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En algún momento, alrededor de 230000 años atrás, un homínido evolucionado –tal vez un Homo
erectus– que habitaba los altos del Golán, en el Medio Este, rayó con una lasca un trozo de roca
volcánica del tamaño de una ciruela, consiguiendo un objeto con apariencia antropomófica
denominado Venus de Berekhat Ram. Se han encontrado en África y Australia indicios de la
utilización de ocre hace 60000 años y, en el primero, insinuaciones de objetos de arte y
ornamentos personales datados hace 50000 años. El epicentro de la denominada «explosión del
arte» se sitúa hacia finales de la glaciación Würm, en Europa, hace 40000 años, cuando los
europeos modernos reemplazaron a los neandertales; aunque hay indicios que estos pulieron
dientes y huesos y utilizaron ocre, con propósito decorativo; ¿imitación o sugerencia del hacer de
sus vecinos más evolucionados? Los datos más fiables, procedentes de los estudios en la zona
Kostenki 17, en Rusia, datan hace 38000 años la eclosión ornamental.
Pero nada es más humano que el lenguaje hablado, aunque, desgraciadamente, no fosiliza. Se han
registrado inscripciones simbólicas hace 13000 años, y la escritura hace 6000 años. ¿Cuándo
apareció el habla? Hace 200000 años los homínidos africanos tenían la base del cráneo idéntica a
la de los humanos modernos, y la anatomía necesaria –canal del nervio hipogloso, aparato
fonador– data de hace 150000 años; pero los comportamientos que, se supone, dependen del
lenguaje, no habrían aparecido hasta hace 40000 años. Ello deja un margen de maniobra de cien
mil años que intentan rellenar varias teorías. Es difícil concebir arte sin lenguaje hablado; ambos
comparten alguna clase de significado social. La datación de las costras de carbonato que recubren
las pinturas en diversas cuevas de la península Ibérica, fechan su ejecución hace casi 65000 años;
ello revela que fueron neandertales los primeros artistas europeos, amén de haber aportado el 2%
del genoma del homo sapiens, sin que haya indicios de participación denisovana (restos hallados
en la cueva Denisova –por el ermitaño Denis– situada en la región sur-occidental de Siberia,
pertenecientes a una subespecie neandertal que emigró hacia Oriente).
La cuestión del origen del lenguaje fue uno de los temas centrales de la filosofía del siglo XVIII.
Desde su fundación, la Academia de Berlín se convirtió en el foro de debate sobre el lenguaje
más importante de Europa. El mismo Gottfried Wilhelm Leibniz, académico fundador, publicó
en 1710, en la revista de la Academia (Miscellanea Berolinensia), un artículo sobre los orígenes
de las gentes y sus lenguas: «Brevis designatio meditationum de originibus gentium ductis
potissimun ex indicio linguarum». En 1769 la Academia convocó un premio sobre el origen del
lenguaje que ganó Johann Gottfried Herder. Cincuenta años después, Wilhelm von Humboldt, en
su lección inaugural académica 1820, abordó el tema de los estudios comparativos del lenguaje
sin aportar solución alguna. En 1866 la Société de Linguistique de París prohibió cualquier
discusión sobre la evolución del lenguaje. La lingüística se consideró una parte de la historia de
la ciencia y no procedía conjeturar sobre los orígenes del lenguaje. En 1871 Charles Darwin
publicó The Descent of Man in Relation to Sex e introdujo la evolución en el ámbito del lenguaje.
El lingüista americano Noam Chomsky rompió con este modelo. El lenguaje está gobernado por
una serie de reglas y principios, en particular sintácticos, que determinan el orden de las palabras
en una frase; el lenguaje no podía ser mera imitación. Chomsky y otros lingüistas generativistas
apuntaron que las 5000-6000 lenguas del planeta, a parte de sus gramáticas propias, comparten
un conjunto de reglas y principios. Dentro del primer año de vida, más o menos, los infantes
humanos dominan el sistema de sonidos de su lengua –escribe Chomsky–; tras unos pocos años
son capaces de comprender una conversación. Esta capacidad especie-específica para adquirir
cualquier lengua humana –la «facultad el lenguaje», define Chomsky– ha dado lugar a
importantes preguntas biológicas: ¿Cuál es la naturaleza del lenguaje? ¿Cómo ha evolucionado?
Con el tiempo, la evolución del lenguaje se volvió un aspecto central de la evolución humana.
