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SELECCIÓN CUENTOS INFANTILES

La pequeña oruga glotona


Una noche, sobre una hoja iluminada por la
luna, había un huevo.
Y una mañana de domingo, cuando se
levantó el sol, cálido y resplandeciente,
salió del huevo –¡creo!-
una oruguita con mucha, mucha, muchísima
hambre. Y se puso a buscar qué comer.
El lunes atravesó una manzana a
mordiscos...pero todavía no quedó lo
suficientemente satisfecha.
El martes atravesó dos peras a mordiscos,
pero todavía no quedó lo suficientemente
satisfecha.
El miércoles atravesó tres ciruelas a
mordiscos. Pero tenía mucha más hambre,
todavía no se quedó lo
suficientemente satisfecha.
El jueves atravesó cuatro fresas a
mordiscos, pero todavía no quedó lo
suficiente satisfecha.
El viernes atravesó cinco naranjas a
mordiscos, pero todavía no quedó lo
suficientemente satisfecha.

El sábado atravesó a mordiscos un pedazo


de pastel de chocolate, un helado, un
pedazo de queso, un
trozo de longaniza, una paleta de dulce, una
salchicha, un quequito y un trozo de sandía.
¡Aquella noche tuvo dolor de estómago!
El día siguiente fue domingo otra vez. La
oruga atravesó a mordiscos una hoja verde.
Y después, se encontró mucho mejor.
Ya no tenía más hambre, estaba totalmente
satisfecha.
Ya no era pequeña, se había vuelto grande y
gorda.
Se construyó una casita, que se llama
capullo, y permaneció allí adentro más de
dos semanas.
Entonces, le abrió un agujero al capullo con
los dientes, empujó hacia fuera y... se había
transformado
en una ¡mariposa preciosa!
El pollo Pepe
El pollo Pepe come mucha cebada,
por eso la barriga la tiene hinchada.
Pollo Pepe no comas tanto…
que te pones malito y no das ni un salto.

El pollo Pepe come granos de trigo,


los mete a puñados con su gran pico.
Pollo Pepe no comas tanto…
que te pones malito y no das ni un salto.

El pollo Pepe come mucho maíz,


y sus enormes patas me hacen reír.
Pollo Pepe no comas tanto…
que te pones malito y no das ni un salto.

El pollo Pepe llama a su mamá,


cacareando viene… que inmensidad.
Pollo Pepe no comas tanto…
que te pones malito y no das ni un salto.

Te quiero un montón
Garbancito está triste, su papá está de viaje, y esta tarde su mamá tiene mucho trabajo
y no ha jugado nada con él.
Por la noche mamá prepara rápidamente dos lentejas y media para que Garbancito
cene…
-Y lo mete en la cama más rápidamente todavía.
Garbancito le dice:
-Mamá, ¿me lees un cuento?
Mamá le contesta:
-Hoy no puedo, que tengo mucho trabajo.
Mañana con un beso;
Hasta mañana, Garbancito
Cuando mamá ya va a salir del cuarto, Garbancito lo llama
-Mamá
-¿Qué quieres, hijo?
Garbancito responde:
-Que me digas que me quieres…
Entonces, mamá se da cuenta de que, por culpa de su trabajo, hoy no le ha
hecho mucho caso a Garbancito, y le dice:
-Claro que te quiero, cariño Te quiero un montón.
Y como te quiero un montón, te lo voy a decir de un montón de formas
diferentes.
-¿Te lo digo con la nariz tapada?
-¡De quedo muzo, muzo!
-¿Te lo digo con eco?
¡Te quiero…ero…erooo
mucho..ucho… uchoooooo!
-¿Te lo digo como los toros?
Muuu… Muuu… muuu… cho
¡Te quiero!
-¿Te lo digo como los patos y los gallos?
Cua… Cua… Cua…
¡Cuánto te quiquiriquiero!
-¿Te lo digo bajito, como si fuera un secreto?
Te quieeeeerooo
-¿Te lo digo muy alto, para que se entere todo el mundo?
¡TE QUIEEEERO!
-Y te lo digo como te lo digo siempre ¡Con un abrazo muy, muy grande!
Garbancito y mamá se dan un abrazo muy, muy grande..
Luego Garbancito dice:
-¿Sabes qué mamá? Ya sé que me quieres, pero me gusta mucho que me lo digas.
Mamá acaricia a Garbancito:
-Buenas noches, hijo
-Buenas noches, mamá
Garbancito cierra los ojos y, poco a poco, se queda dormido.

Mis deditos
Los dedos de mi mano son algo quejones.
El otro día los escuché en estas conversaciones.
El señor Pulgar se queja que ha engordado y don Meñique se encuentra muy delgado.
Don Índice dice que está cansado de tener que tomar en brazos al lápiz que nadie ha
invitado.
El dedo cordial insiste que no entiende nada de lo que el dedo anular le habla.
Estos dedos están muy alocados pero ahora que recuerdo no me he lavado las manos.
Apenas empieza a correr agüita se quedan
más tranquilitos.
Solo les faltaba sentirse limpios

En el campo
Temprano por la mañana, kikiriki canta el gallo mientras se come un rico gusano.
Con el sol en la montaña, muuu dice la vaca mientras su leche sacan.
Al mediodía, croac croac canta la rana mientras en su charco salta.
Por la tarde, guau guau ladra el perro mientras esconde su hueso.
Al atardecer huiii relincha el caballo mientras camina hacia su establo.
Por la noche, junto a la luna, todos se duermen al son de una canción de cuna.
Gulita la nubecita
Gulita, era una linda nubecilla que quería jugar con los niños.
Los saludaba, pero estaba tan alto que nadie
la escuchaba.
Le dio tanta pena que comenzó a llorar y las gotas empezaron a caer.
“¡Entrémonos, vamos a mojarnos!”, dijo la pequeña Magdalena.
Y la nubecita se fue muy triste.
Pasaron los días y sólo el señor Sol visitaba
a los niños.
Ellos tenían calor y sed, y las plantitas comenzaban a secarse.
Entonces, Magdalena se acordó de la nubecita y le cantaron fuerte:
“Gulita, Gulita, queremos agüita, las flores eran bonitas y ahora tienen penita”.
La nube andaba cerca y de pura felicidad lloró.
Los niños ahora celebraban la lluvia, no tenían calor y las plantitas volvieron a crecer.

El perro, el gallo y la zorra


Hace muchísimos años, un perro y un gallo se pusieron de acuerdo para abandonar el
triste lugar en el que vivían y viajar por todos los rincones del mundo. Cansados de
caminar llegaron a un gran árbol, en el cual el gallo se encaramó a lo más alto para
dormir más tranquilo y el perro se quedó recostado a los pies de tan magnífico tronco.
Al otro día, como hacen todos los gallos, al ver la salida del sol, nuestro gallo se puso a
cantar enérgicamente para anunciar la llegada de un nuevo día. Una zorra escuchó su
canto y en un abrir y cerrar de ojos se plantó a los mismos pies del árbol.

Cuando vio al gallo encima, le gritó desde abajo que deseaba poder verle más de cerca
y besar la cabeza del intérprete de tan encantadora melodía. Pero en vez de bajar, el
gallo le pidió que le hiciera antes el favor de despertar al portero que había debajo del
árbol. Antes de que la zorra pudiera decir nada, el perro se lanzó sobre ella y no le dejó
nada más que el rabo.

Moraleja: Si no puedes vencer a un enemigo poderoso, busca a alguien más fuerte que
quiera ayudarte.

El niño de la luna
¿Sabías que en las estrellas vive el niño de la luna que, con grandes saltos, va cada
noche de un sitio a otro para comprobar si los niños duermen felices?

El niño de la luna les regala a los padres polvitos lunares para que, con suaves caricias
en la frente de sus hijos, les ayuden a viajar al mundo de los sueños. En este mundo
mágico pueden ser y hacer lo quieran. Pueden convertirse en reyes, reinas, guerreros,
cocineros, médicos, astronautas, bomberos, policías, maestros, héroes y heroínas. Allí
hay miles de historias que vivir y cientos de sueños que cumplir.

El niño de la luna canta suavemente en los oídos de todos para que, poco a poco, se
vaya iniciando el viaje al fantástico mundo de los sueños. Visita las habitaciones de
todos los pequeños para saber si están durmiendo bien. Y es capaz de contar hasta mil
hasta que todos los niños vayan cerrando los ojos.

