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en el capitalismo,
debates sobre la noción
de patriarcado
Luciana Dentati
L
a lucha del movimiento de mujeres en los últimos años, en
particular en Argentina a partir del NiUnaMenos y luego la
Ola verde, puso en el centro de la escena política el lugar que
ocupa la mujer en este régimen social. Las estadísticas y los testimo-
nios sobre la violencia recibida por las mujeres, que se multiplicaron
en las redes y en las calles, pusieron de relieve que su opresión tenía un
origen social y no era, como falsamente se vivenciaba, algo ocasional
y circunscripto al mundo de lo privado. Esto reabrió un debate al
interior del movimiento sobre las causas de la opresión de la mujer.
¿Qué lugar ocupa en el sistema capitalista? ¿Cuál es la causa de su
continuidad luego de un siglo de conquistas civiles?
Desde diferentes vertientes, el feminismo de izquierda sostiene que
la opresión de la mujer sería producto del “patriarcado”, un sistema au-
tónomo y preexistente al capitalismo del que éste podría emanciparse,
si quisiera; cual si fuera una vieja mochila que arrastra irracionalmente y
sostiene solo porque le es útil. Esta idea se popularizó en las filas del movi-
miento de mujeres y diversidades en los últimos años en la Argentina con
la consigna de que el patriarcado se puede “caer” en el marco de una lucha
meramente feminista, que puede “vencer” y emancipar a la mujer, sin
necesidad de una lucha política contra el régimen social capitalista.
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2. Trotsky, L. [1936]: La revolución traicionada y otros escritos, Ediciones IPS, Buenos Aires,
2014, pp. 136.
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diez. Los hijos ilegítimos vuelven a perder todos los derechos adquiridos en la revolución
y el divorcio es bloqueado a través de diferentes impuestos costosos y trabas burocráticas.
Para 1953, finalmente, la legislación sobre derechos de la madre y el niño proclama que
“los intereses de la mujer como madre -bien sea con hijos o futura madre- están tanto mejor
asegurados cuanto más sólidas y constantes sean las relaciones entre los esposos. Garantiza,
ante todo, tal solidez en las relaciones la existencia de la familia. Precisamente, la familia
asegura las condiciones normales para el nacimiento y la educación de los hijos, crea las pre-
misas más favorables para que la mujer cumpla con su noble y alto deber social de madre”.
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lítica sexual. Para esta referente del feminismo radical, la raíz de todas
las desigualdades sociales en la historia de la humanidad, incluso las de
clase, eran producto del patriarcado, un sistema fundado en la opresión
del hombre sobre la mujer por su papel reproductivo en la sociedad.
Fue ella quien introdujo la célebre expresión de “lo personal es políti-
co”, con el interés de defender la idea de que era el hombre el que do-
minaba políticamente a la mujer en todas las esferas de la vida, no solo
las privadas, y que sería ese sistema de dominación sexual básico sobre
el que luego se levantarían otras formas de dominación secundarias,
como la clase o la raza.5 También es esta orientación la que dio inicio
a un enfoque que, hasta el día de hoy en los Encuentros Nacionales,
reduce la intervención política de las mujeres a participar de “grupos de
autoconciencia”, donde se espera que el cambio cultural se produzca a
través del relato de experiencias personales.
El llamado feminismo materialista de la Segunda Ola, con posicio-
nes diferentes y matices, se encontró evidentemente influenciado por
estas ideas y se volcó en mayor medida a apoyar la existencia del patriar-
cado como sistema de relaciones, tanto materiales como culturales, de
dominación y explotación de las mujeres por los hombres; un sistema
con su propia lógica, pero permeable al cambio histórico y en relación
continua con el capitalismo. La filósofa italiana Cynzia Arruzza, refe-
rente activista del movimiento Internacional Women’s Strike, desarro-
lla una crítica a algunas de las principales líneas teóricas que atravesaron
los debates de izquierda de la Segunda Ola en torno de los problemas
de la mujer. Sostiene que la respuesta que mayoritariamente tuvo el fe-
minismo de izquierda frente a política del estalinismo de “reducir el
género a la clase” fue otro gran error político, el de “reducir la clase al
género”. Principalmente consistió en pensar que la opresión de género
era la variable determinante en los problemas que sufrían las mujeres
trabajadoras y que la causa principal debía localizarse en el patriarca-
do, como sistema autónomo al capitalismo. Es así cómo este concepto
calzó perfecto con una orientación que buscaba separar la lucha de las
mujeres como un movimiento de liberación específico y escindido de
la construcción de partido obreros revolucionarios. Usando como pun-
tapié las críticas realizadas por Arruzza, desarrollaremos a continuación
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una delimitación con dos de las principales ideas del feminismo ma-
terialista que han perdurado hasta el presente, con el fin de defender
una mirada marxista sobre el problema de la opresión de la mujer en el
capitalismo, que supere los dos reduccionismos enunciados por ella.6
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y con esto abrió todo un desarrollo que será conocido luego como
interseccionalidad.
