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Dios le dijo a esta Antioquía: “Te haré arrugada y escabrosa, para que tus hijos luchen
contigo. Su vida no será en labranzas ni pastoreos apacibles: habrán de sacarte el pan
de tus propios entresijos. Mira: Tu relieve es tal, que tus mismos geógrafos habrán de
confundirse; los hombres que vuelen por sus espacios podrán darse mediana cuenta de
tu formación. Mas nunca podrán contemplarte tal cual eres en tu conjunto, ya te
estudien de soslayo, ya de plomo. Conforme lo dijo Dios, tuvo que ser. Aborígenes,
conquistadores, colonos, esclavos, hombres libres, todos, unos tras otros, han rompido
y escarbado este suelo en busca de ese Dios adorado, desde su primera revelación, y
que lo será, seguramente, hasta la consumación de los tiempos”.
Entre los años 70´s y 80´s se da el mayor momento de agitación política en el país, las
grandes protestas y movilizaciones sociales se enmarcan en esta época. Sin embargo, en
Antioquia, y específicamente en el oriente antioqueño los sindicatos no tenían mayor
incumbencia para lograr reivindicaciones frente a las transformaciones que se analizaron
anteriormente sobre la región. Esto podría explicarse por el carácter de estos sindicatos, como
lo explica Urrutia (2016), en Antioquia predominó exitosamente la Unión de Trabajadores de
Colombia, la cual era una organización creada desde la iglesia católica y basada en los
trabajadores de la industria manufacturera, que solamente buscaba mejoras económicas en la
vida de sus afiliados sin mayores pretensiones en el ámbito político. En consiguiente, las
movilizaciones y los tres grandes paros que se desarrollaron el oriente se dieron mediante las
raíces y la evolución del Movimiento Cívico del Oriente Antioqueño, quienes en su etapa de
mayor cúspide se lanzaron hacia la propuesta política, con los efectos trágicos que esto
desencadenó.
Los tres procesos descritos en la segunda sección del texto, interactúan conjuntamente en los
80's en lo que sería los primeros fenómenos de violencia del conflicto armado en la región del
oriente antioqueño. Como se indicó, un largo ciclo de luchas cívicas en la región a razón de
motivos específicos y coyunturales relacionados con las transformaciones en el territorio, se
van traduciendo con el tiempo en un momento de cohesión y unidad territorial de la protesta
y la movilización del oriente, que se encarna finalmente el Movimiento Cívico.
La presencia de las instituciones del Estado no era débil y la mediación de los partidos
tradicionales, dejaban poco espacio para la participación e intervención nuevos actores
políticos con deseos de organizarse. Sin embargo, la masiva participación de las localidades
mediante procedimientos horizontales fuertemente democráticos, generó una dinámica
territorial de desplazamiento y movilidad que le dio cohesión y convergencia a la región.
Estas formas de participación de la comunidad, lentamente rompieron con el esquema
paternalista y clientelista que ostentaban los partidos tradicionales, pues ya no se necesita de
la mediación de políticos, gamonales y caciques locales para obtener los beneficios del
Estado; sino que la misma población se organiza y con su poder de facto es capaz de lograr
reivindicaciones en los problemas comunales (Novoa, 2009). De manera que, el siguiente
paso del movimiento ya hacia mediados y finales de los 80´s, fue lanzarse como propuesta
política para participar en el proceso político electoral local (recientemente abierto con la
elección de alcaldes).
No obstante, si bien fueron provechosos los esfuerzos para sacar adelante una propuesta
política basada en el poder popular, en la convergencia política de la región, y en la
constitución de una nueva alternativa; lo cierto es que la represión institucional y
parainstitucional fueron en desmedro de este empeño. El asesinato, desaparición o
desplazamiento de los principales líderes del movimiento, empezando con Julián Conrado en
San Carlos en octubre del 83, constituyó la tragedia del movimiento y reforzó nuevas
dinámicas de violencia que se presentaron en la región.
