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ALFONSIN

Política económica y social

La situación económica y social en la que Alfonsín asumió el gobierno era realmente


desfavorable, interna y externamente. En 1982 estallaba la crisis de la deuda
latinoamericana, ante la moratoria de México y la negativa de los acreedores a
refinanciar préstamos, así como la exigencia de que la deuda se cancelara con los
activos de los Estados deudores. Internamente, la deuda externa argentina había
pasado de 7875 millones de dólares al finalizar 1975, a 45 087 millones de dólares al
finalizar 1983. Por otro lado el retraso salarial y la pobreza, que había aumentado del 5
% en 1975 al 21 % en 1982, anticipaban grandes presiones sociales una vez
reconquistada la democracia. Para América Latina, la década de los años ochenta fue
conocida como la década perdida.

Política laboral 

Uno de los pilares del discurso de Alfonsín que lo llevó a la victoria en 1983 fue la
denuncia de un supuesto "pacto sindical-militar". La denuncia estaba orientada a
identificar al peronismo con el autoritarismo y a subsumir al sindicalismo en el
peronismo. Siete días después de asumir el gobierno Alfonsín abrió la confrontación
con los sindicatos, enviando al Congreso sin consulta ni diálogo alguno, un proyecto de
reforma sindical conocido como "ley Mucci", con el objetivo de incluir a las minorías en
los organismos de dirección de los sindicatos. El proyecto fue aprobado por la Cámara
de Diputados pero rechazado por la Cámara de Senadores, dominada por la oposición
peronista que controlaba la CGT.

Crisis del sistema eléctrico

El sector eléctrico argentino experimentó una seria crisis en el año 1988. La escasez de
electricidad había comenzado en abril de 1988 por lo que se realizaron cortes del
servicio eléctrico. En ese mes, se hicieron cortes rotativos de 5 horas por turno. Con la
llegada del verano, y el esperable aumento de la demanda, los problemas se agravaron
a lo que se sumaron varios incidentes: salió de servicio la central nuclear de Atucha
I,fallaron dos bombas de la central hidroeléctrica de embalse del Río Tercero y un
incendio en La Pampa afectó líneas de transporte desde la central de El Chocón.

Plan Alimentario Nacional

Alfonsín implementó el «Plan Alimentario Nacional» (PAN), que se hizo conocido por su


Cajas PAN, como solución de emergencia para afrontar el hambre y la pobreza. 

Plan Austral 

El Plan Austral fue un programa argentino de estabilización monetaria que se  inició en
junio de 1985, fue del tipo "política de shock" y logró contener la inflación rápidamente
sin frenar el crecimiento económico. El programa terminó en los hechos cuando hacia
1988 un rebrote inflacionario forzó a crear un nuevo programa, conocido como "Plan
Primavera", que no lograría evitar la Hiperinflación argentina de 1989 y 1990, que
terminaría en la renuncia de Alfonsín y en una transición adelantada al presidente
electo Carlos Menem. Las medidas incluidas en el plan eran: control de los precios de
los productos y tarifas delos servicios públicos, congelamiento salarial y no emisión
monetaria. Se pretendía así detener la inflación que crecía por entonces un 1% diario.
Muchas de esas medidas eran condiciones que el FMI exigía para continuar las
negociaciones que llegaron a buen puerto cuando Alfonsín firmó con esa entidad un
acuerdo de reescalonamiento del pago de la deuda externa que vencía ese año y el
otorgamiento de un crédito suplementario de 4.200 millones de dólares, pese a que en
los primeros meses de su gobierno promovió la creación de una comisión legislativa
para que estableciera el monto de la deuda legítima y a que intentó no negociar el pago
de ella solamente con el FMI, acudiendo al Banco Mundial ,a Club de Paris, al Banco
Interamericano de Desarrollo (BID) y a la banca privada. El éxito inicial del Plan Austral
se reflejó en las elecciones legislativas de noviembre de 1985. Pero a fines del 86 el
Plan Austral dio muestras de agotamiento. El austral comenzó a desvalorizarse
fuertemente con respecto al dólar en el mercado de cambió. La inflación volvió a trepar
mientras que la recesión y los conflictos sociales se agravaban más y más. Ante esta
situación, se opté por el abandono de tos estrictos controles y por la liberalización
económica. Esto significó el rompimiento con el modelo de economía semi cerrada
puesto en marcha desde hacia medio siglo y la apertura del mercado a los productos
extranjeros, acompañada por la reforma del Estado.

Política de justicia, defensa y seguridad

El gobierno de Alfonsín debió enfrentar el problema de la transición a la democracia en


un país con una larga tradición de gobiernos militares que había llegado al terrorismo
de estado y la guerra.

El 15 de diciembre de 1983 el presidente Alfonsín sancionó los decretos 157/83 y


158/83. Por el primero se ordenaba enjuiciar a los dirigentes de las organizaciones
guerrilleras ERP y Montoneros; por el segundo se ordenaba procesar a las tres Juntas
Militares que dirigieron el país desde el golpe cívico-militar del 24 de marzo de 1976
hasta la guerra de las Malvinas. 

Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP)

El 15 de diciembre de 1983 el presidente Alfonsín creó la Comisión Nacional sobre la


Desaparición de Personas (CONADEP), integrada por personalidades independientes
como Ernesto Sabato, Magdalena Ruiz Guiñazú, Graciela Fernández Meijide, entre
otros, con la misión de relevar, documentar y registrar casos y pruebas de violaciones
de derechos humanos, para fundar el juicio a las juntas militares.

También el 15 de diciembre Alfonsín envió al Congreso un proyecto de ley declarando


nula la ley de autoamnistía N.º 22 924 dictada por el gobierno militar. Una semana
después el proyecto fue sancionado como Ley N.º 23 040, la primera ley de la nueva
etapa democrática. El 20 de septiembre de 1984 la CONADEP produjo su conocido
informe titulado Nunca Más y concurre a entregarlo al presidente Alfonsín acompañada
de una multitud de 70.000 personas. El 4 de octubre de 1984 la Cámara Federal, un
tribunal civil, toma la decisión de desplazar al tribunal militar que estaba enjuiciando a
las juntas para hacerse cargo directamente del juicio. Los fiscales fueron Julio César
Strassera y Luis Gabriel Moreno Ocampo. El juicio se realizó entre el 22 de abril y el 14
de agosto de 1985. Se trataron 281 casos. 

El 9 de diciembre se dictó la sentencia condenando a Jorge Rafael Videla y Eduardo


Massera a reclusión perpetua, a Roberto Viola a 17 años de prisión, a Armando
Lambruschini a 8 años de prisión y a Orlando Ramón Agosti a 4 años de prisión. Por
las características que tuvo, la condena a las juntas militares realizada por un gobierno
democrático constituyó un hecho sin precedentes en el mundo, que contrastó
fuertemente con las transiciones negociadas que tuvieron lugar en aquellos años en
Uruguay, Chile, Brasil, España, Portugal y Sudáfrica.

Relación con los militares

Durante el mandato de Raúl Ricardo Alfonsín, se sucedieron constantes modificaciones


en la cúpula de las tres Fuerzas Armadas, especialmente en el Ejército Argentino.
Como titular del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas designó al teniente
general Julio Fernández Torres el día 16 de diciembre de 1983, tras realizar
apreciaciones personales respecto a hechos ocurridos durante el último régimen militar
se sucedió una crisis militar interna. El presidente Alfonsín ordenó al ministro de
Defensa Raúl Borrás relevarlo, lo que se materializó el 4 de marzo de 1985 y fue
sucedido por el brigadier general Teodoro Waldner, quien asumió el 8 de marzo de ese
año y cumplió funciones hasta el 11 de julio de 1989.

La Armada de la República Argentina fue la más estable de todas, ya que el almirante


Ramón Antonio Arosa, designado titular de la fuerza el 16 de diciembre de 1983, se
mantuvo al frente de la marina hasta la finalización del mandato de Alfonsín el 8 de julio
de 1989. En la Fuerza Aérea Argentina se sucedieron dos comandantes. El 14 de
diciembre de 1983 fue puesto al frente de la aeronáutica el brigadier general Teodoro
Guillermo Waldner, quien luego pasó a ser jefe del Estado Mayor Conjunto de las
Fuerzas Armadas el 5 de marzo de 1985, quedando el cargo de titular de la Fuerza
Aérea en manos del brigadier general Ernesto Horacio Crespo, quien acompañó a
Alfonsín hasta el final de su gestión.