Disciplinas como antropología, lingüística o psicología han brindado valiosos aportes. No
obstante, dada la pluralidad de contribuciones, hay poca claridad sobre cuál podría ser la teoría
más apta para explicar cómo evolucionó lenguaje. El siguiente ensayo revisa algunas hipótesis
sobre la evolución del lenguaje.
El lingüista Daniel Everett estudió a las lenguas que carecen de recursividad, como la lengua
pirahã de Brasil. Actualmente, el tema está en discusión. (MIT News)
El lenguaje innato
A mediados del siglo XX, el lingüista Noam Chomsky sostuvo que, dado que un niño puede
adquirir un idioma rápidamente y sin mayor rigurosidad, el lenguaje debía ser una facultad innata
del ser humano. Esta idea se apoyó en la existencia de una gramática universal (en adelante
GU), es decir, en la afirmación de que todas las lenguas del mundo poseen una estructura común.
Según Chomsky (1965), podremos desarrollar una “teoría de la estructura lingüística” si esta
incluye “una explicación de los universales lingüísticos y atribuye al niño el conocimiento tácito
de estos universales” (p. 27). En efecto, para la GU todas las lenguas podían ser reducidas a
propiedades universales que constituyen la real naturaleza del lenguaje humano.
“¿Existen propiedades fundamentales que distingan el desarrollo de los órganos físicos y del
lenguaje que deberían llevarnos a distinguir el crecimiento […] del aprendizaje […]? Quizás, pero
no es obvio. En ambos casos, al parecer, la estructura final lograda y su integración en un sistema
complejo de órganos está en gran parte predeterminada por nuestro programa genético, que
proporciona un esquematismo altamente restrictivo que se concreta y articula a través de la
interacción con el medio (embriológico o posnatal).” (Ibíd.)
En el presente siglo, el lingüista reafirmó que la velocidad y precisión con las que el lenguaje es
adquirido implica que “el niño […] tiene los conceptos disponibles antes de la experiencia con el
lenguaje” (Chomsky, 2001, p. 28). Aunque su perspectiva influenció campos como lingüística,
ciencia cognitiva e informática, fue criticada por su carácter innatista (Kronenfeld, 1978-1979;
Everett, 2012; Evans, 2014).
Por un lado, apoyándose en Chomsky, Pinker (1994) sostuvo que su universalidad era “la
primera razón para sospechar que el lenguaje no es una invención cultural cualquiera, sino el
producto de un instinto humano especial” (p. 27). Para el psicólogo, todos los idiomas poseen
sustantivos, verbos o sujetos, lo cual explica por qué el lenguaje constituye el “ejemplo más
famoso de universal humano” (Pinker, 1995, p. 235). Por otro lado, refiriéndose a Darwin,
Pinker (1994) señaló que la “principal explicación” del lenguaje es la misma explicación para
cualquier otro instinto u órgano anatómico: la selección natural (p. 333). Así, el lenguaje era
una “adaptación” moldeada por selección natural para resolver aquellos problemas
enfrentados por nuestros antepasados en el Pleistoceno (Pinker, 1995, pp. 225-226). Incluso
en el presente siglo, Pinker (2003) insistió en que la selección natural es la “única fuerza
evolutiva” (p. 24), así como la “explicación más plausible” (Ibíd., p. 26), para el origen del
lenguaje. Más aún, el académico estaba seguro de que su propuesta sería “cada vez más
rigurosa y comprobable” (Ibíd., p. 37). Como vemos, se trató de una hipótesis basada en la
psicología evolucionista (ver Morales, 2020a).
La gramática no es universal
Uno de los cuestionamientos más importantes hacia el nativismo lingüístico de Chomsky y Pinker
se dirigió a la GU. En una reseña a The language instinct, el psicólogo Michael Tomasello (1995)
afirmó que las lenguas son “artefactos culturales” muy diferentes entre sí, pues “los idiomas
cambian de manera importante a medida que las necesidades comunicativas de sus hablantes
evolucionan con el tiempo” (p. 152). En The ‘language instinct’ debate, un libro que sintetiza las
discusiones sobre el tema, el lingüista Geoffrey Sampson defendió la existencia de rasgos
lingüísticos comunes. No obstante, para Sampson (2005) tales rasgos indican que “los seres
humanos tienen que aprender su lengua materna desde cero en lugar de tener un conocimiento
innato del lenguaje” (p. 166).