3.2. Las Guerrillas en el Panorama Histórico del Conflicto en el Oriente
El Ejército de Liberación Nacional (ELN) es tal vez el grupo más endógeno de la zona, se
instauró en la zona mediante la creación de una cuadrilla fundada por el sacerdote Bernardo
López Arroyave, y hace sus primeras incursiones en la zona de San Luis, San Carlos y San
Francisco. En 1985, pasan de la cuadrilla hacia el frente y el grupo usa el nombre de dos
catequistas cristianos de Cocorná que habían sido asesinados (Carlos y Alirio Buitrago) para
instituirse en el oriente. En el proceso de expansión del ELN sobre la región, se le encargó al
frente Carlos Alirio Buitrago la misión de ejercer control sobre parte del complejo
hidroeléctrico, en la autopista Medellín-Bogotá y en la zona productiva de cemento en
Rioclaro y Nare, para así, financiarse de sabotajes y extorsiones que pudieran desarrollar en
estas zonas estratégicas.
Es mediante este grupo armado que se insertan las experiencias individuales de las personas
perseguidas por el movimiento cívico. Así pues, muchos de los combatientes que permitieron
la expansión del ELN eran originarios de la zona, quienes habían sido perseguidos por haber
pertenecido a las distintas instancias del Movimiento Cívico del Oriente, o simplemente eran
conocidos por tener preferencias ideológicas estigmatizadas de subversivas. Tales
persecuciones y asesinatos, son atribuidas a una primera generación de paramilitares
formados en las escuelas de guerra del magdalena medio y financiadas por el narcotráfico.
Tal son el caso de escuadrones de la muerte como “Los Masetos” y las antiguas Autodefensas
del Magdalena Medio de Puerto Boyacá en las que Ramón Isaza era uno de sus comandantes,
quienes se perciben como los autores de los crímenes contra el movimiento en coordinación
y/o con el beneplácito de la fuerza pública.
En síntesis, las dinámicas de violencia que se empezaron a dar en contra de los líderes
sociales de la protesta civil y contra partidarios de ideas vistas desde la institucionalidad y la
parainstitucionalidad como subversivas, jugaron un rol fundamental en la consolidación de
grupos que surgían en la zona como es el caso del ELN. Este grupo, sin nacer propiamente de
las dinámicas de la región, sí se constituyó por cerca de una década a partir de pobladores de
la zona, por lo que los lazos afectivos y personales se mantuvieron en el conflicto. Lo
anterior, se evidenciaba en una violencia que era de baja intensidad y altamente selectiva,
pues la endogeneidad de los integrantes del ELN generaban espacios más abiertos para el
diálogo y la negociación con la comunidad en su deseo de reducir los efectos inherentes de la
guerra. A pesar de ello, el grupo nunca se instituyó como el dirimidor de los conflictos
sociales, sino más bien su alta presencia militar sumada al apego de sus integrantes con las
comunidades, jugaba a favor de una mayor capacidad de agencia de los pobladores para
concertar acuerdos con el grupo armado.
Aún así, ya se avistaba la entrada de un nuevo grupo en las dinámicas del conflicto en la
zona, pues el surgimiento endógeno de grupos paramilitares en las zonas aledañas al oriente
antioqueño, hace que esta zona se torne estratégica para los grupos armados. Particularmente,
la conformación de las Autodefensas del Magdalena Medio por parte de Ramón Isaza iba a
tener un efecto importante en cómo se transformaron las dinámicas de violencia en la región
del oriente. Igualmente, la instauración del Bloque Metro desde las Autodefensas Campesinas
de Córdoba y Urabá, y del Bloque Cacique Nutibara fueron determinantes para la trayectoria
que tendría el conflicto armado posteriormente.
Inicialmente el Bloque Metro, hace su incursión en el oriente cercano (El Carmen de Viboral
y La Ceja) para el año 97, para posteriormente desplegarse hacia la zona de los embalses en
Granada y San Carlos. Así mismo, la presencia de este grupo se alargó hasta la zona de
páramos en Argelia y Sonsón, lo que produjo un alto número de desplazados. Igualmente, las
Autodefensas del Magdalena Medio mediante el frente José Luis Zuluaga, venían de regiones
cercanas al oriente y varios de sus integrantes eran originarios de éste (al igual a como se dió
en el ELN), por lo que sus dinámicas de violencia también fueron mediadas en parte, por los
esfuerzos de la comunidad de acercarse a estos actores armados y concertar medidas que
menguaran los efectos de la guerra, por lo que muchas veces primaron antiguos lazos de
amistad o de parentesco para así disminuir las acciones violentas.
