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Colegio Santa Inés 2014 Encuentro Nº 8

Guía de padres coordinadores

Jesús nos invita a permanecer en su amor

Idea central: Jesús nos hace una propuesta, nos invita a vivir de una manera
nueva, “la civilización de amor”.

Hecho de vida:
Nos disponemos a escuchar un cuento:

Andrés era un hombre entrado en años, inteligente, culto y con sensibilidad


acerca de las cosas importantes de la vida. Solía ir a su cabaña en la playa,
donde pasaba temporadas escribiendo y buscando inspiración para sus libros
de filosofía.
Tenía la costumbre de caminar antes de comenzar su trabajo. Un amanecer,
mientras paseaba junto al mar, observó a lo lejos una figura humana que se
movía como un bailarín. Se sonrió al pensar en alguien bailando para saludar el
día. Apresuró el paso, se acercó y vio que se trataba de un joven. Comprobó
que no bailaba, sino que se agachaba para recoger algo y, suavemente,
lanzarlo al mar.
A medida que se iba acercando, saludó:
—¡Buen día, joven! ¿Qué está haciendo?
El joven hizo una pausa, se dio vuelta y respondió:
—Arrojo estrellas de mar al océano.
—¿Por qué arrojas estrellas de mar al océano? —dijo el sabio.
El joven respondió:
—Hay sol y la marea está bajando, si no las arrojo al mar, morirán.
—Pero, joven, —replicó el sabio— ¿No se da cuenta que hay cientos de
kilómetros de playa y miles de estrellas de mar? ¡Nunca tendrá tiempo de
salvarlas a todas! ¿Realmente piensa que su esfuerzo tiene sentido?
El joven lo escuchó respetuosamente, luego se agachó, recogió otra estrella de
mar, la lanzó con fuerza por encima de las olas y exclamó:
—¡Para aquella... sí, tuvo sentido!
La respuesta desconcertó a Andrés, no podía explicarse una conducta así. Se
sintió molesto, no supo qué contestar y regresó a su cabaña a escribir. Esa
tarde, no tuvo inspiración para escribir y en la noche no durmió bien; soñaba
con el joven y las estrellas de mar por encima de las olas… Intentó ignorarlo,
pero no pudo.
La mañana siguiente, cuando el sol nuevamente lamía el mar y una suave
bruma envolvía el ambiente, descubrió las siluetas de dos hombres, uno joven
y otro viejo, que se veían juntas, a lo lejos, como si bailaran sobre la arena…

¿Qué llamó más la atención del cuento?


¿Cómo reaccionarían si fueran Andrés?¿Creen que tiene sentido lo que hacia
el joven?

Quizás el joven no era “nadie” para el mundo, pero para las estrellas, él era el
mundo, y que a su vez, influyó en Andrés el accionar de aquel joven.

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Nexo Escuchemos a través de la Palabra de Dios la invitación que nos hace
Jesús

Iluminación: Jn 15, 1-5. 12.16

Contexto histórico:

A lo largo de la historia judía  la vid se convirtió en el símbolo de Israel. Durante


el período de la historia de Macabeos, el símbolo de la vid estaba en las
monedas de Israel estaba sobre las puertas principales de las sinagogas.
Josefo describe a Herodes del Templo  en la época de Jesús dice: "En virtud
de la corona-el trabajo se extendió a cabo una vid de oro, con sus ramas
colgando hacia abajo de una gran altura, la amplitud y mano de obra de las
cuales son un espectáculo sorprendente para los espectadores"

Contexto doctrinal:

"Yo soy la Vid y vosotros los sarmientos". Nuestro Señor expuso esta alegoría
a sus apóstoles la noche de la Ultima Cena, y con ella nos introduce a todos los
cristianos en el seno de su intimidad divina. Nos está diciendo que estamos
unidos a Él con un vínculo tan profundo y tan vital como los sarmientos están
unidos a la vid. El sarmiento es una parte de la vid, una especie de
-emanación- de la misma. Y por ambos corre la misma savia. Los sarmientos y
la vid no son la misma e idéntica realidad -como no lo son la raíz y el tallo,
aunque forman un único árbol-; son, más bien, la prolongación de la vid. De
esta manera, nuestra unión con Cristo es un bello reflejo -pero muy lejano- de
la misma vida trinitaria. Dios nos ha amado tanto que quiso hacernos partícipes
de su naturaleza divina, como nos dice san Pedro en su segunda carta (II Pe
1,4) y nos creó para gozar de la comunión de vida con Él (Gaudium et Spes,
19)

