Explora Libros electrónicos
Categorías
Explora Audiolibros
Categorías
Explora Revistas
Categorías
Explora Documentos
Categorías
Introducción
polémicas de carácter público, que llegaron incluso a trascender más allá del
Atlántico. Por otra parte, ese libro que traía bajo el brazo (su carta de presentación a
la hora de hacerse cargo de la cátedra de Introducción a la Psicología en 1959), fue lo
que le valió, además de un progresivo alejamiento del PCA y el recelo de la APA, la
adhesión de los estudiantes de las flamantes carreras de psicología, que nunca
fueron afines a las ortodoxias institucionalizadas. Ellos estuvieron más que
dispuestos a recibir con los brazos abiertos a alguien que, de manera carismática, les
ofrecía una versión del psicoanálisis articulable con otros saberes en boga y, por
sobre todo, con un claro compromiso político.
Este trabajo va en la misma dirección de otros en los que ya hemos postulado
que, en el corto período entre la creación de las carreras de psicología, a fines de los
‘50, y mediados de los años ’60 se produjeron en nuestro país diversas
confrontaciones y disputas (no sólo teóricas) en el campo de la psicología, cuyo
resultado sería determinante para el desarrollo de la disciplina y la profesión hasta
nuestros días (Dagfal, 1998).
(Politzer, 1929)[4].
Esta tarea tiene que ser teórica y práctica; práctica detallada volviendo a
recorrer los caminos que recorrió Freud, volver a sus experiencias, fundir este
trabajo parcial en la teoría y práctica de la dialéctica materialista; volver a
plantear, de retorno, la tarea teórica y práctica en la psicología (p. 62).
publicada en 1963.[6]
En los capítulos subsiguientes, Bleger se dedicaría en primer lugar a examinar
con mayor detenimiento los esquemas referenciales utilizados por Freud,
básicamente, la física mecanicista y el evolucionismo, extrayendo las consecuencias
que la utilización de esos marcos teóricos había tenido para el psicoanálisis, a saber,
la “reducción de los fenómenos a términos de materia y fuerza” (p. 67) y el empleo
del método histórico-genético, que implicaba “el estudio de la conducta en cuanto
proceso, en su origen, desarrollo y transformación” (p. 84). Llegaba de este modo al
estudio de lo que denominaría “psicología dinámica”, término que encerraba una
ambivalencia: por un lado, tenía un significado ligado al evolucionismo, que
comprendía el estudio de los fenómenos psicológicos como procesos, y, por el otro,
un sentido que remitía al estudio de las fuerzas que determinaban los hechos
psicológicos. Entre estas dos acepciones se encontraba “el abismo” que separaba a la
dialéctica de la lógica formal. Mientras que la comprensión de la conducta como
proceso permitía un adelanto en el campo operacional, en el manejo de los hechos,
su reducción a un interjuego de fuerzas (las pulsiones) implicaba una transposición
teórica que se apartaba de lo concreto basándose en un realismo ontológico que no
era más que una de las formas del idealismo. La revolución freudiana radicaba para
él en esa primera acepción de la psicología dinámica, que delimitaba el fenómeno
psicológico como proceso, separando psicología de metafísica a través del concepto
de conducta. En este punto, la operación de lectura que Bleger realizó con Freud
parece más lagacheana que politzeriana, aunque las citas a Lagache no tengan en
este texto el lugar de privilegio que sí ocuparían en la Psicología de la conducta.
Precisamente, esta interpretación del psicoanálisis en términos comportamentales
venía siendo elaborada en Francia por Lagache desde 1948, diciendo que era
necesario desplazar su objeto de exploración, reemplazando el estudio del
inconsciente por el análisis de la conducta (Lagache, 1948). Un año después, llegaría
incluso a sostener que la unidad de la psicología sólo podría alcanzarse planteando
a la conducta como su único objeto, más allá de las diferencias metodológicas que
pudieran existir entre los distintos abordajes psicológicos (Lagache, 1949). Pero
Lagache, a diferencia de Politzer, no tenía ninguna relación con el marxismo ni
proponía una epistemología realista basada en el materialismo dialéctico.