El niño de la luna se detiene un momento para contemplar el cielo nocturno. Con su


baile, puede llegar hasta las montañas más altas y las aguas más cristalinas. Va
danzando por todas partes y vigilando hasta que todos los animales de la Tierra
puedan dormirse.

Cuando está muy cansado, uno de sus mejores amigos lo acompaña para seguir
bailando. Es un águila blanca pura de corazón que emprende el vuelo hasta conseguir
dormir al último de los niños. Tras conseguirlo, revisan que las lamparitas de cada
mesilla estén apagadas. Y, cuando han cumplido su misión, se regresan a la luna.

Así que si alguna vez, al dormir, sientes que se te pone la carne de gallina o percibes un
ligero frío o calorcillo por la espalda o tus hombros, ¡es el niño de la luna que ha venido
a ver si ya estás durmiendo!

Anónimo

Animales de colores

Hace mucho tiempo, cada animal vivía en un país que era de un color, y no pensaban
que hubiera nada distinto. Un día, en el país de los elefantes naranjas, un pajarillo
naranja asegura haber visto vacas moradas.

Nadie le cree, así que les dice que le sigan hasta la frontera, y al llegar comprueban
que es verdad, que hay todo un país morado. Las vacas moradas también alucinan de
encontrar elefantes naranjas, y todos juntos deciden ir a buscar el país de los
cocodrilos azul oscuro, y vuelven a encontrarlos, y así empiezan una gira donde
encuentran un montón de países de colores con un animal cada uno.

Cuando están todos juntos, cae una gran lluvia que hace que se mezclen todos los
colores, y cada animal acabe teniendo el color que tienen hoy día.

El perro y el gato

Cuenta una vieja leyenda que hace mucho mucho tiempo atrás existía un matrimonio
de avanzada edad que vivían junto a su perro y a su gato en su casita en un pueblito
situado en un hermoso valle. Eran una pareja muy humilde, no tenían muchas cosas
materiales, pero poseían un anillo, que era mágico sin que ellos lo supieran.

Este anillo mágico les proporcionaba la comida que ellos necesitaban para no morir de
hambre y, mientras ese anillo permaneciera en el hogar junto a ellos, nunca les faltaría
algo para comer. Cuando el hombre salía por las mañanas a trabajar, el anillo se
encargaba de hacer todo lo posible para que tuviera trabajo ese dia y poder regresar a
casa con dinero para comprar alimentos.

Un día el hombre pensó que sería buena idea vender el anillo y obtener por el unas
cuantas monedas, y así lo hizo y a partir de ese momento, las cosas le empezaron a ir
mal y no podía conseguir trabajo para poder comprar comida.

El perro y el gato del matrimonio también estaban pasando hambre igual que sus
dueños y como eran muy listos y ellos si sabían que el anillo era mágico, empezaron a
pensar en la forma de recuperar aquel anillo mágico.

- Yo sé dónde está el anillo - Dijo el gato - Seguí a la persona que lo compró. Lo tiene
guardado en una caja fuerte. Entonces el perro tuvo una idea y le dijo al gato:

- Ya se lo que vamos a hacer! Caza un ratón y lo llevaremos hasta la caja fuerte para
que roa la caja y así podremos recuperar el anillo.

El gato se dispuso a cazar un ratón y en pocos minutos tenía un pequeño rodeor listo
para llevar a cabo sus planes.

Un rato más tarde, el gato, el perro y el ratón, llegaron a la casa del nuevo dueño del
anillo donde estaba la caja fuerte. Era ya de noche y el hombre dormia en su cama, así
que entraron sigilosamente en el dormitorio y se acercaron a la caja fuerte. El ratón
comenzó a roer la caja y en un rato había hecho un agujero por donde pudieron
agarrar el anillo y salir los tres corriendo.

Una vez en la calle el gato, con el anillo en su boca, subió al lomo del perro y
emprendieron el viaje de regreso hacia la casa de sus dueños.

El perro corría y corría muy rápido pero el gato, en un momento dado, decidió saltar
del lomo del perroo y trepar a los tejados de las casas para llegar antes que el perro.

Los dueños vieron llegar al gato con el anillo, y como ya se habían dado cuenta de que
el anillo era mágico se pusieron muy felices de recuperarlo y dijeron:

- Este gato merece que el demos el doble de cariño y comida que antes, porque ha
recuperado nuestro gran preciado anillo. De ahora en adelante lo cuidaremos como a
un hijo”. Momentos depues llegó el perro, muy cansado de tanto correr, y el dueño
exclamó:

- Este perro es un vago. Viene cansado y no tiene el anillo. A partir de ahora no le


daremos cariño y solo le daremos las sobras para comer.

El perro, al ver esa injusticia, le pidió al gato que explicara que los dos habían
recuperado el anillo, pero el gato se quedó callado y no dijo absolutamente nada, y
satisfecho por lo que había conseguido se fue a dormir tranquilamente justo a la
chimenea, acomodado en unos cojines que el matrimonio había puesto al lado del
fuego para él.

A partir de ese día, el perro y el gato fueron enemigos y nunca más han podido estar
juntos un perro y un gato sin pelearse.

El tío conejo y la gallina

Una vez fue el tío Conejo a pedir dinero a la cucaracha, a cuenta, del maíz que el iba a
cosechar. La cucaracha le dio el dinero y quedaron en que la entrega del maíz iba a ser
cierto día. Así quedaron. Pero el dinero no le duró ni un día al tío Conejo.

Entonces fue a ver a la gallina y le pidió dinero a cuenta del maíz. La gallina se lo dio y
Conejo le dijo que fuera a recogerlo cierto día, el mismo que le había dicho a la
cucaracha. Otra vez se le acabó el dinero al tío Conejo. Entonces fue a ver al coyote y
pasó lo mismo. Se le acabó de vuelta el dinero y fue a ver al cazador. El cazador le dio
el dinero y quedó de ir por el maíz el mismo día en que irían los animales.

Llegó el tiempo de la cosecha y el día fijado se presentó la cucaracha y le dijo al tío


Conejo: "Ya vengo por el maíz que tratamos"

El tío Conejo le contestó:

"Si, pero espérame tantito, porque acaba de nacerle unos conejos a mi mujer.
Escóndete allí, no te vaya a comer"

La cucaracha se escondió debajo de una basurita, cuando en eso llegó la gallina por su
maíz.

"Pues si" le contestó Conejo, "pero espérame tantito, mientras, ¿no quieres comer
algo? Mira, levanta esa basurita..."

La gallina levantó la basurita y se comió a la cucaracha, entonces Conejo le dijo a la


gallina que se metiera debajo de una canasta, porque iba a llegar el coyote.

Cuentos infantiles, cuentos divertidos, cuentos para niños, cuento de El maíz del tío
conejo, cuento de un conejo, cuento que habla de el tio conejo y su maíz, cuentos
divertidos y para niños En eso llegó el coyote.

"Vengo por la cuenta del maíz" le dijo,

"Pues si, pero espérame un momento... mientras, te voy a dar de comer, mira, levanta
esa canasta a ver qué encuentras" ¡Y en ese momento la gallina saltó! Entonces el
coyote se la comió.
Luego el tío Conejo le dijo al coyote que se escondiera entre unas matas porque iba a
venir el cazador. Al ratito llegó el cazador con su rifle y su perro diciendo:

"Vengo por el maíz que tratamos" le dijo.

Y Conejo le contestó:

"Si, ya te lo voy a dar pero espérame tantito. Mientras, dispara a esas matas.

Y que le enseña el lugar donde estaba el malvado coyote, y lo mata el cazador.


Entonces Conejo le dijo: "Vamos por el maíz. Está lejos, en el cerro"

Cuentos infantiles, cuentos divertidos, cuentos para niños, cuento de El maíz del tío
conejo, cuento de un conejo, cuento que habla de el tio conejo y su maíz, cuentos
divertidos y para niños Y se fueron caminando hasta un barranco tan hondo, que si una
persona se caía, no podía salir. Allí estaba atravesado un palito podrido. Conejo se paró
sobre el palo y no le pasó nada al puente. Entonces el cazador puso un pie sobre el
palo y solo se oía tronar de lo podrido.

"¡No!, yo no paso por aquí porque está podrido" dijo el cazador.

"¡No, hombre!" dijo Conejo, "no pasa nada, ¿No ves que así suena este palo de por si?"