Ante las críticas, Chomsky y colegas postularon que el único rasgo universal del lenguaje es
su recursividad (el reordenamiento de palabras para conformar nuevas oraciones). Sin embargo,
como dejan entrever los trabajos del lingüista Daniel Everett (2012), hay lenguas que carecen de
recursividad (p.ej., la lengua pirahã de Brasil). Actualmente, el tema se halla en discusión (Nevins,
Pesetsky y Rodrigues, 2009). A modo de réplica, Chomsky y colegas afirmaron que las pocas
lenguas carentes de recursividad no son una contraevidencia válida pues, aunque dicha
herramienta permita la facultad del lenguaje, “no todos los idiomas utilizan todas las
herramientas” (Fitch, Hauser y Chomsky, 2005, p. 204). Sin embargo, pese a esta defensa, la GU
continuó siendo criticada.
Para los lingüistas Nicholas Evans y Stephen Levinson (2009), la GU contiene postulados
“empíricamente falsos, infalsables o engañosos” (p. 429). Como tal, la diversidad lingüística es
una “jungla” donde los idiomas difieren en fonética, gramática y semántica (Ibíd., p. 438). Por tal
razón, los psicólogos Morten Christiansen y Nick Chater (2009) aseguraron que la GU es
“indefendible desde una perspectiva evolucionista” (p. 452). En The language myth, el lingüista
Vyvyan Evans (2014) afirmó que la GU es un “mito”. En principio, hay entre 6.000 y 8.000
dialectos que no poseen una estructura semejante; los sonidos empleados van desde 11 hasta 144;
la relación sujeto-verbo-objeto varía, así como la formación de oraciones y palabras mediante
morfemas; incluso hay lenguajes que carecen de adverbios y adjetivos.
En concordancia con lo expuesto por Chomsky y Pinker, la discusión por el apodado gen del
lenguaje empezó gracias a un estudio publicado en la revista Nature a inicios del presente siglo
(Lai et al., 2001). Gracias a dicho descubrimiento, considerado un “gran triunfo” (Nature, 2001),
el FOXP2 fue catalogado como el primer gen relevante para la habilidad lingüística (Enard et al.,
2002). Al realizarse en el contexto del Proyecto Genoma Humano, las expectativas hacia las
hipótesis genéticas del lenguaje fueron altas. Por ejemplo, Pinker (2003) calificó tal hallazgo
como un “descubrimiento sorprendente” y hasta pronosticó que “nuevos genes para trastornos de
lenguaje y variación individual del lenguaje serán descubiertos y sometidos a prueba” (p. 37).
Sin embargo, un estudio recientemente publicado en la revista Cell demostró que dicho gen no
contaba con evidencia sólida que lo respalde (Atkinson et al., 2018). Ello ocasionó que las
explicaciones genéticas del lenguaje cayeran en descrédito (Fisher, 2019). En palabras de
Sampson (2005): “la idea de que nacemos con rasgos complejos de la estructura lingüística
codificadas en nuestros genes es un mito” (p. 1).
“Los nativistas afirman que, si miramos los hechos observables sin prejuicios, estamos obligados
a admitir que el conocimiento biológicamente heredado es la única explicación razonable; y,
abrumadoramente, los hechos observables que señalan son hechos sobre el lenguaje, sobre las
estructuras del lenguaje humano y sobre cómo los niños adquieren su lengua materna.” (Ibíd.) Si
bien es cierto que la anatomía humana está biológicamente preparada para el lenguaje, ello no
prueba que exista una predisposición genética. Para Evans (2014), “incluso si un antepasado
humano hubiera desarrollado, por alguna mutación casual, un gen del lenguaje, sin un cerebro y
un cuerpo preparados para el lenguaje, el gen habría sido inútil” (p. 25).
El aprendizaje es fundamental
En The language instinct, Pinker (1994) intentó demostrar la existencia de un “módulo” del
lenguaje –una especialización mental dedicada al lenguaje articulado. Sin embargo, la hipótesis
de la mente modular ha sido descartada por no estar respaldada en evidencia neurocientífica
(Morales, 2020a). Ello hizo que la propuesta de un módulo de lenguaje fuera completamente
descartada.Aunque Chomsky y Pinker defendieron ideas nativistas, está demostrado que los niños
adquieren habilidades lingüísticas en diversas circunstancias; postular una tesis genética “no nos
dice nada sobre la naturaleza de los mecanismos de desarrollo involucrados” (Tomasello, 1995,
p. 148). Asimismo, que el lenguaje sea un rasgo universal humano, “no significa que las
estructuras básicas del idioma sean innatas” (Ibíd., p. 137).