¡No podía ser más íntima nuestra inserción a la persona de Cristo! La criatura
recibe todo de la madre: sangre, alimento, calor, respiración, pero el niño tiene
que separarse de la madre en un momento dado para seguir viviendo y poder
crecer y desarrollarse. Los sarmientos, al revés: tienen que estar siempre
unidos a la vid para seguir viviendo y para poder dar fruto. ¡Así de total y
definitiva es nuestra unión y dependencia de Cristo!
Pero, por supuesto que no se trata de una unión física, sino espiritual y mística
–que no significa por ello menos real, como si sólo fuera real lo que se ve o se
toca–. La unión del amor que nos une a nuestro Señor Jesucristo es
infinitamente más fuerte y poderosa que la cadena más gruesa e irrompible del
universo. ¡Tan fuertes son las cadenas del amor! Pero todo ha sido por mérito y
benevolencia de Cristo hacia nosotros. Ha sido su amor gratuito y
misericordioso el que nos ha comprado y redimido, a través de su sangre
preciosa -como nos recuerda también el apóstol Pedro (I Pe 1, 18-20)- y nos ha
unido indisolublemente a su persona y a su misma vida. ¡Qué regalo tan
incomparable!

Pero esta unión se puede llegar a romper por culpa nuestra, por negligencia,
por ingratitud, por soberbia o por los caprichos de nuestro egoísmo y
sensualidad. Sí. Y en esto consiste el pecado: en rechazar la amistad de Dios y
la unión con Cristo a la que hemos sido llamados por amor, por vocación,
desde toda la eternidad, desde el día de nuestra creación y del propio
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bautismo. Y es que nuestro Señor no obliga a nadie a permanecer unido a Él.
Respeta nuestra libertad y capacidad de elección, también porque nos ama. Un
amor por coacción no es amor. Nadie, ni siquiera el mismo Dios, puede
obligarnos a amar a alguien contra nuestra voluntad. Ni siquiera a Él. Nos deja
en libertad para optar por Él o para darle la espalda e ir contra Él, si queremos.
¡Qué misterio!
Si queremos tener vida en nosotros y llevar frutos de vida eterna,
necesariamente tenemos que permanecer siempre unidos a Cristo: "Como el
sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco
vosotros, si no permanecéis en mí". Las palabras de Cristo son clarísimas. Y
con la imagen agrícola que emplea el Señor adquieren aún más fuerza plástica.
Es imposible que un sarmiento apartado de la vid dé uvas, como tampoco
puede dar manzanas una rama seca, separada del árbol. Un sarmiento así no
sirve ya para nada, más que para tirarlo fuera y para hacer una hoguera. Le
pasa lo mismo que a la sal que pierde su sabor (Mt 5,13); y la higuera estéril,
sin frutos, es cortada y echada al fuego para que arda (Lc 13,7).

"Yo soy la Vid -nos dice nuestro Señor-. Ustedes los sarmientos. El que
permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis
hacer nada". Nada. ¡Cuánta necesidad tenemos de Él para poder vivir! Mucha
más de la que el bebé tiene de su propia madre. Sólo si permanecemos unidos
a Cristo, podemos hacer algo de provecho para los demás y para nosotros. 

Y, ¿cómo podemos permanecer unidos a Cristo? Por el amor a Él y por la vida


de gracia santificante: evitando el pecado, frecuentando los sacramentos,
intensificando nuestra vida de oración, procurando cumplir la santísima
voluntad de Dios en cada jornada y practicando el precepto de la caridad. 

