechos


humanos universales hoy.
Una prueba de ello es la Carta (fundacional ) de los 64 intelectuales nortea-
mericanos que, después de 11S, defienden la utilización de la «querra justa» con
la bandera de «libertad, democracia y libre mercado».
Esto demuestra que Kant ya había denunciado la contradicción del uso de la vio-
lencia armada, del «moralismo humanitario político». Hoy las llamadas querras
«humanitarias», «legítimas», cuestionan seriamente toda la construcción del llama-
do pacifismo jurídico.
Muy difícil resulta no caer en la falacia naturalista que con lucidez e insisten-
cia denuncia esperanzadoramente Luigi Ferrajoli.
Brevemente señalamos los elementos que, en nuestra opinión, contribuyen a
esta construcción:
Kant y Kelsen coincidiran en la consideración de la unidad racional y moral
del género humano. La tesis cosmopolita de Kant sobre la construcción de una
comunidad mundial sometida al orden jurídico. es defendida por Kelsen que asu-
mirá un pacifismo jurídico en el que el Derecho internacional tendrá absoluta pri-
macía sobre el derecho estatal, transformando esta opción en una posición tam-
bién moral.
La paz, una paz estable, es un objetivo común a ambos filósofos, para quienes
la querra debe ser un recurso a superar porque es «la mayor desgracia de nuestra cul-
tura», dirá Kelsen97. El protagonismo de lo jurídico en el profesor austriaco no des-
carta, en nuestra opinión y como hemos dicho, su dimensión moral.En Kelsen
una vez que la soberanía política ha sido superada, la única posible es la soberanía
jurídica98.
La centralización del control de la fuerza para lograr la paz, mediante un Derecho
internacional y un Tribunal permanente como tesis nuclear resulta hoy difícil de
llevar a la práctica política.
Sin embargo Kant, como hemos visto anteriormente, en La paz perpetua hace
una propuesta jurídica, moral y política al proponer la creación de una constitu-

97
KELSEN, H.: La paz por medio…o. c,. p.36.
98
Ídem, pp. 63 y ss.

161
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

ción republicana que debe cumplir con las condiciones definitivas para instaurar la
paz.
Los presupuestos metodológicos y epistemológicos de ambos autores difieren,
mas su finalidad es la misma: conquistar la paz.
La posición de Norberto Bobbio a lo largo de su vida, larga, agónica. com-
prometida siempre es la de un filósofo que se cuestiona permanentemente sobre los
acontecimientoas que su tiempo y sociedad viven De tal manera que ha tenido
diferentes posiciones frente al problema de la paz y la guerra, aunque sustantiva-
mente siempre ha defendido la paz a través de la instauración de instituciones,
sobre todo de un «super partes». Un tercero que mediante un Derecho interna-
cional controle, regule y limite la fuerza. Democracia y paz conforman un dualis-
mo inseparable en el profesor de Turín. El sometimiento de todos los poderes a la
ley, como principio de los estados de Derecho, debe continuar siendo un princi-
pio para el mantenimiento de la paz, Únicamente admite, Bobbio, la guerra en
caso de necesidad, solo es posible una guerra defensiva
La propuesta de Luigi Ferrajoli parte de la total oposición entre el Derecho y
la guerra. Nos advierte Pisarello99 que en un panorama tan incierto como el actual
las tesis del profesor Ferrajoli pueden leerse en una doble perspectiva. Por un lado,
como una denuncia permanente de la debacle desde el punto de vista jurídico,
político, y moral de la vulneración de la legalidad desde los mas fuertes.Por otro,
el intento de que la cultura jurídica, y los derechos como sus instrumentos, esté al
servicio de una auténtica alternativa civilizatoria para defensa de los más débiles.
Entiende Ferrajoli la globalización como un espacio vacio de Derecho públi-
co y así, tanto la Carta de la ONU como la Declaración Universal de 1948 pue-
den considerarse una «embrionaria Constitución del mundo», pero carente de
garantías.El retorno dela guerra como medio de resolución de los conflictos es una
prueba de su fracaso.
Es necesario repensar el orden mundial.Para ello sostiene que es necesario: Una
primera custión que comprendería:1º Un desarme generalizado con la prohibi-
ción de producir, vender y poseer armas. 2º Instituir la fuerza de una policia inter-
nacional. 3º Hacer operativas las competencias del Tribunal Penal Internacional
en el delito de «guerra de agresión».

99
PISARELLO, G: «El pacifismo…» o. c., pp. 23, 24.

162
ACERCA DEL PACIFISMO JURÍDICO EN EL TIEMPO DE LAS GLOBALIZACIONES

Una segunda cuestión es la tutela de los Derechos humanos, creando o refor-


zando instituciones internacionales de garantía. Rehabilitar la ONU y reforzar sus
funciones de paz, introduciendo un sistema fiscal mundial. para garantizar su fun-
cionamiento.
La construcción de una esfera pública mundial es hoy, para nuestro filósofo, el
desafío principal frente a la crisis del Estado de derecho.
El pacifismo jurídico en este tiempo de las globalizaciones se manifiesta como
un título legitimador de las actuaciones de las grandes potencias y de los grandes
capitales. Su apelación a un orden legal global precisa de una profunda reforma de
las instituciones internacionales, un desarme generalizado y una participación demo-
crática respetuosa de todas las naciones y pueblos para construir un orden legal
mundial secundario, complementario, subsidiario y federal.
Las guerras desde estas consideraciones deberian ser calificadas como jurídica-
mente ilegales, moralmente ilegítimas y políticamente injustas.
La realidad nos aporta otro rostro, pero la posibilidad de cambiar esta situación
dependen siempre de nosotros/as.

163
EL PAPEL DE LOS NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES
AUGE Y CRISIS DE LOS «NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES» (1968-2010).
DE LA CRÍTICA DE LA MODERNIDAD CAPITALISTA Y AUTORITARIA A
LA PERPLEJIDAD FRENTE A LA CRISIS SISTÉMICA

Jaime Pastor
UNED

La evolución seguida por los que generalmente se conoce como «nuevos movi-
mientos sociales» durante los cuatro pasados decenios ha transcurrido a lo largo de
sucesivas etapas caracterizadas por claras discontinuidades entre sí. Desde la expe-
riencia fundacional de 1968 hasta la irrupción de la crisis sistémica en 2008, cabría
distinguir una primera fase de ascenso y una segunda de relativa crisis y reflujo,
seguidas luego por un nuevo ciclo de confluencia de luchas en torno a un «movi-
miento de movimientos antiglobalización», que conoce a su vez una fase ascen-
dente y posteriormente otra de reflujo. Esa última etapa, en la que todavía estamos,
se produce justamente cuando estalla la crisis económica y financiera más grave en
la historia del capitalismo, la cual ha venido a sumarse con toda su profundidad a
la crisis global y multidimensional que ya se estaba manifestando desde hace tiem-
po, especialmente en el plano ecológico y energético: se trata, en realidad, de una
crisis civilizatoria cuyas salidas son todavía inciertas pero en las que sin duda inci-
dirá la acción colectiva de los movimientos sociales que aquí analizamos.
Aspiramos en este trabajo a ofrecer una interpretación de todo este proceso
que preste también especial atención al papel que han jugado esos movimientos
en la necesidad de ir más allá de lo que Fernando Quesada ha definido como el
segundo imaginario político-democrático, creado en la historia de Occidente, esto
es, «el proveniente de las revoluciones americana y francesa con La declaración de
los Derechos del hombre y del ciudadano» (2006: 223).

No creo que haga falta insistir mucho en la relevancia que tiene, más allá de su
mitificación, el año 1968 como el marco temporal en el que se produce un
«Acontecimiento» que constituye un punto de inflexión en la historia de los movi-
mientos sociales y de la protesta colectiva del siglo XX. Es entonces cuando la

167
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

constatación de la «fragilidad del orden moderno», como reconoció uno de sus


principales adversarios intelectuales, Raymond Aron, se convirtió en el punto de
partida de nuevos movimientos sociales que, aun teniendo sus precedentes en perí-
odos anteriores, se han ido configurando como actores socio-político-culturales
en la esfera pública en muy diversas partes del planeta, si bien adquieren mayor
relevancia en «Occidente» en una primera fase.

La nueva subjetividad rebelde forjada por el 68 tiende, además, a superar las pro-
pias limitaciones de ese «Acontecimiento» mediante el posterior desarrollo de una
crítica a los principales pilares de la Modernidad, tanto en el Oeste como en el Este:
el industrialismo, el patriarcado, el militarismo y el autoritarismo bajo sus distintas
formas se convierten en blancos de ataque de unos movimientos que irían desve-
lando diferentes líneas de fractura o divisorias que hasta entonces habían estado en segun-
do plano. Por esa vía van cuestionando tanto la visión liberal o burocrática de la
política como su reflejo institucional mediante un sistema de partidos —o de parti-
do único— que se sustenta en un «consenso» elitista y neocorporativista, a la vez
que se basa en unas relaciones asimétricas con los pueblos del Sur, en un contexto de
expansión económica que justamente a finales de los 60 empieza a tocar techo.

El decenio de los 70 y la primera mitad de los 80 se ven, en líneas generales,


presididos por la conformación de redes críticas y alternativas de movimientos eco-
logistas, feministas, pacifistas y antiautoritarios que van introduciendo en la agen-
da política nuevos temas y demandas hasta entonces marginados o, simplemente,
relegados al ámbito de lo privado, expandiendo así el campo de lo político y, tam-
bién de lo posible. Sin embargo, este auge de los nuevos movimientos coincide
—y tropieza— con el inicio de un giro radical en la historia del capitalismo hacia
lo que se acabará definiendo como neoliberalismo; un proyecto que en realidad
es una nueva Economía Política que tiene en Ronald Reagan y Margaret Thatcher
—y los Estados que representan— sus principales promotores y que se va desple-
gando y extendiendo en los decenios siguientes hasta llegar a ser hegemónico a
escala planetaria. Las fuerzas socioeconómicas y políticas portadoras del mismo
buscarán desarrollar una estrategia tendente a neutralizar el potencial antisistémi-
co de esos nuevos movimientos mediante distintas formas de disociación, siguien-
do la caracterización de Boltanski y Chiapello (2002), entre su «crítica social» y su
«crítica artística», es decir, de la denuncia de la explotación y la alienación, para
reducirlos al plano meramente cultural y de la «autonomía» individual y a la «fle-
xibilización del mercado de trabajo». De alguna forma, y aun corriendo el riesgo
de olvidar a determinadas corrientes del feminismo, una interpretación parecida

168
AUGE Y CRISIS DE LOS «NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES» (1968-2010)...

es la que nos ofrece Nancy Fraser cuando destaca cómo el antieconomicismo, el


antiandrocentrismo, el antiestatismo y el antiwestfalianismo del «feminismo de la
segunda ola» se vieron neutralizados por el neoliberalismo conduciendo a una
«ONGización de la política feminista» (Fraser, 2009: 101).
No faltaron intentos de respuesta desde sectores de los nuevos movimientos
sociales a esa estrategia, siendo la más relevante la que se formula desde determi-
nadas corrientes mediante la aspiración a la convergencia y el mestizaje de colores:
el verde del ecologismo, el violeta o morado del feminismo, el blanco del pacifis-
mo y el arco iris de la libre opción sexual pretendían confluir con el rojo de un movi-
miento obrero en crisis frente a los ataques de la Economía Política neoliberal al
servicio de un nuevo régimen de acumulación global, basado en la desposesión o
despojo de bienes comunes, la depredación del planeta y la sobreexplotación de una
fuerza de trabajo mundial cada vez más feminizada y etnificada. Pero esos esfuer-
zos fueron muy minoritarios y no consiguieron contrarrestar los avances de esa
nueva estrategia tanto en esos nuevos movimientos —uno de cuyos éxitos más
relevantes en el plano político se puede encontrar en la propia evolución del par-
tido «Die Grünen» en Alemania (Wolf, 2007 a) y b))— como en la propia clase
trabajadora, cuyo poder estructural y asociativo se ve crecientemente debilitado.
El final del ciclo ascendente de esos movimientos permitió, además, su insti-
tucionalización creciente, así como la transformación en ONG de muchas de sus
redes y activistas. El resultado, en la mayoría de los casos, fue el paso de la protes-
ta a la mera propuesta de gestión de proyectos de «cooperación con el Sur» o de
«asistencialismo» en el Norte, con la consiguiente devaluación de la dimensión crí-
tica y la dependencia financiera de los gobiernos de turno a medida que se profundiza
la «crisis de la deuda» en muchos países del Sur y se avanza en el Norte hacia la
transformación del Estado de bienestar en otro de tipo meramente asistencial.
En ese contexto, reforzado tras la caída del «socialismo real» y el consiguien-
te triunfalismo capitalista, la mayoría de las corrientes posmodernas aparecen como
expresión de otra «huida hacia delante» de sectores procedentes de esos movi-
mientos que renuncian a los «meta-relatos» y a una articulación y confluencia de
los distintos colores de un proyecto emancipatorio para refugiarse en la práctica
de la «política de la diferencia» y en la exaltación de lo fragmentario o de la mera
lucha cultural.
Pese a esas involuciones, la extensión progresivamente transnacional de diver-
sas redes críticas, favorecida por su uso alternativo de las nuevas tecnologías de la

169
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

información y la comunicación, se ve favorecida por el nuevo tipo de movimien-


tos populares que van extendiéndose en el Sur, especialmente a partir del decenio
de los 90, comprobándose en ellos nuevos procesos de articulación de las luchas en
el plano social y en el cultural.

II

Es precisamente el levantamiento zapatista del 1 de enero de 1994 el que se


convierte en estímulo para la la movilización de la «nube de mosquitos» que se
manifiesta en el Norte frente a las grandes «Cumbres» oficiales, marcando así el
comienzo de una nueva etapa que acabará culminando en el ciclo de luchas que
desde finales de 1999 hasta el 15 de febrero de 2003 será protagonizado por un
«movimiento de movimientos» que pretende ser un «movimiento por la justicia
global»: o sea, una amplia coalición crítica de fuerzas y redes de todo tipo que tiene
como horizonte la consecución de una justicia pluridimensional, capaz de res-
ponder a las distintas formas de despotismo que perviven en nuestras sociedades.
Un buen ejemplo de ese esfuerzo por hacer converger los distintos colores de
un proyecto emancipatorio se encuentra en las temáticas que se han ido abordan-
do en los Foros Sociales Mundiales (FSM) que se han ido sucediendo desde que
se celebró el primero en enero de 2001. En ellos se van generando y coordinan-
do distintos espacios de encuentro y articulación de discursos y demandas, a la vez
que se refleja la diversidad de corrientes y sensibilidades políticas y culturales pre-
sentes, en el marco de una crítica común a la globalización neoliberal.
La evolución de ese «movimiento de movimientos» ha sido compleja y muy des-
igual en función de los distintos continentes, países y localidades y han surgido dis-
tintos problemas y desafíos a los que todavía está buscando respuestas: entre ellos,
la necesidad de pasar de la resistencia a las alternativas, la crisis de representatividad
y la tendencia a la institucionalización de los organismos promotores de los FSM
a medida que han ido madurando nuevas estructuras construidas desde abajo; o la
compleja relación de estos movimientos con los partidos políticos y, sobre todo,
con aquéllos que, como ha ocurrido en América Latina, han llegado al gobierno
gracias al empuje de esos mismos movimientos.
Lo que sí es incuestionable es que a través de esos mismos movimientos —pero
en muchos casos fuera de las estructuras del FSM— estamos viendo configurarse
«nuevos sujetos emergentes», entendiendo por tales aquellos grupos que «lo son

170
AUGE Y CRISIS DE LOS «NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES» (1968-2010)...

en virtud de su capacidad, podríamos decir, de irradiación de isonomía, por un


lado, y, por otro, de irracionalizar aspectos del statu quo» (Amorós, 2009: 238 y
114-115). Obviamente, los pueblos indígenas y, con ellos y también dentro de sus
comunidades, las mujeres que participan en esos movimientos son actores y actri-
ces principales en la aspiración a articular respuestas tanto al «lado oscuro» de la
Modernidad colonial —el racismo— como a la continuidad de formas de domi-
nación sexista en el Norte y en el Sur. Por eso se va abriendo paso cada vez más
la convicción de la necesidad de superar el «eurocentrismo» u «occidentalcentris-
mo», entendido como «vicio cognitivo» deformante de la historia y el presente
(Pastor, 2010), y asumir la tarea de «aprender con el Sur» (Santos, 2009: 25), sin que
ello signifique cuestionar los ideales de la Ilustración sino, más bien, hacer, como
propone Quesada (2006: 98), la «crítica ilustrada» de la misma.
Junto a ellos también cabría destacar cómo, pese al relativo reflujo del movi-
miento antiglobalización, se siguen desarrollando redes transnacionales y transes-
tatales críticas entre distintos pueblos, países y continentes y en el seno de ellas un
nuevo activismo transnacional (Tarrow, 2010), generador a su vez de figuras como
la del «cosmopolita arraigado» o la del «activista diaspórico» o nómada, o sea, aquél
«enmarcado en varios territorios» (Cairo y Bringel, 2010: 48). Sus discursos críti-
cos y sus acciones coordinadas con ocasión de distintos temas y Cumbres serían
un reflejo de la búsqueda de una «hibridación» creciente entre distintos conoci-
mientos y experiencias que pueden ir configurando un nuevo «Sur global», enten-
dido en sentido metafórico y no geográfico. Es en ese nuevo marco de praxis cog-
nitiva en el que parece más viable ese trabajo de «traducción» o de «interpelación
intercultural» que nos propone Quesada (2006: 152), capaz de superar etnocen-
trismos y, en nuestro caso, un eurocentrismo en abierta crisis.

III

Son precisamente ese «movimiento de movimientos» y, dentro de ellos, esos «nue-


vos sujetos emergentes» los que han ido proponiendo y practicando discursos alter-
nativos a favor de que «otro mundo es posible», basado en la socialización de los
bienes comunes, o sea, de aquéllos destinados a la satisfacción de las necesidades,
capacidades o deseos humanos que sean compatibles con la preservación de la bios-
fera a largo plazo: el «buen vivir» (del «Sumak Kawsay», en la formulación de los
Kichwas, o el «Suma Qumaña» en la de los Aymaras), «vivir (bien) con menos» o
la sostenibilidad de la vida aparecen como ideas-fuerza que recogen esas propues-

171
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

tas con el fin de reflejar la voluntad de alcanzar una justicia global y multidimen-
sional que logre acabar con las distintas formas de dominación y despotismo en el
planeta.

En el marco de ese horizonte auto-emancipatorio la aspiración a otra democracia


es clave y es sin duda en algunos países de América Latina donde se están generando
nuevos «laboratorios» con experiencias y ensayos que, aun con sus errores y limi-
taciones, enlazan con la búsqueda de ese «nuevo imaginario político-democrático»
que nos propone Fernando Quesada. Así, por ejemplo, el ya largo ciclo de luchas
y los debates suscitados en torno a las nuevas Constituciones en países como Bolivia,
Ecuador o Venezuela han contribuido a volver a poner de actualidad «desde abajo»
la necesidad de nuevas democracias capaces de combinar mediaciones institucio-
nales de distinto tipo —representativas, deliberativas, participativas, comunitarias—
con la obligatoriedad de incluir a la totalidad de la población en toda su diversidad
—reconociendo la plurinacionalidad y la pluriculturalidad y el derecho a la ciudadanía
en función de la residencia o la vecindad— y de constitucionalizar una amplia lista
de derechos y libertades individuales y colectivas exigibles ante los tribunales. Se
apunta así hacia la necesidad de la socialización y la democratización del poder
para garantizar «todos los derechos para todos y todas» frente al proceso de «des-
democratización» que estamos viviendo desde hace tiempo a escala global.

Pero para que ese «nuevo constitucionalismo» llegara a crear un nuevo «senti-
do común» contrahegemónico ha sido necesario todo un ciclo prolongado de
movilizaciones que ha podido conducir a coyunturas de «empate estratégico» con
los bloques dominantes, como en Bolivia (García Linera, 2010), dando paso así a
procesos de transición o de ruptura al menos parcial en el plano socio-político y
a experimentar, con ensayos y errores pero también con avances notables, nuevas
formas de democracia.

Por tanto, la principal lección que cabe extraer de esas experiencias es que sólo
desde la reconstrucción de bloques sociales, políticos y culturales contrahegemó-
nicos será posible emprender un proceso de «redemocratización» de nuestras socie-
dades. Han de ser los movimientos que forman parte de esos bloques plurales los
que prefiguren ya la «otra democracia» mediante la puesta en pie de prácticas deli-
berativas, participativas, representativas y decisorias que primen la horizontalidad
frente a la verticalidad, así como toda una serie de medidas de control sobre los
cargos electos que impidan la profesionalización de la política y del poder, siguien-
do la vieja máxima, resucitada por el zapatismo de «mandar obedeciendo».

172
AUGE Y CRISIS DE LOS «NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES» (1968-2010)...

Esa estrategia se tiene que ver facilitada por la lucha por una pluralidad infor-
mativa y mediática que permita ir conquistando espacios de contrainformación y
de discursos —y argumentos— alternativos frente a los de los grandes poderes eco-
nómicos y mediáticos transnacionales, con el fin de ir cambiando la agenda públi-
ca, mediática y política e introducir en ella las cuestiones centrales que afectan a la
mayoría de la población. Se trata de un campo de lucha tradicionalmente subesti-
mado por los movimientos sociales que, sin embargo, adquiere una creciente rele-
vancia y no puede abordarse sólo con el uso del espacio virtual de Internet (aun-
que sin duda, es un instrumento útil para facilitar la información en tiempo real y
exigir transparencia y rendición de cuentas de los/las representantes a todos los
niveles y luchar contra la corrupción), dada la persistencia de una «brecha digital»
desfavorable para los y las de abajo en la mayor parte del mundo: debería trasladarse
también a los medios de comunicación pública, incluida la televisión, y a su demo-
cratización al servicio de la ciudadanía, garantizándose espacios para las organiza-
ciones sociales y populares.

Dentro de esa búsqueda de un nuevo paradigma democrático hay aportacio-


nes de pensadores que a la vez son activistas de ese «movimiento de movimientos»
que me parecen relevantes. Destacaría las contribuciones que desde hace tiempo
nos ofrece Boaventura de Sousa Santos cuando propone una democracia basada
en una nueva gramática participativa de lo político y lo social que permita pro-
fundizar en una «democracia participativa sin fin para que el capitalismo llegue a
su fin»: es una apuesta por una «democracia de alta intensidad», entendida como «pro-
yecto de vida y mecanismo de emancipación que apunta, en último término, a la
formación de una democracia radical» (Aguiló, 2010: 304 y 322).

Pero también en el marco europeo, y concretamente en los sucesivos encuen-


tros del Foro Social Europeo, pese a su relativo impasse actual, hemos podido com-
probar el peso creciente entre los activistas que han acudido a los mismos de la
aspiración a una democracia radical no sólo en la sociedad sino en sus propias prác-
ticas, incluso frente a los rasgos «verticalistas» que han podido observar en la orga-
nización de esos Foros. Si bien difieren en cómo combinar prácticas asamblearias
con formas de delegación o de representación, la exigencia de «otra política, a
reconstruir «desde abajo», es ampliamente asumida, tendiendo así a redibujar las
fronteras de aquélla y «ensanchándola en una dirección más participativa y delibe-
rativa» (Della Porta, 2010: 93).

173
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

IV

El estallido de la crisis sistémica en 2008 ha provocado un cambio brusco de esce-


nario que en un primer momento ha provocado perplejidad en muchos movi-
mientos sociales que se encontraban en relativo reflujo, especialmente en el Norte,
ante la magnitud que ha ido alcanzando aquélla y frente a unos gobernantes que
en más de un caso llegaron a proclamar la necesidad de «refundar el capitalismo»
para, poco después, olvidar esa retórica y optar abiertamente por más neoliberalismo.
En efecto, ante el «rescate» estatal al capital financiero para ayudarle a salir de la
crisis y la consiguiente crisis de la deuda que se ha producido en muchos países,
especialmente en los del Este y el Sur de Europa, hemos podido observar una ten-
dencia a la reactivación de los movimientos sociales que sin embargo está lejos toda-
vía de generar un nuevo ciclo de movilización sostenida. Sólo en Grecia y Francia
hemos podido observar intensos procesos de huelgas generales que han puesto en
jaque a los gobiernos pero sin llegar a arrancarles victorias parciales significativas.
Podría, por tanto, sostenerse que, sobre todo en Europa, sigue pesando más el
miedo al futuro de los y las de abajo que la indignación (o la «digna rabia», como
la define el zapatismo) frente al «Gran Saqueo» con que se pretende encontrar una
salida desde arriba a la crisis probablemente prolongada que estamos viviendo. En
esas condiciones ni el viejo movimiento sindical ni los nuevos movimientos socia-
les han demostrado la fuerza suficiente para la reconstrucción de esos bloques con-
trahegemónicos a los que antes me refería. Predomina en ellos la «guerra de posi-
ciones» o la «guerrilla social y pacífica», como se la denomina en Francia por parte
de algunos intelectuales críticos; si bien se atisban intentos de pasar a la «guerra de
movimientos», al menos en el plano propositivo, con el fin de ir resucitando el
debate ideológico, ya que, como bien recuerda Quesada en su prólogo a Sendas de
democracia citando a Raymond Aron, las cuestiones de la propiedad y el mercado
(y, añadiríamos, la del Estado) están hoy, con mayores razones, en el centro del
debate y de las alternativas a un sistema cuyos máximos apologistas reconocen que
se encuentra en la mayor crisis de su historia.
De este diagnóstico del período actual se desprende en muchas de las redes crí-
ticas del «movimiento de movimientos» la necesidad de reformular una estrategia
con varias piernas: la de la protesta, la de la propuesta y la de prefiguración prác-
tica de alternativas frente a los Estados actuales y al mercado capitalista. En resu-
men, la combinación de la acción colectiva contenciosa frente al bloque de pode-
res dominante con la exigencia de demandas que aspiran a confluir con mayorías

174
AUGE Y CRISIS DE LOS «NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES» (1968-2010)...

sociales (por ejemplo, el reparto de la riqueza, los trabajos —incluidos los de cui-
dado— y los tiempos) y con la construcción en el ámbito local y territorial de
espacios de contrapoder y de economía social alternativa; una forma distinta, en fin,
de aplicar lo «glocal», o sea, de una nueva relación entre lo global y las experien-
cias locales (a su vez, interrelacionadas a través de las redes del nuevo activismo
transnacional) que permita resistir y, a la vez, volver a hacer creíble y viable un
horizonte utópico emancipador, justamente cuando se produce el definitivo final
de la «globalización feliz» pero también cuando aumentan los riesgos de localis-
mos xenófobos y de «guerras entre pobres».

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LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

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176
LA CONVERSACIÓN FILOSÓFICO-POLÍTICA: NUEVOS MOVIMIENTOS
SOCIALES Y FEMINISMO

María Xosé Agra


Universidad de Santiago de Compostela

INTRODUCCIÓN

«Lo personal es político» es un sintético lema que, es sabido, remite al movimiento


feminista de los años 70. Sintético, cierto, como todo lema pero que encierra, que
expresa, toda una forma de entender la política o, mejor, el cuestionamiento de la
política convencional, tradicional, que pivota sobre la separación de privado-público,
al mismo tiempo que implica una ampliación de la misma. Del movimiento femi-
nista y su crítica de la política, en buena medida, es de lo que tendremos que ocuparnos
en las páginas que siguen. No obstante, al tratarse de un texto para un libro Homenaje,
lo personal y lo político adquieren cierta dimensión e interrelación, en este caso, a
través de conversaciones personales y filosófico-políticas. Con motivo de las Jornadas
de Homenaje a Fernando Quesada Castro, en abril de este mismo año, vine a darme
cuenta de que había pasado más de un cuarto de siglo desde que —tras su llegada a
la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad de Santiago de
Compostela a comienzos de los años ochenta— se había iniciado nuestra conversa-
ción filosófico-política y de que, a pesar de su pronto traslado a la UNED, junto con
otros colegas que participan en estas jornadas, se ha mantenido durante todos estos
años y, como no, aún continua. Muchas son las cosas que vinieron a mi memoria,
memoria subjetiva claro está. De ello no voy a hablar, aunque tratándose de memo-
ria tal vez habría que decir mejor contar. Dejémoslas por ahora en lo personal del, si
se me permite la incorrección política, «ámbito privado». Quedémonos, entonces, en
la conversación filosófico-política pública, en las distintas conversaciones, en las rela-
ciones y tensiones entre la filosofía política y el feminismo como movimiento, como
práctica y como teoría, en donde, particularmente, privado-público, la política y lo
político, cobra todo su significado, al hilo de la democracia, la ciudadanía y la auto-
nomía económica y política de las mujeres. Dicho de otro modo, me interesa la pre-
ocupación compartida tiempo ha con Fernando Quesada por el «sentido y ubicación
filosófico-políticos del feminismo». Para ello, en lo que sigue, intentaré en la medida
de lo posible ceñirme, en primer lugar, al marco propuesto de «Auge y crisis de los
Nuevos Movimientos Sociales», e interrogarnos sobre el feminismo como Nuevo
Movimiento Social; en segundo lugar, recalaré en el sentido y ubicación filosófico-

177
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

políticos del feminismo; para, por último, esbozar apenas algunas consideraciones
sobre el movimiento feminista y la conversación filosófico-política.

