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EL ESTADO ANTIIMPERIALISTA

Nuestro doctrinarismo político en Indoamérica es casi todo de repetición europea. Con

excepción de uno que otro atisbo de independencia y realismo, filosofía y ciencia de

gobierno, jurisprudencia y teorización doctrinaria, no son en nuestros pueblos sino

plagios y copias. A derecha o a izquierda hallaremos la misma falta de espíritu creador y

muy semejantes vicios de inadaptación y utópico extranjerismo.

Nuestros ambientes y nuestras importadas culturas modernas no han salido todavía de la

etapa prístina del trasplante. Con ardor fanático hacemos nuestros, sin ningún espíritu

crítico, apotegmas y voces de orden que nos llegan de Europa. Así, agitamos férvidos,

hace más de un siglo, los lemas de la Revolución francesa. Y así, podemos agitar hoy

las palabras de orden de la Revolución rusa o las inflamadas consignas del fascismo.

Vivimos buscando un patrón mental que nos libere de pensar por nosotros mismos. Y

aunque nuestro proceso histórico tiene su propio ritmo, su típico proceso, su

intransferible contenido, lo paradojal es que nosotros no lo vemos o no queremos verlo.

Este colonialismo mental ha planteado un doble extremismo dogmático: el de los

representantes de las clases dominantes imperialista, reaccionario y fascista y el de los

que llamándose representantes de las clases dominadas vocean un lenguaje

revolucionario ruso que nadie entiende. Sobre esta oposición de contrarios, tesis y

antítesis de una teorización antagónica de prestado, el APRA erige como síntesis

realista su doctrina y su programa. Parte esencial de él es la teoría del “Estado

Antiimperialista” mencionada ya ocasionalmente en las páginas anteriores.

Un Estado Antiimperialista no puede ser un Estado capitalista o burgués del tipo del de

Francia, Inglaterra o Estados Unidos. Es menester no olvidar que, si aceptáramos los

antiimperialistas como objetivo posrevolucionario el tipo característicamente burgués

del Estado, caeríamos inexorablemente bajo el rodillo del imperialismo. La cualidad del
Estado Antiimperialista tiene que ser, pues, esencialmente, de lucha defensiva contra el

enemigo máximo. Conseguida la derrota del imperialismo en un país dado, el Estado

deviene el baluarte sostenedor de la victoria, lo que supone toda una estructuración

económica y política. El imperialismo no cesará de atacar y sus ataques tenderán a

buscar una nueva adaptación o ensamblaje en el flamante mecanismo estatal erigido por

el movimiento triunfante. El Estado Antiimperialista debe ser, pues, ante todo, Estado

de defensa, que oponga al sistema capitalista que determina el imperialismo, un sistema

nuevo, distinto, propio, que tienda a proscribir el antiguo régimen opresor. Así como la

ofensiva imperialista es aparentemente pacífica durante el periodo de “penetración

económica” y la lucha no se percibe ostensiblemente sino cuando la garra aprieta,

cuando la fuerza viene en defensa del interés conquistado así la lucha defensiva,

después de producido el derrocamiento del antiguo Estado feudal, instrumento del

imperialismo en nuestros países, habrá de ser una lucha aparentemente pacífica, quizá,

pero una lucha implacable en el campo económico. Por eso, después de derribado el

Estado feudal, el movimiento triunfador antiimperialista organizará su defensa

estableciendo un nuevo sistema de economía, científicamente planeada y un nuevo

mecanismo estatal que no podrá ser el de un Estado democrático “libre”, sino el de un

Estado de guerra, en el que el uso de la libertad económica debe ser limitado para que

no se ejercite en beneficio del imperialismo.


ORGANIZACIÓN DEL NUEVO ESTADO
La gran experiencia de la Revolución mexicana, la más profunda y valiosa hasta hoy de

la historia política de Indoamérica puede deducirse conclusiones fundamentales y

plantearse con ellas valiosos puntos de vista. Un estudio científico de ese extraordinario

fenómeno social dará a Indoamérica mucha luz en el camino de su liberación. México,

histórica, geográfica, étnica, social y económicamente, es una síntesis de todos los

problemas que vemos ampliados en el resto de nuestra gran nación continental. México

es el campo de experiencia de toda la vasta complejidad de fenómenos que encierran los

pueblos indoamericanos.

