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LA MUJER EN LA URSS

COMISIÓN: FEMINISMO

LA MUJER EN LA URSS

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Manifestación con motivo del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, Petrogrado, 8 de
marzo de 1917. Fotografía: State museum of political history of Russia.

Manifestación con motivo del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, Petrogrado, 8 de


marzo de 1917. Fotografía: State museum of political history of Russia.
La huelga y manifestaciones del pasado 8 de marzo me despertaron la curiosidad sobre
cómo resolvió las cuestiones de género la Unión Soviética, el mayor experimento
igualitario que ha conocido la historia universal. En un encuentro con la comunista y
feminista alemana Clara Zetkin, Lenin dijo: «De lo que se trata es de ganar para nuestra
causa a los millones de mujeres trabajadoras de la ciudad y del campo. Para nuestras
luchas, y muy especialmente para la transformación comunista de la sociedad. Sin atraer
a la mujer, no conseguiremos un verdadero movimiento de masas». En los setenta y cinco
años que duró la Revolución soviética se experimentaron grandes avances en cuestiones
de igualdad de género, pero en los últimos años de vida del sistema muchas diferencias y
discriminaciones continuaban aún sin resolverse.
Según las estadísticas de la URSS, uno de los logros más importantes fue sacar a la
mujer del campo. En 1939 había un 32% de mujeres en núcleos urbanos. En 1959, un
48%, y en 1970, un 56%. En el medio rural, la progresión fue la contraria: en 1939, 68%;
1959, 52% y 1970, 44%. El broche de esta evolución fue Valentina Tereshkova, la primera
mujer en viajar al espacio.

En 1970 un 51% de los asalariados eran mujeres. Se partía de que, a finales del siglo
XIX, un 55% de las mujeres eran sirvientas, un 25% granjeras y un 13% asalariadas. En
1989, un 48% del total de asalariados soviéticos eran mujeres. Un 60% de los ingenieros
eran mujeres, un 87% de los economistas, un 70% de los médicos y profesores y un 90%
de los bibliotecarios. No obstante, en el mundo académico solo un 13% eran doctoras.
Había un embudo o techo de cristal en los altos niveles profesionales.

Estudios publicados en la propia URSS se hacían eco del problema y lo analizaron. En


1986, E. B. Gruzdeva y E. S. Chertikhina escribieron en una publicación de la
editorial Progreso que la mujer soviética no ascendía en su escala profesional
fundamentalmente por no poder conciliar la vida familiar, lo que llevaba a una
«feminización» de las ocupaciones de base.

Citaban un estudio realizado en las industrias de Leningrado entre 1970 y 1977. Entre los
técnicos, había un 69,4% de mujeres. Entre los profesionales altamente cualificados, un
62,4%. Sin embargo, entre jefes de sección y gerentes, solo eran un 6,3%.
Durante este periodo, los salarios del primer grupo aumentaron en 17 rublos. Los del
segundo, en 31 rublos, y los del tercero, en 66. La brecha salarial en cada uno de ellos
fue, respectivamente, de un 1,5%, un 10% y entre un 20 y un 57% en los puestos de
mayor responsabilidad.

Ocurría algo parecido en la educación pública. Un 81% del profesorado eran mujeres,
pero en la dirección de escuelas de primaria solo había un 41% y en la de institutos, un
36%. En su vigésimo séptimo congreso el PCUS debatió todas estas diferencias y se
propuso introducir correcciones en los salarios para lograr la igualdad en el año 2000. Una
de las medidas propuestas para conseguirlo era aumentar el número de
electrodomésticos para facilitar las tareas del hogar.

Según una encuesta realizada por el Goskomstat SSSR (Comité Estatal de Estadísticas
de la URSS) citada en el Journal of Communist Studies (8:4), las mujeres ocupadas en los
sectores no agrícolas tenían de media 1 hora y 23 minutos de tiempo libre los días
laborables, y 4 horas y 36 minutos los días libres. En los koljoses, granjas colectivas, la
media era peor. 1 hora y 3 minutos los días laborables, y 3 horas y 23 minutos en los de
libranza. En ambos casos era menos de la mitad del tiempo libre del que disponían los
hombres. Las mujeres trabajaban en el tajo y luego en casa se ocupaban de las tareas
domésticas y la prole.

La escritora Francine du Plessix Gray entrevistó a mujeres soviéticas en Soviet Women:


Walking the Tightrope. La mayoría de ellas mostraban puntos de vista negativos sobre los
hombres y aseguraban que su principal fuente de felicidad eran sus familias,
especialmente los niños, las madres, las amigas y sus trabajos. Como promedio, ganaban
menos que los hombres y se quejaban de que había pocos productos de consumo
destinados a la mujer. Paradójicamente, entre las mujeres que desempeñaban
profesiones liberales, ya a principios de los ochenta, había muy pocas mujeres soviéticas
que se considerasen feministas. Un término que para ellas tenía connotaciones negativas.
Hasta Aleksandra Kolontái evitaba definirse como feminista.

