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Soledad, una anciana de 120 años, era una mujer solitaria que con el paso del tiempo

había adquirido mucha sabiduría, la gente del pueblo la apreciaba mucho, pues varias
generaciones habían nacido y vivido con su presencia, para ellos, Soledad era un ejemplo de
vitalidad, sabiduría y resiliencia. Esa mañana de domingo, como de costumbre, había
encendido tres velas blancas en el altar de sus padres, ya que aseguraba que la visitaban
cada vez que hacía ese ritual, su avanzada edad ya no le permitía visitarlos en el panteón,
es por ello que después de rezar un poco, les colocaba una especie de desayuno, el cual
preparaba con sus propias manos, pues a pesar de su edad, aún podía hacer tortillas y
cocinar. Después de rezar y colocar la ofrenda en el altar, Soledad, salió a tomar el sol a
fuera de su casa.

Cuando la anciana se sentó bajo el sol del medio día, arrojó la mirada fijamente
hacia su pequeño jardín y sus pensamientos comenzaron a inundar su mente, poco a poco
los recuerdos la fueron retrocediendo a su juventud; entre sus recuerdos, aparecieron los
momentos que vivió a lado de sus padres, incluso parecía escucharlos cuando le
preguntaban si no pensaba casarse, ya que algún día ellos se irían para siempre y se
quedaría sola en esa casona, pues sus dos hermanos se habían ido a vivir lejos y nunca
regresaron, siempre argumentaban estar ocupados o no tener tiempo para ver a sus
padres, ni a ella; pero a Soledad eso no le importaba, ella era feliz a lado de sus papás,
desde niña, había sido muy tranquila y hogareña; sin embargo, tenía una preocupación
mucho más grande que la de quedarse sola para toda su vida y esa preocupación eran sus
padres, ella se empeñaba en cuidarlos y tratarlos de la mejor manera, se levantaba
temprano para prepararles las tortillas, y posteriormente iba por su metate para hacerles un
rico pozole y comer junto a ellos. Esos recuerdos siempre le dibujaban una sonrisa en el
rostro y le humedecían los ojos.

Otro recuerdo que llegó a la mente de Soledad, fue cuando se enfermó de gravedad,
recordó que, en esa ocasión, la fiebre era tan intensa que empezó a alucinar, veía cosas y
escuchaba voces, pero de lo que nunca se pudo olvidar, fue de aquella imagen que
apareció entre sus delirios, era una mujer de cabellera negra, con el rostro serio como si
fuese una máscara de madera, con la mirada penetrante y la voz suave como el viento de
otoño. Soledad, recordó muy bien que la misteriosa mujer posó una de sus manos sobre su
frente sudorosa y le dijo, -Soledad, he venido por ti para que descanses, pero veo que tus
ancianos padres te necesitan más que yo-. Soledad, entre sus alucinaciones, le preguntó a
la mujer - ¿Quién eres? ¿A dónde me quieres llevar? - la mujer sin demostrar ninguna
expresión en su rostro, le dijo con voz calmada y casi susurrándole al oído -Soy la paz, el
remedio a todos los males, la que iguala a los seres de este mundo, para mí no hay reyes
ni plebeyos, no hay riqueza que me impresione ni pobreza que me conmueva, soy la
misma para todos, muchos me rehúyen, pero nadie escapa; veo que eres una buena hija,
abnegada y paciente, por eso he decidido irme con las manos vacías, me olvidaré de ti por
un largo tiempo, hasta que hayas cumplido tu misión con tus padres, pero ten en cuenta
que el día menos pensado estaré aquí para que me acompañes- Soledad, en esa ocasión
se desvaneció y no supo más.

Entre sus recuerdos de esa mañana, también llegó a su mente lo que sucedió
después de aquel delirio, recordó que cuando abrió los ojos, vio a Don juan, un famoso
curandero del pueblo, quien entre velas y sahumerios estaba arrodillado cerca de los pies
de su cama, rezando e invocando por la sanación de su alma, mientras sus padres,
parados en un rincón de la habitación, veían llenos de angustia, a su hija postrada en la
cama.

