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Tercera oleada revolucionaria: “la primavera de los pueblos” (1848)

La revolución de 1848 en Francia se produce por la confluencia de una serie de


desequilibrios:

Crisis económica de 1846/47 de origen agrícola (fracaso de las cosechas de


trigo y papas, al igual de lo ocurrido antes de las revoluciones de 1789 y
1830).
Crisis financiera que también afecta a la industria y al comercio.
Crecimiento demográfico que agrava los efectos de la situación anterior.
Las clases populares, principales víctimas de las dificultades económicas se
agitan y conducen a la crisis social.
Antagonismos sociales con el conflicto entre la nobleza y la burguesía.
Falta de apoyo de la burguesía al gobierno de Luis Felipe de Orleans que ya
no le ofrece garantías ni seguridad.
Consolidación y difusión del Liberalismo y del Romanticismo con su crítica al
pensamiento conservador.
Crisis política que conduce al estallido de la revolución.

La gran burguesía se ha convertido en la única dueña del poder económico, político


y social y por ello la monarquía de Luis Felipe de Orleans se ha quedado en el
transcurso del período que va de 1830 a 1848, sólo con el respaldo de la alta
burguesía. Por la defensa egoísta de sus intereses se llega a los acontecimientos de
1848.

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El hecho desencadenante es la prohibición por parte del ministro François Guizot de
un banquete, organizado por la oposición al gobierno. La burguesía siente afectado
su derecho de reunión y los sectores populares se movilizan y manifiestan en las
calles. El ministro renuncia y el rey abdica, intentando organizar una regencia, pero
el movimiento burgués revolucionario forma un gobierno provisional que proclama
la República, el 25 de febrero de 1848, poniendo fin a la monarquía que gobernaba
desde julio de 1830 e iniciándose el ciclo revolucionario burgués-liberal en el
continente europeo.

Veamos ahora lo sustancial de la Revolución en Francia, para luego examinar su


expansión por Europa y analizar los caracteres comunes y distintivos que adquiere
en cada zona.

La II República Francesa (la I fue la jacobina, de 1793 a 1795) puede articularse en


una serie de fases a través de las cuales el proceso revolucionario, en una dinámica
sucesión de hechos políticos y fuerzas sociales, gira desde la revolución burguesa y
popular de 1848 hacia el autoritarismo napoleónico, implantado en 1851 con el
segundo Imperio francés.

Fases de la II República:

1. Desde febrero de 1848 a mayo del mismo año, con el establecimiento del
gobierno provisional, integrado por republicanos como Alfonso de Lamartine
y socialistas como Luis Blanc e inclusive un obrero. Cada partido interpreta
la nueva república a su manera y se adoptan medidas democráticas:

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Sufragio universal masculino, libertad de prensa y de reunión, y garantía de
trabajo con la reapertura de los Talleres Nacionales.

2. Desde mayo de 1848 a mayo de 1849, transcurre la segunda fase


revolucionaria con la formación de la república burguesa y moderada y su
triunfo sobre la fuerza social de obreros y socialistas que imprimieron su
carácter a la revolución de febrero. En este período se reúne la Asamblea
Nacional Constituyente, en la que son mayoría los burgueses moderados y
conservadores, hostiles al proletariado y que pretenden desplazar del
gobierno a los socialistas.

Ante la nueva supresión de los Talleres Nacionales, los obreros se rebelan y


son duramente reprimidos. Se elabora una constitución favorable a los
intereses de la burguesía moderada, con sufragio limitado y con la división
tripartita de poderes: el Ejecutivo, en manos de un Presidente, el Legislativo
a cargo de una Asamblea y el Poder Judicial en manos de Jueces, en teoría
independientes. En diciembre de 1848 es elegido Presidente de la II
República Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón, candidato
conservador. Desde esa fecha y hasta mayo de 1849, en que se disuelve la
Constituyente, se vive el ocaso, la decadencia de la burguesía moderada
que tras dominar al proletariado y a los burgueses demócratas se ven
dominados, a su vez, por la alta burguesía, monárquica y conservadora,
aliada al bonapartismo, con lo cual también fracasa esta Republica
moderada.

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3. Desde mayo de 1849 a diciembre de 1851, es la fase de la República
constitucional, en la que predomina el “partido del orden”, integrado por
conservadores, monárquicos y bonapartistas, y que aunque controlan el
poder se debaten en continuas crisis: se dan leyes restrictivas del voto, con
una nueva ley electoral, de la prensa y de enseñanza.

Se producen enfrentamientos internos en el partido gobernante y entre éste


y el Presidente, quien aparece como la única garantía capaz de restablecer
el orden necesario entre la reacción de derecha y el peligro revolucionario
de izquierda. En esta situación, el 2 de diciembre de 1851, Luis Napoleón,
emulando a su tío, da el golpe de Estado que pone fin a la II República,
nacida de la revolución de 1848, y abre la etapa conocida como el II Imperio
hasta 1870, en el que claramente estamos en presencia de un régimen
dictatorial personalizado en la figura de Luis Napoleón.

