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RESEÑA SOBRE EL DESARROLLO DE LA URBANIZACIÓN COLINAS DE

BELLO MONTE

W E D N E S D A Y, A U G U S T 2 2 , 2 0 0 7

El sueño caraqueño

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Caracas, como Florencia, ha desarrollado un recurso de autocontemplación


urbana de filiación itálica: el “palcoescenico”. Las colinas del sur, situadas frente
al gran patio de la ciudad y su telón de fondo, son de manera natural el
belvedere monumental de una urbe que, a pesar del caos, conserva un excelente
“lejos”. Basta darse una vuelta por el Fiésole florentino, entre las colinas de San
Miniato y Bellosguardo, para encontrarse con un todo un despliegue de
tipologías de la mirada: iglesias de San Salvatore al Monte, fuertes Belvedere,
torres del Observatorio. Las tipologías caraqueñas, aunque otras, se elaboran
sobre el mismo impulso teatral hacia la ciudad. Este es el sueño que empieza a
esbozarse en Caracas en los años cincuenta: las colinas se empezaron a
urbanizar para mirar.
Para que este sueño triunfase, hizo falta una demostración fehaciente y un
promotor que tomase la iniciativa. El “primer trepador de cerros”, según sus
propias palabras, fue Inocente Palacios, el urbanizador de Colinas de Bello
Monte, la suburbia colgante inaugural de Caracas. Esta urbanización acróbata,
fuertemente arraigada en la estética de los cincuenta, unida al flamante perfil
ilustrado de este promotor, difundió su modelo urbano de desarrollo durante las
décadas siguientes por toda la periferia. 1950 fue la década de oro de la
arquitectura venezolana, cuando el país construía todos y cada uno de sus
sueños de progreso. El sueño caraqueño arrancó de ser el de un solo caraqueño:
el delirio lírico de un promotor empresario.
El magnetismo suburbano arranca con la singular historia de su vida. Su
emigración constante hacia el este, de casa en casa, desde la señorial casa
paterna en el damero colonial hasta su atalaya en Bello Monte, es una metáfora
del desarrollo de la ciudad. Así, en la historia de la arquitectura y el urbanismo
caraqueños Inocente Palacios resulta legendario. Su pasión por la música, unida
a una conexión muy cercana a la arquitectura brasileña a través de su amistad
con Oscar Niemeyer, van a modelar tanto su visión como su ambición urbanas.
“Cuando se construyó Brasilia”, decía, “Oscar Niemeyer me invitó a
presenciarlo. Esa ciudad la construía un enjambre humano que vivía en las
laderas. Cuando empezó a vivir, se vuelve una ente ficticia colocada en el
centro de aquella otra urbe turbulenta que es la Brasilia de los que la
construyeron. La gran ciudad son las laderas: ahí se formó la verdadera
Brasilia”. Este romanticismo por la vida urbana “en las laderas” se une al
impacto que le produce la casa de Niemeyer: “en el tope de un gran acantilado,
con toda la naturaleza metida dentro...” Imágenes que modelarán Bello Monte.
Palacios comienza a dedicarse abiertamente al urbanismo; promotor cultural
vuelto promotor urbano. Ayudado por el arquitecto italiano Antonio
Lombardini, llamado el “arquitecto de colinas”, y un notable equipo, hace
Colinas de Bello Monte. Pronto le sería imposible impedir el no dejarse llevar
por la analogía teatral que le ofrecían sus terrenos. Lo justificaba diciendo que
“en aquellos años, la gente pensaba que Caracas necesitaba crecer porque el
valle le estaba quedando pequeño”. Un fenómeno que empieza paralelamente
también en la ciudad informal de los barrios, la otra gigantesca vertiente de la
periferia vertical. Era la ilusión horizontal de la ciudad extendida copando
aparentemente el valle.
Es evidente que esa escalada no era tan urgente en la vacía Caracas de los
cincuenta, sino un acto de ilusionismo urbanístico, respaldado por una
innovadora idea de Marketing inmobiliario. Vamos a vender los billetes de las
localidades del teatro. Bello Monte, hasta en su nombre, se vende como un sitio
ideal. En el afiche de promoción de las ventas de la urbanización se presenta la
imagen de las colinas como ondas superpuestas de colores que fácilmente se
