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No debemos temer a la verdad de nosotros mismos. Pedro tuvo conciencia de ella, un día, con
especial viveza, y dijo a Jesús: «¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!
Pienso que no fue sólo Pedro quien tuvo conciencia de esta verdad. Todo hombre la advierte. La
advierte todo Sucesor de Pedro.
Cristo es el sacramento, el signo tangible, visible, del Dios invisible. Sacramento implica
presencia. Dios está con nosotros. Dios, infinitamente perfecto, no sólo está con el hombre, sino
que Él mismo se ha hecho hombre en Jesucristo. ¡
Me parece que apuntan más bien hacia otro terreno, el puramente racionalista, que es propio de la
filosofía moderna, cuya historia se inicia con , quien, por así decirlo, desgajó el pensar del existir
y lo identificó con la razón misma
Los pensamientos que le inquietan, y que aparecen en sus libros, están expresados por una serie
de preguntas que no son solamente suyas; usted quiere erigirse en portavoz de los hombres de
nuestra época, poniéndose a su lado en los caminos -a veces difíciles e intrincados, a veces
aparentemente sin salida- de la búsqueda de Dios
¿Por qué Jesús no podría ser solamente un sabio, como Sócrates, o un profeta, como Mahoma, o
un iluminado, como Buda? ¿Cómo mantener esa inaudita certeza de que este hebreo condenado a
muerte en una oscura provincia es el Hijo de Dios, de la misma naturaleza que el Padre?
Roberto Anzures Tejeda ID 3439716 Persona y Trascendencia
San Pablo está profundamente convencido de que Cristo es absolutamente original, de que es único
e irrepetible. Si fuese solamente un sabio, como Sócrates, si fuese un «profeta", como Mahoma, si
fuese un «iluminado», como Buda, no sería sin duda lo que es. Y es el único mediador entre Dios
y los hombres.
Menos aún es semejante a Buda, con su negación de todo lo creado. Buda tiene razón cuando no
ve la posibilidad de la salvación del hombre en la creación, pero se equivoca cuando por ese motivo
niega a todo lo creado cualquier valor para el hombre.
El Creador, desde el comienzo, ve un múltiple bien en lo creado, lo ve especialmente en el hombre
formado a Su imagen y semejanza; ve ese bien, en cierto sentido, a través del Hijo encarnado
Como he dicho antes, nos encontramos en el centro mismo de la historia de la salvación. Usted no
podía naturalmente dejar de lado lo que es Jilente de tan frecuentes dudas, no solamente ante la
bondad de Dios, sino ante Su misma existencia. ¿Cómo ha podido Dios permitir tantas guerras, los
campos de concentración, el holocausto?
Dios ha creado al hombre racional y libre y, por eso mismo, se ha sometido a su juicio. La historia
de la salvación es también la historia del juicio constante del hombre sobre Dios.
A eso se añade la intervención del espíritu maligno que, con perspicacia aún mayor, está dispuesto
a juzgar no sólo al hombre, sino también la acción de Dios en la historia del hombre.
XIV. ¿BUDA?
.Entre las religiones que se indican en Nostra aetate, es necesario prestar una especial atención al
budismo, que según un cierto punto de vista es, como el cristianismo, una religión de salvación.
Sin embargo, hay que añadir de inmediato que la soteriología del budismo y la del cristianismo
son, por así decirlo, contrarias.
La soteriología del budismo constituye el punto central, más aún, el único de este sistema. Sin
embargo, tanto la tradición budista como los métodos que se derivan de ella conocen casi
exclusivamente una soteriología negativa.
La «iluminación» experimentada por Buda se reduce a la convicción de que el mundo es malo, de
que es fuente de mal y de sufrimiento para el hombre. Para liberarse de este mal hay que liberarse
del mundo
XV. ¿MAHOMA?
Debe hacerse un comentario aparte para estas grandes religiones monotéístas, comenzando por el
islamismo. En la ya varias veces citada Nostra aetate leemos: La Iglesia mira también con afecto
a los musulmanes que adoran al único Dios, vivo y subsistente, misericordioso y todopoderoso,
creador del cielo y de la tierra. Gracias a su monoteísmo, los creyentes en Alá nos son
particularmente cercanos.