En 1979 circuló por Leningrado un documento escrito a máquina, copiado con papel de
calco, que denunciaba la desigualdad sexual en la URSS. A las responsables se las
obligó a ir al exilio. Una de ellas fue Tatiana Mamonova, fundadora de Zhenshchina i
Rossiia (Mujeres y Rusia), el primer grupo disidente feminista de la URSS, que marchó a
Estados Unidos. La poeta Kari Unskova murió en un accidente de coche sospechoso
cuando estaba a punto de emigrar. Y la escritora Iuliia Nikolaevna Voznesenkaya, que
rechazó irse al exilio, fue juzgada por «calumnias al Estado» y sentenciada a cinco años
de exilio interior que fueron conmutados por una pena de dos años en un campo de
trabajo.
La perestroika de los ochenta puso de manifiesto un problema de gran envergadura, el de
la representación política. Según la Enciclopedia de historia de Rusia, en
1930 Stalin clausuró las asociaciones de mujeres bajo la acusación de «feminismo
burgués», que generaba división y atentaba contra la unidad de la clase trabajadora. En
1958, Jruschov volvió a promover los zhensovety, consejos de mujeres, que se
establecieron en las fábricas y las oficinas. Siguiendo la línea marcada por el partido para
la mujer, los consejos trabajaban en secciones: vida cotidiana, cultura, política de masas,
cuidado de niños, salud e higiene.

Con Brézhnev siguieron existiendo, pero sobre el papel. Sin gran actividad. Gorbachov,


en 1986, se propuso revitalizarlos en el XXVII congreso del partido. En dos años, logró
involucrar a 2,3 millones de mujeres. Sin embargo, el problema de la conciliación seguía
presente y no se podía eliminar solo con políticas voluntaristas. El techo de cristal en la
política era el más acusado de todos, como quedó patente con sus políticas aperturistas.
Mujeres fundiendo metal en Leningrado, sitiado en ese momento, 1942. Fotografía:
Vsevolod Tarasevich / RIA Novosti archive.

En los setenta hubo un 31% de diputadas en el Sóviet Supremo. Un 30% en el Consejo


de la Unión, un 31% en el Consejo de las Nacionalidades y un 34% en el Sóviet Supremo
de cada república. Un porcentaje abrumadoramente superior al de diputadas en las
democracias occidentales de entonces. En las elecciones soviéticas habían sido elegidas
a cargos de gobierno de municipios y regiones un 45% de mujeres. También un 31% de
los jueces del país eran mujeres. En 1984 los votantes eligieron a 492 para 1500 escaños
del Sóviet Supremo. Otra vez un tercio, un 32,8%. El porcentaje era similar en todas
partes porque el partido funcionaba con cuotas en las cuestiones de género. Pero el
poder, relativo, porque los diputados soviéticos se dedicaban a votar «sí» a las políticas
del partido.
Y también con techo de cristal. Eran diputadas, pero no llegaban al Politburó. En la esfera
de los países socialistas, solo tres mujeres llegaron a primer ministra: la croata Milka
Planinc, en Yugoslavia; Sühbaataryn Yanjmaa, en Mongolia, pero de forma interina
durante un año; y Khertek Anchimaa-Toka, en la República Popular soviética de Tannu
Tuvá. A nivel federal, en la URSS, durante setenta y cinco años solo hubo seis ministras:
Aleksandra Kolontái, Aleksandra Biryukova, Yekaterina Furtseva, Rozaliya Zemlyatska-
Samoilova, Polina Zhemchúzhina y Maria Kovrigina.

Pero en las elecciones de 1989 por primera vez los candidatos no los designó el partido.
Es decir, hubo competencia real para salir elegidos y obtener cada cargo. La ley electoral
asignó que un mínimo de un 10% de escaños tenían que ser por decreto para mujeres.
En las elecciones fueron elegidas 352 mujeres para 2250 escaños. Un 15,7%. El
porcentaje se redujo a la mitad de lo que había habido hasta entonces.

Encuestas de opinión mostraron que las mujeres eran los candidatos «menos deseados»
por los votantes. Del mismo modo, el ritmo de vida que exigía presentarse a unas
elecciones cribaba de por sí el número de mujeres, porque por tener que ocuparse de su
familia y de sus hogares no podían atender a todos los compromisos públicos y
mediáticos que requería la campaña electoral de una candidatura. Ese mismo año, el
PCUS se vio forzado a anunciar medidas para aumentar la igualdad y el número de
mujeres en política.
La brecha salarial existía desde el primer plan quinquenal. Los empleos de los sectores
donde más se invirtió, subiendo los salarios, eran mayoritariamente desempeñados por
hombres: industria (62%), transporte (79%) y construcción (77%). Y en hostelería, salud y
educación, donde había más concentración de mujeres, los sueldos estaban por debajo
de la media nacional.

