Está en la página 1de 5

El cuaderno de clase como instrumento de diagnóstico e

intervención psicopedagógica. Lic. Adriana Calzón


Los años de profesión me llevan a afirmar que el cuaderno de clase de un niño resulta un valioso instrumento
de indagación del área pedagógica, un importante instrumento de intervención con el niño durante el
tratamiento psicopedagógico, y una fuente de información para nuestra intervención con el subsistema
docente.

Intentaré, a través del presente artículo, fundamentar dichos conceptos, partiendo de una clase que tuve ocasión
de dictar en el curso “Los contenidos escolares en la Clínica Psicopedagógica”, el 25 de junio del año pasado,
organizado por el Equipo de Psicopedagogía, Aprendizaje y Desarrollo, del Hospital “C.G. Durand”.

La Lic. Alicia Fernández nos hace reflexionar: “El desafío para el maestro es construir un espacio donde el
alumno pueda significar la escritura como propia y desear mostrarla. Lamentablemente, de los objetos que el
niño lleva a la escuela, el cuaderno suele ser el menos propio”.

En los colegios, el cuaderno de clase suele ser un elemento de control.

Aún hoy, muchos maestros sienten que los cuadernos de los niños muestran su trabajo y todo lo que aprenden

sus alumnos, sosteniendo la premisa que “a más cuadernos terminados en el ciclo escolar, mayor aprendizaje.

Los directivos de los colegios suelen observar algunos cuadernos, tanto para ver el desempeño de algún
alumno, como para observar el desempeño de los docentes a cargo y supervisar el proceso de enseñanza-
aprendizaje.

Los padres, cuando miran los cuadernos de sus hijos, muchas veces hacen hincapié en la labor docente, y se
tornan críticos en relación a si da mucha o poca tarea, si las consignas son claras, si corrige o no lo hace, si el
trabajo diario es excesivo o escaso…

El cuaderno encierra en sí mismo una fuerte representación social como registro de enseñanza, más que de
aprendizaje, salvo en lo que pueden ser las evaluaciones. Hasta los inspectores pueden solicitar cuadernos para
observar, considerándolos una representación de la dinámica institucional.

Por todos estos aspectos mencionados, es que creemos que el niño pierde protagonismo y autonomía sobre su
cuaderno, y que de alguna manera puede significar para los niños con dificultades en su aprendizaje, un lugar
de sufrimiento psíquico. Es fácil observar que cuando el placer de aprender está presente, el niño disfruta de
mostrar y exhibir su cuaderno, mientras que cuando sufre frente al no aprender, el niño tratará de ocultar,
olvidar y hasta perder su cuaderno, tratando de evitar así el sufrimiento que le provoca enfrentarse con su
dificultad.

Tener en cuenta este último aspecto nos hace ser cuidadosos en el vínculo con nuestros pacientes y esperar a
establecer con ellos la confianza necesaria para que sean ellos los que se animen a traernos y mostrarnos su
cuaderno de clase, postergando incluso la observación del mismo cuando es traído por los padres a una
entrevista.

La segunda pregunta que propongo es:

¿Qué observamos cuando miramos psicopedagógicamente un cuaderno de clase?

En primer lugar, considero importante diferenciar los aspectos formales de las subjetividades puestas en juego
en el cuaderno. El cuaderno tiene características formales instituidas -si es de tapa dura o blanca, si tiene 80,
48 o 24 hojas, si es de hojas lisas, rayadas o cuadriculadas- y tiene además otras formalidades que instituye
cada docente desde su propia subjetividad y formación -si los títulos se subrayan, si se traza línea larga o corta,
si se usa el color azul, el rojo o el que el alumno elija, en qué lugar se pone la fecha y con qué formato, si las
hojas se numeran.

Observamos los límites naturales -bordes- y los artificiales -renglones, márgenes. La escritura en el cuaderno
impone una reglamentación, que no siempre se explica o se enseña por considerarla obvia o naturalmente
conocida.