Y cruzó el puente varias veces el tío Conejo, muy contento, brincando y animando al
cazador.

"Mira cómo paso yo" le decía.

Entonces el cazador se subió, y a la mitad del puente, se trozó el palo podrido, ¡Y hasta
abajo fue a dar el cazador!

Ahí termina el cuento y también termina la cuenta del maíz del tío Conejo.

Caperucita roja y el lobo

Había una vez una niña muy linda que vivía en el bosque con su mama, que le había
hecho una capa roja para protegerse del frio y el viento. A la niña le gustaba tanto la
capuchita que la llevaba a todas horas, por lo que que todo el mundo la llamaba
Caperucita Roja.
Un día, su abuelita que vivía al otro lado del bosque se puso malita y su madre le pidió
que le llevase unos pasteles, frutas y miel.
- Querida hijita, llévale estos alimentos a la abuelita y sobre todo no te apartes del
camino, ya que en el bosque hay lobos y es muy peligroso - le dijo

Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles. la fruta y la miel y se puso en camino.
Caperucita tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la abuelita, pero no le
daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las
ardillas...
De repente se encontró al lobo delante de ella, que era muy muy grande y con su voz
ronca y temible le preguntó a Caperucita.
- Caperucita Caperucita ¿ a dónde vas tu tan bonita ?
- A casa de mi abuelita- le respondío Caperucita.
- Te reto a una carrera- le dijo el lobo - a ver quién llega antes a casa de tu abuelita. Te
daré ventaja, yo iré por el camino más largo, tu puedes tomar este atajo.
- De acuerdo - dijo Caperucita - sin saber que el atajo era en realidad un camino más
largo
Caperucita se puso en camino atravesando el bosque , no haciendo caso a su mama y
en un momento dado del camino se entretuvo cogiendo flores.
-La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además
de lo que hay en la cesta.- pensó Caperucita
Mientras tanto, el lobo se fue muy rápido y sin perder el tiempo a casa de la abuelita,
llamó a la puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita.

El lobo feroz devoró a la abuelita y se puso en la cama y se vistió el camisón y el gorro


rosa de la abuela.
Caperucita llegó contenta a la casa y al ver la puerta abierta entro y se acercó a la cama
y vio sorprendida que su abuela estaba cambiada.
- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
- Son para verte mejor- dijo el lobo imitando la voz de la abuela.
- Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
- Son para oírte mejor- siguió diciendo el lobo.
- Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
- Son para...¡comerte mejoooor!- grito el lobo abalanzándose sobre Caperucita roja.

Caperucita comenzó a correr por la habitación gritando desesperada. Mientras tanto,


un cazador que en ese momento pasaba por allí, escuchó los gritos de Caperucita y fue
corriendo en su ayuda. Entró en la casa y vio al lobo intentando devorarla.
El cazador le dio un golpe fuerte en la cabeza al lobo y cayó al suelo desmayado, sacó
su cuchillo rajó su vientre y saco a la abuelita que aún estaba viva.
Para castigar al lobo malvado, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo volvió
a cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió
a un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el
estanque de cabeza y se ahogó.
Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto y Caperucita roja había
aprendido la lección. Prometió a su abuelita no apartarse núnca del camino como le
había dicho su mama y no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el
camino.

La mariposa blanca

Érase una vez una mariposa blanca, este era su primer vuelo, así pues, estaba
emocionada y feliz, a la vez que nerviosa por no saber que le depararía esta aventura
volátil. Agitó sus alas y echo a volar, emprendiendo así su odisea. Tras unas cuantas
aletadas, una ráfaga de viento la hizo perder altura y caer al suelo.
- snif, snif, nadie me ha enseñado a volar. -Lloraba desconsolada la pobre mariposa.
Una oruga que pasaba por allí, al verla llorar se interesó por la causa de sus lágrimas.
- Que te pasa mariposita, por qué lloras?.
- Porque en mi primer vuelo, el viento me ha echo perder altura y dar con mis alas en
tierra, nadie me advirtió de los peligros, no volveré a volar, snif...snif...

- No importa cuántas veces te caigas, tienes alas, así que vuelve a agitarlas y sigue
disfrutando del vuelo. Anda, súbete en mi y te llevaré hasta esa rama, donde podrás
relanzar tu vuelo.
- Gracias, pero no, me da miedo volar, seguro volveré a caerme, me arrastraré por el
suelo como tú.
- Naciste para volar, sino no hubieses tenido esas alas, incluso yo que nací sin alas,
sueño con volar un día. Así pues, no te arrastres, usa tus alas, sube de una vez.
- Está bien, me has convencido, volveré a intentarlo, sino sería ingrata con mi creador
al darme alas y no utilizarlas.
Trepó la oruga con su pequeña carga hasta la rama, dejando a la mariposa en ella, más
al ver que la pobre mariposa no se atrevía a volar tuvo que darle un pequeño empujón,
y voló, y voló, hasta llegar a una margarita.
- Cuanta maravilla, gracias que me atreví a volver a volar, hola florecita, me dejas
aterrizar en ti?.
- Claro que sí mariposa, me llamo Margari, sería un honor para mí recibir tal ilustre
visita.
- Alla voy, mmmm, que suave aterrizaje, que hermosa eres, y que sabroso es tu néctar.

En este instante llega a la misma margarita una mariposa de colores, toda ella muy
orgullosa de su majestuoso colorido.
- Uy, qué te ha pasado para perder tus colores, el agua te destiño?, jijiji.
- Mis colores, ¿a qué te refieres?. ¿No soy igual de hermosa que tú?.
- Igual de hermosa, ja, tus alas son blancas, las mías de colores, a ti nadie te mira, a mi
paso los ojos se vuelven para admirar la belleza de mis alas, tu nunca seras hermosa.-
Tras lo cual, volvió a emprender su vuelo la colorines.
- Snif...snif... no soy de colores, no soy hermosa, nadie me mirará.
- Mariposa, deja de llorar. Que no seas de colores no quiere decir que no seas
hermosa, eres distinta, además, sino hubieses visto esa mariposa no te hubieses
preocupado por el color de tus alas o por si eras o no hermosa. Yo tampoco soy
hermosa como una rosa o un tulipán pero es porque no soy ninguna de esas flores, soy
feliz siendo una margarita, porque así lo quiso mi creador, aunque nadie me mire, las
estrellas y la luna hacen con su luz que sea más bella. Mi misión es multiplicarme
gracias a mariposas como tu que expanden ese polen. Así que tu también tienes una
misión. Se feliz siendo una mariposa, volando de flor en flor, expandiendo el polen.
- Gracias Margari, por enseñarme a aceptarme y amarme tal y como soy, sin pretender
ser como los demás, pues solo puedo ser yo misma, adiós.

Y volvió a emprender el vuelo hacia otra flor, llevando el polen de la margarita aquí a
allá y cantando una canción que dice:
- Que feliz soy siendo como soy, que feliz soy siendo mariposa, volando de flor en flor,
cumpliendo mi misión y maravillándome de la creación. Gracias, Dios por hacerme tal y
como soy. Por hacerme hermosa, por amarme.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
Moraleja: Se feliz siendo como eres, no pretendas ser como los demás, agita las alas y
vuela, cumple tu misión de sembrar amor en tu camino.

El ciervo engreído

Había una vez un ciervo muy engreído. Cuando se detuvo para beber en un arroyo, se
contemplaba en el espejo de sus aguas. "¡Qué hermoso soy!", se decía, ¡No hay nadie
en el bosque con unos cuernos tan bellos!" Como todos los ciervos, tenía las piernas
largas y ligeras, pero él solía decir que preferiría romperse una pierna antes de privarse
de un solo vástago de su magnífica cornamenta.

¡Pobre ciervo, cuán equivocado estaba! Un día, mientras pastaba tranquilamente unos
brotes tiernos, escuchó un disparo en la lejanía y ladridos pe perros...! ¡Sus enemigos!
Sintió temor al saber que los perros son enemigos acérrimos de los ciervos, y
difícilmente podría escapar de su persecución si habían olfateado ya su olor. ¡Tenía
que escapar de inmediato y aprisa! De repente, sus cuernos se engancharon en una de
las ramas más bajas.