Por su parte, la presencia de las FARC en la zona se dió mediante la entrada y creación del
frente 47 y 9 del grupo armado, los cuales provienen de subdivisiones a frentes cercanos de la
zona. La entrada de este grupo, se da como una decisión estratégica de detener el avance de
los paramilitares en la zona del oriente, al igual que buscando fuentes de financiación con
miras a la extorsión en el complejo hidroeléctrico y en la autopista Medellín-Bogotá. En
varias oportunidades, se registraron choques por el control territorial entre las FARC y el
ELN, aunque también se evidenció la complicidad y la unión de propósitos entre ambos.
Finalmente, las FARC terminarían dominando las zonas en donde el ELN había tenido una
presencia de más vieja data.
Para los años de 2002 y 2003 se dan distintos procesos que transforman el protagonismo del
conflicto en el oriente antioqueño; no solamente con la desaparición del Bloque Metro, sino
también con el inicio de las desmovilizaciones por parte del Bloque Cacique Nutibara (que
era el grupo dominante territorialmente). Igualmente, mediante el inicio de la política de
Seguridad Democrática por parte del presidente Uribe, las Fuerzas Armadas empiezan a tener
un rol más activo en la búsqueda del control de la zona y la estabilización de los fenómenos
de violencia.
Así pues, al desmovilizarse los paramilitares del Nutibara, si bien se conforma el grupo
Héroes de Granada que se desprende de este, las acciones militares por parte de los actores
parainstitucionales decaen uniformemente. De esta forma, los actores principales del
conflicto desde el 2003 fueron las FARC y el ejército nacional, produciendo otro pico de
violencia en el 2004, pero se conecta con la fuerte decisión de la fuerza pública de recuperar
el control de la zona y replegar a los guerrilleros hacia las zonas más periféricas.
Como se expuso al inicio del texto, existen diferentes procesos en un territorio que
configuran cómo se piensa y cómo se actúa sobre éste. El oriente antioqueño ha estado
inmerso en procesos políticos, económicos, sociales y de conflicto, que moldean las
diferentes trayectorias que experimentan. Por ende, distintas dinámicas afectan el desarrollo
de las subregiones y de los municipios, tales son los diferentes procesos de poblamiento, la
conformación socioespacial de la zona, la estructura agraria y productiva que se
desenvuelven, las distintas formas de presencia estatal y su variación en el espacio y el
tiempo, las disputas que se dan al poder político existente y las trayectorias de conflicto
experimentadas (González, Bolívar y Vásquez; 2003). Sin embargo, tampoco se puede
considerar a la región como uniforme u homogénea en el desarrollo de estos procesos, pues
han habido también diferencias históricas en el estado de cada una de estas dinámicas.
Este trabajo se enmarca en el estudio de tales dinámicas en función de un marco conceptual
de la presencia diferenciada del Estado en tiempo y espacio a largo del territorio nacional.
Igualmente, se basa en la concepción de distintas trayectorias que se experimentan en un
territorio en función de la relación histórica con el Estado por parte de los pobladores, así
como en distintas dinámicas espaciales y de violencia que se dan en el desarrollo de un
conflicto armado.
A partir de lo anterior se dará cuenta del conjunto de fuerzas que actúan sobre el oriente
antioqueño, iniciando en primer medida, con el estudio de las formas de poblamiento y de
configuración socioespacial y su relación con la presencia estatal diferenciada, y las
subsecuentes dinámicas de conflicto experimentadas. Las formas de poblamiento en
Antioquia, y en especial del oriente, se dieron mediante una colonización de ya hace más de
200 años en la que la base era completamente agrícola. Esto marcó la tradicionalidad y la
tendencia conservadora de la región, que hasta los 50´s mantenía en buena parte su estructura
agrícola de pequeños y medianos latifundios. Sin embargo, al darse una nueva configuración
territorial mediante procesos exógenos de desarrollo centralizado desde el Estado en función
de la acumulación de capital, se alteran las configuraciones sociales y espaciales tradicionales
que estuvieron arraigadas en las comunidades. Así pues, se da una primera presencia estatal
en la subregión, pero esta se enfoca en generar grandes megaproyectos productivos (complejo
hidroeléctrico, autopista, etc.) para los intereses del país, sin prestar mucha atención a las
comunidades que habitaban en la zona y en generar un desarrollo en conjunto con estas.