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Las Revoluciones de 1848 en Europa

En la historia del mundo moderno se han dado muchas revoluciones mayores y gran
cantidad de ellas con mucho éxito. Sin embargo, ninguna se extendió con tanta
rapidez y amplitud como la revolución iniciada en 1848 en Francia. Según Eric
Hobsbawm “se propagó como un incendio, a través de fronteras, países e incluso
océanos”.

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En aquel tiempo, el servicio informativo más rápido de que disponía un grande (por
ejemplo la banca Rothschild) era incapaz de llevar las noticias de París a Viena en
menos de cinco días. En cuestión de semanas, no se mantenía ninguno de los
gobiernos comprendidos en una zona de Europa ocupada hoy por todos o parte de
diez Estados: Francia, Austria, Italia, Alemania occidental, Alemania oriental, la
antigua Checoslovaquia (hoy la República Checa y Eslovaquia), Hungría, parte de
Polonia, Rumania y la antigua Yugoslavia (hoy Eslovenia, Croacia, Bosnia y
Herzegovina, Macedonia, Montenegro y Serbia). Los efectos políticos de la
revolución pueden considerarse igualmente graves en Bélgica, Suiza y Dinamarca.

Por otra parte, 1848 es la primera revolución potencialmente mundial, cuya


influencia directa puede detectarse en la insurrección de Pernambuco (Brasil) y unos
cuantos años después en Colombia.

En cierto sentido constituyó el paradigma de la “revolución mundial”, con la que a


partir de entonces soñaron los rebeldes. La revolución de 1848 es la única que afecta
a todas las zonas desarrolladas del continente europeo, como también a las
atrasadas. Es la revolución más extendida y la de menos éxito. A los 6 meses de
comenzada, ya se predice su universal fracaso; a los 18, ya se habían reobrado
todos, menos uno, de los regímenes derrocados, y la excepción (la II República
francesa) se alejaba cada vez más de la insurrección que le había dado origen.

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La zona revolucionaria, compuesta esencialmente por Francia; la Confederación
Alemana; el Imperio Autro-Húngaro, que se extendía hasta el sudeste europeo, e
Italia, era bastante heterogénea ya que comprendía regiones tan atrasadas y
diferentes como Calabria (sudoeste de Italia) y Transilvania (Europa central), tan
desarrolladas como Renania y Sajonia, tan lejanas entre sí como Perpiñan (Francia)
y Bucarest (Rumania).

La mayoría de estos países se hallaban gobernadas por monarcas o príncipes


absolutos, pero Francia ya era un reino constitucional y burgués, y la única República
efectiva del continente era la Confederación Suiza que estaba en guerra desde 1847.
En número de habitantes, los Estados afectados por la revolución oscilaban entre

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los 30.000.000 de Francia y los pocos miles que vivían en los principados de
Alemania central.

En cuanto a status, iban desde los grandes poderes independientes hasta las
provincias o satélites con gobierno extranjero; y en cuanto a estructura, desde la
centralizada y uniforme hasta la mezcla indeterminada.

La estructura socio-económica y la política dividieron la zona revolucionaria en dos


partes, cuyos extremos parecían tener muy poco en común.

Era común la preponderancia sustancial del hombre rural sobre el hombre de


ciudad. Pero en Europa occidental, los campesinos eran legalmente libres (en
Inglaterra desde fines del siglo XVII y en Francia desde 1789). En cambio, en
muchas de las regiones de Europa oriental, los labriegos seguían siendo
siervos y los nobles terratenientes tenían muy concentrada la propiedad de
la tierra.
En Europa occidental, pertenecían a la clase media, banqueros, comerciantes,
empresarios, profesionales liberales y funcionarios de rango superior (entre
ellos los profesores), si bien algunos de estos individuos se autopercibían
miembros de una clase superior, como la alta burguesía, dispuesta a competir
con la nobleza, al menos en los gastos.
En Europa oriental, el verdadero equivalente de la clase media era el sector
educador y de mentalidad negociadora de los hacendados rurales y los nobles
de menor categoría.

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La zona central desde Prusia hasta la Italia norte-céntrica (corazón del área
revolucionaria) era una combinación de regiones desarrolladas y subdesarrolladas.

Desde el punto de vista político, la zona revolucionaria era también heterogénea. A


excepción de Francia, no sólo se disputaba el contenido político y social de los
Estados, sino su misma existencia. Alemanes e italianos se esforzaban por lograr la
unidad de sus respectivas naciones y en ese intento incluían en sus proyectos
unificadores a pueblos que no eran ni se consideraban alemanes o italianos, como
los checos.

Veamos ahora cuáles fueron las características comunes que tuvieron estas
revoluciones que Hobsbawm, un tanto románticamente, denomina la “primavera de
los pueblos”. Primavera porque duraron una estación y de los pueblos, porque
fueron éstos sus verdaderos protagonistas.

