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Borges no busca un hipotético saber popular .

No venera esas inscripciones, laboriosamente


fileteadas en los carros, con el asombro embelesado del intelectual que finalmente ha
encontrado la Verdad del pueblo. La astucia y el desprejuicio suman elementos dispares que,
medio en serio y medio en broma , permiten decir lo que Borges piensa de la literatura. En
primer lugar, le devuelven el reflejo de la propia mirada, el reflejo del ojo experto de Borges.

Para encontrarlas es necesaria una actividad poética que, por ironía, desplazamiento y parodia,
las transforme en objetos literarios aceptables. Otro ensayo de esos años treinta, "Elementos de
preceptiva", muestra la misma estrategia de lectura. ""Este delicado juego de cambios, de
buenas frustraciones, de apoyos, agota para mí el hecho estético. " Quienes lo descuidan o
ignoran, ignoran lo particular literario".

Significa que Borges ha alcanzado ya la perfección de su sistema literario donde la forma es la


democracia de la literatura. Lo único que los mantiene juntos es la lectura de Borges, tan
desprejuiciada respecto de las jerarquías como sensible al artificio de la forma. "La literatura es
básicamente un hecho sintáctico", por eso es posible considerar textos erosionados,
degradados, 'indignos', si quien los selecciona es un escritor que controla su mezcla con los
grandes textos de la tradición occidental. El desparpajo de Borges le permite ejercer la ironía
para reflexionar, sin supersticiones jerárquicas, sobre los procedimientos de la literatura.

Para dar vuelta las relaciones simbólicas establecidas por el periodismo 'serio' o por la literatura
modernista. Botana, el fabuloso director de Crítica, y la originalidad de Borges que, en esos
años, está inventando nuevos cruces de discursos, y mezclando las operaciones más
complicadas de la literatura 'alta' con los géneros llamados 'menores'. Borges le cambia el tono
y el contenido a la literatura. Crítica altera por completo las formas del discurso periodístico y
sus modalidades de inserción en la esfera pública.

Pero hay mucho más en Historia universal de la infamia. Allí, en estas historia de ajena
invención, está su originalidad. Después de estos cuentos, Borges es ya definitivamente Borges.
Para Borges el aprendizaje de la literatura se hace a partir de la traducción y la versión, que son
modalidades mayores de la producción de textos.

Borges conoce que una subjetividad no se expresa sino que se construye. En tercer lugar , la
representación de lo real tampoco asegura la emergencia del valor estético. Buenos Aires con el
exotismo de todas las literaturas. Por eso, Historia universal de la infamia trabaja con una
libertad ilimitada.

En la medida en que Borges es un extranjero a la literatura universal puede entregarse a los


placeres de los desvíos y los malentendidos que le proporcionan la lectura de traducciones, la
lectura de versiones originales en idiomas extranjeros, los ejercicios de la traducción propia y
ajena. La biblioteca, por otra parte, es un espacio donde la jerarquías se forman y se reforman.

Pocos años antes ya había señalado las ventajas ganadas en la afirmación


de este derecho

El gusto vanguardista por los escritores marginales se ejerce en la mezcla azaroza de la


biblioteca y se traslada a las mezclas que Borges pone, como marca de originalidad, en sus
propios textos. El pasado literario, que restringe a los europeos, ofrece un campo de libertades
irrestrictas para el escritor argentino. La biblioteca abre, también, todas las promesas del "arte
combinatorio", la repetición con variaciones, el corte y el pastiche, las estrategias a las que
Borges confiará su literatura posterior.

Tramas de la razón
Desde los años sesenta, las ficciones de Borges han sido leídas como una puesta en escena de
los problemas que persiguen a la crítica literaria. Los cuentos fantásticos de Borges pueden ser
leídos desde varias perspectivas. La que aquí elijo, para presentar en los próximos capítulos,
tratará de entenderlos en términos de lo que, en un sentido amplio, llamamos 'historia
contemporánea'. Es difícil sobreestimar los juicios literarios de Borges y sólo una especie de
objetivismo necio se resistiría a tomarlos en cuenta alegando la superstición de que es el autor
quien menos sabe de su literatura.

Borges construye su arte ficcional sobre una doble base. Por un lado, el mandato de construir
tramas perfectas, como las que admira en Kipling y Stevenson, a quienes, hasta el fin, consideró
modelos de una ascética disciplina narrativa que supera o se desentiende de la naturaleza
caótica, desordenada, incognoscible del mundo y de su fallida imitación en la literatura realista.
Por otro lado, la libertad de la literatura fantástica, displicente con los 'deberes y obligaciones'
del análisis psicológico y de la mimesis realista. Borges prefirió siempre el cuento a la novela,
porque en ella los detalles necesarios a la construcción de la verosimilitud predominan sobre la
trama, que está casi inevitablemente perseguida por el fantasma de la representación y la
referencialidad.

Nunca puede liberarse del todo de las huellas, aunque sean débiles, de lo real, ni puede evitar
una proliferación de personajes y acontecimientos cuya lógica es arborescente. Así, Borges se
pronunció contra el psicologismo y la verosimilitud referencial, eligiendo como objeto de irrisión
a la novela rusa y al realismo francés. Estas novelas, argumenta Borges, concentradas en los
personajes y no en la trama, presentan de manera desordenada acciones que se valorizan en
términos de drama psicológico y no en términos de necesidad narrativa. Sobre el Ulises, piedra
de toque de la ficción contemporánea y punto de giro de los jóvenes escritores en los años
treinta, Borges confesó desenfadadamente no haberlo leído nunca de punta a punta, aunque no
es irónica su manifestación de respeto por la escritura de Joyce.

El placer que le producen se origina en una trama perfectamente construida, sin hilos sueltos,
sin tributo a pagar a la verosimilitud realista, sin referencias a una psicología profunda o a
impulsos inconcientes. La admiración máxima de Borges por Stevenson y Kipling puede
entenderse desde esta perspectiva, pero no sólo desde ella. En su prólogo a El informe de
Brodie, libro publicado en 1970, cuando Borges ya había alcanzado el cenit de su fama universal,
subraya que, para escribir los relatos que presenta, se había inspirado en Kipling por un hombre
en los lindes de la vejez, que conoce el oficio. " El fruto de esa reflexión es este volumen, que
mis lectores juzgarán".

La trama perfecta permite pensar más que las ideas que se proponen como 'contenido' de la
literatura.

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