Para el análisis del cuaderno de clase desde una mirada psicopedagógica propongo partir de las pautas para el
análisis de las técnicas proyectivas gráficas propuestas por Caride, según recuerdo, a partir de cuatro niveles:
el guestáltico, el gráfico, el de estructuras formales y el nivel de contenido.

El nivel guestáltico implica una visión global, del conjunto. Cómo nos impresiona el cuaderno, qué aspecto
presenta, cuan sumiso o transgresor resulta el niño de los aspectos instituidos del cuaderno, cómo se siente el
niño frente a su propia producción.

El nivel gráfico abarca el tipo de trazo, la presión que el niño imprime a sus grafías, la claridad o la confusión
de su escritura, las tachaduras, los borrones, lo que nos permite analizar el monto de ansiedad, así como el
control o no de los impulsos que pueda reflejarse en los aspectos mencionados.

El análisis de los gráficos desde el nivel de estructuras formales se refiere a los aspectos relacionados con el
emplazamiento, el tamaño y la secuencia. En el caso de los cuadernos, considero que corresponde a este nivel
la observación de la manera personal como el niño organiza el espacio, de los lugares que el niño deja en
blanco -es interesante en este punto el aporte del Lic. Daniel Calmels que le otorga distintos significados a las
situaciones en que los niños dejan espacios en blanco, por ejemplo, al comenzar un nuevo día, al terminar un
dibujo que ocupa parte de la hoja o después de cometer muchos errores-. También hacemos un seguimiento
de la secuencia de las fechas, lo que nos da una idea de la continuidad o no en el trabajo de clase así como de
su nivel de asistencia o inasistencia al colegio.

En cuarto lugar, el nivel de contenido, que transferido al análisis del cuaderno se refiere directamente al
contenido de aprendizaje y al contenido de enseñanza. Tenemos en cuenta en él, el nivel de comprensión -qué
y cómo comprende-, el nivel de escritura, el de expresión escrita, la ortografía; vemos la propuesta de
enseñanza, a qué modelo teórico corresponde, y cómo responde el niño a las distintas consignas y a las
propuestas de las distintas áreas, pudiendo distinguir fortalezas y debilidades. Observamos los distintos tipos
de errores cometidos -particularmente aquellos que resultan recurrentes- y a la vez, analizamos el lugar que el
docente le da al error, cómo es el estilo de corrección del mismo, así como el estilo de corrección en general
y la significación que tiene para el niño. Vemos el desempeño en las evaluaciones escritas.

También observamos si aparecen “otras manos” en las producciones escritas, como cuando algún familiar
completa las tareas o realiza los dibujos.

Lo cierto es que muchas veces es el niño el que menos voz tiene sobre su cuaderno.

Surge entonces un tercer interrogante: ¿Qué posición adoptamos como psicopedagogos frente al cuaderno de
clase?

Anteriormente ya dijimos que esperamos a que el niño pueda traernos su cuaderno, no porque su mamá se lo
manda o su maestra, sino porque él tiene la decisión de confiárnoslo, aunque eso signifique mostrarnos su no
saber o su fracaso escolar. Y si su negativa a hacerlo persiste, comenzaremos trabajando con dicha negativa.

Y si para el análisis propongo transferir un modelo de análisis de las técnicas gráficas, al igual que un dibujo
se analiza a partir del relato que el niño realiza del mismo, el cuaderno lo observamos con el niño, para que él
nos muestre sus producciones, nos explique sus espacios en blanco, sus aciertos, sus errores, nos cuente sus
preguntas, sus dudas, aquello que no entendió, aquello que no terminó… lo que sin dudas, resulta muy valioso
como material diagnóstico para el área pedagógica.

Además, durante el Tratamiento Psicopedagógico, considero importante observar con cierta frecuencia el
cuaderno de clase, como una forma de acompañar al paciente en su proceso escolar. Puede surgir de dicha
observación la necesidad de intervenir clínicamente. Estar al tanto de lo que sucede en el cuaderno nos da
también una idea de lo que puede pasar en el aula, información importante para nuestra intervención con el
docente, tendremos una idea más cercana de lo que puede decirnos en relación al desempeño de nuestro
paciente y en ocasiones, puede darnos elementos para ayudar al docente a cambiar su mirada sobre algunos
aspectos, o a poder pensarlos de otra manera, y hasta para pensar con él algún tipo de adecuación ya sea en la
metodología o en algún contenido de aprendizaje.