1877 La vocación de la humanidad es manifestar la imagen de Dios y ser


transformada a imagen del Hijo Único del Padre. Esta vocación reviste una
forma personal, puesto que cada uno es llamado a entrar en la
bienaventuranza divina; pero concierne también al conjunto de la comunidad
humana.
1878 Todos los hombres son llamados al mismo fin: Dios. Existe cierta
semejanza entre la unión de las personas divinas y la fraternidad que los
hombres deben instaurar entre ellos, en la verdad y el amor (cf GS 24, 3). El
amor al prójimo es inseparable del amor a Dios.
1879 La persona humana necesita la vida social. Esta no constituye para ella
algo sobreañadido sino una exigencia de su naturaleza. Por el intercambio con
otros, la reciprocidad de servicios y el diálogo con sus hermanos, el hombre
desarrolla sus capacidades; así responde a su vocación (cf GS 25, 1).
1950. La ley moral es obra de la Sabiduría divina. Se la puede definir, en el
sentido bíblico, como una instrucción paternal, una pedagogía de Dios.
Prescribe al hombre los caminos, las reglas de conducta que llevan a la
bienaventuranza prometida; proscribe los caminos del mal que apartan de Dios
y de su amor. Es a la vez firme en sus preceptos y amable en sus promesas.
1953 La ley moral tiene en Cristo su plenitud y su unidad. Jesucristo es en
persona el camino de la perfección. Es el fin de la Ley, porque sólo Él enseña y
da la justicia de Dios: “Porque el fin de la ley es Cristo para justificación de todo
creyente” (Rm 10, 4).
1972 La Ley nueva es llamada ley de amor, porque hace obrar por el amor que
infunde el Espíritu Santo más que por el temor; ley de gracia, porque confiere la
fuerza de la gracia para obrar mediante la fe y los sacramentos; ley de
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libertad (cf St 1, 25; 2, 12), porque nos libera de las observancias rituales y
jurídicas de la Ley antigua, nos inclina a obrar espontáneamente bajo el
impulso de la caridad y nos hace pasar de la condición del siervo “que ignora lo
que hace su señor”, a la de amigo de Cristo, “porque todo lo que he oído a mi
Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15, 15), o también a la condición de hijo
heredero (cf Ga 4, 1-7. 21-31; Rm 8, 15).
1973 Más allá de sus preceptos, la Ley nueva contiene los consejos
evangélicos. La distinción tradicional entre mandamientos de Dios y consejos
evangélicos se establece por relación a la caridad, perfección de la vida
cristiana. Los preceptos están destinados a apartar lo que es incompatible con
la caridad. Los consejos tienen por fin apartar lo que, incluso sin serle contrario,
puede constituir un impedimento al desarrollo de la caridad (cf Santo Tomás de
Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 184, a. 3).

Contexto actual:

Jesús en cierto modo también se dedicó a arrojar estrellas al mar. Él tuvo


kilómetros de playa que recorrer con su mensaje; hoy en todas partes del
mundo se conoce algo de su mensaje, pero hace 2000 años el mundo no lo
conocía. Y sin embargo fue con su grupo de 12 discípulos a tirar las estrellas al
mar; con su actitud, curaba enfermos, perdonaba a los pecadores, amaba a
sus enemigos.
Los escribas y fariseos se encargaron de hacerle difícil el camino a Jesús, y sin
embargo Jesús nunca se rindió.
Jesús nunca se conformó con tirar algunas estrellas al mar, ó solo hacerlo con
las que estaban a la vista para satisfacer su conciencia y quedarse tranquilo
consigo mismo. Desde el primer momento su mensaje fue y siguió siendo,
siempre universal, para TODOS, aún los que no lo conocían. Amo y dio la vida
por construir lo que él llamó “el Reino de Dios”.