La fuerza más inestable fue Ejército Argentino, ya que se sucedieron cinco titulares
durante el gobierno de Raúl Alfonsín, ellos fueron los generales de división Jorge Hugo
Arguindegui (1983-1984), Ricardo Gustavo Pianta (1984-1985) y los tenientes
generales Héctor Luis Ríos Ereñú (1985-1987), José Segundo Dante Caridi (1987-
1988) y Francisco Eduardo Gassino (1988-1989)

Carapintadas
Alfonsín sufrio tres levantamientos militares en Argentina entre 1987 y 1989
autodenominados Carapintadas debido al hecho de que se presentaban con la cara
pintada como en la guerra, desobedecieron las instituciones constitucionales y la
cadena de mando. Los levantamientos fueron considerados como intentos de golpe de
Estado en los juicios de «copamiento de aeroparque» en 1988. El primero de los
levantamientos tuvo lugar en la Pascua de 1987.

El segundo alzamiento se produjo entre el 15 al 19 de enero de 1988  en la localidad


correntina de Monte Caseros y el tercero durante la presidencia de Alfonsín. El último
de los alzamientos durante el gobierno de Alfonsín tuvo lugar el 1 de diciembre de
1988, cuando unos cuarenta y cinco oficiales de la unidad Albatros, un cuerpo de élite
de la Prefectura Naval Argentina saqueó de armas el arsenal de las dependencias de
Prefectura en Zárate, provincia de Buenos Aires, y se rebeló. Alfonsín, a su regreso del
exterior, consideró el problema menor, al no provenir del Ejército, pero los rebeldes se
trasladaron a la Escuela de Infantería de Campo de Mayo, donde se sumaron a un
grupo de militares que coparon el cuartel. 

Política de derechos humanos y civiles

Dentro de sus políticas sociales se destacan la ley de divorcio vincular y la patria


potestad compartida y la defensa de los derechos humanos , Alfonsín se manifestó a
favor de la despenalización del aborto, sin embargo, no presentó ningún proyecto para
evitar un cruce con la Iglesia

Patria potestad compartida

En Argentina, la patria potestad compartida había sido establecida en 1949, mediante


la reforma constitucional realizada ese año. La derogación de dichas reformas por
proclama militar en 1956, y la ratificación de dicha derogación por la Convención
Constituyente de 1957, restableció la desigualdad de la mujer frente al hombre por
varias décadas más. En 1974 el Congreso volvió a establecer la patria potestad
compartida, pero la presidenta María Estela Martínez de Perón vetó la ley.
Básicamente los influyentes sectores conservadores en Argentina argumentaban que la
unidad de la familia exige que uno de los cónyuges tenga "la última palabra", y que por
razones culturales y tradicionales, resultaba razonable que esa facultad fuera atribuida
por la ley al varón.
En 1985, durante el gobierno de Alfonsín se restableció la patria potestad compartida,
mediante la Ley 23.264, un derecho largamente reclamado por las mujeres.

Ley de divorcio

La sanción definitiva del divorcio vincular sucedería durante el gobierno de Raúl


Alfonsín, esto fue realizado el 19 de agosto de 1986 se aprobó el proyecto de ley en la
Cámara de Diputados y fue girado al Senado que lo aprobó el 3 de junio de 1987. Fue
promulgada el 12 de junio en el Boletín Oficial. La Iglesia católica, que mantuvo
siempre una tirante relación con el presidente Alfonsín, se mostró dividida frente a la
ley de divorcio. El sector más conservador, encabezado por el entonces obispo de
Mercedes , Emilio Ogñénovich, organizó una procesión a Plaza de Mayo encabezada
por la Virgen de Luján y ante la escasa cantidad de asistentes, Ogñenovich acusó a los
obispos ausentes de haber traicionado el compromiso. 

La Conferencia Episcopal Argentina discutió entonces la posibilidad excomulgar a los


legisladores que votaran la ley, pero la idea no prevaleció, sin embargo, el obispo de
Lomas de Zamora, monseñor Desiderio Collino, excomulgó a los diputados de su
diócesis, una vez aprobada la ley, la Iglesia presionó al presidente Alfonsín para que la
vetara, pero ello no sucedió. Por otra parte, los sectores más abiertos de la Iglesia,
mantuvieron una posición crítica sin ser intolerante, como el caso del obispo Justo
Oscar Laguna que manifestó: "El divorcio es un mal, pero es un mal para los católicos,
y no podemos imponer en una sociedad plural una ley que toca a los católicos. Son los
católicos los que tienen que cumplirla y no el resto".

Creación del Banco Nacional de Datos Genéticos

La Ley 23.511 es la norma que crea el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) en
Argentina. Se trata de un proyecto formulado por Abuelas de Plaza de Mayo que fue
aprobado por el Congreso de la Nación en forma unánime en mayo de 1987. Esta ley
permitió dar validez legal a los análisis genéticos realizados y guardados en el Hospital
Durand, con el objetivo de resolver los conflictos por temas filiatorios, sobre todo en el
caso de los niños desaparecidos durante la dictadura cívico-militar argentina. Por
medio de la ley se estableció que los tribunales debían realizar estudios genéticos a
aquellos niños de dudosa filiación y, en el caso de negación a este requerimiento,
podía considerarse como señal de complicidad en los secuestros de los niños.

Creación del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas

La ley nacional n.º 23302 sobre Política Indígena y apoyo a las Comunidades
Aborígenes fue promulgada el 8 de noviembre de 1985 y creó para su aplicación el
Instituto Nacional de Asuntos Indígenas como entidad descentralizada con participación
indígena en el ámbito del Poder Ejecutivo Nacional. Al momento de su creación, el
instituto dependía del entonces Ministerio de Salud y Acción Social.

Política de educación, ciencia y tecnología

En 1984, el presidente Raúl Alfonsín creó la Comisión Nacional de Alfabetización


Funcional y Educación Permanente (CONAFEP).99 Se instrumentó el Plan Nacional de
Alfabetización (PNA) diseñado por la profesora Nélida Baigorria. Al asumir el gobierno
los datos del censo de 1980 indicaban un analfabetismo de 6,1 %. En el censo de 1991
el analfabetismo se había reducido a 3,7 %, porcentaje similar al que registran España
y Canadá.

En 1988, el PNA de Argentina recibió el premio otorgado por la Asociación


Internacional de Lectura de la Unesco. En la Universidad, reorganizó las universidades
nacionales bajo los principios de la Reforma Universitaria, básicamente garantizando la
autonomía universitaria plena, el cogobierno entre docentes, estudiantes y graduados y
la gratuidad de los estudios de grado.

Congreso Pedagógico Nacional de 1984-1988

En 1984, por la ley N.º 23.114, el gobierno radical de Raúl Alfonsín convocó a un


Congreso Pedagógico Nacional supuestamente para atender las deficiencias del
sistema educativo pero con el fin de definir si la Educación Pública debía ser Estatal o
no Estatal, de lo que dependería si los colegios privados seguirían recibiendo apoyo
económico del Estado y si los padres de ingresos medios y bajos podrían elegir el tipo
de educación para sus hijos en escuelas de gestión privada. Cabe tener en cuenta que
en la Argentina viene de lejos la antinomia educación pública-educación privada. Y
durante aquel Congreso pedagógico se enfrentaron dos enfoque respecto de la misma.

Alfonsín confió la organización del congreso a su equipo educativo, encabezado en


1984 por el ministro Carlos Alconada Aramburú, y el diputado Adolfo Stubrin, ambos
con enfoques estatistas. El enfoque estatista era impulsado por radicales y comunistas;
y el enfoque no estatista, que finalmente fue el que triunfó, fue defendido por la
Conferencia Episcopal Argentina, el Partido Demócrata Cristiano, el Partido
Justicialista, la Unión del Centro Democrático, el Movimiento de Integración y
Desarrollo y una enorme movilización de padres de familia que tenían a sus hijos en
colegios privados. En aquella convocatoria llegaron a participar 400.000 personas.

La asamblea nacional se realizó en Embalse de Río Tercero (Provincia de Córdoba),


en marzo de 1988 y luego del triunfo del enfoque no estatista el gobierno
de Alfonsín entró en crisis y a los pocos días una huelga docente dejó sin clases
durante dos meses a millones de alumnos de escuelas estatales.

