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Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores (o dominicos), fue un gran defensor y promotor de la "Caritas Veritas"; es decir, el amor a la verdad.
En este documento se muestran algunos aspectos relacionados con esa característica del santo, a quien se le conoce también como "Doctor de la Verdad".
Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores (o dominicos), fue un gran defensor y promotor de la "Caritas Veritas"; es decir, el amor a la verdad.
En este documento se muestran algunos aspectos relacionados con esa característica del santo, a quien se le conoce también como "Doctor de la Verdad".
Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores (o dominicos), fue un gran defensor y promotor de la "Caritas Veritas"; es decir, el amor a la verdad.
En este documento se muestran algunos aspectos relacionados con esa característica del santo, a quien se le conoce también como "Doctor de la Verdad".
Uno de los principales carismas de su Orden es “Caritas Veritatis”, Amor a la verdad.
Después de 800 años los seguidores de Domingo se han extendido por todos los continentes y en espiritualidad, la verdad se manifiesta en su ser más profundo, en su evangelización y en su predicación. Ese amor y búsqueda de la verdad implica hacerlo con fervor, poner el corazón y todo su ser, sin perder lo más importante, la persona humana. Santo Domingo, a quien la liturgia llama Doctor Veritatis, nunca concibió el estudio de la teología como un fin en sí, sólo podía estar orientado al servicio de la verdad. Esto fue subrayado de forma intensa por Santo Tomás de Aquino, que introduce la palabra “verdad”, en la primera frase de sus dos grandes obras: La Suma Teológica y La Suma contra los Gentiles. La verdad, recordaba Timothy Radcliffe, revela en primer lugar la belleza y la bondad del mundo de Dios, también su sufrimiento y su pena. La auténtica verdad de la que hablamos es Dios, que es una verdad revelada, pero está también más allá de nosotros transcendiéndonos. Hoy la verdad es un tema muy discutido, parece que se ha extendido en nuestro mundo que no hay una sola verdad, sino que todo es relativo (“lo que hoy es verdad, ayer no lo era”, “la verdad de hoy puede que mañana no lo sea”). Parece que cada persona tiene su “propia verdad” y todas son igualmente válidas. Pero esto es peligroso y triste, ya que, si cada uno se mueve y valora por una propia y aislada verdad, es imposible tener un ámbito común en el que relacionarse, encontrarse y construir juntos. Y así se presentan fenómenos como las “fakenews” o noticias falsas, que a fuerza de repetirse mucho pueden llegar a ser tenidas como válidas y verdaderas. Pero, frente a todo lo anterior, tampoco se puede pretender la imposición de una sola verdad, cerrada para todos e incapaz de acoger la pluralidad del ser humano. El sacerdote dominico español Dr. Félix Hernández Mariano se pregunta “cómo podemos situarnos entonces los creyentes, sobre todo los católicos, frente a esto”. Para ser humanos, para convivir, para progresar, necesitamos descubrir ese espacio común donde todos podamos encontrarnos con nuestras propias experiencias, nuestras culturas, tradiciones e historias, y con nuestros sueños. Y eso es “la Verdad”, una verdad común y objetiva, pero, eso sí, una sola Verdad, que no es poseída en absoluto por nadie, que ha de ser buscada y, además, en común. Y para los católicos, esa Verdad que Dios revela es Jesucristo. Él mismo nos lo dice: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Y en la Verdad de Dios encontramos también la propia Verdad del ser humano. Jesús es la plenitud de esa revelación de Dios. Concretando todo esto, Fr. Félix señala que esa búsqueda de la verdad hay que hacerla a través del diálogo, el cual debe ser total; es decir, con todos: con el hermano, con el diferente, incluso con la sociedad que nos ha tocado vivir, con la cultura en la que vivimos y con las diferentes culturas que nos podemos encontrar. No debemos olvidar que la verdad se busca, exige nuestro esfuerzo y tiene que ser trabajada, pero, ante todo, se nos revela, se nos va ofreciendo por un Dios que se manifiesta en todo y en todos. Para la búsqueda de la verdad nos necesitamos todos. Y para ello necesitamos salir de la “propia tierra”, abandonar nuestras “propias seguridades”, lo que creemos saber y conocer, para acercarnos al otro con humildad, sin verlo como adversario, escuchándolo de verdad, tratando de no juzgarlo, de no rebatir lo que oímos, sino tratando de comprender, de acoger sus argumentos, su vida, su historia, con actitudes tales como la contemplación, el silencio, la comprensión y la misericordia. Finalmente, Fr. Félix señala que la búsqueda de la Verdad es amar, y el estudio es amor. Estudiamos para amar más y mejor. Y conforme vamos caminando en esa aventura de la búsqueda de la verdad, nuestro corazón cada vez se ensancha más y podemos amar más y mejor. Los Evangelios nos presentan un hecho sorprendente: la verdad es una persona. Según ello, llegar a la Verdad no es encontrar una ecuación, una teoría, un poema o un diagrama. Se llega a la Verdad cuando se llega a la Persona de Jesucristo (Juan 14,6). Las primeras biografías de Domingo ya hablan de él como el “Maestro Domingo,” pero conviene mirarlo primero como discípulo. Su mirada atenta lee en el Cristo Crucificado una verdad que a nosotros parece escapársenos. Lleva consigo el Evangelio, que ya prácticamente se sabe de memoria, porque no renuncia a aprender de él. Invita a sus compañeros de camino a “pensar en el Salvador” porque quiere seguir escuchando la palabra de su Maestro. Por eso su palabra brota fresca, como fruto de un encuentro que es siempre reciente y siempre renovado. La palabra de Domingo es firme, sin pedantería, amigable, sin agresividad, ilustrada y comprensible; motivada por el amor a Dios y el amor al prójimo; capaz de exponer los grandes ideales y de entender las limitaciones e imperfecciones de los que apenas empiezan. La verdad que presenta Domingo no es una teoría o una ecuación; es la verdad de Cristo; es decir, la verdad sobre Dios y sobre el hombre. Domingo presenta al Dios creador, aquel que se goza en toda su obra y que nos invita a aceptar de manera integral y agradecida todo lo que somos. Domingo nos ofrece también un modelo de humanidad serena; abierta al pasado, el presente y el futuro; un modo de ser humano que toma en serio emociones, ideas, recuerdos y sueños, sin destruir uno para construir otro.