Intentó soltarse sacudiendo vigorosamente la cabeza, pero sus cuernos fueron


aprisionados firmemente en la rama. Los perros estaban ahora muy cerca. Antes de
que llegara su fin, el ciervo aún tuvo tiempo de pensar: "¡Que error cometí al pensar
que mis cuernos eran lo más hermoso de mi físico, cuando en realidad lo más preciado
eran mis piernas que me hubiesen salvado, no mi cornamenta que me traicionó".

El corderito y el pececito
Éranse dos hermanitos, un niño y una niña, que se querían tiernamente. Su madre
había muerto, su madrastra los odiaba y procuraba siempre causarles todo el mal
posible. Sucedió que un día estaban los dos hermanos jugando en un prado, delante de
su casa, en compañía de otros niños. Y junto al prado extendíase un estanque, el cual
llegaba hasta uno de los lados de la casa. Corrían los chiquillos, y jugaban a alcanzarse,
y cantaban: "Patito, quiéreme un poquito, y te daré mi pajarito. El pajarito me buscará
pajita; la paja la daré a mi vaquita; la vaca me dará leche rica; la leche la daré al
pastelero; el pastelero me cocerá pasteles; los pasteles los daré al gatito; el gato me
cazará ratoncitos; los ratoncitos los colgaré a la espalda... ¡y te morderán!." Y se
ponían en corro, y al que le tocaba la palabra "morderán" debía echar a correr,
persiguiéndole los demás hasta que lo alcanzaban. La madrastra, al verlos desde la
ventana saltar tan alegremente, se enojó y, como era bruja, encantó a los dos
hermanitos, convirtiendo, al niño, en pez, y a la niña, en cordero. He aquí que el pez
nadaba tristemente en el estanque, y el corderillo corría por el prado, triste también,
sin comer ni tocar una hierbecita. Así transcurrió algún tiempo, hasta que un día
llegaron forasteros al palacio, y la malvada madrastra pensó: "Ésta es una buena
ocasión," y llamó al cocinero y le dijo: - Ve al prado a buscar el cordero y mátalo, pues
no tenemos nada para ofrecer a los huéspedes. Bajó el cocinero, cogió al animalito, y
se lo llevó a la cocina, atado de patas; y todo lo sufrió con paciencia la bestezuela. Pero
cuando el hombre, sacando el cuchillo, salió al umbral para afilarlo, reparó en un
pececito que, con muestras de gran agitación, nadaba frente al vertedero y lo miraba.
Era el hermanito, que, al ver que el cocinero se llevaba al corderillo, había acudido
desde el centro del estanque. Baló entonces el corderillo desde arriba: "Hermanito que
moras en el estanque, mi pobre alma, dolida está y sangrante. Muy pronto el cocinero
sin compasión, me clavará el cuchillo en el corazón." Respondió el pececillo: "¡Ay,
hermanita, que me llamas desde lo alto! Mi pobre alma, dolida está y sangrante en las
aguas profundas del estanque." Al oír el cocinero hablar al corderillo y dirigir al
pececito aquellas palabras tan tristes, asustóse y comprendió que no debía ser un
cordero natural, sino la víctima de algún hechizo de la mala bruja de la casa. Dijo: -
Tranquilízate, que no te mataré - y, cogiendo otra res, la sacrificó y guisó para los
invitados. Luego condujo el corderillo a una buena campesina, y le explicó cuanto
había oído y presenciado. Resultó que precisamente aquella campesina había sido la
nodriza de la hermanita, y, sospechando la verdad, fue con el animalito a un hada
buena. Pronunció ésta una bendición sobre el corderillo y el pececillo, y ambos
recobraron en el acto su figura humana propia. Luego los llevó a una casita situada en
un gran bosque, donde vivieron solos, pero felices y contentos.

El burro y el pozo
Había una vez un burrito que vivía en una granja regentada por un viejo campesino. Un
día el burrito, que ya era bastante viejecito, se cayó en un pozo que había en la granja.
Al caer, el burrito rebuznó y rebuznó fuertemente por varias horas, mientras el
campasino permanecía pensando qué podría hacer en esa situación.

Finalmente, el campesino decidió que como el animal ya estaba viejito y el pozo estaba
seco y necesitaba ser tapado de todas formas, realmente no valía la pena sacar al
burro.

Invitó a todos sus vecinos para que vinieran a ayudarle a tapar el pozo con el burrito
dentro. Todos los vecinos tomaron una pala y empezaron a tirar tierra dentro del pozo.

El burro se dio cuenta de lo que estaba pasando y comenzó a llorar


desconsoladamente.

Al cabo de un rato, para sorpresa de todos, el burrito se tranquilizó y se dejó de


escucharle llorar. Después de unas cuantas paladas de tierra, el campesino finalmente
miró al fondo del pozo y se sorprendió de lo que vio.
Con cada palada de tierra, el burro estaba haciendo algo inesperado, se sacudía la
tierra que le caía encima y daba un paso hacia arriba. Mientras los vecinos seguían
echando tierra encima del animalito, él se sacudía la tierra, esta caía a sus pies y el
burrito daba otro paso hacia arriba.
Pronto todo el mundo vio sorprendido viendo cómo el burro llegó hasta la boca del
pozo, paso por encima del borde y salió trotando por la pradera.

Moraleja:
“La vida nos va a poner muchos obstáculos en nuestro camino, pero debemos saber
aprovechar todo ello para para crecer y seguir adelante. En lugar de ver obstáculos
insalvables transformemos cada uno de esos momentos en una experiencia
enriquecedora de superación y aprendizaje, aprendiendo de ti mismo, superándote
cada día sin dejarte paralizar o hundir por algún contratiempo o prueba que te ponga
la vida. Hay que vivir la vida superando cualquier obstáculo dando un paso tras otro
con determinación”.

La reina de las abejas

Érase una vez un rey que tenía tres hijos. Los mayores eran muy aventureros, tanto
que un día decidieron abandonar el palacio donde vivían para ir en busca de aventuras.
Fueron de acá para allá, disfrutando de una vida sin responsabilidades ni obligaciones.
Tanto les gustó su nueva vida que decidieron no volver jamás a casa.

Un día el hermano pequeño, al que todos llamaban "El bobo", decidió ir a buscar a sus
hermanos mayores para unirse a ellos. Cuando por fin el hermano pequeño encontró a
los mayores, estos se burlaron de él, pero finalmente se fueron todos juntos.

Al rato llegaron a un hormiguero. Los dos mayores quisieron revolverlo para ver cómo
las hormigas correteaban asustadas de un lado a otro, pero el bobo les pidió que las
dejaran en paz. Los mayores accedieron y siguieron el camino.

Al rato llegaron a un lago donde había muchos patos. Los mayores quisieron cazar
algunos, pero el bobo les pidió que los dejaran en paz. Una vez más, los mayores
accedieron y siguieron el camino.

Finalmente, los tres hermanos llegaron a una colmena cargada de miel. Los mayores
querían acabar con las abejas prendiendo fuego bajo el árbol y así poder coger la miel.
El bobo, una vez más, les pidió que dejaran en paz a las abejas. Los mayores
accedieron y continuaron caminando.

Al rato, los tres hermanos llegaron a un palacio en el que solo había un montón de
caballos petrificados. Juntos recorrieron el edificio hasta encontrar una puerta que
tenía tres cerrojos. En mitad de la puerta, había una mirilla y por ella se podía ver lo
que había dentro.

Los hermanos miraron y vieron a un hombrecillo gris sentado a una mesa. Lo llamaron
a voces una vez, pero no los oyó. Lo llamaron una segunda vez, pero tampoco
contestó. Cuando llamaron por tercera vez, el hombrecillo se levantó y salió. Sin decir
ni una palabra, los agarró y los condujo a una mesa llena de exquisitos manjares.

Después de comer, el hombrecillo llevó a cada uno de ellos a un dormitorio, donde


durmieron plácidamente. Por la mañana, el hombrecillo entró en el dormitorio donde
dormía el mayor, le hizo señas con la mano y lo llevó a una mesa de piedra, sobre la
que estaban escritas las tres pruebas que había que superar para desencantar el
palacio.

La primera prueba consistía en buscar las mil perlas de la princesa que estaban en el
bosque, debajo del musgo, y llevarlas al palacio antes de que se hiciera de noche. El
hermano mayor fue a buscarlas. Cuando anocheció solo había encontrado cien perlas,
así que quedó convertido en piedra.

Al día siguiente, el hombrecillo fue a buscar al segundo hermano y le encomendó la


misma tarea. Pero como al anochecer solo había conseguido encontrar doscientas
perlas quedó convertido en piedra también.