Para Bleger, la teoría psicoanalítica se había apartado de las bondades de su
práctica merced a una “desarticulación de la dialéctica”, que básicamente podía
explicarse a partir de la utilización, por parte de Freud, de la lógica formal para dar
cuenta de lo real, lo que a su vez había resultado en teorizaciones basadas en la
separación y el aislamiento de términos antinómicos que en los hechos
correspondían a procesos dialécticos. El problema había sido que el maestro vienés
se había topado con la dialéctica de lo real sin contar con los elementos conceptuales
“apropiados” para abordarla. Así fue que en sus primeros tiempos descubrió la
alienación, la contradicción y el conflicto inherentes a la conducta, pero no pudo
más que teorizarlos en términos de fuerzas y energías, desarticulando todo
movimiento dialéctico de acuerdo con el materialismo mecanicista imperante en su
época. La unidad de la conducta fue fragmentada en conceptos antitéticos
separados, que a su vez fueron transformados en elementos formales constituyentes
de un supuesto aparato psíquico. De tal modo, la disyuntiva no sólo se daba –como
habitualmente se sostenía– entre materialismo e idealismo, sino entre materialismo
dialéctico y materialismo mecanicista. No obstante, sobre el final de su obra, Freud
se había percatado de su error y había vuelto a abordar la conducta a partir de lo
concreto, en clave dramática, retornando a la consideración de la persona total a
partir de una psicología del yo.
En el caso de la teoría de las pulsiones, la meta de nuestro autor era “reelaborar
una nueva psicoterapia racional, que utilizara tanto los hallazgos psicoanalíticos
como los descubrimientos de Pavlov, por lo que se lamentaba de que Bleger sólo se
hubiera perdido “en las calles ciegas del psicoanálisis” en vez de sumarse a “las filas
de los arquitectos de los tiempos nuevos” (p. 116).
En su respuesta a Lértora, Bleger volvía a insistir sobre la importancia de la
práctica concreta por oposición a la esterilidad de las discusiones teóricas,
desembocando nuevamente en una definición del psicólogo y la psicología:
Una vez más, con su estrategia retórica, hábilmente Bleger se autodefinía como
psicólogo en razón de su práctica, mientras que dejaba a su contrincante el lugar del
crítico puro que sólo se empeñaba en un debate teórico, pero nada decía acerca de
su accionar. Incluso, instaba a los jóvenes a apropiarse de la psicología haciendo de
ella un oficio, cosa que seguramente provocaba mayor adhesión que la definición
lertoriana de la psicología como “teoría y práctica de la ingeniería del alma
infanto-juvenil progresista”. De hecho, Lértora apenas pasaría fugazmente por la
Carrera de Psicología de La Plata, siendo su alejamiento una consecuencia directa
del rechazo que generó en los estudiantes de las primeras promociones, que lo
calificaban de “psiquiatrón” (Delucca, 1998). Cuando en 1963 publicó su libro
Refundamentación de la psiquiatría, debió hacerlo por cuenta propia, ya que,
probablemente, ninguna editorial estuvo dispuesta a aceptarlo. Con expresiones
tales como “el anticientismo reaccionario psicoanalista” (p. 11), “el nazi Heidegger”
(p. 7) y “dualismo antirracionalista de lo más burdo y ramplón” (p. 7), trataba de
desechar las teorías que, a su entender, habían florecido a causa de la crisis de la
psiquiatría, haciendo reverdecer “actitudes mentales medievales” (p.6). La
dicotomía era clara: por un lado –en su vertiente psicoanalítica o existencial– había
un antirracionalismo instistivista, inconscientista, emocionalista, afectivista y
subjetivista. Por el otro, Pavlov había construido una nueva teoría del hombre,
objetiva y racional, que lo definía como “un ser vivo cortical con segundo sistema de
señalación” (p.9), un animal con una estructura dinámica (compuesta por reflejos
condicionados) que había desarrollado la facultad de conocerse a sí misma. Si lo
psíquico se definía en términos córtico-cerebrales, el psicoanálisis, que era un
método de estudio del diencéfalo, no podía ser su vía de acceso. Más bien por el
contrario, el único camino apropiado era el de la fisiología experimental
reflexológica. A tal punto eran extremas las apreciaciones contenidas en el libro,
que, Guillermo Vidal, el director de Acta, que en 1959 había publicado su debate con
Bleger, hizo una reseña profundamente negativa, que daba cuenta del aislamiento
en que había quedado una posición tan intransigente como la de Lértora. Calificaba
su lucha “contra los molinos de viento del psicoanálisis y el existencialismo” como
una faena “tan esforzada como inútil” (p. 89), que no dejaba salvación posible a
excepción de la reflexología pavloviana. Para Vidal, su falta de respeto por las ideas
del otro (cosa que Bleger había denominado más académicamente como “la
estructura de su crítica”), lo dejaba fuera de la ciencia.
en esa obra escrita en Buenos Aires en 1958, pues ella se une totalmente a las
reflexiones que, con Muldworf, nos esforzábamos en formular para la misma
época. El parentesco marxista no lo explica todo [...] pero el parentesco
materialista dialéctico es aquí, de todas maneras, esencial (Béquart, 1961: 334).
