Está en la página 1de 7

La mujer y su rol en el desarrollo de las sociedades

Si existe un tema que ha sido profusamente abordado y analizado en el ámbito del


desarrollo en todos los países del mundo, éste ha sido sin duda el del género y
concretamente el rol que desempeñan las mujeres en la mejora de las condiciones
socio-económicas y políticas de las sociedades.

Es cierto que la realidad de la mujer es diferente dependiendo del lugar geográfico


en el que se encuentre ubicada. La gran variedad de países que conforman el
planeta provoca que nos hallemos con múltiples modelos aplicables a la situación
en la que se encuentra una determinada mujer. Cada país regula el tema de género
de forma diferente, de tal forma que las mujeres se ven integradas o apartadas de la
sociedad en mayor o menor medida y dependiendo de la estructura socio-cultural de
cada sociedad[2]. Generalmente, suele haber una corresponsabilidad entre una
mejor situación de la mujer en países desarrollados frente a una situación de mayor
discriminación en los países en vías de desarrollo. El rol de la mujer en cada una de
las sociedades depende de muchos factores que condicionan su vida, como son la
cultura, las tradiciones, la religión, etc.
El rol de la mujer se ha circunscrito, desde el inicio de la construcción de la
sociedad, al ámbito estrictamente familiar. Progresivamente, la mujer irá
asumiendo otros roles en el ámbito público tras las reivindicaciones llevadas
a cabo para conseguir avanzar en las conquistas que el otro género, los
hombres, iban adquiriendo de acuerdo con la propia evolución del mundo. Las
mujeres de los países desarrollados se han ido incorporando al desarrollo de
sus países como consecuencia de una búsqueda y un anhelo constante para
obtener la igualdad con el hombre, pero manteniendo el respeto a la
diversidad. La mujer ha sido consciente de que su incorporación a la sociedad
no se puede realizar mediante una política de desplazamiento que hubiera
tenido como consecuencia un rechazo frontal a sus posiciones[3].
La lucha de las mujeres de los países desarrollados se originó gracias al acceso
progresivo de la mujer a la educación formal, plataforma fundamental que les
proporcionó un arma muy poderosa de formación e información a través de la cual
canalizaron sus aspiraciones y reivindicaciones sociales y políticas así como su
integración en el mercado laboral.
Este acceso ha permitido el inicio del proceso y, aunque queda todavía mucho
camino por andar, el trecho recorrido ha colocado a la mujer si no en un nivel
igualitario con el hombre, sí en unas cotas de igualdad muy superiores a las
mantenidas en épocas pasadas. La autonomía de la mujer comienza por su
independencia económica, un elemento clave para el disfrute del resto de
derechos, por lo que la integración de la mujer al mercado laboral es esencial, aun
cuando siguen existiendo aspectos muy controvertidos como son la igualdad de
retribución por un mismo cargo desempeñado y la conciliación laboral y familiar.

Respecto a la igualdad de retribución salarial, a pesar de que se han conseguido


avances aún queda mucho para poder alcanzar la igualdad, según señala la
Organización Internacional del Trabajo (OIT) al indicar que los salarios promedios
de las mujeres son entre un 4 y un 36%  inferiores a los de los hombres, y la brecha
salarial aumenta en términos absolutos para las mujeres que ganan más. En Europa
la brecha salarial entre hombres y mujeres es del 19% y llega casi a doblarse en
Estados Unidos con un 36%.[4]
En España una mujer cobra un 17% menos de salario que un hombre por
hacer el mismo trabajo, pese a que aquélla tiene una mejor educación y está
mejor formada. Pero si se atendiera a los factores de capital humano, es decir, a
aquello que hace objetivamente productivo a un individuo en el mercado laboral,
como son el nivel educativo, la experiencia, la ocupación, la categoría profesional, el
ámbito rural o urbano, así como a los meses trabajados por año y a las horas
trabajadas por semana, esa mujer debería cobrar un 2% más que el hombre[5].
Centrándose este estudio en España, esa parte no se puede explicar en función de
factores objetivos sino que se debe a la pura discriminación. La OIT en dicho
informe reconoce su incapacidad para explicar por qué las mujeres, aun gozando de
una educación y una formación muy superior a la de los hombres y mostrando
valores similares en el resto de factores de capital humano, son éstos, los hombres,
los que más ganan en todos los sectores y en todas las escalas salariales[6].
La OIT reconoce que si la reducción de la brecha salarial entre hombres y
mujeres sigue a este ritmo aún será necesario que transcurran 71 años para
eliminarla. También entre las propias mujeres se aprecian  diferencias en función
de si tienen hijos o no. El Informe Mundial de Salarios[7] concluye que la sociedad
penaliza la maternidad, no sólo salarialmente con una media del 5% en España,
sino que, además, cuantos más hijos tenga una mujer menos sueldo
percibirá en relación a los hombres y a las mujeres sin descendencia. Con los
hombres ocurre sin embargo lo contrario: cuantos más hijos tiene un hombre,
más ganancias percibe. También se puede concluir que la brecha salarial se
reduce si la madre trabajadora tiene niñas en lugar de niños: se supone que las
niñas pueden ayudar más en las tareas del hogar y liberan a la madre para trabajar
más horas.
Respecto a la conciliación laboral y familiar se produce la siguiente paradoja: si
bien la mujer se ha incorporado a la sociedad y al mundo productivo, una vez
alcanzado ese paso continúa asumiendo la carga familiar. El reto al que se
enfrentan estas sociedades en la actualidad consiste en conciliar ambas vidas, la
laboral y familiar, tanto para hombres como para mujeres. Así, se favorecerá un
reparto más equitativo entre ambos sexos y esto contribuirá a la igualdad real.

