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Mujeres y educación superior en el México del siglo XIX

La integración de las mujeres al estudio y a


las carreras liberales en México no fue tan
fácil, como en otras partes del mundo, este
proceso implica largo tiempo y Sobre todo el
esfuerzo, de una minoría para enfrentar la
serie de prejuicios que durante el siglo
impidieron el avance intelectual y profesional
de este sexo. En nuestro país fue hasta bien
avanzado este siglo cuando las mexicanas
interrumpieron de manera significativa en
aulas universitarias. Sin embargo, los antecedentes de esta especie
de conquista de las profesiones masculinas, se remontan a las pros-
primeras del siglo XIX cuando un reducido grupo de mujeres, contra
viento y marea lograron abrirse paso en las escuelas superiores.
Con ello no sólo dieron la primera batalla, con quienes temían
que su entrada al mundo cultural y laboral masculino rompiera el
equilibrio existente, sino que también su ejemplo de abrir la brecha
por la que transitarían las generaciones futuras. Tales fueron los
casos de Matilde Montoya, Columna Rivera, Guadalupe Sánchez,
entre otras, cuyas difíciles trayectorias académicas, representan un
hito en la historia cultural del país.
El retraso con el que se inició y desarrolló dicho proceso no se
debió a circunstancias casuales o aisladas; fue consecuencia directa
de la concepción socio-cultural, que bajo las reglas implícitas,
impidiendo el acceso de las mujeres a la educación superior formal
"un ejemplo representativo de esta corriente de pensamiento es Joss
Díaz, a cargo del ministerio de justicia e introducción pública", hacia
mediados de los 60 de la pasada centuria y Franco partidario de la
modernización del sistema educativo.
Desde su punto de vista, la educación femenina no debió orientarse
hacia las carreras profesionales, pues consideraba que aún no
existía las condiciones necesarias para compartir con ese sexo "la
alta dirección de la inteligencia y de la actividad". Prueba de ello,
decía, era la naturalidad con que ellas mismas asumían dicha
situación, al abstenerse de tomar parte en "las funciones sociales de
los hombres, no obstante que, con excepción de las costumbres,
nada les prohibirá hacerlo en muchas de las esferas de la actividad
varonil". Por tanto, concluía el político y escritor de manera por
demás simplista, dos eran las razones del retraimiento profesional
del "bello sexo": su "organización fisiológica " y su tradicional "lugar
en sociedad", juicio muy a tono con su
tiempo y con el que se justificaba la
continuidad del statu quo.
Y en efecto, de acuerdo con las leyes de
Instrucción Pública de 1867 y 1869, no
existían impedimentos formales que
prohibieran a las mexicanas
matricularse en la Escuela Nacional Preparatoria y, una vez
acreditados dichos estudios, optar por alguna de las escuelas
profesionales existentes. Aquel plantel nunca se definió como
exclusivamente masculino y si en sus primeros años de vida
funciono como tal, fue debido a la presión social y al peso de la
tradición, abiertamente en contra de la presencia femenina en
dominios varoniles. Ello explica la posición de Díaz Covarrubias,
pues cuando publica su obra sobre la instrucción de publica en
México (1875), las mujeres continuaban excluidas de las aulas
preparatorianas. No será sino hasta las siguientes décadas cuando
ese sexo se atrevió a franquear las trincheras de la instrucción
superior.
Orden económico, pues las profesoras recibían sueldos más bajos
que sus compañeros varones, lo que redundaba en un atractivo
ahorro para las finanzas públicas. Díaz Covarrubias reconocía que
las jóvenes egresadas de las escuelas normales resultaban "más
baratas" y redituables que sus colegas del sexo opuesto, ya que
además de recibir sueldos más bajos que estos, por las cualidades
de su carácter y por falta de otras opciones laborales, se entregaban
en forma más completa y prolongada al servicio de sus escuelas.
Si bien esta fue la principal tendencia oficial en
favor de la educación femenina, no todas las
acciones gubernamentales se ajustaron
fielmente a dicho esquema. A raíz de la
promulgación de la Ley de Instrucción Pública
de 1867, en las esferas del poder se observa
cierto interés por abrir el abanico formativo de
las mujeres. Expresión de esta preocupación fue
el establecimiento de la Escuela Secundaria para
personas del sexo femenino, cuyas metas no se
redujeron a formar profesoras de educación
elemental o a capacitar a las alumnas para el
desempeño de algún oficio, como pretendió
hacerse en la Escuela de Artes y Oficios para
Mujeres. La Secundaria femenina,
contemporánea a la Nacional Preparatoria, tuvo intenciones más
amplias. Además de moralizar a las alumnas y darles "ocupación en
sociedad", pretendan "proporcionarles los conocimientos generales
que las pongan al tanto de los adelantos de la época."
Como la consabida falta de recursos impidió que la fundación
de la escuela normal, prometida por el código del 67, se hiciera
realidad, la Secundaria y la Escuela Nacional Preparatoria debieron
suplir tales funciones. Con este fin incluyeron en sus respectivos
planes de estudio la asignatura de "métodos de enseñanza
comparados" para los alumnos o alumnas, según fuera el caso, que
desearan dedicarse al magisterio. Pero las pretensiones iniciales de
sendas instituciones iban más allá de ese objetivo, de ahí la
denominación de Secundaria de Niñas y no el de Normal de
Profesoras con que pudo haberse identificado al plantel femenino si
esta hubiera sido su intención vertebral. Al menos en teoría, pues su
inauguración tuvo que esperar dos años, la creación de la
Secundaria representa el primer intento oficial, a nivel nacional, de
otorgar a las mexicanas una cultura "superior", cuyo plan de
estudios llego a incluir materias científicas inexistentes en algún
otro establecimiento educativo para mujeres.
Sin embargo, en la práctica las cosas fueron muy distintas y
pese a las expectativas de sus fundadores, las metas iniciales de la
Secundaria cedieron ante la demanda social. Desde sus primeros
años de vida, este se perfila como un "semillero" de maestras, hasta
que, por decreto del 4 de junio de 1888, queda definitivamente
convertida en la Escuela Normal de Profesoras. Como expresara
Ezequiel A. Chávez al referirse a la Secundaria, su carácter híbrido,
la heterogeneidad de los conocimientos que impartía, "tenían que
dispersar las energías, evitando se concentrara en la formación del
profesorado todo el esfuerzo material, intelectual y pecuniario".
