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Ana Peluffo
1 Una versión preliminar de este ensayo fue presentada en el simposio sobre Borges
y la filosofía que se llevó a cabo en el Stanford Humanities Center. Quisiera agradecer a
los miembros del simposio, principalmente a Héctor Hoyos, Daniel Balderston y Bruno
Bosteels por sus generosos comentarios.
2 Fundada en 1904, la revista El Hogar estaba dedicada a las familas argentinas. In-
cluía artículos sobre economía doméstica, higiene, educación infantil, moda y cocina.
La página cultural de Borges, publicada entre 1936 y 1939 se titulaba “Libros y autores
extranjeros”. Para una visión panorámica de los objetivos de la revista y la presencia de
Borges en ella véase Sacerio-Garí.
nes. El prestigio cultural y estético que tenían ciertos afectos en el siglo XIX
ha cedido paso, en las primeras décadas del XX, a un ethos secular y post
freudiano en el que se patologizan la tristeza y la melancolía.3 La distancia
histórico-cultural que separa al productor de la novela (Isaacs) del receptor
(Borges) sirve para explicar la tensión estético-ideológica que atraviesa el
pacto de lectura. Pensando esa distancia en términos sexo-genéricos, más
que de clase o raza (de hecho, Borges elogia el paternalismo ambivalente
con el que Isaacs representa la relación entre amos y esclavos), se podría
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decir que Isaacs y Borges escriben y/o leen desde paradigmas de la mascu-
linidad antitéticos. Si lo que domina en Borges es una “política del pudor”,
tal y como lo ha señalado Alan Pauls, una forma de subjetividad que en El
el dandy con su actitud narcisista y blasé debía, como decía Brummell, “no
dejarse comprometer por la esfera de los sentimientos” (ctd. Hinterhäuser
68). Nada más lejano a los excesos lacrimógenos de María y a la subjetivi-
dad húmeda del homo sentimentalis que el anti-sentimentalismo radical de
Darío, que soñaba con ser piedra o árbol para no sentir, en “Lo fatal”, o el
dictum de González Prada, “guerra al menguado sentimiento culto divino
a la razón”, que actúa como motor de sus ensayos.
En el caso de la temprana obra poética de Borges, compuesta bajo la ór-
bita urbana del flâneur, el filtro afectivo desde el que poetiza la ciudad es la
ternura, una emoción cercana a la compasión que fetichiza lo pequeño y lo
menor por oposición a lo sublime romántico. Se podría pensar incluso, que
en la visión imaginada que Borges da de la ciudad en Fervor de Buenos Aires
(1923) el sujeto literario se construye a sí mismo como un flâneur sentimen-
tal que en vez de “botanizar” fríamente en el asfalto, como según Benjamin
lo hacía Baudelaire en París, “desparrama […] ternura” por las calles de la
ciudad (OC 45). Dice en “Arrabal”, en la versión de las Obras completas:
El pastito precario,
desesperadamente esperanzado,
salpicaba las piedras de la calle
y divisé en la hondura
los naipes de colores del poniente
y sentí Buenos Aires. (OC 32, énfasis mío)
7 En El otro Borges, Fernando Mateo le pregunta a Borges por qué su actitud ante el pe-
ronismo es hostil, a lo que éste le contesta: “Creo que la palabra hostil es un poco débil.
Yo siento repugnancia. Y creo poder decir lo mismo de un lejano pariente mío, llamado
Juan Manuel de Rosas, un personaje abominable. Pero en fin…” (27)
8 Sarlo discute el tema del duelo en Borges en el capítulo titulado “Honor y virtud” de
Borges, un escritor en las orillas (2003). Dice: “El enfrentamiento de dos hombres en duelo,
ritual que ambos aceptan como ley, remite a valores “bárbaros” que, sin embargo, son el
único fundamento de comunidad en regiones donde el estado no organiza las relaciones
jurídicas entre los sujetos” (159). Entre los cuentos de Borges en los que aparecen escenas
un lugar marginal en un corpus crítico sobre el siglo XIX dominado por
la gauchesca. Para privilegiar la virilidad de los gauchos, Borges elige no
detenerse en los tableaux sentimentales que muestran a Martín Fierro llo-
rando desconsolado sobre los pajonales de la frontera.9 La obsesión que
Borges tiene con el heroísmo viril de los gauchos se puede leer en contra-
punto con el lado enciclopédico de su linaje, tal y como lo ha propuesto
Piglia, pero también, como una visión nostálgica de un modelo épico de
masculinidad (el de Laprida) que ha dejado de existir como opción iden-
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titaria en el presente. Más cómodo con la visión estoica y anti-sentimental
que Sarmiento da de los gauchos, Borges propone canonizar la lectura que
el autor del Facundo hace en 1845 del binomio civilización-barbarie (So-
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de duelo a cuchillo se podrían mencionar: “El fin”, “El Sur”, “Hombre de la esquina rosa-
da”, “Hombres pelearon” , “Historia de Rosendo Juárez”, “El encuentro”, “El otro duelo” y
“Juan Muraña”, entre otros. Veáse también Balderston, Borges, realidades y simulacros.