Política exterior

Alfonsín sostuvo una activa política internacional implementada por su ministro de


Relaciones Exteriores, Dante Caputo, el único que se mantuvo durante casi todo su
mandato. Las prioridades fueron fortalecer el sistema democrático en Argentina, evitar
que la Guerra Fría no regenerara la concepción de la seguridad nacional, impulsar el
proceso de democratización regional, resolver las cuestiones limítrofes, generar mayor
capacidad negociadora regional frente a las grandes potencias y promover la
integración subregional. Caputo fue elegido presidente de la Asamblea General de las
Naciones Unidas en 1989. Durante su gobierno realizó una serie de viajes
internacionales, entre ellos a los Estados Unidos, la Unión Soviética, China, España y
Cuba. Mantuvo estrechas relaciones con el gobierno democrático de Uruguay,
encabezado por Julio María Sanguinetti, que asumió en 1985.

Primeras bases para el Mercosur


La preocupación del gobierno de Alfonsín por promover mecanismos multilaterales y de
integración supranacional, lo llevó también a promover la integración comercial entre
Argentina y Brasil, uno de los casos de enfrentamiento internacional más persistentes
del mundo

Tratado de Paz y Amistad con Chile

Para Alfonsín garantizar la paz con Chile fue una cuestión prioritaria desde el momento
de asumir, a mediados de 1983 el Papa presentó una segunda propuesta de solución
(la primera había sido rechazada por Argentina). Alfonsín estimó necesario entonces
cerrar el conflicto aceptando la propuesta de la Santa Sede. Como primera medida,
Alfonsín firmó en la Ciudad del Vaticano el 23 de enero de 1984 una Declaración
Conjunta de Paz y Amistad en la que los dos países se comprometían a alcanzar una
solución “justa y honorable” para el conflicto, “siempre y exclusivamente por medios
pacíficos”.

En 1984 la mediación estaba prácticamente agotada y Chile aún se encontraba


gobernado por una dictadura militar. La persistencia del conflicto era un factor de
fortalecimiento del militarismo en ambos países, y por lo tanto una amenaza inmediata
a la democracia argentina. Alfonsín buscó generar un sólido consenso interno mediante
una consulta popular no vinculante, pero que presionara a los senadores. Si bien los
principales líderes del peronismo estaban a favor de aceptar la propuesta papal, la
oposición a la misma había crecido y sumaba a varios senadores peronistas en esas
condiciones se produjo el famoso debate televisivo entre Dante Caputo y Vicente Saadi
que tuvo un impacto decisivo para el triunfo del "SI" a la propuesta papal. El 25 de
noviembre de 1984 se realizó el plebiscito y triunfó el "SI" con un apoyo del 81,32%.112
Cuatro días después, el 29 de noviembre de 1984 se firmó el Tratado de Paz y Amistad
con Chile.

El Grupo de Cartagena

El gobierno de Alfonsín intentó crear mecanismos multilaterales, para tratar la cuestión


de la deuda externa, que permitieran a los países latinoamericanos actuar
conjuntamente. La heterogeneidad de los países latinoamericanos, y principalmente la
decisión final de México y Brasil de negociar bilateralmente, limitó considerablemente
las posibilidades que abría una acción conjunta. Sin embargo, los intentos de formar un
“club de deudores” impulsados por el gobierno de Alfonsín, anticiparían los procesos de
integración subregional y regional que se producirían en la década de 1990, y
coaliciones multilaterales Sur-Sur, como el Mercosur, la Comunidad Sudamericana de
Naciones y sobre todo el Grupo de los 20

El Grupo Contadora y el Grupo de los Ocho

Con un espíritu similar al que inspiraba el Grupo de Cartagena, el gobierno


de Alfonsín impulsó una acción multilateral conjunta de las democracias
latinoamericanas para garantizar la paz y la democracia en la región, con ese objetivo
el gobierno argentino impulsó el apoyo al Grupo Contadora, una iniciativa de acción
conjunta para promover la paz en Centroamérica que habían establecido Colombia,
México, Panamá y Venezuela en enero de 1983.

Con ese fin, el 29 de julio de 1985, en Lima, aprovechando el encuentro de presidentes


para asistir a la asunción del presidente Alan García, Argentina, Brasil, Perú y Uruguay
anunciaron juntos la creación del Grupo de Apoyo a Contadora (o Grupo de Lima).
Ambos grupos de países juntos fueron conocidos como el Grupo de los Ocho, y
desempeñó un papel muy importante en la pacificación de América Central.
Particularmente importante fue su actuación cuando los países centroamericanos
adhirieron a las propuestas del Grupo de los Ocho, el 14 de enero de 1986 mediante la
Declaración de Guatemala. Más adelante del Grupo de los Ocho amplió sus
preocupaciones a otros problemas de interés regional, abordando la situación de las
islas Malvinas (exhortando a la negociación entre Argentina y Gran Bretaña), la deuda
externa y el proteccionismo de los países desarrollados.

puntos importantes

Juicio a las Juntas

Uno de sus primeros actos, apenas cinco días después de asumir, fue firmar los decretos 157/83
y 158/83, en los que se ordenaba el enjuiciamiento a los miembros de las tres juntas militares
que tomaron el poder el 24 de marzo de 1976, y a los dirigentes de las organizaciones armadas
ERP y Montoneros. El mismo 15 de diciembre, Alfonsín envió al Congreso un proyecto de ley
que declarara nula la ley de autoamnistía (Nº 22.924) dictada por la dictadura cívico militar. Una
semana después, este se convirtió en la Ley Nº 23.040, la primera de la nueva etapa
democrática. El Juicio a las Juntas se desarrolló entre el 22 de abril y el 14 de agosto de 1985.
Dado que el tribunal militar se negaba a enjuiciar a sus compañeros se optó por hacerlo en
tribunales civiles, lo que representó un hecho inédito a nivel mundial. En el proceso se trataron
281 casos. El 9 de diciembre se dictó la sentencia que condenó a Jorge Rafael Videla y Eduardo
Massera a reclusión perpetua, a Roberto Viola a 17 años de prisión, a Armando Lambruschini a 8
y a Orlando Ramón Agosti a 4. El juicio a las juntas militares realizado por un gobierno
democrático sigue siendo un hecho sin precedentes, reconocido en todo el mundo.

Creación de la CONADEP 

El mismo 15 de diciembre Alfonsín creó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas


(CONADEP), presidida por Ernesto Sabato e intregrada por personalidades como René Favaloro,
Marshall Meyer, Magdalena Ruiz Guiñazú, Graciela Fernández Meijide, entre otras. Este
organismo tenía como misión relevar, documentar y registrar casos y pruebas de violaciones a
los derechos humanos para fundar el juicio a las juntas militares. El 20 de septiembre de 1984 la
CONADEP presentó su trabajo, el informe titulado Nunca Más. La entrega de este material, que
recopilaba y probaba cerca de 9.000 casos de desaparición forzada de personas, al presidente
Alfonsín fue presenciada por 70.000 personas.
Plan Austral

En lo relativo a la economía, las recetas neoliberales aplicadas por la dictadura cívico militar
habían complicado gravemente la situación del país. Con la esperanza de revertir esto, en
febrero de 1985 Alfonsín nombró a Juan Vital Sourrouille como ministro de Economía. Buscaba
implementar una política económica que atacara la inflación. El 14 de junio, Alfonsín y
Sourrouille anunciaron la puesta en marcha del Plan Austral, un proceso por el que se creaba
una nueva moneda, el Austral, se congelaban todos los precios de la economía y se establecía
un mecanismo de desagio por el cual se deflactaba los precios quitándoles la inflación que
llevaban implícitamente calculada. El Plan Austral se basaba en la idea de que, en una economía
de alta inflación durante varias décadas, el único modo de lograr la estabilidad era frenando lo
que llamaban “inflación inercial”, es decir, la anticipación de la inflación por parte de los
operadores económicos, para después atacar las causas estructurales. El Plan Austral arrojó
buenos resultados al comienzo, pero para 1986 la inflación volvió a ascender. En 1988 el
gobierno radical intentó un nuevo programa para doblegar el rebrote inflacionario, el Plan
Primavera, pero este no lograría evitar la hiperinflación de 1989, que terminaría con la renuncia
de Alfonsín y el adelanto de las elecciones