pueden tomar por una partitura musical. Sonaba a ópera de Verdi. Papeles
líricos de un club que canta. Papeles topográficos de una arcadia vertical, de un
sviluppo residenziale.
La vecindad toponímica con Monte Posillipo, Montecassino, Montecatini o
Monticello nos hace imaginarnos a los urbanistas de las colinas uniendo su
epopeya constructora, de tractores orquestados e ingenieros con batutas, a la
épica de la música y a la monumentalidad operática. Aquello del diario Bello
Monte se transformaba en el aria de Monte Bello. Con un trazado entre orgánico
y totalitario surge el laberinto de calles. Atrás quedó la claridad del damero. Su
trazado enrevesado siempre es fiel a la topografía pero no atiende nunca ningún
signo que le venga de la ciudad frente a él. Las pendientes peligrosamente
acentuadas del parcelamiento serán el desafío insoslayable a la pericia
ingenieril. Algo muy propio de la década. Se pierde primero al visitante para
luego sorprenderlo, a la vuelta de una curva, con el hallazgo unas veces del
fantástico panorama y otras de las aparatosas arquitecturas de época. Una
arquitectura “de especialistas”, aún hoy entre las más frenéticamente
formalistas de toda la ciudad.
Pero, ¿qué experiencia vendría para asistirlo en la planificación y la
construcción de su sueño, al que Caracas se abandona? Los cincuenta fueron
también la década de la inmigración europea a Venezuela, especialmente
mediterránea. Estos son los “especialistas”. Una multitud valerosa de
trabajadores que vinieron a reconstruir sus vidas, y que, haciéndolo, lo primero
que reconstruyeron fue su propia ciudad fragmentada.
El promotor empresario elabora con ellos las tipologías de la mirada
belmontina: Lombardini le diseña “Caurimare”, su casa-conservatorio montada
“en un pico de ésos”, una casa tan “absurdamente grande que hicimos muchos
grandiosos conciertos, a veces hasta de cuarenta músicos”; Niemeyer, otro
aficionado a los barrancos, idea el anteproyecto de un Museo de Arte para
Caracas, una pirámide invertida que descansa incomprensiblemente estable en
el borde de un barranco sobre su mínimo vértice; construye en una cañada la
Concha Acústica, “un escenario al aire libre de condiciones acústicas
excelentes”, para celebrar sus festivales musicales; llama a un concurso
internacional para hacer la casa tipo de Bello Monte, cuya principal exigencia
era que pudiera colgarse de la más aguda de las pendientes posibles, y cuyo
proyecto ganador de José Miguel Galia, un pequeño prototipo “montado como
un nido de águila en un cerro”, es inaugurado con aire festivo “para demostrar
que se podía hacer”; así aparecen “las primeras cosas fabulosas de Colinas”, las
dramáticas villas en voladizo, con ecos de Libera y de Scarpa, “aquellas casas
que salieron guindando” en el “Aunque Ud. no lo crea”, de Ripley; Palacios es
también el mentor de audaces proyectos de arquitectura que le encargaba a los
mejores arquitectos del país: Vivas hace el icónico paraboloide hiperbólico del
Club Táchira, Alcock el ondulante óbus de ladrillo de Altolar, Vegas & Galia sus
mitológicos edificios morochos...
La fuerza vital de esta obsesión, el formalismo arrollador de este sueño de un
caraqueño lo convierten inevitablemente en colectivo Sueño Caraqueño imitado
en toda nuestra suburbia. Desgraciadamente, de su incomprensión, de su
emulación torpe y de su desgaste, se desencadenaron luego el abandono del
valle, el escape del orden, y la amnesia de la ciudad que teníamos... lo cual no
desdice ni de la importancia de la aventura belmontina ni del idealismo
florentino de su promotor.

Publicado en: 1. Arquitectura EL NACIONAL. Caracas, lunes 9 de diciembre de


1996; 2. Peter Lang, Editor. Suburban Discipline. The Hanging Suburbs.
Storefront Books No. 2. Princeton Architectural Press. New York, 1997 (ver este
libro en:

http://hanniagomez.blogspot.com/search/label/Colinas%20de%20Bello%20Monte

"Colinas de Bello Monte. Una terraza sobre el Avila" (tomado de la Revista Integral, Caracas, 1950).

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