Estas deficiencias explican su transformación en normal y el
abandono de su carácter inicial como escuela de estudios
secundarios o "superiores".
Sin embargo, la importancia que la Secundaria de Niñas
llega a tener fue tal que, cuando en abril de 1881, Justo Sierra
presente ante la Cámara su "Proyecto de creación de una
universidad", la incluye entre las escuelas constitutivas de dicha
institución, otorgándole igual jerarquía que al resto de los planteles
nacionales y de los que habrían de crearse para dicho efecto. Para
evitar cualquier duda al respecto, el político precisaba que las
mujeres tendrán derecho a cursar "todas las clases de las escuelas
profesionales, obteniendo al fin de la carrera diplomas especiales de
la escuela Normal y de Altos Estudios". Añadía que en esta ultimo
plantel, considerado por el futuro secretario de Instrucción Pública
como pináculo de los estudios universitarios, las mexicanas podrían
obtener los mismos títulos que los varones, lo que equivale a un
inusitado reconocimiento de la capacidad intelectual y profesional
del sexo opuesto. Si bien este primer proyecto universitario no tuvo
eco en los medios políticos e intelectuales, muestra la disposición de
un sector por promover la superación educativa de las mexicanas.
Pero la transformación de la Secundaria de Niñas en Normal
de Profesoras no liquido las posibilidades femeninas de cursar otro
tipo de estudios superiores e incluso alguna carrera profesional,
como empezó a suceder hacia mediados de los ochenta.
Inicio del ingreso de la mujer a la educación superior
Es importante señalar dos cosas del ingreso
de la mujer a la universidad; primero, su
inserción se remonta al porfiriano, y
segundo, su entrada a la profesional se ha
acompañado de una u otra forma a su
ingreso al mercado laboral.
La postura ideológica en tiempos del
porfiriato de que la mujer sólo era capaz de realizar papeles afines a
los que realizaba en el hogar se veía claramente reflejado en el
marco educativo, existían instituciones de educación para niñas
exclusivamente y para niños teniendo planes de estudio diferentes.
Por ejemplo, había en el mismo nivel La Escuela Nacional
Preparatoria (en donde asistían los varones, no es sino hasta 1907
que se registra el caso de una mujer en estas escuelas) y la Escuela
de Instrucción Secundaria para personas del sexo Femenino. Los
contenidos de los planes de estudio eran muy diferentes para ambas
escuelas.
En el caso de la Escuela Nacional Preparatoria pretendía una
formación científica a la manera del positivismo, su lógica era ir de
lo más abstracto a lo más concreto: se iniciaba con matemáticas
(aritmética, geometría, trigonometría, y nociones de cálculo
infinitesimal), se continuaba con ciencias naturales (cosmografía,
física, geografía, química, botánica y zoología) como parte última se
incluían materias como lógica, ideología, moral, español. Los
idiomas estaban intercalados durante el plan de estudios
(Velázquez, 1990, p. 224).
En la Escuela de Instrucción Secundaria para personas del
sexo femenino tenían las siguientes asignaturas: Ejercicios de
lecturas de modelos escogidos escritos en español; Ejercicios de
escritura y correspondencia epistolar; Gramática castellana;
Rudimentos de álgebra y geometría; cosmografía y geografía física y
política: especialmente la de México; Elementos de cronología e
historia general; Historia de México; Teneduría de libros; Medicina
(primeros auxilios); Higiene y economía doméstica; Deberes de las
mujeres en la sociedad; Deberes de la madre con relación a la
familia y al estado; Dibujo: lineal, de figura y ornato; Idiomas
(Francés, Inglés, Italiano); música; Labores manuales; Artes y oficios
que se pueden ejercer por mujeres; Nociones de horticultura y
jardinería; Métodos de enseñanza comparados. Al terminar estos
estudios las señoritas podían optar por el título de profesoras de
primera clase, una vez examinadas y aprobadas o por otra parte ser
unas buenas mujeres de hogar
Es obvio percibir que los planes de
estudio estaban dirigidos al papel que
uno y otro sexo desempeñaban en la
sociedad: si la mujer se preparaba era
para hacer un mejor papel dentro del
hogar. Así, a partir de 1910 en que
podemos decir que se inaugura la
Universidad Nacional Autónoma de
México1, y a pesar de que de acuerdo a Daniel Cosío Villegas de
manera expresa se faculta a las mujeres para ingresar a las escuelas
profesionales pocas son las mujeres que se atrevieron a realizar
estudios superiores, ya que irían en contra de una verdad
establecida, cabe aclarar que debido al proceso histórico que la
mujer ha vivido, la elección que ha hecho de las profesiones no es
gratuita sino que responde al papel tradicional de la mujer que se
sintetiza en los estereotipos sexuales de aceptación generalizada,
afortunadamente algunas se apartaron del modelo femenino
aceptado, Barceló afirma: "La escuela jugó un importante papel en
este sentido, pues a la vez que transmitió la ideología patriarcal,
permitió que un buen número de mujeres pudiera prepararse para
el trabajo. Así fue que en esa época aumentó el número de maestras
y se graduaron algunas abogadas, médicas y dentistas" (Barceló,
1977, p. 100).
Se escribió acerca de la primera estudiante de derecho:
"Algunas veces los maestros no dejaban de demostrar su pena por
tener que consentir en un absurdo, el de enseñar derecho a una
mujer" (Ibid., p. 101).
Por lo que las mujeres que se atrevieron a emprender estudios
profesionales, tradicionalmente destinados al género masculino,
fueron mal vistas y criticadas, incluso por algunas mujeres de la
clase media, que consideraban que tratar de romper con la
dependencia económica al padre, esposo o hermano y la vida del
hogar era sinónimo de “feminismo”. A pesar de ello; en 1887 se
recibió la primera médica (Galeana de Valadez, 1989, p. 5), en 1898
se graduó la primera abogada (Barceló, op.cit., p. 101) y en 1909 se
graduó la primera dentista (Ibid).
Por consiguiente; tanto las mujeres que lograron terminar
estudios universitarios durante la época de porfiriato como aquellas
que participaron en foros políticos y movilizaciones entre 1920 y
1940, iban en contra de toda la ideología hegemónica prevaleciente
en esa época respecto de lo que debería hacer y ser una mujer, por
consiguiente, sólo fueron "algunas". Con el transcurrir de los años
estas "algunas", se han convertido en "muchas".
