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El turismo en Mendoza en los

comienzos del siglo XX


Hacia fines de siglo XIX la ciudad de Mendoza no era considerada un destino
turístico, según la acepción actual del término.
Arq. Pablo Bianchi. Grupo Historia y Conservación Patrimonial
(INCIHUSA-CONICET / UNCUYO)
Viernes, 22 de mayo de 202000:00 hs
La palabra “turismo” está definida por la Real Academia Española como la
“actividad o hecho de viajar por placer”. Entraña en su misma definición dos
aspectos esenciales: en primer lugar la cuestión del viaje, es decir, el
movimiento o desplazamiento de personas; en segundo término el hecho de
permanecer en un sitio determinado con el objeto de conocerlo, lo que
demanda necesariamente un hospedaje u hotel.
El origen del vocablo “turista” se remonta a las prácticas de la alta sociedad
burguesa de fines del siglo XVII y principios del XVIII, sobre todo en
Inglaterra. Nace del concepto de grand tour, que, como práctica que permitía
distinguirse y diferenciarse de la clase proletaria, consistía en realizar un viaje
de uno o dos años por los monumentos y ruinas de la antigüedad clásica. Este
viaje no tuvo inicialmente un carácter pedagógico, sino que posibilitaba la
socialización con otros miembros de igual rango. Posteriormente se
incorporaron aristócratas y miembros de la nobleza del resto de Europa. Hacia
el siglo XIX y con la industrialización, la práctica decanta hacia estratos
sociales más bajos y un grupo mayor, pero todavía selecto de la sociedad; es
el que accede a estos sitios ya con fines formativos, es decir, conocimiento y
reconocimiento de otras culturas en contraste con la propia.
La pintura en los primeros tiempos y luego la fotografía, registraban
curiosidades y paisajes de los sitios que se visitaban, dentro de los cánones de
belleza y los códigos culturales de la época. Por ejemplo, la pintura romántica
tenía por objeto mostrar las ruinas de las civilizaciones antiguas. En esta
prefiguración, la representación de los sitios o edificios está impregnada de
una visión de mundo propia de ese momento histórico. Las pinturas reflejan
escenas campestres o urbanas con cierto aire de melancolía, de apego al
pasado, de ensoñación, con escenas más bien estáticas donde predomina el
punto de vista del observador.
En Mendoza existen testimonios de viajeros desde el siglo XVII, que relatan
costumbres de los lugareños o muestran imágenes cotidianas de poblados o
parajes. Muchos de estos testimonios se transmitieron desde las bitácoras de
viaje, relatados a modo de crónicas. Otros, a partir de producciones
pictóricas como acuarelas, litografías, carbonillas y óleos. Rugendas,
Schmidtmeyer, Ovalle, Brambilla y el naturalista inglés Darwin, son algunos
de los expedicionarios que plasmaron visiones de Mendoza y de sus sitios
emblemáticos. El valor de estos bosquejos o dibujos radica justamente en su
carácter testimonial, dado que constituyen los primeros registros gráficos de
los paisajes locales. En este sentido, las ilustraciones más antiguas de Puente
del Inca datan de 1798, igualmente de fines del siglo XVIII provienen los
primeros registros pictóricos de las casuchas de la cordillera en el camino de
las postas, que unía Buenos Aires con Santiago. En la incipiente economía
colonial, los cruces de ganado a pie hacia Chile se tornaron en una práctica
comercial habitual, que era aprovechada por los expedicionarios para conocer
los parajes cordilleranos.
La llegada del ferrocarril a Mendoza en 1885 provoca lo que Alain Corbin
denomina “revolución turística”: el tren acorta distancias, permite un
intercambio fluido de personas y mercancías y los desplazamientos adquieren
carácter estacional. Existe una dinámica en el surgimiento de los destinos
turísticos, que Marc Boyer ha calificado como “procesos de invención y
difusión”, por los cuales es posible comprender el proceso de emergencia de
un sitio, de consolidación por la afluencia constante de visitantes ilustres o de
clases acomodadas; y la búsqueda de nuevos destinos cuando el anterior deja
de revestir un carácter específico de distinción.
En este contexto, se produce el surgimiento de las primeras estaciones
termales de la cordillera argentina, en Puente del Inca (1903) y Cacheuta
(1913), con hoteles gerenciados por la Compañía de Hoteles Sud Americanos
Ltda., una empresa subsidiaria del ferrocarril. Sus suntuosos edificios
conjugan una alta tecnología en equipamiento (agua fría y caliente,
calefacción central, frigorífico, ascensores, equipo de proyección
cinematográfica) y se instauran como testigos de una vertiginosa sociabilidad.
A diferencia de los ejemplos de montaña, los hospedajes de la ciudad de
Mendoza, menos tecnificados, corresponden a emprendimientos familiares
que replican en su arquitectura la vivienda italianizante característica de fin de
siglo XIX y principios del XX, con algunas variantes según su importancia.
De estos hospedajes, el hotel Bauer (de propietario desconocido), el hotel San
Martín (de Mascaro y Cía.) y el hotel Nacional, luego Savoia (de Miguel J.
Ferrer) encarnan el modelo de hotel urbano de principios de siglo XX. El
Bauer fue fotografiado en las celebraciones del Centenario, en 1910. La
imagen del San Martín (1900c.) circulaba en postales de época y el Nacional
(1910) destacaba en avisos publicitarios en prensa. Los tres edificios estaban
ubicados en el centro de la ciudad: el primero en calle Necochea casi esquina
Av. España, el segundo en la esquina de Av. España y Gutiérrez y el tercero
en la esquina de Av. Las Heras y Av. Mitre, donde fue fundado; y luego de un
incendio, reconstruido a nuevo en Av. Godoy Cruz 345.
Sus fachadas respondían a una composición clásica, resueltas en un esquema
de basamento, desarrollo y coronamiento. Pilastras adosadas en muros,
cornisas en el nivel del coronamiento y guardapolvos en dinteles de aberturas
constituían el único recurso decorativo. Las plantas se organizaban en partidos
casi siempre simétricos, con un profundo zaguán en el eje del solar que
oficiaba de acceso principal y conducía al patio, al cual se abrían todas las
habitaciones. Los servicios eran muy limitados y no contaban por lo general
con baño privado. Por ejemplo, el Nacional tenía 45 habitaciones,
departamentos para familias y 14 cuartos de baño compartidos, con agua fría y
caliente. Como servicio complementario, el hotel ofrecía restaurante a la carta
y estaba atendido “personalmente por su dueño”, cualidad de la que se
preciaban los establecimientos “de prestigio”.
Esta situación se revertirá en 1923 con la construcción del Plaza Hotel, Teatro
y Casino durante el gobierno de Carlos Washington Lencinas, que inaugura la
fase moderna de la edilicia de hoteles, con una acción precursora de
promoción turística desde la esfera estatal.
https://www.losandes.com.ar/el-turismo-en-mendoza-en-los-comienzos-del-siglo-xx/

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