Está en la página 1de 6

2do Recorrido Procesional del Señor de los Milagros (18-1022)

Homilía de Monseñor Carlos Castillo


(Transcripción)

Buenos días a todos y a todas.


¡No nos encontramos desde hace 3 años de esta manera! Por eso,
dijo el Papa muy claramente, que es “un lindo día” para que el Señor
nos lleve la delantera caminando con nosotros y, simultáneamente,
ayudándonos, sobre todo, a vivir lo que Él nos ha enseñado, lo que
Él vivió con nosotros, que fue su entrega generosa en la Cruz.
Hoy día, el texto del Evangelio (Juan 3, 13-17), nos dice que el Señor
es Aquel que, bajando del cielo, vuelve al cielo; es decir, que es una
gracia, un don, un regalo de Dios. No es ningún hombre que se ha
endiosado o se ha creído “la divina pomada”, o se ha creído superior
a todos y hace lo que quiere, sino un Señor que hace la voluntad del
Padre, que viene de parte del Padre Dios para hacernos hermanos a
todos hijos, siendo Él plenamente Hijo, Hijo obediente.
Y ese ser hijo obediente, hoy día, es una cosa que, en nuestra fe,
tenemos que revisar, porque, a veces, pensamos que la fe es algo
que nosotros tenemos porque somos seres religiosos. Cuando
decimos que somos seres religiosos decimos una verdad, porque el
ser humano busca a Dios, pero también inventa dioses. Ahora hay
un “dios” que anda caminando por ahí, que todo el mundo conoce,
“el dios dinero”, y todos, de alguna manera, le rendimos culto,
especialmente, algunas personas que viven todo el tiempo
buscándolo. Es verdad que necesitamos el dinero para sobrevivir,
pero hay quienes lo usan para especular, para convertirlo en un dios.
Y todos sabemos que, en primer lugar, hay que amar a Dios y
rechazar al dinero como principio de vida. El principio de vida es el
Dios que nos creó y nos amó, y, por lo tanto, todo tiene su
fundamento por amor, todo crece, vive, y existe la alegría, por amor.
Y ese amor suscita en nosotros la capacidad de amar enormemente.
Cada año, los limeños, a partir del acontecimiento de aquel terremoto
terrible en dónde quedó incólume la pared en donde está pintado el
Señor, y que, luego, fue vuelto a expresar bellisimamente en el Anda
que camina por las calles; después de ese terremoto, se instituyó -
con enorme libertad por parte de los cristianos de esa época y que
luego continuó en nuestra historia - esto que se llama la “cuaresma
limeña”. Tuvimos la osadía de hacer un segundo mes de
Cuaresma… miren lo interesante que es esto. Quiere decir que,
cuando uno es cristiano, es una persona libre, inspirada por el Señor
y, sobre todo, si es un pueblo cristiano inspirado por el Señor para
recrear las formas de fe que nos inspira el Señor a hacer y nos da la
libertad, pordemos incluso hacer nuestra Cuaresma. Y esto es muy
importante porque, lo que hace posible nuestra fe, es la inspiración
de un Dios que nos hace libres y quiere que maduremos, que
reflexionemos y decidamos e inventemos formas nuevas de amar.
Qué lindo, hoy día que, en medio del dolor, el Anda esté vestida
también con los cordones de los hermanos que entregaron su vida
durante muchos años y que el Covid-19 se llevó, pero que nosotros
recordamos. Y recordar, ¿saben ustedes qué significa? Volver a
meter en el cordes, en el corazón… ¡De ahí viene el recuerdo! Y, por
eso, la guitarra no suena si es que no hay cuerdas, y también hay
país cuando hay personas cuerdas, con corazón. Hay vida en la
Iglesia cuando hay sacerdotes, religiosas, como las nazarenas, como
ustedes, como laicos que participan en diversos grupos y somos el
corazón de la Iglesia. ¡Por eso tenemos esos cantos tan lindos!
Es tan nuestra esta fiesta que los cantos que se cantan se cantan
con nuestros ritmos. Evidentemente, tiene mucha importancia el latín
y los cantos gregorianos que están en la tradición de la Iglesia, pero
es una de las tradiciones, y nosotros hemos ido creando una tradición
peruana también. Nuestras misas tienen que estar llenas de estas
formas de cantar que, además, son preciosas, tiene un gran
compositor y el coro que nos acompaña lo hace perfectamente. La
mamá, la mujer, cuando nos tiene en el vientre materno, nos canta…
