Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
I.
El objetivo principal de las potencias tras 1815 era evitar una segunda Revolución francesa,
o la catástrofe todavía peor de una revolución europea general según el modelo de la
francesa.
La primera oleada revolucionaria tuvo carácter mediterráneo: Grecia, España y Nápoles,
entre 1820 y 1821. La segunda reavivó los ánimos de independencia sudamericana.
Bolívar, San Martín y O’Higgins liberaron la Gran Colombia, Perú y Argentina. Iturbe hizo
lo propio con México y Brasil se separó sin más problemas de Portugal. Las grandes
potencias las reconocieron rápidamente, pero Inglaterra, además, concertando tratados
económicos. La segunda oleada fue más amplia aún. Todas las tierras al oeste de Rusia
sufrieron alzamientos. Bélgica se independizó de Holanda en 1830, Polonia fue reprimida,
pero en Italia y Alemania hubo graves convulsiones, el liberalismo triunfó en Suiza, España
y Portugal padecieron guerras civiles e Inglaterra tuvo que aceptar la secesión religiosa de
Irlanda: el catolicismo había sido legalizado. Esto derivó en la definitiva derrota de la
aristocracia para dar paso a una clase dirigente de “gran burguesía” con instituciones
liberales bajo una monarquía constitucional al estilo de 1791, pero con privilegios más
restringidos. El EE.UU. de Jackson fue más allá: extendió el voto a los pequeños granjeros
y los pobres de las ciudades. Pero hubo consecuencias aún más graves: los movimientos
nacionalistas y de la clase trabajadora.
La tercera “gran ola” fue la “primavera de los pueblos” de 1848, cuando la revolución
mundial soñada por los rebeldes estuvo más cerca que nunca. Estalló y triunfo en casi toda
Europa.
II.
Las revoluciones, dependiendo de su origen:
Liberales (franco-española): con su modelo en la revolución y el sistema de 1791.
La monarquía sería parlamentaria y sus votantes restringidos por sus ganancias.
Radicales (inglesa): cuya inspiración encuentra eco en la revolución de 1792-1793,
jacobina, cuyo ideal es una república democrática hacia el “estado de bienestar”.
Socialista (anglo-francesa): toman las directrices de las revoluciones
postermidorianas, entre las que cabe destacar la protagonizada por Babeuf en 1796,
con un carácter comunista, en la línea de Sant-Just.
Pero todas tenían algo en común: la lucha contra la monarquía absoluta, la Iglesia y la
aristocracia… o dicho de otro modo, aborrecían los regímenes de 1815 y lucharon contra
ellos por distintas vías, como hemos visto.
III.
Entre 1815 y 1830 aún no existía una clase trabajadora como tal. Solo las personas reunidas
en torno a las ideas owenistas o “Los seis puntos de la Carta del pueblo” (Sufragio
universal, voto por papeleta, igualdad de distritos electorales, pago a los miembros del
Parlamento, Parlamentos anuales, abolición de la condición de propietarios para los
candidatos) empezaban a mostrarse algo más radicales. Los discursos de Paine aún
insuflaban aliento y también los escritos de Bentham. El deseo de luchar conjuntamente
contra el zar y las naciones organizadas bajo su amparo contra las posibles insurrecciones,
favoreció la creación de grupos organizados de reacción liberal. Todas tendían a adoptar el
mismo tipo de organización revolucionaria o incluso la misma organización: la hermandad
insurreccional secreta. La más conocida es la de los carbonarios, que actuaron sobre todo
entre 1820-1821 y la de los decembristas. Desde 1806, de un modo latente, se reforzaron
hasta que se presentó el momento apropiado: 1820. Muchas fueron destruidas en 1823, pero
una triunfó: Grecia 1821, la cual sirvió de inspiración en los años siguientes. Las
revoluciones de 1830 mostraron abiertamente el desasosiego económico y social. Los
revolucionarios se ciñeron a los modelos de 1789 y no tanto a las sociedades secretas.
Además, el capitalismo empobrecía a los trabajadores que se comenzaron a sentir
miembros integrantes de una clase: la clase trabajadora. Un movimiento revolucionario
proletario-socialista empezó su existencia. En estas fechas los liberales habían pasado de
ser oposición al Antiguo Régimen a ocupar un escalafón en la política de sus países o, al
menos, a presionar a los moderados. Esta fue la lucha que se siguió en adelante. Como en
Inglaterra y Francia los liberales se fueron moderando e incluso reprimieron a algunos
trabajadores, estos vieron en el Republicanismo social y demócrata una salida más afín a
sus peticiones… y así sería como el movimiento obrero se radicalizó. Unos soñaban en las
barricadas, otros en los príncipes convertidos al liberalismo, pero esta última apuesta era
muy complicada. En 1834 se crea la Unión aduanera alemana, con Prusia al frente. La falta
de perspectiva de una revolución europea hacía necesario, como pensó Marx, en una
Inglaterra intervencionista o una nueva Francia jacobina y eso era imposible. Románticos o
no, los radicales rechazaban la confianza de los moderados en los príncipes y los
potentados, por razones prácticas e ideológicas. Los pueblos debían prepararse para ganar
su libertad por sí mismos, por la “acción directa”, algo aún muy carbonario. Tomar la
iniciativa planteaba la duda de si estaban o no preparados para hacerlo al precio de una
revolución social.