Lazos con Brasil, Uruguay y Paraguay 

Otra de las transformaciones económicasestructurales que más se destacó fue el


comienzo de un proceso de integración económica con Brasil, Uruguay y Paraguay que
daría origen al Mercosur. Su política internacional activa, impulsada por el ministro de
Relaciones Exteriores, Dante Caputo, tuvo como una de sus prioridades promover el
proceso de democratización regional, resolver los conflictos con los países limítrofes y
generar mayor capacidad de negociación en la región para que esta se fortaleciera
frente a las grandes potencias. Para esto era de suma importancia estimular la
integración subregional. Lo que llevó a Alfonsín a impulsar una unión comercial entre
Argentina y Brasil, uno de los casos de enfrentamiento internacional más persistentes
del mundo hasta esa época. Así, a principios de 1985 el presidente radical propuso al
presidente brasileño, Tancredo Neves, iniciar un proceso de integración económica que
fue recibida con agrado. Poco después Tancredo Neves murió, pero su sucesor José
Sarney adoptó de manera entusiasta el proyecto de integración que se desarrolló
vertiginosamente. Durante ese período se firmaron varios tratados que lograron la
integración entre Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay. Este proceso que puso en
marcha Alfonsín y se completaría el 26 de marzo de 1991, con la firma del Tratado de
Asunción en el que se constituye el Mercosur es considerado como uno de los puntos
más altos y trascendentes de su gobierno.
Tratado de Paz y Amistad con Chile

Otro de los puntos destacables en materia de política internacional fue el Tratado de


Paz y Amistad firmado entre Argentina y Chile en 1984, con el que se fijó el límite entre
los dos países desde el canal Beagle hasta el pasaje de Drake al sur del cabo de Hornos.
Esto resolvió la disputa por las islas por la que las dos naciones habían estado al borde
del conflicto armado en diciembre de 1977. Para Alfonsín garantizar la paz con Chile
había sido una cuestión prioritaria desde el momento de su asunción. La persistencia del
conflicto era un factor de fortalecimiento del militarismo y, por lo tanto, una amenaza
inmediata a la reciente democracia argentina. Alfonsín consideró necesario entonces
cerrar el conflicto aceptando la propuesta de la Santa Sede, que oficiaba como
mediadora. Como primera medida, el presidente radical firmó en la Ciudad del Vaticano,
el 23 de enero de 1984, una Declaración Conjunta de Paz y Amistad en la que los dos
países se comprometían a alcanzar una solución “justa y honorable” para el conflicto,
“siempre y exclusivamente por medios pacíficos”.

Ley de divorcio

Dentro de sus políticas sociales, uno de los principales aportes a la modernización de la


legislación fue la Ley de Divorcio Vincular, sancionada el 3 de junio de 1987 en medio
de un tenso debate nacional y con la clara oposición de la Iglesia y de los sectores más
conservadores de la sociedad. En 1984 Argentina era uno de los pocos países del
mundo en el que no existía el derecho al divorcio; en ese momento existían 3.000.000
de personas, un 10 % de la población, separadas de hecho e inhabilitadas para volver a
casarse legalmente. La Ley de Divorcio fue considerada por muchos como una nueva
libertad.

Patria potestad compartida

En Argentina, la patria potestad compartida había sido establecida en 1949, mediante la reforma
constitucional realizada ese año. La derogación de dichas reformas por proclama militar en
1956, y la ratificación de dicha derogación por la Convención Constituyente de 1957, restableció
la desigualdad de la mujer frente al hombre por varias décadas más. En 1974 el Congreso volvió
a establecer la patria potestad compartida, pero María Estela Martínez de Perón vetó la ley. Los
sectores conservadores argumentaban que la unidad de la familia exigía que uno de los
cónyuges tuviera el poder de decisión y, por razones culturales y tradicionales, esa facultad era
atribuida por la ley al varón. En 1985 el gobierno de Alfonsín restableció la patria potestad
compartida mediante la Ley 23.264, un derecho que había sido largamente reclamado por las
mujeres.
Confrontación con el poder sindical 

Cuando transcurría el año 1983 Argentina venía ya desde hacía varias décadas,
soportando deformaciones que entorpecían su vida socio-económica. Una de ellas estaba
vinculada con el sindicalismo. Su dirigencia ocupaba espacios políticos que no le
correspondían, manejando a veces la clientela gremial con espíritu faccioso, y sirviéndose de
ella para obtener réditos personales, y esto no era secreto para nadie. No obstante, esa
dirigencia, en general, transitaba por caminos ideológicos de signo argentino, y estaba lejos
de atar a sus prosélitos al carro de aventuras internacionales trasnochadas, violentas y
fracasadas. 

Alfonsín decidió, lanza en ristre, impolítica y precipitadamente, acabar con el


corporativismo subsistente en las organizaciones obreras, como lo había intentado hacer
con el sector militar. De allí su denuncia de un pacto sindical-militar, presunto o real, pero
de la que el gran beneficiario sería su partido, aunque también su proyecto de liderazgo,
ambos enfrentados desde hacía décadas con esos factores de poder. 

Decidió pues a «democratizar» la actividad gremial, envió al Congreso un proyecto de


ley de reordenamiento sindical, que perseguía descabezar la conducción peronista de las
agrupaciones obreras mediante elecciones, y por las dudas, asegurar en los planteles
directivos de ellas la representación de los sectores minoritarios, para ganar al menos
influencia en los casos de que en los comicios fracasaran sus partidarios. Reeditaba así la
iniciativa que otrora había impulsado la Revolución Libertadora al respecto. 

El proyecto fue aprobado por los diputados, donde el radicalismo tenía mayoría, pero
no pudo pasar el Senado, en el que por el contrario, predominaba el justicialismo. Pero
resultó mucho más grave que esta derrota parlamentaria, el hecho de que las estructuras
sindicales, al no haber sido consultadas respecto de la propuesta, consideraron a ésta como
un verdadero acto de agresividad política. En consecuencia, los gremios galvanizaron su
unidad dentro de la CGT, y se dispusieron a ofrecer batalla. El operativo terminó mal, con la
renuncia del ministro de Trabajo y Seguridad Social, Antonio Mucci, hombre de izquierda,
de marcada tendencia antiperonista. Azorado, Alfonsín empezaba a constatar que no poseía
suficiente fuerza dirigencial en el campo obrero. Apeló para cubrir el cargo ministerial a
Juan Manuel Casella, de cuyos ribetes ideológicos se ha señalado una pista con antelación. 

Como había sucedido con el caso militar, Alfonsín habría de intentar transitar,
entonces, el camino de la concertación. Pero claro, la falta primigenia de tacto político, hubo
de pagarla muy caro. Melo lo apunta cuando, refiriéndose al manejo de choque esgrimido
por el presidente en esta esfera, lo califica como «absolutamente contraproducente porque
generó el efecto de reacción contraria en el sentido de que el aparato sindical replicó con la
misma estrategia de confrontación entretejida de reclamos salariales y protestas, paros
generales y hasta el cuestionamiento de la legitimidad de ejercicio de las autoridades
constitucionales. Pero además, porque la confrontación iniciada por el gobierno, al no
superar la prueba de fuerza con el poder sindical en el ámbito institucional del Congreso, lo
puso en la situación de negociar, cediendo considerablemente en sus propósitos de
democratizar las estructuras sindicales»1207. La cuestión siguió por caminos tortuosos. Hubo
de restituir la sede de la CGT a los gremios que le enfrentaban y aceptar planteos de éstos
respecto de la Conferencia Económica y Social, organismo creado por el gobierno para
concertar en esos campos. La CGT llegó aún más lejos, permitiéndose lanzar una campaña
contraria al pago de la deuda externa, y ante la perspectiva estabilizadora del Plan Austral,
la central obrera solicitó aumentos de salarios por encima de lo que el gobierno estaba
dispuesto a conceder, teniéndose en cuenta el esfuerzo antiinflacionario que se estaba
realizando. 

A la sazón, frescas todavía las sensaciones favorables de los resultados de las


elecciones de fines de 1985, Alfonsín nuevamente se empeñó en disociar el frente interno
de la CGT, cuyo líder, Saúl Ubaldini, con tozudez, engreimiento y cortedad, no facilitaba
para nada el diálogo con el gobierno, ni aportaba tampoco solidez a la central obrera que
conducía. Pero un rebrote inflacionario, hacia el comienzo del segundo semestre de 1986,
dio pie a la posición inflexible del secretario general, que logró –pese a la reticencia del
influyente y más lúcido dirigente gremial Lorenzo Miguel, que llegó a entrevistarse con
Alfonsín y a conseguir mejoras salariales para el gremio metalúrgico– que se operaran
sendas huelgas generales en octubre de 1986 y en enero de 1987. Puede comprobarse que
esta gimnasia del paro general, casi invariablemente, ha aportado su cuota francamente
negativa para la suerte de nuestra República. 