Veamos cuáles son los principales problemas de considerar la exis-
tencia de un patriarcado como sistema autónomo, dual al capitalismo.
En primer lugar, la sola existencia de relaciones opresivas para con la
mujer no supone necesariamente un sistema autónomo del capitalismo
y menos aún considerar esas relaciones como relaciones de explotación
entre clases sexuales, como suponía Delphy. Desde el punto de vista
de las relaciones de clase, la explotación se define como un proceso de
expropiación de un excedente producido por una clase en beneficio de
otra, y en el capitalismo en particular por la conformación de relacio-
nes asalariadas de explotación en las que se busca una apropiación de
un plustrabajo. Si se intenta aplicar la noción de explotación capitalista
para sostener que las tareas domésticas son trabajo no pago, el único
expropiador de trabajo sería el capital, que abarataría parte de la repro-
ducción de la fuerza de trabajo que no estaría pagando plenamente. Si
es el capital el que organizaría esa explotación, entonces el patriarcado
no podría ser nunca un sistema de explotación autónomo al capitalis-
mo sino, por el contrario, la opresión de la mujer, una arista más de la
dominación burguesa. Aunque es verdad que no suele usarse ya la idea
de las “clases sexuales”, perduran en el presente los planteos de que el
hombre usufructúa y se beneficia del trabajo gratuito de la mujer en el
hogar. La consecuencia negativa de este planteo, que uniría los intereses
de todas las mujeres en sororidad contra los hombres como enemigos
comunes, es una política de conciliación de clase y una división al inte-
rior de la clase obrera.
El problema de fondo reside en pensar que la opresión de la mujer
es un hecho transhistórico y que se originaría en una pulsión natural
masculina por poseer a la mujer. La idea que la opresión es inherente a
la humanidad ya había sido refutada por Engels a mediados del siglos
XIX, con los límites de la escasa evidencia científica para la época, y
luego reafirmado y profundizado por muchas investigaciones arqueo-
lógicas y antropológicas. En la historia de la humanidad se vivió en
sociedades donde la división sexual del trabajo no supuso relaciones
opresivas para la mujer; no por las cualidades bondadosas ancestrales
de míticos matriarcados, sino meramente porque no estaban dadas las
condiciones materiales para esa opresión. Más allá de la existencia de
variadas divisiones sexuales del trabajo en el paleolítico, la opresión de
la mujer como tal sólo aparece en sociedades donde el desarrollo de las
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7. Es importante aclarar que no fue solo la izquierda la que desarrolló la noción de patriar-
cado como resabio del pasado al interior del movimiento de mujeres. En este período, al
igual que hoy, intervendrá con fuerza dentro del movimiento de mujeres un sector de claro
contenido burgués, que Arruzza llama “feminismo corporativo liberal”. Consideraban y
consideran que el sistema de valores opresivos hacia la mujer se mantiene como el último
estandarte que queda de un patriarcado preexistente, que impide una posible igualdad de
oportunidades en el presente. De esta manera, desconocen la profunda explotación de clase
que atraviesa este régimen social, que produce y reproduce una cantidad enorme de dife-
rentes opresiones en función de esos intereses de clase. Este sector tomará fuerza particular-
mente a partir de los ’80, de la mano del imperialismo, con el objetivo de integrar y cooptar
un movimiento que tiende a declinar e institucionalizarlo a partir de ese período.