La configuración política de la región del oriente era similar a muchas regiones del país, en
donde los gamonales y caciques locales adscritos a los partidos tradicionales, especialmente
el partido conservador, eran quienes administraban los recursos provenientes del Estado. Por
lo que, solamente mediante su intermediación, las comunidades podían aspirar a obtener los
beneficios de los recursos estatales. No obstante, se da endógenamente en la región, un nuevo
proceso de configuración socioespacial basada en la construcción y movilización social, que
mediante procesos altamente participativos y democráticos le da una oportunidad a la
comunidad de saltarse la tradicional mediación partidista. Por ende, mediante la acción
colectiva se comenzaron a dar reivindicaciones comunales, y posteriormente, se empezó a
generar una propuesta política alternativa basada en las localidades y en el accionar comunal.
A pesar de esto, tal movimiento amenazaba con a loas intereses y la configuración que los
poderes tradicionales habían construido en la zona desde hace décadas, por lo que se
empiezan a dar fenómenos de violencia institucional y parainstitucional en contra de estos
levantamientos cívicos. Lo anterior, daría cuenta de que el control del monopolio de la
violencia y de la justicia no estaba enteramente en las manos de las instituciones estatales,
sino que en cierta medida, el orden de la región lo ostentaba poderes tradicionales del
conservadurismo antioqueño de vieja data. Por ello, habría la necesidad de comprender al
oriente antioqueño en su momento, como una región controlada indirectamente por el Estado
(González, 2015, pp. 61), pues a pesar de la presencia de las instituciones estatales, el orden
aún debía ser negociado con los poderes locales de los partidos.
Finalmente, estos primeros hechos de violencia que buscaban proteger el status quo de los
poderes tradicionales, tuvieron repercusiones para la posterior incursión de grupos armados;
inicialmente, el ELN recibiendo en sus líneas muchos de los casos de persecución política
que se dieron en el oriente. Tal hecho, es muestra de un contexto violento en el que la vía
armada es la única salida para algunas personas de preservar su vida. De esta forma, se va
configurando un control territorial, medianamente endógeno a las comunidades por la alta
presencia de personas originarias de la zona, pero con un grupo que en ningún modo controló
las relaciones sociales de las comunidades, pues el oriente ya había experimentado los
procesos de configuración política, económica, social y de relación con el Estado.
Hacia 1997, es cuando el panorama cambia en la zona, y de ser una zona con un control
territorial medianamente marcado, se pasa a una zona en constante disputa. Debido a la
contigüidad con zonas donde grupos guerrilleros y paramilitares sí fueron endógenos, y a los
beneficios que el oriente ofrecía, las decisiones estratégicas nacionales se direccionan hacia
una disputa por el control territorial y poblacional en los municipios del oriente. Es en este
momento, en donde se constituye como un territorio en disputa (Vásquez, Vargas, Restrepo;
2011), pues ninguno de los grupos armados logra tener una inserción efectiva en los
conflictos sociales, económicos y políticos de las comunidades, y se generan dinámicas de
violencia con una alta intensidad e indiscriminada desde cada una de las partes hasta que
alguno de los grupos logre consolidarse (Kalyvas, 2012), al menos territorial y militarmente.
Esto último, sólo se generó hasta el final de la década de violencia, cuando finalmente es la
fuerza pública la que logra ejercer el control de la mayor parte del territorio para el año 2007.
En resumen, han existido varias dinámicas en la región que han moldeado los diferentes
procesos de violencia a lo largo de su territorio. Por ello, es necesario un esfuerzo a nivel
municipal, que proporcione las experiencias concretas que se dan en una localidad que está
envuelta en las dinámicas subregionales del oriente antioqueño. De esa forma, se espera
evidenciar de manera más profunda cómo se dan los procesos de violencia en las
interacciones concretas de los grupos armados, la población y los actores políticos y sociales
como lo proponen los trabajos de Kalyvas (2012).