Ingreso de la mujer a la Universidad como estudiante durante los
años cuarenta hasta sesenta
El ingreso de la mujer a la educación superior durante los
años de 1940 y 1950, se considerara solamente en la UNAM por dos
razones; en esos años la UNAM tenía una alta representatividad de
lo que sucedía con los estudiantes en el país y por otra parte, no es
sino hasta 1970 que la Asociación Nacional de Universidades e
Institutos de Enseñanza Superior (ANUIES) presenta sus
estadísticas de todas las instituciones superiores de todo el país
(Asociación Nacional de Universidades e Institutos de Enseñanza
Superior, Anuario Estadístico, 1970).
Las mujeres que asistieron a la universidad durante los años
de 1940 a 1950 de acuerdo a los anuarios estadísticos de la UNAM,
eran el 20.73% en 1940; el 18.26% en 1950 y el 17.62% en 1960
(UNAM, Anuario Estadístico, 1940-1958).
En términos de porcentaje respecto a la población total
hagamos el siguiente ejercicio mental: si en 1940 México tenía
19,653722 habitantes (Sexto Censo de Población 1940 (1943),
Dirección General de Estadística, México), y estudiantes en la UNAM
eran 13,547 ¿qué proporción del total formaban parte? La respuesta
es después de algunos cálculos el 0.06% (ni siquiera el 1%). Es
importante señalar que este 0.06% es el total de estudiantes tanto
hombres como mujeres inscritos en la universidad del total de la
población, de este 0.06% la quinta parte eran mujeres, es decir, el
0.012%. En términos prácticos, aproximadamente las mujeres que
asistían a la UNAM era una mujer por cada 10,000 habitantes.
Haciendo otro tipo de cálculos podemos afirmar que en 1940
de cada cuatro hombres que estudiaban en la universidad una era
mujer, en 1950 y 1960 de cada cinco hombres estudiantes una era
mujer.
Ingreso de la mujer a la Universidad como estudiante durante
la década de los setenta. En 1970, de
acuerdo con el censo
correspondiente, el grado de
instrucción de la población era la
siguiente: La asistencia a algún grado
de la educación primaria de seis a 14
años, fue el 60 % para los varones y
58.2% para las niñas, es decir, del
total de niños hombres entre seis y
14 años, seis asistían a la escuela primaria y cuatro no lo hacían, en
caso de las niñas se puede decir en términos generales (o de
redondeo) que la proporción fue similar entre hombres y mujeres.
A nivel de enseñanza secundaria, la diferencia entre sexos se
hacía más notable, pues una mayor proporción de personas del sexo
masculino contaba con ese grado de escolaridad. De la población
total de jóvenes entre 11 a 18 años, sólo el 13 % de jóvenes varones
asistía a la escuela y el 9% de señoritas, lo que implica que para
1970 (hace cuarenta años), de cada siete chicos entre 11 y 18 años
solo uno asistía a la secundaria o pre vocacional, en el caso de las
señoritas por cada 10 mujeres jóvenes entre 11 y 18 años una
asistía a la secundaria.
Como podemos ver a medida que se asciende en el nivel
educativo, la diferencia por sexos se amplía. Ya en la preparatoria y
vocacional, la diferencia entre el grado de concurrencia de ambos
sexos es ya mucho más notoria, siendo la población masculina dos
veces y medio mayor que la femenina (Mendoza, 1975), asistían de la
población total 5.6% hombres y 2.2% mujeres de entre 14 y 20 años,
lo que implica que por cada 17 jóvenes entre 14 y 20 años uno
asistía a la preparatoria, en el caso de la mujer por cada 45 mujeres
una asistía a la preparatoria.
En la profesional de una población de 16 años o más, el 1.5%
de los hombres asistía a la universidad y de las mujeres el 0.5%, lo
que implica que de cada 66 hombres de 16 años o más uno asistía a
la profesional, en el caso de las mujeres por cada 199 mujeres una
asistía a la universidad (González, 1986).
De acuerdo al Anuario de la Asociación Nacional de
Universidades e Institutos de Enseñanza Superior para el año de
1971 algo más del 20% del total de la población escolar femenina se
localizaba en la facultad de Filosofía y Letras, aproximadamente el
17% en Medicina y el 9.2% en Odontología, el 13 % a Comercio y
Administración y el 12 % a Derecho, 2% en arquitectura y 0.4% en
Ingeniería (ANUIES, 1970, Anuario Estadístico).
Para 1977 de la matrícula de educación superior de acuerdo a la
ANUIES el 27.3% correspondió a las mujeres y el resto 73.7% a los
hombres (ANUIES, 1977, Anuario, Anuario Estadístico), lo que
significó para ese año que por cuatro hombres que estaban
estudiando en la universidad había una mujer.
Ingreso de la mujer a la Universidad
como estudiante durante la década de
los ochenta. Durante ésta década
continúo sosteniéndose en la educación
básica el 50% de niños y 50% de niñas.
De 1983 a 1989 se disminuyó
drásticamente el gasto destinado a la
educación, este recorte se tradujo en:
disminución salarial, baja del gasto por
alumno, nula construcción de
universidades públicas, falta de
materiales de trabajo, deterioro de las
condiciones generales de enseñanza y la
investigación, incluso la disminución de
la matrícula en las Instituciones de
Educación Superior -IES-. (Osorio, 1998).
De acuerdo a la ANUIES en 1980 el 30% de la población a nivel
licenciatura eran mujeres, para 1984 eran el 32%(ANUIES, 1984,
Anuario Estadístico).
En el ámbito de la enseñanza media superior, el 40.05% de la
población estaba constituida por mujeres (Galeana de Valadez,
op.cit.).
En 1980 del total de mujeres que estudiaban en el nivel licenciatura,
el 80% se encontraba en áreas de estudio como las Ciencias
Sociales, Administrativas y de la Salud (Osorio, op. cit.). Por otra
parte, las carreras correspondientes a Ciencias Agropecuarias,
Ingeniería y Tecnología estaban ocupadas por el 85% del sexo
masculino, mientras que las de Educación y Humanidades estaban
ocupadas por el 56.78% de mujeres (Ramírez, 1989).