Fue en este clima de ideas que se produjo el “pedido” de la dirección del PCF a
psicoanalistas y psiquiatras como Lebovici, Bonnafé, Kestemberg y Follin. A pesar
Los signatarios [...] tuvieron que centrar su vigilancia en estos problemas por la
ofensiva de la reacción. En esto los ayudó el Partido. [...] Analizaron primero el
contenido de clase de la doctrina y la práctica psicoanalítica y terminaron
reconociendo que el psicoanálisis, encarado en todos sus aspectos, es un arma
de la burguesía, y que sería falso distinguir, como lo hicieron algunos
camaradas en la primera parte de la discusión, entre la teoría y la técnica
psicoanalíticas (Anónimo, 1949).[13]
La suerte de Bleger dentro del PCA estaba echada. En 1962, cuando publicó su
artículo “Psicoanálisis y marxismo” en Cuestiones de Filosofía, no sólo no se retractó
de las ideas vertidas en su libro sino que las profundizó respondiendo
puntualmente a las objeciones de sus críticos (Bleger, 1962). Así, retomaría en
distintos planos las relaciones posibles entre psicoanálisis y marxismo y trataría de
situar su propia obra. El suyo no había sido otro intento “freudo-marxista”, según
alegaban sus camaradas, ya que él reservaba ese apelativo para los casos en que se
trataba de convertir el psicoanálisis en una concepción del mundo o en una
ideología, integrándolas dentro del marxismo. Pero esta extensión indebida de una
teoría científica no había sido privativa del psicoanálisis. Del mismo modo, el
darwinismo había sido aplicado al campo de las relaciones sociales, lo cual no
invalidaba su valor científico. También cuestionaba la “crítica confusa” y
contradictoria que desde el marxismo se había formulado contra el psicoanálisis y la
psicología en general, tratando a esta última de “ciencia idealista” (por la falta de
materialidad de los procesos psicológicos) y de disciplina reaccionaria (por sus
aplicaciones en el comercio, la industria y la represión política). Por último,
declaraba que “el marxismo, como método y como ideología,” no sólo no
reemplazaba la psicología sino que la exigía. No obstante, esta psicología no podía
construirse sin el respaldo de las condiciones histórico-sociales, lo cual habría
implicado “una utopía y un salto al vacío”. Debía basarse en el psicoanálisis, “una
etapa histórica necesaria que no se puede pasar ni por encima ni por debajo, sino
por dentro (p. 34-35). Esta era una crítica directa a sus camaradas psiquiatras, cuyo
intento por fundar una psicología dialéctica en la reflexología carecía de la inserción
cultural y de la tradición académica que en occidente ostentaba el psicoanálisis. En
cuanto a sus colegas franceses, reafirmaba su defensa de la psicología concreta y la
dramática politzerianas, calificando la crítica de Fernandez-Zoila de “empirismo
grosero” y resaltando sus propias coincidencias con las posiciones de Béquart y
Muldworf. En definitiva, consideraba que las relaciones entre psicología,
psicoanálisis y dialéctica materialista constituían un problema aún abierto, que
debía encararse por distintos caminos.
1992).[18]
Comentarios finales
En 1963 Bleger publicaría Psicología de la conducta, su obra “consagratoria”,
donde plasmaría el proyecto de una nueva psicología que sus “maestros” (Politzer y
Pichon Rivière) apenas habían logrado esbozar. Este libro tendría un destino muy
distinto del que, según vimos, tuvo su libro anterior. Bleger ya no estaba sujeto a los
cuestionamientos del PCA y era el profesor más reconocido de la Carrera de
Psicología de la UBA –al menos por los estudiantes– a la que había llegado en 1959.