La tesis del Estado Antiimperialista, sugerida por la gran experiencia histórica de la

Revolución mexicana, suscitará sin duda objeciones numerosas. Con riesgo de incurrir

en excesiva insistencia, y sin dejar de reconocer que la cuestión en sí debe tratarse más

extensa y minuciosamente, es necesario detenerse a examinar y respaldar algunos de los

posibles puntos polémicos que han de formular seguramente nuestros europeizantes

obsedidos. Lo que primero se objetará, sin duda, es la colaboración de las clases medias

en la nueva estructura estatal. En la colaboración de las clases medias, tal como el

APRA lo preconiza, radica una de las diferencias fundamentales entre el capitalismo de

Estado adoptado en Rusia, al plantear la revisión a que dio lugar la Nueva Política

Económica o NEP, y el capitalismo de Estado Antiimperialista o aprista. Lenin define

esta Nueva Política como “un contrato, un block, una alianza entre el Estado sovietista,

es decir, proletario, y el capitalismo de Estado contra el pequeño propietario (patriarcal

y pequeñoburgués)”. El capitalismo de Estado, en Rusia, se ejercita, pues, bajo la

dictadura del proletariado y contra la pequeña burguesía y clases medias, como

transición hacia el socialismo integral. Pero hemos demostrado ya que la dictadura del

proletariado es históricamente imposible en nuestros países, mientras no se realice su


previa desfeudalización, o mientras como ocurre en la gran mayoría de ellos no exista

realmente una definida clase proletaria con conciencia de tal.

la Revolución mexicana ha sido el primer movimiento social contemporáneo que

pudiera ofrecer a nuestros pueblos una invalorable experiencia. Sus aciertos y sus

errores principalmente sus errores aportan un fecundo acervo de enseñanzas

trascendentes que conviene recoger y analizar con método científico y con nítido y

firme sentido de nuestra realidad.

Lo que primero se objetará, sin duda, es la colaboración de las clases medias en la nueva

estructura estatal. En la colaboración de las clases medias, tal como el APRA lo

preconiza, radica una de las diferencias fundamentales entre el capitalismo de Estado

adoptado en Rusia, al plantear la revisión a que dio lugar la Nueva Política Económica o

NEP, y el capitalismo de Estado Antiimperialista o aprista. Lenin define esta Nueva

Política como “un contrato, un block, una alianza entre el Estado sovietista, es decir,

proletario, y el capitalismo de Estado contra el pequeño propietario (patriarcal y

pequeñoburgués)”. El capitalismo de Estado, en Rusia, se ejercita, pues, bajo la

dictadura del proletariado y contra la pequeña burguesía y clases medias, como

transición hacia el socialismo integral. Pero hemos demostrado ya que la dictadura del

proletariado es históricamente imposible en nuestros países, mientras no se realice su

previa desfeudalización, o mientras como ocurre en la gran mayoría de ellos no exista

realmente una definida clase proletaria con conciencia de tal.

No olvidemos, al llegar a este punto, una cuestión esencialísima que ha de tratarse más

ampliamente en otra oportunidad. El proletariado, la clase obrera industrial

indoamericana, no es, en su mayor parte, clase obrera fabril manufacturera del conocido

y predominante tipo europeo. Las condiciones de trabajo y ambiente de un obrero de

fábrica y de gran industria contribuyen a preparar y a definir mejor y más rápidamente


su conciencia clasista. Nuestro proletariado, por el carácter singular de la mayor parte

de nuestras industrias típicas petróleo, nitratos, minas, azúcar, maderas, tabaco y otras

no se halla en su totalidad en las condiciones de los grandes proletariados industriales

europeos: fábricas, astilleros, factorías, talleres, etcétera. Las condiciones objetivas que

determinan en las clases obreras la formación de una conciencia de clase deben ser

tenidas en cuenta al hablar genéricamente de la clase obrera indoamericana. No basta,

pues, hablar de clase obrera industrial. Es necesario especificar de qué clase de industria

se trata y cuál es su antigüedad y grado de desarrollo, como determinantes para la

formación de una conciencia clasista. Los obreros de una fábrica textil experiencia

sudamericana son muchas veces más organizados, capaces y revolucionarios que los

petroleros, o que los obreros mitad obreros del campo y mitad de fábrica o inmigrantes

periódicos de zafra del azúcar, y que ciertas clases de mineros, cuyo trabajo es más

individual, disperso o variable, aunque estos sean más numerosos. No solo debemos

reparar, pues, en la cantidad de obreros que hay en nuestros países, sino en su calidad;

determinada esta por el tipo de industria en que trabajan.

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