San Carlos y Granada, ambos municipios del Oriente, reflejan las dinámicas descritas
anteriormente: Poblamiento agrícola en terrenos montañosos-que “forjaron el espíritu de
trabajo” antioqueño-, tradición conservadora, predominancia de minifundios e integración
económica similar con el centro económico. Ambos municipios también contaron con el
surgimiento de movimientos cívicos bajo las mismas condiciones, como reacción a los
procesos de desarrollo de infraestructura que se imponían desde el nivel nacional. Las
demandas de la población en relación a la baja calidad en la prestación de servicios públicos,
demandas para la agricultura y especialmente su inconformidad con la negociación de
desalojo de los territorios para las represas (principalmente precios muy bajos o negativa a
comprar el terreno) tuvieron como resultado protestas sociales y paros cívicos ante la poca
disposición al diálogo del gobierno nacional y las empresas, lo que generó un ambiente de
malestar colectivo que le brindó a las guerrillas una oportunidad de entrada como actor para
canalizar dichas demandas.
Este periodo es conocido por ser el principio de los ciclos de violencia (con índices bajos,
debido a los altos niveles de selectividad), no sólo por las acciones de control del ELN, sino
por el asesinato de líderes de movimientos cívicos y sociales, que empezaron a poner en
riesgo el status quo de la élite regional (representada en el “Villeguismo”, el ala conservadora
del oriente antioqueño dirigida por Álvaro Villegas Moreno [CNMH, 2011, p. 59]),
atribuidos a miembros del MAS y a alianzas de los políticos locales con grupos paramilitares
del Magdalena Medio.
El fin de la etapa expuesta coincidió con la llegada de los frentes 9 y 47 de las FARC a la
zona (en 1987 para Granada y finalizando la década en San Carlos), como parte de la
estrategia definida en la VII conferencia del grupo guerrillero, que contemplaba la expansión
hacia zonas de potencial económico y colonización interna. El oriente cumplía con dichos
requerimientos, además de facilitar conexión hacia el oriente cercano y de allí al Valle de
Aburrá.
A pesar del modo de relacionamiento militarista que entabló las FARC con la población
(contrario a las relaciones sociales que logró establecer el ELN), la población recuerda el
periodo entre el 80 y mediados del 90 como la hegemonía guerrillera. Así, al no constituirse
como un territorio en disputa, la violencia era selectiva y correspondía a las pocas personas
que se manifestaban explícita y públicamente en contra de los grupos guerrilleros.
Con ello en mente, se explicarán los modos de violencia en cada municipio para mostrar la
relevancia que tomaron los estigmas hacia la población en Granada, y cómo ello puede
explicar parcialmente la diferencia entre violencia simultánea o excluyente en un contexto tan
similar.
Como ya hemos visto, la historia de San Carlos refleja los distintos momentos del conflicto
del país: el florecimiento de los movimientos sociales en los ochenta junto a la
instrumentalización que las guerrillas hicieron de las demandas sociales, el mutilamiento de
la democratización política, perpetrada por una alianza entre élites y grupos armados de
derecha, y la convivencia colaborativa entre estos últimos y las fuerzas armadas. El
municipio ha padecido muchas de las expresiones violentas que tuvieron lugar en el conflicto
armado, en un intento de todos los grupos armados de consolidar un orden social (vía
armada) y articular a la población a sus intereses. (CNMH, 2011, p. 93).
En ese mismo sentido, las causas y la consolidación de los grupos armados en el municipio
tuvo las mismas alicientes que en el resto del país. El ingreso de la guerrilla al municipio se
explica en parte por la negativa del gobierno local y nacional al reconocimiento de demandas
de movimientos sociales y cívicos: las guerrillas intentaron canalizar tal frustración y muchos
habitantes terminaron aceptando la presencia de los grupos subversivos, en reemplazo del
Estado, que no lograba llegar de forma eficiente con servicios a la cabecera municipal, y
mucho menos a las comunidades veredales.