En 1987, en septiembre, se realizarían elecciones parciales, y por ello el gobierno trató


de accionar de diversas formas con el objeto de mejorar el panorama que se complicaba ante
el desborde inflacionario, intentando maniobrar con las piezas del complicado ajedrez
social. Para ello buscó apoyarse en las divergencias existentes en la conducción de la CGT,
entre la posición siempre dura del ubaldinismo; las 62 Organizaciones de Lorenzo Miguel,
más contemporizadora; y el grupo de los 25, vinculados a la renovación peronista. Con
dirigentes peronistas de militancia en los 25, y otros de distinta orientación política, se
promovió el grupo de los 15, destinado a asumir una posición más cercana a los designios
del gobierno, y en su esfuerzo por lograr espacios en el campo obrero, llegó a designar como
ministro de Trabajo a Carlos Alderete, sindicalista de extracción peronista y en sintonía con
el sector de los 15. Alderete reemplazaba así, en dicho cargo a Hugo Barrionuevo.
Finalmente, la gestión de Alderete le fue contraproducente al presidente en su designio de
evitar una derrota electoral que al final se consumó, y el ministro fue relevado. 

A pesar de la lucha interna en el seno de la CGT entre los distintos sectores peronistas:
renovadores, ubaldinistas y miguelistas, la central obrera puso su acento en la oposición a la
política económica del ministro Sourrouille, que materializará –a pesar de las resistencias
apuntadas– con un rosario de paros generales, los que durante la gestión alfonsinista
llegaron a unos doce. Las dificultades con los sectores sindicales no amainaron a pesar de
una aparente progresiva flexibilidad en la posición del gobierno. Tampoco disminuyeron las
pujas internas dentro de la CGT, acicateadas por la lucha entre Cafiero y Menem por lograr
el liderazgo justicialista de cara a las elecciones presidenciales de 1989.
En el ámbito económico-financiero 

La herencia que recibió Alfonsín en esta materia no fue envidiable. Un Estado


sobredimensionado y unas finanzas públicas deficitarias; una inflación crónica; una deuda
externa creciente, asfixiante; el aparato productivo anémico; la especulación financiera
dominando el panorama; clases bajas en dificultades. 

Luego de su fallida embestida contra el frente sindical, Alfonsín intentó una política de
concertación con los sectores empresariales y sindicales que se sobrellevó hasta la renuncia
de su primer ministro de economía Bernardo Grinspun, a principios de 1985. Los remedios
gradualistas caseros de éste, tendientes a controlar las variables mediante regulación de
precios, tasas de interés y tarifas públicas; el intento de arreglo con el Fondo Monetario; el
pago de la deuda externa que se considerara justa; ajustes salariales en consonancia con la
inflación, aunque en menor escala, para evitar desbordes; y demás medidas, terminaron en
fracasos. 

El recrudecimiento del proceso inflacionario y el alza del costo de la vida consiguiente,


obligó al presidente a un relevo ministerial, designando a Juan Vital Sourrouille en tal
crucial conducción de la economía. éste confiaba en que con el alza del volumen de las
exportaciones y el subsiguiente superávit en la balanza comercial, se generarían fondos para
pagar la deuda externa, se posibilitarían inversiones que animaran el aparato productivo y
con esto se generarían puestos de trabajo con salarios retributivos en alza. Sus convicciones
y esperanzas, muy atinadas, chocaron con los objetivos de una Comunidad Económica
Europea que continuaba protegiendo su producción primaria, y compitiendo con la nuestra
en otros mercados. A ello se sumaba la incidencia en el deterioro de los términos del
intercambio entre nuestro país y los nucleados en dicha Comunidad, por los aumentos de
precios de lo que importábamos de ellos en relación con lo que le exportábamos. Mientras
tanto, el costo de la vida seguía subiendo, al igual que las tasas de interés, fenómeno éste,
que conspiraba contra la productividad. 

A Alfonsín y a su ministro no les quedó otro camino que el heroico, esto es, el de un
ajuste severo en las variables económicas: disminuir el déficit fiscal, pero asimismo
comprimir las ganancias de las empresas, y los salarios. De esta decisión surgió el Plan
Austral a mediados de 1985. Sintetizamos así como se estructuraba: 1°) Se daba a luz un
nuevo signo monetario, el austral, que le daba su denominación al Plan. Un austral, a partir
del 15 de junio de 1985, equivaldría a mil pesos argentinos de la anterior moneda, que
desaparecía sustituida por la nueva; 2°) Pero las paridades entre ambos signos monetarios,
en cuanto al pago de deudas de origen anterior a la fecha de entrada en vigor del plan, con
vencimientos posteriores al mismo, no serían lineales ni exactas, esto es, quedaban sujetas a
escalas de conversión. De tal manera que a quien le tocara recibir dinero en australes en
pago de una deuda anterior, pactada lógicamente en pesos argentinos, recibiría menos, todo
de acuerdo a las escalas de conversión que establecía el plan, originando lo que se denominó
desagio. A favor de éste se argumentaba que al deudor le sería más costoso hacer los pagos
con vencimientos posteriores a esa fecha, que debía hacerlos en australes, que en el caso de
continuar haciéndolo en los pesos argentinos, sujetos como estaban éstos a la inflación, que
ahora con el Plan se venía a detener, y por ello, a la inversa, sin el desagio, el acreedor se
hubiese beneficiado indebidamente recibiendo el pago en australes. No obstante, para
tomar esta decisión, el poder ejecutivo no solicitó la aprobación del Congreso, como
tampoco para producir el cambio de signo monetario –ambas, atribuciones constitucionales
de aquel– por lo que dichas medidas fueron tachadas de inconstitucionales, especialmente
la primera, pues afectaba el peculio de muchos, por ejemplo, al restar a los ahorristas en
plazo fijo bancario un porcentaje que consideraban de su propiedad, inviolable, según el
resguardo establecido en el artículo 17 del texto constitucional; 3°) Preventivamente, antes
de anunciar el Plan, el gobierno hizo una buena emisión de billetes, y aumentó impuestos,
tarifas de servicios públicos y tipo de cambio, que la critica interpretó como un buen
reaseguro frente a las promesas de no emitir y del congelamiento de las variables; 4°) Se
reduciría drásticamente el déficit fiscal con el aumento de la presión tributaria y un
cercenamiento del gasto público; 5°) Se congelarían precios, salarios y tarifas, aunque estas
últimas, como se ha dicho, convenientemente aumentadas. 

El presidente habló de «economía de guerra», dando una sensación de inflexibilidad


frente al grave evento en esa materia; las medidas fueron recibidas con expectativas en
general favorables por la población, en la que a veces sobra la sensatez que falta en la
dirigencia. Hubo además otras decisiones complementarias. Con el Plan Houston,
denominación que se le dio por el lugar donde se iba a anunciar, se perseguía atraer
inversiones extranjeras en materia de extracción petrolífera, a las que se les otorgarían
franquicias a las mismas, política ésta, que la UCR había repudiado en tiempos de Frondizi.
Además se propuso un plan de privatizaciones de servicios públicos que venía prestando el
Estado, a través de empresas como Gas del Estado, Agua y Energía, Ferrocarriles,
Aerolíneas Argentinas, en forma deficitaria e ineficiente. 

El Plan Austral obtuvo resultados auspiciosos en la primera etapa de su vigencia,


especialmente en cuanto a la disminución considerable de la inflación, lo que produjo un
alivio en el país que le permitió al radicalismo triunfar en las elecciones de fines de 1985.
Pero casi inmediatamente después de este evento, comenzó a visualizarse la falta de firmeza
oficial ante el pedido empresarial de aumento en bienes de consumo, que fue admitido en
algunos rubros, hizo que la inflación comenzara a trepar nuevamente, mientras los salarios
permanecían congelados. En materia de emisión monetaria también empezó a abandonarse
la pauta de austeridad prometida. La reactivación que habría de operarse con las divisas
producidas con el aumento de las exportaciones, tampoco aconteció, al no generarse tal
incremento. Lo cierto es que el dólar, en el segundo semestre de 1986, aumentó su valor en
un 70%, mientras el costo de vida lo hacía en un 80%. No mejoró el panorama en 1987, y
ello le significó al partido del gobierno, con otras causas gravitantes, su derrota electoral en
septiembre de ese año. 