Entonces llegó el turno del hermano pequeño, del bobo. Este, al ver lo difícil que era la
tarea, se sentó en una piedra a llorar. El rey de las hormigas, que lo había seguido para
darle las gracias, lo vio llorar. En agradecimiento por haber salvado su colonia fue a
buscar a sus hermanas hormigas y, entre todas, encontraron las perlas y las llevaron al
lugar acordado.

Pero todavía quedaban dos pruebas más. La segunda prueba consistía en sacar del mar
la llave de la alcoba de la princesa. El bobo, asustado, se puso a llorar. Entonces se
acercaron nadando los patos a los que él una vez había salvado, que le habían seguido
para darle las gracias. Los patos se sumergieron en el mar y sacaron la llave del fondo.

Solo faltaba una prueba para deshacer la maldición. La prueba consistía en escoger a la
más joven de las tres durmientes hijas del rey. Pero las tres eran exactamente iguales.
Lo único que se diferenciaban era que la mayor había tomado un terrón de azúcar, la
segunda sirope y la menor una cucharada de miel. Para encontrar a la pequeña solo
había una manera: identificar el olor de la miel en el aliento de las niñas.

Pero como el bobo no diferenciaba entre los tres olores dulces de la miel, el sirope y el
azúcar se puso a llorar. Entonces llegó la reina de las abejas, que lo había seguido para
darle las gracias y se posó en la boca que había tomado miel. De este modo, el bobo
reconoció a la más pequeña de las princesas.
En ese momento se deshizo el encantamiento y todo volvió a la normalidad. El bobo se
casó con la más joven de las princesas, que era también la preferida del rey, que los
nombró herederos de la corona.

Los otros dos hermanos se casaron con las otras dos princesas y ayudaron a su
hermano a reinar, olvidándose de su antigua vida de holgazanería.

La araña viajera
Había una vez un niño muy pobre, pero le gustaba la escuela. Cada día se levantaba y
salía corriendo a ver a su maestro, no sin antes darle un beso a su madre. Él sabía que
la escuela es muy importante, porque allí aprendemos cosas que luego nos servirán
para vivir mejor.

Pero la vida a veces es muy complicada y no nos pone las cosas fáciles. El niño de este
cuento era muy inteligente y trabajador, pero también era muy pobre. Por lo tanto,
tenía poca ropa. De hecho, solo poseía un abrigo para ir a la escuela. Como usaba su
abrigo todos los días, en un momento este se rompió y el niño se percató enseguida de
que tenía un hueco enorme en una magna. Era un niño muy presumido, que se
avergonzó terriblemente de su desaliño. Se sintió inferior a sus compañeros por su
abrigo roto. No era para menos, los niños pueden ser muy crueles en sus comentarios
y el protagonista de nuestra historia temía ser el hazme reír de sus colegas del colegio.
Se sentó en el aula intentando aparentar normalidad, pero le fue imposible atender a
las materias que el profesor impartía. Su mente se hallada justo en su costado, en el
hueco enorme que había en su abrigo desteñido por el sobre uso.

Cuando llegó a casa, el niño corrió a ver a su mamá. Normalmente son estas quienes
nos ayudan con los deberes, y también con las mangas descosidas. Pero el niño de este
cuento tenía una madre que estaba muy ocupada trabajando de sol a sol. A las madres
pobres les suele ocurrir que descuidan la crianza de sus propios hijos porque la carga
de trabajo es demasiada para ellas. Como ella se pasaba el día trabajando en otra casa
que no era la suya, casi nunca podía dedicarle el tiempo y la atención que su pequeño
necesitaba.

El niño no se desanimó y les pidió apoyo a sus amigas del aula, pero estas tampoco
fueron de mucha ayuda porque tenían sus propios problemas por resolver. A veces
estamos tan acorralados por nuestros propios pensamientos, que nos olvidamos de
que tenemos personas a nuestro alrededor. Ellos y ellas también necesitan de nuestra
ayuda. Es increíble cómo podemos ayudar con una sonrisa o un buen gesto, no
siempre se trata de prestar dinero.

Cuando el muchacho pidió socorro a su madre, a sus amigas y a las mujeres mayores
que estaban a su alrededor y ninguna pudo tenderle una mano, el muchacho se
descorazonó. En un acto desesperado corrió al bosque porque sentía tanta vergüenza
que no podía regresar al aula. Cuando se adentró en el bosque, siguió corriendo hasta
que el cansancio le hizo detenerse y agotado tirarse al suelo a descansar, de repente
observo a una pequeña araña en lo más alto de la copa de un árbol, parecía que estaba
llorando, entonces le pregunto:
-Arañita,¿ qué te ocurre, por qué lloras?.
- y la arañita miro sorprendida al niño, y le contesto: Desde que nací, vivo en este
árbol, y todos los días subo a la copa del árbol para poder ver el resto del mundo, pero
como está tan lejos, nunca podré conocerlo...-¿y a ti qué te ocurre niño?
-No puedo volver al colegio, tengo un agujero en la maga de mi abrigo....
-No te preocupes-contesto la arañita-yo te lo puedo arreglar, pero tendrás que
llevarme contigo, así poder conocer otras partes del mundo, estoy cansada de siempre
vivir en este bosque.
-Me parece bien el trato, yo te llevaré siempre conmigo, en el bolsillo de mi abrigo, y
tu podrás asomarte y conocer el mundo que yo conozca,
Entonces cosió en un momento el hueco de su abrigo. Las arañas son grandes
tejedoras, que hacen sus casas en los sitios más caprichosos. Ellas pueden hacerlo
porque tejen sus puertas y sus ventanas con una facilidad increíble. El hueco del niño
era un asunto sencillo para ella.
Fue así como el niño de este cuento dio media vuelta sobre sus pasos, y con la arañita
en el bolsillo, y salió corriendo para la escuela. Nunca más se perdió una clase, y
siempre que se le estropeaba el abrigo su amiga la arañita se lo arreglaba.

