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EL PLAN MARSHAL Y LA RECONSTRUCCION EUROPEA POSTERIOR A LA


SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

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Jorge Salvador Zappino

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EL PLAN MARSHAL Y LA RECONSTRUCCION EUROPEA
POSTERIOR A LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Jorge S. Zappino•

La Segunda Guerra Mundial fue más devastadora aún que la Primera debido,
entre otras causas, a los avances técnicos surgidos en todos los campos de la
ciencia. La sociedad tal y como se había conocido hasta entonces había quedado
casi destruida.

La desaparición del gran mercado de consumidores y empresarios europeos


empobrecidos por la guerra hizo pensar a los asesores económicos estadounidenses
en algún sistema de ayuda "para recuperar económica, social y espiritualmente a
Europa". Así, nace el denominado Programa de Reconstrucción Europea, más
conocido como Plan Marshall, y que se convirtió en un elemento clave en la
política exterior de posguerra de los Estados Unidos. A largo plazo, una de las
consecuencias económicas del Plan fue la alteración de las relaciones
industriales en Europa.

Sin embargo, para comprender en toda su totalidad la filosofía y alcance


del Programa de Reconstrucción Europea es necesario entender el punto de vista
de los mandatarios estadounidenses.

El gobierno estadounidense tenía bien claro cuál era su función en el


mundo desde el final de la contienda. El entonces presidente Truman lo dejó
claro en lo que más tarde sería conocido como la "Doctrina Truman". En un
discurso realizado ante el Congreso el 12 de marzo de 1947 , afirmó que "la
política de los EE.UU. debía ser el apoyo de los pueblos libres que están
resistiéndose a la subyugación por minorías armadas o por presiones externas". Y
en 1948 aún serían más claras sus ideas: "En toda la historia del mundo,
nosotros somos la primera gran nación que alimenta y apoya lo conquistado".

El programa de la "contención" de la amenaza comunista tenía que tener muy


en cuenta la realidad de que en todo el mundo y, en especial, en Europa
occidental, un factor decisivo de la evolución histórica era la crisis
económica. Por más que la agitación comunista -incluso en el caso de que éste
partido estuviera en el Gobierno- jugara un papel importante, nada puede
entenderse sin tener en cuenta esta realidad.


Licenciado en Ciencia Política – Mag. en Historia Económica y de las Políticas Económicas - Universidad de Buenos
Aires. República Argentina. E-mail: jorge.zappino@fibertel.com.ar

1
En este contexto Europa encara su reconstrucción. Y la forma en que lo
hace tiene que ver con los orígenes del proyecto integracionista. Dicha
reconstrucción se llevó a cabo sobre la base del más sistemático
intervencionismo del Estado en la economía, muy lejos de las recetas que hoy
recomiendan para nosotros. Por ejemplo, se hizo a través de estatizaciones,
fundamentalmente de los servicios, de los transportes, de la salud, la
educación, etc.

Los Estados, a pesar de las consecuencias de la guerra, hicieron enormes


inversiones en obras y empresas públicas. Por ejemplo, Inglaterra estatizó el
carbón, que fuera nuevamente privatizado recién por Margaret Thatcher en los 80;
Alemania, por su parte, realizó una profunda reforma monetaria para eliminar la
especulación, cambiando literalmente de la noche a la mañana, el Reichmark por
el Deustchmark, y obligando a reconvertir todas las tenencias, lo cual trajo
como consecuencia lógica una limpieza de todas las tendencias especulativas.
Sobre esa base, el Estado alemán se hizo con una masa de recursos que le sirvió
para todas esas inversiones estatales y para volver a fogonear el desarrollo
industrial. También se llevaron a cabo reformas agrarias, que luego serian
banderas de los movimientos de liberación de varias partes del mundo,
principalmente en Francia e Italia, incluyendo expropiación de latifundios.

Sobre esta base operó el Plan Marshall. A pesar de toda la propaganda


intencionada que suele hacerse respecto a que la reconstrucción europea se hizo
con ese plan, lo principal de esa reconstrucción se hizo en base a factores
internos y no externos. Los externos colaboraron, pero no fueron determinantes.

Esto tiene que ver con la naturaleza de estos países, porque a pesar del
grado de destrucción que sufrieron con la guerra, de ningún modo puede pensarse
que pasaron a ser países del Tercer Mundo; seguían siendo grandes potencias
industriales pues contaban aún con los factores endógenos que los llevaron a una
situación preponderante en el mundo.