y nos ordena todos los ruidos del cuerpo, de ella, del mío y de afuera.
Y eso nos da paz, nos inspira y podremos, entonces, con alegría,
decir, expresar, hablar.
Hay algo muy importante que vamos a reflexionar ahora, el 28 de
octubre y el primero de noviembre: “Hay que ser engendrado de lo
alto”. ¿Por qué Juan, el evangelista, pone acento en estas cosas que
está hablando? A veces, pensamos nosotros que dice que “hay que
renacer de lo alto”, pero es más fuerte todavía. Quien no es
engendrado de lo alto de la Cruz de Cristo, no puede ver ni puede
entrar al Reino de Dios. En cambio, quien se deja engendrar, como
el Papa decía. “quién se deja abrazar por el Señor”, ése va a entrar
y ver el Reino de Dios. Por eso, hoy día, por ejemplo, estamos todos
aquí reunidos y sentimos que el Reino de Dios está cerca, no está
lejos.
El Reino de Dios es una fuerza de amor que inunda a las personas,
y si toda la vida nosotros tenemos problemas, sabemos que hay una
esperanza. Eso que el Papa nos dijo cuando vino: “¡No se dejen robar
la esperanza!”, porque hay ladrones de esperanza que nos “pintan”
las situaciones y la vida de la Iglesia toda oscura. La Iglesia es para
anunciar el Evangelio de la alegría, de la esperanza. Y siendo que
celebramos a un Cristo crucificado que se pasea por nuestras calles,
Él introduce la inspiración en todo el pueblo porque nos visita y viene
a acompañarnos en nuestro dolor.
Este recuerdo que hemos hecho de nuestros 200 mil muertos en el
Perú, son recuerdos de que, en medio de toda esta situación, el
Señor siempre vivía y sufría con nosotros en esos momentos. Y, por
eso, también, tenemos la esperanza no solamente en el reencuentro
final, sino en la resurrección de todos. Algún día todos nos
encontraremos y viviremos en paz y en alegría.
Por esa razón, hoy es un día para empezar a caminar largamente por
la ciudad. Hemos dicho que este año, después de todo lo vivido,
hemos de agradecer al Señor porque somos sobrevivientes. ¡El
Señor jamás nos abandona! Y una de las cosas que hemos visto
nosotros en nuestras comunidades, como obispos, en la Iglesia de
Lima, es que se dejó de decir una frase que era muy usual en tiempos
de crisis: ¡Aplaca tu ira Señor! Ya no lo hemos dicho, ¿verdad?
Quiere decir que hemos reflexionado claramente con mayor
madurez, porque Dios no tiene ira, Dios es amor, amor gratuito,
generoso, entregado, inspirador, alentador de su pueblo. Si existen
cosas negativas y malas es por la voluntad de algunas personas de
hacer el mal, pero Dios no las manda, Dios siempre manda algo que
sirva para que nosotros sigamos creando una nueva humanidad.
Nuestro problema principal en el mundo, hoy día, es cómo se genera
una nueva humanidad, porque vivimos en una humanidad que está
mirándose todo el tiempo el ombligo, que solo está buscando
ambiciones y, para eso, arma guerras. Ahora se está creando una
base en Marte para que se vayan los “más más” y los demás nos
quedemos en el “valle de lágrimas”. Hay esos proyectos en el mundo
y es terrible, sin embargo, insistimos, junto con el Santo Padre, que
este es un tiempo para dejándonos guiar gratuitamente e
inspirándonos mutuamente, desarrollemos capacidades de crear el
amor todos, haciendo que nuestra fe la acojamos con toda nitidez y
claridad. Por eso, la Encíclica Fratelli Tutti dice: todos hermanos.
Ustedes se han adelantado con la Hermandad del Señor de los
Milagros. ¡Hermanos todos!
El día 6 de octubre que me reuní con el Santo Padre, me decía algo
asi: Ese signo, la procesión, que ustedes han creado, por obra de su
fe, inspirada desde hace siglos, es hoy día la voz cantante de una
esperanza definitiva en la humanidad. Por ello, del Perú tienen que
nacer los evangelizadores en el mundo que ya están por todas partes
que, anunciando al Señor de los Milagros, ayudemos a generar el
gran milagro de la paz y de la nueva humanidad. Y tenemos esa gran
tarea ayudándonos mutuamente en las hermandades y en la
hermandad, especialmente, de ustedes, que es la más grande de
todas porque suscita varias hermandades, donde aprendemos a
corregirnos mutuamente.