En los diez años de la década de los ochenta (de 1980 a 1989), el
promedio en porcentaje de la población integrada por mujeres en las
licenciaturas de la universidades e institutos tecnológicos en México
fue del 34.38% (ANUIES, 2003).
Ingreso de la mujer a la Universidad como estudiante durante la
década de los noventa
En la década de los noventa se mantiene la proporción de niños y
niñas en la instrucción primaria, es decir, aproximadamente 50% y
50%.
Por lo que hemos revisado sabemos que ésta proporción va
disminuyendo en las mujeres conforme se avanza en el nivel
educativo. Sin embargo, es en esta década siendo hasta 1998 y 1999
que la mujer alcanza una proporción del 46%( Ibid).
En los diez años de ésta década, las mujeres en promedio
constituyeron el 44.31% de la población que estudiaba en
universidades e institutos tecnológicos de México (Ibid).
En esta década las áreas de estudio en donde hubo un porcentaje
mayor de la presencia de la mujer respecto del hombre (más del
50%), fueron: Educación y Humanidades 65.6%, Ciencias de la
Salud con un 57.9%, y Ciencias Sociales y Administrativas con
54.7% (Ibid).
Ingreso de la mujer a la Universidad a partir del Nuevo Milenio
A partir del año 2000 es que la mujer en la educación superior
alcanza el 47%, llegando casi al 49% (específicamente 48.72) en el
año 2003. De acuerdo a la ANUIES la presencia de la mujer supera
al de los hombres en las siguientes áreas de estudio: Educación y
Humanidades con el 66.7%, Ciencias de la Salud con el 61.7%, y
Ciencias Sociales y Administrativas con el 58% . A pesar de que en
la década de los noventa la presencia de la mujer en el área de
Ciencias Naturales y Exactas no era muy fuerte, para el año 2003 es
casi equiparable al del hombre; 47.8%.
Como un buen pronóstico se considera que para el año 2005 el
ingreso de la mujer a la educación superior será equiparable al del
hombre, estadísticas que la ANUIES todavía no tiene, sin embargo,
la UNAM publicó en la Gaceta del mes de marzo que tiene una
matrícula estudiantil femenina del 52%, considerando aquí también
a los alumnos de bachillerato (Gaceta. UNAM).
A manera de resumen se presenta a continuación la gráfica donde
se observa el incremento de inserción de la mujer en el sistema
educativo superior a partir de la década de los sesenta hasta el año
de 2003.
En siglos anteriores, una de las labores más importantes que
se encomendaron a la mujer en distintos países —incluyendo México
(siglo XIX)— fue ser buena esposa y madre. Ellas deben contribuir a
la Nación en la formación de buenos ciudadanos, por medio de la
educación de sus hijos y cuidado de su familia
El hogar fue un lugar importante para su educación, lugar en
el que la madre velo por la educación de los hijos, les enseñaba a
comportarse, el catecismo, los aconsejaba, les enseñaba cuál era su
«lugar» en la sociedad y lo que se esperaba de ellos. Las niñas, a su
vez, aprendieron de su madre las labores de una esposa y madre,
para que en un futuro tomarán su «papel» en la sociedad.
Las familias adineradas enviaban a sus niñas a Europa en
donde aprendieron sobre: artes, idiomas,
conocían ciudades o estudiaban en
reconocidas escuelas. Aunque la
mayoría de las familias contrataron
profesores particulares que les
enseñaron a sus hijas: idiomas, letras,
matemáticas básicas, historia y
geografía. También se contrataba una
institutriz que les enseñaba: costura,
canto, música y pintura. A los 14 años
se optó por que la mujer había concluido con su educación.
Fueron constantes los argumentos provenientes de ambos
sexos sobre la educación de la mujer. Mientras que algunos
consideraron que su educación debía concentrarse únicamente en
un nivel básico, ya que temían que, si la mujer se le educaba
demasiado, podría descuidar su labor como esposa y madre. Otros
se preocupaban por su deficiente educación. Algunos de ellos
fundaron sus propias escuelas para niñas, donaban dinero a obras
pías como orfanatos de niñas en donde se les enseñaba un oficio y
abogaban por una mejor educación para las mujeres.
La educación fue un problema constante para el Estado, había
pocas escuelas para niños y menos para niñas. Además de ser pocos
los que concluyeron el curso.
Menciona K. Bello que, en la segunda mitad del siglo XIX, se
abrieron nuevas instituciones que le dieron una mejor educación a
la mujer como:
• 1869 La Escuela Secundaria para Personas del Sexo Femenino
• 1871 La Escuela de Artes y Oficios para Mujeres de la Ciudad de
México
• 1867 La Escuela Nacional Preparatoria, pidió la inscripción de
mujeres
En el Porfiriato, se modificaron las leyes en Educación, con el fin de
mejorar la educación de la mujer. Fue cada vez más frecuente la
participación de las mujeres en un entorno que estaban dominados
por hombres. Surgen: doctoras, directoras de revistas, abogadas,
secretariarías, y profesoras con títulos. Se intensificaron las
campañas que lucharon por los derechos de la mujer y surgieron los
primeros movimientos feministas en México.
Mujer y educación en el siglo XIX
La enseñanza del siglo XIX, muy
influenciada aún por la Iglesia a todos los
niveles, sigue contemplando a la mujer en
un papel secundario. La Iglesia católica
tenía un concepto funcional de la mujer.
Obedecía a su papel cohesionador al
interior de la familia.
El prototipo más frecuente fue el de perfecta casada, reina
del hogar, piadosa, buena madre y buena esposa. Este concepto
correspondía a un discurso ideológico sobre lo doméstico, y la Iglesia
católica era su más agresivo portavoz.
Por esto, su instrucción en establecimientos educativos,
oficiales o preferentemente privados, no estaba dirigida a formar
académicas o sabias,
sino mujeres piadosas; sabias, eso sí, en manejo de labores
domésticas, expertas en trabajo de agujas.
La incorporación de la mujer al sistema educativo, según
la Iglesia, era una forma de moldear en principios y valores
cristianos al elemento cohesionador de la familia y el hogar. El
acceso de la mujer al sistema educativo no buscaba, de ninguna
manera, alterar la función social de la misma; buscaba
fundamentalmente alfabetizarla y adiestrarla en algunos quehaceres
domésticos para el mejor funcionamiento del hogar y de la familia.