1. EL FEMINISMO Y LOS NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES

Para iniciar la revisión, la reflexión, sobre el feminismo en el marco propuesto de


«Auge y crisis de los nuevos movimientos sociales», quizás tendríamos que comen-
zar reformulando el título de este apartado y sustituirlo por aquel otro que utiliza
Dominique Fougeyrollas-Schwebel: «El feminismo ¿un nuevo movimiento social?»
(2010: 725). En todo caso, vayamos a la interrogación. Es casi un lugar común acep-
tar que el feminismo ha generado una revolución o casi-revolución, una lenta y con-
tinuada transformación de, cuando menos, las sociedades occidentales. Para muchos
también el feminismo ha alcanzado definitivamente sus objetivos en el siglo XX, e
incluso más habría agotado ya su potencial transformador, de modo que, dicho colo-
quialmente, se interpela a las feministas del siglo XXI con el ¿qué más queréis? Así
nos encontramos, por una parte, con que hay un amplio consenso en torno a que el
feminismo ha sido el único de los grandes movimientos del siglo XIX que ha triun-
fado y, en consecuencia, no puede considerarse estrictamente como un Nuevo
Movimiento Social. Aunque si entendemos por ello, aquellos movimientos que sur-
gen, según los especialistas en ciencias sociales y políticas, como formas de acción
política no convencional, frente a los partidos y sindicatos, y como posibilitadores
de alternativas, especialmente en la década de los 70, para la construcción de un
nuevo tipo de sociedad, es obvio que el feminismo (junto al ecologismo y al paci-
fismo) responde a esa caracterización pero, eso sí, continuando y radicalizando las
demandas de las anteriores olas.
Por otra parte, se va a sostener que el feminismo estaría en crisis, agotado su pro-
yecto, bien porque ha triunfado, bien porque su «novedad» se ha desactivado o ha
perdido su razón de ser. A partir de los años ochenta, los nuevos movimientos socia-
les pasan a ser vistos como menos activos, más o menos institucionalizados, onegei-
zados, dejando de ser una perspectiva de la política de abajo-arriba, y centrados en
un único tema o como se dice respecto del feminismo, respondiendo a un «grupo de
interés». Desde esta perspectiva el feminismo1 se contempla entonces como un movi-

1
Siempre me ha sorprendido este análisis del movimiento feminista como de un único tema. Las teóricas feministas
han, convenientemente, advertido sobre la asimilación acrítica de la metodología tradicional de las ciencias sociales y polí-
ticas, y de los peligros de considerar a las mujeres como otro grupo de interés.

178
LA CONVERSACIÓN FILOSÓFICO-POLÍTICA: NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y FEMINISMO

miento social de un único problema, es decir, «temas o problemas de mujeres» «inte-


reses de las mujeres» o luego «identidad».

Así las cosas, esquemáticamente, el auge del feminismo como movimiento se


daría con la denominada segunda ola del feminismo, el de los años 60 y 70, prolon-
gador del feminismo del siglo XIX y el propulsor de los grandes cambios, mientras
que lo que entraría en crisis sería, sobre todo a partir de los 90, aquel feminismo
como movimiento de tema único o de «grupo de interés». Conviene resaltar que
en los años ochenta asistimos a un enorme desarrollo de la teoría feminista, plural y
diversa, y que en los años noventa sufre una suerte de crisis interna derivada de la
puesta en cuestión de la categoría misma de «mujeres» y del debate en torno a la
política feminista. A partir del 2000, más o menos, estaríamos en una nueva fase en
la que aparece el movimiento de movimientos: el FSM, los foros sociales, el movi-
miento antiglobalización o altermundialista, en el que hay que situar ahora al femi-
nismo y los movimientos de mujeres, tomando en consideración la hegemonía neo-
liberal, la crisis del Estado de Bienestar, la pérdida de soberanía del Estado-nación, los
movimientos transnacionales y los nuevos sujetos emergentes. Un nuevo escenario,
diríamos, de crisis y de crítica, de transformaciones y posibilidades alternativas, al que
hay que enfrentarse.

Dicho esto, es preciso examinar el carácter de «nuevo» del movimiento femi-


nista de los años setenta del siglo XX, su auge, e identificar los argumentos que
lo avalarían, así como los referentes al inicio de su declive a partir de los años
ochenta, su crisis. Como bien señala Dominique Fougyrollas-Schwebel, la cua-
lidad de «nuevo» no parece muy apropiada «en la medida en que el feminismo
contemporáneo prolonga las expectativas del feminismo del siglo XIX», por
ello advierte que la insistencia en la novedad se debe a que diversas lecturas y
análisis sociológicos e históricos, y cita expresamente a algunos autores como
A. Touraine, P. Bordieu, C. Offe y J. Habermas, lo que hacen es «privilegiar los
aspectos ideológicos y culturales de las reivindicaciones feministas», no con-
templando, justo, aquella base de donde arrancan las reivindicaciones y que
entronca con el feminismo del XIX, esto es: «La doble cuestión de la autono-
mía de las mujeres: económica y política. Lo que se pone en tela de juicio es la
individuación del sujeto democrático y económico (la individuación del ciu-
dadano democrático y del trabajador asalariado)». El feminismo contemporá-
neo se asienta sobre esta base compadeciéndose bien con su proyecto y exi-
gencia de transformación social. Por tanto, la novedad del movimiento de los
años setenta radica, no en su carácter ideológico y cultural, sino en el potente

179
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

desarrollo de «la autonomización de la sexualidad femenina: la maternidad deja


de ser el único horizonte de las mujeres y, además, el deseo de «no materni-
dad» consigue explicarse de forma positiva y no como una carencia» (Ibíd., 725).
Ahora bien, la reivindicación radical se sustenta, según nuestra autora, en la
idea de que la igualdad no puede lograrse en un sistema patriarcal. Entonces, aque-
llos análisis que sitúan al feminismo como una revuelta de las mujeres de corte ideo-
lógico o cultural no están sino negando «la situación de opresión de las mujeres».
Hace referencia así mismo a otras perspectivas y análisis propiciados, bien los pro-
piamente feministas, o aquellos que inciden en las demandas de nuevos derechos
y de una nueva ciudadanía, o a los proyectos alternativos que expresan una exigencia
de libertad más que demandar derechos. En todo caso, en su sintética y breve refle-
xión sobre el feminismo como nuevo movimiento social podemos aún reparar en
una importante cuestión:
«Quizás el impacto del feminismo de la década de los setenta no radica tanto
en abrir nuevas formas de reivindicaciones y demandas de derechos como en vol-
ver a interrogar a los dominios de lo político. En la estela de los movimientos con-
traculturales de la década de los sesenta, para los que todo es político, una de las prio-
ridades de los movimientos de liberación de las mujeres, y que podría resumir
buena parte de sus expectativas, es la afirmación de que lo personal es político. En
efecto, el feminismo se define en el análisis y cuestionamiento de las relaciones
entre lo público y lo privado» (Ibíd., 726)
Importa retener que lo que se persigue es «volver a interrogar los dominios de lo
político», desde el análisis y el cuestionamiento, por tanto, de las relaciones públi-
co-privado. En los primeros años del movimiento contemporáneo de mujeres, si
seguimos a Anne Phillips, la «política» que las feministas estaban impugnando era ya
una desviación de las normas convencionales. Lo más conocido de esta etapa es el eslo-
gan «lo personal es político» pero, matiza, lo relevante es que «estaba dirigido pri-
mariamente a los hombres socialistas y radicales» y, continua, se trataba de un movi-
miento alejado de las cuestiones de capital y trabajo que habían preocupado a
generaciones de activistas marxistas, que cuestiona el radicalismo de aquellos nue-
vos movimientos sociales que, aunque estaban extendiendo el significado de la polí-
tica, sin embargo no lo ampliaban hasta el punto de incluir a quienes hacían el tra-

2
Como indica Drude Dahlerup: «As in the nineteenth century, the discrimination that women felt within the New
Left in the late 1960s and early 1970s became one of the factors that triggered off the new movement. When fighting for

180
LA CONVERSACIÓN FILOSÓFICO-POLÍTICA: NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y FEMINISMO

bajo de casa o mecanografiaban los panfletos o a quien tenía el poder en la cama2. Así
mismo, este movimiento feminista se interrogaba sobre la literatura más académica
centrada en los Estados, los intereses de grupo, los individuos racionales, pero que se
manifestaba incapaz de situar a las mujeres en ellos. Así pues:
«... “lo personal es político” derivó la mayor parte de su fuerza de los argumentos en la polí-
tica radical, porque fue en este contexto que las preocupaciones con la igualdad fueron
más consistentemente despreciadas como una diversión trivial. El feminismo de los 60 y
70 resultó una confrontación potencialmente devastadora tanto para las compresiones con-
vencionales como radicales de la política. No hubo antes ningún ingenuo primer momen-
to en el que alguien se parase a preguntar que estaba mal en la forma en que se concebía
la política» (1998: 3-4, trad. n.)

No resulta contradictorio sostener, más bien es pertinente, que, como indican


diversas estudiosas, allí donde la Nueva Izquierda era más fuerte el movimiento
feminista se ha desarrollado más, y afirmar que «lo personal es político» se dirigía
fundamentalmente a los hombres socialistas y radicales. Antes bien parece la con-
secuencia natural de un movimiento que persigue pensar y actuar de otra manera,
acorde con su crítica de la política tradicional, convencional, que lucha por la trans-
formación social del sistema patriarcal, y que, por tanto, concierne directamente a
aquellos más cercanos, con quienes se comparten objetivos de cambio y transformación
social. Admitiendo la existencia de variaciones en las oportunidades de desarrollo
del movimiento feminista en los países occidentales, hay consenso sobre el impac-
to del movimiento feminista en la izquierda. También en España. Haciendo un
inciso en nuestra historia reciente, a propósito de la publicación de El movimiento femi-
nista en España en los años 703, nos ha recordado Celia Amorós:
«Los movimientos feministas en el Estado español surgieron en el espectro de la izquier-
da y mantuvieron con los partidos una relación compleja […]. A su vez los partidos de
izquierda vieron aparecer los grupos feministas bajo el signo de la perplejidad y de la ambi-
valencia. Sus reivindicaciones se les antojaban particularistas si no facciosas: perdían de vista
los objetivos generales […] y en la transición «las vindicaciones de las féminas eran percibi-
das como estridentes e innegociables» (2009)4.

equality and justice and participatory democracy «in general’, women became tired of just making tea for the revolution,
sleeping with the leaders and typing their manuscripts» (1988:5).
3
Carmen Martínez Ten, Pilar González y Purificación Gutiérrez (eds.), 2009.
4
No sería entonces una peculiaridad propiamente de la izquierda española. No quisiera dejar pasar la oportunidad de
recoger aquí la llamada de atención que hacen las editoras del libro, en su introducción, sobre el hecho de que el movi-
miento feminista de los años 70 y de la Transición, a pesar de ser una de las transiciones más estudiadas, «no ha recibido

181
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

No por sabido, en caso de que realmente lo sea, debemos dejar de tomarlo en


cuenta a la hora de reflexionar sobre el movimiento feminista, de evaluar su impac-
to, su auge y su «triunfo». Perplejidad, ambivalencia, carácter amenazador, particu-
larismo, acompañan al feminismo desde sus inicios hasta hoy, como tendremos oca-
sión de ver más adelante. De momento basta indicar que para tener una idea cabal
del impacto del movimiento feminista ha de ser contemplado, siguiendo a Dahlerup,
como un proyecto comprehensivo, esto es: «una completa reestructuración de las
relaciones sociales y la estructura de poder de la sociedad» (1988: 9), lo cual, nos
dice, es mucho más complicado que analizarlo como un movimiento de un único
tema —lo que, por otra parte, y a mi juicio, respondería también a la percepción
generada de que el feminismo es particularista y que sea tachado incluso de insoli-
dario—. Aquí vemos operando uno de los núcleos problemáticos, el carácter para-
dójico de tener que plantear demandas específicas desde la condición de mujeres,
al tiempo que remitir a la universalidad de la ciudadanía y de la democracia pues:
«Obviamente, es difícil encuadrar derechos como el aborto o el control de la nata-
lidad en una articulación “universal”, y esto convierte a las feministas en un “grupo
de interés específico”», no obstante, si las reivindicaciones específicas no se produ-
jesen entonces las mujeres desaparecerían «como el otro invisible en un universo
falso» que tiene como norma lo masculino (Pamela Beth Radcliff, 2009: 68). Estas
cuestiones han sido objeto de debates en el seno del feminismo, pero más allá de ahí
difícilmente se conocen y se recogen5. Con otras palabras, no sólo resulta menos
complicado catalogar al movimiento feminista como un movimiento de un único
tema o como de un grupo de interés específico, es, además de simplificador, bas-
tante sospechoso que no se aluda a su carácter de movimiento de transformación social
y política, por no decir que se oculta, invisibiliza o se pasa por alto, más o menos
interesada o deliberadamente, su potencial emancipador, desvirtuándolo al considerarlo

atención por parte de los historiadores y analistas de este período de la historia española. Los escasos trabajos que hay se deben
al esfuerzo, casi heroico, del feminismo académico o de las propias asociaciones de mujeres» (2009: 11). Véanse también
en este libro: Mónica Threlfall: «El papel transformador del movimiento de mujeres en la transición española»; Pamela
Beth Radcliff: «La historia oculta y las razones de una ausencia. La integración del feminismo en las historiografías de la tran-
sición». Y los textos de Amelia Valcárcel y Celia Amorós sobre los debates ideológicos y teóricos.
5
Nira Yuval-Davis ha incidido en que las mujeres «suelen quedar «ocultas» en las diversas teorizaciones de los fenó-
menos nacionalistas», y en que «La naturaleza «universalista» de la ciudadanía que emana de los discursos socialdemócratas
y liberales tradicionales es muy engañosa» (1996: 167), no se tiene en cuenta que «hay una característica que específica la
ciudadanía de las mujeres: su naturaleza dual. En efecto, por un lado las mujeres están siempre incluidas, al menos en cier-
ta medida, en el cuerpo general de ciudadanos del Estado y sus proyectos sociales, políticos y económicos; y por otro lado,
siempre hay, más o menos desarrollado, un cuerpo separado de legislación que se relaciona con ellas en su condición espe-
cífica de mujeres. Estas políticas pueden expresar diferentes construcciones ideológicas de género…» (p.169).

182
LA CONVERSACIÓN FILOSÓFICO-POLÍTICA: NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y FEMINISMO

particularista, de único tema, o aproximándolo a una visión ideológica y/o cultu-


ral6. En cualquier caso, se constata fácilmente que el movimiento feminista no ha
tenido un impacto muy positivo en la izquierda y no ha recibido demasiada aten-
ción por parte de los científicos, teóricos y filósofos sociales y políticos, en particu-
lar, de nuevo, con los que suscriben una visión de izquierda, progresista, con demó-
cratas y alternativos. A su vez, las relaciones del feminismo con los otros nuevos
movimientos sociales son complejas y estarán bastante lejos de ser fáciles7.
Comenzaba formulando una interrogación sobre el feminismo como Nuevo
Movimiento Social, lo que nos ha llevado a tratar de delimitar lo «nuevo» de
dicho movimiento en los años setenta, novedad que radica en el cuestionamiento
de la política convencional, tradicional, pero también de la política radical. Lo
que está en cuestión, es preciso insistir, es la naturalización, la subordinación y
dependencia, la opresión y dominación de las mujeres sustentada y apuntalada
en la idea de ausencia de relaciones de poder en la esfera privada, en el cuestio-
namiento de su carácter pre o a-político, y frente a la política concentrada en el
gobierno y el Estado. De otra forma, el feminismo radical rechaza la política
entendida como «actividad», comprendiéndola como una articulación de rela-
ciones en una estructura de poder, poniendo de manifiesto su carácter ubicuo
y, en consecuencia, cuestionando la «apolítica» esfera privada de las concepcio-
nes prevalecientes de la política (Vicky Randall, 1987: 10). Si convenimos en
que el movimiento feminista de los años 70 es una prolongación del feminismo
del siglo XIX, su novedad recae en la crítica de la política y de las relaciones de
poder en la esfera «privada», y esto no encaja muy bien con su catalogación como
un movimiento de un único tema o de grupo de interés, de ahí, como apunta-
mos, nos surge una nueva interrogación sobre dicha catalogación. Ambas inte-
rrogaciones se entienden mejor si tomamos en serio que lo que lo que está cues-
tionando el feminismo es la política y que, como subraya Phillips, «feminismo es
política». Aunque, de acuerdo también con ella, importa advertir que la crítica
de la política —planteando, con anterioridad a Foucault, la cuestión del poder—
en una de sus derivaciones conllevaba la propia disolución de la política como cate-
goría de análisis. Igualmente, y en relación con esta visión, se produce en el seno

6
En este sentido se pregunta Dominique Fougyrollas-Schwebel: «¿Tan opacos son los análisis feministas a la lectura
de los sociólogos que éstos sólo encuentran motivos ideológicos para justificar el compromiso político de las mujeres?»
(Ibid., 725).
7
Baste mencionar aquí la relación entre Feminismo y Ecologismo, el ecofeminismo o la filosofía feminista medioam-
biental.

183
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

del movimiento feminista un debate sobre la teoría, ya que desde una versión
de la política radical se entiende que no es necesaria. No obstante, con este tras-
fondo y frente a posiciones a-teóricas, se desarrolla una línea de pensamiento
feminista en política que se va a caracterizar por un doble movimiento de críti-
ca y de recuperación. Una crítica feminista de la política, según Phillips, que
suscribe tres puntos básicos: 1) las definiciones existentes están saturadas con el
género; 2) esta saturación opera de forma que legitima la falta de poder político
de las mujeres; 3) en gran parte el proceso depende de una particular forma de
concebir la división privado-público. Esta visión crítica de la política, conveni-
mos una vez más, tiene serias y profundas implicaciones para la política norma-
tiva. El feminismo como crítica y recuperación de la política, avanzará en la teo-
ría o, de otra manera, conformará, con el impulso del movimiento feminista y
tras las aportaciones pioneras8, una crítica fecunda y creciente, especialmente en
los ochenta, asumiendo el reto de repensar y reconceptualizar la política, dando
lugar a una tradición teórica de especial relevancia e interés para la política nor-
mativa, para la filosofía política.
«Feminismo es política»: sentido y ubicación filosófico-políticos del feminis-
mo
«Cuando llega la noche, regreso a casa y entro en mi escritorio, y en el umbral me
quito la ropa cotidiana, llena de fango y de mugre, me visto paños reales y curiales, y apro-
piadamente revestido entro en las antiguas cortes de los antiguos hombres donde, recibi-
do por ellos amorosamente, me nutro de ese alimento que solo es el mío, y que yo nací
para él: donde no me avergüenzo de hablar con ellos y preguntarles por la razón de sus accio-
nes, y ellos por su humanidad me responden; y no siento por cuatro horas de tiempo
molestia alguna, olvido todo afán, no temo a la pobreza, no me asusta la muerte: todo me
transfiero a ellos…»

Nicolás Maquiavelo a Francisco Vettori 10 de diciembre de 1513.


Con la ya antes citada afirmación: «Feminismo es política» comienza Phillips
su introducción a Feminism and Politics (1998), y con la constatación de que el
impacto, bien como práctica, bien como teoría, del feminismo ha provocado
uno de los mayores cambios sociales, junto con otros factores, pero sin embar-

8
En concreto: Lorenne Clark and Lynda Lange (eds.): The Sexism of Social and Polítical Theory (1979); Susan Moller
Okin: Women in Western Polítical Thought (1979); Jean Bethke Elshtain: Public Man, Private Woman. (1981).

184
LA CONVERSACIÓN FILOSÓFICO-POLÍTICA: NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y FEMINISMO

go ha tenido menos éxito en su impugnación, en su desafío del «malestream»9


de la política.
«La política como se ejerce en los departamentos académicos está también [como en
el caso de la política retratada en los diarios y televisiones] sorprendentemente intacta, ya
que mientras la literatura sobre género y política o la teoría política feminista ha crecido
desde unos pocos artículos seminales a una rica diversidad de trabajo, “feminismo y polí-
tica” es aún tratado como un discreto objeto de estudio, de interés solo a quienes están en
el» (p. 1, trad. n.)

Destaca así que, en este campo, la política, debido a como se la define (poder
público, élites políticas, mantener posiciones influyentes en las instituciones del
gobierno), se ha hecho «peculiarmente intransigente a las transformaciones femi-
nistas» (1998: 2). En su libro de 1982, Vicky Randall afirmaba que, si bien en el
ámbito de la filosofía política parecía haber avances, en el caso de la ciencia polí-
tica se producían con mucha lentitud (1987:p. 319). En un artículo más reciente,
Johanne Kantola (2009) deja constancia de que, ante un proyecto de investigación
sobre la supervisión de tesis de doctorandas por hombres y en el que se mostraba
la «desaparición» de mujeres en el departamento de ciencia política de la Universidad
de Helsinki (Finlandia), una universidad que tiene una política de igualdad de
género, sin embargo, se ponía en cuestión su campo teórico, es decir, el feminis-
mo, al que muchos científico-políticos del departamento consideraban «como una
ideología», no como una aproximación a la ciencia y a la teoría política, con lo
que la recepción de su investigación sobre las mujeres en la ciencia política no
ofrecía dudas en lo que respectaba a los hallazgos estadísticos, pero se rechazaban
las teorías feministas empleadas para el análisis (2009: 204).
En la filosofía política, al menos la anglo-americana, parece que hubo una mejor
recepción. El movimiento feminista de los años setenta, decíamos, va a dar lugar
a nuevos desarrollos teóricos. Susan Moller Okin en su introducción a una de las
obras pioneras en el ámbito de la filosofía política: Women in Western Polítical
Thought (1979), sostiene que el movimiento feminista ha inspirado un considera-
ble número e importantes trabajos en áreas antes poco exploradas. Se refiere en
concreto a la historia, los estudios legales, antropología, sociología y crítica litera-
ria, no obstante, afirma, nadie «ha examinado sistemáticamente el tratamiento de
las mujeres en las obras clásicas de la filosofía política». Su libro busca, justo, sol-

9
Este término que juega con «main-stream» y «male-stream» polítical science fue acuñado por Mary O», Brian.(1981).

185
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

ventar este «gap» en nuestro conocimiento. En buena lógica, en principio se tra-


taba de rellenar los huecos («filling the gaps»), esto es, plantearse la posibilidad, y
de no ser el caso preguntarse por las razones, de incluir a las mujeres en la tradi-
ción existente de la filosofía política. Avanza que no se puede simplemente añadir
(«añadir y agitar») a las mujeres en la teoría política. Las obras que constituyen
nuestra herencia filosófica están en gran medida «construidas sobre el supuesto de
la desigualdad entre los sexos» por lo que es necesario repensar algunos de los
supuestos más básicos de la filosofía política, en concreto, aquellos que tienen que
ver con la familia y con el papel subordinado y dependiente que se le asigna tra-
dicionalmente a las mujeres en ella (p.10). Esto afecta, dice, tanto a las teorías del
pasado como a las recientes.

En el epílogo a la edición de 1992, indica que lo que pretendía era una «mejor
comprensión de porqué las mujeres están aún, a finales del siglo veinte, lejos de
ser iguales con los hombres. También deseaba contribuir intelectualmente al movi-
miento feminista que esperábamos cambiaría este estado de asuntos» (1992:310,
trad. n.). Ahora, pasados doce años, juzga poco alentador e irónico que, si bien se
produce un gran florecimiento de la teoría política feminista en los años ochenta,
este progreso no tiene correlato con que las mujeres hayan progresado igualmen-
te, incluso habría un «retroceso» en sus posiciones en la política pública, y advier-
te la «creciente impopularidad de la palabra «feminismo» (Ibid., 311). En parte lo
achaca al clima político reaccionario de los años ochenta, no a la teoría política
feminista, lo cual no es óbice para que no proponga una reflexión sobre que pue-
den hacer las teóricas políticas feministas para acometer la «urgente causa política»
de una mayor igualdad para las mujeres. En concreto, detecta una reluctancia por
parte de excelentes teóricas políticas feministas a explicar, a exponer explícita-
mente, las implicaciones políticas que se derivan de sus conclusiones teóricas. Y
lo que no es menos relevante, se pregunta por qué la interpretación feminista de
la teoría política aún está tan marginalizada, en comparación con el trabajo femi-
nista en muchos otros campos. No debemos pasar por alto en este Epílogo su
comentario de que a mediados de los años ochenta envió un artículo en el que
criticaba dos teorías contemporáneas de la justicia a una importante revista de filo-
sofía moral, que fue rechazado, haciéndole llegar el juicio del informante: «aunque
mi argumento mostraba que la teoría X no permitía la inclusión de las mujeres,
yo no había mostrado que esto tuviese algún efecto sobre «la teoría misma»» y,
puntualiza Okin, «es difícil imaginar que esto se diga de una teoría política que
fracase en incluir a los hombres. Sería obvio que, aunque parece que no lo es— seña-

186
LA CONVERSACIÓN FILOSÓFICO-POLÍTICA: NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y FEMINISMO

lar que una teoría en su forma presente es incapaz de incluir a más de la mitad de
la humanidad es decir algo importante sobre «la teoría misma» (1992: 313). Bien
es cierto que, pese a todo, en el ámbito de la filosofía política anglo-americana,
tras las obras pioneras, desde los ochenta, la teoría feminista ha tenido valiosas apor-
taciones y nombres propios: Susan M. Okin, Alisson Jaggar, Carole Pateman, Seyla
Benhabib, Nancy Fraser, Iris M. Young, Anne Phillips, Martha C. Nussbaum, por
citar a algunas de las más conocidas, y un gran desarrollo en el ámbito de la filo-
sofía moral. No obstante, es preciso hacer algunas consideraciones al hilo del sen-
tido y ubicación filosófico-políticos del feminismo, de la conversación filosófico-
política.
En primer lugar, el movimiento feminista va a dar lugar a un desarrollo de la
teoría feminista en el ámbito de la teoría o filosofía política, uno de cuyos puntos
básicos consiste en, frente a la tradición, revisar la idea de que las mujeres no son
seres políticos y, en consecuencia, que mujeres y política sean mutuamente exclu-
yentes —de ahí la separación público-privado—, poniendo de manifiesto que lo
que se sigue de ello no es sólo que haya que incluir a las mujeres, o la demanda
de una mayor participación política, lo que se nos muestra son las limitaciones
conceptuales de la ciencia política y de la filosofía política, así como de la con-
cepción «convencional’ de la política. Dicho de otro modo, iniciaba este aparta-
do con una cita de Maquiavelo, cita sobre la que llamó mi atención Linda Zerilli
en «Machiavelli’s Sisters. Women and “the Conversation” of Polítical Theory» (1991),
y que me parece muy pertinente ahora. Zerilli parte de que, con frecuencia, se
dice que la teoría política es una conversación, un diálogo transhistórico que vin-
cula las voces del presente con las del pasado en un discurso respecto al significa-
do de la vida pública, y hace ver que, para Maquiavelo, entrar en la conversación
supone dejar de lado el fangoso y mugriento mundo de la vida cotidiana y bus-
car alivio, cariño e inmortalidad en el sueño de un lenguaje común. Para encon-
trar acomodo en esta conversación, continua, tiene que dejar temporalmente su
«casa», y apropiadamente vestido entrar en el mundo simbólico del estudio, donde
alimentado por la conversación de hombres puede olvidarse de «sus orígenes en
la casa, su deuda maternal, y darse a luz a sí mismo, a esa otra parte inmortal de él
mismo —el teórico político—» (1991:253, trad. n.). Mas, se pregunta: ¿qué pasa
si el teórico político es una mujer?,10 e insta a los teóricos políticos a considerar qué

10
Zerilli se refiere a la gran metáfora maquiaveliana de la conversación, citando a Sheldon Wollin y lo que éste ha
denominado el «diálogo perenne» de la teoría política, lo que se quiere poner de manifiesto es el respeto a los términos his-
tóricos del discurso (1991:254).

