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Trinidad-Misterio

Queridos hermanos, hemos concluido el tiempo de pascual, y con las dos siguientes
celebraciones damos continuidad al tiempo ordinario, la primera de ella es la solemnidad de la
Santísima Trinidad, la cual, celebramos el día de hoy; y la segunda es la solemnidad del Cuerpo
y Sangre de Cristo que la celebraremos el próximo domingo.
Hay algo cierto en la solemnidad que celebramos hoy, y es, que no podemos comprender todo
lo que encierra este gran misterio, sin embargo, para contemplar un poco la realidad trinitaria,
hemos revivido el dialogo de San Agustín y el niño en la playa, que encierra un poco la
experiencia del santo sobre la Trinidad. En este dialogo, vamos a parafrasear un poco a san
Agustín, cuando este mediante un sueño encuentra a un niño en playa y lo ve cavando un hoyo, y
san Agustín le pregunta ¿Qué haces? Y aquel niño le responde, que está cavando un hoyo para
meter todo el océano, por lo que san Agustín le dice: eso es imposible, ese hoyo no puede ser
abarcado por la inmensidad del mar, y es allí, cuando el niño le expresa, que lo que él quiere
hacer, al tratar de conocer el misterio trinitario, también es imposible; porque su mente, no puede
abarcar la inmensidad de la Trinidad.
Así es, la Trinidad es un misterio inalcanzable, que no puede ser abarcado por la inteligencia,
sin embargo, sabemos y creemos en un Dios trinitario: Padre, Hijo y Espíritu Santo. De este
modo, la Trinidad es un misterio de amor, que todos debemos guardar en nuestro corazón,
porque, qué bonito es saber, que no somos la casualidad de la nada, sino, la imagen de un Dios
trinitario.
Hoy, el evangelio nos recuerda, que no, la sabemos todas; pero si nos dejamos en las manos
de Dios, su Espíritu nos guiará y nos ayudará a conocer la verdad en su plenitud (Cf. Jn 16,13);
la celebración de este domingo, es una invitación a creer y experimentar la obra de Dios en
nosotros, y como Él, desde la creación, ya había orientado todas las cosas, para que, desde la
libertad, nosotros le buscáramos y le hallásemos: en lo más profundo, en lo más pequeño de
nuestra vida y lo más sencillo de nuestro ser, es allí donde Dios nos espera, para enseñarnos, tal y
como lo experimentó san Ignacio de Loyola cuando escribe “en este tiempo le trataba Dios de la
misma manera que trata un maestro de escuela a un niño, enseñándole” (Autobiografía 27).
No necesitamos grandes cosas, para entrar en ese dialogo profundo con Dios, sino, solo la
disposición del nuestro corazón. De este modo, tenemos la plena confianza que el Padre crea y
recrea toda nuestra vida, Él, nos coloca en las manos del Hijo, que desde el amor que lleva a la
entrega, derrama su Espíritu, para de ese modo, podamos conocer todas las cosas necesarias, que
ayudan a nuestro corazón a encontrarse con tan grande misterio, aunque inalcanzable, le
podemos recibir con generosidad y sencillez.
Queridos hermanos, en esta solemnidad de la Trinidad, pidamos al buen Dios poder construir
una Iglesia de comunión según su imagen, que nuestras comunidades, que nuestro movimiento
camine en sinodalidad, para que a ejemplo de la Trinidad podamos continuar la gran obra de la
construcción del Reino.

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