El término instinto implica una disposición natural hacia ciertas conductas, no obstante, el
lenguaje necesita de instrucción constante. Refiriéndose a Pinker, Evans (2014) afirmó que, si
bien el tejido de telarañas emerge sin que las arañas hayan recibido instrucción, el lenguaje sí
necesita de exposición e instrucción pues los bebés necesitan escuchar una lengua antes de
hablarla (p. 100). De hecho, la evidencia brinda “muy pocas bases para pensar que el lenguaje es
un módulo de la mente” (Ibíd., p. 17). La hipótesis modularista se basa en un nativismo radical
que parece surgido de una “fobia al rol del aprendizaje y la experiencia” (Ibíd., p. 153). Dado que
el cerebro ha evolucionado como “ensamble” y no vía módulos, no hay en él un lugar único y
exclusivo para el lenguaje (Ibíd., p. 154).
¿Argumentos no científicos?
Las críticas hacia el nativismo de Chomsky y Pinker fueron de tal magnitud, que muchos
cuestionaron la naturaleza de sus argumentos. Para algunos, por la manera en que fueron
presentadas, así como por la evidencia a la que refirieron, las propuestas de Chomsky y Pinker
fueron catalogadas como no científicas.
Para Sampson (2005), el nativismo de Chomsky y Pinker está “basado en evidencias y argumentos
palpablemente inadecuados” (p. 190). Asimismo, la “pirotecnia verbal” a la que recurre en The
language instinct explica por qué actualmente Pinker y otros discuten el trabajo de Chomsky “en
términos que hacen que este trabajo suene como hallazgos científicos ya establecidos” (Ibíd., p.
14).
Ante el fracaso de las hipótesis nativistas, una nueva teoría busca explicar el origen del lenguaje.
Dicha propuesta está principalmente basada no en conceptos como gen, evolución genética o
selección natural, sino en instancias como cultura, evolución cultural y selección cultural. ¿En
qué consiste?
En Culture and the evolutionary process (de 1985), el antropólogo Robert Boyd y el
biólogo Peter Richerson formularon la teoría de la herencia dual. Para esta teoría, la biología y
la conducta humanas dependen de dos sistemas de herencia: el genético, heredado de nuestros
parientes biológicos y común a todas las especies, y el cultural, heredado de nuestros parientes
sociales y único de la especie humana (Morales, 2020b).
La finalidad de aquella teoría es comprender cómo la transmisión cultural (mecanismo del sistema
de herencia cultural) interactúa con el entorno y genera la evolución genética humana. Es una
teoría que considera la coevolución entre genética y cultura –definida esta como un conjunto de
prácticas, creencias y normas transmitidas capaces de modificar las presiones de la selección
natural e influenciar la evolución humana.
Dado que los idiomas son herramientas utilizadas para contar historias, transmitir información o
construir cosmovisiones, la evolución lingüística es considerada una forma de evolución cultural.
Tal como ocurre con la cultura material, “las lenguas cambian constantemente en formas
íntimamente relacionadas con la modificación y transformación social” (Dor y Jablonka, 2000, p.
43). Para Christiansen y Chater (2009), “el lenguaje se concibe mejor como el producto de la
evolución cultural, no de la evolución biológica” (p. 452). Desde esta perspectiva, la facilidad con
la que se aprende un lenguaje se explica no por la presencia de una GU innata, sino porque el
lenguaje contiene patrones que son mejor aprehendidos de generaciones pasadas mediante
transmisión cultural.
Dado que la transmisión genética del lenguaje es una propuesta cuestionada, es mejor pensar su
evolución desde su transmisión cultural. Como tal, la evolución del lenguaje está influenciada por
el conocimiento que poseen diversas culturas; esto implica que el significado de los conceptos
lingüísticos se crea de esa “interacción compleja” entre la mente, la lengua y la cultura (Evans,
2015).
Es así que la evolución del lenguaje depende del aprendizaje social, es decir, de la capacidad de
procesar señales lingüísticas, reconocer sus intenciones comunicativas y aprehender la
composición que integra señales a intenciones. Mediante la transmisión cultural del sistema
comunicativo (vía aprendizaje) y la aptitud de inferir su intención comunicativa, la
“autodomesticación” juega un “rol crucial” en la evolución de la estructura lingüística (Thomas
y Kirby, 2018).