187
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

significa intervenir en la conversación como feminista. No voy a detenerme en


el sugerente y argumentado artículo de Zerilli, en su análisis de las diferentes estra-
tegias que emplean las teóricas feministas, coincidentes con algunas de las apun-
tadas por Okin, para entrar en la conversación, sino hacer hincapié y retener su con-
clusión: cuando las feministas abren la puerta al estudio, aunque la conversación
pueda a veces sonar lo mismo, no puede ser lo mismo. El feminismo tiene dimen-
siones subversivas.
De forma, si cabe, más clara y concisa vemos lo que quiere decir Zerilli en un
texto posterior (2006) en el que sostiene que la relación de la teoría feminista con
el canon del pensamiento político ha sido crítica y que, «con toda probabilidad
permanecerá, sino agonística11, profundamente crítica» (2006:106). Presenta cua-
tro proyectos críticos, en un intento de categorización esquemática, estos son:
exponer la ausencia de mujeres de, o su estatus denigrado en, las discusiones canó-
nicas de la política; integrar a las mujeres en todas las categorías de pertenencia
política de las que han sido originalmente excluidas; mostrar que las mujeres no
pueden ser integradas porque su exclusión es constitutiva de dichas categorías;
extraer las consecuencias de esta imposible inclusión y reconstituir de nuevo las
categorías de la política, lo que, a su juicio, implica que la crítica feminista no sólo
desconstruye las categorías heredadas, además genera nuevas formas de pensar sobre
la política (Ibid.,107). Por tanto, la crítica feminista tiene como cometido una tarea
de reconstrucción crítica, o, tal y como lo recogía Phillips, de crítica y recupera-
ción, que se dirige a transformar los conceptos centrales del canon de la teoría polí-
tica (libertad, poder, justicia, ciudadanía, obligación, consentimiento…). O, aún más,
presta atención a conceptos olvidados, como el del «cuidado», en un esfuerzo por
enriquecer el vocabulario de la reflexión y teorización política (Di Stefano, 2000:196).
Un cometido que llevan a cabo las distintas aproximaciones feministas, no como
solitarias teóricas, sino en una «conversación» de críticas feministas entre ellas mis-
mas, que responden, además de a los textos canónicos, a las propias interpretacio-
nes feministas de dichos textos, afirmando por ello Zerilli que como Maquiavelo,
quien invitaba a entablar un diálogo imaginario con los autores canónicos duran-
te el exilio político, las críticas feministas «también han creado una conversación
desde un lugar fuera de lugar (“place of outsideness”)» (2006:107). Esto supone

11
Agonística, indica, por la ambivalencia en la que tiene que moverse la aproximación feminista al canon de la teo-
ría política: de una parte, los autores canónicos han considerado a las mujeres como seres no políticos, apéndices del varón
ciudadano y, por otra, el propio canon occidental es constitutivo, de forma importante, de nuestro vocabulario político,
un valioso recurso para pensar políticamente, del que no podemos prescindir (2006:106).

188
LA CONVERSACIÓN FILOSÓFICO-POLÍTICA: NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y FEMINISMO

romper los términos de la conversación canónica e intentar constituir un sentido


de la comunidad política. Ahora bien, para ello es necesario, a la par que exami-
nar críticamente el canon existente, la elaboración y desarrollo de nuevas pers-
pectivas filosóficas que se generan y someten a escrutinio y debate crítico en una
«conversación interna», cuyo objetivo es la «normalización», y, como acontece en
las comunidades filosóficas y científicas, para desarrollar alternativas a las formas
establecidas de pensar «siempre se requiere que ciertas cuestiones se cierren tem-
poralmente al debate». Así, la comunidad de filósofas feministas «proporciona el
espacio intelectual en el que sus miembros están liberados de la presión de defen-
der continuamente sus supuestos y explicar su vocabulario técnico», pensando jun-
tas y proporcionando apoyo para afrontar los «ataques y el ridículo» de parte de
algunos filósofos. (A. Jaggar/ I. M. Young, 1998: 5-6). Lo que se ha logrado, sos-
tiene asímismo Di Stefano, no es insignificante: una «ongoing conversation» y una
creciente sofistificación intelectual, desarrollando «sistemáticas y robustas filosofí-
as» (2000: 197), por más que no sea ampliamente reconocido por el «mainstream»
filosófico y teórico, incluyendo, dice, los departamentos de filosofía.

Con todo, este «lugar fuera de lugar» que caracteriza a la conversación de la


teoría o filosofía política feminista es un arma de doble filo. De un lado, respon-
de al carácter subversivo, disruptivo de la teoría feminista, acorde con una nueva
forma de pensar que arranca del movimiento feminista y cuya fuerza, valga decir
con Dahlerup (1988: 2), vendría de «estar fuera del sistema» («The strength of being
“outside the system”»). Por otro, la teoría política feminista, tras un importante
desarrollo, en los noventa está aún marginalizada, en los márgenes frente a la línea
principal, y naturalmente preocupa a las teóricas feministas, para quienes esto es
debido a que para los teóricos políticos comprometerse con las críticas feministas
supone estar dispuestos a «pensar de nuevo sobre las premisas fundamentales de sus
argumentos» (Pateman, 1989: 14; Okin, 1992: 338). Se constata pues que los filó-
sofos políticos no están muy interesados en confrontarse con las críticas feministas,
que los «Women’s studies» son ignorados, rechazados o «guetizados», también en
la ciencia política, aunque, una vez más apunta Phillips, la marginalidad tiene su pro-
pia fuerza: «las mujeres son (lo que muchos misóginos han afirmado que son) una
fuerza disruptiva» (1998:16). La inclusión plena conlleva reconceptualización, pen-
sar de nuevo.

En su Epílogo, Okin defiende que, desde una perspectiva feminista, no tienen


mucho sentido ni las visiones de la historia del pensamiento político que remiten
a «verdades eternas», ni la idea de que los grandes libros se siguen unos a otros

189
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

según una lógica más o menos progresiva. Tampoco suscribe que cada teoría solo
sea inteligible y de relevancia para su propio contexto específico, desmarcándose
así de posiciones como la de Quentin Skinner para quien «el estudio del pensa-
miento político no puede ayudarnos a resolver los problemas contemporáneos, o
incluso a comprender el presente —excepto mostrándonos cuan totalmente dife-
rente es del pasado—» (1992: 336). Dadas las similaridades en las racionalizaciones
que se han hecho sobre las mujeres a lo largo de cientos de años, y aún se siguen
haciendo, Okin propone como una primera fase para volver a la política, «pensar
de nuevo el papel político de la teoría» (Ibid., 337). No es este un asunto menor.
Como indicábamos antes, abogaba por que las teóricas feministas extrajesen de
forma clara las implicaciones políticas de sus teorías. Esta es una importante y nece-
saria perspectiva. Di Stefano, por su parte, va más allá: los teóricos y filósofos polí-
ticos han debatido sobre el alcance y los objetivos de la teoría, sobre la «gran teo-
ría» o la «teoría totalizante», en términos de poder, en medio de las controversias
en torno a la teoría, dice, una cosa es clara: «la política de la teoría ha devenido
indisolublemente conectada con los debates concernientes a las teorías de la polí-
tica». La política de la teoría, puntualiza, no se refiere simplemente a las implica-
ciones políticas de una teoría particular en el mundo, mejor «presta atención a las
investiduras y a los efectos de poder de la teoría misma, a los inevitables privilegios
y exclusiones que asisten al establecimiento de posiciones teóricas y filosóficas»
(2000: 197). Es esta una cuestión de enorme importancia, dado que viene a inci-
dir en que lo que sea propiamente denominado «política» no puede ser estableci-
do pre-políticamente, algo que la teoría feminista sabe bien, y «lo personal es polí-
tico» también expresa, politizando lo que se entiende por político y política. O, desde
otro ángulo y con palabras de Celia Amorós, «conceptualizar es politizar» (Agra, M.ª
X.: 2010). Lo dejaré aquí, a sabiendas de que sería preciso un mayor desarrollo
teórico y de sus implicaciones.

Hasta ahora hemos reparado en la conversación filosófico-política feminista,


quisiera, continuando con la conversación, recalar en algunos textos de Fernando
Quesada que vienen al hilo de estas reflexiones y, hay que constatarlo, porque no
es habitual, como venimos de ver, que un filósofo político, al menos en nuestro
entorno más cercano, asuma las interpretaciones y las objeciones feministas de las
filosofías o teorías políticas. En «Feminismo y democracia: entre el prejuicio y la
exclusión» (2000) comienza afirmando:

«Corren tiempos de “finales” de muchos órdenes: filosóficos, políticos, culturales, e


incluso de final de la propia historia, hipotecada en lo que se considera su último para-

190
LA CONVERSACIÓN FILOSÓFICO-POLÍTICA: NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y FEMINISMO

digma político-cultural: el liberalismo. Sin embargo, la teoría crítica feminista no parece


haberse contaminado especialmente de dichos talantes letales. Por el contrario, y en razón
de una larga historia en continua reelaboración, el feminismo ha conseguido articular un
nuevo proceso, especialmente en lo concerniente al orden de la democracia. Ese proce-
so, de profundo calado crítico-político, ha tenido lugar desde hace tres décadas. Se trata
de un hecho tan relevante que, más bien allende nuestras fronteras, el feminismo ha sido
asumido como una de las corrientes de pensamiento más innovadoras y de mayor alcan-
ce filosófico-político. Es más, sus virtualidades transformadoras y su capacidad de inter-
pelación de la realidad socio-política de nuestros días han sido equiparadas a las de los
grandes movimientos, a las de los sistemas políticos clásicos, desde el liberalismo al mar-
xismo. Así, por ejemplo, Kymlicka, en su Filosofía política contemporánea (1995) introduce
el feminismo dentro de las seis grandes corrientes del pensamiento actual cuya contrasta-
ción es obligada para cualquier forma de pensamiento político que intente construir una
teoría plausible acerca de la sociedad justa, horizonte de la política desde la modernidad»
(2008: 62)

En este texto Quesada asume la importancia del feminismo para la filosofía


política y se sorprende de que su aportación sea ignorada en las últimas décadas12;
además se adentra en la argumentación sobre el sentido y la ubicación filosófico-
políticos del feminismo, preguntándose por la exclusión de las mujeres de la narra-
tiva de la modernidad, por su exclusión como teóricas y como agentes prácticos res-
pecto de la ciudadanía y la democracia. Sometiendo a crítica la concepción de
C. B. Macpherson, en su calidad de historiador del pensamiento político y teóri-
co de la democracia, justo para poner de manifiesto la construcción de una histo-
ria sin mujeres y un proceso de exclusión política que afecta directamente a la
democracia y al programa emancipatorio de la modernidad. He indica algo fundamental
que no suele ser reconocido, como acabamos de ver:
«Ciertamente la reestructuración hermenéutica del pensamiento de la política y la
consiguiente redefinición de la condición, la distribución y la normatividad de lo políti-
co por parte del feminismo implican cambios, perspectivas y actitudes que no afectan sólo
a las mujeres sino que ponen en cuestión, entre otras cosas, la «distribución» de los espa-
cios de poder en los que se «obliga» a ubicarse a los individuos, los grupos o las clases»
(Ibid., 63).

12
Bien es cierto que parece que esto se va corrigiendo y en esta línea iría Kymlicka, no obstante tenemos que abun-
dar en la tesis de que el proceso va muy lento, basta echar un vistazo a los textos y manuales de filosofía política de estos
últimos años.

191
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

El ubi de las mujeres ha venido marcado políticamente, subraya, fuera de la


ordenación y de la organización de la vida social y política, situándolas en rela-
ciones de dependencia y subordinación. El ubi filosófico-político del feminismo,
afirma, tiene su sentido y razón de ser en tanto, y como se desprende del texto
citado más arriba, frente a «finales» o derivas actuales, parte del proceso de «rees-
critura de la modernidad». Feminismo es política, podríamos decir ahora, tanto en
la práctica como en la teoría. Explorar la igualdad democrática, mostrar la gramá-
tica y la estructura profunda de la democracia y la ciudadanía modernas, supone algo
más que una extensión de derechos o de participación democrática, implica asimismo
extraer todas las consecuencias de que, de acuerdo con Susan Mendus, las pro-
mesas de la democracia no han sido cumplidas. Quesada hace suya la «pérdida de
fe» feminista en la democracia, poniendo de relieve que ni la democracia ni la ciu-
dadanía pueden o deban ser otorgadas, antes bien, se requiere «la participación en
los procesos constitutivos y contextualizadores de un imaginario social comparti-
do» (Ibid., 84). La igualdad democrática es una promesa incumplida, la inclusión
de las mujeres afecta a la gramática profunda de la democracia. Si la política, y la
reflexión filosófico-política, tienen que ver con como vivir juntos, el esfuerzo y el
reto está en encontrar una articulación, un nuevo imaginario, que permita «vivir
juntos con nuestras diferencias». He aquí el sentido y ubicación filósofico-políti-
cos del feminismo, la necesidad de la conversación.

Movimiento y conversación: una habitación propia, una casa común: «Las


mujeres no escriben libros sobre los hombres, hecho que no pude evitar recibir
con alivio […] cual podía ser la razón, pues, de esta curiosa disparidad». VIRGINIA
WOLF, Una habitación propia.

La preocupación por la teoría y la práctica democrática y por la ciudadanía


conducen a Quesada a asumir la necesidad de integrar el feminismo, la teoría femi-
nista en toda su radicalidad. Su crítica del liberalismo y sobre todo del neolibera-
lismo, le llevan a preguntarse, en un reciente escrito (2010), si, como viene a sos-
tener Nancy Fraser, el neoliberalismo ha seducido a las feministas. No voy a
demorarme en la carga crítica frente a las tesis de Fraser, no es nuestro objetivo
aquí, y además el propio Quesada advierte de que este texto es un Fragmento. Me
interesa en tanto que nos devuelve al feminismo como movimiento social y a algu-
nas de las cuestiones que se suscitaban anteriormente. Según Nancy Fraser, y sobre
lo que se interroga Quesada, el movimiento feminista de la segunda ola, pese a sus
saludables valores culturales acabaría, por una suerte de astucia de la razón, confluyendo
con el neoliberalismo y daría cuenta de cómo

192
LA CONVERSACIÓN FILOSÓFICO-POLÍTICA: NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y FEMINISMO

«la capacidad relativa del movimiento para transformar la cultura contrasta de mane-
ra aguda con su incapacidad relativa para transformar las instituciones… Y así, frecuente-
mente se aduce que el feminismo de la segunda ola ha provocado una gigantesca revolu-
ción cultural, pero el enorme cambio en las mentalités (todavía) no se ha traducido en un
cambio estructural e institucional»13.

La cuestión, entoces, no es ya la de un movimiento feminista que ha triunfa-


do y, por tanto, estaría agotado, sino la visión de un movimiento que aún conce-
diendo que haya llevado a cabo una gran revolución cultural, no habría produci-
do un cambio estructural e institucional y, lo que es más, acabaría confluyendo
con el neoliberalismo. Frente a esta perspectiva, Quesada apunta que Fraser pre-
senta al movimiento feminista de la segunda ola como «unitario, global, totalizan-
te» atribuyéndole, dice, una capacidad más bien desmesurada, incluso en compa-
ración con otros movimientos sociales, para cambiar la instituciones socio-políticas
dominantes. Ofreciéndonos su aproximación a la configuración histórico-cultu-
ral de la segunda ola del feminismo, intenta contrarrestar la visión de Fraser e inci-
dir en su carácter plural, en las derivas históricas del feminismo, poniendo especial
énfasis en la necesidad de un examen más medido que tenga en cuenta que el femi-
nismo «no ha sido simplemente seducido por el neoliberalismo, sino que se ha
visto confrontado con transformaciones estructurales de los Estados que han dise-
ñado el ámbito en que era posible desarrollar las prácticas sociales» (2010: 226).
Queda, pues, sobre el tapete la necesidad de hacer un balance crítico sobre el movi-
miento feminista de la segunda ola y su potencial transformador, sobre los des-
arrollos de la triple injusticia de género (económica, cultural y política) y el capi-
talismo posfordista, transnacional y neoliberal, no sin antes advertir por mi parte,
y se desprende en gran medida de la crítica de Quesada14, que las lecturas y los
análisis sociológicos e históricos en los que Fraser parece basar su argumentación
no estarían muy lejos de ser susceptibles de aquella crítica de Dominique Fougyrollas-
SChwebel de que «privilegian los aspectos ideológicos y culturales de las reivindi-
caciones feministas» y son opacos a los análisis feministas, a la que se aludía al
comienzo.
Finalmente, traigo a colación la cita de Virgina Woolf precisamente porque
los hombres siguen escribiendo sobre las mujeres y la política. Unas veces ocul-

13
Fraser, (2009: 88) citado por Quesada (2010: 214).
14
La argumentación crítica de Quesada se dirige al doble análisis del movimiento feminista de la segunda ola que
lleva a cabo Fraser, y, en concreto, a la narrativa basada en la obra de Boltanski y Chaipello sobre el «nuevo espíritu del
capitalismo.

193
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

tando manifiestamente el feminismo, por ejemplo reclamando un nuevo huma-


nismo basado en una concepción de la política como «auxiliar de la vida privada»,
al servicio de las familias y de los individuos, y en la familia moderna como «flo-
rón» de la aventura democrática», como es el caso del filósofo político Luc Ferry
quien afirma que «En contra de lo que podría hacernos pensar una visión superfi-
cial de la política, la historia de la vida privada no carece de vínculos con la esfe-
ra pública» (2008: 149). ¿Quién tiene esa visión superficial de la política?, el femi-
nismo desde luego no, pero en su propuesta y en sus argumentaciones no encontramos
referencias al feminismo15. Otras veces, y no ha de sorprendernos, quienes escri-
ben y citan a las teóricas feministas bastante profusamente son quienes pretenden
—diferenciándolo de quienes persiguen la igualdad de derechos de las mujeres—
encuadrarlo y reducirlo a una ideología, a saber la «ideología de género»16, en este
caso de forma clara la derecha, para mostrar el carácter amenazador del feminismo
y poniendo de relieve, eso sí, su fuerza disruptiva y sus objetivos de transformación
social y política. Otros, sobre todo en la prensa, hacen resonar los ecos de aque-
llas «estridentes e innegociables», particularistas y facciosas, demandas feministas,
hablan de un «feminismo feroz»17. Son buenos ejemplos, pienso, de que saben que
el feminismo es política y de su potencial de transformación, y nuestros filósofos
políticos progresistas, comprometidos con la crítica y la transformación social y
política ¿siguen perplejos y ambivalentes? Por supuesto, no todos.
Lo que me importa resaltar, en definitiva, es que la conversación filosófico-
política feminista algo ha avanzado, ya no estamos ante voces aisladas o en los már-
genes, aunque la conversación interna, la habitación propia continua, se va inte-
grando en la conversación filosófico-política, y quizás tendrá que hacerlo cada vez
más ante las urgencias del mundo contemporáneo, ante las luchas y las transfor-

15
Lo que sí nos encontramos son algunas afirmaciones como que la “condición femenina” puede que en cincuenta
años haya cambiado más que en los últimos 5.000». Apenas hace sino una alusión al feminismo de la diferencia y a los
«valores femeninos», pero si afirma que: «En esta encrucijada, paradójicamente, son las mujeres las que, sin pedirlo ni luchar por
ello, encarnan el porvenir, pues esos valores de la vida privada en los que ellas son tan duchas muestran actualmente una ten-
dencia a convertirse en universales. Al menos en Occidente, para la mayoría de los seres humanos ésos son los valores que
priman en su existencia y le dan un sentido. Desde esta perspectiva, las mujeres, que a imagen del proletariado de Marx
pasan por ser las antiguas«dominadas», en realidad constituyen la vanguardia de un movimiento general en el que, reco-
nozcámoslo, llevan mucha ventaja» (2008: 120, subr. N.).
Quiero llamar la atención sobre el título en español: Familia y amor. Un alegato a favor de la vida privada (Madrid:
Taurus, 2008), y el original: Familles, je vous aime. Politique et vie privée à l’âge de la mondialisation. XO Éditions, 2007.
16
Véase además de una reciente publicación con este título y en donde se ataca, citando sus textos, a las teóricas
feministas más relevantes, también a las de nuestro país.
17
Véase, a modo de ejemplo, «Feminismos» El País, 01/03/2010.

194
LA CONVERSACIÓN FILOSÓFICO-POLÍTICA: NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y FEMINISMO

maciones, ante los retos a que nos enfrentamos en tiempos de crisis económicas y
de retrocesos en, entre otros, políticas sociales. Pero también es importante que, como
señalan Jaggar y Young, las teóricas y filósofas feministas «intervengan más regu-
lar y vigorosamente en la conversación filosófica más amplia» (1998: 6). Es decir,
de una u otra forma, la habitación propia no puede ser y estar sino en una «casa común»,
con todo lo que ello comporta.

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196
LAS DEMANDAS DE JUSTICIA EN EL MOVIMIENTO ECOLOGISTA

Joaquín Valdivielso
Universitat de les Illes Balears

Este trabajo es una reflexión, parcial e inconclusa, sobre el sustrato normati-


vo de las demandas de justicia en el movimiento ecologista. Antes de entrar en él,
no obstante, permítanme decir que es un honor poder hacerlo en este marco. En
el marco de esta publicación, y en el marco del acto de homenaje a Fernando
Quesada del que es plasmación, continuación, las jornadas La filosofía política
hoy. Aún así, y como dije en aquel momento, me resulta difícil referirme a
Fernando sin expresar también mi agradecimiento a Antonio García Santesmases
por la oportunidad de participar de un acontecimiento tan significado como este,
pero más difícil se me hace aún no referirme, mostrar mi agradecimiento, y home-
najear a una vez, al grupo que para mí representa Fernando, si se quiere, a título
de «arconte epónimo» —aprovecho y abuso así de su admiración por la democracia
clásica griega—: un colectivo más que una persona, una práctica más que un saber,
un espacio más que un sujeto, una inquietud más que una certeza, una filía más
que una stásis.
Por mi edad, pertenezco a una generación posterior a la de la mayoría de par-
ticipantes más o menos regulares de este entorno. No obstante, la mayor distan-
cia radica no ya en una cuestión cronológica sino académica: la mía es la genera-
ción de las éticas aplicadas, el normativismo y el formalismo, la política del consenso
y el entendimiento, la cultura científica hiperespecializada, competitiva y estresa-
da, la de la reflexión filosófico-política como una subcultura académica funcional
a la conciliación con el mundo y sus instituciones. Resulta chocante la experien-
cia, el contraste con la praxis comprometida, interdisciplinaria, crítica, compre-
hensiva y no menos convivial de este espacio de comunicación abierto y cordial
que representa Fernando, y al que yo llego gracias a la mano amiga de Bernat
Riutort y, a través de él, Alberto Saoner. Late ahí una cultura política y académi-
ca distinta, sin duda, con sus luces y sus sombras, pero que no puedo dejar de ver
con admiración, encarnada en esa otra cultura amical, que aún me fascina más,
capaz además de mantener al tiempo el pulso, la pasión, el tono del movimiento
del mundo más allá de su aparente inexorabilidad. A todos ellos, a todo el grupo,
va mi agradecimiento.

197
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

Con estas páginas —y entro ya en materia—, no aspiro tanto a recorrer o ana-


lizar las expresiones visibles de esas demandas ecológicas de justicia como a expli-
citar ciertos problemas teóricos y metodológicos a la hora de pensarlas. En parti-
cular, quisiera poner sobre la mesa la dificultad de tratar la gramática profunda de
las demandas de justicia, o, lo que es lo mismo, la impugnación de la injusticia, en
clave ecológica o ambiental. Para ello, voy a utilizar, con aquel objetivo en mente,
tres enfoques diferentes, aunque relacionados, a partir de debates seleccionados
pero —espero que— representativos: el análisis estructural de la injusticia ecoló-
gica, el análisis (de)constructivista, y, finalmente, la dialéctica entre distribución y
reconocimiento en la teoría crítica. En último término, no obstante, pretendo no
sólo presentar sino revisar críticamente esos debates, inclinándome hacia unos plan-
teamientos más que a otros

LA ESTRUCTURA DE LA INJUSTICIA ECOLÓGICA

Son muchas las maneras en que la justicia en su relación con el medio ambien-
te no humano es predicada. Un recorrido riguroso por esas variadas expresiones
discursivas daría, sin duda, una fenomenología heterogénea y compleja. No obs-
tante, como ya he planteado en otros trabajos1, una visión sintética con aspira-
ción de ser representativa podría tener cuatro matrices, cada una de ellas con una
forma específica de tratar la justicia para con su misma generación, la cadena de
generaciones, otras especies no humanas; además de un objeto o principio espe-
cífico de justicia, un valor que lo encarna, así como expresiones movimentistas
más o menos abanderadas: la concepción ambiental del movimiento de justicia
ambiental, la ecológica distributiva de la red de la huella ecológica, la ecológica
preventiva-paliativa del movimiento por la denuncia de los «desastres naturales
construidos socialmente», y la visión postantropocéntrica de la ecología profun-
da o el animalismo.
Hay una serie de rasgos que, a pesar la gran multiplicidad de casos reales his-
tóricos de este tipo de movimientos, coinciden en romper con una forma deter-
minada de comprender la justicia: la visión liberal-reformista por la que lo justo
es un balance entre, de un lado, las garantías de la retribución acorde al mérito

1
Valdivielso, J. (2007): «Las relaciones entre la justicia y el medio ambiente» en Velayos, C. y J. M.ª Gómez Heras
(eds.), Responsabilidad política y medio ambiente, Madrid, Biblioteca Nueva.

198
LAS DEMANDAS DE JUSTICIA EN EL MOVIMIENTO ECOLOGISTA

personal y los frutos de la propiedad privada y, de otro, la redistribución de parte


del producto social a favor de los estratos sociales menos poderosos y el fomen-
to de bienes comunes definidores de la ciudadanía, en un marco nacional de
sociedad industrial desarrollada. Digamos, una concepción de inspiración rawl-
siana. Hay al menos cuatro razones por las cuales este marco general no permi-
te contemplar una idea de justicia ambiental o ecológica en el sentido de la sos-
tenibilidad fuerte: 1) se abstrae de la lógica relacional y de conflicto en que ciertos
actores sociales conquistan derechos; 2) se restringe al ámbito nacional; 3) se
centra en la distribución de bienes o productos, no en males, riesgos o subpro-
ductos de la cooperación social; y 4) asume la sustituibilidad o reductibilidad de
los bienes ambientales a bienes socioeconómicos, como transferencias de rentas
o bienes de consumo. En definitiva, la justicia (re)distributiva ha asumido en
gran medida que vivimos en sociedades soberanas en la garantía de sus recursos
básicos, con saldos productivos positivos constantes, expresables en términos cre-
matísticos que, además, coronan el crecimiento económico como objeto privi-
legiado de la política.
En la dimensión intrageneracional, el marco nacional-territorial que limita la
aplicación del principio de distribución justa en el enfoque liberal, es superado por
abajo y por arriba desde imágenes espaciales, sistémicas y antidualistas en la relación
hombre-naturaleza. En la dimensión intergeneracional, el imaginario es ampliado
retrospectiva y prospectivamente, para tener en cuenta la historia ecológica y las res-
ponsabilidades diferenciadas en el futuro. La asignación de títulos y deberes no
pretende repartir ex nihilo sino reconstruir y explicitar la desigualdad de poder en
un eje temporal que comienza con la Revolución Industrial y lleva al cambio cli-
mático. Por lo tanto, no se trata sólo de ahorrar hacia la generación venidera, sino
de aproximar los grados de disponibilidad de recursos y sometimiento a riesgos. A
saber, el valor nuclear no es sólo la equidad sino también la sostenibilidad, desple-
gados en un abanico que incluye la hospitalidad, el sostenimiento, la capacidad de
recuperación y la atención hacia los sistemas de soporte a la vida. Es obvio que
muchos bienes ambientales no pueden ser tratados como simples mercancías, no
son transferibles, son muy difusos y su valor no es compensable, o son irreempla-
zables o irreversibles2.

2
Jamieson, D. (1994): «Global Environmental Justice» en R. Attfield y A. Belsey, Philosophy and the Natural Environment,
New York, Cambridge U.P., pp. 206-9.

