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Victoria Garrido Moreno

Cuestionario 1

Explicar por qué considera Aristóteles que la filosofía primera debe tener como objeto
propio la ousía.

En el libro IV de la Metafísica, nos dice Aristóteles que “hay una ciencia que estudia el ser en
cuanto ser, y los atributos que esencialmente le pertenecen”. Por otro lado, a continuación
agrega que “esta ciencia, por lo demás, no se confunde con ninguna de las denominadas
particulares, porque ninguna de estas ciencias se ocupa en general del ser en cuanto ser, sino
que, tras seccionar una parte del ser, estudia solamente los atributos de esta parte”. Así, en
razón de estas afirmaciones, podemos observar en Aristóteles el propósito de establecer una
distinción entre: ciencias especiales, por un lado; y, por otro, una ciencia más general del ser.
Sin embargo, tal intención trae consigo la dificultad de escudriñar cuál constituye el objeto
preciso de esta ciencia universal.
Nadie antes de Aristóteles había hablado del ser “en cuanto ser”, es decir, de una fórmula tal
que signifique “el ente y, en él o de él, el hecho de que sea ente”, interesándose ante todo,
pues, por cuanto dependa del ser en tanto que no es más que ser. Así, Aristóteles contrapone
este modo de concebir el ser al de las otras ciencias, las cuales pensaban el ser más bien en
cuanto es tal o cual (matemático, físico, etc.). A diferencia de estas ciencias particulares,
observamos, pues, que este nuevo orden de consideración del ser ambiciona la universalidad.
Ahora bien, este propósito implica dificultades.
En primer lugar, nos encontramos con que a la hora de preguntarnos si es posible, acaso, una
ciencia cuyo objeto de estudio lo constituya el ser “en cuanto ser” nos encontramos con la
contradicción que supone el planteamiento de la posición que, por otro lado, sostiene
Aristóteles, a saber, que una ciencia no puede tratar más que de un género determinado,
destacando las especies, las propiedades esenciales, etc. Sin embargo, también afirma,
perseverante, que el ser no es un género de esta clase, pues todo pertenece al “ser”.
Por otra parte, se nos presenta también la dificultad que se deriva de la afirmación “el ser se
dice en muchos sentidos”, en el libro IV, pues, de ser cierta, tendríamos que afirmar también
que el ser es todo lo contrario de un concepto unívoco. Sin embargo, también es cierto que
una ciencia no puede sino tratar de un género que tenga un sentido unívoco o primero.
Ahora bien, también podemos entender la expresión “ser en cuanto ser” de un modo distinto
al estrictamente ontológico, es decir, la fórmula podría referir al “principio” del ser, en vez de
considerarlo en toda su universalidad. Se trataría, pues, del principio poseedor de la distinción
del ser en más alto grado. Así, después de diferenciar el objeto de esta ciencia del de las
ciencias particulares, en el libro IV declara que “puesto que buscamos los principios y las
causas supremas, es evidente que existe necesariamente alguna realidad a la que esos
principios y causas pertenecen en virtud de esa naturaleza”. Con ello, parece que, para
Aristóteles, el propósito de una ciencia del ser en cuanto tal se halla vinculado a la idea de una
filosofía primera que se mantiene en tratar de las causas y los principios supremos.
Sin embargo, se nos presenta de nuevo otra dificultad, a saber, si acaso esta ciencia que
estudia el principio del ser no se convierte ella misma en una ciencia particular, al incurrir en lo
mismo que las otras ciencias, pues podríamos decir de ella que condición de primera no la
exime de tratar una región del ser (la “divina”). Por otro lado, también se da la dificultad de
que las causas primeras que esta ciencia considera no podrían identificarse propiamente con
“el ser en cuanto ser”, precisamente por estudiar sus causas.
Sin embargo, en el libro sexto Aristóteles se empeña en recordarnos que “los principios y las
causas de los seres en cuanto seres son el objeto de nuestra investigación, pero se trata
evidentemente de los seres en cuanto seres”.
Por otro lado, establece una distinción entre las ciencias teóricas, es decir, aquellas a las que
uno se dedica por amor al saber, y las ciencias prácticas. Las de la primera clase, pues, se
corresponderían con la física, las matemáticas y la ciencia teológica.
La física, por su parte, comprendería el estudio de los seres sometidos al movimiento y nos
separados de la materia; por otro lado, las matemáticas corresponderían al tratamiento de los
seres inmóviles, pero sin existencia autónoma o separada, esto es, no autónoma; por último,
tendríamos la ciencia primera, denominada “teológica”, cuyo objeto de estudio no sería otro
que el de aquellos seres separados de la materia e inmóviles. Nos dice Aristóteles que si lo
divino ha de estar presente en alguna parte, se hallará en esta naturaleza inmóvil y separada, y
siendo así, la ciencia más elevada habrá de tener como objeto propio lo más elevado.
De este modo, en el libro VI Aristóteles responde a la cuestión anterior referente a la filosofía
primera y su condición universal o particular: “A la cuestión respondo que, si no hay otra
sustancia que las que están constituidas por la naturaleza, la física sería la ciencia primera.
Pero si existe una sustancia inmóvil, la ciencia de esta sustancia debe ser anterior y debe ser la
filosofía primera; y es universal, de este modo, por ser primera. Y le corresponderá considerar
el ser en cuanto ser, es decir, tanto su esencia como los atributos que le pertenecen el cuanto
ser”.
De este modo tenemos aquí la famosa expresión: “universal por ser primera”. La filosofía
primera se identifica aquí con la teología, de manera que aun tratando de un objeto particular,
abarca también el “primero” de todos.
En conclusión, si se la denomina “primera” es en razón del estatus “principal” de su objeto. Sin
embargo, posee también carácter universal, pues el estudio del primer ser comprende
también todos los seres que emanan de este principio. De este modo, tratar de los seres que
son primeros implica también tratar del conjunto de todo aquello que es. Todo ello siempre
bajo la rigurosa perspectiva de su ser.
Así, podemos concluir que este orden teológico nos permite tener un principio explicativo del
ser mismo, es decir, en su totalidad, que no es inteligible a menos que se encuentre en
relación con un principio primero.

