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Iconografía
Uno de los viajes más destacados que realizó Gauguin, tras el episodio de
la oreja con su amigo Van Gogh, tuvo como destino la Polinesia Francesa,
concretamente, Tahití. Con él pretendía evadirse de la sociedad europea de
su época, buscando una naturaleza extraña, lejana y exótica, con gente no
corrompida por el progreso, lo artificial y lo material. Sin embargo, los
misioneros católicos ya habían llegado a las islas hacía tiempo y el
ambiente que encontró Gauguin quizá no fue tan salvaje como él esperaba.
Produjo entonces un gran número de obras inspiradas por la población y las
leyendas de la Polinesia, en la mayoría de las cuales aparecen jóvenes
desnudas o vestidas en cuadros exóticos y coloridos, modernos y
primitivos.
Análisis formal
Siguió a Van Gogh hasta Arlès pero tras el famoso episodio de la oreja, los
constantes problemas económicos y sus preocupaciones estéticas,
emprendió viaje a la Polinesia Francesa, en un intento de huida hacia una
naturaleza extraña, lejana y exótica. Allí pintó numerosas obras que
tomaron como protagonistas las mujeres indígenas.
Como todo gran artista, poseía una gran habilidad para comunicar ideas y
sentimientos universales de un modo personal y preciso. La rica paleta de
ocres dorados, verdes abigarrados, marrones chocolate, rosas brillantes y
rojos y amarillos está contrastada y contrastada con una seguridad en el
toque que solo puede tener un autodidacta. La aparente sencillez de sus
obras esconden fondos sorprendentemente complejos; dramas psicológicos
que ponen de relieve la melancolía y trauma que afectan a sus personajes y,
por ende, a nosotros mismos.