Ante la declinación del Plan Austral y ante la perspectiva electoral, se lo había


intentado «retocar», sin resultados, aunque como veremos, tampoco los obtuvo el «Plan
Primavera», implementado en la segunda parte de 1988, un ajuste destinado a controlar la
variable inflacionaria que el termómetro del dólar denunciaba fatalmente. 

En abril de 1988 el costo de vida había subido un 17,2% y en los doce meses anteriores
el índice de precios minoristas lo había hecho en un impresionante 247,6%. El que fue a ser
candidato presidencial por el radicalismo en las elecciones de 1989, sostenía en mayo de
1988 que la «inflación está en un índice insoportable» que permita a «la gente desarrollarse,
pues hoy no puede llegar a fin de mes con el sueldo que percibe» 1208. En agosto se produjo
una suba de las tarifas de servicios públicos del 30%, con lo que se buscaba equilibrar las
cuentas fiscales, produciéndose una consecuente remarcación de los precios. La situación de
los asalariados, se fue tornando cada vez más insoportable. La escalada del dólar y la espiral
inflacionaria parecían imparables. 

En febrero de 1989, el Plan Primavera, instrumentado con el objeto de facilitar el


papel de la UCR en las cercanas elecciones presidenciales de 1989, se derrumbó
estrepitosamente, dando la señal correspondiente el propio ministro Sourrouille al informar
al presidente la imposibilidad de frenar al dólar en su vertiginosa carrera, dado que los
grandes exportadores se negaban a liquidar en el mercado de divisas las sumas obtenidas en
esa moneda como producto de sus ventas al exterior. Retener dólares era el reaseguro que
buscaban frente al descalabro que se avizoraba. Alfonsín, cuya administración no pagaba a
su vencimiento los compromisos atinentes a nuestra deuda externa desde abril de 1988,
acudió pidiendo paliativos al Comité de Bancos Acreedores, por un lado, y préstamos al
Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial, interesando en esto último al propio
presidente de los EEUU, George Bush, sin resultado positivo alguno  1209. No quedaban
remedios a la vista ni el propio relevo de Sourrouille (fines de marzo). 

Las aspirinas del ministro sustituto, Juan Carlos Pugliese, no mejoraron al enfermo,
que entonces entró en colapso: pérdida del poder adquisitivo del salario en un 60% respecto
del que tenía al asumir Alfonsín; «la loca escalada del dólar» según palabras del propio
Pugliese 1210; derrota electoral en las elecciones presidenciales del 14 de mayo;
hiperinflación; desabastecimiento en productos de primera necesidad; saqueo de
supermercados y casas de comercio; agresión a edificios públicos; caos en las calles de
Rosario, Córdoba, Capital Federal, Gran Buenos Aires, Mendoza; estado de sitio. Con este
trasfondo, ¿podría terminar su período el presidente Alfonsín que había iniciado el mismo
con tanto ímpetu?

La educación 

No creemos faltar a la objetividad expresando que el alfonsinismo, en materia


educativa, siempre mostró su tendencia laicista. Y que en cuanto a la enseñanza superior ha
abrazado, in totum, los principios de la reforma universitaria, de cuyo cauce ha sabido
recoger gran parte de su dirigencia. Su reserva respecto de la enseñanza privada son
notorios, postura colindante con el monopolio estatal respecto de la educación. Ingreso
irrestricto, gratuidad del servicio educativo, y con ello aumento considerable del
presupuesto en esa materia, son pilares maestros de su posición. Estímulo a la libre
formación de centros de estudiantes, aun en el nivel medio, es capítulo importante de su
propuesta. 

Hemos visto que 1984 y 1985 fueron años en que el proyecto de Alfonsín pareció
alcanzar su mejor nivel. En esos años, disparó buena parte de la carga reformadora que traía
en sus alforjas la corriente vencedora en 1983. Aprovechando que en 1984 se cumplía el
centenario de la ley 1420, paradigma por su laicismo de los ideales sarmientinos que el
alfonsinismo compartía, el presidente propuso la realización de un nuevo Congreso
Pedagógico que abordara la actual problemática educativa. 

Alfonsín presentó un proyecto de ley convocando a ese nuevo Congreso, evocando


todo lo que el primero había hecho, con estas palabras: «Hace cien años nacía a la vida
institucional de la República la ley 1420; la precedieron profundos y esclarecedores debates
no sólo parlamentarios sino también técnico-docentes como los que registró el Congreso
Pedagógico de 1882. A partir de su vigencia el país conquistó prestigio en el escenario
educativo del mundo; la educación popular y sus principios inherentes de igualdad y
gratuidad avanzaron sobre el analfabetismo y nos dieron una jerarquía cultural que no
habían alcanzado aun muchos países de la Tierra». Luego de hacer mención elogiosa de la
Reforma Universitaria de 1918, el presidente se refirió a la crisis actual por la que pasaba
todo el proceso educativo argentino, y a la necesidad de convocar a todas las expresiones del
pensamiento tanto político como pedagógico, para un análisis profundo de la situación y
estructurar un sistema armónico que superase esa crisis. 

Las expresiones referidas a la ley n� 1420 son aceptables en cuanto contribuyó al


avance de la alfabetización, aunque en otros campos, como el de la formación en el
conocimiento y práctica de los valores fundamentales, dicha ley, en nuestro concepto,
significó un notorio retroceso. Los hombres de Mayo, Moreno, Saavedra, Belgrano, San
Martín, no programaron una enseñanza laica. ésta, pues, no forma parte de nuestra
verdadera tradición en esa materia tan sensible, desarrollada desde el siglo XVI en adelante.
Alfonsín apuntaba como graves males de nuestra realidad educativa «índices de
analfabetismo y deserción escolar desdorosos» 1250. No obstante existen peores, como
escamotearle a niños y jóvenes la formación clásica e histórica y el conocimiento de los
principios rectores a que deben ajustar su conducta moral y espiritual. 

Así se dictó la ley n� 23.114 en septiembre de 1984, con el voto unánime de diputados
y senadores, convocando a estudiantes, padres, cooperadoras escolares, gremialistas,
docentes, especialistas en ciencias de la educación, partidos políticos, organizaciones
sociales y pueblo en general, a pensar el tema de la educación, encarar sus problemas,
plantear soluciones y asesorar a los poderes del Estado en tales cuestiones. Se encargaba a
una Comisión Organizadora Nacional del Congreso, presidida por el ministro del ramo e
integrada por miembros del poder legislativo nacional y representantes de los poderes
ejecutivos de las provincias, regentear sus actividades. 
Estas se desarrollaron entre septiembre de 1984, fecha de sanción de la ley, y la época
de la reunión de la Asamblea Nacional realizada en Embalse Río Tercero entre el 27 de
febrero y el 6 de marzo de 1988; tres años y medio de labor, pues. La organización del
Congreso, en cada provincia, Capital Federal y territorio de Tierra del Fuego, estuvo a cargo
de los gobiernos provinciales, municipalidad de Buenos Aires y gobierno del territorio
mencionado. Ellos formaron en cada una de las veinticuatro jurisdicciones una Comisión
Organizadora, jurisdiccional y una Asamblea Pedagógica jurisdiccional. Cada una de las
áreas territoriales dispuso la creación de un número de zonas locales en las que se
desarrollarían asambleas pedagógicas de base de las que podían participar personas
mayores de quince años residentes en ellas que sacarían sus conclusiones. Y así, cada
Asamblea Pedagógica Jurisdiccional, integrada por representantes de las asambleas de base
de cada provincia, a su vez, elaboraría sus propuestas y designaría sus representantes que
las presentarían en la Asamblea Nacional.

En la actividad del Congreso a nivel local, se observó una relativa participación


popular, especialmente en lo vinculado a la canalización vía partidos políticos y asociaciones
gremiales docentes. Los partidos políticos, acuciados por la frondosa actividad electoral, y
en el caso del radicalismo, por el avance de la crisis económico-social, no se ocuparon
demasiado, en el caso de los docentes y sus organizaciones gremiales, por estar absortos
ante su grave problemática salarial y consiguiente gimnasia huelguísta. Aunque ambas
situaciones, como es obvio, no exculpan ni a unos ni a otros dada la trascendencia de la
materia educativa en debate. 