Después de que Soledad se recuperó, pasaron algunos días y Don Juan la visitó
para ver como seguía de su salud, fue entonces que Soledad le comentó al curandero lo
que había visto entre sus delirios y lo que aquel extraño ser le había dicho; Don Juan,
quedó sorprendido por el relato de la joven y le confesó a Soledad, que aquel día cuando
ella estaba muy enferma, mientras él oraba por su alma, una de las velas de colores, que
había encendido, se cayó sin motivo alguno, siendo esto, señal de que Soledad moriría; sin
embargo, contra todo pronóstico del experto curandero, se logró recuperar. Don Juan le
dijo a Soledad -ahora entiendo niña, porque no moriste ese día, si la mismísima muerte te
perdonó la vida y contra ella, ningún brujo o curandero puede luchar. En aquella ocasión,
Soledad no dio crédito a las palabras de aquel hombre, pues a pesar de ser una mujer
apegada a sus tradiciones, todavía no creía mucho en ese tipo de leyendas.

De repente, el canto de un pájaro que pasó sobre ella, la regresó a la realidad y la


apartó de sus recuerdos, se sintió fatigada de tanto recordar y cerró un rato los ojos bajo el

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sol de esa mañana de domingo; la anciana, por primera vez resintió los 120 años que
tenía, se sintió fuera de lugar en este mundo, hacía mucho tiempo que sus padres habían
fallecido y sus hermanos probablemente habrían tenido la misma suerte, pues nadie logra
vivir tanto tiempo como ella lo había hecho. Soledad, ahora comprendía lo que aquel
curandero le dijo en su juventud y estaba segura que verdaderamente había sido visitada y
perdonada por la mismísima muerte.

Volvió a abrir los ojos y aún sumida entre sus pensamientos, comenzó a sentir un viento
que alborotaba su blanca cabellera, el cielo, de pronto se nubló, mientras las hojas
marchitas sobre el pasto eran barridas por el aire; Soledad, levantó la mirada lentamente
para ver hacia el cielo y un destello intenso la cegó por completo, poco a poco fue abriendo
los ojos y ante ella apareció la misma mujer de cabellera negra que había visto en su
delirio de juventud, con su cara seria como siempre y su voz suave como el viento, fijó su
mirada penetrante en los ojos de la anciana de 120 años y expreso lo siguiente —Soledad,
he venido por ti para que descanses, ya es hora de irnos, te olvidé por un tiempo pero
nadie escapa de mí, ¿recuerdas eso?- Soledad, le regaló una dulce sonrisa y contestó —
Te has tardado mucho, hace tiempo que te esperaba, creo que la vida es bella cuando se
vive en armonía con nuestros seres queridos; sin embargo, la muerte nos da la verdadera
paz y felicidad, nos permite trascender y reencontrarnos nuevamente con los que
queremos, estoy lista, puedo ir a donde tú me lleves y dejar este cuerpo que tanto ha
batallado para sobrevivir.

Lentamente la anciana comenzó a desvanecerse en la silla donde estaba sentada frente a


su jardín, su rostro, arrugado por el tiempo, dibujó una última sonrisa en sus labios como
señal de satisfacción y sus brazos cayeron a los lados, quedando colgados como péndulos
marcando el tiempo. Al día siguiente, se escuchaba por el pueblo a un niño gritando
¡Soledad ha muerto! ¡Soledad ha muerto! ¡La encontraron sentada en su jardín! ¡La
encontraron sentada en su jardín! Las personas salían de sus casas para escuchar al niño
que pregonaba la reciente noticia y mientras se santiguaban en señal de respeto. Todos
conocían a Soledad como la mujer que había sido perdonada por la muerte; sin embargo,
ese día, todos confirmaron que la muerte perdona, pero nunca olvida.

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