Otro aspecto relevante en el que centrarse dentro el análisis de la realización


de género y desarrollo es el referente al liderazgo y la participación política de
las mujeres. Las mujeres obtienen una escasa representación no sólo como
votantes, sino también en los puestos directivos, ya sea en cargos electos, en
la administración pública, el sector privado o el mundo académico.

Esta realidad contrasta con su indudable capacidad como líderes y agentes de


cambio, y su derecho a participar por igual en la gobernanza democrática. Las
mujeres se enfrentan a dos tipos de obstáculos a la hora de participar en la
vida política. Por un lado, las barreras estructurales creadas por leyes, y por
otro las instituciones discriminatorias que siguen limitando las opciones que
tienen las mujeres para votar o presentarse a elecciones.

Las brechas relativas a las capacidades provocan que las mujeres tengan
menor probabilidad que los hombres para contar con la educación, los
contactos y los recursos necesarios para convertirse en líderes eficaces[8].
Como señala la resolución sobre la participación de la mujer en la política aprobada
por la Asamblea General de las Naciones Unidas[9]en 2011, “las mujeres siguen
estando marginadas en gran medida de la esfera política en todo el mundo, a
menudo como resultado de leyes, prácticas, actitudes y estereotipos de género
discriminatorios, bajos niveles de educación, falta de acceso a servicios de atención
sanitaria y a la pobreza que las afecta de manera desproporcionada”.
Es interesante poner el acento sobre algunos datos de esta problemática publicados
este 2015: sólo un 22% del total de parlamentarios nacionales eran mujeres, lo que
significa que la proporción de mujeres parlamentarias ha aumentado muy
lentamente desde 1995, cuando se situaba en un 11,3%;[10] 11 mujeres eran Jefas
de Estado y había 13 Jefas de Gobierno[11]. Ruanda es el país del mundo con
mayor número de parlamentarias (un 63,8% de los escaños de la cámara baja)[12].
A escala mundial, había 37 Estados donde las mujeres representaban menos del
10% del total de miembros del parlamento en cámaras individuales o cámaras
bajas, incluyendo 6 cámaras con ninguna mujer en absoluto[13]. Sólo un 17% de los
cargos ministeriales estaban ocupados por mujeres, y la mayoría de ellas se
ocupaba de los sectores sociales, como la educación y la salud[14].
En general, se considera que la “masa crítica” con respecto a la representación de
las mujeres se sitúa en el 30%, lo que supone afirmar que 41 países habían
alcanzado dicho porcentaje de referencia,[15]de los cuales 11 se encuentran en el
continente africano y 9 en América latina.
A diferencia de lo que se suele suponer, la presencia de un mayor número de
mujeres en la política no está correlacionada con niveles más bajos de corrupción.
Antes bien, se aprecia la existencia de una correlación entre los sistemas políticos
democráticos y transparentes y unos niveles de corrupción reducida. Ambos
elementos crean a su vez un entorno propicio para un incremento de la participación
de las mujeres[16].
Si la situación en los países desarrollados dista mucho de haber alcanzado la
igualdad, como se puede ver, en los países en desarrollo la realidad es mucho más
compleja. Estos países no solo se encuentran condicionados por la falta de
desarrollo económico sino que la cultura, la idiosincrasia y las tradiciones
condicionan enormemente la sociedad y la estructura de la misma.

En estos países, la mujer centra sus esfuerzos en el sector reproductivo y en la


economía informal, realiza todos los cuidados familiares y contribuye al
sostenimiento familiar desde el punto de vista afectivo y de cooperación con los
hombres, pero queda apartada de la toma de decisiones tanto dentro del seno
familiar como del comunitario además de quedar excluida de la participación en la
esfera pública en la mayoría de los casos. En estas sociedades, la mujer no tiene
acceso a la educación formal, existiendo tasas de analfabetismo muy elevadas
(alrededor de un 70% corresponde a las mujeres)[17] por lo que el analfabetismo
sigue teniendo cara de mujer, y este hecho provoca que lo que supuso para la
mayoría de las mujeres de países desarrollados un punto de partida en pro de
conseguir la integración en sus sociedades y la lucha por conseguir la igualdad de
sus derechos, en estos países del Tercer Mundo sigue constituyendo un freno para
conseguirlo.
Diferentes estudios han puesto de relieve que la incorporación de la mujer a la
sociedad es la única vía para conseguir avanzar en el desarrollo, ya que es
económicamente rentable.