Ciñéndonos en nuestro panorama a la Asamblea Nacional, colofón del Congreso,


realizada en 1988 con trescientos miembros que representaban a las veinticuatro
jurisdicciones señaladas –elegidos en las correspondientes Asambleas Pedagógicas
jurisdiccionales– señalaremos –siguiendo cómputos hechos por Emilio F. Mignone– que
del total de los participantes, «la primera minoría la constituía el bloque católico, con un
centenar de representantes, exactamente la tercera parte, a quien Rouillón, en el artículo
citado, describe como «alineados con la enseñanza libre y los valores religiosos,
independientemente de agrupamientos partidarios». Cabe señalar que la expresión
enseñanza libre equivale a la defensa del subsidio estatal a las escuelas privadas, que es el
punto de política educativa en discusión. Alrededor de setenta integrantes de la Asamblea se
reconocían como peronistas. La mayor parte de ellos se agruparon en las cuestiones
decisivas con la primera minoría, no sin concesiones mutuas. Entre los Justicialistas se
advertía una diferencia: mientras los de las provincias del norte, oeste y centro se inclinaban
por la posición descripta, los de la Patagonia apoyaron actitudes estatistas. Los radicales,
con propuestas moderadas y transacciones, pero derivadas de la tradición liberal-laicista,
alcanzaron a sesenta y cinco; los democristianos, partidarios, aunque con recaudos, de la
enseñanza libre, eran catorce; y los miembros del Partido Intransigente, rigurosamente
estatistas, alcanzaron a once. La cuarentena restante estaba formada por los llamados
independientes, en su mayoría férreamente partidarios del monopolio estatal de la
enseñanza; por algunos liberales, sostenedores de la privatización a ultranza; y por unos
pocos marxistas dé diversas capillas»1251. 
No es de extrañar entonces que las conclusiones, según Julio César Labaké, destacado
miembro de esa Asamblea Nacional, coincidieran «en la centralidad de la persona humana y
una concepción de la misma que supera todo intento de reduccionismo, incluida la
dimensión religiosa de su trascendencia («según sus propias opciones»); la educación
concebida como educación integral que responde a todas las dimensiones de la persona; el
rol protagónico y primordial de la familia en la responsabilidad de educar y la misión del
Estado de hacerlo posible para todas las familias, como gestor del bien común; el rescate del
indiscutido derecho de los padres a elegir el tipo de educación para sus hijos y de crear las
instituciones acordes con sus ideales; el deber del Estado, en razón de justicia, de
subvencionar la educación pública de gestión privada que esté encuadrada en los principios
de justicia social. Tampoco quedó descartada la posibilidad y el derecho de los padres de
encontrar esa dimensión religiosa, como parte de la educación integral, en las escuelas
públicas de gestión estatal». Labaké destacó el consenso unánime sobre la concepción de la
persona «considerada como tal desde el momento mismo de la concepción y el evidente
rechazo del relativismo absoluto y del agnosticismo finalmente nihilistas», como «del
estatismo en educación; del individualismo y toda supuesta versión colectiva; del
enciclopedismo; del positivismo; del racionalismo intelectualista abstracto; de las formas de
lucha dialéctica en el proceso social; de toda forma de dependencia despersonalizante; del
laicismo como prescindencia de lo religioso, de toda forma de dogmatismo, tanto en nombre
del ateísmo, del materialismo, como de lo religioso. También quedó en claro, sobre el
concepto y compromiso con la liberación, que comienza por ser liberación personal
(interior), de todo aquello que desde dentro del mismo hombre degrada su vida» 1252. La cita
ha sido larga, pero es conveniente que el lector mida el alto, el largo y el ancho de estos
luminosos conceptos que Argentina presentaba como fruto de un pronunciamiento popular
tan relevante. 

Con este resultado, aprovechando que no era vinculante para los poderes públicos, era
de esperar que un sospechoso manto de silencio cayera sobre este pronunciamiento
democrático, surgido después de cuatro años de labor de un Congreso promovido por los
mismos que ahora intentaban relegarlo al desván del olvido. Actitud deplorable que sin
embargo habría de ir al fracaso en su estrategia, pues las conclusiones del Congreso
Pedagógico servirían para iluminar la Ley Federal de Educación que se dictaría durante el
período presidencial siguiente. 

En el campo de la enseñanza universitaria, Alfonsín fue sumamente presto en tomar


medidas que convirtieron a las casas de altos estudios en áreas de acción política intensa
con el fin de auspiciar la corriente partidaria que lideraba. Esto sigue ocurriendo en la
actualidad, lo que desvirtúa en buena medida la función específica de la educación superior,
que es la búsqueda de la sabiduría y de la ciencia, y no ser antesala, o ámbito mismo, de las
actividades que son propias del comité o de la unidad básica. 

Mediante un decreto del mismo diciembre de 1983, el gobierno intervino las


universidades nacionales, designando en cada una de ellas rectores normalizadores a
quienes, a su vez, les competía designar decanos del mismo carácter en cada facultad.
Además, en las distintas universidades se formaba un Consejo Superior Provisorio integrado
por el rector normalizador, los decanos y tres representantes de los respectivos centros de
estudiantes. Esto último nos parece reprobable: los alumnos, que deben ser dirigidos a la
obtención de la sabiduría y de la ciencia, dirigiendo ese proceso. Y nos parece aun más
contraproducente, que ese poder se le diera en el momento álgido de la reorganización de
esos centros del saber superior. 

Ese mismo decreto reconocía además, un solo centro de estudiantes por cada facultad,
una sola federación de centros por cada universidad, federación que a su vez se nucleaba en
una sola Federación Universitaria Argentina, lo que nos parece sencillamente
antidemocrático y contrario a una elemental libertad gremial. 

En junio de 1984 se sancionó la ley de normalización provisoria de las universidades


nacionales n° 23.068, que admitía la impugnación de los concursos de profesores realizados
durante el gobierno de facto anterior, y establecía el derecho a la reincorporación de
docentes y no docentes separados por algún motivo (cesantías, prescindencias o renuncias
por razones políticas, gremiales o conexas). Otra ley de septiembre de ese año, n° 23.115,
establecía toda una arbitrariedad jurídica: a los docentes que hubieran obtenido sus
cátedras por concurso y que tuviesen estabilidad en sus cargos en virtud de la ley n° 21.536,
dictada por el gobierno militar anterior, se los despojaba de tal carácter de confirmados en
sus cátedras, se los reducía al carácter de interinos y se los sometía a un nuevo concurso
cuando lo dispusiera la autoridad universitaria correspondiente. Resultaba un
desconocimiento de derechos adquiridos por profesores de larga y acrisolada actuación,
indigno de un régimen que alardeaba de ser democrático. 

Aquel cogobierno –con participación de alumnos y en algunos casos de no docentes–