Todo lo que después se dio en llamar el Estado de Bienestar, siempre en


base al gasto publico, tenia finalidades económicas que pasaban por la
reconstrucción del mercado interno, y finalidades políticas que tenían que ver
con sustraer a esas enormes masas de población hambrienta del influjo comunista.
Aunque había salido de la guerra como la principal potencia, Estados
Unidos debía mostrar su supremacía e imponer su propio orden. Tras la guerra, el
mundo vivió una oleada revolucionaria, envolviendo no sólo al centro sino
también a la periferia. En Europa, la resistencia anti-nazi, el levantamiento de
París en 1944, los partisanos italianos, masas de obreros y campesinos con sus
banderas rojas de la revolución, Yugoslavia, Albania, Grecia, etc. En Asia, la

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revolución china de 1949, el ascenso radicalizado de la clase obrera japonesa en
el mismo año. En la periferia, el viejo sistema colonial se quiebra: el
movimiento "Quit India" del Congreso Nacional Indio en 1942; Siria y Líbano
consiguen su independencia en 1945, la India y Pakistán en 1947, Birmania,
Ceilán (Sri Lanka), Palestina e Indonesia (Indias Orientales Holandesas) en
1948, Filipinas en 1946, etc.

A pesar de las enormes consecuencias que había tenido la Segunda Guerra,


mucho más desastrosas y globales con respecto a la Primera, al menos en los
países centrales, los Estados Unidos pudieron evitar la caída del orden burgués
y reestablecer la estabilidad en un breve tiempo, menor incluso que en relación
a la Primera.

Durante toda la contienda, la política norteamericana trató de responder a


dos objetivos: liquidar a los imperialismos rivales que cuestionaban su dominio,
al mismo tiempo que evitaban el triunfo de la revolución proletaria, al menos en
Occidente. Lo cualitativo para lograr lo segundo fue el salto en el rol
contrarrevolucionario del aparato stalinista mundial y de la utilización a fondo
por el imperialismo de sus servicios.

Sobre estas bases pudo establecerse un nuevo "orden mundial", que desde la
declinación de Inglaterra en 1914 el sistema imperialista no lograba establecer.
Los pilares de este orden descansaron sobre la hegemonía norteamericana basada
en su abrumadora ventaja económica, en producción y en productividad y al hecho
que su infraestructura económica no sólo no había sido afectada por la guerra (a
diferencia del estado de destrucción en que habían quedado los imperialismos
competidores), sino que tuvo un crecimiento espectacular durante la misma.

De esta manera, Estados Unidos pudo reconfigurar el sistema internacional


de Estados a su manera. El plan Marshall fue el elemento clave en esta
reconfiguración. A cambio de la reconstrucción europea, con eje en una Alemania
económicamente fuerte, y más tarde con el desarrollo japonés, Estados Unidos
pudo establecer un sistema de alianzas con los países imperialistas que se
estructuró, ya al calor de la guerra fría, en la OTAN, sobre la cual descansaba
su hegemonía. Todos estos elementos permitieron el orden de dominio
norteamericano y el llamado "boom" de posguerra.
En un principio, el congreso norteamericano se opuso al plan alegando su
alto costo para la economía, pero lo que decidió el asunto fue el golpe
comunista en Checoslovaquia en marzo de 1948, junto con las nuevas demandas de
Rusia a Finlandia y el temor a un triunfo comunista en las próximas elecciones
italianas.

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En marzo de 1945, el primer ministro británico visitó el continente y pudo
comprobar la situación en que se encontraba. El invierno 1946-47 fue desastroso
desde todos los puntos de vista. A la crisis económica había que sumar la
sensación de crisis espiritual: como escribió De Gaulle en sus memorias, "1940
había sido la prueba del fracaso de la clase dirigente".

Sólo los Estados Unidos habían salido indemnes de la guerra desde el punto
de vista material, mientras que los países europeos occidentales estaban
necesitados de alimentación y de ayuda para recomponer su capacidad industrial,
en un momento en que carecían por completo de capacidad para adquirir los
dólares que les resultaban imprescindibles para ambos propósitos. La suspensión
de los acuerdos de "Préstamo y Arriendo", aprobados tan sólo para el período
bélico, exigía crear otro procedimiento para que los Estados Unidos pudieran
jugar un papel en la reconstrucción de la economía y la estabilidad europeas.