Durante varios lustros, Psicología de la conducta se transformaría en el texto canónico
para el estudio de las asignaturas teóricas, y la obra de Bleger en referencia obligada
para muchos psicólogos egresados de las carreras argentinas y de otros países de
Latinoamérica. En ese trabajo, Bleger proporcionaba una síntesis ecléctica en la que
Daniel Lagache (y no Politzer) era su principal referencia. Por consiguiente, el objeto
de la psicología era la conducta (y ya no el drama), según el proyecto de unidad
concebido por el psicólogo y psicoanalista francés, que ya anteriormente había sido
adoptado por Pichon Rivière. A través de Lagache, el conductismo y el
neoconductismo hacían su aparición, pero contrapesados por la versión del
comportamiento elaborada por Janet y Piéron.[19] Merleau-Ponty y el primer
Foucault podían ser citados sin temor a represalias ideológicas, al igual que decenas
de autores de la más diversa extracción, como Skinner y Bergson, Sartre, Piaget y
Fromm. No obstante, hemos mostrado cómo, ya en su libro anterior, la obra de
Politzer y las enseñanzas de Pichon Rivière –básicamente las referencias a Melanie
Klein y Kurt Lewin– habían dado a Bleger un bagaje conceptual que funcionaría
como subsuelo teórico para su obra posterior. La “conducta” de 1963 tendría mucho
del “drama” de 1958. Sería la conducta de un “hombre concreto”, mucho más
permeada por las ideas del marxismo y la fenomenología existencial que lo que
Lagache hubiera deseado. El psicoanálisis y la dialéctica materialista seguirían
siendo la matriz del pensamiento blegeriano, moldeando su concepciones sobre la
teoría, la práctica y la epistemología psicológicas.
En 1958, al escribir Psicoanálisis y dialéctica materialista, nuestro autor se había
apropiado por adelantado de un campo que lograría conquistar años más tarde, no
sin antes tener que pagar el precio de su osadía a través de varias disputas con sus
colegas y camaradas. El análisis de esa obra permite empezar a dar cuenta del viraje
que se produjo en nuestro país entre 1957 y mediados de los ‘60, período durante el
cual el psicoanálisis adquirió el lugar de privilegio que, hasta hoy en día detenta en
amplias franjas del ámbito académico universitario de la Argentina. En los debates
que hemos comentado, el psicoanálisis, la fenomenología existencial y la
reflexología ya se perfilaban como las tres corrientes teóricas que dominarían el
espectro de la psicología argentina en los años ‘60. La historia individual y la
sexualidad infantil, la experiencia vivida y el reflejo condicionado se constituían en
claves interpretativas que no necesariamente se excluían entre sí. Sin embargo, el
componente ideológico aparecía como un organizador metateórico privilegiado, que
daba un valor agregado a determinadas concepciones por sobre las demás y
reclamaba, para algunos (como Pichon y Bleger), aportes de la antropología cultural
y la psiquiatría social norteamericanas o, para otros, la adopción de la reflexología
pavloviana. Bleger, que había leído a Lenin en francés, tampoco podía ocultar su
afinidad y su cercanía con la intelectualidad parisina, protagonizando una disputa
entre un comunismo pro-ruso esclerosado, que se resistía a desprenderse de su
lastre stalinista y un marxismo renovado a la francesa, que se apresuraba en abrazar
la razón dialéctica de Sartre y no se esforzaba en disimular sus coqueteos con el
existencialismo. En medio de todos estos avatares, construía una versión de la
psicología que, según lo que parecía ser en Francia y Estados Unidos “el espíritu de
los tiempos”, debía basarse en el psicoanálisis pero no podía conformarse con él si
quería tener algún impacto en el plano social. De todos modos, cabe preguntarse
qué quedaba del psicoanálisis “freudiano” en esa psicología “de base psicoanalítica”
que tan rápidamente se impondría en nuestro medio, dejando de lado el
inconsciente y la teoría pulsional. Tampoco parecía quedar demasiado del
kleinismo, al concebirse las fantasías, en clave vincular, como “interiorizaciones” de
relaciones sociales à la Mead o à la Lewin. Lo cierto es que ya en 1958 Bleger se
posicionaba como psicólogo y se dirigía a los futuros psicólogos. Podría haberse
contentado con permanecer en el campo de la psiquiatría y desde allí pensar en una
nueva psicoterapia, como sus colegas franceses. Sin embargo, decidió proponer una
nueva psicología en la que la teoría y la práctica se articularan de tal manera que
poco tuvieran que ver con el campo médico. Años más tarde, en Psicohigiene y
psicología institucional (1965), establecería los principios de un proyecto profesional
para los psicólogos, según el cual la juventud (que ya en 1958 había descripto como
más atraída por el psicoanálisis que por ninguna otra corriente psicológica) sólo
debía utilizar el “psicoanálisis operativo” al servicio de una práctica comunitaria
inspirada en la higiene mental, y no ejercitarlo de manera individual en la clínica
privada. Completaría de esta manera una tarea que, siete años antes, había definido
en términos dialécticos como de una estrecha vinculación de la teoría con la práctica.