IV.
En Europa y América latina este espíritu revolucionario no se consumó. En Europa el
descontento de los pobres y el proletario era creciente. El descontento urbano era universal
en Occidente. Que la política estratégica y directiva, así como las sistemáticas ofensivas de
los patronos y el gobierno, no triunfara redujo a los socialistas a grupos propagandísticos y
educativos un poco al margen de la principal corriente de agitación. En Francia los grupos
revolucionarios no eran tan proletarios como “patronos desengañados”. Saint-Simon,
Fourier, Cabet y Blanqui protagonizaron las agitaciones políticas de las clases trabajadores
al alborear la revolución de 1848. La debilidad del blanquismo era la debilidad de la clase
trabajadora francesa. Su objetivo era instaurar “la dictadura del proletariado”. La división
de simpatías entre la extrema izquierda y los radicales de la clase media los llenaba de
dudas y vacilaciones acerca de la conveniencia de un gran cambio político. Llegado el
momento se mostrarían jacobinos, republicanos y demócratas.
V.
Donde el núcleo del radicalismo lo conformaban las clases bajas y los intelectuales, el
problema era mucho más grave. El levantamiento de los campesinos en Galitzia en 1846
fue el mayor de los movimientos campesinos desde 1789. Pero donde aún había reyes
legítimos o emperadores, estos tenían la ventaja táctica de que los campesinos
tradicionalistas confiaban en ellos más que en los señores. Por eso los monarcas aún
estaban dispuestos a usas a los campesinos contra la clase media. Los radicales se
dividieron en demócratas (que buscaban cierta armonía entre el campesinado y la
nobleza/monarquía) y la extrema izquierda (que concebía la lucha revolucionaria como una
lucha de las masas simultáneamente contra los gobiernos extranjeros y los explotadores
domésticos. Anticipándose a los revolucionarios nacional-socialistas de nuestro siglo,
dudaban de la capacidad de la nobleza y la clase media, cuyos intereses estaban
fuertemente ligados al gobierno. En la Europa subdesarrollada la revolución de 1848 no
triunfó bien por inmadurez política de los campesinos o por medidas demasiado férreas de
los señores y monarcas, quienes odiaban hacer concesiones adecuadas u oportunas.
VI.
La revolución de 1830 y 1848 tenían cosas en común: estaban organizadas por intelectuales
y gente de clase media a los que, una vez el estallido, se unían los campesinos y demás
gente. Además, siguieron patrones tácticos de la revolución de 1789. Pero mientras hubo un
conato de política democrática las actividades fundamentales de una política de masas
(campañas públicas, peticiones, oratoria ambulante- apenas eran posibles. La liga alemana
de los Proscritos (que más adelante se convertiría en la Liga de los Justos y en la Liga
Comunista de Marx y Engels), cuya médula la formaban jornaleros alemanes expatriados,
era una de esas sociedades ilegales. El credo general que se extendía era el que rezaba que
los aristócratas y reyes eran usurpadores de las libertades y que el gobierno debía ser
elegido por el pueblo y responsable ante él. Veían la instalación de la república
demoburguesa como un preliminar indispensable para el ulterior avance del socialismo. En
el proyecto de la “Joven Europa” de Mazzini ya reflejaba el deseo de crear una sociedad
internacional masónico-carbonaria. Respecto al exilio de los militantes de izquierdas,
Francia y Suiza acogieron a gran parte de ellos. No es extraño que la I Internacional tuviera
su génesis en la ciudad de “la gran revolución”
*Es acertado así señalar que las revoluciones de 1830 marcaron la separación, en las filas
liberales, entre moderados y radicales; Hobsbawm lo interpreta, en la jerga panfletaria que
a veces asoma en esta obra, como que, al hacer estos la revolución, aquellos "los
traicionaron", reprimiendo a "las izquierdas" (p. 214). El protagonismo no corrió a cargo de
una clase obrera organizada, por la sencilla razón de que ésta no exista. Hobsbawm no lo
niega: "Todavía no existía una clase trabajadora revolucionaria, salvo en Inglaterra" (p.
209) donde, por otra parte, no hubo revolución. Llama la atención, en ésta y en otras
afirmaciones, la axiomática calificación de la clase trabajadora, cuando la considera con
identidad de clase, como socialista y revolucionaria. El error está en querer considerar estas
revoluciones como populares en el más pleno sentido del término. Precisamente por no
serlo fracasaron, salvo que los revolucionarios contaran con el apoyo del ejército.
Caracteriza las revoluciones de 1830 como "de barricadas". Los presupuestos ideológicos
de Hobsbawm le hacen verlo de otra manera: "con el progreso del capitalismo, el "pueblo"
y el "trabajador pobre" —es decir, los hombres que levantaron las barricadas— se
identificaron cada vez más con el nuevo proletariado industrial como la clase trabajadora.
Por tanto, un movimiento revolucionario proletario-socialista empezó su existencia" (p.