El sistema monetario internacional que se puso en marcha al final de la


guerra, basados en los acuerdos de Bretton Woods -julio de 1944- otorgaron al
dólar un papel decisivo en el sistema monetario internacional. Los Estados
Unidos, poseedores del 80% de las reservas mundiales de oro, eran los únicos
capaces de convertir su moneda de tal manera que el dólar se convirtió en el
pivote del nuevo sistema monetario y comercial internacional. El Fondo Monetario
Internacional (FMI) y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF),
luego Banco Mundial, completaban el panorama. Financiado por sus miembros en
proporción a su capacidad económica, el FMI concedió préstamos reembolsables a
los países que sufrían un déficit en su balanza de pagos, mientras que el BIRF
debía financiar las inversiones a medio y largo plazo.

Sin embargo, por más que todos estos acuerdos sirvieran para hacer nacer
un nuevo orden monetario internacional, lo cierto era que no podían resolver por
sí mismos los problemas económicos de Europa. De ahí la “necesidad” del Plan
Marshall. En junio de 1947, el nuevo secretario de Estado norteamericano propuso
a los europeos, en un discurso en Harvard, una ayuda colectiva durante cuatro
años que ellos mismos habrían de repartirse. Por este procedimiento, que se
extendía originariamente a todos los países, incluidos los del este europeo, se
pensaba que resultaría posible la superación por parte de Europa de una
situación económica lamentable y la perduración de la buena situación económica
norteamericana. La negativa de los países del bloque socialista, hizo que en
julio de 1947 sólo 16 países europeos se sumaran a ella.

El inminente avance del comunismo logró lo que el argumento económico de


Marshall no logró. El 2 de abril de 1948 el Congreso aprobó la Ley de
Recuperación Europea, que en un principio se planteó hasta por 17 mil millones

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de dólares. A diferencia de las ayudas anteriores, que formaban parte de una
diplomacia económica agresiva, el plan Marshall adoptó la forma de donaciones
(90%) más que de créditos (10%).

Entre 1948 y 1952 16 países europeos obtuvieron cerca de 13 mil millones


de dólares de los Estados Unidos, repartidos de manera desigual. Gran Bretaña
obtuvo el mayor porcentaje del dinero. Los países que se consideraban amenazados
por el comunismo y que vivían una situación más crítica -Francia e Italia-
recibieron una proporción ligeramente mayor. Mientras tanto, los soviéticos se
encargaron de que ningún país de Europa oriental aceptara la propuesta
norteamericana. En términos de porcentajes, las cifras fueron las siguientes:
Gran Bretaña obtuvo el 24%; Francia, el 20%; Italia, el 11%; Alemania
occidental, el 10% y los Países Bajos, el 8%.

En realidad, el plan consistía en una serie de créditos y subsidios que se


otorgaban a aquellas economías que se acogieran al Plan. Y acogerse implicaba
aceptar los términos del mismo, incluyendo la apertura de la contabilidad al
prestatario. Es decir, debían dar las cifras reales de su economía a los
auditores que les mandaba EE.UU.

El Plan Marshall significaba para los estadounidenses, dos cosas: se


mantenía alta la demanda de la economía norteamericana y, al mismo tiempo,
vendía su producción en las economías europeas. Eran, en resumen, créditos para
comprar en EE.UU., salvo algunas excepciones en las cuales se entregó efectivo.
Estos créditos estaban destinados a que les compraran a ellos, lo cual implicaba
que la plata tenían que devolverla. Es decir, de esta manera, mantenían alta la
demanda de los bienes y servicios norteamericanos.

Esto llevaba, además, una reconversión de la industria europea, lo que


conlleva a mantener la demanda alta por lo menos por 20 años mas. Los productos
norteamericanos industriales estaban en pulgadas, y los europeos en centímetros.
Si, por ejemplo, necesitaban una tuerca nueva para una maquina que habían
comprado en EE.UU., tenían que comprarla allí. Es decir, no solo le vendían la
maquina original, sino todos los repuestos, partes, insumos, etc.

La industria europea durante la década del 50 mantiene esta situación. En


la década del 60 comienza otra reconversión, y se trasladan al sistema métrico
decimal. Los alemanes son los primeros en hacerlo, con lo cual logran una
industria mas nueva que la norteamericana.

En resumen, además, de mantener la demanda de sus productos por casi 20


años, al cobrar los créditos, EE.UU. mantenía un flujo de capitales a su favor.

