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Agustín de Hipona, De Civitate Dei,

Edición: Tomás A. Chuaqui, «La ‘Ciudad de Dios’ de Agustín de Hipona:


Selección de textos políticos» , Estudios Públicos, 99(2005), p. 273-390
(capítulo XX de San Agustín, p. 325-327.

Capítulo XX. LA SOBERANÍA DE ROMA HA SIDO DISPUESTA POR EL DIOS


VERDADERO, DE QUIEN VIENE TODO PODER Y CUYA PROVIDENCIA LO
GOBIERNA TODO

A la vista de lo expuesto no atribuyamos la potestad de distribuir reinos e


imperios más que al Dios verdadero. Él es quien da la felicidad, propia del reino
de los cielos, a sólo los hombres religiosos. En cambio, el reino de la tierra lo
distribuye a los religiosos y a los impíos, según le place, Él, que en ninguna
injusticia se complace. Y aunque hayamos expuesto algo de lo que ha tenido a
bien descubrirnos, no obstante es demasiado para nosotros, supera con mucho
nuestras posibilidades el desvelar los misterios del hombre y emitir un juicio
claro sobre los méritos de cada reino.
Ha sido el único y verdadero Dios, que no abandona al género humano
sin sentenciar su conducta, y sin prestar ayuda a su actuación, quien dio a los
romanos la soberanía cuando Él quiso y en la medida que Él quiso; Él, quien la
dio a los asirios y también a los persas, adoradores únicamente de dos dioses,
el uno bueno y malo el otro, según nos revelan sus escrituras. Esto por no citar
al pueblo hebreo, del cual ya he hablado suficientemente, creo, y que no dio
culto más que a un solo Dios, incluso durante el período de su monarquía. Él
quien a los persas dio las mieses sin el culto a la diosa Segetia100. Él quien ha
concedido tantos y tantos dones terrenos sin adorar a un sinfín de dioses como
los romanos designaron, uno para cada cosa, y hasta varios para una misma
realidad. Él mismo ha sido quien les concedió la soberanía, sin el culto de los
dioses a quienes los romanos atribuían su Imperio.
Algo semejante ha sucedido con las personas: el que entregó a Mario101

100
Diosa romana de los campos de maíz.
101
General y cónsul romano (157-86 a.C.).
el poder es el mismo que se lo dio a Cayo César102102; quien lo entregó a
Augusto103, lo dio también a Nerón104; quien lo puso en manos de los
Vespasianos105, emperadores humanos en sumo grado, tanto el padre como el
hijo, lo puso también en las del cruel Domiciano106; y, para no recorrerlos todos,
quien concedió el Imperio al cristiano Constantino107, se lo dio también a
Juliano el Apóstata108, de noble índole, pero traicionado por su ambición de
poder y su sacrílega y detestable curiosidad. Esta última le llevó a entregarse a
estúpidos oráculos, cuando mandó quemar las naves, cargadas del necesario
avituallamiento, seguro como estaba de la victoria. Luego, confiando
ardorosamente en sus descabellados planes, pronto pagó con la vida su
temeridad, dejando al ejército hambriento y rodeado de enemigos. No hubiera
podido escapar de allí si, en contra del famoso augurio del dios Término109109,
tratado en el libro anterior, no se hubieran cambiado las fronteras del Imperio
Romano. El dios Término, que no había cedido ante Júpiter, tuvo que ceder
ante la necesidad. Todos estos avatares de la Historia es, sin lugar a dudas, el
Dios único y verdadero quien los regula y gobierna, según le place. Quizá los
motivos sean ocultos. Pero ¿serán por ello menos justos?”

102
Julio César, dictador de Roma en el 48 a.C.
103
Primer emperador de Roma, 27 a.C.-14 d.C.
104
Emperador romano, 54-68.
105
Padre e hijo, emperadores romanos entre 69-79 y 79-81, respectivamente.
Ambos conocidos por su moderación y justicia.
106
Emperador entre 81 y 96. Conocido por su crueldad, en especial durante la
persecución de los cristianos que impulsó.
107
Emperador (306-337). Se convirtió al cristianismo durante su reinado, y, a
través del Edicto de Milán en 313, puso fin a las persecuciones de los cristianos.
108
Emperador entre 361-363. Llamado “el apóstata” porque quiso reinstaurar la
religión pagana en el Imperio.
109
Dios romano de las fronteras.

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