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dad pasadas, sobre sus ruinas y elementos ella fue edificada y cuyos vesti-
gios, aún no superados, continúa arrastrando, a la vez que meros indicios
previos han desarrollado en ella su significación plena.”13
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16. Aunque idealmente, en los orígenes del capitalismo, las mujeres fueron consideradas in-
fantes de por vida y en ese sentido se las pretendía excluidas del mundo productivo y social,
en la práctica rápidamente fueron introducidas al mercado laboral con salarios menores
con el argumento de su “debilidad” (Marx, El capital, tomo I, Cap. XIII).
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17. Arruzza sostiene provocadoramente que si todas las tareas asociadas a las mujeres, inclu-
so la gestación, pudieran ser mecanizadas y automatizadas, no vería fácilmente probable su
reemplazo como mecanismo de disciplinamiento social, porque ninguna otra relación de
opresión se presenta tan natural y arraigada en nuestra psiquis al gestarse desde que nace-
mos por lazos de parentesco.
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El Estado es responsable
La conformación histórica del Estado moderno burgués, en todo el
mundo capitalista, implicó, donde existía, la disolución de relaciones
patriarcales que regulaban la vida económica y política. Sin embar-
go, eso no supuso, en un comienzo, que las mujeres se incorporaran
a la vida política activa. El capitalismo fue restrictivo políticamente,
no solo con las mujeres sino con el conjunto de las masas. Los de-
rechos políticos para la clase obrera, así como para la mujer, fueron
conquistados sólo a través de enormes luchas. El marxismo ha sido
desde sus orígenes crítico del falso universalismo de la “igualdad” y
la “libertad”, proclamada por el pensamiento burgués en torno de la
idea del “contrato social”. Pero esta crítica no supone lo que Carole
Paterman llamó el “Contrato sexual” (1988), es decir la existencia de
una subordinación y dominación política del género masculino so-
bre el femenino. Desenmascarar la falsa igualdad en el capitalismo
y desentrañar las múltiples formas de opresión que se desarrollan en
función de los intereses de clase debe venir acompañada de una de-
nuncia profunda al rol del Estado burgués, el aparato de dominación
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Conclusión
En este artículo hemos desarrollado la defensa de una “teoría unitaria”
del problema de la doble opresión en particular y de la producción y
la reproducción social en el capitalismo. Con sus límites, retomamos
los aportes de Arruzza en torno de una crítica hacia todo un abanico
de teorías feministas, muchas veces llamadas “anticapitalistas” que, en
nombre de una especificidad, compartimentan a la clase obrera en
diferentes movimientos de lucha que pretenden desenvolver por cana-
les diferentes y autónomos (género, sindicales, ambientales, raciales,
etc.). En la práctica, las mujeres se enfrentan a relaciones opresivas
específicas, que la fuerzan a organizarse y salir a las calles para prota-
gonizar choques contra el Estado en busca de superar esas opresiones.
Pero esas experiencias son limitadas sino confluyen en una organiza-
ción mayor, que nuclee todas esas luchas en una lucha más general
contra el Estado, responsable de garantizar esas múltiples opresiones
en función, en última instancia, de la acumulación de capital.
El feminismo de izquierda sigue, sesenta años después de la Segunda
Ola, tendiendo a reducir su intervención a una lucha escindida de la
construcción de una salida política revolucionaria que supere las con-
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las filas de la clase obrera, para que se distancien de todas las ideologías
del régimen, entre ellas el machismo, y avancen en un frente único de
clase contra el capital y su Estado.
Solo un gobierno de trabajadores puede ponerle freno, con la expro-
piación de los expropiadores y la socialización plena de la producción y
la reproducción al servicio de las necesidades sociales. Solo un gobierno
de trabajadores puede, superando estas relaciones sociales, liberar a la
humanidad de todas las formas de opresión, desarrollando las fuerzas
productivas a niveles inéditos para abrir paso al reino de la libertad y ya
no de la necesidad. Solo la refundación de la IV Internacional puede
poner en pie las organizaciones políticas obreras que marquen la pers-
pectiva urgente de una revolución mundial, para poner fin a la descom-
posición capitalista, que no solo se lleva la vida de las mujeres trabaja-
doras -en el creciente flagelo de la trata, los femicidios, la precarización
laboral y la miseria generalizada- sino que, en su afán de perpetuarse
frente a los crecientes límites de valorización del capital, pone en riesgo
la continuidad del planeta mismo, en el que la humanidad toda puede
proyectar la vida.
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