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Y, por sobre todo, reconstruían economías que servían de freno a la expansión
del comunismo.

Con todo, el Plan Marshall no resolvió el problema de la posguerra en


Europa. Sí ayudó, y para varias de estas economías fue importante, al otorgarles
suficiente crédito para poder reactivarse. Sin embargo, la mayoría de los países
no salieron de la recesión hasta fines de los 50.

En otro orden de cosas, la implantación del Plan en los países europeos


trajo consigo la más intensa propaganda internacional jamás vista en tiempos de
paz. El programa de reconstrucción no se limitó a actuar sobre el campo
económico, sino que también se aseguró de proyectar los patrones culturales de
Estados Unidos sobre Europa. A partir de 1948 los norteamericanos exportaron a
Europa cientos de documentales y programas de radio, miles de noticieros
cinematográficos y millones de panfletos propagandísticos. Promovieron
conciertos, concursos de ensayos, competencias artísticas, calendarios,
estampillas postales, tiras de caricaturas, etc. Lanzaron, además, en las
fronteras de los países que se encontraban bajo la órbita de la URSS millones de
globos con mensajes pro-Estados Unidos. Todo este esfuerzo tenía un fin: influir
sobre las mentes europeas para encaminar actitudes y mentalidades hacia la
visión del mundo estadounidense. Después de todo, Estados Unidos eran “un modelo
de éxito”.

La promoción del esquema de vida norteamericano, el “American way of life”


estaba dirigida especialmente a los trabajadores, que era la capa social más
proclive a "caer en las garras" de los comunistas. Además, ellos eran
identificados como los principales consumidores potenciales de los productos
norteamericanos. La mayor campaña ideológica se dio en Italia, un país donde los
comunistas podían alcanzar el poder político. En la propaganda estadounidense se
insistía en los beneficios de la producción en masa y se mostraban escenas de
prosperidad apoyadas en el consumismo, obviamente, de productos norteamericanos.
Así, por ejemplo, los documentales sobre la vida en Estados Unidos mostraban a
obreros llegando en coches a las fábricas para trabajar o las casas de un
norteamericano medio con electrodomésticos, coche en la puerta, etcétera.
En todos los medios de comunicación propagandística se proponía a Estados
Unidos como modelo de civilización y opulencia: se creaba una visión
americanizada del futuro y se quería persuadir a los europeos de entrar en ese
esquema. Como resultado de la intensa promoción del Plan, éste alcanzó poco más
del 50% de aprobación entre la población europea; es decir unos 40 millones de
personas. Sin embargo, también encontró oposición especialmente en Francia,
donde los grupos socialistas denunciaban los motivos de "imperialismo ideológico
y económico" que lo acompañaban.

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La reacción de la URSS al Plan Marshall fue de rechazo total. Stalin vio
en este programa de reconstrucción un complot para revitalizar a Alemania como
instrumento antisoviético. Así lanzó una intensa campaña comunista para
contrarrestar la propaganda americana. Por otro lado, Francia -que desconfiaba
de las intenciones norteamericanas- propuso su propia versión de una Unión
Europea: la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (1951), que se creó como
alternativa a los planes de integración europea de los Estados Unidos. La CECA
tenía su sede en Bruselas, y su mayor fuerza residía en la alianza franco-
alemana. Con el tiempo esta organización se transformó en la Comunidad Económica
Europea o Mercado Común Europeo (1957), más adelante en la Comunidad Europea y a
partir de 1993 en la Unión Europea.

De esta manera, después de 1945, la economía mundial se desarrolló en


torno a los Estados Unidos. Aunque este país fuera incapaz de imponer a los
europeos sus planes económico-políticos en todos sus detalles, era lo bastante
fuerte como para controlar la posición internacional de la Europa occidental,
especialmente para contener a la URSS.

Pero la nueva organización no limitó su papel a este terreno, sino que de


forma inmediata -a partir de 1950- lo extendió a la liberalización comercial, de
tal manera que sentó las bases para todo un conjunto de iniciativas posteriores.
De todos modos, ha de tenerse en cuenta que la tendencia a la liberalización de
los intercambios fue un fenómeno general y muy característico de la etapa de
posguerra.

En enero de 1948, unos ochenta países, que sumaban las cuatro quintas
partes del comercio mundial, habian creado el GATT (General Agreements on
Tariffs and Trade), destinado a conseguir la desaparición de todo tipo de
barreras comerciales.