214); "Cuando las revoluciones estallaban, el pueblo, naturalmente, se sumaba a ellas" (p.
231).
Resumen Capitulo sociedad de Colin Heywood
El liberalismo.
Sus objetivos estaban el área política y económica y tenían cierta indiferencia por los
asuntos sociales: gobierno representativo y laissez-faire. A largo plazo el ideal era el
surgimiento de una sociedad sin clases constituída por individuos libres e iguales. A corto
plazo, se dirigía a los sectores medios de la sociedad.
Para que se diera la visión liberal de la sociedad fue fundamental la existencia de una
floreciente esfera pública. Surgieron durante el sigo XVIII todo tipo de asociaciones
privadas que desempeñaron la función de fomentar la conciencia de la clase media o de lo
que fuera, pero si desarrollaron una cuestión identitaria.
Hacia finales del siglo XIX los hombres de negocio comenzaron a superar a los
terratenientes. Emergía una nueva plutocracia compuesta de elementos aristócratas y
burgueses poniendo en compromiso el ideal propugnado en los inicios del liberalismo.
A la pequeña burguesía, a medida que se acercaba el siglo XX, las cosas se le hicieron cada
vez más dificil y comenzaron a participar menos en la distribución de la riqueza.
En lugares como Alemania se podía establecer otra división en la clase media, entre los
empresarios, y los profesionales, parte de la prestigiosa burocracia del Estado.
Todo esto se agudizaba en la medida que el original capitalismo competitivo cedía espacio
a un capitalismo monopolista.
La visión idealista del liberalismo quedó cuestionada hacia finales de siglo por la
persistencia de la cuestión social. Las acciones filantrópicas se demostraron absolutamente
limitadas para ayudar a resolver el problema de la pobreza en una sociedad crecientemente
desigual.
El socialismo.
Como respuesta al liberalismo, los primeros socialistas fueron quienes condenaron a la
sociedad competitiva por su incapacidad de dar respuesta a la pauperización de los
trabajadores.
La asociación era la clave para llegar a la sociedad ideal por contraste a la competencia
entre trabajadores y a la opresión del sistema capitalista. Por eso se promovían sistemas de
cooperativas de productores, etc.
Después de 1848 las ideas tendieron a radicalizarse. Por un lado estaban los obreros que
pensaban que todo se resolvería en una eventual revolución. Pero la gran mayoría esperaba
que fuera el Estado el que mejorara la situación.
La mayoría de los primeros socialistas, y los principales apoyos a los socialistas utópicos,
provenían de los artesanos a los cuales el capitalismo amenazaba en mayor medida y al ser
personas formadas tenían mejores capacidades para organizarse.
Tarde o temprano, los socialistas descubrieron que el proletariado estaba tan fragmentado
como la clase media. Se generó una especie de aristocracia del trabajo, compuesta por los
trabajadores mejor calificados, que miraban con desconfianza a los trabajadores
ocasionales. Por este motivo, el socialsimo fracasó en extender su base a franjas más
amplias de población, incluyendo por ejemplo, a los campesinos. Sin embargo lograron
persuadir a grupos bastantes diversos y se anotaron bastantes mejoras sociales en las
condiciones de los trabajadores.
El conservadurismo
La revolución francesa suscitó un movimiento contrarevolucionario que haría oír sus ecos
durante todo el siglo XIX. Para esta gente, la sociedad del bien común se aproximaba a la
que se conoció en Europa a finales del siglo XVII. El objetivo era que el cambio permitiera
el crecimiento organico de las instituciones ya establecidas pero las sociedades no podían
remodelarse entorno a principios abstractos, como la libertad o la igualdad.
Sin embargo, es dificil entender la cohesión de este grupo. Por un lado, muchos herederos
del antiguo regimen mutaron sus actividades a actividades capitalistas (como los
terratenientes que se enriquecieron vendiendo sus propiedades). En este sentido,
abandonaron muchas de sus funciones paternalistas y seguramente operaron en favor de la
disolución del antiguo régimen. Por el otro, las diferencias entre la alta y la pequeña
nobleza, eran astronómicas. Aún así es cierto que el hecho de ser “tenedores de tierras”
haya funcionado como factor de cohesión.
Contradicciones del discurso liberal: 1) alianzas con los grandes terratenientes para
apaciguar los levantamientos; por ello, no hubo un esfuerzo para aumentar los impuestos;
2) estaba la intención de aumentar las ganancias de los funcionarios públicos y los
empresarios agrícolas, siendo un ejemplo de esto último los junkers prusianos; 3) bajo la
noción de terra nullius se expropió la tierra de los pueblos nativos, pues no sabían
administrarlas; 4) aunque la soberanía era popular, la representación no (a excepción de la
Francia de la Segunda República, el voto era restringido y solo para hombres), de igual
forma, se pensaba que este derecho debía recaer en hombres con propiedades o partícipes
del comercio, y 5) relacionado al punto anterior, las mujeres no tenían participación
política. Las razones se basaban en el rol de la mujer en la sociedad, ligado a las tareas
hogareñas que la hacían incapaz de tomar decisiones sin la influencia de los maridos.