199
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

Las dinámicas explicitadas de asignación son causales, es decir, el sobreconsu-


mo hic et nunc se difiere en infraconsumo o nuevos riesgos externalizados en una
doble lógica de exclusión/inclusión, en a) los beneficios materiales de la rueda pro-
ducción-consumo, y b) la dispersión de nuevos riesgos y males ecológicos, regidos
ambos por la dinámica de dos sistemas, social y natural, que se solapan, con tem-
poralidades y espacialidades específicas3. Las relaciones metabólicas, del flujo de
materiales, energía, productos y subproductos del desarrollo, así como el reparto
de espacio ecológico a escala planetaria implica un «espacio político» nuevo, una
interdependencia asimétrica a muchos niveles4.
Aunque el término «político» pueda sonar excesivo, los discursos de la soste-
nibilidad fuerte y justa subrayan una dimensión del cambio ecológico que es expre-
sada como una relación de dominio, de poder: la «capacidad de internalizar y exter-
nalizar ventajas y costes ambientales respectivamente»5. Esta relación de poder
ecológica, anticipada por el ecosocialismo posmarxista, tiene una doble cara. En pri-
mer lugar, «modelos de apropiación de recursos». Siguen las líneas de fuerza del
dinero y del poder, sobrevalorando las actividades más inmateriales —elaboración,
innovación y producción de símbolos— frente a las más materiales —extracción,
transporte, transformación. Es lo que José Manuel Naredo y Antonio Valero lla-
man «la regla del notario»6, la asimetría entre los costes monetarios y los físicos en
el proceso de producción: la fase final de comercialización y venta se queda con la
parte del león de la creación de valor, en detrimento de las fases más intensas en
recursos naturales. En segundo lugar, en el «reparto de los daños». La mochila eco-
lógica, por ejemplo, el volumen total de recursos precisos en la elaboración de los
productos, se distribuye según esa cadena de perfeccionamiento. La mochila media
pesa más de cinco veces lo que los bienes incorporados —aunque para el cobre
pesa 500 veces más y para el oro ¡500.000!—, si bien se concentra en las eslabo-
nes iniciales del ciclo vital del producto, en general como escombros o residuos7.
En definitiva, el poder debería ser parte de la célebre fórmula de Paul Ehrlich y
John Holdren, según la cual un impacto ambiental (I) es función de la población
(P), el consumo (Affluence) y la tecnología (T): I=PAT.

3
Valdivielso, J. (2008): «Ecología y filosofía política» en Fdo. Quesada (ed.), Ciudad y ciudadanía. Senderos contempo-
ráneos de la filosofía política, Madrid, Trotta.
4
Dobson, A. (2010): Ciudadanía y medio ambiente, Barcelona, Proteus.
5
Sachs, W. y T. Santarius (dirs.) (2007): Un futuro justo. Recursos limitados y justicia global, Barcelona, Icaria, p. 88.
6
Naredo, J. M., y A. Valero (dirs.) (1999): Desarrollo económico y deterioro ecológico, Madrid, Argentaria/Visor,
p. 304.
7
Sachs y Santarius, op. cit., 2007, pp. 83-4.

200
LAS DEMANDAS DE JUSTICIA EN EL MOVIMIENTO ECOLOGISTA

Estas dos facetas explicitan en conjunto una geográfica ecológica particular,


que no coincide con la escala clásica por países más o menos cercanos al desarro-
llo ni siquiera con el eje Norte-Sur. Es en gran medida una relación posnacional,
por la que la opulencia se concentra en los espacios regionales, áreas metropolita-
nas centrales y en zonas industriales extendidas. Así, los flujos comerciales de bien-
es de alto valor se concentran entre los ricos, entre los pobres y los ricos se inter-
cambian mercancías de menor valor monetario, y entre los pobres apenas hay
comercio, sin que las fronteras nacionales circunscriban necesariamente a esta estra-
tificación.
Pero también es deudora de una filosofía política. Los grupos dominantes en la
relación ecológica son «clases». «La clase consumidora transnacional», «la clase omní-
vora», «las clases medias urbanas», «los grupos más opulentos», privan a «los pobres»,
a «la mayoría marginada», «el ecosistema y su gente» y los «refugiados ambientales»8.
Con relación a la población mundial, se trata de una cuarta parte de beneficiarios
de un estilo de vida parecido, «universal», alejado del de la mayoría de sus con-
ciudadanos en los países en desarrollo, pero que comparten, con diferencias, las
clases medias y medias-bajas en las sociedades más ricas. Sin duda hay aquí una
concepción de la estructura social que, aunque varía según los países, las regiones
y las áreas, es postulada y hecha operativa con indicadores como la huella ecoló-
gica. En todo caso, la filosofía política de la geografía ecológica no guarda una rela-
ción fácil con la economía política. Por un lado, reafirma y enriquece la crítica del
capitalismo, pero por otro define las clases de forma heterodoxa.
En primer lugar, hay una gran sintonía entre la crítica clásica del capitalismo y
la ecológica. La lógica capitalista que destruye las condiciones de producción y
que explota el trabajo vivo es la misma, la mercantilización. La reducción a la forma
de valor de cambio que impulsa el capital en su dinámica de acumulación amplia-
da impide a la vez la satisfacción de las necesidades no rentables de los trabajado-
res y el mantenimiento de los sistemas de soporte vital. El crecimiento, aún den-
tro de un planeta finito, es un imperativo de supervivencia para el capitalismo.
Todos los escenarios de conflicto estructural que tienen que ver tanto con la apro-
piación como con la deposición —la geopolítica, el comercio, las inversiones y el
derecho internacional— encajan perfectamente con la perspectiva de la economía

8
Ídem, pp. 78 y ss.; Gadgil, M. y R. Guha (1995): Ecology and equity. The use and abuse of nature in contempo-
rary India, London, Routledge, p. 36; García, E. (2004): Medio ambiente y sociedad. La civilización industrial y los límites
del planeta, Madrid, Alianza, pp. 262-8; Shiva, V. (1993): «The Greening of the Global Reach» en W. Sachs (ed.), Global
Ecology: A New Arena of Polítical Conflict, New Jersey, Zed.

201
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

política crítica. Además, esta lógica ha cobrado rasgos cualitativos y cuantitativos


nuevos con la expansión del capitalismo financiero globalizado. La posibilidad de
«crear dinero» ha permitido atraer ahorro de todo el mundo hacia los centros finan-
cieros y dotarles de una capacidad desconocida de «comprar todo el planeta»9, ejer-
ciendo una presión extra sobre la riqueza natural disponible, que ha extremado la
desigualdad entre los polos de acumulación de capitales y productos y los de extrac-
ción y deposición, y ha mercantilizado nuevas dimensiones del medio ambiente natu-
ral tanto como ha extendido la relación salarial a nuevos ámbitos.
Sin embargo, por otro lado, la filosofía política ecológica se distancia de la defi-
nición de las clases sociales en virtud de las relaciones sociales de producción. La
idea clásica marxista de estructura de clase en sociedades capitalistas se define por
la relación que se guarda con los medios de producción, básicamente entre propietarios
y quienes les venden su fuerza de trabajo, y el control del producto. En verdad, Marx
no elaboró una teoría sistemática de las clases, aunque no hay duda de que consi-
deraba como clases fundamentales la capitalista y la trabajadora —también la ren-
tista terrateniente, aunque le dedicó menos consideraciones. La tradición marxis-
ta ha discutido largo y profundo sobre la necesidad de revisar esta estructura de
clase frente a problemas diversos, como el de ubicar la clase media, los intelectua-
les y otras «fracciones» y «categorías sociales», motivos que han propiciado otras
formas de comprender las clases sociales o de descentrarlas como principio trans-
formador básico o como eje determinante del poder social —como hizo Weber,
añadiendo los grupos de estatus y los partidos políticos a las clases. Así, Erik Olin
Wright, en un intento —inconscientemente weberiano— por superar las dificul-
tades, propuso definir la estructura de clase como «el mecanismo básico para dis-
tribuir el acceso a los recursos en una sociedad, y por tanto distribuir las capacida-
des de actuar»10. El acceso a los recursos, necesarios para realizar cualesquiera
objetivos o fines, implica conflictos de intereses «objetivos», en tanto condicionan
la consecución de los mismos. La conciencia de clase, así, sería la comprensión de
los mecanismos que regulan el acceso y separan a la gente en clases. Esta forma de
ver las cosas puede ser muy atractiva para la filosofía política ecológica. Si, como
hemos discutido extensamente, aceptamos que los recursos y los servicios natura-
les son bienes en este sentido, y que afectan a las capacidades tanto en la forma en

9
Carpintero, O. y otros (1999): «Riqueza real y riqueza financiera: el papel de los flujos financieros en la generación
y distribución de la capacidad de compra sobre el mundo» en J. M. Naredo y A. Valero (dirs.), Desarrollo económico y dete-
rioro ecológico, Argentaria/Visor, Madrid, p. 377.
10
Wright, E. O. (1994): Clases, Madrid, Siglo XXI, p. 29.

202
LAS DEMANDAS DE JUSTICIA EN EL MOVIMIENTO ECOLOGISTA

que son apropiados como en la forma en que son evacuados tras su uso, podríamos
decir propiamente que la ecológica es una estructura de clases. Además, sería com-
patible con la noción amplia marxiana de alienación. Finalmente, evitaría la sub-
ordinación de otras formas posibles de opresión —de género, de raza, etc.— a una
considerada fundamental, de tipo manual-transformativa, puesto que el poder
queda identificado con la capacidad para actuar, y esto no tiene que ver sólo con
el control de los medios de producción.

No obstante, esto significaría un cambio de horizonte semántico muy impor-


tante con relación a la idea de clase. Wright mismo señala que el concepto mar-
xista de clase cumple con cuatro características: es relacional, antagónico, relativo
a la explotación y se funda en las relaciones sociales de producción. Nuestras cla-
ses ecológicas cumplen algunos requisitos: se definen unas con relación a otras,
aunque a menudo de forma muy mediada, bajo un conflicto intrínseco de intere-
ses. Sin embargo no cumplen otros. Para Wright, hay una relación causal de explo-
tación material no sólo cuando el bienestar de unos es la privación de otros sino
cuando el objeto de la privación es el excedente. Además, aunque Wright inten-
ta superar la concepción estrecha de las relaciones de producción, que define las cla-
ses por su situación en la compra-venta de fuerza de trabajo, para incluir no sólo
el control del proceso propio de trabajo sino el control de otros productores
—lo que llama la «unidad» entre las relaciones de «apropiación» y las de «domina-
ción»—, sigue pensando que la relación social stricto sensu tiene lugar en el ámbi-
to de la producción. En nuestro caso, pues, las relaciones ecológicas sólo serían
parcialmente de clase, como mucho en aquello que tengan que ver con la pro-
ducción. Pero dado que la relación de clase es considerada el eje determinante del
poder social, la explotación es siempre más que otros tipos de opresión. A saber,
no podría decirse, por ejemplo, que los segmentos de la clase transnacional con-
sumista que son explotados laboralmente —porque generan un excedente que no
controlan— son clases opresoras de los subconsumidores del mundo.

Esto es contraintuitivo de acuerdo al imaginario ecologista: las clases medias


de las sociedades industrializadas —y las altas mucho más— son «cómplices» de un
modo de apropiación material que satisface sus intereses objetivos en detrimento
de los intereses de la mayoría de la población mundial. Esto no significa que la
idea de clase ecológica esté carente de problemas: ¿Puede considerarse la relación
con las generaciones futuras una relación de clase?, ¿serían igualmente dominados
los productores y los propietarios infraconsumidores de espacio ambiental? Sin
embargo, ilustra nuestra cuestión: el poder y la justicia.

203
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

Al respecto, el trabajo que Sachs ha coordinado para el Instituto Wuppertal


señala en una dirección interesante:
Los conflictos [ecológicos] también surgen de la rebelión contra el menospre-
cio o del deseo de participación y de reconocimiento. Sean problemas relaciona-
dos con el agua o las patentes, el entorno natural o el petróleo, la exigencia de
reconocimiento siempre aparece en escena en mayor o menor medida. No se trata
tanto de equiparar el acceso a los recursos como de garantizar un acceso suficien-
te que preserve la existencia física individual, la cultura de un grupo étnico o el
desarrollo de una sociedad. La lucha por los recursos naturales va unida a la bús-
queda de autoafirmación y participación. Por esto todas las variantes de derechos
humanos, leyes internacionales y derechos de desarrollo abordan primero la justi-
cia como reconocimiento. Y cuando los recursos naturales entran en escena, su
posesión suele considerarse como la manifestación material del reconocimiento
obtenido11.
La idea es que los conflictos ecológicos son irreductibles a una única dimen-
sión, la distributiva —y su doble cara de apropiación/deposición. Para Sachs,
que cita tangencialmente la discusión entre Nancy Fraser y Axel Honneth
¿Redistribución o reconocimiento?12, la compresión de las injusticias ecológi-
cas precisa de dos modelos distintos, uno que dé cuenta el hecho distributivo y
otro que dé cuenta de las demandas de igualdad y dignidad, de autoestima per-
sonal y colectiva, que yacen en los conflictos. Hemos visto múltiples ejemplos
de ello: las demandas de igualdad racial, de género, participación política y jus-
ticia ambiental van unidas de distintas maneras. Esto nos devuelve a la cuestión
del poder: ¿En qué sentido todas esas demandas son de justicia? ¿En qué senti-
do tienen que ver con relaciones de poder? De la respuesta a estas preguntas
depende el que unas u otras relaciones sociales merezcan prioridad sobre las
demás, e incluso las razones por las que decimos que son relaciones de poder o
de dominio, la cuestión a la que nos ha vuelto a llevar la idea de estructura eco-
lógica de clase. Esta preocupación es transversal y omnipresente a día de hoy
en el pensamiento ecológico.
Los teóricos del ecologismo de los pobres, como Sachs, Shiva13, Gadgil y Guha14,

11
Sachs y Santarius, op. cit., 2007, p. 163.
12
Fraser, N. y A. Honneth (2006): ¿Redistribución o reconocimiento? Un debate político-filosófico, Madrid, Morata.
13
Shiva, op. cit., 1993.
14
Gadgil, M. y R. Guha, op. cit., 1995.

204
LAS DEMANDAS DE JUSTICIA EN EL MOVIMIENTO ECOLOGISTA

insisten, cada uno a su manera, en esa doble dimensión. Martínez Alier15 la expli-
cita como la existencia de dos «estilos» diferentes de ecología política: uno mate-
rialista, que funde la ecología humana con la economía política, un estudio de los
conflictos de distribución ecológica sobre la base de intereses materiales y valores
sociales entre actores con diferente empoderamiento; y el constructivista, el del
análisis del discurso, o estudio de las demandas sobre los significados que repre-
sentan los servicios y bienes naturales en cada cultura, los procesos de reinvención
y construcción de la naturaleza. Su propuesta es que ambos estilos en verdad se
refieren al mismo fenómeno: cómo actores enfrentados y diferenciados en pode-
res y derechos apelan a diferentes lenguajes de valoración dentro de su propio
repertorio cultural y de acuerdo a sus intereses. En último término, cada lengua-
je es una forma de simplificar la complejidad, la dinámica de los sistemas natura-
les, sobre la base de un patrón de valores distinto e inconmensurable, por ejemplo,
el de la valoración monetaria y de la justicia ecológica, aunque no utilicen nece-
sariamente un discurso verde.

LA CONSTRUCCIÓN DE LA INJUSTICIA ECOLÓGICA

La relación entre lo material y lo construido, claro, es muy compleja. Uno de


los teóricos de los discursos ambientales, Douglas Torgerson, puede ayudarnos a ver
por qué. Para él, hay dos vectores de diferenciación en el ecologismo global, el
industrialismo y el colonialismo. El industrialismo, la búsqueda por «dominar la
naturaleza», ha dividido el mundo entre ricos y pobres. El colonialismo, por su
parte, surge de la obsesión por la «conquista de la Tierra», que el desarrollismo de
la posguerra actualizó y expandió. Los actores políticos opuestos a ambos vectores
han convergido en el «globalismo crítico»16, que sería poscolonial, en tanto la glo-
balización es una forma neocolonial de dominio. En cierto modo, coincide con el
análisis de la ecología política de los pobres: distintas luchas a niveles locales, regio-
nales o globales expresan reacciones ante el lenguaje reductor y etnocéntrico que
el imperialismo ecológico occidental impone, haciendo de sus hábitats algo extra-
ño a las formas enraizadas y adaptadas de relación ecológica tradicional. Sin embar-

15
Martínez Alier, J. (2002): The Environmentalism of the Poor. A Study of Ecological Conflicts and Valuation,
Cheltenham, Edward Elgar, p. 256.
16
Dwivedi, cit. en Torgerson, (2006): «Expanding the Green Public Sphere: Post-colonial Connections», Environmental
Politics, 15, 5, 713-730, p. 714)

205
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

go, para Torgerson, en la esfera pública verde las identidades se desanclan, se vuel-
ven ambivalentes, pierden su carácter fijo. En las luchas, aún cuando la narrativa
de partida se mantenga o incluso se refuerce, el universo al que hace referencia
sufre transformaciones. Por eso, lo que se defiende no son tanto «estilos de vida»
como «oportunidades de vida», no es una pura defensa de la tradición, aunque sí
pueda serlo del conocimiento tradicional más cercano a la integridad y diversidad
de los recursos locales.
Ver los discursos sobre todo como un proceso de construcción de significa-
dos, dependiente de un haz de intereses, tradiciones y valores que son previos, no
sólo dificulta la compresión del papel de la participación como generador de sub-
jetividades, sino que además tiene dificultades para asumir la modernización de las
concepciones de la naturaleza. Es decir, la misma ecología, un constructo cientí-
fico occidental, puede ser vista como una herramienta de control y dominio17.
Puede decirse que la «mirada colonial» reproduce la lógica de la identidad: el nati-
vo es la otredad a subyugar en el proceso de constitución de la identidad de la
razón. Y aquí la ecología juega de nuevo el papel reductivo que identifica al colo-
nizado y al colonizador a partir de la visión del segundo, que se reafirma en sus
certezas sobre saberes disciplinadores como, en este caso, la ecología, presunta
depositaria de la concepción de la naturaleza, la objetiva. Esta es la posición que defien-
de Arturo Escobar, por ejemplo, para quién sería precisa una «ecología política
postestructural», con conexiones en la teoría (deconstructivista) poscolonial.
Torgerson, a pesar de su orientación postestructural, discrepa. Para él, la ecología
es distinta. La propia aparición de la ciencia ecológica tiene lugar en esferas públi-
cas complejas, donde el conocimiento ecológico no asume el papel de experto,
sino de punto de encuentro en un horizonte en que nadie posee la certeza epis-
temológica. Los actores en la sociedad civil global afectan a los términos del dis-
curso y alteran el equilibrio entre discursos en competición apoyándose en una
ciencia que ha trascendido las aspiraciones a un saber objetivo puro, a la verdad.
Para Torgerson, los discursos son significativos pero carecen de un significado sim-
ple, unificado, justamente por las características de la ciencia ecológica.
El enfoque de Torgerson subraya elementos clave del constructivismo: la pro-
pia construcción del sujeto, el plus de legitimidad de los procesos deliberativo-
democráticos, y el carácter abierto de la ciencia ecológica. No obstante, también
plantea dificultades. La más destacable, creo, es la tendencia a pensar en la reflexi-

17
Torgerson, op. cit., 2006, p. 719.

206
LAS DEMANDAS DE JUSTICIA EN EL MOVIMIENTO ECOLOGISTA

vidad como una característica de los discursos. Da la impresión de que es la cua-


lidad de la ciencia ecológica lo que permite que las identidades se descentren y se
abran al reconocimiento del otro en las esferas públicas ecológicas. Esto recuerda
la idea de ciencia posnormal de Funtowicz y Ravetz18, una ciencia que ha supe-
rado el paradigma objetivista de la ciencia de la primera modernidad. O la idea de
la economía ecológica de que su enfoque ecointegrador supone un cambio de
paradigma, no sólo con el abandono de la noción establecida de sistema econó-
mico sino del dogma mecanicista y sus universos físico, ético y estético19. Parémonos
un momento en este punto.
Las tesis de Thomas Samuel Kuhn sobre los procesos de sustitución de paradigmas
científicos han servido para establecer una relación de coimbricación necesaria
entre los nuevos problemas y nueva ciencia, en nuestro caso, entre cambio ecoló-
gico global y ecología científica. A saber, los nuevos problemas generados por la
sociedad tecnológica contemporánea exigen respuestas que sólo la nueva cultura
científica puede ayudar a entrever. A diferencia de la vieja cultura científica de raíz
cartesiana, la nueva cultura científica, al contrario, parte del reconocimiento de
los compromisos axiológicos en el seno de cualquier práctica científica, de la impo-
sibilidad de un lenguaje observacional neutro, y de las limitaciones de modelos
lineales de causalidad para predecir los efectos de las intervenciones sobre la natu-
raleza externa. Este enfoque representaría en cierto modo el papel que la ciencia
copernicana jugó en la disolución del marco científico medieval-aristotélico, «cien-
cia revolucionaria», ciencia que quiebra las asunciones nucleares compartidas en
el seno de la comunidad científica y supera su rigidez para solventar los nuevos
problemas identificados. Pero además sería posnormal. En palabras de Silvio
Funtowicz y Jerome Ravetz: «Un nuevo método, basado en el reconocimiento
de la incertidumbre, la complejidad y la calidad, guiará la nueva empresa científi-
ca que nosotros llamamos ciencia posnormal»20. El ejemplo tipo de nuevo pro-
blema es el problema ambiental. Su escala, temporalidad, profundidad, variabilidad
e interdependencia suponen un «fenómeno nuevo», que determina altos «niveles
de incertidumbre» y de «apuestas de decisión» en la resolución de problemas. En
consecuencia, a menudo tendemos a pensar que la ecología es ciencia «revolucio-

18
Funtowicz, S. O. y J. Ravetz (1997): «Problemas ambientales, ciencia post-normal y comunidades de evaluadores
extendidas» en M. I. Gónzalez y otros, Ciencia, tecnología y sociedad, Barcelona, Ariel.
19
Naredo, J. M. (1996): La economía en evolución. Historia y perspectivas de las categorías básicas del pensamien-
to económico, Madrid, Siglo XXI, pp. 464-518.
20
Funtowicz, S. O. y J. Ravetz, 1997, op. cit., p. 155.

207
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

naria» —respecto de la normal— y «posnormal» —en el sentido de que no sólo


sustituye a la normal sino que renuncia a las pretensiones de certeza de la ciencia
«pura» tradicional, como sostiene Torgerson. Más aún, la «posnormalidad» de la
ecología podría tener consecuencias normativas a un segundo nivel, en tanto la
incertidumbre cuando no la ignorancia genera escenarios en que la precaución es
lo más racional. De esta forma, las generaciones futuras y los afectados posibles en
general de cualquier proyecto son tomados en cuenta en la toma de decisiones.

Sin embargo, esto no es necesariamente así. Desde sus inicios, la participación


de los científicos naturales —no sólo ecólogos, sino biólogos, físicos, geógrafos,
etc.— en los conflictos ecológicos ha alimentado diagnósticos, modelos, imáge-
nes y propuestas de tipos muy diversos. Del mismo modo en que según la socio-
logía y la historia kuhneana de la ciencia no hay ciencia axiológicamente neutra,
tampoco creo que pueda sostenerse que a la ecología —o la ciencia natural en
general así como aparece en los conflictos socioecológicos— le corresponda un
conjunto determinado de valores. La ecología de la supervivencia de los años seten-
ta, el ecoescepticismo, Lovelock y los seguidores de la hipótesis Gaia, la econo-
mía ecológica, el periodismo ambiental o la divulgación científica utilizan igualmente
las ciencias ecológicas pero identifican distintos tipos de agentes y causas —donde
unos ven unidades de consumo, otros ven unidades de población, por ejemplo—,
y por tanto de problemas y de soluciones. En cada uno de los casos mencionados
hay conflictos ecológicos de distinto nivel en que sus ideas juegan algún papel.
A menudo, los movimientos sociales ecologistas —en un sentido amplio, que
incluiría el ecologismo popular o avant la lettre que reivindica Martínez Alier—
entran en confrontación con el uso que hace de la ciencia natural otro actor social.
Cuando el movimiento afroamericano por la justicia ambiental desarrolla la epidemiología
popular en EEUU lo hace contra el uso que hace de la ciencia la administración
y el uso que hace de la ecología el conservacionismo de la wilderness, para el que
la intoxicación por vertidos en zonas urbanas pobres totalmente antropizadas sim-
plemente no existe en tanto que problema ambiental, o, en el peor de los casos, expre-
sa la necesidad de regular población «excedentaria». Las analogías del crecimiento
poblacional o urbanístico como «mancha de aceite», «cáncer», «melanoma urba-
no» son frecuentes en la literatura socioecológica.

Es decir, la ciencia no siempre juega un papel movilizador en los agentes eco-


logistas en el seno de los conflictos sociales —a menudo el ecologista se moviliza
para defenderse de la ciencia y la técnica—, y, cuando lo hace, sigue orientacio-
nes diversas. Las primeras movilizaciones ecologistas no utilizaron la ciencia eco-

208
LAS DEMANDAS DE JUSTICIA EN EL MOVIMIENTO ECOLOGISTA

lógica como motivo central de sus argumentarios, más bien articulaban un léxico
plural funcional a la defensa de ciertas formas de vida y de bienes públicos. Es más,
cuando la ecología juega ese papel movilizador puede empujar en direcciones muy
distintas. Por ejemplo, puede llevar al monopolio de una dimensión del cambio
ecológico en detrimento de otras tan o más importantes, como ocurre con la obse-
sión actual por el cambio climático, incluso cuando consideremos que la orienta-
ción a las soluciones individuales y tecnocráticas —por no hablar de la visión catas-
trofista y los líderes mesiánicos— ya no es responsabilidad de la propia ciencia.

En todo caso, ¿pueden distinguirse usos normales y posnormales de las ciencias


ecológicas? De acuerdo al modelo de Kuhn —que fue pensado desde la historia de
la física—, la ciencia normal entra en crisis no tanto por su dificultad para solu-
cionar problemas concretos en la aplicación de los modelos científicos, sino en
tanto el núcleo de compromisos que la sostiene —normalmente a cubierto de la
contrastación experimental— entra en crisis como consecuencia de transforma-
ciones culturales y sociales profundas. En la herencia kuhneana la ciencia es un
producto de su tiempo y no tanto un reservorio creciente de certezas acumuladas.
La aparición de los modelos atómicos, por ejemplo, sólo se explica, tanto en la
antigua Grecia como en la ciencia moderna, no ya por haber sido probados expe-
rimentalmente como por su sintonía con la sociedad abierta y la topografía social
y natural contingente y descentrada que rompía contra el imaginario teleológico,
fijista y jerárquico, de raíz religiosa. En este caso, el marco «posnormal» de la cien-
cia no está tanto en la ciencia ecológica en sí como en el conjunto de valores, imá-
genes, creencias y orientaciones epistemológicas y psicológicas transversales a cier-
ta comunidad científica y ciertos espacios sociales. Es decir, hay pluralismo axiológico
en la ciencia natural en general. En la ecología, en particular en los conflictos
socioecológicos, esos valores son propios pero no exclusivos de la ecología, pues-
to que son extensivos a ciertos espacios sociales en los cuales la ciencia ecológica
también está presente, y, por tanto, las distintas orientaciones normativas de la eco-
logía dependen de su relación con el conjunto de la sociedad. Es decir, la episte-
mología de la incertidumbre, la ontología de la complejidad y la práctica del prin-
cipio de precaución —lo que podemos llamar el paradigma «posnormal» en la
ciencia ecológica— no se sustenta puramente en el trabajo de la comunidad cien-
tífica, sino que tiene que ver con un imaginario compartido y generado como
consecuencia del desarrollo de nuevas formas de conciencia y sensibilidad.

No es casual que la ecología no pueda ser considerada una ciencia madura hasta
los años sesenta, con el desarrollo de la ecología de sistemas, aunque nació en el siglo

209
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

XIX. Es decir, se considera que representa un cambio de paradigma no cuando


nace sino un siglo después, justamente cuando se desarrolla el ecologismo. El entre-
cruzamiento de orientaciones —el interés cognoscitivo y el emancipador— y de
roles —el científico y el activista— que se ha dado desde la aparición de la cues-
tión ecológica ha ayudado a solapar dos dimensiones distintas de los conflictos eco-
lógicos. Una de las características que definen la interacción entre ciencia ecoló-
gica y movilización ecologista es la presencia de ambas en el ámbito de la opinión
pública y de la sociedad civil. El predominio de la orientación democrática y deli-
berativa en los nuevos movimientos sociales, la tendencia a disputar los discursos
hegemónicos en los espacios en que la conciencia es construida comunicativa-
mente, y la tendencia de la ciencia a desacralizarse y divulgarse horizontalmente son
especialmente marcados en la cuestión ecológica. El horizonte normativo que bajo
ciertas condiciones puedan compartir el ecólogo y el ecologista probablemente
deba mucho a la existencia de las esferas públicas verdes, esa trama de espacios
sociales de contestación del sentido común y de construcción nuevas asunciones,
identidades, imágenes, en nuestro caso, anti o postindustrialistas o productivistas.