Los críticos del Plan Marshall habían predicho que este plan quebraría a
los Estados Unidos; pero en cambio el país disfrutó de enorme prosperidad, en
parte porque los fondos del Plan habían de gastarse en la adquisición de
productos norteamericanos. De hecho la fortaleza de la economía norteamericana
entre 1945 y finales de los sesenta se debía en gran medida a la vasta expansión
de la producción durante y después de la Segunda Guerra Mundial. La guerra sacó
a los Estados Unidos de la gran crisis, erradicó virtualmente el desempleo y
permitió a millones de norteamericanos ahorrar. Estos ahorros estimularon un
boom de la producción de bienes de consumo, especialmente de automóviles. El
ingreso per cápita de los norteamericanos, a mediados de 1949, era de 1.450
dólares, mucho más alto que Canadá, Suecia, Suiza, Gran Bretaña, Nueva Zelanda y

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otros que estaba entre los 700 y los 900 dólares. Asimismo, Europa occidental,
tras el breve periodo de reconstrucción económica y política, alcanzó una
fenomenal prosperidad económica que duró hasta los años setenta.

En el plano geopolítico, el Plan Marshall sirvió para ahondar la división


entre los países capitalistas y los comunistas, lo que dio origen al periodo de
tensiones conocido como Guerra Fría.

En los años cincuenta existía una competencia real entre las economías
europeas del Este y del Oeste. Al principio el Congreso estipuló que ni un
centavo de la ayuda del Plan se utilizaría con propósitos militares. Sin
embargo, en menos de tres años, parte de la ayuda económica se distribuiría de
tal manera que contribuiría a las defensas occidentales. Simultáneamente se
desarrollaron dos sistemas de seguridad en competencia: la Organización del
Tratado Atlántico Norte (OTAN) en 1949 y el Pacto de Varsovia en 1955. La
primera organización representaba un compromiso político de los estadounidenses
con los europeos occidentales, que incluía transferencias financieras masivas,
una diplomacia y planificación transatlántica permanente, y la promesa de acudir
en ayuda de las democracias occidentales si las atacaban. El Pacto de Varsovia
se integró por los principales países de Europa central y era encabezado por la
URSS.

La intervención norteamericana fue determinante para la división


territorial e ideológica de la Europa de la posguerra. Gracias al desarrollo que
logró durante y después de la guerra, Estados Unidos se convirtió en la economía
más fuerte del planeta y en uno de los polos de poder mundial, sustituyendo a
Gran Bretaña en su papel del "gendarme mundial".

El Plan Marshall, que en un principio tuvo la oposición de los


aislacionistas norteamericanos, resultó ser el mejor canal para que los
norteamericanos expandieran su economía, sus metas políticas y su visión del
mundo. En síntesis, el dinero invertido en el Programa de Reconstrucción Europea
probó ser un excelente negocio cuyos frutos trascendieron el beneficio
económico.
En síntesis, Estados Unidos ayudó a Europa con un interés estratégico de
por medio. Así se favorecieron los países europeos que recibieron el apoyo
económico y se beneficiaron los estadounidenses, con el plusvalor de que
reforzaron su imagen de "salvadores humanitarios".

La cuestión fundamental para la estabilización de Europa y del capitalismo


mundial era el establecimiento en Europa de los métodos más fructíferos que el
capitalismo estadounidense había creado y, con tal de extender la economía
capitalista en general, un régimen económico que eliminara las restricciones y
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las barreras nacionales que habían conducido a los desastres de los 1930. Esta
fue la piedra angular del Plan Marshall.

El objetivo del plan no era, entonces, simplemente superar la crisis


económica europea del momento o reedificar la industria europea. Existía
bastante conciencia que si la industria se reconstruía sobre las bases antiguas,
surgirían de nuevo todas las contradicciones que habían conducido a dos guerras
durante toda una generación.

El Plan Marshall trató de establecer el marco político-económico para


extender la acumulación de la plusvalía en Europa, abriéndole así paso a la
expansión el capital estadounidense. Cuando Marshall reveló el plan en junio,
1947, dejó bien claro que los fondos no se le iban a entregar a naciones
particulares, sino que servirían para lograr la integración europea y así
facilitar el movimiento libre de las mercancías y el capital.

