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felices. Pero pensar en estas cosas no es lícito ni piadoso.” (Dis. Arr. 3, 24, 19-20).
121 El pasaje de Mt. 25, 31 – 46 comprendería la historia como una acción de Dios, que en adelante
marcará la tradición cristiana desde Agustín, Vico, Joaquín de Fiore y otros, donde la historia se
entiende como teodicea. En Hegel, la existencia de Dios se muestra en el progreso de la historia
como superación de sus contradicciones.
122 Problema que ha de extenderse hacia siglo VI. En la Consolación de la Filosofía, Boecio lo ubica
a propósito del problema de determinar si la necesidad (necessitas) se encuentra en el dominio de las
acciones humanas o de la divina providencia (ya planteado en las críticas de Carnéades al estoicismo)
y se resume en cómo saber que la providencia, al ver que algo ocurra en el futuro, tenga
conocimiento de ello o mera opinión. Si la divina providencia no se engaña sobre lo que suceda en el
futuro, entones esas cosas deben ocurrir exactamente como están previstas. Boecio presenta tres
objeciones: a) no habría libertad; b) por ello, serían nulas las regulaciones sociales para la virtud y el
vicio, y peor aún, Dios mismo sería la causa del mal; c) además, la oración perdería sentido al
romperse la relación entre lo humano y lo divino (Magee, J., 1989, p. 145).
Y hay quienes, turbados a su primer encuentro con el tema de la providencia, fundados en lo que
sucede sobre la tierra a buenos y malos, se abalanzaron precipitadamente a decir que no hay en
absoluto providencia y abrazaron la doctrina de Epicuro y Celso (Cels. 1, 10, 20-24).
125 Gregorio de Nisa señala que precisamente porque el mal es fruto de la voluntad humana, que es
finita, también el producto es finito. Si el mal no puede progresar hasta el infinito, puesto que tiene
límites, “es preciso que, en el límite, dé el paso hacia el bien” (Anim. et Res., 101 A).
definía el mal como privación del bien (Princ., 2, 9, 2; Comm Joh. 2, 13). 126. Dios no
crea propiamente el mal. Tampoco seres malos, sino en principio buenos,
capaces de acciones buenas y virtuosas con las cuales se vinculan con Dios
(fuente de toda bondad), pero a la vez capaces de acciones malas 127, de la
misma manera como no es autor del asesinato, pero sí es creador de seres que
pueden llegar a ser asesinos (Cels., 2, 96). Una cosa es permitir el mal y otra
hacerlo; una cosa es tener ocasión de pecar y otra cosa es pecar efectivamente.
Nadie está predispuesto por ninguna naturaleza al mal (Princ. 2, 9, 3) porque no
se es pecador necesariamente sino voluntariamente (pese a lo cual somos todos
remisibles). La libertad es la condición misma del valor del acto humano, que lo
hace digno de mérito o demérito.
En síntesis, el mal es una responsabilidad del espíritu creado que consiste en un
descuido o repudio del bien que le es propio (Laporte, J., 1988), cuya causa
reside en la voluntad humana y no divina. Así, para Taciano de Siria, nadie hace
automáticamente el bien, sino solamente Dios: “solo Dios es bueno por
naturaleza, los ángeles y los hombres han sido creados libres y tienen que elegir
entre el bien y el mal” (Adv. Graec., 7, 2-4), decisión en que el humano albedrío
se juega su salud espiritual; quien escoge el mal pasa a servir al rey presente, y
quien escoge el bien sirve al Rey Futuro (Ps. Hom., 20, 3,2s128).
De esta manera, el mundo en sí mismo no es malo por el hecho de ser material
ni tampoco es obra de un demiurgo malvado; el mal resulta de la voluntad
humana y se plasma en sus acciones 129. Coincide con Celso en que no es obra de
Dios, que es esencial y
126 Así lo hace en su comentario del pasaje “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo
que ha sido hecho, fue hecho” (Ev. Jo. 1, 3). Aunque pareciera una repetición innecesaria, Orígenes
concluye que, si todas las cosas han sido hechas por Dios, el mal por lo tanto no existe (Comm. Joh. 2,
93, véase además Princ., 3, 6, 2). Que existan entidades del bien y del mal (Princ. 1, 5, 1) se explica
desde el desarrollo de una teología donde la angelología y la demonología son esperables.