9 En “Gauchos que lloran” reflexiono sobre la forma en que la canonización del poema
de Hernández depende en la cultura argentina del silenciamiento de sus excesos afectivos.
oponerse a la lógica mercantil de la modernidad. Si una de las estrategias
retóricas del sentimentalismo es el uso del apóstrofe para dialogar con
una instancia sobrenatural o ausente (Dios o la muerte), en María, Efraín
usa esta figura para entablar un diálogo con su propio corazón: “¡Corazón
cobarde! No fuiste capaz de dejarte consumir por aquel fuego, que mal
escondido podía agostarla…” (50). Para evitar que las emociones agraven
el mal de la heroína, la madre de Efraín le pide a su hijo que domestique
su pasión y que oculte sus sentimientos por ella. “Yo temo que la emoción
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que va a causarle a María el imaginarse que tu padre y yo estamos lejos de
aprobar lo que pasa entre vosotros, le haga mucho mal” (107).
La asociación que hace Isaacs entre enfermedad (epilepsia) y emoción
abril sin volver a su casa. Yo solía llegar a las siete y cuarto y quedarme unos
veinticinco minutos; cada año aparecía un poco más tarde y me quedaba un
rato más; en 1933, una lluvia torrencial me favoreció; tuvieron que invitar-
me a comer. No desperdicié, como es natural, ese buen precedente; en 1934,
aparecí, ya dadas las ocho, con un alfajor santafecino: con toda naturalidad
me quedé a comer. Así, en aniversarios melancólicos y vanamente eróticos,
recibí las confidencias de Carlos Argentino Daneri. (OC 618, énfasis mío)10
10 Las fechas que Borges menciona en el pasaje citado son curiosamente cercanas a las
de la lectura de María que ocurrió según la nota publicada en El Hogar, el 24 de abril de 1937.
uno de los amantes con el objeto de deseo, Borges recurre a la figura de la
amada fúnebre para darle protagonismo a dos subjetividades masculinas
antagónicas. Sin embargo, así como la respuesta al trauma es en muchos
sentidos antitética a la efusividad de Nervo y/o Isaacs, hay varios momen-
tos en el cuento que conspiran contra el distanciamiento irónico del na-
rrador. El primero es cuando Borges recurre al apóstrofe para dialogar con
los retratos de Beatriz en un momento que él mismo califica de “tierna
desesperación”: “Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz que-
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rida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges” (OC 624) . Y el otro
es cuando, sumido en la vorágine del Aleph, hace una escueta referencia a
las lágrimas. Dice: “y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese
11 El epígrafe de la novela de Isaacs, “Leedlas, pues, y si supendéis la lectura para llo-
rar, ese llanto me probará que la he cumplido fielmente” (3), ha sido muy comentado y
plantea varios interrogantes. ¿Quiénes son los hermanos de Efraín? ¿Cuál era la relación
entre Efraín y el escriba? Es posible que “los hermanos de Efraín” sean como lo plantea
Molloy en su lectura los lectores sentimentales a los que apela la novela, capaces de con-
moverse hasta las lágrimas por la tragedia de los amantes.
barreras entre lo público y lo privado, derivando placer de la estetización
del sufrimiento, en la época anti-sentimental de las vanguardias esa cele-
bración estética del trauma amoroso se vuelve altamente sospechosa. Este
quiebre cultural queda explicitado a fines del siglo XIX, en una conocida
frase de Oscar Wilde, en la que afirma que lo que hace llorar en un siglo
hace reír en otro.
La crítica ha tendido a privilegiar ciertas zonas del corpus de Borges
(la gauchesca, el policial, la literatura fantástica) asociadas con valores que
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la modernidad coloca del lado de la masculinidad viril (la valentía, el rigor
formal, la racionalidad). El hecho de que no haya muchas lágrimas en la
obra de Borges o de que se privilegie lo intelectual (paradojas, conjeturas,
Ahmed, Sarah. The Cultural Politics of Emotions. New York: Routledge, 2004.
Balderston, Daniel. “‘Beatriz Viterbo c’est moi’: Angular Vision in Estela
Canto’s Borges a contraluz”. Variaciones Borges 1 (1996): 133-39.
Bauman, Zygmunt. Modernidad líquida. México: FCE, 2003.
Benjamin, Walter. Poesía y capitalismo. Iluminaciones II. Madrid: Taurus,
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1998.
Borges, Jorge Luis. Obras completas. Buenos Aires: Emecé, 1974.
—. “El Aleph”. Edición crítica y facsimilar preparada por Julio Ortega y
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