La conexión entre conocimiento científico y acción social no se explica sólo


por la intervención directa de expertos o trasmisores del saber técnico —en movi-
lizaciones concretas, o en asociaciones ambientalistas, por ejemplo—, sino tam-
bién por la existencia de una esfera de construcción de un nuevo sentido común,
en el seno de una comunidad dada para la que las ideas de la ciencia permanecen
como un trasfondo relativamente continuo que interactúa con su horizonte más gene-
ral de sentido. Así, los ciclos de conferencias, la educación ambiental, la presencia
en los medios de comunicación, las campañas de divulgación, etc., crean una esfe-
ra en que los argumentos científicos van integrándose en la conciencia común,
pero siempre dentro de un contexto determinado en que debe tener algún papel
para orientar la práctica desde un imaginario dado previamente, y que la ciencia con-
tribuye a transformar.

En síntesis: el carácter más o menos fijo de los significados no depende de las


características epistémicas de los discursos, depende de las prácticas discursivas. Si
la ciencia ecológica tiene una orientación más posnormal que normal es porque
las comunidades epistémicas —las que han consensuado la existencia de un cam-
bio climático antropogénico, por ejemplo, o han desarrollado complejas baterías de
indicadores ambientales como la huella ecológica— son más democráticas, están más
permeadas de formas de conciencia reflexiva que lo estaba la ciencia mecanicista
de la primera modernidad. Son una expresión y la vez un invernadero de institu-

210
LAS DEMANDAS DE JUSTICIA EN EL MOVIMIENTO ECOLOGISTA

ciones reflexivas. Creo que esto afecta al enfoque materialista de la ecología polí-
tica de los pobres, puesto que los propios valores, intereses e identidades de los
actores diferenciados por derechos y poder pueden variar de acuerdo a las prácti-
cas en que tenga lugar la construcción del conflicto. El hecho mismo de que asu-
man el discurso de la ciencia ecológica, cuando es ajeno a sus tradiciones, o que sirva
para articular la constitución del propio sujeto —como ocurre con la huella eco-
lógica— lo demuestra. Esto afecta también al enfoque postestructuralista, al que
creo que puede aplicarse aquello que decía Rousseau de los iusnaturalistas —«no
es preciso hacer del hombre un filósofo antes de hacer de él un hombre»—: no es
preciso hacer de los significados esencias metafísicas.

Ahora bien, el ecologismo de los pobres sigue guardando la carta de la econo-


mía política: sigue habiendo una distribución injusta de capacidades u oportunidades
de vida producida por los regímenes de distribución de bienes y males ecológicos.
Estos son intereses «materiales», «objetivos». Aunque creo que esta es de nuevo
una cuestión irresuelta por el enfoque discursivo, incluso en la versión ampliada que
acabamos de defender —las prácticas discursivas constituyen subjetividades y no
sólo concepciones— creo también que exige ciertas precauciones. Veamos cómo
se plantea esta cuestión en la discusión entre Fraser y Honneth, los dos filósofos a
los que aludía Sachs cuando reclamaba justicia ecológica como distribución y como
reconocimiento.

LAS DEMANDAS ECOLÓGICAS: ¿REDISTRIBUCIÓN


O RECONOCIMIENTO?

Fraser y Honneth han estado defendiendo, desde concepciones diferentes, que


el reconocimiento no es un simple epifenómeno de la distribución, como una
visión «vulgar» de las luchas sociales pudiera sugerir, sino que la propia autonomía
de los sujetos está dada por la forma en que son reconocidos y se autorreconocen
frente a los demás. El interés de ambos pensadores, además, radica en que forman
parte de la teoría crítica, y que por tanto sus reflexiones son un intento de captar
las aspiraciones y las luchas sociales de la época —la vieja definición de Marx de la
que esta tradición es abiertamente heredera— por lo que debe tener un interés
particular por luchas como las que aquí estamos pensando, las ecológicas, aunque
a decir verdad no han sido tratadas de forma específica por Honneth, y Fraser acaba
de ponerse a ello.

211
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

Fraser ha venido desarrollando una teoría bidimensional de la justicia. Para ella,


las luchas contemporáneas siguen dos ejes fundamentales de diferenciación: la dis-
tribución y el reconocimiento. La distribución ha sido el paradigma dominante a
la hora de pensar la justicia desde la irrupción del socialismo, pero en las últimas
décadas ha sido «desplazado» por las «políticas de identidad», las reivindicaciones femi-
nista, antirracista o antiheterosexista orientadas a la afirmación de la especificidad
del grupo. Ambos tipos de lucha representan dos tipos de «paradigmas populares
de la justicia», que para Fraser no se alinean necesariamente con la política de clase
y la política de la identidad sino que cabe entender como concepciones de la jus-
ticia que atraviesan, y pueden aplicarse a, cualquier movimiento social. Un para-
digma piensa en la redistribución de bienes económicos entre clases o colectividades
semejantes a clases en relaciones asimétricas de explotación, marginación econó-
mica o privación, que exigen algún tipo de reestructuración económica. Otro
piensa en el reconocimiento de grupos de estatus sometidos a la dominación cul-
tural, el no-reconocimiento o la falta de respeto, que exigen un cambio en los
patrones institucionalizados de valor cultural o simbólico. Ambos «ejes de subor-
dinación» están presentes en toda lucha social, aunque en distinto grado. El pro-
letariado buscaba el reconocimiento de sus culturas de clase, el feminismo tam-
bién pretende mayor igualdad económica entre géneros.

Para Honneth, por su parte, el reconocimiento es la categoría moral funda-


mental, y la distribución derivada. Siguiendo a Hegel, Honneth subraya que la
formación del sujeto es posible sólo en el reconocimiento con el otro, que la inter-
subjetividad es constitutiva de la subjetividad, y que toda forma de injusticia remi-
te, en el fondo, a una experiencia de agravio, de falta de respeto social. A menu-
do el descontento social no cuaja en formas de lucha con reconocimiento público,
por lo que hace falta un punto de apoyo independiente de la perspectiva empíri-
ca, una consideración teórica a un nivel psicológico-moral. Este núcleo normati-
vo del sufrimiento es «la frustración o violación de las expectativas normativas de
la sociedad que consideren justificadas los afectados», es decir, de las sensaciones
sociales de injusticia producidas cuando ciertos aspectos de su personalidad que
deben tener reconocimiento de acuerdo a prácticas públicas de legitimidad son
violados por ciertas reglas o medidas institucionales. A saber, las formas de injus-
ticia se mueven en un continuum de negaciones de reconocimiento, que, en la
sociedad burguesa, se despliega en tres esferas sociales distintas a las que corres-
ponde un principio distinto: la intimidad, para «amor» y afecto, de los que depen-
de el desarrollo del niño en la infancia y la existencia de un tipo de intersubjetivi-

212
LAS DEMANDAS DE JUSTICIA EN EL MOVIMIENTO ECOLOGISTA

dad independiente aparecida con el matrimonio burgués; el derecho, para la «ley»,


el reconocimiento jurídico del individuo; y el mercado, para el «logro», la valori-
zación del éxito individual, el estatus profesional y la aportación cooperativa. Los
conflictos se producen cuando grupos sociales cuestionan los modelos de evalua-
ción establecidos con tal de lograr una mayor estima en alguna o varias de las esfe-
ras y principios, y lograr una «identidad lo más intacta posible», que permita la
autorrealización individual gracias al reconocimiento de la necesidad, la igualdad
jurídica y las contribuciones sociales.
Este es, a grandes rasgos, el planteamiento en que se mueven Nancy Fraser y
Axel Honneth, que nos va a servir para concluir insistiendo en algunas de las tesis
que estamos planteando hasta aquí, divididas en los tres planos en que han con-
trastado sus propuestas como un debate sobre redistribución o reconocimiento.
En el plano filosófico-moral las diferencias entre una y otro se articulan a par-
tir del par dualismo/monismo. Fraser parte de dos perspectivas analíticas que pue-
den aplicarse a cualquier dominio social. Redistribución y reconocimiento no se
corresponden a dos dominios esenciales, economía y cultura, sino que ambas son
esferas interpenetradas. Opta claramente por el giro lingüístico y por eso conside-
ra que los discursos normativos siempre median la experiencia moral, y que cual-
quier intento de fundar una teoría de la justicia en una psicología del menospre-
cio conducirá al sectarismo, a generalizar una experiencia que sólo puede ser
particular. Por eso sostiene que «el reconocimiento es un remedio de la injusticia
social y no la satisfacción de una necesidad humana genérica»21. El reconocimien-
to erróneo es más bien una distorsión de la identidad social por una representa-
ción que coarta la participación como igual en la vida social, para ella es proble-
mático concebir el reconocimiento como un requisito de autorrealización, porque
los valores culturales de los que depende remiten a una idea de «vida buena» que
puede no ser universalizable. Para Honneth, no obstante, la semántica moral la
proporcionan no ya intereses empírica u objetivamente dados sino «expectativas
relativamente estables» de imperativos de integración social, y «quizás no sea com-
pletamente erróneo hablar aquí de “intereses casi trascendentales” de la raza huma-
na»22. Es decir, las demandas legítimas se refieren a un presupuesto ético, la auto-
nomía, enraizado en la psicología moral del sufrimiento prepolítico.

21
Fraser y Honneth, op. cit., 2006, p. 49.
22
Ídem, p. 137.

213
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

Honneth últimamente ha orientado su estudio de la gramática moral del reco-


nocimiento en una dirección interesante para la demanda ecológica. Para él, la
forma original de relación con el mundo es una «actitud de aflicción» por la cual
«a los datos del mundo que nos rodea les asignamos primero un valor propio que
nos lleva a estar preocupados por nuestra relación con ellos23» La idea es que todo
conocimiento se origina en una experiencia de implicación, plena de sensaciones,
de un entorno que es dominado de manera práctica, y marcada por la adopción de
una perspectiva que comienza en la infancia cuando se da el reconocimiento afec-
tivo del otro. Para Honneth, inspirado en la psicología evolutiva, en Stanley Cavell
y en los teóricos de la reificación como Lukács, Dewey o Heidegger, la identifi-
cación afectiva precede a todo conocimiento objetivante, el involucrarse con el
otro —al que se refiere aún como «reconocimiento»— es la condición no episté-
mica de la comprensión lingüística. El olvido relativo de esa «unión original con
el objeto pulsional» sería la reificación. Pues bien, este giro en su concepción del
reconocimiento implica que es posible una «percepción reificada no sólo del mundo
social, sino también del mundo físico», cuando «percibimos a los animales, las plan-
tas y las cosas sólo identificándolos como cosas, sin tener presente que poseen una
multiplicidad de significados existenciales para las personas que nos rodean y para
nosotros mismos»24.
El enfoque general de Honneth cae para Fraser en los errores del paradigma
del sujeto, al presuponer la prioridad de la ontogénesis psicológica sobre la cons-
titución lingüística. Así, señala Fraser, no hay forma de distinguir las reivindica-
ciones justificadas de las injustificadas, los conflictos en que la dignidad experi-
mentada de un grupo está vinculada a la humillación sufrida por otro. Pongámonos
en la piel de la experiencia que reclama la ecología profunda —insisto en que Fraser
no usa estos ejemplos ecológicos—: no puede generalizarse, incluso puede llevar
a la misantropía. Ahora bien, Fraser misma debe aclarar un paso de su argumen-
to: ¿en qué sentido podemos decir que distribución y reconocimiento son categorías
a un mismo nivel analítico? ¿Cómo podemos decir que sólo ellas son ejes de sub-
ordinación y no otras? ¿No podemos considerar que las luchas por las generacio-
nes futuras, animalistas o por la memoria de agravios pasados no encajan en nin-
guno de los ejes?25 Esto es más problemático de lo que parece, puesto que, para no

23
Honneth, A. (2007): Reificación. Un estudio en la teoría del reconocimiento, Buenos Aires, Katz, p. 55.
24
Ídem, p. 104.
25
Valdivielso, J. (2007): «Justicia ‘anormal’ en un mundo en globalización. Entrevista a Nancy Fraser», Revista
Internacional de Filosofía Política, 30, 91-100,

214
LAS DEMANDAS DE JUSTICIA EN EL MOVIMIENTO ECOLOGISTA

ser una lista arbitraria, obliga a explicitar el elemento común que identifica las
dimensiones de la justicia, distribución y reconocimiento.
En realidad Fraser subsume los ejes de subordinación a un núcleo normativo
común, «la norma de la paridad participativa». Este es un punto de apoyo norma-
tivo, puesto que exige dos condiciones: una «objetiva», garantía de independencia
y de voz de todos los participantes; y una «intersubjetiva», igualdad de oportuni-
dades para lograr la estima social. Y a la vez las demandas de paridad deben cum-
plir con tres restricciones: que sean fruto de desigualdad en la participación de la
vida social, que los cambios propuestos fomenten la paridad, y que no generen
nuevas disparidades. Estos son los criterios que, a su juicio, no puede ofrecer
Honneth, para distinguir entre demandas legítimas e ilegítimas. Desarrollando este
principio, recientemente Fraser ha añadido una tercera dimensión de la justicia, la
constitución política de la sociedad, completando una trilogía de herencia webe-
riana: clase, estatus y partido. Así, toda lucha social tiene que ver en verdad con reco-
nocimiento, redistribución o representación. Si no, es que desborda el marco de
la justicia, como el animalismo o el biocentrismo, porque no están regidos por el
principio de paridad26. No obstante, el problema, en verdad, sigue sin resolverse si
no se justifica la adopción de ese principio normativo de la paridad de participa-
ción: ¿por qué ese principio y no otro? La respuesta de Fraser es que su tipología
recoge la «‘verdad’ histórica emergente», la tendencia de las luchas sociales a ampliar
la norma liberal de igualdad en forma de reivindicaciones sustantivas, extendidas a
campos nuevos. Es decir, la lista de paradigmas populares de la justicia debe estar
abierta a la extensión histórica, no puede ser cerrada.
En el plano teórico-social, la diferencia entre ambos pensadores radica en la
relación entre economía y cultura. Para Fraser el orden económico no está regu-
lado por patrones institucionalizados de valores culturales, a diferencia de la polí-
tica, por ejemplo. Así, un cambio de orden cultural no puede, por sí solo, impe-
dir que «los imperativos inherentes a un orden de relaciones económicas especializadas
cuya razón de ser es la acumulación de beneficios» genere mala distribución. Se
trata de «mecanismos económicos relativamente separados de las estructuras de
prestigio y que operan de forma relativamente autónoma», un orden «casi objeti-
vo, anónimo, impersonal». Para Honneth, sin embargo, es peligroso abrir un abis-
mo infranqueable entre los aspectos «simbólicos» y «materiales» de la realidad social,
y por eso cabe concebir el capitalismo como un modo de valoración cultural liga-

26
Ídem., p. 98.

215
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

do a formas de reconocimiento. Para él, la distribución constituye en sí un dato pro-


blemático, las demandas de redistribución económica no son independientes de
las experiencias de falta de respeto social.
Esta discusión es clave en la comprensión de la problemática sobre una estruc-
tura de clases ecológica. Fraser, en principio, no la excluye. Es más, realmente
considera la clase no sólo con relación a los medios de producción sino como «un
orden de subordinación objetiva derivada de ordenamientos económicos que nie-
gan a algunos actores los medios y los recursos para la paridad participativa»27. Los
«medios y recursos ecológicos» podrían jugar ese papel. Ahora bien, para Fraser,
la estructura económica, aun cuando tiene una modalidad cultural, aun cuando ins-
trumentaliza y resignifica la cultura, está diferenciada de ella, en su seno «la inter-
acción se regula mediante el entrelazado funcional de imperativos estratégicos».
Esta no es una característica ontológica de las sociedades humanas, sino que se
trata de un rasgo del capitalismo moderno que, a su juicio, hay que cuestionar
críticamente. La relativa autonomía de la economía respecto de la cultura es social
e histórica y cabe luchar muy duro para que la paridad participativa logre avan-
zar en su seno.
Este enfoque es más promisorio a nuestros efectos que el de Honneth. La rela-
tiva autonomía de la economía explica las dificultades para extender las esferas
públicas ecológicas, los diseños discursivos y los regímenes justos de distribución
de bienes ambientales en la democracia liberal y el capitalismo, por causa de los
límites estructurales que los cambios en el orden simbólico apenas pueden alterar.
Un movimiento especulativo de capital, un cambio de ciclo económico, la sim-
ple aprobación de una Directiva Europea de liberalización comercial, tienen efec-
tos sistémicos inmediatos y duraderos que los cambios microsociales difícilmente
pueden subvertir. El cosmos honnethiano, por su parte, presupone que el con-
flicto estalla cuando se cuestiona la aplicación de principios, no los principios mis-
mos y, así, cree en la superioridad normativa de cada principio en una esfera espe-
cífica: el derecho abstracto universal y recluido en la esfera jurídica, y así con los
otros ámbitos. La cuestión es: ¿por qué tres esferas?, ¿por qué un solo principio
para cada esfera? Los medios de comunicación, la religión —señala críticamente
Fraser—, ¿no son también esferas a tener en cuenta? Y en el matrimonio, ¿no son
las injusticias de género no ya una falta de sensibilidad hacia la necesidad de afec-
to, sino subordinaciones enraizadas en el orden del estatus? Fraser, en su réplica, pone

27
Fraser y Honneth, op. cit., 2006, p. 52.

216
LAS DEMANDAS DE JUSTICIA EN EL MOVIMIENTO ECOLOGISTA

un ejemplo que nos interesa: el urbanismo que perjudica a los discapacitados no tiene
—señala— más relación con el derecho que con las otras esferas. Es decir, las cons-
tricciones sistémicas a la expansión de capacidades para tomar parte plenamente
en la vida de la comunidad, en su dimensión ambiental, afectan a la igual consid-
eración legal de la persona, a las condiciones en que coopera en la vida social, y a
la realización afectiva.
Sin embargo, Fraser cae en un cierto objetivismo, aquello por lo que critica
fuertemente a Honneth. Por un lado, subraya que las «reivindicaciones (de pri-
mer orden) de redistribución y reconocimiento» deben estar siempre abiertas a
reivindicaciones de segundo orden, al dinamismo histórico, a un «metanivel» de
deliberación crítica sobre los propios objetos de la distribución y el reconoci-
miento, a una crítica radical que pueda cuestionar si los bienes sociales que se
exigen son «los bienes correctos»28. Los bienes (y males) ecológicos, pues, podrí-
an ser considerados miembros legítimos de distribución, siempre que sirvan al
principio de paridad y procedan de luchas de la época. Creo que en las deman-
das ecológicas se satisfacen ambos requisitos. Sin embargo, por otro lado, Fraser
sigue pensando la distribución para bienes económicos mercantilizados —rique-
za, ingresos, participación en los procesos productivos—, lo que entiende por
«estructura económica básica» sigue siendo la economía productora de valores
de cambio29. El caso del urbanismo que ella misma utiliza pensando en los dis-
capacitados es un buen contraejemplo a su reduccionismo a la hora de tratar del
estrechamiento estructural de las opciones vitales. El diseño de las ciudades y las
casas, las apuestas energéticas, tienen una duración larga en el tiempo, de gene-
raciones, por las que las elecciones presentes tienen un impacto también en el
futuro, pero sobre todo constituyen una estructura, no menos objetiva, anóni-
ma y esclerotizante que la económica, que convierte a la gente en discapacita-
dos socioambientales. Es decir, Fraser cree que el objeto de la distribución está
abierto a la definición de las propias luchas sociales, pero que es posible dife-
renciar la mala de la buena distribución con independencia de las luchas por el
reconocimiento. Desde el punto de vista ecológico esto es problemático, además,
porque ciertos bienes, por no decir la mayoría de ellos, tienen efectos transge-
neracionales que exigen principios de autolimitación, no sólo de distribución.
El objeto de la lucha afecta al principio.

28
Ídem, p. 49.
29
Ídem, p. 22.

217
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

En el plano analítico-político, la diferencia entre ambos autores está en la rela-


ción entre igualdad y diferencia, la forma en que se interpretan las luchas y los
conflictos sociales. Fraser señala tres tipos de luchas, distributivas, de reconoci-
miento y de participación, y dos estrategias generales para remediar la injusticia,
la «afirmación» y la «transformación». Las estrategias afirmativas pueden fomentar
la reificación de las identidades colectivas, simplificar la autocomprensión de las
personas, reduciendo la multiplicidad de sus identificaciones y desalentando la disi-
dencia y la experimentación. Aunque las transformadoras no están libres de pro-
blemas son preferibles. En la línea de las «reformas no reformistas» de Gorz, se trata
de cambios acumulativos con efectos estructurales antes que de una revolución.
Creo que Fraser consideraría el movimiento de la justicia ambiental como un ejem-
plo de lucha transformativa: su interacción dialógica con otros actores redujo el
riesgo de una reificación identitaria alrededor del imaginario étnico y comunita-
rio y fomentó un tipo de reconocimiento transformador. Honneth, sin embargo,
ha denunciado con acierto que en el enfoque de Fraser las luchas sociales padecen
un estrechamiento. Según su opinión, ella generaliza la experiencia norteameri-
cana, subordinando otras demandas muy influyentes en Europa, como «las políti-
cas laborales, el bienestar social y la ecología». El umbral perceptivo de la esfera
política pública es reduccionista, para Honneth las luchas sociales a menudo son invi-
sibilizadas por debajo de cierto nivel organizativo en forma de movimiento polí-
tico, pero la tradición crítica más sociológica tiende a focalizar las luchas sociales
en «movimientos emergentes» —ecologismo, pacifismo, políticas de identidad—
reduciendo «el sufrimiento social y el descontento moral a la parte de ellos que ya
han hecho visible en la esfera pública las organizaciones que hacen una buena
publicidad»30.
En síntesis, desde el enfoque de Fraser podríamos decir que nuestras luchas
ecológicas son a la vez luchas de redistribución y reconocimiento (y de represen-
tación), aunque en algunos casos haya más de un polo que de otro, hay más de
distribución en la justicia ecológica, más de reconocimiento en la postantropo-
céntrica y mucho de ambas y de representación en el movimiento de la justicia
ambiental. Sin embargo, la idea de Fraser de que puede defenderse un principio nor-
mativo de alto nivel como el de la paridad participativa sin referencia a una expe-
riencia de agravio es delicada. Aparentemente tiene una gran ventaja: evita postu-
lar una idea de la naturaleza humana o de su estructura de necesidades, que siempre

30
Ídem, p. 93.

218
LAS DEMANDAS DE JUSTICIA EN EL MOVIMIENTO ECOLOGISTA

será parcial y reduccionista respecto del abanico enorme de las formas de expe-
riencia, y a la vez en universos sociales tan discutibles como el que la distinción
de Honneth entre amor, derecho y éxito presupone. Ahora bien, cae en el error
que Horkheimer achacó a la teoría tradicional, por oposición a la crítica: no expli-
cita sus presupuestos. Fraser, aunque insiste en la existencia de luchas «privadas»
—como las de las mujeres en el ámbito doméstico y de las asociaciones—, sobre-
dimensiona la acción social movimentista, la confrontación en el espacio público,
en detrimento de formas de lucha microsociales, de la generación menos especta-
cular de identidades y discursos contrahegemónicos en la capilaridad social. El
recurso utilizado es la referencia al progreso de las luchas sociales como una «ver-
dad histórica» abanderada por los embates populares que extienden la idea liberal
de igualdad más allá de la formalidad de la ley. Sin embargo, esto genera dudas.
En primer lugar, ¿desde qué presupuesto se identifican esos y no otros? El obser-
vador no puede poseer una posición neutra desde la que distinguir la efervescen-
cia de la pasividad social. Se diría que la precomprensión epistémica de Fraser es
arendtiana, atenta a la «aparición» en el ágora. Finalmente, si existe este cambio
social ¿no será porque hay formas de experiencia compartidas en las luchas, aun-
que nunca sean transparentes del todo al investigador? Creo que el giro emotivis-
ta de la teoría del reconocimiento en Honneth puede ayudar a comprender las
luchas ecológicas no sólo como extensión del principio de paridad, que también,
sino además como expresión de formas liberadas de conciencia y sensibilidad que
los propios cambios sociales en marcha propician, que son las que informan el
principio de paridad y lo llevan donde el liberalismo no lo hace. Esta es una vía que
permite integrar en un marco común nuestro abanico plural de discursos que ligan
la justicia y la sostenibilidad fuerte.

219
LOS TRES IMAGINARIOS DE LA FILOSOFÍA POLÍTICA
HACIA UN NUEVO IMAGINARIO EN FILOSOFÍA POLÍTICA

Francisco José Martínez


UNED

«El único camino que lleva a la libertad individual es el sendero


del servicio público» (Q. Skinner)

INTRODUCCIÓN

El objetivo de este trabajo es recoger algunas de las aportaciones que Fernando


Quesada ha realizado en el plano teórico y práctico en pro de la autonomía de la
Filosofía Política como disciplina autónoma. En ese sentido y tras hacer un breve
repaso de las actividades que FQ ha llevado a cabo para la institucionalización aca-
démica de la Filosofía Política, pasamos a retomar las consideraciones de FQ sobre
el actual vaciamiento de sentido de la política debido al proceso de globalización del
capitalismo que ha seguido al desmoronamiento de los Países del Este. Tras repasar
la consideración de la globalización que desarrolla nuestro autor a partir de los aná-
lisis más avanzados y plurales de la misma, abordamos los pasos que FQ ha dado en
dirección a la postulación de un nuevo imaginario político capaz de recuperar el
impulso por la igualdad que está en el origen de la política, en tanto que distinción
de lo político, ya desde su lejano origen en Grecia y su consolidación gracias a las revo-
luciones modernas. Concluimos apuntando algunas ideas acerca de ese nuevo ima-
ginario político a diseñar como respuesta a los graves desafíos actuales a los que se enfren-
ta ese proyecto igualitario que surgió en Grecia y que se llama política y democracia.

1. PROYECTO DE UNA FILOSOFÍA POLÍTICA AUTÓNOMA

Uno de los esfuerzos fundamentales desarrollados por Fernando Quesada (FQ)


a lo largo de toda su carrera académica e intelectual ha sido defender la autonomía
de la Filosofía Política frente a una ciencia política cuyo enfoque ha sido funda-
mentalmente empirista y ya dentro de la inicial área de Filosofía Moral, Política y
del Derecho y posteriormente en el área reducida de Filosofía Moral y Política

223
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

frente al imperialismo de los filósofos del derecho basado en su elevada tasa de


reproducción académica y frente a la ética en sus dos versiones esenciales: la ver-
sión fundamenta(ciona)lista, preocupada de la quizás imposible tarea de funda-
mentar una ética sin acudir a la ontología y la barahúnda de las éticas aplicadas que
ofrecen sus soluciones ad hoc para todas las problemáticas actuales, desde la bioé-
tica hasta la ética de los negocios.
En este esfuerzo ha sido clave la consolidación de un grupo de profesores dedi-
cados a la Filosofía Política en diversas universidades del Estado; UNED, Baleares,
La Laguna, País Vasco, Valladolid, Santiago, etc. y la celebración de numerosos
encuentros de Filosofía Política, el resultado de los cuales ha sido objeto de diver-
sas publicaciones. Mención parte en este esfuerzo por consolidar la Filosofía Política
como disciplina autónoma merece la fundación y dirección de la Revista Internacional
de Filosofía Política, RIFP, editada de manera conjunta por la UNED y la UAM
de México con un amplio Consejo de Redacción hispano-mejicano, revista que
se enfrenta actualmente al reto de iniciar una nueva singladura ya sin FQ como
director y en unas condiciones intelectuales e institucionales distintas. La RIFP se
ha caracterizado desde su fundación por una estructura fija con una parte mono-
gráfica, otra parte para artículos libres, un debate y una sección de recensiones cen-
trada básicamente en el análisis y presentación de libros de Filosofía Política sur-
gidos en el ámbito filosófico hispano parlante. Se ha esforzado en que los trabajos
aparecidos en la misma fueran originales y no publicados anteriormente y ha des-
arrollado una amplia apertura a Iberoamérica y Europa. Los números de la revis-
ta dan testimonios del trabajo ingente que FQ, auxiliado de forma fundamental
por J. M.ª Hernández y J. García Morán, verdaderos factótums de la revista, ha
desarrollado a lo largo de todos estos años.
Tras este recordatorio de las aportaciones institucionales de FQ vamos a abor-
dar uno de los temas tratados de forma reiterativa en sus trabajos teóricos: la nece-
sidad de elaborar un nuevo imaginario socio-político que sea capaz de hacer fren-
te a los retos de nuestra época marcada por el proceso de la globalización.