Su educación, en caso de haberla, debía ir orientada a su misión en
la vida. Los textos legales hablan por sí solos, por lo que los usaré
preferentemente para ver cuál era el tratamiento que recibía la
enseñanza femenina.
Empieza el siglo con el trabajo
legislativo de las Cortes de Cádiz.
Su Comisión de Instrucción
Pública emite el 7 de marzo de
1814 un Dictamen y Proyecto de
Decreto sobre el arreglo general
de la Enseñanza Pública, que se
quedó en eso, en proyecto, pues
un Golpe de Estado puso fin a la
era liberal inaugurada con las
Cortes gaditanas y el decreto de
4 de mayo de 1814 declaraba
"nulos y de ningún valor ni efecto" tanto la Constitución como todos
los decretos promulgados por las Cortes. No obstante, merece la
pena reseñarlo por ser obra de los hombres ilustrados y de progreso
que al principio de la guerra existían, como los denominaría Gil de
Zárate a mediados de siglo (2) Su espíritu permanecería largo tiempo
en España.
"Al concluir la Comisión el plan general de instrucción pública, no se
ha olvidado de la educación de aquel sexo, que forma una parte
preciosa de la sociedad; que puede contribuir en gran manera a la
mejora de las costumbres, y que, apoderado casi exclusivamente de
la educación del hombre en su niñez, tiene un gran influjo en la
formación de sus primeros hábitos y, lo sigue ejerciendo después en
todas las edades de la vida humana.
Pero la Comisión ha considerado al mismo tiempo que su
plan se reducía a la parte literaria de la educación, y no a la moral,
principal objeto de la que debe darse a las mujeres. Tampoco pudo
desentenderse de que este plan solo abraza la educación pública, y
que cabalmente la que debe darse a las mujeres ha de ser doméstica
y privada en cuanto sea posible, pues que así lo exige el destino que
tiene este sexo en la sociedad, la cual se interesa principalmente en
que haya buenas madres de familia.
Pero como además de la educación doméstica de las
mujeres, que necesariamente se ha de mejorar con el progreso de la
instrucción nacional y el fomento de la riqueza pública, convenga
que el Estado costee algunos establecimientos en que aprendan las
niñas a leer y escribir, y las labores propias de su sexo (3), la
Comisión opina que se debe encomendar al celo de las Diputaciones
provinciales el que propongan el número que deba haber de estos
establecimientos, el paraje donde deban situarse, su dotación y
forma." (Dictamen del 7-3-1814)
Esta exposición de motivos resulta coincidente con el
pensamiento de la Iglesia de la época. Muy reveladoras del ideario
católico, son las palabras del obispo colombiano José Romero, que
en una Pastoral de 1876 decía, refiriéndose a las mujeres que vivían
en la ignorancia, por falta total o parcial de instrucción: "La que no
conoce sus deberes religiosos, la que no comprende el mérito de la
virtud, ¿cómo podrá ser buena esposa y educar a sus hijos,
inculcándoles sentimientos verdaderamente cristianos,
indispensables para que más tarde, sirvan como de núcleo a las
obligaciones que tendrán que cumplir en la escala social?".
Pero no hay que mirar sólo hacia la institución eclesial
para justificar esta línea de pensamiento. No olvidemos las palabras
de Rousseau -ni más ni menos- en su obra El Emilio: "dar placer [a
los hombres], serles útiles, hacerse amar y honrar por ellos, criarlos
de jóvenes, cuidarlos de mayores, aconsejarlos, consolarlos, hacerles
agradable y dulce la vida, esos son los deberes de las mujeres en
todos los tiempos, y lo que se les ha de enseñar desde la infancia".
Con esta exposición meridiana queda todo dicho sobre la finalidad
de la educación femenina en el hombre ilustrado y liberal (4).
Las intenciones declaradas en el Dictamen se
reflejaban, como no podía ser de otro modo, en el proyecto de
Decreto que se presentó a las Cortes, que como vemos, no sólo
contempla una educación distinta sino también separada
físicamente:
"Art. 115. Se establecerán escuelas públicas, en que se enseñe a la
niña a leer y a escribir, y a las adultas las labores y habilidades
propias de su sexo.
Art. 116. El Gobierno encargará a las Diputaciones provinciales que
propongan el número de estas escuelas que deban establecerse en
su respectiva provincia, los parajes en que deban situarse, su
dotación y arreglo."
Ya en los primeros tiempos del reinado de Isabel II -bajo la
regencia de María Cristina, su madre-, el progresista Plan general de
Instrucción Pública del Duque de Rivas (1836) continuaría la
segregación estableciendo:
"Art. 21. Se establecerán escuelas separadas para las niñas donde
quiera que los recursos lo permitan, acomodando la enseñanza en
estas escuelas a las correspondientes elementales y superiores de
niños, pero con las modificaciones y en la forma conveniente al sexo.
El establecimiento de estas escuelas, su régimen y gobierno,
provisión de maestras, &c., serán objeto de un decreto especial."
Título I, Capítulo III. De las escuelas de niñas, Real decreto de 4 de
agosto de 1836
Con estos mimbres no es de extrañar que la educación de la
mujer no se mencione ni en el Plan de Estudios para los Institutos
de Segunda Enseñanza (15-10-1843) ni en el famoso Plan Pidal
(R.D. 17-9-1845), señal de que aún no era algo conflictivo. Sí
aparece en la longeva Ley de Instrucción Pública de 9 de septiembre
de 1857, la conocida como Ley Moyano. Esta ley que tendrá vigencia
prácticamente hasta 1970, sigue en el mismo esquema que los
liberales de principios de siglo, aunque tiene el valor de hacer
obligatoria la escolaridad para las niñas por primera vez en España.
Veamos:
"En las enseñanzas elemental y superior de las niñas se omitirán los
estudios de que tratan el párrafo sexo del artº 2º ["Breves nociones
de Agricultura, Industria y Comercio"] y los párrafos primero y
tercero del artº 4º ["Principios de Geometría, de Dibujo lineal y de
Agrimensura" y "Nociones generales de Física y de Historia Natural"],
reemplazándose con:
Primero. Labores propias del sexo
Segundo. Elementos de Dibujo aplicado a las mimas labores
Tercero. Ligeras nociones de Higiene doméstica"
Luego, al referirse a las Escuelas de primera enseñanza:
"En todo pueblo de 500 almas habrá necesariamente una Escuela
pública elemental de niños, y otra, aunque sea incompleta, de niñas.