Marcos Victoria, su antecesor en Introducción a la Psicología y primer director de la
carrera, era un férreo defensor de las incumbencias profesionales de los médicos en
el campo de la psicoterapia, y concebía un rol profesional para el psicólogo
absolutamente dependiente del del médico. En esas circunstancias, en que las ideas
de Victoria eran compartidas por no pocos profesores y autoridades de las nuevas
carreras, no resulta difícil comprender por qué el discurso blegeriano fue
rápidamente incorporado por los estudiantes. Implicaba a la vez una delimitación
de la disciplina y la posibilidad de adquirir una identidad profesional no
subordinada.
En 1963 Jorge Thénon completaría su Psicología dialéctica, al tiempo que Bleger
publicaba su Psicología de la conducta y Lértora su Refundamentación de la psiquiatría.
Los tres libros implicaban síntesis teóricas que definían líneas cuyo éxito sería muy
dispar: Thénon nunca entró en las carreras de psicología y tendría cada vez menor
influencia dentro de la psiquiatría. Lértora debió irse de la Carrera de Psicología de
La Plata ante el rechazo de los estudiantes, terminando su carrera profesional en el
hospital neuropsiquiátrico de Melchor Romero y su carrera académica en la
Facultad de Ciencias Médicas. Bleger, por su parte, se erigió en referencia obligada
para más de una generación de psicólogos. Tres años después, en 1966, José
Itzigsohn, que había tenido un rol menor en la “reprimenda ideológica” del ’59,
sería director de la Carrera de Psicología y se permitiría prologar elogiosamente el
libro que contenía la traducción de los debates del grupo de La Raison, en los que
Béquart y Muldworf ensalzaban al mismo Bleger que él había criticado (Itzigsohn,
1966). Respetando la tradicional década de demora, así como la Francia del ’56 no
había sido la misma que la del ’49, la Argentina del ’66 ya no sería la misma que la
del ’59.
REFERENCIAS
[7] Este deslizamiento sería objetado tanto por sus críticos como por los que comulgaban con sus ideas, según
veremos más adelante.
[8] La italización es de Bleger.
[9] Para una buena síntesis de este tema, véase Gavrilov (1960).
[10] Para un completo tratamiento de este tema véase Vezzetti (1996).
[11] Bermann y Rojas visitaron a Freud en 1930, según indica Vezzetti (1996). La fecha de su encuentro casual con
Mercante, si bien es anterior, resulta difícil de precisar, ya que él mismo no la menciona en su propio relato de los
hechos, en su libro La paidología, de 1927.
[12] Citado por Roudinesco (1993) 185.
[13] Citado por Roudinesco (1993) 188-189
[14] Curiosamente, sin nombrarlo, Cabral citaba también al primer Lacan, tomando su comparación del análisis
con una “paranoia dirigida” para reafirmar su crítica sobre la mistificación a la que conducía (Bleger y Cabral,
1959).
[15] Hugo Vezzetti pudo constatar en una comunicación personal que ese “Espectador” no había sido otro que
César Cabral (Vezzetti, 1991).
[16] Ese mismo año Agosti había publicado dos libros: El mito liberal y Nación y cultura, en los que trataba de
rescatar una tradición democrática nacional (encarnada por Moreno, Echeverría y Sarmiento) diferenciándola de
la tradición liberal oligárquica (Terán, 1991: 64-65).
[17] Itzigsohn también sería profesor en la Carrera de Psicología de la UNLP durante varios años.
[18] Si bien Leopoldo Bleger, hijo de nuestro autor, sitúa la fecha de la expulsión en 1962, Vezzetti (1991) la ubica
en 1961. De todos modos, es muy probable que el artículo publicado en 1962 en Cuestiones de Filosofía haya sido
escrito antes de ese suceso y haya contribuido en esa dirección.
[19] Para un tratamiento de la tradición comportamental francesa véase Dagfal, 1997.