ARTICULO DE LA EVOLUCION DEL LENGUAJE
«Desde tiempos remotos, religión y filosofía han considerado el lenguaje como una facultad
otorgada única y repentinamente a la especie humana, en principio como una modalidad del
pensamiento siendo la comunicación un subproducto. Este punto de vista persiste entre algunos
científicos y lingüistas, una postura opuesta a la Teoría de la Evolución –en palabras de
Theodosius Dobzhansky: “Nada tiene sentido en Biología excepto a la luz de la evolución”– , que
implica que la evolución de estructuras complejas es paulatina. El lenguaje, por el contrario, es
un producto de procesos mentales con trayectorias evolutivas graduales, que incluyen la
generación de capacidades para viajar mentalmente en el tiempo y en el espacio y adentrarse en
las mentes de otros individuos. Lo que puede ser distintivo en los humanos es el medio para
comunicar tales experiencias mentales junto con el conocimiento ganado en cada una de ellas».
Sirva de colofón las reflexiones de un científico ocupado y preocupado por el lenguaje. Albert
Einstein comentó en una intervención radiofónica:
«El primer paso hacia el lenguaje consistió en unir acústicamente, o de cualquier otra manera,
unos signos conmutables a impresiones sensoriales. La mayoría de los animales sociales han
conseguido esta primitiva clase de comunicación; al menos hasta cierto grado. Se alcanza un
mayor desarrollo cuando se introducen y comprenden signos adicionales que establecen
relaciones con aquellos que señalaban impresiones sensoriales. En este estado ya es posible dar
cuenta de algunas series complejas de impresiones; podemos decir que el lenguaje ha tomado
cuerpo. Si el lenguaje ha de procurar la comprensión global, deben existir reglas concernientes a
las relaciones entre los signos, por una parte, y, por otra, debe haber una correspondencia estable
entre los signos y las impresiones. En su infancia, los individuos conexos por el mismo lenguaje
asimilan estas reglas y relaciones, fundamentalmente, por intuición. Cuando el hombre adquiere
conciencia de las reglas sobre las relaciones entre signos, queda establecida la denominada
gramática de la lengua. En una etapa muy primaria las palabras pueden corresponder directamente
a impresiones. En una etapa posterior, esta conexión directa se pierde en la medida en que algunas
palabras expresan relación con alguna percepción solo si se utilizan junto con otras palabras (por
ejemplo, palabras como: “es”, “o”, “cosa”). En esta situación, grupos de palabras más que
palabras aisladas refieren percepciones. Así, cuando el lenguaje se independiza parcialmente del
trasfondo de impresiones se adquiere una mayor coherencia interna. Solo en este desarrollo
posterior, donde es frecuente el uso de los llamados conceptos abstractos, el lenguaje se convierte
en un instrumento de razonamiento, en el verdadero sentido de la palabra. Pero es también este
desarrollo el que convierte al lenguaje en una peligrosa fuente de error y engaño. Todo depende
del grado en que las palabras y las combinaciones de palabras corresponden al mundo de las
impresiones. ¿Qué es lo que determina que exista una íntima conexión entre el lenguaje y el
pensamiento? ¿No hay pensamiento sin el uso del lenguaje, principalmente en conceptos y
combinaciones de conceptos para los que no haya necesariamente que pensar en palabras? ¿No
hemos luchado cada uno de nosotros por encontrar las palabras, a pesar de que la conexión entre
las “cosas” ya se mostraba clara? Podríamos inclinarnos a atribuir al acto de pensar una completa
independencia del lenguaje, si el individuo formara o fuera capaz de formar sus conceptos sin la
guía verbal de su entorno. Sin embargo, en la mayoría de los casos, la estructura mental de una
persona que hubiera crecido en tales condiciones sería muy pobre. Así, podemos concluir que el
desarrollo mental del individuo y su modo de formar los conceptos dependen en un alto grado del
lenguaje. Esto nos lleva a pensar hasta qué punto un mismo lenguaje significa una misma
mentalidad. En este sentido, pensamiento y lenguaje están unidos entre sí. ¿Qué distingue el
lenguaje de la ciencia del leguaje tal como habitualmente entendemos la palabra? ¿Cómo es que
el lenguaje científico sea internacional? La ciencia se esfuerza por conseguir la máxima agudeza
y claridad de conceptos con respecto a la relación de estos entre sí y a su correspondencia con los
datos sensoriales. A modo de ilustración tomemos el lenguaje de la geometría de Euclides y el
álgebra. Ambas se manejan con un pequeño número de conceptos y sus símbolos respectivos,
independientemente introducidos, tales como el número entero, la línea recta, el punto, así como