Yo le he expresado mucho a don José Soto la importancia de que


una dimensión comunitaria sea importante en la hermandad y alli leer
juntos la Palabra. La vez pasada, hace 3 años, me invitaron a hablar
y a comentar la Palabra. Pues necesitamos que fluya la Palabra de
Dios porque el Señor, si está en silencio allí (señalando hacia la
Cruz), es porque ha terminado la vida, pero también dice: “En tus
manos, Señor, encomiendo mi Espíritu”, “Perdónalos, Señor, porque
no saben lo que hacen”. Y su solo signo de silencio es para que
nosotros, recibiendo su Espíritu, caminemos con Él. Dice San Juan,
“entregó el Espíritu” expiró. Y, ¿dónde se fue el Espíritu? Al Padre y
a a nosotros, por eso caminamos ahora con y en ese Espíritu, con
este Señor que está caminando con nosotros.
“Como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser
elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga
vida eterna”. Algunos piensan que la vida eterna es la otra vida, pero
también es esta, porque es la que no acaba nunca. Entonces, todo lo
que es vida está llamado a ser pleno, grande y, sobre todo, tiene la
virtud y la maravilla de ser ancho como el corazón de Dios, es
“macro”.
Y, por esa razón, hermanos y hermanas, esta elevación que
hacemos del Señor y que el Evangelio dice tener relación con la de
Moisés. ¿Qué relacion tenia con los israelitas? ¿Qué habia pasado
alli? Pues, había pasado que el pueblo renegaba: “Uy, ya basta del
maná, nos resulta un asco ese pan que nos das”. El pueblo de Israel
era bien “chusco”, “cabeza hueca”, porque se pelea con Dios, pero el
Señor les manda una especie de truquito, les manda unas culebras
para que los piquen. Volvieron a clamar, entonces, al Señor, y el
Señor le manda a Moises exculpir una estatua de bronce en forma
de una serpiente que se elevaba para que en la mirada, como que se
inoculara una vacuna y, entonces, sean liberados del veneno.
Nosotros tenemos esta situación parecida y la vacuna por fin llegó,
gracias a Dios.
El Señor quiere inocularnos el amor de Jesús en la Cruz, mediante el
“callejeo”, mediante el “misericordeo”, como dice el Papa, para que
todos seamos misericordiosos y seamos caminantes, no estáticos,
no encerrados en nosotros mismos.

Y, por esa razón, cuando lo elevamos al Señor, ya en la primera


celebración que hicieron el día 8 de octubre, ya desde ese momento
el Hijo del Hombre es elevado, con la intención de que no solo
“viéndolo”, sino mirandolo, contemplandolo, como hacemos también
con la Eucaristía que, a solas, en silencio, adoramos en las distintas
capillas de toda la ciudad, en donde lo importante es que el Señor
nos va trabajando por dentro, lo cual termina en el cambio personal
en relación con los hermanos. Es un tiempo de contemplación, pero
mirar significa profundizar, significa dejar que mis venas, que mi
sangre, que mi corazón, mis manos, todo se vaya transformando. Y
luego, también, es un llamado a todo el pueblo para ser Pueblo de
Dios, para ser Pueblo de la propiedad de Dios, haciendo que todas
nuestras relaciones se mejoren. Y, por eso, ahora que caminamos
juntos, que sea como una Parábola de cómo debe ser el Perú, un
Perú unido por su Señor, que se sabe pecador, que se corrige
mutuamente, que no es perfecto, pero siendo de pecadores a
pecadores en conversión y amados por el Señor.
“Aunque tu padre y tu madre te abandonaran, yo nunca te
abandonaré”, dice el Señor. Por eso, hoy día, hermanos, el Señor no
nos condena, no condena al mundo. Quiero subrayar esta palabra
que el Papa insiste mucho: “El Señor nos ha amado gratuitamente” y
ama al mundo a pesar de todas sus injusticias, malestares, horrores,
hundimientos, maltratos, porque todos somos sus hijos. Nos deja a
nosotros decidir si lo seguimos o no. Por eso es que dice que el que
no le hace caso, el que no lo mira, el que no se deja interrogar y no
hace un cambio en su vida, él, solito, se ha autocondenado, se ha
autoexcluido. Y no queremos auto-excluirnos ¿verdad?, pero no se
puede auto-excluir si no se renuncia a ciertas cosas, siempre hay que
renunciar a algo.
Las hermanas carmelitas nazarenas han festejado hace poquito el
día de Santa Teresa de Jesús, que decía: “Muero, porque no muero”,
es decir, muero de no morir, muero de que no renuncio a ciertas
cosas. Y todos los peruanos a algo tenemos que renunciar, a algo
que no está bien que sigamos haciendo, y así, entonces,
reconocemos y nos ayudamos mutuamente. Esa es la finalidad de
este camino que hacemos con el Señor y que sea como una especie
de Parábola, como una especie de promesa, de maqueta de lo que
será el Perú: a todos nosotros caminando y pidiéndole que nos
ayude, pero queremos ir a paso firme.
Este paso firme, este camino que vamos a hacer en que
acompañamos al Señor, siempre agradecidos - a pesar de ser
sobrevivientes, somos agradecidos - este camino, este
acompañamiento del Señor en su camino, a paso firme, significa para
todos nosotros el reafirmar que hemos de construir un país sólido por
dónde caminar; un país sin tropiezos, sin piedras en el camino que
destruyen nuestra vida y no nos permiten salir adelante. Y la
bendición del Señor de los Milagros nos dé la fuerza para vivir.

Padre Santo, gracias por tu Hijo, Jesús, gracias por caminar a plena
luz del día con paso firme. Amén.

También podría gustarte