Ocurrieron simultáneamente. Prosperaron y se debilitaron con rapidez, y en


la mayoría de los casos de manera total. Durante los primeros meses fueron
barridos todos los gobiernos de la zona revolucionaria. Se desplomaron o se
retiraron sin oponer resistencia. Al cabo de un período relativamente breve,
la revolución perdió iniciativa en todos lados: en Francia a fines de abril; en
el resto de la Europa revolucionaria durante el verano, aunque conservó cierta
capacidad de contra-ataque en Viena, Hungría e Italia, hasta que a mediados
de 1849 también fueron reconquistadas por las fuerzas conservadoras.
Con la única excepción de Francia, los antiguos gobiernos habían recuperado
el poder, y en algunos casos, como el del Imperio Austro-Húngaro, con mayor

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autoridad que nunca, a tal punto que los revolucionarios debieron dispersarse
en el exilio.

Con la excepción de Francia, virtualmente todos los cambios institucionales,


políticos y sociales de esa primavera del 48 pronto desaparecieron. Hubo un
gran y único cambio irreversible: la abolición de la servidumbre en Austria-
Hungría y en algunos territorios que a partir de 1870 integrarían la Alemania
unificada.
Tenían un estilo común, estaban envueltas en una atmósfera de romanticismo
y utopía. Hobsbawm dice que cualquier historiador reconoce a los
revolucionarios por “las barbas, las chalinas y los sombreros de ala ancha de
los militantes, los tricolores, las barricadas, el sentido inicial de liberación, de
inmensa esperanza y de confusión optimista”.
Fueron revoluciones sociales de los trabajadores pobres. Fueron ellos quienes
murieron en las barricadas urbanas. Era su hambre la que potenciaba las
demostraciones que se convertían en revoluciones. Los terratenientes
temerosos de que la agitación se extendiera a las zonas rurales, donde ya los
campesinos se levantaban en insurrecciones, decidieron abolir, como ya
dijimos, la servidumbre, los trabajos forzados y otras obligaciones feudales.

La revolución de 1848 en Francia no sólo la hizo el proletariado, sino que la concibió


como consciente revolución social. Su objetivo no era ya simplemente instaurar una
república, sino una república democrática y social. Buena parte de sus dirigentes
eran socialistas y su gobierno provisional incluyó un obrero de verdad, un mecánico.

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Había dudas sobre si la bandera debía ser la tricolor francesa o la roja de la revuelta
social.

¿Por qué fracasaron las revoluciones de 1848?

Porque la confrontación decisiva no fue entre los viejos regímenes y las unidas
“fuerzas del progreso”, sino entre el orden y la revolución social. La confrontación
crucial no fue la de París en febrero que costó 370 vidas, sino la de París en junio,
cuando los obreros ante el cierre de los talleres nacionales y manipulados para que
pareciera una insurrección aparte, fueron derrotados y asesinados en masa.

La revolución sólo mantuvo su ímpetu allí donde los radicales eran lo bastante
fuertes y se hallaban los suficientemente vinculados al movimiento popular como
para arrastrar consigo a los moderados, o bien no necesitarlos. Esta situación se
registraba en aquellos países en los que el problema crucial era la liberación nacional
o bien la unificación, objetivos que requerían la permanente movilización de las
masas. Esta es la causa por la cual la revolución duró más en Hungría y en Italia.

Los hechos de 1848 revelaron que, cuando había una amenaza a su propiedad, la
burguesía prefería el orden y la seguridad antes que la oportunidad de llevar a cabo
todo su programa. Enfrentados a la revolución social, la revolución roja, los liberales
moderados y los conservadores, se unían en un nuevo “partido del orden”. Es decir
daban el famoso “giro a la derecha” del que habla Hobsbawm.

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Por su parte, los regímenes conservadores restaurados estaban dispuestos a hacer
concesiones al liberalismo económico (laissez faire/dejar hacer), legal e incluso
cultural de los hombres de negocios, siempre y cuando no se pretendieran nuevas
conquistas en el terreno político.

En 1848/49 los burgueses moderados hicieron dos descubrimientos:

1) Que la revolución era peligrosa.


2) Algunas de sus demandas, en particular las económicas podían satisfacerse sin
la revolución, es decir a través del consenso.

La Revolución de 1848 es la última de las revoluciones burguesas, después de casi


un siglo, la burguesía dejaba de ser una clase revolucionaria. Este rol lo asumiría
a partir de este momento el proletariado, que ya había adquirido conciencia de
clase y había comenzado a organizarse.

No es casual que en ese mismo año, 1848, se publica, la primera versión del
Manifiesto Comunista, conformado por los pensamientos de Karl Marx y de Friedrich
Engels en materia política, económica y sociológica. Esta publicación es entendida
como una de las obras económicas y políticas más influyentes en la historia, además
de erigirse como la base fundamental del socialismo y del comunismo científico.

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