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Fue la mano de Dios

El verano de 1984 el Nápoles fichó a Diego Armando Maradona y Fabietto Schisa


perdió a sus padres. El primero era ya entonces uno de los mejores jugadores del
mundo. El segundo aún era un adolescente observador y larguirucho. Décadas más tarde
se convertiría en uno de los mejores directores de cine de su tiempo, pero aquel verano
nadie lo sospechaba. El pobre Fabietto no se atrevía siquiera a responderle a quien se lo
preguntaba que de mayor quería dedicarse a hacer películas.

Cumplidos los cincuenta y con unas cuantas buenas historias a sus espaldas, Fabietto
Schisa, que en realidad se llama Paolo Sorrentino, nos contó la suya. La del verano que
se pasó en vilo por si El Pelusa acababa fichando por el Nápoles hasta que tuvo algo
más importante en lo que pensar: que se había quedado huérfano. La de cómo nuestras
historias, las de los extras, y las que salen en los periódicos, las de los personajes
principales, se entrelazan y quedan ligadas para siempre en la memoria. Por eso cuando
se habla del 11-S o del 11-M la conversación termina, de manera inevitable y un poco
ridícula, en qué andábamos haciendo cada cual cuando aquello ocurrió: yo estaba en
casa de mi madre y de repente apareció Matías Prats con la cara desencajada en la tele,
yo tenía siete años y al día siguiente empezaba segundo de primaria, a mí me acababa
de dejar mi primera novia.

El afuera y el adentro se entrelazan sin que podamos evitarlo, generando filias, fobias y
relatos que se escapan de nuestro control y que condicionan la manera en la que
percibimos el mundo y lo que en él acontece. Escribía Sergio del Molino, que vivió algo
que jamás debería vivir nadie, la pérdida de un hijo, que el 15M le había parecido una
filfa porque durante aquellos días él estaba viviendo una tragedia más tangible que la
corrupción política: la de la enfermedad de su chiquillo. Que incluso le había cogido un
poco de manía a todos aquellos que pensaban que estaban cambiando el mundo por dar
cuatro voces y aplaudir como los sordos en una plaza. Y es normal: él tenía una causa
mucho mayor por la que indignarse, por la que enfadarse con el mundo. Fabietto Schisa
pudo nombrar su pena cuando sus padres murieron: se quedó huérfano. Sin embargo, no
hay un término que designe a los padres que pierden a sus hijos, y está bien que así sea.
Porque si hay un dolor innombrable es, sin duda, ese.

Para mí el día que asesinaron a Miguel Ángel Blanco será siempre el de la boda de la
Rebeca, una prima de mi madre, y el año que sacaron a Franco del Valle el mismo en el
que enterramos a mi tío Hilario primero y a mi abuela después. Este que se va quedará
en mi memoria como el año en el que un señor vestido de búfalo asaltó el Capitolio y
hubo quien lo llamó golpe de Estado y un periodista del New York Times le pidió a mi
abuelo Vicente que le explicara las herramientas que tenía en su corral y que por qué era
del Bilbao.

El año en que una borrasca de nieve provocó el caos y en el que una anciana se me
acercó en el parque de la verbena de Criptana para decirme que, hasta el mío, nunca se
había leído un libro, recordándome por quién y para quién escribo. Ese en el que
tuvimos la electricidad más cara de la historia, me invitaron a hablar a La Moncloa y los
políticos me parecieron tan superficiales y robóticos que me sentí parte de Years and
Years. El año en que Messi dejó el Barca y la Ana Mari y mi padre se convirtieron en la
mejor versión que he conocido de ellos: en abuelos. El año que los talibanes tomaron el
poder, se casó mi primera amiga, nació mi primer hijo y comprendí el amor. El del
volcán de la Palma, el del imbécil de Zuckerberg queriéndonos vender unas gafas para
quedarnos en casa tras dos años de acabar hasta las narices de estar en casa y el de una
feria del libro en la que sentí que no podía estar a la altura de tanto cariño.

A todos los que habéis formado parte de él, cerca o lejos. A los que me habéis leído y
me habéis acompañado, infinitas gracias. Me sale pensar lo que al tío del pobre
Fabietto: que todo esto solo ha podido ser la mano de Dios.

Feliz 2022. Os deseo cosas buenas, bellas y verdaderas. Y alegría para mirarlas.

Art Ana Iris


https://medium.com/@anairissimon/fue-la-mano-de-dios-8d413d4a65ee

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