El gato con botas


Había una vez un molinero que tenía tres hijos. A su muerte les dejó, por toda
herencia, un molino, un asno y un gato. El reparto se hizo enseguida, sin llamar al
notario ni al procurador, pues probablemente se hubieran llevado todo el pobre
patrimonio. Al hijo mayor le tocó el molino; al segundo, el asno, y al más pequeño sólo
le correspondió el gato. Este último no se podía consolar de haberle tocado tan poca
cosa.
-Mis hermanos -se decía- podrán ganarse la vida honradamente juntándose los dos; en
cambio yo, en cuanto me haya comido el gato y me haya hecho un manguito con su
piel, me moriré de hambre.
El gato, que estaba oyendo estas palabras, haciéndose el distraído, le dijo con aire
serio y sosegado:
-No te aflijas en absoluto, mi amo, no tienes más que darme un saco y hacerme un par
de botas para ir por los zarzales, y ya verás que tu herencia no es tan poca cosa como
tú crees.
Aunque el amo del gato no hizo mucho caso al oírlo, lo había visto valerse de tantas
estratagemas para cazar ratas y ratones, como cuando se colgaba por sus patas
traseras o se escondía en la harina haciéndose el muerto, que no perdió la esperanza
de que lo socorriera en su miseria.
En cuanto el gato tuvo lo que había solicitado, se calzó rápidamente las botas, se echó
el saco al hombro, cogió los cordones con sus patas delanteras y se dirigió hacia un
coto de caza en donde había muchos conejos. Puso salvado y hierbas dentro del saco,
se tendió en el suelo como si estuviese muerto, y esperó que algún conejillo, poco
conocedor de las tretas de este mundo, viniera a meterse en el saco para comer lo que
en él había echado.
Apenas se hubo recostado, cuando tuvo la primera satisfacción; un distraído conejillo
entró en el saco. El gato tiró enseguida de los cordones para atraparlo, y lo mató sin
compasión.
Muy orgulloso de su presa, se dirigió hacia el palacio del Rey y pidió que lo dejaran
entrar para hablar con él. Le hicieron pasar a los aposentos de Su Majestad y, después
de hacer una gran reverencia al Rey, le dijo:
-Majestad, aquí tenéis un conejo de campo que el señor marqués de Carabás -que es el
nombre que se le ocurrió dar a su amo- me ha encargado ofreceros de su parte.
-Dile a tu amo -contestó el Rey- que se lo agradezco, y que me halaga en gran medida.
Otro día fue a esconderse en un trigal dejando también el saco abierto; en cuanto dos
perdices entraron en él, tiró de los cordones y las cogió a las dos. Enseguida fue a
ofrecérselas al Rey, tal como había hecho con el conejo de campo. Una vez más, el Rey
se sintió halagado al recibir las dos perdices, y ordenó que le dieran una propina.
Durante dos o tres meses el gato continuó llevando al Rey, de cuando en cuando, las
piezas que cazaba y le decía que lo enviaba su amo.
Un día se enteró que el Rey iba a salir de paseo por la ribera del río con su hija, la
princesa más hermosa del mundo, y le dijo a su amo:
-Si sigues mi consejo podrás hacer fortuna; no tienes más que bañarte en el río en el
lugar que yo te indique y luego déjame hacer a mí.
El marqués de Carabás hizo lo que su gato le aconsejaba, sin saber con qué fines lo
hacía.
Mientras se bañaba, pasó por allí el Rey, y el gato se puso a gritar con todas sus
fuerzas:
-¡Socorro, socorro! ¡Que se ahoga el Marqués de Carabás!
Al oír los gritos, el Rey se asomó por la ventanilla y, reconociendo al gato que tantas
piezas de caza le había llevado, ordenó a sus guardias que fueran enseguida en auxilio
del Marqués de Carabás.
Mientras sacaban del río al pobre marqués, el gato se acercó a la carroza y le dijo al
Rey que, mientras se bañaba su amo, habían venido unos ladrones y se habían llevado
sus ropas, a pesar de que él gritó con todas sus fuerzas pidiendo ayuda; el gato las
había escondido bajo una enorme piedra. Al instante, el Rey ordenó a los encargados
de su guardarropa que fueran a buscar uno de sus más hermosos trajes para el señor
marqués de Carabás.
El Rey le ofreció mil muestras de amistad y, como el hermoso traje que acababan de
darle realzaba su figura (pues era guapo y de buena presencia), la hija del rey lo
encontró muy de su agrado, de modo que, en cuanto el marqués de Carabás le dirigió
dos o tres miradas muy respetuosas y un poco tiernas, ella se enamoró locamente de
él. El rey quiso que subiera a su carroza y que los acompañara en su paseo. El gato,
encantado al ver que su plan empezaba a dar resultado, se adelantó a ellos y, cuando
encontró a unos campesinos que segaban un campo, les dijo:
-Buenas gentes, si no decís al rey que el campo que estáis segando pertenece al señor
marqués de Carabás, seréis hechos picadillo como carne de pastel.
Al pasar por allí, el rey no dejó de preguntar a los segadores que de quién era el campo
que estaban segando.
-Estos campos pertenecen al señor marqués de Carabás -respondieron todos a la vez,
pues la amenaza del gato los había asustado.
El gato, que iba delante de la carroza, seguía diciendo lo mismo a todos aquellos con
quienes se encontraba, por lo que el rey estaba asombrado de las grandes posesiones
del marqués de Carabás.
Finalmente el Gato con Botas llegó a un grandioso castillo, cuyo dueño era un ogro, el
más rico de todo el país, ya que todas las tierras por donde el Rey había pasado
dependían de aquel castillo.
El gato, que por supuesto se había informado de quién era aquel ogro y de lo que sabía
hacer, pidió hablar con él para presentarle sus respetos, pues no quería pasar de largo
sin haber tenido ese honor.
El ogro lo recibió tan cortésmente como puede hacerlo un ogro y lo invitó a descansar
un rato.
-Me han dicho -dijo el gato- que tenéis la habilidad de poder convertiros en cualquier
clase de animal, que podéis transformaros en león o en elefante, por ejemplo.
-Es cierto -dijo impulsivamente el ogro-, y os lo voy a demostrar convirtiéndome ipso
facto en un león.
El gato se asustó mucho de encontrarse de pronto delante de un león y, con gran
esfuerzo y dificultad, pues sus botas no valían para andar por las tejas, se encaramó al
alero del tejado.
Viendo luego el gato que el ogro había tomado otra vez su aspecto normal, bajó del
tejado confesando que había pasado mucho miedo.
-También me han asegurado -dijo el gato- que sois capaz de convertiros en un animal
de pequeño tamaño, como una rata o un ratón, aunque debo confesaros que esto sí
que me parece del todo imposible.
-¿Imposible? -replicó el ogro- Lo veréis.
Y diciendo esto se transformó en un ratón que se puso a correr por el suelo. El gato, en
cuanto lo vio, se arrojó sobre él y se lo comió.
Mientras tanto el Rey, que pasó ante el hermoso castillo, decidió entrar en él.
Inmediatamente el gato, que había oído el ruido de la carroza al atravesar el puente
levadizo, corrió a su encuentro y saludó al Rey:
-Sea bienvenido Vuestra Majestad al castillo del señor marqués de Carabás.
-¡Pero bueno, señor Marqués! -exclamó el Rey. ¿Este castillo también es vuestro? ¡Qué
belleza de patio! Y los edificios que lo rodean son también magníficos. ¿Pasamos al
interior?
El marqués de Carabás tomó de la mano a la Princesa y, siguiendo al Rey, entraron en
un majestuoso salón, donde los esperaban unos exquisitos manjares que el ogro tenía
preparados
para obsequiar a unos amigos suyos que habían de visitarlo ese mismo día, aunque
éstos no creyeron conveniente entrar al enterarse de que el Rey se encontraba en el
castillo.
El rey, al ver tantas riquezas del Marqués de Carabás, junto con sus buenas cualidades,
y conociendo que su hija estaba perdidamente enamorada del marqués, decidió casar
a su hija con el joven marqués, ya que a éste también se le veía beber los vientos por la
Princesa.
La boda se celebró inmediatamente, convirtiéndose de este modo el hijo menor del
molinero en un príncipe; y el gato, que se quedó a vivir en el palacio junto con su amo,
devino un gran señor, que sólo corría ya detrás de los ratones para divertirse.
Y así, todos vivieron felices el resto de sus días.

El ruiseñor y la rosa

Un ruiseñor vivía en el jardín de una casa. Todas las mañanas una ventana se abría y un
joven comía su pan…mientras miraba la belleza del jardín.
Siempre caían migajas de pan en el antepecho de la ventana.
El ruiseñor comía las migajas creyendo que el joven las dejaba a propósito para él. Así,
creció un gran afecto por aquel que se preocupaba en alimentarlo…aunque sea con
migajas. Un día el joven se enamoró.

Pero al declararse, su amada impuso una condición para retribuir su amor: Que a la
mañana siguiente él le trajese la más linda rosa roja.
El joven recorrió todas las florerías de la ciudad, pero su búsqueda fue en vano.
Ninguna rosa…mucho menos roja.
Triste, desolado, fue a pedir ayuda al jardinero de su casa. El jardinero declaró que él
podría obsequiarla con petunias, violetas, claveles.
Cualquier flor menos rosas. Ellas estaban fuera de temporada; era imposible
conseguirlas en aquella estación.
El ruiseñor habiendo escuchado la conversación quedó con pena por la desolación del
joven.
Tenía que hacer algo para ayudar a su amigo a conseguir la flor. Entonces el ave buscó
al Dios de los pájaros, quien le dijo:
- Tú puedes conseguir una rosa roja para tu amigo… pero el sacrificio es grande y
podría costarte la vida!
- No importa, respondió el ave. ¿Qué debo hacer?
- Bien, tendrás que encaramarte en un rosal y allí cantar la noche entera, sin parar.
El esfuerzo es muy grande; tu pecho puede no aguantar…
- Así lo haré, respondió el ave. Es para la felicidad de un amigo!
Cuando oscureció, el ruiseñor se encaramó en medio de un rosal
que quedaba enfrente de la ventana del joven.
Allí se puso a cantar su canto más alegre, pues precisaba esmerarse en la formación de
la flor. Una gran espina comenzó a entrar en el pecho del ruiseñor
y cuanto más cantaba, más entraba la espina en su pecho. Pero el ruiseñor no paró.
Continuó su canto, por la felicidad de un amigo. Un canto que simbolizaba gratitud,
amistad. Un canto de donación hasta de su propia vida! Por la mañana, al abrir su
ventana, el joven se detuvo delante de la más linda rosa roja, formada por la sangre
del ruiseñor. Ni cuestionó el milagro, enseguida recogió la rosa. Al ver el cuerpo inerte
de la pobre ave, el joven dijo:
- Qué estúpida ave! Teniendo tantos árboles para cantar,
vino a posarse justamente en medio del rosal que tiene espinas.
Por lo menos ahora dormiré mejor, sin tener que escuchar su tonto canto. Es muy
triste, pero desgraciadamente… Cada uno da lo que tiene en el corazón.
Y cada uno recibe con el corazón que tiene…

El burrito descontento
Había una vez un día de invierno que era muy frío. En el campo nevaba
abundantemente y dentro de una casa de campo, en su establo, había un Burrito que
miraba a través del cristal de la ventana. Junto a él tenía el pesebre cubierto de paja
seca. - Paja seca! - se decía el Burrito, despreciándola. Vaya una cosa que me pone mi
amo! Ay, cuándo se acabará el invierno y llegará la primavera, para poder comer
hierba fresca y jugosa de la que crece por todas partes, en prado y junto al camino!