los signos que definen las operaciones fundamentales, es decir, las conexiones entre los conceptos
fundamentales. Esta es la base para la construcción y la definición, respectivamente, de todos los
demás enunciados y conceptos. La conexión entre conceptos y enunciados, por una parte, y los
datos sensoriales, por otra, se establece ejecutando acciones como contar y medir, cuyo resultado
está suficientemente bien determinado. El carácter supranacional de los conceptos científicos y
del lenguaje científico se debe al hecho de que hayan sido establecidos por los mejores cerebros
de todos los países y de todos los tiempos. En solitario, y sin embargo a través de un esfuerzo
cooperativo en lo que se refiere al esfuerzo final, ellos crearon las herramientas espirituales para
las revoluciones técnicas que han transformado la vida de la humanidad en los últimos siglos. Su
sistema de conceptos ha servido de guía en el desconcertante caos de percepciones, de tal manera
que hemos de captar verdades generales a partir de observaciones particulares. ¿Qué esperanzas
y qué temores aporta el método científico a la humanidad? No creo que esta sea la forma correcta
de plantear la pregunta. Lo que esta herramienta producirá en las manos del hombre depende por
completo de los objetivos arraigados en esta humanidad. Una vez fijado el objetivo, el método
científico proporciona los medios para realizarlo. Pero no puede facilitar los propios objetivos. El
método científico en sí no nos habría conducido a parte alguna, ni siquiera hubiera visto la luz,
sin una lucha apasionada para lograr un entendimiento claro. La perfección de los medios y la
confusión de los objetivos –en mi opinión– caracteriza nuestro tiempo. Si deseamos con
sinceridad y apasionamiento la seguridad, el bienestar y el libre desarrollo de los talentos de todos
los hombres, no hemos sino desear los medios para conseguirlos. Aun si solo una pequeña parte
de la humanidad lucha por estos fines, su superioridad terminará por imponerse con el transcurso
del tiempo».
En el mundo se hablan alrededor de 7 mil idiomas, de los cuales la Unesco confirmó que casi
2.500 podrían desaparecer pues desde 1950 han desaparecido 250 idiomas y el número de
hablantes continúa disminuyendo, “uno de estos idiomas desaparece cada 15 días, según
estadísticas y datos recopilados. El peligro y la pérdida de lenguas se ha incrementado
gradualmente en las últimas décadas debido a los cambios sociales, políticos y económicos en el
mundo” afirmó el profesor Oguz.
Asimismo, en el Atlas de las lenguas en peligro de extensión de la Unesco se refleja la angustiante
situación pues “los idiomas con menos de 10.000 hablantes constituyen la mayor parte de las
lenguas en peligro desaparición”, así lo confirma también Ocal Oguz.
Por otro lado, también aprovecho para mencionar que, “idiomas de varias comunidades
pertenecientes a la familia de la lengua turca se encuentran entre algunas de las lenguas que
podrían desaparecer”.
En esta ocasión nos centraremos en el lenguaje científico, aquel que está especializado en la
transmisión de conocimientos de disciplinas científicas. Cada texto científico se centra en
una materia concreta y va dirigido a gente experta en ella. Esto hace que
la comprensión sea difícil para los que no conocen la terminología especializada. El lenguaje
científico es el resultado de un consenso tácito entre sus usuarios, por lo que es un lenguaje
convencional.
Sus características son las siguientes:
• Uso de un vocabulario unívoco y, por lo tanto monosémico. Es muy común el uso de
neologismos, cultismos y prestamos. Se busca evitar ambigüedades.
• Uso de un lenguaje denotativo, con una adjetivación escasa y precisa.
• Búsqueda de un lenguaje objetivo (en que no se expresen opiniones ni sentimientos)
mediante el uso de la tercera persona del plural y de oraciones impersonales, así como
del plural de modestia.
• Búsqueda de la mayor precisión y claridad posible mediante el uso de una sintaxis
esquemática, con oraciones simples y ausencia de perífrasis. Como consecuencia de este
lenguaje económico, no abundan los adornos retóricos. Se intenta no caer en
redundancias.
• Ausencia de particularismos, se busca utilizar un lenguaje universal.
• Uso del presente de indicativo (para las tesis) y del presente de indicativo o futuro de
subjuntivo (para las hipótesis).
• Tendencia a explicarse a si mismo, cumpliendo por lo tanto una función metalingüística.
• Introducción de elementos formalizados como esquemas, diagramas, símbolos
matemáticos, planos, fórmulas químicas, etc.
También existen otro tipo de lenguajes como, por ejemplo, el lenguaje técnico.