Puedo compartir algunas experiencias en relación a las intervenciones clínicas que partieron de la observación
de los cuadernos de clase.

Es importante aclarar que decimos cuaderno en sentido amplio, ya que para los grados superiores, el
equivalente es la carpeta. Los nombres de mis pacientes han sido cambiados.

Hablemos de Lucas, 5to grado. Su desempeño escolar preocupaba mucho, tenía calificaciones muy bajas en
todas las materias. Entre otros aspectos, al observar su carpeta, observé que jamás terminaba sus evaluaciones
escritas, pero lo que más llamó mi atención fue que los ejercicios que él resolvía en ellas estaban en general,
correctos, bien resueltos. Al conversarlo con él, el resultado del análisis fue que su temor a equivocarse era tal
que solo resolvía lo que estaba seguro de poder hacer bien, y eso nunca le alcanzaba para completar las
evaluaciones, por eso sus notas resultaban bajas.

Recuerdo a Javier, 6to grado. En la sección Evaluaciones de su carpeta, cada prueba no aprobada de las áreas
de lengua o ciencias sociales -que dictaba la misma maestra- tenía la indicación Rehacer. En mi observación,
lo primero que aparecía era la prueba

vuelta a hacer en casa, sin corregir, y detrás, la evaluación original, corregida. Cuando le preguntaba a Javier
por qué no estaba corregida la segunda hoja, simplemente ponía cara de no saberlo. Durante una visita mía a
su escuela tuve ocasión de reunirme con esta maestra, y es ella la que sacó el tema, con preocupación porque
Javier nunca repetía las evaluaciones que ella le señalaba. Fue interesante ver cómo lo que fallaba era la
comunicación, Javier no entregaba sus hojas ni ella se las pedía.

Un caso más. Diego, de 4to grado, trajo una prueba de matemática que le presentaba una situación
problemática cuyo enunciado decía más o menos así: “En la fábrica había 25 cajas de 12 alfajores en unos
estantes, y otras 22 cajas sobre el mostrador. ¿Cuántos alfajores había en total?” Al revisar con él la resolución,
que había resultado fallida, Diego planteó la dificultad con “los sobres que había sobre el mostrador”. No
vamos a describir aquí las dificultades en la comprensión que Diego sufría, pero la situación resultó un buen
ejemplo para llevarle a su maestra y acordar con ella estrategias para el momento en que Diego tuviera que
realizar lectura comprensiva de consignas o situaciones.

Para terminar el presente artículo, no podemos dejar de mencionar al cuaderno de tratamiento.

Es muy distinto el cuaderno de tratamiento al cuaderno de clase, ante todo forma parte de! encuadre. Es
conveniente que dicho cuaderno surja ante una necesidad de registrar algo, de resolver algo, no es un elemento
que imponemos ni es algo que, desde la modalidad clínica individual, se dé para todos los pacientes, jus-I une
ite porque depende de cada uno de ellos. En la clínica grupal, generalmente hay una caja por grupo y un
cuaderno propio para cada uno de los integrantes.

El cuaderno de tratamiento es un espacio de producción singular. Cada niño lo nombra y lo decora a su gusto.
Su producción no es evaluada, no se dan pautas formales para su uso ni se expone a la mirada de otros fuera
del espacio psicopedagógico. Se torna en un referente de la historicidad del tratamiento que, sin buscarlo, va
dejando registro de un proceso, al que podremos volver durante el proceso de alta.

Lic. Adriana Calzón


Licenciada en Psicopedagogía

Licenciada en Organización y Gestión Educativa

Profesora para la Enseñanza Primaria

Psicopedagoga Clínica
.

También podría gustarte