Así suspirando el Burrito de nuestro cuento, fue llegando la primavera, y con la ansiada
estación creció hermosa hierba verde en gran abundancia. El Burrito se puso muy
contento; pero, sin embargo, le duró muy poco tiempo esta alegría. El campesino segó
la hierba y luego la cargó a lomos del Burrito y la llevó a casa. Y luego volvió y la cargó
nuevamente. Y otra vez. Y otra. De manera que al Burrito ya no le agradaba la
primavera, a pesar de lo alegre que era y de su hierva verde.

Ay, cuándo llegará el verano, para no tener que cargar tanta hierba del prado! Vino el
verano; mas no por hacer mucho calor mejoró la suerte del animal. Porque su amo le
sacaba al campo y le cargaba con mieses y con todos los productos cosechados en sus
huertos. El Burrito descontento sudaba la gota gorda, porque tenía que trabajar bajo
los ardores del Sol. - Ay, qué ganas tengo de que llegue el otoño! Así dejaré de cargar
haces de paja, y tampoco tendré que llevar sacos de trigo al molino para que allí hagan
harina. Así se lamentaba el descontento, y ésta era la única esperanza que le quedaba,
porque ni en primavera ni en verano había mejorado su situación.

Pasó el tiempo... Llegó el otoño. Pero, qué ocurrió? El criado sacaba del establo al
Burrito cada día y le ponía la albarda. - Arre, arre! En la huerta nos están esperando
muchos cestos de fruta para llevar a la bodega. El Burrito iba y venía de casa a la
huerta y de la huerta a la casa, y en tanto que caminaba en silencio, reflexionaba que
no había mejorado su condición con el cambio de estaciones.

El Burrito se veía cargado con manzanas, con patatas, con mil suministros para la casa.
Aquella tarde le habían cargado con un gran acopio de leña, y el animal, caminando
hacia la casa, iba razonando a su manera: - Si nada me gustó la primavera, menos aún
me agrado el verano, y el otoño tampoco me parece cosa buena, Oh, que ganas tengo
de que llegue el invierno! Ya sé que entonces no tendré la jugosa hierba que con tanto
afán deseaba. Pero, al menos, podré descasar cuanto me apetezca. Bienvenido sea el
invierno! Tendré en el pesebre solamente paja seca, pero la comeré con el mayor
contento.
Y cuando por fin, llegó el invierno, el Burrito fue muy feliz. Vivía descansado en su
cómodo establo, y, acordándose de las anteriores penalidades, comía con buena gana
la paja que le ponían en el pesebre.

Ya no tenía las ambiciones que entristecieron su vida anterior. Ahora contemplaba


desde su caliente establo el caer de los copos de nieve, y al Burrito descontento (que
ya no lo era) se le ocurrió este pensamiento, que todos nosotros debemos recordar
siempre, y así iremos caminando satisfechos por los senderos de la vida:

Contentarnos con nuestra suerte es el secreto de la felicidad.

El ratoncito Pérez
Había una vez un ratoncito llamado Pepito Pérez, era un pequeño ratoncito que vivía
con su familia en un agujero de la pared de un edificio de la ciudad.

El agujero no era muy grande pero era muy cómodo, y allí no faltaba la comida. Vivían
junto a una panadería, por las noches él y su padre iban a coger harina y todo lo que
encontraban para comer. Un día Pepito escuchó un gran alboroto en el piso de arriba.
Y como ratón curioso que era trepó y trepó por las cañerías hasta llegar a la primera
planta. Allí vió un montón de aparatos, sillones, flores, cuadros..., parecía que alguien
se iba a instalar allí.

Al día siguiente Pepito volvió a subir a ver qué era todo aquello, y descubrió algo que le
gustó muchísimo. En el piso de arriba habían puesto una clínica dental. A partir de
entonces todos los días subía a mirar todo lo que hacía el doctor José Mª. Miraba y
aprendía, volvía a mirar y apuntaba todo lo que podía en una pequeña libreta de
cartón. Después practicaba con su familia lo que sabía. A su madre le limpió muy bien
los dientes, a su hermanita le curó un dolor de muelas con un poquito de medicina.

Y así fue como el ratoncito Pérez se fue haciendo famoso. Venían ratones de todas
partes para que los curara. Ratones de campo con una bolsita llena de comida para él,
ratones de ciudad con sombrero y bastón, ratones pequeños, grandes, gordos, flacos...
Todos querían que el ratoncito Pérez les arreglara la boca.

Pero entonces empezaron a venir ratones ancianos con un problema más grande. No
tenían dientes y querían comer turrón, nueces, almendras, y todo lo que no podían
comer desde que eran jóvenes. El ratoncito Pérez pensó y pensó cómo podía ayudar a
estos ratones que confiaban en él. Y, como casi siempre que tenía una duda, subió a la
clínica dental a mirar. Allí vió cómo el doctor José Mª le ponía unos dientes estupendos
a un anciano. Esos dientes no eran de personas, los hacían en una gran fábrica para los
dentistas. Pero esos dientes, eran enormes y no le servían a él para nada.

Entonces, cuando ya se iba a ir a su casa sin encontrar la solución, apareció en la clínica


un niño con su mamá. El niño quería que el doctor le quitara un diente de leche para
que le saliera rápido el diente fuerte y grande. El doctor se lo quitó y se lo dió de
recuerdo. El ratoncito Pérez encontró la solución: "Iré a la casa de ese niño y le
compraré el diente", pensó. Lo siguió por toda la ciudad y cuando por fin llegó a la
casa, se encontró con un enorme gato y no pudo entrar. El ratoncito Pérez se esperó a
que todos se durmieran y entonces entró a la habitación del niño. El niño se había
dormido mirando y mirando su diente, y lo había puesto debajo de su almohada. Al
pobre ratoncito Pérez le costó mucho encontrar el diente, pero al fin lo encontró y le
dejó al niño un bonito regalo.

A la mañana siguiente el niño vió el regalo y se puso contentísimo y se lo contó a todos


sus amigos del colegio. Y a partir de ese día, todos los niños dejan sus dientes de leche
debajo de la almohada. Y el ratoncito Pérez los recoge y les deja a cambio un bonito
regalo.

El oso dormilón y el elefante


En una nube blanca de algodón vivían un oso dormilón que núnca pestañeaba porque
le daba sueño y su mejor amigo un elefante trompudo con colita de resorte.

Un día de cielo azul con sol muy brillante, los dos amigos decidieron dar un paseo, el
elefante era muy inquieto y saltarín pero como era tan pesado las nubes quedaban
agujereadas y por eso llovía. El oso dormilón en cambio bostezaba a cada ratito y se
tiraba a dormir la siesta cada dos pasitos.

Las mariposas se reían a carcajadas porque era divertido ver a un elefante con cola de
resorte haciendo agujeros en las nubes y un oso dormilón durmiendo cada dos pasitos.

De tanto en tanto los rayos de sol les hacían cosquillas y ellos también se reían a
carcajadas.

Entre canciones saltarinas y siestas perezosas, se les paso volando la hora y la pancita
les hacía ruido así que encontraron el motivo perfecto para comerse un alfajor, porque
caminar da mucho hambre, a los osos les encantan los alfajores.

Cuando se descuidaron el sol les dejaba un saludo y la luna redonda le avisaba a las
estrellas que era hora de pintar el cielo con sus chispitas brillantes.