Las incompletas de niños sólo se consentirán en pueblos de menor
vecindario" (artº 100)
"En los pueblos que lleguen a 2.000 almas habrá dos Escuelas
completas de niños y otras dos de niñas. En los que tengan 4.000
almas habrá tres; y así sucesivamente, aumentándose una Escuela
de cada sexo por cada 2.000 habitantes" (artº 101)
"Únicamente en las Escuelas incompletas se permitirá la
concurrencia de los niños de ambos sexos, en un mismo local, y aun
así con la separación debida". (artº 103)
A los efectos de estos preceptos, se considera como
"incompleta" (artº 3) la enseñanza que abarque todas las materias
expresadas en el artículo segundo (Doctrina cristiana, lectura,
escritura, gramática y ortografía, aritmética y sistema de medidas,
así como breves nociones de agricultura, industria y comercio).
Más tarde, la institución revolucionaria de la educación, la
Institución Libre de Enseñanza, que se creó en 1876, sí apostaría
por la educación femenina y por la coeducación -enseñanza mixta-,
como aparece en su Programa:
"La Institución estima que la coeducación es un principio
esencial del régimen escolar, y que no hay fundamento para prohibir
en la escuela la comunidad en que uno y otro sexo viven en la
familia y en la sociedad. Sin
desconocer los obstáculos que
el hábito opone a este sistema,
cree, y la experiencia lo viene
confirmando, que no hay otro
medio de vencerlos, sino
acometer con prudencia la
empresa, dondequiera que
existan condiciones racionales
de éxito. Juzga la coeducación
como uno de los resortes
fundamentales para la formación del carácter moral, así como de la
pureza de costumbres, y el más poderoso para acabar con la actual
inferioridad positiva de la mujer, que no empezará a desaparecer
hasta que aquélla se eduque, en cuanto se refiere a lo común
humano, no sólo como, sino con el hombre."
La Ley de Instrucción Primaria de 2 de junio de 1868,
llamada de Orovio -aunque fue el ministro de Fomento Severo
Catalina el que finalmente la suscribió-, fue el último coletazo
integrista del reinado de Isabel II, previo a la Revolución del 68 que
la derogó inmediatamente, estando apenas cuatro meses en vigor.
Esta ley supuso la máxima intervención de las autoridades
eclesiásticas en la educación primaria. En lo que respecta a la
educación femenina, se le reconoce el derecho en este nivel de
enseñanza, si bien con la orientación hogareña propia de la Iglesia
de la época, a quien se le concede amplias facultades en la
educación infantil. Eso sí, la ley admite un profesorado femenino en
este segmento, si bien con un tercio menos de salario que los
varones, sin que justifique el motivo, tal y como se estableció en la
Ley Moyano de 1857 (5). Aunque no tuvo tiempo de aplicarse, es
significativa del pensamiento del moderantismo. Veamos los
artículos que tratan de la educación femenina:
"Habrá Escuelas públicas de instrucción primaria para
niños como para niñas, en todos los pueblos de la Monarquía que
lleguen a 500 habitantes" (artº 1)
"Las Autoridades de provincia estimularán asimismo la
formación y aumento de Juntas de señoras que instituyan Escuelas
Dominicales para las jóvenes y casas de enseñanza para las niñas
pobres" (artº 11)
"En todas las escuelas de niños, cualquiera que sea su clase,
la enseñanza comprenderá precisamente: doctrina cristiana, lectura,
escritura y principios de aritmética, sistema legal de pesas y
medidas, sencillas nociones de historia y de la geografía de España,
de gramática castellana y principios generales de educación y
cortesía. En las Escuelas de niñas se aprenderán además las labores
más usuales." (artº 14)
"A medida que vaya desarrollándose la instrucción y se formen
nuevos Maestros, se procurará igualmente dar en el mayor número
de Escuelas que sea posible ... y en las Escuelas de niñas los
principios de higiene doméstica y labores delicadas" (artº 15)
"Para el examen de las aspirantes al título de Maestras, se
nombrará además [de los miembros de los Tribunales ordinarios de
selección] una Maestra habilitada de la capital o de la provincia, y
una señora de la Junta de Escuelas o Asilo de niñas, donde lo
hubiere" (artº 34)
"Hasta tanto que puedan organizarse establecimientos donde
se formen Maestras adornadas de todos los conocimientos que exige
la educación cristiana y social de la mujer, podrán obtener el título
de Maestras ..." (artº 36)

"El sueldo y sobresueldo, en su caso, de las Maestras, será


proporcionalmente las dos terceras partes del sueldo y sobresueldo
asignado a los Maestros" (artº 42)
Desde luego, no fue el tratamiento de la educación femenina lo
que levantó ampollas, pareciendo conforme a la opinión generalizada
del papel social de la mujer. El Decreto de 14-10-1868 derogó la Ley
Orovio sin siquiera sustituirla por otra, afirmando en su preámbulo
que "entre las leyes con que el poder derrocado por nuestra gloriosa
Revolución limitó la libertad de enseñar, ninguna ha producido en el
país una impresión tan desoladora como la promulgada en 2 de
junio de este año". Las causas de su fulminante derogación fue
haber colocado la primera enseñanza bajo la tutela del clero.
Ya avanzada la segunda mitad del siglo XIX comienza a
considerarse que, aunque la misión de la mujer es cuidar de los
hijos y el marido, la educación e instrucción puede prepararla para
cumplir mejor la tarea de formar nuevos ciudadanos y constituir un
apoyo adecuado para maridos modernos. Mientras en España en
periódicos y revistas se polemiza sobre la capacidad de las mujeres
para adquirir conocimientos que puedan capacitarla para ejercer
una profesión y sobre la conveniencia o no de que los adquiera,
llegan noticias de otros países donde algunas mujeres comienzan a
conseguir el grado de bachiller e, incluso, acceden a la Universidad.