el ingreso irrestricto y masivo, la falta de recursos para atender una población estudiantil
cada vez más nutrida, produjo efectos negativos. La extremada politización de los claustros,
a punto tal que, salvo raras excepciones, cada núcleo estudiantil respondiera a una
determinada militancia política partidaria, hizo que el nivel académico descendiera. La
deserción de muchos profesores de relevancia, unos por no poder soportar los sueldos bajos
que se pagaban y otros por sentirse desjerarquizados, afectó la enseñanza y la investigación
que cayeron en manos, en muchos casos, de notorias mediocridades. La falta de espacio
físico, de condiciones mínimas de orden e higiene en el mobiliario, de material didáctico
fundamental, paredes y demás enseres de los locales donde funcionan nuestras
universidades, fueron y son notorios y en algunos casos indignos, para sorpresa de personas
que accidentalmente visitan esos ámbitos. Además, un semillero de pleitos iniciados por
profesores en defensa de sus derechos ante los estrados judiciales, y la congestión
burocrática no resuelta en las facultades ante el alto número de alumnos ingresantes cada
año. Estos son los resultados de la política universitaria inaugurada en 1983 y que aún hoy
nos afectan. La apertura al pueblo de la universidad, siempre es deseable, pero esto, sin que
sufran desmedro los altos fines que ella persigue. La autoridad directiva y académica debe
surgir, invariablemente de la competencia y de la capacidad –y no de la demagogia– de
manera que la severa exigencia intelectual para todos excluya cualquier suerte de facilismo.
La libertad sin orden, sólo sirve para engendrar mediocridad y anarquía, y éstas son el caldo
de cultivo de la supresión de las libertades e instauración de los procesos hegemónicos. 
En cuanto al nivel de los estudios y la disciplina en la escuela media o secundaria,
recibió los embates de actitudes y medidas del gobierno –tomadas so pretexto de la lucha en
que se creía empeñado contra todo real o supuesto autoritarismo– dejaban traslucir su
cuota de demagogia. A la jerarquía de la actividad intelectual se le proporcionó un duro
golpe eliminándose la evaluación numérica del rendimiento de los estudiantes y la
consiguiente eximición de someterse a exámenes complementarios sólo en caso de alcanzar
el puntaje de siete en una escala de uno a diez. Se lo reemplazó por un errático y viscoso
sistema de calificación conceptual, culpable de un abrupto descenso en la resultante
concreta de la enseñanza. En la segunda parte del siglo XIX, este ciclo de la educación
abandonó la formación clásica, que enseñaba a expresarse con propiedad, a pensar, a
contemplar las verdades absolutas, y las relativas insertas en la historia de la comunidad
propia y de la humanidad; se transformó en una enseñanza enciclopedista, pletórica de
erudición pero flaca en sabiduría. Ahora dejaría de ser enciclopedista también. Nuestros
bachilleres egresan desprovistos de conocimientos elementales. 

Con la eliminación del régimen de amonestaciones y suspensiones, y la autorización de


la formación de centros de estudiantes, también sufrió la disciplina. Aquellas habían
permitido que prevaleciera un orden aceptable en nuestras escuelas en un ciclo de la
educación destinado a formar adolescentes, edad, como se sabe, sumamente difícil y
definida de la personalidad futura. Indudablemente, la comprensión y el amor juegan un rol
fundamental en la educación del hombre y de la mujer en su etapa de la pubertad, pero a
veces, la prudencia aconseja cierta firmeza y energía, que por cierto deben administrarse al
mismo tiempo que se hace reflexionar nuevamente al irreductible ante los primeros
consejos. Desde ya, se parte de la base que todo docente que no se maneja impelido por la
práctica activa de la virtud de la prudencia, no es apto para su oficio. 

Agrupaciones estudiantiles que colaboren en la formación física, intelectual, moral y


espiritual de los adolescentes, nos parecen positivas. Centros de estudiantes con
connotaciones políticas partidistas y de actividad contestataria, son un verdadero
despropósito. 

Política internacional 

En este ámbito, los zigzagueos de una administración demasiado apegada a prejuicios


ideológicos, obedecieron al mismo temperamento señalado en relación a las políticas para
las áreas castrense y sindical. Apuntando, como bien lo señala Melo, a resolver los
problemas de la deuda externa y de la soberanía sobre las Islas Malvinas, la cancillería
alfonsinista pensó en apoyarse en Europa Occidental, donde gobiernos como el español,
francés, italiano y otros, de tendencia socialdemócrata, aparecían como afines y simpáticos a
la cosmovisión del presidente, quien aspiraba a dicho apoyo para obtener consideraciones
de los organismos financieros internacionales en el caso de la deuda, como de Gran Bretaña
y de su respaldo norteamericano, respecto de la cuestión de Malvinas. Mas, debió tenerse
presente que el gobierno de M. Thatcher en aquella, y de R. Reagan en EEUU, eran de
tendencia conservadora. Esta táctica terminó en otro fiasco. 

La Comunidad Europea se manejaba en materia financiera en base a los dictámenes


del Fondo Monetario Internacional, organismo en el que ejerce fuerte influencia EEUU. De
tal manera, cuando nuestro gobierno apeló a los de Francia, Italia y Alemania Federal para
obtener refinanciación de la deuda externa e inversiones, estos gobiernos le expresaron que
era previo un acuerdo con el Fondo Monetario respecto de la política económica a seguir por
Argentina, para recién, luego, entablar negociaciones con los bancos privados 1253. Por ello
fue que, cuando el segundo ministro de economía de este período, Sounrouille, hubo de
ponerle fundamento a su plan Austral, fue necesario el acuerdo con el Fondo, hecho que
implicaba previamente mejorar las relaciones con el país del norte. Así se vería llegada la
hora del plan «Houston» y de las «relaciones maduras» con Norte América. 

No puede olvidarse que en los comienzos del período presidencial, nuestra cancillería
apuntaba nada menos que a interferir en actitudes concretas de esta potencia respecto al
área centroamericana, zona altamente sensible para ella, pues el sandinismo nicarag �ense,
de reconocida postura marxista, la enfrentaba. Para ello se arbitró la adhesión argentina al
grupo «Contadora», así llamado por haber surgido en 1983 de una reunión entre los
cancilleres de Colombia, México, Panamá y Venezuela en la isla panameña de Contadora.
Este grupo se fijó como meta el logro de la paz en América Central tratando de evitar que
Estados Unidos ejerciera intervención alguna en esa región. A esos efectos surgió el «Grupo
de los ocho», plegándose a los cinco anteriores también Brasil, Perú y Uruguay. A principios
de 1985 la dura realidad llevó a Alfonsín a abandonar sus devaneos con Contadora, el Grupo
de los ocho y el Movimiento de Países No Alineados. Había, tempranamente, advertido que
era el momento de acercarse al Fondo Monetario, al Banco Mundial y de alinearse con los
mismísimos EEUU 

Hemos hablado ya de la política de la cancillería en cuanto al problema del Beagle  1254.


En relación con nuestra otra grave cuestión territorial, la de las Malvinas, Alfonsín también
pensó en buscar apoyo en la Europa socialdemócrata. Esto le permitió obtener una inocua
votación favorable en la Asamblea General dé las Naciones Unidas, con la inclusión del
sufragio de Francia y Grecia que rompían la generalizada posición de veto de la Comunidad
Europea en esa cuestión. Pero las votaciones de dicha Asamblea ya se sabe que en la
práctica no pasan de un mero sentido declamatorio. La propuesta de la dura Thatcher de
eliminar la «zona de exclusión» establecida por Inglaterra alrededor de las Islas, a cambio
de que nuestro gobierno declarara el cese de hostilidades con nuestra contendiente, recibió
de la cancillería argentina un rotundo «no ha lugar». Esto le dio pie a Londres para tomar
medidas que no fueron líricas: fortificar militarmente las Islas y avanzar en la explotación
ictícola en el mar adyacente. En respuesta, a nuestra cancillería se le ocurrió la insensatez
diplomática de firmar convenios de pesca con la Unión Soviética y, su por entonces estado
satélite, Bulgaria, referido al mar territorial argentino próximo a las Malvinas. Tales actos,
que excedían el marco de la mera producción pesquera para pasar a comprometer el control
occidental sobre una zona crítica en el contrapunto entre ambos bloques mundiales –dicho
esto sin dejar de reconocer nuestro derecho soberano a firmar esos acuerdos, pero sin
desmedro de una elemental prudencia en cuanto a tiempo y modo– provocó la reacción de
EEUU, e Inglaterra, aprovechando la oportunidad servida en bandeja, en octubre de 1986
declaró unilateralmente «Zona de Administración y Conservación Pesquera» provisoria a
un área de 200 millas alrededor del archipiélago, concediendo numerosos permisos de
pesca en la misma. Y por supuesto, esto fortaleció la postura de Londres en los foros
internacionales, en cuanto a no admitirse que se insertara la cuestión de la soberanía en
posibles negociaciones con Buenos Aires. 

La creación del «Grupo de los seis’’ conjuntamente con Méjico, Grecia, Suecia,
Tanzania e India, tendiente a lograr la paz mundial y el desarme nuclear, enjuiciando de
paso a EEUU, Francia, Gran Bretaña, Unión Soviética y China, fue otro inoperante y
temerario paso dado por una conducción internacional jactanciosa, que olvidaba el
apotegma de que la política es el arte de lo posible. 

Se completa el cuadro de nuestra política internacional de esos años, con una


estentórea defensa de los derechos humanos en los foros de opinión pública del planeta.
Esta ponderó elogiosamente nuestros esfuerzos en tal sentido, pero sin que ello nos trajera
aparejados avances en aspectos relativos a nuestros intereses concretos.

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