Como no se habían llevado abrigo y el vientito soplaba, el oso dormilón y el elefante


trompudo decidieron regresar muy felices por su paseo y a saltos gigantes entre
estrella y estrella volvieron a su nube de algodón para disfrutar del silencio de la noche
y enterarse de algún secreto mágico que les contara algún cometa hablador.
Valentín, el hipopótamo bailarín

Valentín llegó al zoo una tarde en que llovía mucho. No venía de África, como los otros
hipopótamos del zoológico, sino del Gran Circo Mundial "La Ballena", que había tenido
que cerrar por problemas económicos. Su desaparición había provocado que todos los
animales del circo tuvieran que buscarse otro lugar donde vivir.

A Valentín le habían mandado a un zoo pequeñito que había en una ciudad del norte.
El lugar parecía agradable, pero...¡era tan diferente al circo! Lo único que se podía
hacer todo el día era dormir, comer, rebozarse en el barro y sonreír a los visitantes que
le hacían fotos constantemente.

- ¿Es que aquí no se hace nada más? - preguntaba frunciendo el ceño, el hipopótamo
Valentín.
- ¿Te parece poco? - contestaba siempre uno de los perezosos de la jaula de al lado-
sonreír todo el día a los turistas me parece agotador ¡con lo bien que se está
durmiendo!

Pero a Valentín, que venía de una legendaria familia de hipopótamos artistas y


bailarines de circo, eso de estar todo el día tirado a la bartola le aburría una
barbaridad...

- ¡Si al menos tuviera música con la que bailar! - se lamentaba constantemente,


mientras sus pies se movían al son de una melodía imaginaría que solo escuchaba él.

Los animales con los que convivía observaban con curiosidad a aquel hipopótamo
extraordinario que suspiraba cada día y aprovechaba los momentos en los que no
había visitantes, para bailar un tango, una samba o un cha-cha-chá. Por eso todos le
llamaban el hipopótamo bailarín.

- Los bailes latinos son divertidos- explicaba a sus amigos- aunque a mí, de siempre, lo
que más me gusta es la danza clásica con sus tutús vaporosos y sus zapatillas
puntiagudas...

Tanto se lamentaba, y tan triste se le veía, que los animales del zoológico decidieron
un día hacerle un regalo. Se juntaron todos sin que Valentín, el hipopótamo bailarín, se
enterara y urdieron un plan para sorprender a su amigo.

- Necesitamos una banda, eso es fundamental - comentó la leona.


- Nosotros podemos hacer música con nuestras trompas - se ofrecieron los elefantes.
- Y nosotras con nuestros picos - exclamaron las grullas y los flamencos.
- Quizá nosotros podamos tocar el tambor - se ofrecieron los osos.

Uno a uno, todos los animales fueron organizándose para formar aquella orquesta
maravillosa. Ensayaban a la menor ocasión, aunque lo más difícil era mantener alejado
a Valentín. De esa delicada misión se encargaron los chimpancés, que estaban todo el
rato tratando de entretener al hipopótamo.
- ¡Qué pesados están los monos, últimamente! - se quejaba Valentín - se pasan el día
detrás de mí.

Y cuando le escuchaban quejarse, todos los animales se reían para sí, pensando en la
sorpresa que se llevaría Valentín cuando viera aquella orquesta maravillosa y pudiera
bailar con ellos.

Por fin, después de varias semanas de ensayos, llegó el día elegido. Se trataba del
aniversario de la llegada de Valentín al zoo. Había pasado un año entero. Doce meses
sin funciones, sin coreografías, sin aplausos, sin trajes de baile, ni tutús elegantes.

- ¡El tutú! Se nos había olvidado por completo - exclamó contrariado el rinoceronte.-
No podemos hacerle bailar sin su tutú.
- ¿Pero dónde encontraremos uno? - se preguntaron todos.
- No os preocupéis - exclamó uno de los chimpancés - ¡Yo conseguiré uno! Dadme unas
horas.

Y el chimpancé desapareció entre los árboles. Fue colgándose de una rama a otra
hasta que salió a la ciudad. Anduvo de árbol en árbol hasta que por fin llegó a una
tienda de disfraces. De cómo consiguió hacerse con un disfraz de bailarina tamaño XL
poco más se sabe, pues nunca quiso desvelar lo que había ocurrido. Lo único que
supieron todos los animales es que apenas un par horas después de haberse
marchado, el chimpancé estaba de vuelta con un enorme tutú rosa y con sus zapatillas
a juego.

- Ya lo tenemos todo -anunció el tigre de Bengala, que era el director de la orquesta. -


¡Que empiece la función!

Cuando Valentín escuchó aquella música estrafalaria no pudo evitar acercarse a ver
qué pasaba. ¡Vaya sorpresa se llevó al ver a todos sus amigos tocando la Sinfonía nº5
de Beethoven! Pero el hipopótamo se quedó aún más sorprendido cuando uno de los
chimpancés le entregó un paquete envuelto en papel amarillo: ¡era un tutú!

Valentín, el hipopótamo bailarín, se probó aquel tutú y bailó y bailó para todos sus
amigos.

Los animales del zoo lo pasaron tan bien, que desde entonces, cada primer lunes del
mes organizan un gran concierto donde todos están invitados. También tú...aunque...
¿te atreves a danzar con el hipopótamo bailarín...?

La liebre y la tortuga
Una tortuga y una liebre siempre discutían sobre quién era más rápida. Para dirimir el
argumento, decidieron correr una carrera. Eligieron una ruta y comenzaron la
competencia. La liebre arrancó a toda velocidad y corrió enérgicamente durante algún
tiempo. Luego, al ver que llevaba mucha ventaja, decidió sentarse bajo un árbol para
descansar un rato, recuperar fuerzas y luego continuar su marcha. Pero pronto se
durmió. La tortuga, que andaba con paso lento, la alcanzó, la superó y terminó
primera, declarándose vencedora indiscutible.

Moraleja: Los lentos y estables ganan la carrera.

Pero la historia no termina aquí: la liebre, decepcionada tras haber perdido, hizo un
examen de conciencia y reconoció sus errores. Descubrió que había perdido la carrera
por ser presumida y descuidada. Si no hubiera dado tantas cosas por supuestas, nunca
la hubiesen vencido. Entonces, desafió a la tortuga a una nueva competencia. Esta vez,
la liebre corrió de principio a fin y su triunfo fue evidente.

Moraleja: Los rápidos y tenaces vencen a los lentos y estables.

Pero la historia tampoco termina aquí: Tras ser derrotada, la tortuga reflexionó
detenidamente y llegó a la conclusión de que no había forma de ganarle a la liebre en
velocidad. Como estaba planteada la carrera, ella siempre perdería. Por eso, desafió
nuevamente a la liebre, pero propuso correr sobre una ruta ligeramente diferente. La
liebre aceptó y corrió a toda velocidad, hasta que se encontró en su camino con un
ancho río. Mientras la liebre, que no sabía nadar, se preguntaba "¿qué hago ahora?",
la tortuga nadó hasta la otra orilla, continuó a su paso y terminó en primer lugar.

Moraleja: Quienes identifican su ventaja competitiva (saber nadar) y cambian el


entorno para aprovecharla, llegan primeros.

Pero la historia tampoco termina aquí: el tiempo pasó, y tanto compartieron la liebre y
la tortuga, que terminaron haciéndose buenas amigas. Ambas reconocieron que eran
buenas competidoras y decidieron repetir la última carrera, pero esta vez corriendo en
equipo. En la primera parte, la liebre cargó a la tortuga hasta llegar al río. Allí, la
tortuga atravesó el río con la liebre sobre su caparazón y, sobre la orilla de enfrente, la
liebre cargó nuevamente a la tortuga hasta la meta. Como alcanzaron la línea de
llegada en un tiempo récord, sintieron una mayor satisfacción que aquella que habían
experimentado en sus logros individuales.

Moraleja: Es bueno ser individualmente brillante y tener fuertes capacidades


personales. Pero, a menos que seamos capaces de trabajar con otras personas y
potenciar recíprocamente las habilidades de cada uno, no seremos completamente
efectivos. Siempre existirán situaciones para las cuales no estamos preparados y que
otras personas pueden enfrentar mejor.

La liebre y la tortuga también aprendieron otra lección vital: cuando dejamos de


competir contra un rival y comenzamos a competir contra una situación,
complementamos capacidades, compensamos defectos, potenciamos nuestros
recursos... y obtenemos mejores resultados!

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