A pesar de ello, los conflictos vienen de más atrás. Como se mencionó anteriormente, la
integración del Oriente Lejano a la economía departamental y nacional se dio a través de la
construcción de la vía Medellín-Bogotá y el complejo de represas e hidroeléctricas. Sin
embargo, dicha integración fue profundamente violenta y colonialista en relación Estado
central-región. Los conflictos que generó los bajos precios de compra de los predios
inundados, la negativa a ofrecer vivienda a las familias despojadas de sus terrenos, e incluso
el desplazamiento violento de las familias que se oponían a desalojar dejaron heridas
profundas en la población, que catalogaron dichos procesos como el “primer desplazamiento”
o “desplazamiento negociado”. Más aún, de manera silenciosa se rompieron los vínculos y
las formas de organización de la población, al privilegiar la negociación individual de predios
(y no la colectiva, como se dio en los municipios de El Peñol y Guatapé), lo que puso
obstáculos para las redes de apoyo comunitarias una vez los campesinos eran desplazados.
Adicionalmente, las consecuencias en la tierra para los campesinos que no fueron desalojados
tampoco fueron tenidas en cuenta:
Ya habíamos dicho que las distintas dinámicas del conflicto en el municipio se presentaron de
tal modo que un evento violento se ató a otro: violencia simultánea. Más en detalle, el
mecanismo funciona a través de hechos violentos “aislados” que se unen en una ruta definida
y que terminan coincidiendo en el tiempo. Al mirar el histórico de denuncias en el municipio,
se observa como el grupo armado perpretrador deja una “estela de muerte” a su paso, al
cometer una masacre en una vereda, dirigirse a la vereda al sur para realizar un asesinato
colectivo, amenazar de manera directa a los pobladores de dicha zona, amenazar de manera
indirecta a las veredas alrededor de los actos de violencia, y finalizar con la extorsión de un
campesino (CNMH, 2011, p. 135). En especial, la relación se da entre masacre y asesinato
selectivo, lo que habla acerca de los vasos comunicantes que han entre ambas modalidades de
violencia, y el efecto de desplazamiento que traen consigo (parte de esta “estela o rastro de
muerte”) como síntoma del terror generalizado en la población, que no encuentra más
alternativa para proteger su vida, que el abandono de su territorio.
Por último, se condensa a esta triste mezcla de formas de violencia las minas antipersona, que
constituyeron la forma de terror permanente para el abandono definitivo de los territorios por
parte de la población civil. El accidente de un menor que falleció al coger el fruto más jugoso
de un naranjo, el cual estaba conectado a un dispositivo explosivo, prendió las alarmas de la
comunidad, que terminó de reforzar los miedos presentes acerca de la violencia. Al punto que
es de San Carlos la idea de tanta resonancia que compara la mina antipersonal con el
“soldado perfecto”.
6.2 Granada
Contrario a San Carlos, Granada tuvo una mayor integración económica (aunque incipiente)
con el departamento. A pesar de contar con bajos niveles de tecnificación agropecuaria, el
municipio ha sido reconocido como una de “las despensas” más importantes con las que
contaba Medellín.
La violencia se vio caracterizada por la forma de relacionamiento determinada que los grupos
armados tuvieron con la región. La cuenca del río Calderas fue la base de los principales
asentamientos guerrilleros en la región, lo que repercutió en que el municipio se consolidara
como territorio de control y no zona de paso. Esto tuvo dos consecuencias a largo plazo: 1.
Aumento de hostilidades una vez empieza la estrategia antisubversiva, ya que los grupos
guerrilleros decidieron replegarse y concentrarse en sus retaguardias, y 2. como consecuencia
de lo anterior, las guerrillas acudieron masivamente a las minas antipersonales como
mecanismo defensivo de sus territorios (CNMH, 2016, p. 41-44).
Así como San Carlos, Granada también recuerda el periodo anterior a la llegada del
paramilitarismo como un orden social que ellos consolidaron junto al ELN. La formación de
las bases elenas en el corregimiento de Santa Ana se logró gracias al objetivo primario de
permear las dinámicas sociales y políticas. Los guerrilleros se insertaron en la comunidad
como simples jornaleros, que prestaban su conocimiento o su mano de obra en la resolución
de problemas técnicos de siembra o la construcción de una casa. Poco a poco los militantes
fueron mezclándose con la ciudadanía, al punto de establecer amistades y consolidar nuevos
miembros para la organización.