2. VACIAMIENTO CONTEMPORÁNEO DE LA POLÍTICA

FQ destaca las limitaciones de la democracia en su versión representativa alu-


diendo a las posiciones de B. Constant que defiende una democracia representa-
tiva en la que los individuos no necesitan tener virtudes democráticas ya que la

224
HACIA UN NUEVO IMAGINARIO EN FILOSOFÍA POLÍTICA

libertad para los modernos no consiste en la participación política sino en «el dis-
frute apacible de la independencia privada». Para este autor postrevolucionario se
da una escisión radical entre vida privada y vida pública que supone una mínima
dedicación a la política de los individuos privados que delegan en sus represen-
tantes las tareas públicas mientras que ellos se refugian en la vida privada, familiar
y profesional, ámbitos en los que encuentran su realización. Como vemos, nada más
lejano de los ideales republicanos clásicos para los que los individuos encontraban
su realización plena en la actividad pública. Esta concepción de la política es la
dominante en la actualidad debido a la preponderancia del liberalismo, defensor
de un Estado mínimo, no intervencionista, que deje al libre juego de los agentes
sociales y económicos el despliegue de la actividad social y económica. Se podría
decir que el liberalismo más que una teoría de la política se muestra como una crí-
tica y una destrucción de la política.

Este vaciamiento de sentido de la política y la democracia, típico del liberalis-


mo, se acrecienta en nuestra época debido a la preponderancia de tres movimien-
tos de pensamiento que rompen con la idea de una democracia participativa que
pueda servir de realización personal a los individuaos en tanto que ciudadanos
democráticos.

El neoconservadurismo supone un vaciamiento del sentido de la política y de


la democracia debido a la importancia que da a los cuerpos intermedios prepoliti-
cos como las familias y las diversas asociaciones de la sociedad civil como bases de
la recomposición social y como elementos claves para desarrollar sentimientos de
identidad, de solidaridad y de pertenencia, no directamente políticos. Esta corrien-
te ha abogado por el fin de las ideologías de liberación económica y social y basán-
dose en una teoría de la sociedad industrial que considera los imperativos de la
economía y la tecnología como insoslayables, ha defendido la tecnocracia como
la respuesta frente a la ingobernabilidad de las modernas sociedades de masas si
dichas masas toman parte activa en la política y organizan sus demandas a través
de la democracia política.

Por su parte el neoliberalismo hace hincapié en la sociedad civil frente al Estado


y considera el ámbito de lo privado y el mercado como las principales fuentes de
cohesión social. La base de la sociedad es para esta tendencia la propiedad cuyas
características principales, según Ferrajoli, son: que no es universal, que es aliena-
ble, negociable y transigible, al contrario que la igualdad y la libertad políticas que
son necesariamente universales. Para el neoliberalismo el mercado y lo privado son

225
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

las fue antes de la cohesión social, mientras que el Estado en tanto que ámbito de
lo público carece de capacidad normativa para otorgar sentido. El relanzamiento
de la sociedad civil supone un redimensionamiento del Estado y de lo público e inclu-
so de la política que se concibe como un mero intercambio de obediencia por efi-
cacia en la gestión.
El comunitarismo es la tercera tendencia que vacía de sentido la política y la demo-
cracia al poner en acento en una noción prepolítica de comunidad basada en unos
metarrelatos fundacionales que justifican la exclusión de los extraños. El comuni-
tarismo desarrolla una noción de nacionalismo basado en el recuerdo, el cultivo y
la transmisión de una herencia nacional base de la identidad de la comunidad y
exige la identificación descriptiva del individuo con un pueblo y su historia sin
crítica posible.

3. NECESIDAD DE UN IMAGINARIO SOCIO-POLÍTICO NUEVO

Durante los últimos años FQ ha venido postulando la necesidad de un nuevo


imaginario social y político ante la constatación de la inadecuación de las concep-
ciones clásicas frente al fenómeno de la globalización. Las bases teóricas de esta
posición son de tres tipos:
Ontológicas: entre las que ocupa un lugar fundamental las ideas de E. Bloch sobre
las latencias y tendencias que se adivinan en cada coyuntura histórica que permi-
ten apostar por la posibilidad, en tanto que apertura de la Realidad
Epistémicas: entre las cuales destacan las aportaciones de Castoriadis, del que FQ
retoma precisamente la idea de imaginario político. La obra del antiguo miembro de
Socialismo o Barbarie, ha destacado el papel central en la política de la imaginación
instituyente, dando lugar a una reflexión sobre la política de talante antideterminista,
no economicista, abierta a los aspectos imaginarios y simbólicos de la política.
Históricas: entre las que son centrales las ideas de Polany acerca de los costes antro-
pológicos que ha supuesto la implantación del mercado capitalista así como acer-
ca de la necesidad de tener en cuenta la historia real y no oscurecerla a través de
metarrelatos mitológicos.
Estas bases teóricas reciben un apoyo empírico a través de la asunción de las
aportaciones más actuales en los campos de la sociología y la economía.

226
HACIA UN NUEVO IMAGINARIO EN FILOSOFÍA POLÍTICA

La noción de imaginario político-social, que FQ retoma de Castoriadis, remi-


te a un conjunto denso de significaciones, no solo racionales, a través de las cua-
les las sociedades se representan sus propios mundos de vida, sus relaciones con la
naturaleza y su propia identidad.
La constatación de la necesidad de introducir un imaginario político nuevo
exige la referencia a los dos imaginarios políticos anteriores: el que surge en Grecia
instaurando la política como forma privilegiada e inédita de lo político y el que
surge como consecuencia de las revoluciones burguesas, especialmente de la revo-
lución francesa. Una de las coincidencias claves en estos dos imaginarios políticos
lo constituye la centralidad que en ambos tiene la categoría de igualdad.
FQ, retoma las reflexiones de Vernant sobre el surgimiento paralelo en Grecia
de la política y la filosofía, críticas ambas de cualquier justificación, teórica o prác-
tica, llevada a cabo a partir de la autoridad o la tradición. En Grecia surge la demo-
cracia como el esfuerzo por poner el poder en el centro, por posibilitar que cual-
quier ciudadano pueda dirigir la palabra a sus iguales, isegoría, y que todos estén
sujetos a las mismas leyes, isonomía.
En Grecia surge, por primera vez en la historia, la política frente a lo político.
Entendiendo la política como igualdad en la pluralidad y la diferencia; como un pro-
ceso de carácter reflexivo que reorganiza el propio mundo de lo humano. Mientras
que lo político será la forma en la que se organiza el poder en cualquier sociedad
que haya desarrollado un mínimo de complejidad. En este contexto griego, surge
la ciudadanía como el nuevo nivel de comprensión de la realidad social que se
deriva de la institución de la política. El surgimiento simultáneo de la política y
de la filosofía instaura un nuevo modelo geométrico estructurado en torno a la
noción de equidistancia en tanto que igualdad sin jerarquías rompiendo con «la
ordenación cosmológica del mundo mítico jerarquizado, organizado según diver-
sos planos con valoración entitativa diferenciada».
Aunque FQ no lo mencione puede ser útil aludir aquí a las reflexiones de
J. Ranciére que en sus esfuerzo por obtener una definición no sociológica de la polí-
tica considera la democracia como el gobierno de los que no tienen ninguna prerro-
gativa especial para gobernar; como un gobierno abierto a todos: como la parte de
los sin parte. La política, en el sentido en que Ranciére la toma, siempre tiene que ver
con las divisiones y las fronteras; la política es lo que interrumpe el juego de las iden-
tidades sociológicas; es la ruptura con la lógica del arché, que es el gobierno basado
en la superioridad, el gobierno de los cualificados para gobernar por nacer antes o

227
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

nacer de otra manera. La democracia supone la ausencia de cualificaciones especiales


para gobernar y en ese sentido es el gobierno de todos los ciudadanos, independien-
temente de su riqueza, su origen o su alcurnia; el gobierno igualitario de los iguales.
La democracia en su sentido etimológico y literal es el poder del pueblo, enten-
diendo por pueblo la parte suplementaria en relación con cualquier división en
partes de la población; el conjunto de los que toman parte sin tener parte; la parte
de los que no tiene parte, la cuenta de los que no cuentan, el suplemento abstrac-
to, artificial, que desconecta la población de sí misma, que rompe las jerarquizaciones
sociales basadas en la edad, la familia, o la riqueza.
La modernidad por su parte, retoma el ideal griego de la política a partir de
la ilustración entendida como un proceso de paso de la ignorancia al conocimiento
y de la esclavitud a la libertad que tiene su culminación en la Revolución fran-
cesa en tanto que apoteosis de la igualdad. La modernidad ha supuesto un des-
arrollo y una ampliación de los derechos políticos, económicos y sociales que están
reconocidos en las constituciones de la mayoría de los países centrales, al menos.

***

El agotamiento del impulso democrático que la modernidad desarrolló a par-


tir del legado griego e ilustrado exige la necesidad de construir un nuevo imagi-
nario político que sea capaz de hacer las cuentas con la actual globalización enten-
dida, no sólo ni principalmente como un proceso económico ineluctable, sino más
bien como una reorganización cognitiva y de orientación valorativa en el campo
de la política. La globalización, como todos los procesos económicos importan-
tes, no son movimientos autónomos sino que dependen de políticas consciente-
mente asumidas e impulsadas.
La globalización es un cambio estructural que afecta, en primer lugar, al pro-
ceso instituyente de sentido que preside nuestras sociedades, al conjunto de sus
valores directores; en segundo lugar, la globalización en tanto que proceso com-
plejo y total afecta también a la comprensión categorial de la realidad de lo huma-
no, ya que favorece un tipo de individuo individualista y depredador y la pérdida
de la memoria histórica, y, por último, la globalización supone una drástica redis-
tribución del poder en beneficio de las clases dominantes que pone en peligro los
avances sociales y políticos que las clases subalternas han ido consiguiendo a través

228
HACIA UN NUEVO IMAGINARIO EN FILOSOFÍA POLÍTICA

de sus luchas durante los siglos XIX y XX. La globalización, en tanto que proce-
so que ha asumido una dimensión planetaria, ha supuesto la instauración de un
modelo que si bien se ha demostrado muy dinámico en el campo de la producción,
también ha supuesto el aumento vertiginoso de la exclusión social.

El nuevo imaginario sociopolítico capaz de abordar estas nuevas problemáticas


no está todavía disponible, ni siquiera está diseñado en su totalidad; a lo más que
podemos aspirar por ahora es a que, a partir del rechazo de los aspectos más agre-
sivos de la globalización, se pueda ir dibujando un esbozo de dicho nuevo imagi-
nario, algunas de cuyas exigencias esbozamos a continuación, espigándolas en los
trabajos que nuestro autor ha dedicado a este tema.

El imaginario político que hay que construir tendrá que tener en cuenta que
los actores políticos están mutando rápidamente. La clase obrera industrial se
ha visto sometida a un proceso de desestructuración, complejización y diferen-
ciación interna que ha erosionado su conciencia de identidad social y política.
Por otra parte, las novedades introducidas en el aparato productivo con la des-
centralización de las grandes unidades productivas ha disminuido también el
poder estructural de la clase obrera. Además, el acceso a los derechos políticos
y a un consumo creciente ha debilitado la conciencia de alteridad respecto de
la sociedad. Esta disminución del peso cuantitativo y sobre todo cualitativo de
la clase obrera en sus manifestaciones clásicas se ha visto, sin embargo, acompañada
de un proceso de salarización generalizada que afecta a sectores que hasta ahora
estaban fuera del mercado de trabajo como mujeres, jóvenes, etc. Estos nuevos
colectivos comparten con la clase obrera su condición de asalariados pero no
su conciencia de clase. Por otra parte, desde el punto de vista político, se ha
producido una escisión entre la subjetividad y la ciudadanía, en el sentido de
que las demandas subjetivas de sentido y realización no encuentran su cauce
adecuado a través de la participación política sino que bizcan satisfacción en los
ámbitos privados, como la familia, o semiprivados, como las diversas redes que
integran la sociedad civil. Esta privatización del sentido unida al vaciamiento
de la política democrática tradicional supone una gran dificultad para la elabo-
ración de un nuevo imaginario político. Además la pluralización de los sujetos
políticos que ha supuesto la conversión de todas las sociedades avanzadas en
sociedades pluriculturales exige pensar una forma de acción política abierta a
individuos y grupos que intentan desarrollar una acción política por fuera de
los cauces habituales de la ciudadanía, ya que estos nuevos actores políticos no
son aceptados como ciudadanos. Este problema exige repensar los límites de la

229
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

ciudadanía y la necesidad de abrir los derechos a los no ciudadanos para evitar


la exclusión y la marginación.
El nuevo imaginario buscado tendrá que basarse en la igualdad concreta entre los
individuos más allá de toda universalidad abstracta; lo que exige que dicha igualdad se
sostenga en condiciones sociales, económicas y políticas que la hagan posible. Este
imaginario tiene que hacer las cuentas con el pluralismo ineliminable de nuestras socie-
dades actuales que exige la convivencia de los diferentes sin exclusión, ni predominio,
en el seno de unas instituciones democráticas abiertas. Este imaginario es republica-
no en tanto que apuesta por la participación política activa de los ciudadanos y en el
cultivo de las virtudes cívicas como base del patriotismo. Este imaginario también es
postcapitalista ya que parte de la consideración de que el capitalismo no es democrá-
tico sino censitario ya que su ideal es un sistema político en el que sólo gobiernen los
propietarios, ya que al ser los que pagan estarán interesados en reducir al mínimo los
gastos estatales. Se da una gran disimetría entre el derecho a la propiedad y los otros
derechos y esto hace que se procure defender fundamentalmente este derecho fren-
te a los demás en el capitalismo. El nuevo imaginario también ha de ser postliberal, en
el sentido al menos de que aboga por un Estado activo y no reducido a sus aspectos
mínimos. No intenta adelgazar el Estado sino democratizarlo. Este imaginario polí-
tico tiene que posibilitarnos el vivir juntos con nuestras diferencias (libremente que-
ridas) lo que supone una redefinición de la democracia para hacerse cargo de las situa-
ciones específicas de individuos y grupos, una vez hayan abandonado los lugares y las
identidades determinadas heterónomamente. Esta apertura a lo otro exige, también,
recrear la propia idea de identidad que sólo puede surgir en diálogo y cooperación
con los otros. Por último, la construcción de una identidad abierta que pueda vivir en
libertad junto a otras identidades coexistentes sólo se pueda dar en un contexto mar-
cado por el bien común, es decir, por unas instituciones justas. O dicho de otro modo
y retomando a Nancy Fraser a quien alude FQ, las luchas por el reconocimiento (de
la propia identidad) no pueden sustituir las luchas por la redistribución de la riqueza,
es decir, la lucha por la identidad no puede eclipsar la lucha por la justicia.

4. CONCLUSIÓN: HACIA UNA NUEVA FORMA DE HACER POLÍTICA


Y UNA CIUDADANÍA DE NUEVO TIPO

A partir de las consideraciones que FQ ha desarrollado en torno a un nuevo ima-


ginario socio-político podemos ya ir perfilando algunas condiciones de la nueva
forma de hacer política y algunas características de una ciudadanía de nuevo tipo.

230
HACIA UN NUEVO IMAGINARIO EN FILOSOFÍA POLÍTICA

La nueva forma de hacer política tendría que retomar algunas ideas de Ranciére
y de Guattari al considerar la política como la introducción de una desviación en
el orden natural de las cosas. En esta concepción no sociológica de la política los
sujetos políticos no son grupos sociales definidos sino más bien sino formas de ins-
cripción en la política de los que no cuentan en la sociedad. Esta nueva concep-
ción de la política tiene que distinguirse de la mera policía que supone la simple
repartición de lo sensible, la ley general que define las maneras de tomar parte defi-
niendo los modos de percepción en que están inscritos en la constitución simbó-
lica de lo social. Frente a la policía la política exige una intervención sobre lo visi-
ble y lo decible que lo subvierte. La esencia de la política supone la manifestación
del disenso, la manifestación de una distancia de lo sensible respecto de sí mismo.
Como nos recuerda Guattari, la esencia de la acción política es el establecimiento
de nuevos modos de subjetivación disensual. La política no tiene un espacio pro-
pio ni un sujeto natural, sino que tiene que construirlos y construirlos introdu-
ciendo un conflicto entre dos particiones de lo sensible, entre dos mundos posibles.
La especificidad de la política reside en la existencia de un sujeto que manda sin tener
cualificaciones especiales para hacerlo. En la actualidad presente de la crisis de la polí-
tica en su sentido clásico que ha introducido el fenómenos de la globalización, el
fin de la política y el retorno de la política son dos formas complementarias de
cancelar la política como una simple relación de un estado de lo social y un esta-
do del aparato estatal; esta cancelación se llama consenso; consenso es la reducción
de la política a la policía. Por eso, la política tiene que ser la ruptura del consen-
so, la resistencia a la reducción de la política a la policía, a la simple administra-
ción de las cosas.
Por su parte la ciudadanía de nuevo tipo tendría que ser:
— Postliberal, es decir, no basada en la escisión de lo privado y lo público,
con el predominio de lo primero.
— Republicana, ya que considera la participación política como un requisito
para la autorrealización del individuo que no se agota en la profesión o en
la familia.
— Postestatalista y transnacional, abierta a la dimensión continental, en nues-
tro caso, el ámbito europeo.
— Contextualizada: relacionada con la subjetividad personal y solidaria, bus-
cando la igualdad sin mismidad, lo que no quiere decir que la base de los

231
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

derechos ciudadanos individuales diferenciados derive de la pertenencia a


un grupo sino del análisis caso por caso de cada ciudadano.

— Abierta a los valores de solidaridad y fraternidad, no sólo intracomunitarias


sino universales.

— Más intercultural que multicultural, en el sentido de no renunciar a una


universalidad no impuesta sino fruto del diálogo plural entre las distintas
culturas que no se encierran en sí mismas sino que se abren a la crítica inter-
na, por parte de sus miembros y externa por parte de las demás culturas.

— Material y no formal: atenta a las necesidades económicas, al individuo


como ser vivo dotado de un cuerpo y a la politización de la vida cotidiana
en todos sus aspectos.

— Lo anterior conlleva que esta ciudadanía no sea sólo cuestión de derechos


sino también de poderes, de capacidades reales de actuación.

— Política y social: abierta a la participación política y a la participación social


a través de partidos políticos y de movimientos sociales.

— Desligada de la nacionalidad en tanto que pertenecía a una comunidad


histórica dada.

— Más ligada a la sociedad-providencia que al Estado-providencia; lo que


supone que se basa más en relaciones horizontales y de colaboración entre
ciudadanos, que den lugar a una «esfera pública voluntaria», más que en
relaciones verticales de subordinación entre el Estado y el ciudadano.

— Basada en la conjunción y la articulación de la autonomía y la igualdad, en


la «egalibertad» que defiende Balibar.

— Basada en una «razón pública», dialógica, formal y procedimental más que


sustentada en una concepción substantiva compartida de la política, («rea-
sonable» más que «rational»), dinámica (no dada de una vez por todas),
capaz de justificar sus posiciones y no simplemente de afirmarlas sin más, refle-
xiva e inclusiva (se puede dialogar sobre las condiciones del propio dialo-
go y se puede ampliar el conjunto de los intervinientes y el universo del
discurso pertinente en cada caso), que si no puede alcanzar un acuerdo sin-
gular (convergencia en las mismas razones) al menos persigue acuerdos plu-

232
HACIA UN NUEVO IMAGINARIO EN FILOSOFÍA POLÍTICA

ralísticos (mantener la cooperación en el debate a pesar de los persistentes


desacuerdos)
— Basada en un «patriotismo constitucional», que comparte criterios democráticos
de justicia, no nacionalista ni étnico, a pesar de los posibles problemas de
motivación que esta posición entraña y que se pueden resumir en la fórmula:
«impotencia de la ética». Frente a este serio inconveniente sólo podemos insis-
tir en la necesidad de una educación cívica basada en el descentramiento y
el distanciamiento críticos respecto al propio etnocentrismo, de tal mane-
ra que seamos capaces de defender la patria porque es democrática y justa
y no simplemente porque sea la nuestra.

REFERENCIAS BIBLOGRÁFICAS

E. HERRERA (ed.) «Imaginarios democráticos», Debats, n.º 109, 2010/4, Valencia.


F. J. MARTÍNEZ, Hacia una era postmediática. Ontología, política y ecología en la obra de F.
Guattari, Montesinos, Barcelona, 2008.
F. QUESADA, «¿Un nuevo imaginario político?», Revista Internacional de Filosofía Política,
n.º 17, julio, 2001, pp. 5-29.
—«Procesos de globalización: hacia un nuevo imaginario político» en F. Quesada (ed.)
Siglo XXI: ¿Un nuevo paradigma para la política?, Anthropos, Barcelona, 2004, pp. 11-
43.
—Sendas de democracia. Entre la violencia y la globalización, HomoSapiens Ediciones, Santa
Fe (Argentina), 2006.
J. RANCIÉRE, 11 Tesis sobre política, 2001, disponible en Internet en http://caosmosis.acra-
cia.net/?p=819

233
LECCIONES DEL PASADO Y POLÍTICA FUTURA

Javier Peña
Universidad de Valladolid

La reflexión de Fernando Quesada se ha centrado desde hace más de una déca-


da en la delimitación, siquiera aproximativa, de un tercer imaginario político, de
una nueva manera de desarrollarse y de ser concebida la política, que apunta en
las dos últimas décadas con rasgos específicos y novedosos respecto a los dos ante-
riores. ¿Cómo será la política de este siglo recién iniciado? ¿Cómo deberá ser la
filosofía política capaz de comprenderla? Quesada afronta estas preguntas con la
ambición de retomar lo más valioso de aquella tradición teórica que une perspec-
tiva crítica e intención emancipadora, tratando de contribuir a una re-construc-
ción filosófico-política de la democracia alternativa a la insatisfactoria versión hoy
existente, la democracia liberal representativa, cuyo ciclo histórico parece agota-
do justo en el momento de su triunfo.
La tarea de comprender el presente y anticipar la dirección que la vida social
tomará en el futuro es sin duda la más interesante que pueda emprender quien
trate de pensar filosóficamente la política. Pero es también la más ardua: de esa
dificultad de comprender el presente in fieri nos advierte aquel famosísimo paso
del prefacio de la Filosofía del Derecho de Hegel que habla del inevitable retraso del
símbolo totémico de la filosofía, el búho de Minerva.
La dificultad parece aún mayor si tenemos en cuenta la complejidad que ha
alcanzado hoy el mundo social, globalizado, descentrado y pluralizado. Pero no
podemos dejar de intentar comprender nuestra propia experiencia ni de ensayar
conjeturas y pronósticos sobre el futuro (tampoco Hegel se resignó a ello), o dejar
de preguntarnos por la posibilidad de una teoría política capaz de explicar la rea-
lidad de la política sin mistificarla, y sin reducir tampoco el futuro posible al pre-
sente efectivo.
Para este esfuerzo de interpretación y predicción puede ser útil, paradójica-
mente, mirar hacia atrás, volvernos hacia los imaginarios precedentes, a fin de
extraer de ellos —de sus núcleos conceptuales, de sus interrogantes y carencias—
lecciones que nos orienten en ese arriesgado bosquejo del incipiente imaginario
político contemporáneo. Sin duda hay elementos de novedad, de agotamiento del

235
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

pasado y de ruptura respecto a él, que justifican que hablemos de un nuevo ima-
ginario político. Pero también podemos ver —y esa es otra lección hegeliana—
cómo el pasado es conservado, a la vez que superado, en las figuras actuales de lo
político y la política. Cabe preguntarse entonces qué debemos conservar y qué
podemos aprender de aquellas representaciones de la política del primer y segun-
do imaginarios para construir el actual. En palabras de Fernando Quesada:
«…en momentos de inseguridad tan grande la propia razón (…) se orienta en el palimp-
sesto de la historia por aquellos momentos, imaginarios políticos, que generaron movi-
mientos de emancipación», aunque «no se trata de volver a ninguno de esos momentos
que marcaron nuestra propia cultura occidental como si fueran modelos» (2008a: 255).

No se trata, por supuesto, de hacer aquí historia de las ideas. Sólo se toman
algunas referencias que pueden ayudarnos a evitar hacer una filosofía política mala
por desmemoriada, antes de aventurarnos a barruntar cómo será la política futura.

OBSERVACIONES PRELIMINARES SOBRE ALGUNAS IDEAS


POLÍTICAS CAPITALES

Pero antes que nada querría referirme sumariamente a algunas ideas clave que
estarán presentes en el trasfondo de esta reflexión.
En primer lugar, la política constituye, y se constituye en, el ámbito de lo públi-
co, en el espacio abierto de la res publica, de lo que a todos afecta y que todos com-
parten. Un ámbito abierto en su interior a la participación, la deliberación y la
cooperación Pero ese espacio tiene límites, y ese «todos» se refiere en realidad sólo
a una parte de quienes pueblan ese espacio y/o son afectados por lo que se deci-
de en él. La política comporta inclusión y exclusión. Exclusión tanto de los que que-
dan por completo fuera de la entidad política, como de quienes viven en sus már-
genes, o aun estando dentro se encuentran en una posición de subordinación y
desventaja.
Lo que remite, en segundo lugar, al carácter conflictivo de la política. Hay polí-
tica porque hay conflictos objetivos y subjetivos entre los actores sociales por el
logro de recursos y posiciones escasos. Y ese conflicto no puede ser nunca supri-
mido: es inherente a la pluralidad de los actores, los intereses y las representacio-
nes sociales. Esa es la lección del realismo político, que tan claramente nos ha recor-
dado Chantal Mouffe (1999): la política no puede reducirse al momento normativo;

236
LECCIONES DEL PASADO Y POLÍTICA FUTURA

frente a lo que ha supuesto la filosofía política liberal, tiene como presupuesto anta-
gonismo, conflicto y exclusión. En ello concuerda la tradición crítica de la izquier-
da, en particular la marxista, que advierte frente a la falsa reconciliación en el plano
de los conceptos.
En consonancia con su carácter conflictivo, la acción política implica parciali-
dad. Es pugna y negociación entre partes, facciones o partidos, que tratan de hacer
valer sus necesidades, intereses, aspiraciones y proyectos frente a otras semejantes
a ellas. Y por eso la política supone exclusión de aquellos cuyos valores e intere-
ses no pueden ser integrados en la solución política alcanzada1.
Sin embargo, en la medida en que la reflexión y las propuestas políticas han
tenido como horizonte la emancipación, han aspirado a la integración universal en
el ámbito público de deliberación y decisión, a que ese «todos» al que nos referí-
amos hace poco fuese real y efectivo, sin exclusiones. Lo que implica la aspiración
a lograr soluciones a los conflictos y propuestas válidas para todos y justificables
ante todos, y no meramente a imponer y satisfacer intereses de parte. Como dice
también Quesada (2008b, 97), «…la democracia depende (…) de esa reflexión crí-
tica, que trata de establecer instituciones legitimadas y deseables. Una posición,
pues, que no puede ser reducida por nadie, de forma capciosa, a un simple ins-
trumento de intereses particulares».
En otras palabras, una teoría política con intención emancipadora no puede
satisfacerse en la constatación del carácter polémico de las relaciones interhumanas.
Al fin y al cabo, tampoco hay política si la oposición se estanca en el momento
del enfrentamiento o, peor aún, desemboca en combate violento. La política es
una tarea de composición-conjugación de intereses, orientada a la consecución de
un acuerdo que supere el conflicto y haga posible que convivan quienes tienen
posiciones e intereses diferentes, aunque ese acuerdo nunca pueda concluir en una
reconciliación plena y definitiva. Y las propuestas normativas que han guiado las
luchas políticas han pretendido incorporar no sólo fuerza, sino razón, y se han pre-
sentado como tesis abiertas a la confrontación dialéctica, a la corrección y con-
creción mediante el intercambio de argumentos.

1
En su apreciación crítica de Sendas de democracia advertía oportunamente Jaime Pastor (2008) del riesgo de desligar
la idea de democracia de su relación con las diversas «esferas de la injusticia» (economía, ecología, relaciones de género, diver-
sidad nacional y cultural).