Cualquiera que, conociendo el Antiguo y el Nuevo Testamento, lee el Corán, ve con claridad el
proceso de reducción de la Divina Revelación que en él se lleva a cabo. Es imposible no advertir
el alejamiento de lo que Dios ha dicho de Sí mismo, primero en el Antiguo Testamento por medio
de los profetas y luego de modo definitivo en el Nuevo Testamento por medio de Su Hijo.
Las palabras de la Nostra aetate suponen un verdadero cambio. El Concilio dice: «La Iglesia de
Cristo reconoce que, efectivamente, los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya,
según el misterio divino de salvación, en los Patriarcas, Moisés y los Profetas.
Por eso, la Iglesia no puede olvidar que ha recibido la revelación del Antiguo Testamento por
medio de aquel pueblo con el que Dios, en su inefable misericordia, se dignó sellar la Alianza
Antigua, y que se nutre de la raíz del buen olivo en el que han sido injertados los ramos del olivo
silvestre que son los gentiles.
Una visión así del problema está marcada por una cierta interpretación simplificadora de lo que es
su esencia. Ésta, en realidad, es mucho más profunda, como he intentado ya explicar en la respuesta
a la pregunta anterior. Aquí la estadística no se puede utilizar: valores de este tipo no son
cuantificables en cifras.
los criterios de valoración que ofrece, según sus presupuestos, no sirven si lo que se quiere es sacar
conclusiones sobre el comportamiento interior de las personas. Ninguna estadística que pretenda
presentar cuantitativamente la fe, por ejemplo mediante la sola participación de los fieles en los
ritos religiosos, alcanza el núcleo de la cuestión. Aquí las solas cifras no bastan.
Los jóvenes son siempre los privilegiados en la afectuosa atención del Santo Padre, quien con
frecuencia repite que la Iglesia los mira con especial esperanza para la nueva evangelización.
Esto queda confirmado en la juventud quizá más que en otras edades. Sin embargo, esto no quita
que los jóvenes de hoy sean distintos de los que los han precedido. En el pasado, las jóvenes
generaciones se formaron en las dolorosas experiencias de la guerra, en los campos de
concentración, en un constante peligro. Tales experiencias despertaban también en los jóvenes -y
pienso en cualquier parte del mundo, aunque esté recordando ahora a la juventud polacalos rasgos
de un gran heroismo.
de la unidad de todo el género humano. Como pueblo de Dios, la Iglesia es pues al mismo tiempo
Cuerpo de Cristo
Su pregunta no se refiere a la unión de la Iglesia peregrinante con la Iglesia celeste, sino al nexo
entre la escatología y la Iglesia sobre la tierra. A este respecto, usted muestra que en la práctica
pastoral este planteamiento en cierta manera se ha perdido, y tengo que reconocer que, en eso,
tiene usted algo de razón.
XXXIII. MUJERES
Sobre la estela dejada por las observaciones precedentes, quisiera llamar aún la atención sobre un
aspecto del culto mariano. Este culto no es sólo una forma de devoción o piedad, sino también una
actitud. Una actitud respecto a la mujer como tal.
¡No tengáis miedo de lo que vosotros mismos habéis creado, no tengáis miedo tampoco de todo lo
que el hombre ha producido, y que está convirtiéndose cada día más en un peligro para él! En fin,
¡no tengáis miedo de vosotros mismos!
¿Debemos concluir que, al contrario, vale de verdad la pena «entrar en la Esperanza», y descubrir,
o redescubrir, que tenemos un Padre y reconocer que nos ama?
La expresión auténtica y plena de tal temor es Cristo mismo. Cristo quiere que tengamos miedo de
todo lo que es ofensa a Dios. Lo quiere, porque ha venido al mundo para liberar al hombre en la
libertad.
a actitud padre-hijo es una actitud permanente. Es más antigua que la historia del hombre.