127 Gregorio de Nisa reitera que Dios crea al hombre aun a sabiendas de que hará el mal (Or. Catech.,
8, 3).
128 Asimismo, las Homilías ilustran el enfrentamiento entre el bien y el mal en las tentaciones del
diablo a Jesús. Más adelante, Ireneo establece el paralelo entre Jesús y Adán; así como Adán fue
favorecido por Dios y tentado por el diablo en el paraíso, así también Jesús, favorecido por el Padre,
fue envidiado y tentado por el diablo (Adv. Haer., 5, 21, 3). Gregorio de Nisa se refiere a Adán como
inventor del mal (De Vir., 12), y creador y demiurgo del mal (Hom. Op., 1, 24). Los ejemplos permiten
ver, respecto de la responsabilidad humana y la inculpabilidad divina, una coincidencia entre la iglesia
oriental y occidental que se fortaleció en el siglo IV.
129 Gregorio de Nisa insiste en la libertad humana como origen del mal: al elegir, uno tiene que
saber muy bien lo que hace, porque en la libertad se puede crear algo que Dios no puede crear, y
esto es el mal; este se hace realidad en nuestra voluntad (Or. Catech., 5, 8).
131 Máximo de Tiro, exponente del platonismo del siglo II, explica el mal como una consecuencia
inevitable de los bienes perseguidos en la armonía de la totalidad (Serm. 24, 141).
curativo, así que lejos de contradecir su bondad más bien la confirma, como el
médico que hace sufrir para poder sanar (Cels. 6, 56).132. El mal cumple entonces
un papel homeopático en el funcionamiento del bien. Inclusive cuando nos
alejamos del él, mediante la disciplina, la virtud o la participación en
sacramentos como el bautismo, la influencia de los poderes malvados insiste en
sus ataques, pero incluso eso tiene sentido, porque “Dios permite, por otra
parte, que las potencias contrarias nos combatan para que podamos vencerlas”
(Hom. Io., 15, 5). La acción del demonio en el mundo es incluso necesaria para “el
perfeccionamiento de los que deben ser coronados” (Hom. 1-28 in Num., 13, 7).
La voluntad divina, más poderosa que las debilidades accidentales de
las criaturas, ha de disolver los males y recomponer la salud de las almas: “y así
el término y fin (τὸ τέλος) de todas las cosas es la destrucción de la maldad”
(Cels. 8, 72, 20, cf. Princ.
1, 2). Por contraste, la gnosis no confiere un τέλος al mal, no juega ningún papel
en la economía de la salvación por cuanto el creador y el Salvador son dioses
totalmente extraños, y dada la naturaleza del creador no cabe esperar de él
ningún bien o reparación.
La gnosis redefine el problema del mal presentándolo como una realidad en sí
misma, carente de un sentido ulterior y ajena al Dios Supremo. Para Orígenes,
en cambio, el mal juega un papel subsidiario como parte del plan de la creación
que hace posible primero la libertad y segundo la remisión hacia la vida eterna.
El mal puede servir al bien y así su ocurrencia no contradice la bondad de Dios.
Orígenes defiende el carácter ontológico – negativo del mal para reafirmar la
naturaleza esencialmente buena de la creación, de modo que Dios como
creador único y fuente de toda bondad no puede crear el mal ni ser indiferente.
Luego, no hay exclusión entre la justicia divina y la maldad mundana (Scott, M.,
2012).
1.4 Conclusiones
132 Desde Platón aparece una concepción medicinal de la reparación (Resp. 380 b). Hacia siglo II,
Plutarco (De Ser., 4) sienta un precedente que después retoma Orígenes: Dios no castiga, sino cura, es
consciente de la naturaleza culpable del pecador y sus deficiencias, y le da oportunidad de
arrepentirse. El castigo del pecador es un bien, por cuanto procura su conversión, por eso funciona
como una pedagogía: el sufrimiento es un medio del que Dios se sirve para enseñarnos algo (cf. Paed.
1, 70, 3; 2, 43, 3; Strom. 7, 16, 102, 5).
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