237
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

LECCIONES DEL PRIMER IMAGINARIO: EL ÁGORA, EL PRINCIPIO


DE IGUALDAD Y LOS LÍMITES DE LA DEMOCRACIA GRIEGA

El primer imaginario es el de la Grecia clásica, cuya expresión acabada es la


democracia ateniense. El horizonte normativo de la política helénica corresponde,
como ha subrayado repetidamente Quesada, siguiendo a Vernant (1962), a la sus-
titución de la cosmología mítica jerarquizada por una visión racional, geométrica,
tanto del espacio cósmico como del espacio cívico, a un logos con pretensiones de
universalidad basadas en el proceso argumentativo de justificación (dar razones)
ante los conciudadanos iguales (y no en los arcanos del poder de los grupos reli-
giosos privilegiados). El poder se deposita «en el centro», se hace público. La ima-
gen que corresponde a esta representación del proceso político en el mundo grie-
go es la del ágora, la plaza pública en la que tiene lugar el intercambio de discursos
y argumentos de los ciudadanos, en condiciones de isegoría.
Así pues, la política se constituye en Grecia por la posición del poder en un
espacio común, público y abierto, al que tienen acceso los ciudadanos en pie de igual-
dad. (Algo semejante recoge la idea romano-republicana de res publica, con el énfa-
sis añadido en que se trata de un espacio ordenado por las leyes, expresiones de la
razón ejercitada en las instituciones públicas)2.
Este primer imaginario tiene por tanto como presupuesto básico la igualdad,
que se plasma institucionalmente en la democracia. La democracia iguala a los ciu-
dadanos, como se destaca en el famoso discurso de Pericles ante los caídos en la
guerra del Peloponeso (Tucídides, 1988: II, 37, 183):
«...de acuerdo con las leyes, todos tienen derechos iguales en sus pleitos privados; en lo
que hace a la valoración de cada uno, en la medida en que se goza de prestigio en algún
aspecto, no es preferido para intervenir en los asuntos públicos más en razón de pertene-
cer a un grupo determinado que por sus méritos, ni tampoco, en lo que hace a la pobre-
za, es un obstáculo lo oscuro de su reputación, si puede beneficiar a la ciudad».

El principio de igualdad política de la democracia resultaba extraordinario en


aquel tiempo —y yo diría que sigue pareciéndolo hoy—, porque significa que
cualquiera es capaz de tomar parte en la decisión y gestión de los asuntos públicos.

2
El término latino res publica, denota la esfera de los asuntos e intereses públicos, los del pueblo romano como tal, en
oposición a la res privata, el ámbito de los intereses particulares. Por extensión, el término pasa a designar genéricamente
la estructura institucional en que se organiza la vida pública, lo mismo que el término griego politeia, llegando prácticamente
a ser utilizado como sinónimo de civitas.

238
LECCIONES DEL PASADO Y POLÍTICA FUTURA

Presupone que la capacidad de juicio político es universal y no está reservada a


una minoría superior, aristocrática. Los demócratas consideran que la virtud polí-
tica no es patrimonio natural de unos pocos, nobles o ricos, sino algo accesible a
los muchos, con tal de que dispongan de las condiciones adecuadas para ejercer la
ciudadanía3.
No es cosa de referirse aquí a los detalles del proceso histórico por el que fue
progresivamente desmantelado y sustituido el orden jerárquico aristocrático por
el democrático, la «eunomía» fue reemplazada por la «isonomía», la igualdad
civil y política, y todos los ciudadanos tuvieron igual facultad de palabra en el
centro de las decisiones políticas, la Asamblea. Pero no podemos olvidar que la
igualdad de los ciudadanos en la democracia madura es el resultado de una larga
lucha por la inclusión que amplía progresivamente el número y condiciones de
los actores políticos. Un proceso que se inicia con las reformas de Solón y cul-
mina con las reformas de Pericles y Efialtes (462), que al introducir una modes-
ta retribución para el desempeño de los cargos y la asistencia a la Asamblea hacen
posible la participación en el gobierno de los libres pobres, la cuarta clase de
ciudadanos.
De todo esto cabe resaltar, en primer lugar, cómo el acceso al círculo de los
iguales que deliberan y deciden no se gana sino a través de luchas por el reco-
nocimiento de los inicialmente excluidos. Es preciso recordar que el término que
se refiere al sujeto de gobierno de este régimen, es decir, «demos», puede enten-
derse de dos maneras. Estamos acostumbrados a verlo como sinónimo de «pue-
blo», considerado como el conjunto de los miembros adultos de una comuni-
dad política. Pero para los griegos de la época de Aristóteles designa a una parte
de los ciudadanos, el grupo de «los muchos» formado por los miembros de la ter-
cera y la cuarta clase económica, es decir, la masa de los libres pobres, el vulgo.
La democracia es, por consiguiente, un gobierno «de clase», alternativo a, o
antagonista, del gobierno de «unos pocos» ricos, de la oligarquía (en realidad, la
plutocracia), como advierte Aristóteles, que no se engaña respecto a la base

3
Esta igualdad se expresa en la provisión de la mayoría de las magistraturas por sorteo (a excepción de aquellas que
requieren una especial competencia técnica). En cambio, se considera que la elección es un procedimiento característica-
mente aristocrático, ya que implica la diferencia entre unos pocos selectos y la mayoría de los ciudadanos. El procedi-
miento del sorteo refleja la consideración de cada ciudadano como igual políticamente a los demás. Todos pueden alter-
nativamente gobernar y ser gobernados, siguiendo una regla de rotación asociada al sorteo (Cf. Manin, 1998). A los
defensores de la democracia les preocupa evitar que se constituya una «clase» separada de políticos profesionales, una oli-
garquía situada por encima del común de los ciudadanos, basada en el ascendiente de algunos notables o en sus recursos
económicos..

239
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

social de los conflictos políticos4. La democracia se constituye y se desarrolla en


un contexto de antagonismo y ha de hacer frente a la oposición y resistencia
de quienes se tienen por mejores.
Por otra parte, tampoco hay que olvidar el carácter limitado de la inclusión demo-
crática, que dejaba fuera a mujeres, esclavos y residentes no-ciudadanos («mete-
cos»), aunque en su momento resultara revolucionaria la apertura a la ciudadanía
y el autogobierno sin exclusiones por razón de clase. La igualdad democrática
dentro del círculo de los ciudadanos tiene como contrapartida la exclusión de los
inferiores dentro de los muros de la ciudad, y también la de los extraños fuera de
ellos —particularmente los bárbaros, los étnica y culturalmente diferentes—. El uni-
verso de los sujetos políticos, los ciudadanos, es significativamente menor que el
de los afectados por las decisiones políticas, por más que se sostenga sobre él.
Si nos volvemos a las críticas filosóficas a la democracia podemos constatar
igualmente, desde luego, un sesgo de clase. Hallamos tras las reticencias de Aristóteles
hacia una democracia extendida a los ciudadanos de la cuarta clase, o en la dura des-
calificación que el aristócrata Platón hace de dicho régimen, el recelo o la hostili-
dad de los miembros de una clase acomodada ante la perspectiva de que las masas
se hagan con el control de las instituciones políticas. Pero creo que nos equivoca-
ríamos si las redujésemos a eso. Las críticas expresan también, en negativo, la aspi-
ración a una política fundada en justicia y en razón.
El núcleo de la crítica aristotélica consiste en que la democracia es un sistema
en el cual (al menos en su forma «pura») se imponen despóticamente los intereses
de una facción, aunque esta sea mayoritaria, al resto de los ciudadanos. Este poder
sin límite de los muchos —que son además trabajadores manuales iletrados, es decir
gente carente de la necesaria independencia material y de la educación cívica que
requiere una buena ciudadanía— se opone al ideal normativo del gobierno orien-
tado al bien común. Atiende sólo a un interés de parte; y Aristóteles lo descalifi-
ca por la misma razón que al gobierno oligárquico y al tiránico. Pero si Platón
había creído posible encarnar la racionalidad en el gobierno de los filósofos, en el

4
Cf. Política, 1279 b15— 1280 a8. Las observaciones de Aristóteles en la Política respecto a la división básica de los
regímenes políticos entre oligarquía y democracia, gobierno de los ricos o de los pobres, a las que he aludido más arriba,
recogen algo de lo que, advierte Domènech (2004: 53), han sido conscientes todos los republicanos a lo largo de la Historia,
fuera cual fuese su posición política: todos ellos «han partido siempre de la descripción de una sociedad civil pugnazmente
escindida en clases o grupos de intereses materialmente arraigados e históricamente cristalizados, siendo sus diferentes pro-
yectos normativos otros tantos intentos de componer y ajustar —o yugular o excluir— algunos de esos intereses».

240
LECCIONES DEL PASADO Y POLÍTICA FUTURA

marco de una república diseñada para realizar institucionalmente la justicia, Aristóteles


es consciente de que la aspiración a un gobierno semejante es poco realista, tenien-
do en cuenta la condición humana. Por eso cree que las leyes, como resultado de
una deliberación colectiva, pueden reflejar mejor lo que la razón prescribe para
los asuntos públicos.
No obstante, en el libro III de su Política, después de considerar críticamente
las diversas respuestas a la cuestión de a quién corresponde legítimamente la auto-
ridad en la polis, observa:
«Tal vez diría alguien que, en general, es malo que sea un hombre y no la ley la auto-
ridad, toda vez que está sujeto a las pasiones que concurren en su alma. Pero, si la ley es
oligárquica o democrática, ¿cuál será la diferencia sobre las cuestiones planteadas? Ocurrirá
igualmente lo que se ha dicho» (1986: 136; 1281a 34-38).

En efecto, las leyes no proceden de una razón superior desinteresada, sino que
son creadas por aquellos que tienen el poder, de acuerdo con sus intereses. Por
eso Aristóteles propondrá a fin de cuentas una solución de compromiso, la politéia
—o «república»—, una combinación de elementos democráticos y oligárquicos.
Puesto que no es de esperar la excelencia sin tacha de uno o de unos pocos, que
justificaría la opción por la monarquía o la aristocracia, hay que suponer que en con-
diciones ordinarias los muchos reúnen conjuntamente más cualidades políticas que
un tirano o una minoría oligárquica. Pero como, por otra parte, la mayoría de los
ciudadanos no están cualificados intelectual y moralmente, es deseable que ciertas
magistraturas sean electivas y queden en manos de notables. Tenemos así una
fórmula de «gobierno mixto», muy apreciada en la tradición republicana y que, al
fin y al cabo, sirve de modelo a la democracia de nuestros días, la «república repre-
sentativa» en la que convive el elemento democrático en el sufragio con el gobier-
no oligárquico de las minorías5.
En suma, aun contando con los prejuicios e intereses de sus autores, no debe-
ría ocultársenos el problema que subyace a estas críticas, al que se enfrenta la polí-
tica democrática (más aún hoy): cómo conjugar el fundamento popular de la volun-
tad política con la corrección y validez de las decisiones adoptadas. No hay
conocimiento político sin interés; y ni la superioridad intelectual ni el número
garantizan por sí solos la justicia de las decisiones.

5
Cf. Dunn en Fontana, 1994.

241
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

El proyecto político del segundo imaginario: refundación racional


de la sociedad, progreso y civilización universal

Si el ágora es el lugar simbólico de la política en el mundo griego, la política


de la época de las revoluciones burguesas tiene como sede simbólica la convención.
Lo verdaderamente nuevo en estas convenciones es su carácter deliberada-
mente constituyente, la conciencia de estar fundando la sociedad política conforme
a un proyecto racional creado por los participantes en las sesiones de aquellas cáma-
ras y en los acontecimientos revolucionarios. En sus Lecciones sobre la filosofía de la
historia universal, Hegel recoge aún la conciencia de los contemporáneos de la
Revolución Francesa de hallarse ante una divisoria histórica, un nuevo comienzo:
«En el pensamiento del derecho se ha erigido ahora una constitución, y sobre esta base
hubo de fundarse todo. Desde que el sol está en el firmamento y los planetas giran en torno a
él, no se había visto que el hombre se apoyase sobre su cabeza, esto es, sobre el pensamiento,
y edificase la realidad conforme al pensamiento. (….). Fue esto, por consiguiente, un magní-
fico orto. Todos los seres pensantes han celebrado esta época. Una emoción sublime reinaba
en aquel tiempo; el entusiasmo del espíritu estremeció al mundo, como solo entonces se hubie-
se llegado a la efectiva reconciliación de lo divino con el mundo» (Hegel, 1985, 692).

Esta concepción de la política como constitución —en el sentido literal del tér-
mino— se sostiene sobre dos presupuestos: el individuo-ciudadano y la razón (en su
concepción ilustrada).
El contractualismo moderno presupone como sujetos a individuos inicialmente
libres que acuerdan por su voluntad constituir un cuerpo político que garantice
sus derechos6. En la Declaración de la Asamblea Francesa de 1789, los derechos
del individuo, en su doble condición de hombre y de ciudadano, se convierten
en finalidad y criterio de legitimidad del orden político.
Se ha hecho notar muchas veces que hay cierta tensión interna en la concep-
ción revolucionaria de los derechos. Éstos, entendidos como derechos del hombre,
son derechos naturales, anteriores y superiores al ordenamiento jurídico, indispo-
nibles para el propio legislador soberano. Desde ese punto de vista, la humanidad
precede a la ciudadanía, e incluso el status de ciudadano se funda en el de hombre,
lo que entraña un conflicto con la concepción de la ciudadanía en su acepción más

6
En ese sentido es individualista, al menos metodológicamente. Incluso un teórico «comunitarista» como Rousseau
participa de ese presupuesto.

242
LECCIONES DEL PASADO Y POLÍTICA FUTURA

propiamente política, es decir, como soberanía democrática de los ciudadanos igua-


les, y la condición del ciudadano como base de los derechos. En todo caso, si bien
los revolucionarios (como el mismo Rousseau) siguen remitiéndose a la naturale-
za como fundamento de los derechos, ese fundamento se expresa y articula por la
voluntad política de la nación7.
La concepción del individuo en el espacio político como sujeto de derechos,
y no ya sólo como «súbdito libre» (según la definición de Bodin) abre la puerta a
la noción moderna de ciudadanía, en su triple dimensión de ciudadanía legal (igual-
dad abstracta ante la ley, frente a la ciudadanía diferenciada de los privilegios loca-
les, corporativos y estamentales), política (del ciudadano como sujeto político sobe-
rano que participa en el gobierno de los asuntos públicos), y nacional-estatal (del
ciudadano como miembro del Estado organizado como nación, y no a través de
cuerpos intermedios, claramente distinguido del extranjero).
Caracterizan a esa ciudadanía moderna los rasgos de igualdad y homogenei-
dad. Tal como es concebida, todos los ciudadanos son estrictamente iguales ante
la ley, sin que sus rasgos no políticos tengan relevancia en el espacio público esta-
tal. Esto implica la supresión de la estratificación estamental interna de la sociedad
política bajo el Antiguo Régimen, y al tiempo un progreso considerable de la
inclusión política, en el camino de la universalización de la ciudadanía para los
miembros del «demos»8.
La constitución de un orden político ex novo abre la posibilidad de edificar la
sociedad conforme a un proyecto o diseño racional, libre de las inercias del pasado y
el peso de las tradiciones. Una auténtica refundación de la sociedad que pretende
hace realidad los principios y esperanzas de la Ilustración. Aún hoy es fuerte la
impronta de esta concepción racionalista de la actividad política, la de una comu-
nidad de ciudadanos iguales que se autogobiernan por medio de normas acorda-
das en la deliberación conjunta, y que convergen en la «voluntad general» racio-
nal que mira al interés común9.

7
La Declaración de 1789 establece como fundamento y objetivo de la asociación política el reconocimiento y garantía de
los derechos del hombre; pero la ley por la que se concreta esta garantía es fruto de la voluntad que contribuyen a formar todos
los ciudadanos, políticamente iguales. Y la de 1793 subraya con rotundidad el derecho de los ciudadanos de participar en la for-
mación de la voluntad general, de cambiar las normas que se han dado a sí mismos y la inalienabilidad de la soberanía popular.
8
«… el segundo imaginario político, deudor de las revoluciones inglesa, estadounidense y francesa, consagra la crea-
ción del ciudadano, virtualmente universalizable…» (Quesada, 2008a: 254).
9
En su libro Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, Habermas mostraba abiertamente el nexo entre dicha con-
cepción y su modelo normativo de democracia. Véase Habermas, 1999, 131.

243
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

Esta concepción de la política va de la mano con una filosofía de la Historia


que concibe ésta en términos de progreso de la Humanidad en la vía de la civiliza-
ción. Como advierte Quesada (2001: 11), el progreso de las Luces es visto como
un ideal en último término moral, que apunta a la emancipación del hombre res-
pecto a las cadenas de la autoridad, la miseria y la ignorancia, hasta alcanzar un
final definitivo de libertad y justicia de la Historia universal, una definitiva recon-
ciliación de razón y realidad. En diversas versiones, desde el sueño ilusionado de
Condorcet, pasando por Kant, Hegel, Saint-Simon, Comte o Marx, hasta fechas
muy cercanas, este enfoque progresista ha inspirado el discurso filosófico y los pro-
yectos políticos de Occidente.

La perspectiva de una razón que proyecta en una senda de progreso indefini-


do es inequívocamente universalista, y se despliega en un horizonte que es, al
menos potencialmente, cosmopolita. El proyecto de un mundo social ajustado a la
razón no se detiene en las fronteras estatales o nacionales, sino que abre su consi-
deración a la Tierra entera, desbordando ya potencialmente el sistema internacio-
nal de estados soberanos.

Conviene advertir que el proyecto cosmopolita más representativo del perío-


do ilustrado, el de Kant, estaba impulsado tanto por consideraciones normativas
como por la conciencia del ensanchamiento del espacio político por obra de la
colonización y el comercio internacional. Por una parte, Kant considera que es
un mandato de la razón práctica el logro de la paz perpetua, conforme a la consi-
deración mutua de los hombres como fines en sí mismos. Por otra parte, son los
hechos mismos los que demandan enfocar las relaciones políticas en una perspec-
tiva cosmopolita. Es un hecho que la naturaleza ha encerrado a los hombres en un
espacio esférico limitado, «teniendo que soportarse unos junto a otros y no tenien-
do nadie originariamente más derecho que otro a estar en un determinado lugar
de la tierra« (Kant, 1989a, 27), de manera que «se encuentran en una relación uni-
versal de uno con todos los demás, que consiste en prestarse a un comercio mutuo,
y tienen el derecho de intentarlo, sin que por eso el extranjero esté autorizado a
tratarlos como a enemigos» (Kant, 1989b: 352). Es justamente el antagonismo pro-
pio del estado de naturaleza en la esfera internacional el que empuja a los estados
a «abandonar el estado anómico propio de los salvajes e ingresar en una confede-
ración de pueblos» (Kant, 1987: 14).

El cosmopolitismo aparece igualmente en esta época como consecuencia lógi-


ca del desarrollo de la nueva «sociedad comercial», según perciben teóricos como

244
LECCIONES DEL PASADO Y POLÍTICA FUTURA

Montesquieu o, sobre todo, Adam Smith. La división mundial del trabajo apare-
ce como solución última para el incremento de la productividad, y hace presumir
al filósofo escocés que la plena movilidad del capital y el trabajo conducirá a una
pacífica confraternidad mundial de comercio. Smith observa cómo el libre mercado
convierte a todos los Estados en «provincias» de un imperio de intercambios glo-
bales, y confía en que los intercambios comerciales a escala mundial contribuirán
en el futuro a reducir las desigualdades entre países y regiones del planeta y a esta-
blecer relaciones basadas en el reconocimiento y mutuo respeto de los derechos
de cada uno, sin necesidad de apelar a una planificación que armonice los intere-
ses concurrentes.
Y si el desarrollo del capitalismo parecía impulsar por sí mismo una orienta-
ción «cosmopolita» de la vida social, en tanto que el tráfico económico traspasaba
las fronteras, exigía una respuesta acorde de quienes luchaban por una emancipa-
ción también universal. Ya lo vieron, en su Manifiesto comunista de 1848, Marx y
Engels:
«Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cos-
mopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los
reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. (...). En lugar del antiguo aislamiento
y la autarquía de las regiones y naciones, se establece un intercambio universal, una inter-
dependencia universal de las naciones. (...) La estrechez y el exclusivismo nacionales resul-
tan de día en día más imposibles» (Marx y Engels, 1978: 114).

En correspondencia con lo cual, los comunistas, «en las diferentes luchas nacio-
nales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el pro-
letariado, independientemente de la nacionalidad» (Marx y Engels, 1978: 122). El
internacionalismo proletario era la respuesta política que el movimiento obrero
debía dar al cosmopolitismo del capital, a la sociedad productiva y comercial exten-
dida a escala universal10.
Esta perspectiva potencialmente cosmopolita está presente así mismo en la con-
cepción de la nación propia de la Revolución Francesa. La revolución, a la vez

10
Observa Domènech (2004: 128-129): «Lo que importa es darse cuenta aquí de que «fraternidad» significa ahora,
para el grueso de los socialistas de la I Internacional, esto: unión, hermanamiento, de los distintos pueblos trabajadores de
la tierra en vías de emanciparse de sus «patronos» y de sus «gobernantes». Fraternidad es ahora, por encima de todo, «inter-
nacionalismo proletario», es decir, cancelación de toda loi de famille (el yugo del despotismo patronal) y de toda la loi poli-
tique (el yugo del despotismo monárquico) segmentantes de las poblaciones trabajadoras del planeta, civilización de las rela-
ciones entre los pueblos: República cosmopolita en la era de la industrialización avanzada».

245
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

que crea la ciudadanía nacional, abre la puerta a una ciudadanía que tiene un hori-
zonte universal, al menos potencialmente. Si bien es cierto que la constitución del
Estado nacional, al establecer una línea de demarcación clara entre ciudadanos y extran-
jeros, hace imposible el vago cosmopolitismo impolítico de los philosophes, no
requiere necesariamente una representación nacionalista de la pertenencia, que
convierta a la comunidad histórica y cultural en eje y base de legitimación políti-
ca. Los principios universalistas de la Revolución reclaman más bien una ciuda-
danía abierta, capaz de asimilar a cuantos compartan su proyecto político.La noción
de nación o patria que tenían en mente Sieyès o Robespierre era una noción abier-
ta, porque se trataba de una nación cívica, una nación de ciudadanos, y no una
comunidad de descendencia. Los revolucionarios franceses no ligaron ciudadanía
y nacionalismo, sino que se distinguieron más bien por su fervor cosmopolita y
abrieron el disfrute de los derechos de ciudadanía franceses a los extranjeros11.
Ahora bien, este proyecto universalista y progresista se enfrentó tanto a ten-
dencias de signo contrario como a las deficiencias y carencias de su realización.
Por una parte la ciudadanía, en cuanto es nacional, tiene un sesgo excluyente: sólo
los nacionales pueden ser ciudadanos. Ya había dejado bien clara Rousseau la opo-
sición entre patriotismo y cosmopolitismo: la ciudadanía republicana es siempre una
ciudadanía particular; el cosmopolitismo sólo puede ser una posición artificiosa, insos-
tenible afectivamente12. El pensador ginebrino conecta así con el viejo republicanis-
mo, valedor de una ciudadanía robusta, pero restringida a una minoría, distancián-
dose del cosmopolitismo, a menudo impolítico, del universalismo ilustrado.
Esta tensión entre cosmopolitismo y comunitarismo se refleja nítidamente en la polé-
mica entre Kant y Herder. Mientras la filosofía kantiana de la Historia se refiere al

11
De hecho, la Asamblea francesa concedió en 1792 la ciudadanía a personas que no eran francesas de origen, como
Bentham, el cosmopolita prusiano Cloots, Hamilton, Klopstock, Paine o Schiller. La Constitución de 1791 establecía la
posibilidad de acceder a la ciudadanía a los cinco años de residir en Francia, y la de 1793 rebajó el plazo a un año solamente.
«¿Qué es la patria sino el país en que todo ciudadano es partícipe de la soberanía?» —afirmaba Robespierre. El teórico y
político jacobino expresa con claridad la apertura universalista del republicanismo democrático francés: «Los hombres de
todos los países son hermanos, y los distintos pueblos deben ayudarse unos a otros como los ciudadanos de un mismo
Estado». «La Declaración de los Derechos es la Constitución de todos los pueblos, las otras leyes son variables por natura-
leza y están subordinadas a ésta» (Robespierre, 1992: 106, 125).
12
En el Manuscrito de Ginebra afirma que «concebimos la sociedad general según nuestras sociedades particulares, la
instauración de las pequeñas repúblicas nos hace pensar en la grande, y no comenzamos propiamente a ser hombres sino
después de haber sido ciudadanos. Por donde se ve qué hay que pensar de esos pretendidos cosmopolitas, que al justificar
su amor a la patria por su amor al género humano, se jactan de amar a todo el mundo para tener derecho a no amar a
nadie» (Rousseau, 1964: 287). Ver traducción de Rubio.

246
LECCIONES DEL PASADO Y POLÍTICA FUTURA

desarrollo de las disposiciones universales de la Humanidad como tal, por lo que la tra-
yectoria de ésta ha de ser considerada desde una perspectiva cosmopolita, y el obje-
tivo último de la convivencia humana es el establecimiento una federación cosmopolita
de Estados, Herder opone al racionalismo universalista de Kant, que tacha de «averroísmo»,
la valoración romántica de la singularidad. Afirma en sus Ideas sobre la filosofía de la his-
toria de la Humanidad que la Humanidad existe realmente en la pluralidad de las cul-
turas, cada una de las cuales desarrolla a su manera original y única lo humano. Aun
perteneciendo a una humanidad común, la diversidad de las circunstancias naturales
sitúa a los hombres en culturas específicas e inconmensurables. Por tanto, el objetivo
no puede ser el progreso hacia un marco político homogéneo común, sino el flore-
cimiento simultáneo de las identidades diferenciadas.
Por su parte Hegel opondrá en su Filosofía del Derecho al cosmopolitismo kan-
tiano la afirmación del Estado, y la necesidad de que éste atienda a su propia con-
servación, a un interés prioritario que por tanto es forzosamente particular13. Un
Estado se delimita a sí mismo forzosamente frente a otros; adquiere una identidad
individual por su relación con el resto. La relación entre los Estados ha de tener por
consiguiente siempre un aspecto de mutua exclusión. No es posible superar el esta-
do de naturaleza entre los Estados, ya que «su relación tiene como principio su
soberanía» (1988: 416, §333), y sus derechos no se realizan por medio de una
voluntad universal que se constituya como poder arbitral por encima de ellos, sino
que se aseguran sólo por la voluntad particular de los agentes. Y cuando no sea
posible el acuerdo entre estas voluntades particulares soberanas no habrá otro modo
de resolver el conflicto entre ellas que la guerra, ya que no hay un criterio o valor
superior a la propia existencia.
También el internacionalismo socialista quedaría históricamente debilitado ante
la nacionalización de las políticas económicas, que favoreció la vinculación de los
derechos y condiciones de vida de los trabajadores a su pertenencia a un marco
territorial estatal, y facilitó el encuadramiento estatal-nacional de sus partidos y
organizaciones14.

13
Por eso se opone al cosmopolitismo: «Pertenece a la cultura, al pensar como conciencia del individuo en la forma
de la universalidad, que yo sea aprehendido como persona universal, en lo cual todos somos idénticos. El hombre vale porque
es hombre y no porque sea judío, católico, protestante, alemán o italiano. La conciencia de este valor del pensamiento es de
una infinita importancia, y sólo es imperfecta cuando se fija como cosmopolitismo para oponerse a la vida concreta del esta-
do» (Hegel, 1988: 281, § 209, observación.).
14
Véase Pureza, 2002: 2-4. El mismo Pureza hace notar también cómo el internacionalismo tercermundista de los
años 60 y 70 se subordina a las estrategias de afirmación de los Estados nacionales.

