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Aparece la pregunta ¿Es necesaria la existencia de todos los Ministerios,

Subsecretarías y servicios públicos? // Cuestionamiento al tamaño del Estado.


Reflexión general y bajada en alguna de las áreas como ejemplo.

Conocemos la eficiencia como la capacidad para realizar o cumplir adecuadamente una


función. A la eficacia, en cambio, como la capacidad para producir el efecto deseado o
de ir bien para una determinada cosa. En el sector público, por razones utilitarias,
ninguna de estas características podría tener lugar si el tamaño del Estado abunda en
comités, divisiones, secretarías y delegaciones. Los Estados mas eficientes son aquellos
que, siendo conscientes de la cualidad finita de los recursos, gestionan el gasto,
traspasando incluso el incentivo de su buena administración a los funcionarios públicos
que realizan dicha gestión. Cuando esto sucede, los funcionarios asumen un rol social,
que es considerar al valor como un aspecto clave a la hora de entregar o prestar un
servicio desde el Estado. Al no sufrir ninguna alteración en su bienestar personal, poco
o nada les interesa el éxito o fracaso en el desarrollo del servicio que entrega como
funcionario público, esto más allá de quienes efectivamente trabajan con ética desde el
sector público. Bajo esta premisa, sería interesante ver cómo ciertos ministerios los
podemos trasladar como sociedad al sector privado. Así, entidades como la sociedad
civil, el mercado, las organizaciones civiles se irán libremente encargando de suplir
necesidades de la sociedad sin ocupar un área en el Estado que incurra al gasto.
Ahora, el escenario se torna complejo al observar que aquellos grupos que explican hoy
la creación de ministerios ya consolidados vean cómo éstos son fusionados a otros o
sencillamente eliminados en términos de reducir gasto. Lo social por lo económico
dirán algunos. Por otra parte, no podemos ir creando más ministerios en la medida que
coyunturas políticas pidan a gritos uno nuevo. Lamentablemente, asumir el rol de
control de calidad en eficiencia, eficacia y rendición de cuentas tiene un costo político
que nadie quiere pagar. Vemos por ejemplo (más allá del gesto político polémico),
cómo José Antonio Kast tuvo que retractarse en campaña en las últimas elecciones
presidenciales cuando sugirió la eliminación del ministerio de la mujer. Si bien, las
razones no eran políticas, sino pragmáticas, el ex candidato tuvo que asumir la iniciativa
como un error y dar pie atrás a la idea. El mainstream, por tanto, actúa como un
fiscalizador del status quo. En consecuencia, siendo conscientes de ya sean filtraciones,
malgasto de los recursos públicos, o poca operatividad o austeridad, poco podemos
hacer si para optimizar al Estado debemos jerarquizar ministerios o priorizar agendas.
Volvemos, por tanto, al gran dilema económico pero esta vez, en perspectiva pública:
¿Cómo satisfacer necesidades infinitas con recursos limitados?
No son necesarios todos los ministerios, ni todas las subsecretarías, ni todos los
servicios públicos. Sin embargo, si una gestión ejecutiva, que, desde el mismo poder,
nos otorgue la sensación de que sí se está efectuando el trabajo. La certidumbre de que
el Estado llega abajo donde es requerida la asistencia o el servicio muchas veces permite
o justifica el tamaño del Estado. Más allá del nombre rimbombante de un ministerio, o
de la creación constante de éstos en la medida que la calle esboce sugerencias de agenda
política, lo importante es que el Estado funcione. Es decir, que en el engranaje público
cada parte haga lo suyo y personal de manera óptima, por un bien colectivo.

Ignacio González Palma


Herramientas para la gestión pública

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