Así, por ejemplo, uno de los primeros y principales
regeneracionistas, Macías Picavea, respecto a la educación de la
mujer, considera que está muy bien dotada para ejercer la medicina
y el comercio y también para desempeñar tareas docentes y
educativas, excluyendo de su competencia otras actividades
públicas profesionales, según los criterios más corrientes en su
tiempo. De hecho, en el siglo XIX no se discute la capacidad ni el
papel que puede desempeñar la mujer en el ámbito del Magisterio,
como muestra la prolija legislación que recoge la profesora Flecha
García en el libro abajo reseñado.
Incluso, en el último tercio de la
centuria las Escuelas Normales de
Magisterio femenino se convierten en
un laboratorio donde ensayar otras
carreras, como reconoce el ministro
Alejandro Pidal y Mon en un Decreto
de 1884:
"Laudable es el propósito de
procurar principalmente por los medios de la educación la mejora de
la condición social de la mujer; pero para llevar a cabo tan notable
pensamiento, es mucho más práctico y sensato fomentar las
Escuelas y fundaciones creadas para estas enseñanzas especiales,
distintas del Magisterio, que desorganizar las Escuelas Normales
convirtiéndolas en Centros donde se lleven a cabo todos los ensayos
y tanteos encaminados a abrir para la mujer diferentes carreras
profesionales, distrayendo de esta suerte a la Escuela Normal del
objeto principal a que responde su creación, y que reduce a la
formación de un buen Magisterio de primera enseñanza" (R. D. de 3-
9-1884 reorganizando la Escuela Normal Central de Maestras) [6]
La primera noticia del interés de la mujer por los estudios
superiores es del 2 de septiembre de 1871, cuando Mª Elena
Masseras consigue un permiso especial del Rey Amadeo de Saboya
para realizar estudios de segunda enseñanza y poder continuar en la
Universidad después. Mª Dolores Aleu Riera es la primera mujer que
realiza el examen de grado para obtener una Licenciatura, en
Medicina, el 20-4-1882, seguida en el mismo año por Martina
Castells Ballespi y Mª Elena Masseras Ribera, todas por la
Universidad de Barcelona. En 1886 obtiene la Licenciatura en dicha
Universidad Dolores Llorent Casanovas (26-VI-86) y dos días
después la quinta mujer licenciada en Medicina, Mª Luisa Domingo
García natural de Palencia, la obtiene en la Universidad de
Valladolid.
No podemos pensar que, rápidamente, el acceso al bachiller
superior y a la Universidad se convirtió en una rutina. En 1882 y
durante un período de casi un año, el director general de
Instrucción Pública ordenó que no se admitiera a matrícula de
segunda enseñanza a las mujeres, pero sí a la de Universidad a las
que estuvieran en posesión del grado de bachiller. Cuando el 25 de
septiembre de 1883 se autorizó de nuevo la matrícula de segunda
enseñanza, se añadió la salvedad de que "sin derecho a cursar
después los de Facultad".
Es en 1888 cuando, tras la
solicitud de tres mujeres, se
permitió de nuevo a las mujeres
matricularse en la Universidad,
en principio sólo para exámenes
y posteriormente, a instancia de
Matilde Padrós en la enseñanza
oficial. La presencia de mujeres
en la Universidad española
durante el siglo XIX es, por tanto, prácticamente anecdótica y,
además, parte de las alumnas consignadas en ellas, no acabaron la
carrera.
A FINALES DEL SIGLO XIX se realizaron tres Congresos
educativos que marcan un parte aguas para la instrucción nacional.
El primero llamado Higiénico Pedagógico se realizó en 1882 en el
edificio del Consejo Superior de Salubridad y fue presidido por el Dr.
Ildefonso Velasco. Su objetivo era estudiar y resolver diversas
cuestiones de higiene esco- lar como las condiciones para los
establecimientos de las escuelas, los mobiliarios, los libros de texto,
el método de enseñanza, la distribución diaria de los trabajos
escolares, así como las precauciones que habían de tomarse para
evitar la transmisión de enfermedades contagiosas; la misión era
muy clara: prestar servicio a la patria y a la niñez, buscando la
verdad y sometiéndose a ella en la medida que la economía y
sociedad de la época lo permitieran. Los dos últimos, llama- dos
Congresos Nacionales de Instrucción Pública, efectuados el primero
en 1889 y el segundo en 1890, tenían como objetivo uniformar la
educación bajo los principios de obligatoriedad, gratuidad y laicismo
y su misión consistía en formar hombres modernos y patriotas. La
importancia de estos últimos fue su carácter resolutivo para toda la
República. Uno de los problemas que llama la atención es el que
trata acerca de la educación de las niñas, como un problema
significativo para hacer una patria mejor.
Para comprender la importancia de las resoluciones ahí tomadas y si
estas constituyeron de facto un avance yo una modernización para
la educación de la mujer hay que reconocer qué tipo de instrucción
recibían las amas antes de estos Congresos.
Las condiciones de la educación primaria, desde b Independencia
hasta finales de la década de los sesenta del siglo XX, parecen no
presentar un cambio sustancial. La instrucción se describe como
confesional, dogmática.
memorística, pobre en contenidos curriculares; lo que se enseñaba
era a leer y escribir, a contar y la doctrina cristiana a través del
catecismo del padre Ripalda, el dibujo era una materia opcional que
los niños podían elegir. La disciplina se ejercía a través de la
palmeta, el encierro, estrujones o a hincarlos en posición de cruz.
La inquietud por ofrecer educación a todo el pueblo, es decir, a
ambos sexos se declaraba desde inicios de ese siglo, sin embargo,
con especificidades que quedaron señaladas a través de los
programas de estudio y de los libros de texto.