Los viñadores saben, por ejemplo, que la viña es una de las plantaciones más
apreciadas, y lo argumentan diciendo que es la única planta que tiene un
nombre especial para el tronco y para sus ramas (cepa y sarmientos).
La imagen de la viña y su fruto, por tanto, no es solo la de un cultivo cualquiera;
se trata del origen del vino, símbolo de la alegría y la fiesta en aquella cultura, y
también todavía en la nuestra.
Jesús nos dice que él es la vid verdadera, que nuestra unión con el favorecerá
nuestro fruto. Hay muchas otras vides que no son verdaderas, que nos
prometen mil y un frutos, pero solo son engaños estériles. En nuestra vida
podemos perdernos buscando estas vides, persiguiendo las promesas de
felicidad que se multiplican en la sociedad. Solo encontrado a Jesús,
uniéndonos a él, la auténtica savia del amor de Dios correrá dentro de nuestra
alma y se manifestará en frutos de fraternidad y solidaridad.
La misión del Padre es presentada como la del viñador, que corta los
sarmientos que han decidido no dar fruto y poda y limpia los que pueden dar
más. Ya nos gustaría a nosotros dar el fruto mínimo, el que nos hace cumplir el
expediente, el necesario para que el viñador no se fije demasiado en nosotros y
nos deje tranquilos. Pero Jesús no ha venido a traernos tranquilidad, sino a
impulsarnos para que lleguemos a la plenitud de nosotros mismos. Ningú padre
se conforma con la mediocritat de sus hijos, más bien desea que se desarrollen
al máximo. Igualmente, Dios nos da los talentos para que los hagamos
fructificar, para convertirlos en regalos para los demás.
Por eso, el Padre nos poda, nos limpia del pecado, del conformismo, de la
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mediocridad, y nos posibilita una vida profunda y auténtica que, sin él, no
podríamos ni soñar.
La clave del fruto, sin embargo, está en la unión con Jesús, en «estar en él». Y,
¿qué quiere decir eso? ¿Qué significa estar en Jesús? En primer lugar,
necesitamos tomar conciencia de ser amados por él. Jesús ha venido solo para
amarnos, y todo lo que ha hecho y ha dicho es expresión de su amor total por
nosotros, por cada uno y cada una. Si nos ponemos a trabajar por el Reino sin
sabernos queridos por Dios, llegarán pronto las dificultades, los cansancios, las
limitaciones, y no tendremos ningún lugar donde agarrarnos, ningún punto
firme, ninguna vid de la que llenarnos de la savia de su amor.
Es Jesús quien nos llama a estar con él y nos envía a difundir el evangelio y
construir el Reino. Por ese orden. La unión con Jesús es afectiva y efectiva, es
decir, implica un afecto, un sentimiento, y unas obras, una eficacia. Cada uno
puede hacer revisión de su vida y ver cómo vive y cómo demuestra su
comunión con Jesús. Desde siempre, los cristianos hemos considerado
imprescindibles la oración personal y comunitaria, la acción por los más
necesitados, la fraternidad, la lucha por la justicia… Todos, de una manera u
otra, con unas acciones u otras, vivimos y colaboramos para hacer realidad el
sueño de Dios en el mundo. Esta es la gloria de Dios Padre que cantamos
cada domingo: dar mucho fruto y ser buenos discípulos de Jesús.

Oración

Rezamos especialmente para permanecer unidos a Jesús en este camino que


estamos recorriendo en familia

Jesús, Buen Pastor,


queremos seguir tus pasos.
Danos tu Espíritu,
para aprender a vivir en la misericordia.
Ayúdanos a descubrir la gratuidad de tu amor,
entrega generosa, don de vida que se regala.
Queremos compartir tu sueño
de construir un mundo justo,
donde exista igualdad
y una fraternidad real, 
donde haya pan para todos
y la libertad sea una luz
que ilumine a todas las personas.
Danos tu Espíritu, Jesús, Buen Pastor,
para perseverar
en nuestra búsqueda,
para seguir en camino, 
para animarnos a la esperanza activa
de hacer un Reino de paz
y de bondad para todos.
Jesús, Buen Pastor,
que pasaste haciendo el bien,
viviendo la misericordia
en la atención a los enfermos,
en la búsqueda de los marginados,
en la denuncia de las injusticias,
en la apertura al Dios de la vida,
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en la enseñanza paciente de los discípulos,
en el anuncio del Reino para todos.
Danos tu Espíritu, Jesús,
para seguirte,
para imitar tu entrega,
para hacer el bien en nuestros días,
en el camino de cada uno,
para vivir en la bondad,
caminando hacia tu Reino. Amén

Bibliografía:
Catecismo de la Iglesia Católica
Gaudium et Spes
http://www.es.catholic.net/aprendeaorar/103/477/articulo.php?id=9767
http://www.bibliayvida.com/2012/04/yo-soy-la-vid-y-vosotros-los-sarmientos-
juan-151-8/

Encuentro nº 8

Para trabajar con nuestra hija:

Jesús nos invita a permanecer en su amor

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Habiendo descubierto que somos imagen de Dios y nos regaló la libertad para
vivirla responsablemente. Jesús nos invita a permanecer en su amor, estar
siempre unidas a él, tomadas de la mano y así caminar hacia el Padre Dios.

Leemos Jn 15, 1-5. 12.16

La vid, es el mismo Dios que nos entrega su amor. Los sarmientos (ramitas)
somos nosotros que debemos permanecer junto a él para dar mucho fruto
(paz- amor – alegría).
¿Qué frutos damos hoy como familia de la mano de Dios? Colocarlos en cada
uva, en las ramas los nombres de los integrantes de la familia y en el tronco a
Dios.

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