La organización de las industrias del carbón y el acero tenía que ponerse


en práctica. A menos que grandes mejoras, basadas en métodos menos costosos, se
lograran en la industria del acero, los procesos de producción a gran escala no
podían desarrollarse. En un discurso ante el congreso de Los Estados Unidos
sobre el Plan Marshall —que planteaba la formación de una Comunidad Europea del
carbón y el acero —Paul Hoffman, ex presidente de la fábrica automovilística
Studebaker y partidario importantísimo del plan, dijo:

“Hasta ahora los precios han estado demasiado altos y los salarios
demasiado bajos para que la gente compre los productos de la industria del
acero. Y tanto es así que compran los productos de nuestra industria aquí mismo.
Tomamos una tonelada de acero y la convertimos en automóvil, pero ya se sabe que
es muy poca la gente que puede darse el lujo de comprar un automóvil en Europa.
Por lo tanto, si comenzamos este proceso, es decir, si aumentamos los sueldos y
reducimos los precios, podemos apoderarnos de un mercado europeo que se
extenderá enormemente. Resultado: un aumento en la productividad. Henry Ford nos
introdujo a este novedoso principio, que fue lo suficiente para empezar una
revolución que todavía nos beneficia. Creo que el Plan Schumann dará el mismo
resultado en Europa.”

En otras palabras, el objetivo del Plan Marshall era el de crear


condiciones para extender la acumulación del capital por medio de la
introducción de los métodos de cadena de montaje que ya se habían desarrollado
en los Estados Unidos.

Aprendida esta lección, los Estados Unidos incorporaron a su actividad


internacional la posibilidad de influir sobre los asuntos políticos de otros

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países a través de formas que no son abiertamente intervencionistas y que se
proponen como "ayuda" económica, humanitaria o política.

La historia de las relaciones internacionales de Estados Unidos ha


enseñado a sus dirigentes que un buen plan de ayuda económica puede ser
retribuido con creces. Por otro lado, desde 1989 se esfumó el contrapeso que el
bloque soviético ejercía sobre el capitalismo y el orden mundial se reacomodó en
relación a un solo poder hegemónico, el de Estados Unidos. Sin embargo, aún se
percibe en la diplomacia internacional el esquema general que dejó la posguerra:
la unión de Francia y Alemania como "garantes" de la soberanía europea frente a
los Estados Unidos y Gran Bretaña como su aliado en detrimento de su propia
relación con sus vecinos geográficos.

En este orden unipolar, sin embargo, sigue vigente el concepto de "eje del
mal" (que antes se ubicaba en los espacios comunistas) que amenaza al mundo.
Estados Unidos determina que pertenecen a este "eje" aquellos países que actúan
fuera de su órbita política y que amenazan sus intereses económicos y políticos,
entre los que podemos mencionar a Corea del Norte, Siria, Nigeria y Cuba.
Recientemente Afganistán e Irak fueron borrados de la lista de los países
"malignos", para integrarse a la sección de "países liberados que ayudamos a
reconstruir".

La historia del Plan Marshall nos enseña que con la reconstrucción de


países destrozados por la guerra, especialmente en el actual caso de Irak, la
elite dirigente de los Estados Unidos no pierde recursos ni empeña su propio
bienestar sino que, por el contrario, obtiene sendos beneficios económicos (el
control sobre la producción petrolera de Irak, la segunda más importante del
mundo, por ejemplo), políticos (afirma su presencia e intereses en Medio
Oriente), ideológicos y culturales (impulsa los valores del "American way of
life", así como regímenes laicos y republicanos). Sin embargo, quizás aquel
orden en donde Europa asumía resignada su "segundo lugar" frente a Estados
Unidos podría cambiar si Europa logra consolidar la UE y con ello logra armar un
contrapeso a la expansión del dominio estadounidense en el mundo.

BIBLIOGRAFIA UTILIZADA:

Pollard Sidney: “La Conquista pacífica. La industrialización de Europa


1760-1970”, Universidad de Zaragoza, España, 1991.
Pozzi, Pablo – Nigra, Fabio (Comp.): “Huellas imperiales: Historia de los
Estados Unidos de América 1929-2000”, Imago Mundi, Buenos Aires, 2003.

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Laufer, Rubén: “El factor estratégico en los orígenes de la Comunidad
Europea. Los Estados Unidos y el proceso de integración europea entre el
Plan Marshall y el Tratado de Roma”, Revista de Historia Universal (Fac.
de Filosofía y Letras, Univ. Nacional de Cuyo). Nro. 9, marzo de 1998.

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