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DESCRIPCIÓN DEL CASO.

R. es una mujer de 45 de años, separada, que vive con sus dos hijos (una
chica de 15 años y un chico de 9 años); su nivel socioeconómico es medio
alto. Realizó los estudios universitarios de Odontología y actualmente
imparte clases en la universidad.
En la entrevista inicial, comenta que últimamente se siente muy agobiada,
incapaz de hacer frente a las diferentes situaciones de su vida. Señala que
pierde los nervios casi por cualquier cosa, en el trabajo, con la gente de la
calle, cuando habla con su madre por teléfono, con su exmarido y sobre
todo está especialmente irritable con su hija mayor.
La relación con su hijo menor es estupenda. Describe a su hijo como un
niño bueno, tranquilo, sociable, siempre de buen humor y de trato fácil.
“Me siento feliz cuando estoy con mi niño, cuando comparto cualquier
actividad con él”; sin embargo, la relación con su hija adolescente es “muy
problemática, todo se convierte en un problema”. Todos los días discuten,
y ha llegado a sentirse aliviada cuando por razones de trabajo se queda en
la facultad y llama a su exmarido para que se haga cargo de sus hijos. A lo
largo de la entrevista la expresión de su cara cambia y con lágrimas en los
ojos reconoce que a veces ha llegado a tener sentimientos de rechazo
hacia su hija. Comenta que le asaltan sentimientos de culpabilidad porque
quizá no lo esté haciendo bien con ella. Pero otras veces se dice “todo no
será culpa mía, mi hijo es un niño encantador”.
A la pregunta sobre desde cuándo existe este problema (desde cuándo la
relación con su hija va mal), responde que siempre ha sido una niña
problemática y “ya desde pequeña cogía una rabieta cada vez que quería
conseguir algo”, sobre todo si ella se negaba. “Mi marido siempre la ha
malcriado, siempre ha cedido a sus caprichos”. La relación madre- hija
nunca fue muy buena, pero a raíz del divorcio, hace tres años, las cosas
han empeorado. La hija va muy mal en los estudios, ha repetido curso y
“no parece que este año vaya a ser mejor”; discuten mucho por el tema
de los estudios. Todo esto hace que R. esté siempre en tensión y no rinda
lo suficiente en el trabajo, con lo cual la tarea se le va acumulando,
llegando a veces a sentirse desbordada. Reconoce que le gusta mucho su
trabajo, pero este último año se le está haciendo “cuesta arriba”.
Informa de tensión, nerviosismo, que se va acumulando a lo largo del día,
dolores en las cervicales, malestar y tensión en el cuello hasta el punto a
veces de llegar a marearse. Pero lo que peor lleva es que “no descansa
bien”. Tiene dificultades para dormir. “Reconozco que me llevo los
problemas conmigo a la cama y no me puedo dormir”.
Durante la entrevista R. se muestra agradable en el trato, se expresa muy
bien y cuando habla de la relación con su hija la voz se le quiebra un poco
y los ojos se le llenan de lágrimas. Sin embargo, cuando habla de otros
aspectos de su vida, sonríe y en general parece satisfecha.
A la pregunta sobre si padece problemas de salud, responde que, salvo la
tensión en las cervicales y los mareos que a veces sufre, su estado de
salud es bueno. Nunca ha tenido problemas psicológicos ni ha tomado
medicación.
A la pregunta de si hay otras situaciones problemáticas en su vida, indica
que su trabajo, aunque le gusta y disfruta mucho dando clase, en los
últimos meses se le está haciendo “cuesta arriba”, que se siente
desbordada, ya que compaginar la docencia con la investigación y la
gestión cada vez le resulta más complicado. Quizá el cansancio acumulado
esté influyendo. Los fines de semana no descansa bien (los dedica a
adelantar el trabajo que no le da tiempo a sacar adelante durante la
semana). Últimamente ha tenido dos errores que cataloga de
“imperdonables” y que le están repercutiendo a nivel laboral. A pesar de
todo, reconoce que nada es comparable con el clima de tensión que
respira en su casa.

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