Exponer la concepción aristotélica de la ousía en el libro VII.

Al comienzo del libro VII de la Metafísica, Aristóteles nos trae de nuevo a la memoria que el
principal sentido del ser ha de buscarse en la noción de sustancia: “El ser se dice en múltiples
sentidos: en un sentido significa qué-es la cosa, la sustancia, y, en otro sentido, significa una
cualidad o una cantidad, o cualquier cosa que se predica de este modo. Pero, de entre todas
estas acepciones del ser, está claro que el ser en sentido primero es “lo que es algo”, noción
que no expresa más que la sustancia”.
De ello se deduce quela filosofía primera no puede ser otra cosa que ousiología, pues expresa
el significado primero del ser. Sin embargo, nos las vemos siempre con la cuestión de qué es el
ser, de la cual se sigue, a su vez, la pregunta por la sustancia. Así, ante esta cuestión,
Aristóteles nos expone varias distinciones de esta noción, a saber:
1) La sustancia significa en primer lugar la “quididad”, es decir, “que algo es lo que
siempre fue”. Con ello, se expresa la idea de que la sustancia de una cosa significa ante
todo lo que es entendido como lo que podemos indicar con su definición.
2) La sustancia designa también el universal, es decir, aquello que vale por “todos” los
seres de tal o cual tipo, o de tal o cual especie.
3) La sustancia podría ser también el género, relacionado con las “sustancias segundas”
de las que hablaba en el tratado de las Categorías, que aceptaba para los géneros y las
especies un estatus de sustancia.
4) Finalmente, la sustancia puede significar el sujeto o el sustrato (to hypokeimenon).
Designa, literalmente, “lo que subyace”, es decir, aquello que está debajo o sirve de
fundamento de…
Cabe observar que este último sentido es el predilecto de Aristóteles, puesto que parece ser el
que mejor satisface los requisitos de cualquier noción de ser sustancial.
La sustancia no debe ser un predicado de otra cosa, pues de ella, al contrario, nos dice
Aristóteles, “se predican todas las demás cosas”. Por otro lado, es importante tener en cuenta
que el sustrato se usa también como sujeto gramatical de una proposición, esto es, funciona
como soporte para los predicados. Sin embargo, esta condición no nos es suficiente, puesto
que todo predicado podría también estar en la situación de sujeto, incluso la materia, lo cual,
para Aristóteles, sería absurdo. He aquí, pues, el criterio decisivo de la sustancialidad: lo que
será ousía ha de cumplir la exigencia de “ser separable y un esto”. Por un lado, “separable”
refiere a la existencia de la sustancia por sí misma o de manera autónoma; por otro, “un esto”
(tode ti) demanda que este ser debe ser alguna cosa particular o individual.
Por ello, pues, comprendemos la razón por la que el universal y el género no pueden ser
sustancias para el Aristóteles de la Metafísica, en razón de que, si bien es cierto que ambos
podrían figurar en posición de sujeto, no existen de manera independiente, o como un objeto
que pudiéramos señalar con el dedo, es decir, como un esto.
De este modo, Aristóteles considera tres aspirantes a ser denominadas sustancias: la materia,
la forma y el compuesto por materia y forma.
De la primera dijimos que no existe de manera autónoma, esto es, sin estar ya informada por
alguna forma. La materia es, pues, incluso “posterior” a la forma que recibe y que siempre
presupone, de modo que queda excluida para ser sustancia.
De este modo, la tercera opción, es decir, la que sitúa la sustancia en el compuesto de materia
y forma, parece ser la más idónea. Recordemos que la sustancia ha de ser siempre un “esto”,
condición que la forma o el eidos no parece satisfacer, pues, como vimos, tiene su linde en el
universal y el género.
Sin embargo, esta acepción no está exenta de dificultades: si pretendemos que la sustancia sea
un compuesto de materia y forma, ¿no habremos también de reconocer la anterioridad de los
elementos que conforman el compuesto?¿No sería, pues, “más sustancia” que el propio
compuesto?
Oponiéndose a Platón, Aristóteles defiende que lo que verdaderamente existe es siempre algo
determinado, aunque, ciertamente, decir de algo “lo que es”, es decir, su quididad, sólo es
posible en caso de tratarse de un eidos o forma. Aun así, Aristóteles insiste en que este eidos
existe siempre en alguna forma. La sustancia es, en último término, la forma que informa
siempre ya a una materia. De este modo, se mantiene cierto privilegio para el eidos, aunque
no exista sino en vista de una materia.
Y es que el compuesto como tal no puede ser definido, puesto que la quididad viene a parar
siempre en un eidos. Así, Aristóteles termina por afirmar que lo que verdaderamente existe es
el eidos encarnado en esa o aquella materia, en una existencia singular. Sólo existe, pues, el
tode ti o lo individual, pero como tal es incognoscible e incluso inexpresable.

Bibliografía:
-Introducción a la metafísica, Jean Grondin.
- El problema del ser en Aristóteles, Pierre Aubenque.

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