Hacia 1818 José Joaquín Fernández de Lizardi inicia una
publicación, por pliegos, llamada La Quijotita y su prima, reconocida
como el primer Manual de Educación para la mujer, fue
recomendado como un tratado de educación donde se podían
encontrar los principios esenciales que la pedagogía moderna
prescribía. ¿De qué se trata este Manual? Los temas del libro giran
alrededor de la idea de que la ignorancia produce esclavitud y
desgracias y la ilustración es la fuente de la libertad, la abundancia
y la felicidad. Las cuatro partes principales de este Manual nos
permiten entender los cuatro temas principales que el autor
consideraba ideal para instruir a la mujer de su época: 1. Deberes
de lactancia y primeros cuidados de la madre para con su hija líelas
madres debían de amamantar a sus hijos y no dejarlos en manos de
chichiguas o nodrizas así como ocuparse personalmente de la
educación de sus hijos, 2. Educación intelectual, los niños debían
asistir a la escuela a partir de los cinco años y de preferencia a una
escuela en donde tuvieran una educación individual; se rechazaba la
enseñanza por medio de textos así como el aprendizaje de memoria,
sugiere la forma interrogativa o socrática y las materias que debían
enseñar a las niñas como:
lectura, escritura, algo de gramática, economía doméstica
aritmética, costura, bordado, dibujo, música, así como los
quehaceres domésticos, 3. Educación moral, con la cual la niña
sabría los principios que debían normar la vida de familia, como las
reglas y deberes de los padres para con los hijos, del esposo para
con su esposa y de los hijos para con los padres. Ya desde principios
de siglo Fernández de Lizardi estaba en contra del fanatismo
religioso que la sociedad imponía a las mujeres por otro lado era
enemigo de los castigos corporales que se reflejaban a través de
máximas muy recurrentes en esa época como "la letra con sangre
entra y "la labor con dolor". En lugar de éstos, decía el Pensador
máximo, bastaba con reprobar una mala acción con un gesto e con
la mirada, así como con privaciones, y, por último, 4. Educación
física, la cual se podía realizar a través de paseos por d campo
realizados por los padres o por la escuela. El vestido que usara la
niña debía permitir el movimiento, porque reprobaba el uso del
corsé que no sólo estorbaba a la respiración e impedía que la sangre
circulara adecuadamente, sino que además era la causa de
malformaciones y enfermedades. En la mujer recaía el buen o mal
éxito de su familia. por lo que había que enseñarlas a ser buenas
esposas y madres de familia católicas.
Mientras esto se leía en las décadas de los veinte y los treinta, hacia
1841 aparece El semanario de las señoritas mejicanas Educación
científica moral y literaria del bello sexo. Este Semanario
consideraba que la mujer instruida
Y bien educada no sólo tendría cualidades como ser más amable,
honrada y apreciable, sino "útil" a la sociedad. El lema era "quien
más sabe puede obrar mejor". La educación era considerada como el
agente más eficaz y poderoso para acelerar la ilustración del país,
sin embargo, al mismo tiempo se denunciaba que ésta había estado
ausente en las mujeres, las cuales representaban más de la mitad
de la población, (como actualmente) y esto porque se las creía o
incapaces de instruirse o no era conveniente que la obtuviera.
Si bien el Semanario ofrecía artículos
con temas sobre lógica, historia,
física, astronomía, historia natural,
química, higiene, literatura, poesía,
pintura, educación y economía
doméstica, recordaba y señalaba a la
mujer su espacio en la sociedad:
"Ilustrada la joven de nuestros días
por medio de una educación esmerada, ella ser sin duda sabia,
modesta, recogida y amable como su edad, graciosa y verídica como
la naturaleza, grave y profunda como el siglo a que pertenece, y
capaz de seguir bajo la protección del hombre del movimiento de las
luces y de avanzar y elevarse con él en la rápida carrera de los
progresos"."
Ya no bastaba una educación elemental, a través de este Semanario
se trataba de formar a una mujer culta con conocimientos sobre las
distintas disciplinas científicas. Sin embargo, no podemos pasar por
alto que tanto el libro de La Qujotita y su prima como los fascículos
del Semanario fueron literatura que desafortunadamente sólo era
adquirida por la clase social que tenía recursos económicos,
cultura e interés de llevar este tipo de lectura a casa, por lo que esta
educación estaba dirigida a una pequeña parte de la población, si
tomamos en cuenta los altos índices de analfabetismo que existían
durante la primera mitad del siglo, que según Martinez Jiménez en
1821 dl 99.38% de la población era analfabeta
A mediados de siglo, la Sociedad de Beneficencia, presidida por
Ignacio Sierra y Rosso, abre escuelas para niños y niñas. Las
materias que se enseñaban a ambos sexos eran doctrina cristiana,
lectura, escritura, ortología, (buena pronunciación) caligrafía,
aritmética, gramática castellana, urbanidad y dibujo. A la
instrucción de las niñas se agregaba costura, tejidos, bordados y
música
Con el paso del tiempo los señalamientos a favor de que la
educación de la mujer fuera igual a la del hombre para la formación
sólida de la familia se siguen escuchando y leyendo. Esta educación
se consideraba indispensable para dar cabida a la era del progreso y
la democracia de finales del siglo XIX, sin embargo, se agregaba que
debía diseñarse para que cada seco desarrollara las funciones que le
correspondían y que la sociedad estipulaba. Así como al niño en la
escuela primaria se le iniciaba en los conocimientos que debían
servirle para la vida pública, a la que más tarde se insertaría, a la
niña había que ofrecerle todos aquellos conocimientos que la
dispusieran al cumplimiento de sus obligaciones como futura
esposa, ama de casa y madre de familia, en el conocimiento de los
principios relativas al gobierno de la casa y a la crianza y educación
de los hijos, en las habilidades para las labores de verdadera
utilidad en el hogar como la costura en blanco, el zurcido, el corte y
confección de ropa y en la práctica de los trabajos domésticos como
la preparación y condimentación de los alimentos o el arreglo de la
as
A pesar de la recurrencia del tema de la igualdad de educación para
ambos sexos, el paradigma social-definido por Kuhn como la
construcción de creencias, valores, técnicas, etc., que comparten los
miembros de una comunidad dada- no cambia, la mujer debe ser
útil para su familia y para el país... desde su casa.
Las reflexiones acerca del
sistema educativo requerido y los
análisis pedagógicos realizados
en años anteriores se vieron
reflejados en el Congreso
Higiénico-Pedagógico y los
debates y prescripciones de los
dos primeros Congresos
Nacionales de Instrucción
Pública antes mencionados, así
como las características políticas
y sociales de la época porfiriana:
libertad, orden y progreso,
porque lo que había uniformar la
educación y renovarla para
conseguir la modernidad
alcanzada ya en otros países. La
educación que se deschaba
impulsar era la científica; era a través de ésta que se conseguiría la
igualdad de la cultura y la preparación para la vida política de los
ciudadanos. Gabino Barreda señalaba que la libertad, el orden y el
progreso no podían existir en México mientras a los hombres les
siguieran explicando mágicamente el universo.

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