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ILUMINAR LAS NECESIDADES PROFUNDAS DE LA GENTE

Motivación 3
Lo que ustedes adoran sin conocer es lo que les vengo a anunciar (Hch 17, 23).

A veces, creemos que el Evangelio es hermoso, pero sentimos que la gente quiere otra
cosa, que tiene otros intereses. Por lo tanto, perdemos el entusiasmo por la misión.
Olvidamos que, en realidad, el Evangelio es lo que los demás necesitan para ser felices,
para crecer, para realizarse como seres humanos. Nosotros creemos que el Evangelio
responde a las necesidades más profundas de las personas, porque han sido creadas
para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el mandamiento del
amor.
Cuando se logra expresar adecuadamente y con belleza el contenido esencial del
Evangelio, seguramente ese mensaje responderá, de alguna manera, a las necesidades
más hondas de los corazones. Porque Dios, que se ha revelado en el Evangelio, conoce
mejor que nadie lo que el ser humano necesita escuchar. Por eso, el anuncio cristiano
está orientado a hacer resonar la invitación más preciosa que alguien puede recibir: “El
misionero está convencido de que existe ya en las personas y en los pueblos, por
acción del Espíritu, una espera, aunque sea inconsciente, por conocer la verdad sobre
Dios, sobre el hombre, sobre el camino que lleva a la liberación del pecado y de la
muerte. El entusiasmo por anunciar a Cristo deriva de la convicción de responder a
esta esperanza” (Redemptoris Missio, 45).
El entusiasmo por predicar a Jesucristo se fundamenta en esta convicción. Tenemos lo
que la gente necesita. El misionero puede presentar su anuncio con gozo porque sabe
que no está hablando de algo inútil, sino de lo más necesario para vivir bien. No está
presentando un mensaje completamente oscuro, sino algo que, en lo más profundo
del corazón, cualquiera puede comprender. Dice el Papa Francisco que somos
misioneros porque estamos convencidos de que “el Evangelio responde a las
necesidades más profundas de las personas” (EG 265). Anunciamos precisamente lo
que no puede engañar, el mensaje que no puede manipular ni desilusionar, porque es
la respuesta que cae en lo profundo del ser humano y que puede sostenerlo y elevarlo.
Es la verdad que no se desgasta ni pasa de moda porque es capaz de penetrar allí
donde, más allá de las circunstancias, el ser humano necesita siempre lo mismo: el
amor de Jesucristo que libera y que llama a la fraternidad.
Es verdad que, a veces, las personas no pueden reconocer que ese mensaje es lo que
les hace falta, porque están muy atontadas con las cosas del mundo, con las ofertas
comerciales, con la basura de la televisión, con los entretenimientos de la sociedad de
consumo. Pero nosotros sabemos que, aunque por el momento no lo puedan ver, el
anuncio cristiano es lo que más les conviene recibir, y es lo que en lo más profundo
están esperando.
Por eso no cabe la excusa de los que dicen que no son misioneros porque sienten que
eso es imponer a los demás algo que no les interesa. Los demás necesitan recibir el
anuncio de Jesucristo aunque todavía no lo puedan reconocer, y nosotros se lo
ofrecemos aunque por ahora nos rechacen, porque “es propio del discípulo de Cristo
gastar su vida como sal de la tierra y luz del mundo” (DA 110). Ya llegará el momento
oportuno en que el corazón se abrirá y reconocerán que Jesús tiene las respuestas que
necesitan.
Hoy ya no decimos que sólo los cristianos se van a salvar, o que en el cielo no hay lugar
para los que no son católicos. Muchas personas pertenecen a otras religiones porque
han nacido en otro lugar del planeta y han bebido esas convicciones desde pequeños.
Ellos se sienten seguros de que eso es lo que Dios les pide, y la gracia de Dios puede
actuar en sus corazones más allá de todo. Otras personas, quizás vecinos nuestros, no
llevan una práctica cristiana por la educación que recibieron o porque han pasado por
malas experiencias que les han cerrado el corazón o las han alejado de la Iglesia. Pero
muchas veces el Espíritu Santo hace su obra en medio de esos límites. Entonces, ¿para
qué anunciarles a Cristo? ¿Qué necesidad hay de predicarles el Evangelio? Alguna vez
te habrás preguntado eso.
Lo que sucede es que nosotros no les anunciamos a Jesús sólo para que no se
condenen y se salven. Hay otras razones. Queremos que se encuentren con Jesús y que
su vida se transfigure gracias a la amistad con él. Queremos que disfruten del diálogo
con él, que experimenten lo que es dejar la propia vida en sus manos y contarle lo más
profundo del corazón. Queremos que lo conozcan cada vez más, que lo celebren en
comunidad, que se alimenten con su Palabra, que prueben la esperanza que brota del
encuentro con él. Todo eso, tan bello y tan grande, es lo que viene a responder a lo
que su corazón les está pidiendo, a las inquietudes que bullen dentro de ellos, a sus
angustias y a sus sueños más valiosos. Nosotros queremos que alcancen esa plenitud
en esta vida, no nos basta que se salven y vayan al cielo. Por eso, les anunciamos el
Evangelio. Queremos que Jesús brille de un modo más claro y pleno en sus vidas, como
la gran respuesta que les hace falta.
No hay que olvidar nunca esto: no es lo mismo haber conocido a Jesús que no
conocerlo; no es lo mismo caminar con él que caminar a tientas; no es lo mismo poder
escucharlo que ignorar su palabra; no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo
descansar en él, que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo
con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón. Sabemos que la vida con él se
vuelve mucho más plena y que con él es más fácil encontrarle un sentido a todo. Por
eso, somos misioneros.
Es cierto que nosotros tenemos todo ese tesoro y estamos tan acostumbrados que a
veces dejamos de valorarlo y de disfrutarlo. Tenemos la respuesta y seguimos
buscando otras. Por eso perdemos el ardor misionero y privamos a los demás de tanta
luz para vivir.

De Víctor Manuel Fernández


“Quince motivaciones para ser misioneros”

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