Las mujeres representan poco más de la mitad de la población mundial pero su


contribución y la participación femenina en la fuerza laboral se ha mantenido por
debajo de la participación masculina. Las mujeres realizan la mayor parte de los
trabajos no remunerados, y, cuando tienen un empleo remunerado, están
sobrerrepresentadas en el sector informal y entre la población pobre.

Los desafíos del crecimiento, la creación de empleo y la inclusión están


estrechamente relacionados. Si bien el crecimiento y la estabilidad son necesarios
para ofrecer a las mujeres las oportunidades que necesitan, la participación de la
mujer en el mercado de trabajo también es parte de la ecuación de crecimiento y
estabilidad. Conceder mejores oportunidades para las mujeres también puede
significar obtener un mayor desarrollo económico en las economías en desarrollo,
por ejemplo a través de un aumento del número de matrículas escolares de las
niñas.

La aplicación de políticas que corrijan las distorsiones del mercado laboral y creen
igualdad de condiciones ofrecerá a las mujeres la oportunidad de desarrollar su
potencial y participar en la vida económica de manera más visible.[18]
Frente a esta realidad, se vienen utilizando diversas aproximaciones a las
estrategias y políticas públicas para conseguir avanzar hacia la igualdad de género
y fortalecer el papel de la mujer. La equidad de género es fundamental para
mejorar las condiciones económicas, sociales, políticas y culturales de la sociedad
en su conjunto, y también contribuye a lograr una ciudadanía más integral  para
fortalecer la gobernabilidad democrática. Lograr la equidad de género es un reto
para todas las sociedades y sus gobiernos, tanto es así que dentro de los
Objetivos de Desarrollo del Milenio, se encuentra el objetivo de promover la Equidad
de Género y la Autonomía de la Mujer (ODM 3)[19].
Para lograr estos objetivos es necesario que problemas como la pobreza, la falta de
acceso a la educación, servicios de salud y la ausencia de oportunidades de empleo
y trabajo productivo dejen de afectar principalmente en las mujeres. Es también
ineludible que se formulen y estructuren los medios pertinentes para desarrollar las
mismas capacidades, oportunidades y seguridad reduciendo su vulnerabilidad a la
violencia y al conflicto, esto con el fin de que tanto los hombres como las mujeres
tengan la libertad y la capacidad de elegir y decidir de manera estratégica y positiva
sobre sus condiciones de vida.

Como se ha señalado más arriba, las condiciones de igualdad de género difieren


notablemente de las sociedades desarrolladas a las no desarrolladas, si bien es
cierto que a pesar de los logros conseguidos en las primeras, la igualdad de género
no se ha logrado. En los países en vías de desarrollo la desigualdad de género es
una constante en la dinámica de funcionamiento de la sociedad, y la mujer pasa a
convertirse en el colectivo más vulnerable y discriminado de estos países. Si
verdaderamente se quiere conseguir avanzar en el desarrollo es necesario
incorporar a ambos géneros en dicho proceso. Si se continúa relegando a la mujer a
un segundo plano, sin mejorar el acceso a los diversos sectores de la vida social,
económica, política y cultural del país, el desarrollo estará condenado a convertirse
en una meta inalcanzable.

La igualdad efectiva entre hombres y mujeres continúa siendo más un objetivo


que una realidad en todo el mundo. Vivimos en un mundo desigual e injusto, en el
que hay que hacer frente a relaciones asimétricas de poder generadoras de
variadas formas de desigualdad y a la vulneración de derechos económicos,
sociales y políticos de muchas personas y especialmente de las mujeres. Por ello es
necesario seguir realizando aportaciones que contribuyan a que la igualdad avance,
tanto desde el punto de vista del análisis como de la intervención[20].
Debemos implementar todas las acciones necesarias para avanzar hacia un
desarrollo sostenible, que pasa por la inclusión de las mujeres en todos los procesos
de la vida, fomentando la incorporación universal de las niñas a todos los ciclos de
enseñanza, apoyando su inserción real en el mercado laboral y el espacio público,
mejorando la gestión de su tiempo familiar y privado para no se vean sobrecargadas
en exceso, fomentando la lucha contra la violencia de género en todas y cada una
de sus manifestaciones, fortalecer la autoestima de las mujeres para que puedan
identificarse como sujetos de derechos, etc.  Si verdaderamente las sociedades
quieren avanzar en el desarrollo y bienestar de sus miembros, esto no se podrá
lograr sin incorporar a la mitad de la masa laboral, las mujeres, sin que se vean
postergadas a ser meras espectadoras.

También podría gustarte