247
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

La universalidad de la inclusión se ha visto también limitada dentro de las socie-


dades políticas nacidas de las revoluciones burguesas. Baste mencionar los dos más
importantes déficit de inclusión, que subsisten todavía en nuestro mundo:
En primer lugar, la exclusión o limitación de la ciudadanía por causas económicas.
La igualdad ante la ley proclamada por las revoluciones choca con la desigualdad
material, que se convierte a la vez en obstáculo y argumento para la exclusión y con-
tra la democracia: sólo quienes tienen rentas que defender, o la formación que sólo
los acaudalados pueden costearse, deben acceder a la plena ciudadanía15. En la prác-
tica, esto se tradujo en la distinción entre ciudadanía activa y pasiva, y en las restric-
ciones de la ciudadanía política de base censitaria, que llegan hasta el siglo XX.
La propia ciudadanía resultaba devaluada a falta de la suficiencia e indepen-
dencia económica, como hizo notar Marx en La condición judía, y había soste-
nido históricamente la tradición republicana: la posición en el sistema de pro-
piedad y producción determina la posición en el plano jurídico y político. Y
hasta hoy persisten —y aun se agravan, si pensamos en una perspectiva global—
barreras económicas y sociales que hacen desigual la ciudadanía en el seno de las
sociedades democráticas. Sobre todo si atendemos a la crisis del Estado del
Bienestar y de la sociedad del trabajo, que sitúan en posición muy precaria a la
ciudadanía social. La capacidad de inclusión de la ciudadanía legal queda res-
tringida por el peso de la desigualdad material.
En segundo lugar, es preciso llamar la atención sobre la exclusión de las
mujeres. Esta exclusión fue considerada «natural» en general por los hombres de
la Revolución, con raras y honrosas excepciones, con el argumento de que la
naturaleza determina una inferioridad física e intelectual de las mujeres que las
incapacita para la ciudadanía y las relega al ámbito doméstico, privado. Y no
sólo el derecho al sufragio de las mujeres se ha conquistado en fecha mucho
más tardía que el de los varones, sino que continúa pendiente la plena inclu-

15
Robespierre desmonta este argumento. Sostiene que «todos los hombres nacidos y domiciliados en Francia son miem-
bros de esta sociedad política llamada nación francesa; es decir, son ciudadanos franceses. Lo son por la naturaleza de las cosas
y por los mismos principios del derecho de gentes. Los derechos que van unidos a este título no dependen ni de la fortu-
na que cada uno de ellos posee, ni de la cuota de impuestos a la que está sometido, pues no es, evidentemente, el impu-
esto lo que hace a uno ciudadano; la calidad de ciudadano obliga solamente a contribuir a los gastos comunes del Estado
según las posibilidades de cada uno» (1992: 17). El argumento de que la ciudadanía debe reservarse a aquellos cuyos inter-
eses están ligados a los de la comunidad olvida que todos tienen intereses que dependen de las leyes, empezando por la vida,
la libertad o el sustento material. Queda así abierta la puerta a la reivindicación del «derecho a la existencia», hoy concre-
tada en la de una renta básica de ciudadanía

248
LECCIONES DEL PASADO Y POLÍTICA FUTURA

sión de las mujeres, en condiciones de igualdad, en el espacio político. Las dis-


tintas voces feministas son unánimes en la consideración de que el modelo de
ciudadanía de las democracias liberales, marcado por la separación tajante entre
la esfera pública de la ciudadanía, en la que los ciudadanos son iguales, con inde-
pendencia de cualquier característica, incluido el género, y la esfera privada
(incluida la doméstica), no tiene en cuenta que en realidad esas esferas se inte-
rrelacionan, y que en consecuencia el grado y modo de la participación de las
mujeres como ciudadanas en la esfera pública está determinado por el lugar
(subordinado) que ocupan en la privada-doméstica. Por ello, a reflexión críti-
ca feminista sobre la ciudadanía ha girado en torno a la relación entre lo públi-
co y lo privado, tratando de desvelar la dominación encubierta bajo la aparen-
te igualdad de oportunidades de acceso a la esfera pública, y de desenmascarar
las interpretaciones históricas y actuales de lo político que encubren y posibili-
tan esta dominación.
El otro gran eje del segundo imaginario político, el del progreso, ha llegado al
final del siglo XX seriamente tocado, si no arrumbado. Hoy ya nadie comparte el
optimismo progresista de los hombres de los siglos XVIII y XIX; el tiempo ha
mostrado la ambivalencia del progreso científico-técnico y sus efectos catastróficos,
lúcidamente anticipados por la crítica rousseauniana de la «dialéctica de la Ilustración»16,
así como el fracaso de los proyectos revolucionarios de cambiar el curso de la
Historia y crear un Hombre nuevo. El desarrollo científico-técnico moderno ha
ido de la mano de una explotación de la Naturaleza cuyas consecuencias y riesgos
comienzan a hacerse visibles hoy aun a los ojos de los más reacios a limitar el domi-
nio técnico del mundo.
Por otra parte, en el terreno social la práctica no estuvo a la altura del ideal
progresista ilustrado; incluso puede decirse que desveló lo que tenía de ideológi-
co. La revisión de la Ilustración ha de afrontar el hecho de que xenofobia, colo-
nización, esclavitud, racismo, patriarcalismo tuvieron su laboratorio en los países de
los portadores de los ideales ilustrados, y las prácticas de los europeos como colo-
nizadores en los últimos siglos no se correspondieron con la misión civilizadora
que presuntamente estaban llamados a ejercer, y que justificaba ante sí mismos su
dominación del resto del mundo17.

16
Quesada (2001:12): «… el decurso de la historia se ha construido rousseaunianamente por su lado peor, por el lado
de la alienación y de la explotación del «orden natural».
17
Algo que, por cierto, denunciaba ya Kant en La paz perpetua (1989: 28).

249
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

Para muchos no se trata sólo de discordancia entre la teoría y la práctica,


sino del carácter subrepticiamente etnocéntrico del universalismo como tal. La
pretensión de establecer un canon normativo universal pasa por alto o menos-
precia la diversidad cultural y política del mundo. El universalismo de la filosofía
política liberal entraña cuando menos el olvido, ya sea ingenuo o culpable, de
la diversidad de representaciones del mundo y de formas de vida reales que no
caben en el canon ilustrado occidental. Peor aún, es además la máscara ideoló-
gica de un proyecto de hegemonía imperialista: históricamente, la apelación a
principios universalistas —la defensa de «la civilización» o de «los derechos
humanos»— ha servido para imponer los valores e intereses de las sociedades
dominantes occidentales al resto del mundo18.
Por consiguiente, aunque no haya que abandonar forzosamente el interés eman-
cipador que presidió el proyecto ilustrado, sí se hace necesario reflexionar crítica-
mente sobre los límites del mismo. En este sentido, Quesada subraya la imposibi-
lidad de un principio que ofrezca un sentido histórico-social totalizador, y concede
que la crítica racional de nuestra época ha de ser postmetafísica. Esto requiere reba-
jar las pretensiones de la teoría política, que ha de esforzarse por buscar soluciones
con conciencia de su carácter provisional y falible, así como tratar de integrar las
diferencias de situaciones y perspectivas, renunciando a poseer un punto de vista
privilegiado sobre el universo (Cf. Riutort, 2008: 244).
El segundo imaginario se configuró también en torno a una recuperación de
la democracia, tras un largo eclipse histórico, en la que desempeñó un papel crucial
la lucha de los movimientos sociales para la inclusión, que hubo de vencer formi-
dables resistencias). Pero tal recuperación se ha hecho al precio de aceptar una ver-
sión limitada y deficitaria del autogobierno popular. Se ha alcanzado en buena
medida al precio de identificar la democracia con el gobierno representativo, una
suerte de gobierno mixto cuya base de legitimación es democrática, pero cuya
dirección queda en manos de una minoría distinguida.
La representación normativa, idealizada, de la democracia la presenta como el
gobierno mediante la deliberación de ciudadanos razonables, capaces por consi-
guiente de atenerse a «intereses universalizables» o al menos de alcanzar un «con-
senso entrecruzado». Pero como ha advertido Quesada repetidamente, media una

18
Las luchas por la independencia nacional vendrán a reforzar prácticamente la oposición a una perspectiva que apa-
rece asociada al imperialismo y al colonialismo occidental. «Los no occidentales ven como occidental lo que Occidente ve
como universal» —escribió Huntington en su famoso libro sobre el «choque de civilizaciones»— (1997: 77).

250
LECCIONES DEL PASADO Y POLÍTICA FUTURA

gran distancia entre la democracia realmente existente y la versión estilizada de la


misma que encontramos en modelos normativos como los de Rawls y Habermas.
Estos corren el riesgo de reducir lo político a lo moral19, hasta el punto de que
cabe temer que tales «corrientes «normativistas» de fuerte pregnancia ética vinie-
ran a velar e incluso suplantar el paso insalvable entre las orientaciones regulativas
y el conocimiento de la sistematización de los procesos constitutivos, reales, que
harían posible históricamente, en el siempre precario escenario de nuestros días,
la instauración o los cambios democráticos» (Quesada, 2008a: 249). ¿Qué puede
significar que los resultados satisfagan los intereses de cada uno de los ciudadanos
de una democracia, dada la disparidad de las demandas, particularmente en un
marco de pluralidad cultural? ¿Cómo pueden los interlocutores en la esfera públi-
ca poner entre paréntesis las diferencias de status y deliberar como si fueran social-
mente iguales? —se pregunta Fraser (2006)—.
Ciertamente, tal visión queda muy lejos de la realidad de la democracia libe-
ral representativa que conocemos, marcada por las divisiones de clase, la apatía ciu-
dadana, el control oligopólico de los medios de comunicación, los poderes no
controlados. El célebre ensayo de Bobbio (1986) sobre las. «promesas incumplidas
de la democracia» era bien claro al respecto. En realidad, los enfoques más realis-
tas en la teoría política y la política han admitido más o menos explícitamente que
la democracia real es un gobierno de parte, ya sea desde la izquierda (que consi-
dera que la política está atravesada por la lucha de clases) o desde la derecha (desde
el reconocimiento de Madison de que la política es un juego competitivo de inte-
reses hasta las teorías pluralistas de la democracia).
Ante esta discordancia, la retirada del filósofo al mundo de los conceptos
puede tener el efecto, no sólo de incurrir en una visión ilusoria de la política,
prácticamente inservible, sino de ofrecer una visión deformada, ideológica, que
vele el conflicto y la división que atraviesan constitutivamente la política. No
es menos cierto, sin embargo, que la aceptación resignada del mundo «tal como
es» no ayuda a mover un ápice la calamitosa realidad, y paraliza todo impulso trans-
formador.

19
«Creo que en el planteamiento habermasiano viene a confundirse la validez normativa que ha de corresponder a
la política —validez y normatividad que dependen del estatuto de «racionalidad» y el tipo de fundamentación pertinentes
a este campo de conocimiento— con la normatividad moral que, supuestamente, sería universal y la cual se constituye
como criterio de todo tipo» (Quesada, 2008a: 250).

251
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

CONJETURAS Y EXPECTATIVAS PARA LA ÉPOCA DEL TERCER


IMAGINARIO

Parece por tanto evidente que la vieja política está en crisis, y no está claro
cómo puede configurarse una nueva política que mantenga el aliento emancipa-
dor que inspiró el primer y segundo imaginarios. Ni siquiera es seguro que no
estemos ante el fin de la política, al menos en los términos en los que hasta ahora
la habíamos conocido (interacción pública, poder determinado y sujeto a control,
conflicto abierto e integración, pluralidad). Tampoco está claro cómo puede reno-
varse una teoría política que, aun estando desilusionada, se resista a cancelar toda
esperanza de emancipación. Lo que sigue no es un diagnóstico o una propuesta
acabada, sino un par de observaciones, deudoras de otras tesis y sugerencias, con
ánimo de contribuir a una reflexión colectiva sobre la política futura.
En primer lugar, es indudable que cualquier reflexión actual sobre la política ha
de tener en cuenta el nuevo marco, global o transnacional, en el que se desarrollan los
procesos y relaciones políticas. Se puede discutir sobre el carácter y el alcance de
la globalización, pero no cabe duda de que cambian los actores, el alcance y la
intensidad de las interacciones, los modos de dominación e incluso las estrategias
de emancipación. Como advierte Quesada (2008: 254), «el problema radica en el
conocimiento correcto del tipo de sociedad que entraña esta no vuelta atrás que sig-
nifica la globalización, al tiempo que afirmamos que otra globalización es posible».
La sede metafórica de este nuevo tipo de sociedad es la red20. Pero como la red
por excelencia, Internet, esta tela en la que se entremezclan y cruzan procesos de
muy diversa índole aparece como una trama sin centro, y en la que aparentemen-
te no hay designio ni orden racional.
Al respecto, Fraser (2008: 173-174) hace notar cómo el quién de la comunica-
ción es ahora una colección de sujetos dispersos —y no, podríamos añadir, un demos
de ciudadanos en un territorio delimitado y con un status legal único-; el qué se
ensancha en una comunidad transnacional de destino y riesgo, que sin embargo no

20
Castells, 1998a: 23: «La revolución de las tecnologías de la información y la reestructuración del capitalismo han
inducido una nueva forma de sociedad, la sociedad red, que se caracteriza por la globalización de las actividades económicas
decisivas desde el punto de vista estratégico, por su forma de organización en redes, por la flexibilidad e inestabilidad del
trabajo y su individualización, por una cultura de la virtualidad real construida mediante un sistema de medios de comu-
nicación omnipresentes, interconectados y diversificados, y por la transformación de los cimientos materiales de la vida, el
espacio y el tiempo, mediante la constitución de un espacio de flujos y del tiempo atemporal, como expresiones de las
actividades dominantes y de las élites gobernantes».

252
LECCIONES DEL PASADO Y POLÍTICA FUTURA

se refleja en solidaridades e identidades expansivas (se mundializan los efectos de las


crisis económicas y el progreso técnico, pero no la justicia); el dónde de la comuni-
cación es ahora un ciberespacio desterritorializado. El cómo abarca un vasto nexo
translingüístico de culturas visuales que están inconexas y solapadas. Y el destinata-
rio de la comunicación es ahora una amorfa mezcla de poderes transnacionales públi-
cos y privados, que no es fácilmente identificable ni puede ser hecha responsable.

En una palabra, el horizonte de la política futura es cosmopolita, en el sentido de


que las demandas de emancipación y los conflictos han de contemplarse en una
perspectiva global, la de una red de interdependencias que abarca desde las cues-
tiones locales hasta las mundiales, y que la reconstrucción de la democracia no
puede enfocarse sólo en una perspectiva local o estatal.

Ciertamente, ante este enfoque caben recelos y reticencias justificados. Desde


una perspectiva realista se objeta que el cosmopolitismo peca en el mejor de los
casos de ingenuidad —la que ha impulsado al pacifismo jurídico—, y casi siem-
pre es una maniobra ideológica que invoca valores universales en favor de las poten-
cias más fuertes. (Cf. Zolo, 2000). Para los realistas, la naturaleza conflictiva de la
política es insuperable, y la política internacional seguirá siendo un juego de estra-
tegia cuyos actores serán Estados, grupos de Estados o, en todo caso, unidades de
poder equivalentes, de la misma manera que dentro de los Estados es lucha por el
poder entre clases o grupos enfrentados económica, social o culturalmente.

El cosmopolitismo ha servido también de velo e instrumento de la domina-


ción, lo que lo torna sospechoso para aquellos sectores y grupos sociales que luchan
por el reconocimiento de las identidades comunitarias. Los críticos comunitaristas
y pluriculturalistas denuncian que la invocación de un patrón normativo común nive-
la coactivamente la pluralidad real de las identidades, en perjuicio de las minorías
étnicas, religiosas o sexuales más débiles. Sirve de base a la exclusión, y por tanto
no parece que sea un objetivo deseable. A fin de cuentas, la perspectiva universa-
lista correspondería al proyecto agotado de la Ilustración, e iría unida a la ilusión
del progreso, a la pretensión de dominio del mundo de la razón occidental, cuyas
trágicas consecuencias bien conocemos. La conclusión sería, por tanto que es mejor
que las luchas por la emancipación sean plurales, adecuadas a la experiencia y com-
prensión del mundo en los contextos y sujetos particulares. «Vuelta a las culturas»,
sería el lema apropiado para la política futura.

253
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

Pero si bien estas reservas pueden y deber operar como advertencias para no recaer
en los fallos de la política del segundo imaginario, no anulan a mi juicio la nece-
sidad de reformular los pasos hacia la política futura en clave cosmopolita.

Siempre hay que prestar atención a las advertencias frente a la pretensión de una
imposible reconciliación definitiva, de la desaparición del conflicto en las relacio-
nes sociales. (Aunque, dicho sea de paso, a veces la crítica parece hallar cierta amar-
ga satisfacción en la denuncia de la ilusión y la impostura, y en la comprobación
del fracaso de los proyectos transformadores). Pero por otra parte, una política orien-
tada a la emancipación no puede quedar congelada en el momento del conflicto.

En primer lugar, por razones estratégicas. Por grandes que sean los temores y
recelos ante las trampas de la globalización y la deriva ideológica del cosmopolitismo,
no sirve de nada pretender ceñir la acción política al interior de las propias fron-
teras (políticas o culturales). Con ello se dejan las cosas como están, es decir se
consagra una política de poder mundial en la que los más fuertes imponen su ley
y su conveniencia en la relación con los más débiles, que han de aceptarlas de grado
o por fuerza. El equilibrio diplomático al que a veces apela la vieja política es pura
ficción en un mundo en el que los desequilibrios de poder económico, tecnoló-
gico y militar son de tan extraordinaria magnitud. Así mismo, el cierre comunita-
rista de las políticas de la identidad resulta inviable en la práctica.

En segundo lugar, por razones normativas. Si aceptamos que el criterio rector


de la relación política no puede ser otro que la razón de estado, la afirmación de
y por el poder de cada cual, no habrá argumentos que sostengan la reivindicación
de los excluidos o marginados. No quedará otra salida que la resignación al enfren-
tamiento perpetuo y desnudo, sólo contenido por el momentáneo empate o la
superioridad abrumadora de una u otra de las fuerzas en pugna.

Y por otra parte, el cierre estatal (o de grupo) queda privado de justificación nor-
mativa si consideramos que el círculo de los afectados por las normas y medidas polí-
ticas se extiende hoy más allá de los límites de las comunidades en las que se propo-
nen. La justicia distributiva es, en la época de la globalización, justicia mundial o
global. La disposición a la apertura y acogida intercultural es una actitud obligada
ante las migraciones, que son en gran parte resultado de la política imperialista y la
explotación económica de las potencias colonizadoras. Y las respuestas a la crisis eco-
lógica deben incluir en sus consideraciones también a las generaciones futuras.

254
LECCIONES DEL PASADO Y POLÍTICA FUTURA

Del mismo modo, si bien es preciso reconocer las diferencias culturales, no con-
viene quedarse en el momento de la afirmación de las diferencias. (Menos aún en
una representación del mundo como mosaico de culturas discretas, internamente homo-
géneas, y de los individuos meramente como miembros de una única cultura). Una
concepción multiculturalista fuerte, basada en una interpretación rígida y esencia-
lista de la cultura y la pertenencia, propicia en el mejor de los casos la separación e
incomunicación de grupos humanos; en el peor, un enfrentamiento inacabable.
Es verdad que el discurso universalista ha estado ligado históricamente a una inter-
pretación etnocéntrica de la humanidad y a la defensa de intereses colonialistas e
imperialistas occidentales; e incluso hay que admitir que sigue estándolo aún en
muchos casos. Pero no se debe confundir el uso efectivo que alguien haga de una
idea con su sentido intrínseco. Los conceptos de dignidad, libertad e igualdad no
deben ser desechados por su asociación contingente con las configuraciones históricas
del poder occidental21. A la falsa universalización de quien impone la propia cul-
tura como cultura universal cabe oponerle el esfuerzo por lograr una verdadera
universalización, atenta a la alteridad y crítica respecto de sí misma.
Otra cosa es la dificultad intrínseca de hallar principios normativos transcultu-
ralmente válidos. Quizá sería suficiente una estrategia de justificación débil, que
funda la posibilidad del acuerdo en la realidad de la comunicación y el acuerdo
entre personas y grupos con tradiciones culturales y formas de vida diferentes. Para
establecer marcos normativos comunes no se necesita una identidad cultural com-
partida o semejante. Los acuerdos interculturales se asientan en la necesidad de
ponerse de acuerdo de quienes tienen que compartir forzosamente el mundo22.
En todo caso, la clave del entendimiento no reside tanto en la constatación de
semejanzas culturales como en la consolidación de prácticas de comunicación y
coexistencia pacífica. Desde luego, esto no disuelve la realidad de las comunida-

21
Es preciso distinguir la utilización ideológica de conceptos como «derechos humanos», «libertad» o «democracia»
y, en general, de los principios del universalismo, de aquellos discursos críticos, a menudo también occidentales, que tra-
tan precisamente de poner a prueba la universalizabilidad de los intereses.
22
La posibilidad de un discurso jurídico intercultural está acreditada por experiencias históricas como la de la Liga de
los iroqueses o el ius gentium romano, observa Höffe, que surgen de necesidades surgidas de la relación efectiva entre pue-
blos y cristalizan en un consenso tanto práctico como teórico en torno a la coincidencia entre los usos y normas de las dis-
tintas culturas, sin que se reconozca un lugar hegemónico a ninguna (Höffe, 2007: 175-179. Si estamos inevitablemente
situados codo con codo, no nos queda otra opción que intentar llegar a un acuerdo con el otro en algún tipo de marco
jurídico común (Waldron, 2000: 240). Y esto requiere, no abandonar los elementos de la propia cultura, pero sí verlos no
(sólo) como elementos de una identidad particular y distintiva, sino como soluciones fundadas en la propia experiencia
que se proponen a los demás para confrontarlas con sus experiencias y propuestas.

255
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

des culturales y de sus rasgos singulares, ni puede ocultar su importancia y valor


en la vida de los humanos. Subsiste una irreducible tensión entre lo universal y lo
particular, entre los principios morales universales y la particularidad de las formas
de vida «ética» y las expresiones culturales idiosincrásicas. Y, por descontado, todo
esfuerzo de conjugación de ambos polos requiere un complejo y paciente trabajo
de interpretación y conciliación intercultural.
Hay que insistir igualmente en que, aunque el cosmopolitismo sea susceptible de
un uso ideológico (cf. Brennan, 2003), puede ser también el discurso crítico apro-
piado frente al capitalismo global. Como advierten Sousa y Rodríguez Garavito (2007:
18-19), es posible, en vez de descartar el concepto, revisarlo y dirigir el foco de aten-
ción hacia aquellos que realmente necesitan de él: quienes son víctimas de la tole-
rancia y discriminación locales, quienes viven en la miseria en un mundo de rique-
za, quienes son no-ciudadanos o ciudadanos de segunda clase en cualquier país del
mundo. En suma, la gran mayoría de la población del mundo, excluida de las consi-
deraciones del cosmopolitismo económico. Porque son ellos quienes más necesitan que
los ciudadanos acomodados del Norte adopten una perspectiva mundial.
Así pues, la reconstrucción de una política con intención emancipadora y de
base democrática ha de plantearse en una perspectiva universalista por su alcance
(ya que afecta a todos los seres humanos), aunque no homogeneizadora en sus
principios y propósitos, ni desconocedora de las escisiones y conflictos reales.
Además, ha de ser, valga la redundancia, política, ha de traer conflictos y propuestas a
la esfera pública. En ese sentido puede ser de utilidad la actual recuperación de aque-
llos elementos de la tradición republicana que destacan el valor de la ciudadanía acti-
va y el robustecimiento de lo público frente a la privatización neoliberal de la existencia.
Desde diferentes ángulos, las reflexiones sobre la política y la democracia en
estos comienzos del siglo XXI convergen en una concepción participativa y deli-
berativa de la democracia, y en que la posibilidad de algo semejante depende del
fortalecimiento de las prácticas democráticas en los espacios cercanos y reducidos,
la distribución de funciones y la cooperación entre las diversas entidades y ámbi-
tos de acción y responsabilidad23. La clave de la reconstrucción de una política de
orientación universalista es la revitalización de la democracia local, abierta sin embar-

23
Conviene en este punto advertir que no hay fundamento último del universalismo democrático: es fruto del ejer-
cicio continuado y contingente de la deliberación ciudadana informada, capaz de redefinir las necesidades y preferencias
de los individuos.

256
LECCIONES DEL PASADO Y POLÍTICA FUTURA

go a la conexión con otros niveles y, en último término, la dimensión transna-


cional, planetaria incluso, de los problemas.
El terreno en que se juega la nueva política es un espacio abierto, sin fronte-
ras. Pero no necesariamente ha de ser un espacio caótico («neomedievalismo»,
Bull): más bien, una política mundial necesita nodos institucionales cuya constitución
y funciones estén en correspondencia con el alcance de los problemas y las dimen-
siones de los demás agentes que intervienen en el escenario político Esta es, me
parece, la verdad de los proponentes de una «democracia cosmopolita». Necesitamos
poder político transnacional para que sea posible el control democrático y la rea-
lización de la justicia global. Una política mundial exigirá niveles crecientes de
integración24. Habrá de desarrollarse en varios niveles, de lo local a lo global, con
diversos ámbitos de deliberación, acción y responsabilidad.
Aunque los estados no sean el único marco de la política, seguirán teniendo
un lugar importante en el futuro previsible, como sedes de decisión, garantía de dere-
chos y provisión de servicios. Y también serán necesarias unidades políticas de
nivel subestatal y locales. En correspondencia, la nueva ciudadanía habrá de ser
una ciudadanía múltiple, con rasgos y capacidades diferentes en función de los
niveles de decisión. El nuevo espacio político ha de ser un espacio plural, en el
que concurran públicos muy diversos. Y si la diversidad cultural ha sido invocada
a menudo como un obstáculo insuperable para una política en clave cosmopolita,
el reto que ésta ha de afrontar es la convivencia de la pluralidad cultural con el
necesario entendimiento común.
En este sentido hay que tener en cuenta que el ágora del siglo XXI será en
gran medida un ágora virtual. Es verdad que las nuevas tecnologías de la infor-
mación tienen un potencial ambivalente: permiten la expresión de la diversi-
dad, pero tienen también un efecto uniformizador. En todo caso, han incre-
mentado las posibilidades de información, comunicación y deliberación respecto
a la época de las revoluciones burguesas en las que se forjó el segundo imagi-
nario. Y en la nueva política la comunicación informal y los movimientos de opi-
nión a través de Internet irán ganando importancia. El problema es cómo pue-
den ejercer un papel efectivo en la influencia y el control de las instituciones políticas
formales.

24
Y de un modo u otro está ya en marcha, aunque de la peor manera, mediante acuerdos que excluyen a la gran
mayoría, los más débiles, e instituciones opacas e irresponsables

257
LA FILOSOFÍA POLÍTICA HOY. HOMENAJE A FERNANDO QUESADA

En cuanto a los sujetos de una política emancipadora para la época que vivimos,
las esperanzas se han puesto a menudo en la naciente sociedad civil global25, y par-
ticularmente en los nuevos movimientos sociales, a la vez que se ha constatado el
agotamiento de los antiguos actores, como partidos y sindicatos. El relativo éxito del
movimiento «altermundialista» en las sucesivas reuniones del Foro Social Mundial,
o las nutridas manifestaciones de 2003 contra la proyectada invasión de Irak por parte
de Estados Unidos y sus aliados han sido saludados por cuantos confían en la socie-
dad civil como una muestra de que ésta puede ser la palanca de un orden cosmopolita.
Sin embargo, hay que ser precavidos. En primer lugar, la sociedad civil es un con-
junto de actores, situados en un supuesto «tercer sector» independiente de Estado y mer-
cado, muy heterogéneo: está compuesta por miles de instituciones y agrupaciones
que apenas tienen en común otra cosa que el rasgo negativo de ser «no guberna-
mentales». Además, hay que evitar, como advierte Keane (2003a y b), una visión
purista y romántica de la sociedad civil: ésta depende de la organización del trabajo o
la tecnología que aportan las empresas transnacionales; no podría desarrollarse sin el
mercado. En suma, hay que reconocer que la sociedad civil puede estar situada tanto
en el lado de los problemas como en el de las soluciones. Por otra parte, hay que tener
en cuenta que los movimientos y asociaciones de la sociedad civil global —que, por
otra parte, está muy lejos de serlo realmente hoy— subsisten en buena medida gra-
cias a la financiación y protección que les proporcionan los Estados. La actividad de
la sociedad civil global muestra la necesidad de instituciones jurídicas y políticas que
garanticen a los actores de esa sociedad el derecho de asociación, la libertad de expre-
sión, la propiedad y los contratos y que proporcionen seguridad frente a la violencia.
Podríamos entonces concluir que lo que se necesita son organizaciones cívicas,
no tanto «no-gubernamentales» como conectadas con la ciudadanía. Quizá más
flexibles y abiertas que los partidos clásicos, pero orientadas a la esfera pública y la
acción política26. Aun así, hay que aceptar que se trata de contrapoderes. Que tie-
nen la ventaja de su autonomía respecto a los poderes establecidos, pero no pue-

25
Así Kaldor, por ejemplo, escribe que «las revoluciones de 1989 legitimaron el concepto de sociedad civil y, en
consecuencia, permitieron que surgiese la política global: el compromiso de movimientos sociales, ONG y redes en el
proceso de construir el gobierno global. Y la conjunción de la paz y los derechos humanos dio pie al nuevo discurso huma-
nitario que está desafiando al discurso político del Estado beligerante centralizado» (2003: 106).
26
Entre los movimientos sociales, cabe destacar la importancia del feminismo para la articulación del 3º imaginario. Quesada
(2006: 290-291): «Frente a otras derivas actuales, la perspectiva del feminismo, en cuanto demanda de «ilustración de la Ilustración»,
fundamenta la construcción de programas emancipatorios que avalen la pluralidad de formas de vida elegidas por los indi-
viduos. Se constituye, de este modo, en una corriente esencial para recomponer el sentido de la «universalidad» en la dife-
rencia y, por tanto, de la solidaridad, más allá del ethnos o la naturaleza».

258
LECCIONES DEL PASADO Y POLÍTICA FUTURA

den hacer ejercer un papel de programación y dirección de la sociedad. Pero quizá


resulta impensable en estos tiempos oscuros una política que vaya más allá de la
resistencia frente a los esfuerzos avasalladores de aniquilación de lo público.

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