Con la consolidación del ELN en la región, este proporcionó ayuda estratégica y militar para
que las FARC pudiera hacer su entrada, como parte de los acuerdos que se establecieron en la
CGSB. Sin embargo, al igual que en San Carlos, no hubo énfasis en establecer lazos con la
población, sino en la imposición de un orden militar, lo que a fin de cuentas significó luchas
incluso entre las mismas guerrillas.
Los grupos paramilitares no establecieron bases en los corregimientos (a nivel Santa Ana
como las guerrillas, o como Doble Cero en el Jordán, Juanes, Antioquia), lo cual reforzó el
estigma de que la población de la cabecera municipal era todo el apoyo municipal que
necesitaban. Así mismo, que los campamentos guerrilleros se ubicaran en Santa Ana, generó
un estereotipo a la población proveniente de esa zona, haciendo que toda persona que viniera
de Santa Ana, fuera catalogada inmediatamente como guerrillero.
7 Conclusiones
A lo largo del texto se trató de exponer un modelo teórico conen base a la región del oriente
antioqueño. La idea de la presencia diferenciada del Estado como un lente analítico y
metodológico nos posibilitó entender las diferencias en relación al tiempo y el espacio que ha
tenido el departamento de Antioquia, lo que a su vez permite consolidar análisis más
profundos acerca de sus diferencias culturales marcadas más no visibilizadas, los contextos
geográficos que determinaron la conectividad de la región a lo largo de la colonia, y del siglo
XIX en adelante, así como la integración económica parcial y basada en la industrialización
del Valle de Aburrá. Tal integración económica explica así mismo los intentos de proyección
nacional que se llevaron en la región del Oriente, y que implicaron el inicio de la vida
económica y de violencia de la región.
El estudio del Oriente Antioqueño ofrece luces acerca de las múltiples formas en que el
conflicto armado se reprodujo, integró a la institucionalidad y afectó a la población. La
población San Carlitana y Granadina optó mayoritariamente por el desplazamiento como
última forma de protección de la vida, pero su retorno a la región no es sencillo de ninguna
manera, en especial teniendo en cuenta la crisis de legitimidad en que se encuentra la
institucionalidad estatal a causa de la colaboración de las Fuerzas Armadas con los grupos
paramilitares, y los abusos contra la población civil. En ese sentido, el principal reto para el
posconflicto está no en términos de garantizar la no repetición, procesos que la comunidad ya
ha venido estableciendo, sino en el fortalecimiento y la recuperación de la confianza de la
población en el Estado.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Centro Nacional de Memoria Histórica (2011), San Carlos: memorias del éxodo en la guerra.
Bogotá, CNMH - Colciencias - Taurus.
García, C.I. et al. (2011). Geografías de la guerra el poder y la resistencia. Oriente y Urabá
antioqueños 1990-2008. Instituto de Estudios Regionales: Universidad de Antioquia.
Kalyvas, Stathis N. 2012. Micro-Level Studies of Violence in Civil War: Refining and
Extending the Control-Collaboration Model. Terrorism and Political Violence 24, no. 4
(2012): 658-668.
Roldan, G. y Ramírez, J., Los embalses en Antioquia: fuentes de agua potable y de agua para
energía. En: Hermelin Arbaux, M. (2006). Geografía de Antioquia: geografía histórica,
física, humana y económica. Medellín : Fondo Editorial, Universidad EAFIT; Antioquia:
Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, Capítulo de Antioquia,
2006.
Vásquez, T., Vargas, A. y Restrepo, J. (2011) Una vieja guerra en un nuevo contexto:
Conflicto y territorio en el sur de Colombia. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana.
Comentarios:
Es un muy buen trabajo que evidencia una revisión adecuada de la bibliografía y un diálogo
con los principales conceptos y enfoques desarrollados en clase.
A veces la descripción se torna repetitiva por una cuestión de escala: primero abordan el
aspecto subregional y luego el municipal pero se trata de historias de configuración muy
similares.
También habría valido la pena arrancar con la apuesta conceptual del texto y, a partir de
ahí, delimitar la descripción del proceso de configuración regional.
NOTA: 4.5