A finales de los sesenta un estudio de los salarios en los complejos industriales de


Taganrog, en el óblast de Rostov, mostró que las trabajadoras cobraban entre 80 y 90
rublos y los trabajadores, entre 110 y 120. Diez años después, los hombres promediaban
entre 170 y 180 rublos y las mujeres, entre 110 y 120. Crecieron los salarios, pero se
mantuvieron las diferencias. Las mujeres cobraban un 70% del salario masculino. Cuanta
más cualificación requería un trabajo, menor era la brecha. Entre ingenieros, la mujer
cobraba un 80% del sueldo masculino. Para los niveles no cualificados, el sueldo de la
mujer era menos de dos tercios del salario de los hombres. En el segundo caso, la
diferencia se achacaba a la fuerza física. En el primero, a que las mujeres iban tres años
por detrás de los hombres en promoción profesional por tener hijos.
Engels consideraba que en la familia el hombre era el burgués y la mujer el proletariado.
Lenin también se refería a la «esclavitud doméstica» de la mujer. Pero rechazaban el
feminismo tradicional como algo propio del capitalismo, la ideología bolchevique entendía
que con el final del capitalismo y la revolución del proletariado desaparecerían las
diferencias entre hombres y mujeres. Sin embargo, no fue así. Lenin reconoció que los
decretos y las nuevas leyes de la URSS no eliminaron automáticamente las diferencias.
Así surgieron los aludidos zhensovety, donde no sin polémica Kolontái, entre otras,
reivindicaba un feminismo socialista en la URSS.

Todo acabó en los años treinta, con las políticas de industrialización, cuando Stalin
consideró por decreto que «la cuestión femenina», como se había llamado hasta entonces
a la desigualdad, ya estaba resuelta con éxito. Las mujeres avanzaron dentro de la URSS,
pero la equiparación real solo estaba en la Constitución, que garantizaba la igualdad entre
mujeres y hombres «en todas las esferas de la economía, el gobierno, la cultura y la vida
social y política». Una de las primeras manifestaciones de la sociología en la URSS en los
tiempos de desestalinización fue precisamente relativa a la mujer: los objetivos de
igualdad no se habían conseguido.

En 1981 Brézhnev alertó de la ausencia de mujeres en puestos de dirección, tanto en el


partido como en las empresas, y aumentó los permisos de maternidad. La emancipación
de la mujer, coreada en los medios y proclamas de la URSS, en realidad —
sostiene Norma C. Noonan, experta en Rusia de la Universidad de Augsburgo— se
debía al fenómeno de las babushka (‘abuelas’) más que a las leyes. Por las diferencias
demográficas entre hombres y mujeres tras la II Guerra Mundial, las mujeres jóvenes que
trabajaban eran ayudadas en el hogar por sus madres, tías o suegras, que cuidaban a los
niños, hacían la compra y limpiaban. Conforme fueron desapareciendo, porque en las
nuevas generaciones pocas mujeres aspiraban a ser babushkas de nadie, la desigualdad
de género se fue incrementando en la URSS otra vez.

Un factor decisivo fue que en las regiones musulmanas de la Unión aumentaba la


natalidad exponencialmente y en el resto disminuía. El partido promovió políticas
familiares en su zona «europea» y de liberación de la mujer en la «asiática». Para que no
hubiera una escasez de mano de obra, en la zona «europea» se necesitaban familias de
tres descendientes, pero el hijo único era la norma. Uno de los objetivos inmediatos de la
perestroika fue conseguir que cada pareja tuviera su propio hogar en el año 2000. Sabían
que vivir con los padres o en pisos comunales generaba tensión en la pareja, aumentaba
los divorcios y afectaba a la natalidad. Aunque el número de divorcios había crecido en
paralelo al número de viviendas desde los años sesenta. Se había triplicado. Al igual que
el bienestar material:  conforme crecía, disminuía la natalidad. En esta tesitura, a finales
de los ochenta, literalmente, no sabían qué hacer.

Estas contradicciones no llegaron a ser superadas por las políticas soviéticas porque en
1991 se acabó el invento. Pero la postura del país sobre esta cuestión durante setenta y
cinco años se puede resumir con unas palabras de uno de los primeros sociólogos
soviéticos, Igor Kon: «La división del trabajo entre los sexos es anterior a la opresión de
las mujeres y, por lo tanto, la erradicación de esta opresión no implica la desaparición de
todos los roles sexuales».
Miembros del Sydir Kovpak, 1940. Fotografía: Autor desconocido (DP).

https://www.jotdown.es/2018/04/la-mujer-en-la-urss/

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